en la GALERÍA DE LETRAS del
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LA REVOLUCION DEL 14 Y 15 DE MAYO
Instruido el teniente coronel Fulgencio Yegros, gobernador de Misiones, por el referido capellán José Agustín Molas y por su hermano el capitán don Antonio Tomás Yegros, que con la comunicación familiar que tuvieron con el general Belgrano se habían instruido y cerciorado del verdadero objeto a que el pueblo de Buenos Aires y su Junta Gubernativa dirigían sus miras, e invitaba a los demás pueblos, que formaban el extinguido Virreinato del Río de la Plata, a un Congreso General, para que reunidos en él los diputados de las provincias determinasen y designaran el supremo gobierno que ha de regirlas en representación del rey don Fernando VII durante su cautiverio en Francia, eligiendo cada provincia por sí la forma de su gobierno particular que más le convenga. No necesitó de más don Fulgencio Yegros; abrazó cuanto propuso Belgrano, y se resolvió sin hesitación a contribuir por su parte al logro de la remoción del gobernador Velazco. Pero como se hallaba a setenta leguas de la Asunción, donde se había de ejecutar la revolución convenida, y carecía también de conocimientos y talentos necesarios para dirigirla con orden, cordura y acierto, a fin de evitar las desgracias, horrores y funestas consecuencias que regularmente suelen resultar de las revoluciones contra un gobierno legalmente establecido: no pudo él efectuarla en persona, ni tan pronto como se deseaba. Se le habló al doctor don José Gaspar Francia, quien conviniendo en dirigir la empresa, instruyó el plan sobre que se había de efectuar. (¡Sic!) (1)
El capitán don Pedro Juan Caballero, encargado de observar en secreto las medidas que tomase el gobierno para frustrar la revolución, sabiendo que se le había descubierto al gobernador Velazco la proyectada conspiración contra su persona, y partido realista, se adelantó con algunos pocos compañeros a ganar el cuartel general de la plaza, única fuerza que Velazco podía oponer en su defensa.
Varios oficiales que habían servido en la acción de Tacuarí, y que se habían prestado gustosos a cooperar en la revolución, se hallaban a la sazón en la Asunción. El capitán don Pedro Juan Caballero les había prevenido que la señal de alarma para reunirse en el Cuartel General de la Plaza, sería un repentino e intempestivo repique de campanas en la Catedral. En la noche de 14 de mayo de 1811, a la hora de diez, poco más o menos, hizo dar la señal prevenida, y se avanzo el primero con algunos pocos individuos de confianza a tomar el cuartel, y apoderarse de las armas, como en efecto se apoderó de ellas, sin violencia, y sin oposición, alguna de la guarnición, ni del oficial don Mauricio José Troche, que la mandaba. Posesionado Caballero del Cuartel, y habiéndose reunido ya mucha parte del pueblo adhiriéndose a la revolución y ofreciéndole sus servicios, se le sometió toda la guarnición, y fue reconocido Comandante del Cuartel.
En este estado requirió e intimó al Gobernador Velazco la cesación en el mando de la Provincia, o que entretanto se celebrase un Congreso Nacional que determinase y deliberase la forma de gobierno que le pareciera más conveniente y adaptable a las circunstancias en que se hallaba la España. El Gobernador Velazco convocó a sus adheridos, y se negó a acceder a la propuesta de Caballero; secundó éste su requerimiento proponiendo se le nombrarían dos consocios con quienes actuase el despacho de las causas y asuntos de gobierno hasta la celebración del Congreso. Siguió el Gobernador con su oposición, permaneciendo inflexible toda esa noche a cuanto se le proponía por el cuartel. Se valió de cuantos medios le dictó su prudencia para aquietar y apaciguar los ánimos enardecidos ya y dispuestos a usar de la fuerza para derribarlo del mando; pero no se atrevió ni permitió que sus adeptos se valiesen de las armas. Amaneció el día 15 sin que el Gobernador desistiese de su oposición, ni las tropas de su empresa; y firmes éstas en salir con su intento, se presentaron en la Plaza con dos piezas de artillería, determinadas y resueltas a batir y derribar las casas de gobierno.
