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BERNARDO NERI FARINA

  EL ÚLTIMO SUPREMO. LA CRÓNICA DE ALFREDO STROESSNER - 3ª edición - Por BERNARDO NERI FARINA - Año 2003


EL ÚLTIMO SUPREMO. LA CRÓNICA DE ALFREDO STROESSNER - 3ª edición - Por BERNARDO NERI FARINA - Año 2003

EL ÚLTIMO SUPREMO.

LA CRÓNICA DE ALFREDO STROESSNER

(3ª edición)

Autor: BERNARDO NERI FARINA.

Editorial El Lector,

Director Editorial: Pablo León Burian,

Diseño de tapa: Juan Bernardo Fariña,

Asunción-Paraguay

2003. 374 páginas.


INDICE

PRESENTACIÓN

INTRODUCCIÓN

CAPÍTULO I: AQUEL 1912// La hegemonía de Albino Jara// El jarismo sin Jara// La huida de Liberato Rojas // Breve retorno colorado al poder// El fin de Jara// La presidencia de Eduardo Schaerer// Bolivia pisa el Chaco// Otros hechos de aquel año// Allá en Encarnación// El 3 de noviembre

CAPÍTULO II: ARTILLERO CORAZÓN DE ACERO// El Rubio en la guerra// La leyenda del mortero// “Buen conductor de tropa"// Los amigos de aquel tiempo// Después de la guerra// La experiencia en el Brasil// Alfredo y la tía Taní

CAPÍTULO III: STROESSNER Y LA REVOLUCIÓN DEL 47// La caja de fósforos// El gobierno de Morínigo// Un paraguayo en la Casa Blanca//  Un gobierno constructivo//  La influencia del Frente de Guerra// El golpe del 9 de junio// Maniobra contra el comandante Stroessner// El Gobierno de Coalición// La Primavera Democrática// El 13 de enero// Dudas sobre el apoyo de Stroessner// La postura del general Machuca// El Rubio desbarata un complot// Se incuba la tragedia// El Frente Sur//  La protesta de monseñor Bogarín// Comienza la influencia brasileña

CAPÍTULO IV: STROESSNER Y NATALICIO// Emerge Natalicio//  El primer exilio de El Rubio// Alfredo en Posadas//  Cae Natalicio y regresa Stroessner// Presillas de General// Comandante en jefe

CAPÍTULO V: EL GOLPE DE 1954// El programa de don Federico// Epifanio y El Rubio// Se acentúa la crisis// El caldo para el golpe//  Stroessner entra en acción// Adiós a Chaves// El 4 de mayo según Vysokolán// El 4 de mayo según la ANR// Asume Romero Pereira// Presidente de la República// Primer encuentro con Perón  // Cómo era el mundo cuando asumió Stroessner

CAPÍTULO VI: LOS PRIMEROS AÑOS// La Asunción de entonces// Un auto en aquel tiempo// Una ciudad sin confort// El abandono de " la campaña"// La reorganización del país// La "reunificación" colorada// Epifanio: éxtasis y agonía// El golpe contra Epifanio// Orden y disciplina// El error de Epifanio// Epifanio cae sin pelear// El dominio de la situación//  La "limpieza" en las FFAA.// El Rubio providencial// De la Argentina al Brasil// La alianza de Kubitschek// Reacción argentina// Norteamérica y el anticomunismo// La búsqueda de dinero// La incipiente corrupción// El control del sector obrero// 1958: la primera reelección// El Acta de Cerro León// 1959: año de grandes acontecimientos// El autogolpe del 29 de mayo// Obras materiales// El río, y el aire// El ferrocarril, en la vía// El campo y la reforma agraria//  La invasión de los brasileños

CAPÍTULO VII: LA MARCHA AL ESTE// Puerto Miseria// Cómo se hizo la ciudad//  Los primeros en llegar// El pa'i Coronel// La ruta y el puente//  Itaipú y la explosión//  Un lugar para robar