A la vista de esta disposición y firmeza de los revolucionarios, accedió el Gobernador a cuanto se le había propuesto y exigido la noche anterior. En esta virtud, se nombraron los dos consocios que fueron el doctor don José Gaspar Francia y don Juan Valeriano Ceballos. Empezaron a intervenir en el despacho de Gobierno y ordenaron se recogiesen las armas de fuego y blancas que existían en poder del partido realista que se componían de los españoles europeos y de algunos paraguayos, a fin de precaver una contrarrevolución para reponer a Velazco. A pesar de esta providencia, hicieron también que de la campaña bajase alguna tropa para resguardo y seguridad de la ciudad, como se verificó. Mandaron evacuar la ciudad de Corrientes, que de orden del Gobernador Velazco la había ocupado el Comandante del Pilar, Jaime Ferrer, que era también jefe de la fuerza fluvial, y se le separó a éste de todo mando en aquella frontera.
DEPOSICIÓN DE VELAZCO
A los veinticinco días de la revolución, habiéndose tomado todas las providencias convenientes a la seguridad y tranquilidad interior y exterior de la Provincia, se le suspendió del mando a don Bernardo Velazco, y a los capitulares de aquel año, siendo los más de ellos europeos, y fueron recluidos en el cuartel, quedando solos los referidos consocios con la jurisdicción interina de Gobierno, y para satisfacer al público de todo lo hasta allí obrado, se publicó un bando del tenor siguiente:
"El Comandante y Oficiales del Cuartel General de la Unión a los habitantes del Paraguay:
"Uno de los motivos que han apurado los sufrimientos de las tropas y de muchos distinguidos vecinos de la Provincia hasta obligarlos a tomar la generosa determinación de arrojar el pesado yugo que la tenía oprimida y tiranizada, ha sido el concepto a que la voz divulgada y las circunstancias mismas dieron lugar, de que los depositarios de la autoridad y sus viles secuaces maquinaban el detestable proyecto de someterla a una denominación extranjera, o valerse de sus fuerzas para sorprenderla con el simulado aparato de auxilio, tenerla en una dura y rigurosa sujeción; y de este modo formar y asegurar una especie de señorío y posesión para ellos mismos, sacrificando a su orgullo, ambición y codicia la libertad de la Provincia, los derechos más esenciales de sus naturales y los vínculos que la unen con las demás de la Nación.
"La aproximación de tropas portuguesas hacia los límites de esta Provincia, a saber: al Norte, en los establecimientos de Coimbra, y al Este, en el pueblo de San Borja, al mando del capitán general de San Pedro. La venida del teniente de Dragones, don José de Abreu, enviado por dicho general a esta ciudad; la misteriosa reserva con que se disfrazaba el verdadero objeto de su comisión. La determinación de mandar de aquí un oficial hacia dichos establecimientos del Norte, aseguraba por la voz pública con el pretexto totalmente inverosímil de pasar hasta Matto Groso buscando auxilio de dinero; daban no poco valor a aquel juicio, y sobrado fundamento a los temores. Después de nuestra feliz revolución se han ido notando, y descubriendo otros hechos tan circunstanciados que no hacen ya dudable aquel concepto. Ha sido público que el pliego de contestación a dicho general estaba ya cerrado, y que el teniente Abreu debía partir el mismo día de este acontecimiento. Sin embargo, don Bernardo Velazco sólo manifestó a los consocios del gobierno, por contestación preparada, un brevísimo y frívolo borrón que no condice con los planes y demás que contiene el oficio del general de San Pedro. La fuga precipitada del coronel don Pedro Gracia, abandonando el mando de la población que estaba a su cargo, después de estar noticiado del suceso de nuestra revolución, llevando su ruta a dichos establecimientos portugueses del Norte, que en el día se tiene averiguada con certeza, es otro accidente que induce algo más que una vehemente presunción.
"Pero lo que remueve toda duda en el particular es la carta interceptada por el jefe de nuestras tropas patrióticas, don Blas José Rojas, escrita de la Bajada al propio don Bernardo Velazco, por don Carlos Genovés, que como es notorio, iba enviado por él a Montevideo. En esta carga encarga Genovés a don Bernardo Velazco, que redoble sus comunicaciones con los portugueses, que éstos cubran (inmediatamente) la costa oriental del Paraná; que los del Norte caigan también sobre el Paraguay; que nuestras fuerzas de mar cubran igualmente aquel punto, y de este modo teniendo la costa occidental, (concluye diciendo Genovés a don Bernardo Velazco), somos los reyes de la América del Sur. No ha habido ni habrá un verdadero patriota que no se sienta horrorizado al oír y comprender la enorme criminalidad que descubre tan execrable lenguaje. Este mozo desconocido e inepto, que sin otro oficio, mérito ni carrera, que la de un vulgar escribiente, por una consecuencia del poder abusivo, y de la arbitrariedad y despotismo de un gobierno desastroso se vio repentinamente adornado aquí, ya con el título de capitán, ya con el de comandante de Villa-Real, con abandono de tanto patricio honrado, distinguido y benemérito, que de este modo por el favor del mismo gobierno se ha hecho visible en el Paraguay, y ha adquirido consideraciones y una regular fortuna, es el que ahora intenta despedazar el seno donde ha recibido nueva vida, queriendo con insolencia y descaro que los portugueses del Norte caigan inmediatamente sobre el Paraguay, para que don Bernardo Velazco, él y sus viles parciales y coligados, tiranos de la libertad de la Patria, sean los reyes de esta parte de la América.
"Pero es preciso explicar la verdad, y mirar las cosas en su verdadero punto de vista. Las producciones de Genovés no son partos originales de la abundancia de su corazón dañado; él no hace más que repetir el mismo funesto proyecto de que era sabedor y cómplice, instando y apurando por su pronta ejecución; y de aquí mismo es natural deducir, que la marcha de don Pedro Gracia, a los establecimientos portugueses del Norte ha sido dispuesta por los tiranos luego al punto de nuestra revolución, o un resultado de la misma maquinación anterior pues que aun mucho tiempo antes ya se sabia que se prevenía y preparaba para hacer una larga jornada.
"Aquellas expresiones que se oían anteriormente en boca de los tiranos de que ya tenían paraguayos que les trabajasen la yerba a dos reales la arroba y las voces que aun al presente procuran esparcir; de que nuestra revolución puede todavía quedar en nada, y que dentro de dos meses se compondría todo, explican muy bien y dan a entender el fondo de la nueva tiranía premeditada, y la esperanza y disposición en que se hallaban de llevar adelante sus perversas ideas hasta realizar la inicua obra proyectada.
"No por eso creemos ni recelamos que lleguen a verse puestas en ejecución disposiciones algunas dirigidas a semejantes fines. Una cosa es, que los jefes o comandantes portugueses se presten a una oferta voluntaria, lisonjera en apariencia a los intereses de S. M. Fidelísima; y otra muy diversa el que a fuerza de armas intenten invadir nuestro domicilio con reluctancia y oposición de la Provincia y de su gobierno. Tales son los justos y magnánimos pensamientos de su Alteza Real el príncipe Regente de Portugal. La carta de su ministro de Relaciones Exteriores, el Excmo. señor Conde de Linhares a la Excma. Junta de Buenos Aires, basta para convencer y disuadir a los que sin conocimiento y sin reflexión sobre los verdaderos intereses de ambas naciones aventuran un juicio contrario. Su A. R., muy distante de tomar semejantes medidas violentas con los pueblos que reconocen al señor don Fernando VII, manifiesta que se limitará únicamente a elevar sus votos para que las disensiones intestinas, entre vasallos de un mismo príncipe, tengan una pronta y feliz conclusión; y a disponer lo conveniente para que el fuego de la guerra civil no se encienda en las fronteras de sus propios Estados. Además, sabemos por noticia cierta y segura, que las tropas portuguesas, que se habían reunido en el pueblo de San Borja, volvieron a retirarse hacia la campaña de Montevideo en los días 19, 21 y 24 del mes de mayo próximo pasado.
"De nuestra parte ya se han pasado anteriormente los oficios correspondientes, así al capitán general de San Pedro, como al comandante del fuerte de Coimbra, significándoles igualmente nuestra adhesión a los derechos del mismo señor don Fernando VII, y nuestros sinceros deseos de terminar por medios pacíficos las diferencias ocurridas con la ciudad de Buenos Aires, y de continuar al propio tiempo conservando amistad, buena armonía y correspondencia con todos los jefes y países de la dominación de S. M. Fidelísima. Pero si contra toda justicia violando la paz en que nos hallamos y el mismo derecho de gentes por las ocultas tramas y maquinaciones de los tiranos opresores de nuestra patria, y de nuestros derechos, llegase el caso de ponerse en planta sus amenazas, conocerán muy a su costa nuestros invasores, sean los que fuesen, cuál es la constancia, cuáles los esfuerzos y cuáles los recursos de un pueblo grande que ha tenido valor para recobrar su libertad, y está empeñado en defenderla a expensas de su propia vida.