CAPÍTULO VIII: LA CORONACIÓN DE LA MARCHA AL ESTE// La crisis por los Saltos del Guairá// Stroessner y los militares brasileños// Conflicto en Puerto Renato// Raúl Sapena Pastor// Frontera e hidroeléctrica// Se perfila Itaipú// Aparece Yacyretá//  La olvidada Acaray// El péndulo de Stroessner

CAPÍTULO IX: EL RUBIO Y TÍO SAM// La mano de Ike// La venida de Nixon// La era de las drogas// La irrupción de Kennedy// Johnson y el golpe militar en el Brasil//  Un gesto con Goulart// El Rubio en Washington// Nixon y el comienzo del fin del idilio// La respuesta a Rockefeller// Los héroes de la heroína// La odisea de Ricord// Adiós a Nixon// Ford asume y Stroessner reprime// El caso Letelier// Carter y los derechos humanos// El refugio de White// La llegada del cowboy// El comienzo de la decadencia de Stroessner// Guerra abierta// Agresión al embajador Taylor

CAPÍTULO X: EL TERROR EN LA PRIMERA ÉPOCA// Cerebros y brazos ejecutores// Quién era Edgar L.// Campos Alum y su Técnica// Primer intento de golpe// Nada de voces discordantes// La guardia urbana// Miedo y silencio// Duarte Vera motiva la primera gran purga colorada..... La lucha armada desata más terror// Fracaso y castigo// Ortigoza y la arbitrariedad suprema// Redada de epifanistas// La decadencia de la trilogía// Cae Duarte Vera y arrastra a Ynsfrán

CAPÍTULO XI: LA SEGUNDA ETAPA DE TERROR// Paz y tranquilidad// El asesinato del sastre// Protestas estudiantiles// Ciclón de pánico en Encarnación// El intento fallido de liquidar a El Rubio// La venganza de Stroessner// Ejecutados// Goiburú, también ejecutado// Mercosur del terror// El Cóndor vuela// La cacería del Cóndor// La OPM// La caída de Abente y el asesinato de Arzamendia// La Pascua Dolorosa// Las Ligas Agrarias// La terrible experiencia de Jejuí// La masacre de Caaguazú// El Movimiento Independiente// Martín Almada: castigo a la crítica//  Cuando se apagó la noche// El fin de la era más dura// ¿Cuántos murieron durante el stronismo?

CAPÍTULO XII: STROESSNER Y EL PARTIDO COLORADO// Reelecciones y nueva Constitución// Presidente vitalicio// Más reelecciones// El Partido Colorado en los años 70// Los 80 llegan con cambios// Pequeña historia de un pequeño hombre// Mario Abdo prepara su estrategia// La tierna podredumbre// Mario Abdo rompe los moldes// El internismo se hace público// Qué pensaba Stroessner de la disputa// La Convención, a favor de Abdo// Tradicionalistas y militantes// HDD en el tradicionalismo// Juan R. Chaves se lanza// El atraco a la Junta// Los militantes se endurecen// El garrotero Ramírez Kohn// El Morocho Republicano// Se extiende la conspiración// Los éticos// Carlín, el desertor

CAPÍTULO XIII: STROESSNER Y LA OPOSICIÓN// El Partido Liberal//  Partido Liberal Radical// Doña Coca y los derechos humanos// Partido Liberal Radical Auténtico// Emergen los geniolitos// El liberalismo convertido en un circo// Juan Bautista Wasmosy acusa a Laino// Stroessner se divierte// Partido Liberal Unido//  Partido Revolucionario Febrerista// Partido Demócrata Cristiano// El Acuerdo Nacional// Cambio y Movilización en el PLRA// La gesta de Alfonso Loma// Tito Saguier a la cárcel// Laino y el Operativo Retorno// El regreso de los del MOPOCO// La idea del pos stronismo// Los proyectos para el después// La lucha de Clínicas// Ramón Aquino asalta Clínicas// "Los comunistas" no se rindieron// Asambleas de la Civilidad//  El plan de Acero

CAPÍTULO XIV: STROESSNER INTIMO// Algunas debilidades humanas de El Rubio// Su carácter// Sus costumbres y relaciones// Sus gustos musicales// Sus amigos// La "otra" primera dama// Las infidelidades de Alfredo// El destino de sus amantes// La casa de Popol// Los hijos de El Rubio// De Domínguez a Stroessner// El inefable HDD// El culto a su personalidad// La entronización de la mediocridad// Un ejemplo de obsecuencia.