"La conclusión natural de todo esto es, que el empeño de don Bernardo Velazco, y de los individuos del Cabildo en sostener la total división de esta Provincia, sin querer arbitrar o tentar un medio de conciliar su reunión con su libertad y sus derechos, sin querer reducirse a enviar sus diputados al Congreso General de las Provincias, con el objeto de formar una asociación justa, racional, fundada en la equidad, y en los mejores principios de derecho natural, que son comunes a todos, y que no hay motivo para creerse que hayan de abandonar u olvidarse por un pueblo tan generoso e ilustrado como el de Buenos Aires, ha sido una conducta imprudente, opuesta a la prosperidad de la Provincia, y común felicidad de sus naturales, y dirigida más bien para fines particulares.
"La Provincia ha tenido que sufrir los muchos males y daños consiguientes a una guerra civil, y el comercio de sus muchas producciones y frutos ha quedado obstruido y aniquilado. Se han consumido y desaparecido más de cien mil pesos de la Real Hacienda. Las tropas se han dejado privadas del justo y debido estipendio de muchos meses, y por último, ha llegado la ceguedad al extremo de querer aumentar nuestras cadenas, y reducirnos a más dura esclavitud, haciendo cada vez más inciertos y dudosos el destino y la suerte de nuestra Provincia. Los individuos del Cabildo, que en las críticas circunstancias del día, debían concentrar toda su atención en la felicidad general, y conservar ilesos los derechos de todos los ciudadanos, se ve que menos han pensado en esto que en perpetuarse en el mando y proporcionarse nuevas consideraciones. Cuanto se ha dicho, la conspiración últimamente descubierta contra la pública libertad y la continuación de sus oficios por medio de una cuasi general escandalosa reelección, contraria a las leyes del propio Soberano que se aclamaba, son unos hechos que afianzarán esta verdad.
"Habiendo, pues, tomado a nuestro cargo y de nuestras tropas, el poner en libertad a nuestra amada Patria, y a nuestros conciudadanos, para que puedan deliberar y resolver francamente el partido que deban abrazar, y juzguen más conveniente, creeríamos faltar a nuestra principal obligación, si consultando la tranquilidad y seguridad general de la Provincia, contra la perniciosa influencia y maquinaciones de los que se hallan más que indicados de autores o cómplices en la determinación de valerse de fuerzas extrañas para oprimirla, no tomásemos al mismo tiempo las más oportunas medidas; por eso ha sido preciso tener por ahora suspensos de sus oficios, y en un lugar de seguridad a don Bernardo Velazco, e individuos de Cabildo, hasta la resolución de la Junta General, que ya está próxima a celebrarse. Entre tanto y hasta la misma resolución, ejercerán la jurisdicción de Gobierno interino, y unidamente, los mismos dos consocios, con quienes se actuaba el despacho, y por lo mismo serán también los presidentes de la Junta General. Y para que llegue a noticia de todos, se publicará un manifiesto por bando en la forma ordinaria, fijándose los correspondientes ejemplares en los lugares acostumbrados. Fecho en el Cuartel General de la Asunción del Paraguay, a nueve de junio de mil ochocientos once. – Pedro Juan Caballero, Fulgencio Yegros, Antonio Tomás Yegros, Mauricio José Troche, Vicente Iturbe, Juan Bautista Rivarola, Manuel Iturbe. Francisco Antonio González, José Joaquín León, Mariano del Pilar Mallada, Blas Domingo Franco, Agustín Yegros y Pedro Alcántara Estigarribia".
Se publicó el antecedente Bando, para que instruida la Provincia, convocada ya a Congreso General, por medio de esquelas para el día 17 del mismo mes de junio, de los graves motivos y causas que precedieron e impulsaron a los oficiales, tropas y vecinos de la Capital, a la separación y remoción total del Gobernador, don Bernardo Velazco, del mando absoluto de la Provincia; procediese con conocimiento de causa por el órgano de sus representantes a deliberar y determinar la forma de Gobierno, régimen y administración que más le conviniese para su defensa, seguridad y prosperidad.
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NOTA (1) Esta apreciación del autor, es completamente errónea, puesto que Francia, como es bien sabido, vivía retirado en su chacra de Ibiraí [Yvyrai] y fue del todo ajeno a los memorables sucesos del 14 de mayo, preparados y dirigidos principalmente por nuestro distinguido compatriota el doctor don Pedro Somellera, que desempeñaba entonces la Asesoría del Gobierno del Paraguay.
Es extraño a la verdad, que un contemporáneo de aquella revolución como lo era Molas y a quien no podemos suponer ignorante de un hecho tan conocido, haya silenciado en su relato, el nombre de personaje que jugó el rol más conspicuo, para suplantarle al inicuo Francia, que sin ningún antecedente, aprovechó de ella en beneficio propio, después de perseguir y dar muerte a sus autores. Empero, como anotadores de este libro, nuestra tarea nos impide tolerar se entronice la injusticia y se confirme el error tratándose de reivindicar una gloria nacional, sin menoscabo de la verdad histórica, maga rígida y desapasionada que habitando las regiones serenas pero heladas del tiempo, fue desairada más de una vez por el ciego espíritu localista. Razón de más, que mueve nuestra pluma a trazar algunas líneas sobre los servicios de aquel benemérito argentino.
Hijo de don Andrés de Somellera (Montañés) y doña Josefa Gutiérrez (Porteña), nació don Pedro en Buenos Aires, el 19 de octubre de 1774 y falleció en dicha ciudad a las diez de la noche del domingo 6 de agosto de 1854, después de una vida consagrada por entero al servicio público y a la enseñanza de la juventud de ambas orillas del Plata. Colegial de San Carlos, donde adquirió los conocimientos rudimentales, pasó al de Monserrat en Córdoba, en cuya Universidad se graduó en la Facultad de Jurisprudencia y en 1802 se recibía de abogado en esta Audiencia, la cual le nombró en seguida defensor de pobres y menores, cargo que ejerció hasta el mes de junio de 1806.
Efectuada la invasión de Beresford, abandonó el foro para tomar una espada en sus manos de ciudadano y contribuyó a la Reconquista sirviendo en un piquete de la compañía de Catalanes o Miñones, distinguiéndose en las guerrillas que se trabaron el 10 de agosto, continuando sus servicios hasta la rendición del inglés.
No habiéndose disipado los temores de otra tentativa por parte de la Gran Bretaña, en setiembre (1806) sentó plaza de soldado en el cuerpo que había elegido, pero sin sueldo ni gratificación alguna, concurriendo entre otras, a la reñida acción de Miserere (2 de julio de 1807) y al ataque dirigido contra Santo Domingo, en cuyo convento, como es notorio, se refugió la división del brigadier Crawford, siendo uno de los que rindieron y escoltaron a este general inglés.
Destinado en seguida a los cantones de la Alameda, permaneció allí hasta que se publicó la capitulación, ocupándose al día siguiente {8} con su compañía, en despejar las calles de los cadáveres para inhumarlos en el corralón de don Sebastián López, sito en el mismo local que ocupa hoy el Teatro de la Victoria.
El arrojo con que había afrontado la metralla enemiga en los sangrientos combates librados en las calles de esta ciudad en 1806 y 7 y las recomendaciones de la Real Audiencia, influyeron en el ánimo del señor Liniers, para que le nombrase Teniente Letrado y Asesor interino del Gobierno Intendencia del Paraguay – o como se llamaba entonces, Teniente Gobernador.
En 1807 se encontraba en la Asunción con su familia (g) desempeñando aquel honorífico puesto, hasta que los acontecimientos desenvueltos en el Río de la Plata, tuvieron su repercusión allí, el 14 de mayo de 1811, dando por resultado la terminación de la dominación española en el Paraguay.
El mismo se ha encargado de ponernos al corriente en sus interesantes Notas Críticas, a la célebre obra de los señores Rengger y Longchamps, sobre el Paraguay (v. Biblioteca del C. del P., t. III), escritas en Montevideo en 1841, de los incidentes y pasos que prepararon la caída del Gobernador Velazco, en la que le cupo una parte muy principal, como asimismo de los instintos feroces que desenmascaró Francia luego que empuñó las riendas de la dictadura, que sólo debía abandonar con la vida.