CAPÍTULO XV: LA LUJURIA EN LOS TIEMPOS DE EL RUBIO//  La tentación de los foquitos rojos// El puerto del amor// Amancio González// Por encima del miedo// Los "reservados"

CAPÍTULO XVI: STROESSNER Y LA PRENSA// Los comienzos//  Los diarios en el 54// El País y La Unión// Otros diarios// Guerra a los semanarios//  La suspensión de Última Hora y La Tribuna// ABC, el enemigo impreso// La orden de Stroessner// Persecución posterior// Acallando voces// La barba judía de Ñandutí// Cállenlo al judío//  Cáritas toma la bandera// Larga puja por la libertad

CAPÍTULO XVII: LA MARCA DE LA CORRUPCIÓN// La corrupción se extiende// El Estado rector de la economía// La sospechosa permisividad con REPSA// Refugio de indeseables//  De Australia con furor// El Rubio y los nazis// El Carnicero de Riga// Ruta de drogas// La industria del contrabando// Autotráfico e inseguridad// La corrupción como "modelo"

CAPÍTULO XVIII: EL DINERO PERDIDO// Los novísimos ricos// La estabilidad económica y el dólar// La lucha por la estabilidad monetaria// Aparece Romeo Acosta//  Desvalorización del guaraní// La evasión de divisas// Salta lo de Colmán Villamayor// Los mecanismos del fraude// Cómo se robaba al país// El gran negocio// Lo que se llevaron los jerarcas

CAPÍTULO XIX: STROESSNER Y LA IGLESIA// De Pío XII a Mena Porta// El eco de la pelea con Perón// Stroessner exige que callen a Talavera// Los años 60 y la revolución en la Iglesia// El aggiornamento de Juan XXIII// La Iglesia paraguaya en los 60// Los obispos de los 70// La lucha continúa// Una breve tregua// La guerra recrudece// El saneamiento moral de la nación// El Diálogo Nacional y la última etapa del conflicto// El Papa y Stroessner// Los constructores de la sociedad...//  Discurso del Papa en su encuentro con los Constructores

CAPÍTULO XX: RODRÍGUEZ, GOLPE Y FINAL// Los duros comienzos// La carrera del poder// La decadencia irreversible// El laberinto de Stroessner// La apertura// El último adiós

ANEXOS

ANEXO DEL CAPÍTULO I: LA HISTORIA DE ENCARNACIÓN// Un puerto fundamental// Una villa a orillas del Paraná// La tragedia de los mensú
ANEXO DEL CAPÍTULO II: EL GOBIERNO DE RAFAEL FRANCO// El nacionalismo de Franco// Los aportes de Franco// La poco conocida historia del aeropuerto// La dignidad de León Carê
ANEXO DEL CAPÍTULO III: CÓMO COMENZÓ LA TRAGEDIA DEL 47// Proclama revolucionaria de 1947// Porqué perdió la revolución
ANEXO DEL CAPÍTULO IV: J. NATALICIO GONZÁLEZ// Don Federico Claves, el caudillo// El general Raimundo Rolón// Seis presidentes en apenas dos altos
ANEXO DEL CAPÍTULO V: JUAN DOMINGO PERÓN// Su refugio paraguayo// Epifanio Méndez Fleitas
ANEXO DEL CAPÍTULO VI: JUSCELINO KUBITSCHEK  // Los primeros visitantes de Stroessner
ANEXO DEL CAPÍTULO VII: DEL PEQUEÑO PUERTO A CIUDAD DEL ESTE// El padre Guido Coronel
ANEXO DEL CAPÍTULO XII: LA MUNICIPALIDAD ASUNCENA EN LOS 70
ANEXO DEL CAPÍTULO XIII: DOÑA COCA, LA HEROÍNA
ANEXO DEL CAPÍTULO XVI: MARIO HALLEY MORA
ANEXO DEL CAPÍTULO XIX: MONSEÑOR ISMAEL ROLÓN
BIBLIOGRAFÍA

 

 

PRÓLOGO
UNA MIRADA AL AYER Y SUS HUELLAS EN EL PRESENTE

 “Es inteligente, vivo y tiene facilidades de expresión. Oficial muy circunspecto y con autoridad. Es discreto, trabajador y ponderado. Tiene cualidades para instructor de oficiales. En las pruebas escritas demostró precisión y concisión de lenguaje. Tiene capacidad física. Tiene espíritu de iniciativa y de decisión y capacidad de comando. Ejemplarmente asiduo y puntual. Tiene buen porte militar y corrección y conducta civil y militar irreprensible". Así se refería el coronel brasileño Glycerio Fernandes Gerpe en relación al capitán Alfredo Stroessner en un informe del 18 de octubre de 1940. Ese año, el que más tarde sería dueño y señor de la vida y la muerte en el Paraguay hizo un curso de artillería en el vecino país.
Aquel capitán de 28 años que tan buena impresión causaba a sus instructores, y no solamente a los brasileños, estuvo siempre obsesionado con su carrera militar. Astuto, con una actitud pragmática y meramente instrumental frente a las personas con las cuales establecía relaciones políticas, hábil conspirador, siempre supo que las fidelidades y las traiciones son apenas dos caras de la misma moneda de la vida.
Alfredo Stroessner fue un hijo de su tiempo, de ese violento y polarizado siglo XX, que dejó a EE.UU. como único imperio. Eric Howsbawn, historiador británico, lo denominó el de los grandes extremos. Con ideologías enfrentadas en guerras calientes y frías, fue también la centuria de la destrucción atómica, con casi un genocidio por década, según el periodista polaco Rudyard Kapucinski; de la superproducción de alimentos en un planeta donde cada día mueren 30.000 personas por razones vinculadas al hambre. Pero también fue el siglo de la penicilina, de la renovación de la Iglesia Católica en el Concilio Vaticano II (1962-1965), del cine como arte masivo por excelencia, le la conquista del espacio y de la minifalda. Y por supuesto, de los Beatles, que se imaginaban un planeta en paz, aspiración quimérica en este mundo hobbesiano donde el hombre sigue siendo el lobo del hombre.
Nacido el 3 de noviembre de 1912 en Encarnación, sus padres inscribieron al bebé Alfredo Stroessner Matiauda en el Registro Civil el 22 de noviembre. ¿Qué circunstancias, nacionales y externas, hicieron que aquel "chicuelo rubio, muy flaco y alto, callado y ya aficionado a la pesca" se convirtiera en el hombre que nos marcó a fondo a varias generaciones de paraguayos y cuya extendida sombra todavía planea en esta isla rodeada de tierra como nos definiera el maestro Augusto Roa Bastos?
Bernardo Neri Farina, con la pasión del observador que acumula datos, informaciones, anécdotas y entretelones de personajes y acontecimientos, y el oficio del periodista, nos lleva de la mano para desentrañar las aristas que pueden responder a esa pregunta.
Quien espere un panfleto apologético del general Stroessner o un rosario de descalificaciones a su persona y a su régimen estará equivocado. Este libro es un itinerario indispensable para entendernos a los paraguayos del siglo pasado. Es una travesía ecuánime y equilibrada, aunque nunca neutral ni aséptica hacia un pasado que se proyecta con obstinación hacia el presente.
El lector podrá seguir al Stroessner joven, el de la guerra del Chaco, muy bien conceptuado por sus superiores, el de la conspiración y exilio de 1948, el que consiguió que Federico Chaves lo nombrara comandante en jefe en 1951, el del golpe del 4 de mayo de 1954, el de la unificación y sometimiento del Partido Colorado, el de las purgas militares, el de la expansión hacia el Este, el de la represión inmisericorde a opositores de todo tipo, el de la corrupción como norma de convivencia, el de las grandes obras de infraestructura, el de la integración del país, el de la subordinación sin tachas a la política anticomunista de Washington y el del irrefrenable amor a las jóvenes apenas adolescentes.
De escritura ágil y clara, en un estilo periodístico dinámico, la lectura de este emocionante buceo en nuestra historia reciente, es al mismo tiempo dolorosa, agobiante y necesaria.
Dolorosa porque nos dibuja con precisión un Paraguay que no pudo o no supo escapar del subdesarrollo y la autocracia, agobiante porque nos detalla los pliegues internos y las intimidades de una dictadura que nos dejó como una de sus huellas una tremenda dificultad para hacernos ciudadanos, y necesaria porque nos enfrenta al espejo de nuestros fracasos, temores, cobardías y obsecuencias pero también a la historia heroica e inmensamente humana de quienes supieron resistir a tanta arbitrariedad: desde las ligas agrarias hasta los intentos armados, pasando por estudiantes, dirigentes partidarios que, en algunos casos, sufrieron un castigo de sevicia sin límites, como los comunistas.