Con motivo de la misión Belgrano-Echeverría, logró permiso para dejar un país sobre el que veía venir un cúmulo de males, como lo efectuó en un pequeño buque el 23 de setiembre de 1811, después de una rigurosa persecución que finalizó con 93 días de cárcel.
Desembarcado en Buenos Aires el 4 de noviembre de 1811, fue nombrado por el Cabildo (enero 1º de 1812) Asesor del Alcalde de primer voto con cargo de aconsejar a la Corporación en sus acuerdos, siendo incluido poco después entre los vocales de la comisión elegida para redactar el Proyecto de Constitución que debía regir a las Provincias Unidas.
En 1814 fue nombrado Secretario y Asesor de Gobierno y el 8 de febrero de 1815 Auditor general de guerra y Defensor del Juzgado de Bienes extraños, desempeñando este cargo gratuito hasta que salió a campaña (julio de 1815) como Secretario y Asesor del ejército de Observación, enviado a la Provincia de Santa Fe a las órdenes de Viamont.
Los trastornos del año 20, lo encontraron de juez de Alzadas de la Provincia, puesto a que fue elevado en 1818. En este año, tan funesto como el de 1815, pasó a desempeñar interinamente la Auditoría de guerra, siendo jubilado en 1821, la que disfrutó hasta el 1º de enero de 1833, en que se suspendió aquélla encontrándose Somellera establecido en Montevideo.
De conformidad al decreto de 6 de marzo de 1823, imprimió la 1ª y 2ª parte de sus Principios de Derecho Civil (1 vol. en 4º, 249 págs. Imprenta de Expósitos, 1824) en circunstancias que el padre doctor Juan Manuel Fernández Agüero publicaba también las dos primeras partes de sus Elementos de Ideología, el señor Díaz (don Avelino), su inmortal de matemáticas y un hijo de Córdoba, el presbítero doctor Eusebio Agüero sus Instituciones de Derecho Público Eclesiástico.
El doctor Somellera, se propone en su libro, según lo dice en el preámbulo, presentar los verdaderos principios de utilidad y conveniencia que sirvieron para la formación de nuestras leyes, su inteligencia y aplicación, desarrollando con tanta claridad y maestría las ideas atrevidas de Jeremías Bentham en materia de legislación, que la Universidad de la Paz y el Colegio del Cuzco, siguiendo el ejemplo de la de Buenos Aires, adoptaron dicho curso por texto de enseñanza para sus aulas de Derecho Civil, sin embargo de que lo impreso sólo trataba de las Personas y Cosas, razón que impulsó al segundo (v. El Tiempo, nº 21, año 1828) a pedir oficialmente la tercera parte que comprendía las Acciones, los delitos, modos de precaverlos, de los jueces y juicios, la que no habiéndose aún publicado, se remitió manuscrita por conducto del plenipotenciario de la República Argentina cerca de la del Perú, y es la misma si no nos equivocamos que dictó el autor en Montevideo en 1837, donde se dio a la estampa con el título de Apéndice, etc. (folleto de 64 págs., 1848. Imp. Uruguaya).
El señor Manuel Silvela, abogado español, ventajosamente conocido por sus producciones literarias, su famoso discurso sobre sucesiones transversales y posteriores trabajos acerca de la historia filosófica del Derecho Romano, formó el más distinguido concepto de esta obra, felicitando encarecidamente a nuestro compatriota en una carta que le dirigió con tal motivo (h).
En agosto de 1824 fue comisionado para redactar el código judicial mercantil, y contribuyó por su parte con los capítulos siguientes: 1º Composición del Juzgado Mercantil; 2º Competencia del mismo; 3º Modo de conocer y proceder de íd. Este trabajo quedó sin ver la luz pública.
En 1829, fue llamado a su antiguo empleo de Auditor de guerra y marina, que sirvió hasta el mes de agosto del mismo año, en que se vio obligado a expatriarse y fijó su residencia en Montevideo.
Poco tiempo antes había sido diputado del pueblo a las cámaras provinciales y nacionales y director de la Academia de Jurisprudencia.