Bernardo Neri Farina propone un hilo conductor como hipótesis del sistema stronista. Fue una autocracia antes que una dictadura militar. Es decir, el régimen que se inició en 1954 tuvo como vector central a la figura del general Stroessner. Así, en los capítulos 5 y 6, el golpe de 1954 y los primeros años, el lector podrá percibir cómo aquel militar de poco más de 40 años, iba hilvanando su propia centralidad en el poder a través de purgas tanto en el Partido Colorado como en las Fuerzas Armadas, al mismo tiempo que controlaba, reprimía y cooptaba a los movimientos estudiantil y obrero.
El general Stroessner fue conformando un anillo de lealtades a su persona que cruzaba al Partido Colorado, a las Fuerzas Armadas y figuras de su confianza personal. Supo deshacerse en los momentos oportunos de políticos que podían hacerle sombra tanto en la ANR como en las FF.AA, como el caso de Edgar L. Ynsfrán, defenestrado del Ministerio del Interior a mediados de la década del sesenta.
Bernardo Neri Farina nos invita a un iluminador recorrido hacia un modelo autocrático que nos moldeó y nos muestra que la llamada trilogía (Partido Colorado-Fuerzas Armadas-Gobierno) en realidad nunca existió. Es decir, la comprensión de la estructura stronista parte de que su sostenimiento se basó en realidad en un círculo que tenía en el centro al general presidente y, desde allí, se irradiaba el poder. Una trilogía sería una figura demasiado descentralizada para el grado de concentración del poder en el dictador.
Desde el modelo represivo que tuvo sus demostraciones de extrema crueldad en la represión de las guerrillas de fines de los 50 y principios de los 60 hasta la organización de la corrupción empotrada en el Estado, pasando por los beneficios y prebendas repartidos, la arquitectura y la ingeniería del régimen se sustentaron en aquel hombre de amores apasionados a adolescentes de poco más de 14 años.
La amoralidad y la inmoralidad como espejos permanentes de nuestra praxis cotidiana, la mediocridad con la desconfianza y/o la represión directa a la inteligencia, la concepción del Estado como botín de guerra, dejaron estelas indelebles en nuestra cultura política y nuestro quehacer cotidiano.
Este logrado esfuerzo de Bernardo Neri Farina de contarnos las cosas tal como fueron, sin perder la visión crítica de un observador que tiene una visión abiertamente comprometida con la aventura de la libertad, será de extraordinaria ayuda para entender por qué en esta transición nos ha costado tanto despojarnos de la herencia del dictador derrocado en febrero de 1989.
 Decíamos que el general Stroessner fue un hijo de su tiempo. Sólo que la soberbia del poder aparentemente sin límites, le impidió ver que esos tiempos fueron cambiando. No supo entender un sabio consejo de Nicolás Maquiavelo que afirma que "De todo esto es preciso concluir que aquellos que no saben mudar de método cuando los tiempos lo requieren, prosperan sin duda cuando van de acuerdo con la fortuna; pero se pierden luego que ésta se muda, no sabiendo seguirla en sus frecuentes variaciones" (El Príncipe, capítulo 25).
El tiempo de Stroessner había pasado con las redemocratizaciones en el Cono Sur, los giros hacia la región de la política de Washington que dejó de apoyar autoritarismos que se demostraron fracasados en lo económico y lo político, y el decaimiento de la Guerra Fría que había alimentado el anticomunismo.
La memoria es porosa al olvido, nos enseña Jorge Luís Borges en El Aleph. En nuestra desmemoria diaria, el stronismo y Stroessner parecen parte de una bruma que las nieblas del ayer van cubriendo con la tonalidad de lo definitivamente superado. Nada más engañoso en relación a las huellas del stronismo.
El aporte de Bernardo Neri Farina es esencial para comprender la presencia en el presente de ese pasado, descifrar enigmas de la mayor parte del siglo XX de nuestra historia, asumir que no pocos silencios y omisiones también ayudaron a la longevidad política del Supremo pero al mismo tiempo subrayar la heroicidad de quienes lo enfrentaron con todos los medios disponibles.
Hoy es siempre todavía, nos recuerda Antonio Machado. Esa es la sensación que nos deja este cautivante libro. Pese al dolor y al agobio que deja la lectura de la excelente inmersión en los entresijos de nuestra historia cercana que nos propone Bernardo Neri Farina, persiste la opción radical por la esperanza, porque alguna vez, desentrañando nuestros caminos de ayer, podamos construir un Paraguay libre y justo.