En 1836 fue encargado por el Gobierno Oriental de la redacción de los reglamentos de enseñanza y policía interior de las cátedras de estudios, creadas por decreto de la H. A. de 11 de junio de 1833. – Comisión que desempeñó satisfactoriamente.
Al año siguiente de 1837, las Cámaras de Montevideo, en sesión del 13 de junio, sancionaron la importante ley, cuyo verdadero autor fue el doctor Somellera, sobre herencias intestadas, y por la cual, a falta de descendientes o ascendientes legítimos o naturales, son llamados a suceder, con exclusión de todo colateral, el marido a la mujer y ésta a aquél, no estando separados de hecho o de derecho (i).
A pesar de su avanzada edad, empleaba útilmente las horas angustiosas del destierro, ya en el desempeño de sus deberes forenses, ya en la educación de la juventud oriental como lo había hecho con la argentina, y antes de bajar el sepulcro tuvo la fortuna de ver figurar con distinción a muchos de sus discípulos: Florencio Varela, su amigo predilecto; Andrés Lamas, su hijo político; Alsina, Pico, Thompson, Berro, Dulce, Gamboa, Averastain, Gómez y toda esa generación de abogados y publicistas de nota de aquende y allende el Plata, bebió en sus labios el maná de la ciencia.
De vuelta a su país natal, dio a la prensa en 11 de febrero de 1851, una Impugnación, escrita el año antes, al manifiesto publicado por López en la Villa del Pilar en 13 de febrero de 1848, sobre los títulos y derechos de la República del Paraguay al territorio sito sobre izquierda del Paraná. Interesante Memoria que mereció los honores de la reimpresión en Corrientes, en 1855, y será consultada con éxito por el historiador futuro, por la copia de hechos que encierra y la exactitud que preside a su narración.
Aun está viva en nosotros la honda impresión que nos causó su presencia en la Universidad ilustrada por sus lecciones, el 17 de agosto de 1852, con motivo de la colación de grados de nuestro amigo el doctor Gómez, que tuvo la bella idea de elegirle por padrino en aquel acto imponente que recordaba al anciano maestro, en vísperas de emprender el viaje sin regreso, los bellos días de tiempos más felices!
Y por último, para redondear esta nota que ya sale de los límites que debiera tener, añadiremos que el doctor Somellera fue soldado pundonoroso de la Reconquista y de la Defensa de Buenos Aires; ilustración del foro argentino, prócer de la Revolución del Paraguay, legislador inteligente y organizador, hábil maestro en la difícil ciencia del derecho y publicista estimable, prendas a que reunía un carácter franco y laborioso, que hacían de él un hombre de consejo de los mejores antecedentes, granjeándole más de un título al recuerdo y a la veneración de sus compatriotas, que perdieron con su muerte un republicano sincero y un infatigable y modesto obrero del progreso.
Los siguientes apuntes que la piedad filial conserva de su puño y letra son la apología de su mérito a la vez que el epitafio de su virtud.
"En ninguno de los empleos que he servido, cesé por destitución. Nunca fui prevenido, ni apercibido por los jueces superiores que han juzgado mis juicios, ni jamás solicité del Gobierno empleo alguno, pero tampoco me excusé del servicio a que fui llamado. En nuestra época temamos la parte que dimos. Nos nostra tempora habuimus et concurrimus puanlum potuerimus".
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Notas de la nota 1:
g) Por este tiempo contrajo matrimonio el doctor Somellera con la señora doña Telésfora Pinazo, (finada en 1824) de la cual tuvo 6 hijos y los dos varones llegaron a distinguirse en el foro y en la marina.
h) Este doctor jurisconsulto y literato, falleció en París a mediados de 1882 – Fue el principal colaborador de una obra en 4 vol. titulada "Biblioteca de la Literatura Española". Fund.. en París un Liceo para instruir a los jóvenes americanos, por quienes tenia una particular predilección en analogía con sus ideas literales. Su íntimo amigo el gran trágico Leandro Fernández de Moratín, murió en su casa el 12 de junio de 1828, dejando heredera de todos sus bienes a una hija de este, a quien legó la colección de sus obras inéditas incluso la Relación de su viaje por Francia, Inglaterra, Flandes, Alemania, Suiza e Italia, y los Orígenes del Teatro Español (vendidos al rey de España).
i) Nuestra ley de 22 de mayo, 1857.
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