CARLOS MARTINI

Asunción, agosto 2003
 

 

INTRODUCCIÓN


 Le llamaban EL RUBIO. Otros le decían Alemán, algunos Gringo ra'y (hijo de gringo). Pero apelativos aparte, era Stroessner, un apellido sonoro y único en un país tan acostumbrado a las voces españolas. Fue el Supremo del Paraguay en el siglo XX. El hombre más poderoso que tuvo la república en su historia después de Gaspar Rodríguez de Francia, Dictador Supremo desde 1814 hasta 1840.
Por su apellido mismo, Stroessner comenzó rompiendo una rutina de nombres comunes en la vida militar y política del Paraguay en la centuria pasada. Después quebraría la rutina de los golpes de Estado recurrentes y los cambios constantes de presidente de la República. A tanto llegaban esos cambios durante un largo tramo de nuestra historia, que muchas veces la gente del pueblo ni se enteraba de que hacía días había un nuevo primer mandatario en el Palacio de López.
En ese tema de las sucesiones presidenciales, la del siglo XX en el Paraguay más que historia fue una historieta. Fue tan poco seria la ejecutoria política desde los albores de tal centuria que a nadie debe extrañar que a inicios del siglo XXI la cosa siga tan igual que antes. Los que hoy dicen "nunca estuvimos tan mal como ahora", no tienen idea le lo que pasaba en el Paraguay de generaciones atrás.
Desde 1954, Alfredo Stroessner impuso otra rutina al país. El caos y la anarquía eran un signo vital, un modus vivendi, estigmas a los que había que desterrar. Entonces desterró paraguayos. El destierro se hizo más rutinario porque había sido siempre una rutina en la historia del Paraguay.
Entendió que los militares y los dirigentes del partido que lo sustentaban, el Colorado, no eran leales a la persona, sino a los beneficios que les brindara esa persona. Y los corrompió con la posibilidad de la riqueza fácil, dejándoles robar impunemente al Estado o a quienes se ganaban la vida trabajando dura y honradamente. La corrupción se convirtió en rutina.
Quienes no se corrompieran ni tampoco comulgaran con sus métodos gubernativos, también se constituían en un peligro. Había que extirparlos. Y las persecuciones se tornaron rutina.
Sus opositores no tenían las intenciones más saludables hacia su persona; hablaban  de él con los dientes apretados y le auguraban un fin violento porque no podían pensar en  la vía electoral para derrocarlo (en el Paraguay, antes de 1989, las elecciones jamás fueron  un ejercicio democrático). Entonces no quedaba otro recurso que reprimir seriamente a los opositores. Y la represión adquirió carácter de costumbre.
Los opositores detenidos por la diligente policía política de El Rubio se negaban muchas veces a confesar sus "delitos", y la vía más expeditiva para llegar a las confesiones deseadas era un "interrogatorio más exhaustivo". La torturase erigió en la más dolorosa de las prácticas habituales.
Stroessner interpretó que las formalidades y el ritualismo democráticos eran importantes como rostro de su régimen. Y cuidándose de no dar ninguna oportunidad a la oposición, se hizo elegir 8 veces en consecutivos comicios quinquenales. Sus victorias electorales se volvieron un hábito adquirido.
Todo se hizo tan rutinario que el mismo Stroessner pasó a ser una rutina nacional, una costumbre enraizada muy fuertemente, una necesidad perentoria para que nada  cambiara, para que todo siguiera igual.
A ese estado de cosas, Stroessner llamó paz. A esa paz agregó otro factor esencial: progreso. Y el progreso fue real, innegable. Tangible como las persecuciones, la corrupción, la tortura, las vejaciones que la salvaje Guardia Urbana infligía a la ciudadanía; los destierros, las delaciones de los pyragüe, los robos al erario, los asesinatos en Investigaciones y las elecciones sin ningún dejo de democracia.
El progreso se hizo constante sobre todo entre los años 60 y 70: Asunción adquirió aspecto de ciudad y se sobrepuso, en 1959, a la vergüenza de ser la única capital sudamericana sin agua corriente. Se desarrolló el Este del país, floreció la agricultura (sobre todo en algodón y soja), se construyeron obras públicas sustanciales, aumentó el comercio exterior, se acrecentó la entrada de divisas, se organizó la economía (a instancias de los organismos internacionales que imponían obligaciones para continuar desembolsando préstamos) y hubo mayor dinamismo general.
Como un contrasentido a esa dinámica, el país no se pudo desarrollar en lo industrial y empresarial por culpa de ministros ladrones (como Delfín Ugarte Centurión y tantos otros), políticos inescrupulosos y militares codiciosos, que, aprovechando la impunidad que les brindaba Stroessner, impedían la instalación de capitales productivos: ante cualquier proyecto de producción exigían una buena cantidad de acciones de la empresa o directamente una cuantiosa coima como "protección", al estilo de la mafia. Esto hizo que empresarios nacionales y extranjeros que tenían intenciones serias de invertir en el Paraguay, huyeran despavoridos.
Stroessner perdió la oportunidad de hacer de éste un país serio. Porque como nadie tuvo el poder para hacerlo. Contó con unas condiciones inmejorables, con el apoyo norteamericano, la gran ayuda del Brasil y luego de los japoneses y los alemanes.
En los años 70, cuando el mundo se debatía en la desesperación que le causaban la crisis petrolera y el salto del precio del crudo con la consecuente suba de todos los combustibles, el Paraguay vivía la estruendosa y vivaz eclosión de dólares provenientes de la construcción de Itaipú. Esa lluvia de dólares, al final, no sirvió para el desarrollo del país sino para constituir una casta de nuevos ricos y romper todas las barreras al desenfreno, la ambición desmedida, la codicia extrema y el latrocinio más desvergonzado.
Al final, Alfredo Stroessner no pudo contra eso mismo que él engendró: el laberinto administrativo para hacer posible que todos pudieran "tragar" algo, "armarse" a costa del Estado y que después de eso la economía del país continuara sobreviviendo.
Stroessner no era un intelectual, un hombre capaz de abstraer un pensamiento y formular una teoría con algún fundamento científico en la que se sustentara su ejecutoria gubernamental. Stroessner era un militar con un pensamiento simplista, pragmático. Era, sobre todo, un intuitivo, porque se debe exclusivamente a su intuición el que haya sorteado tantas vicisitudes y cambios políticos con su carrera incólume para llegar a ser General de la Nación con sólo 37 años de edad. Todo un récord.
No se puede negar, sin embargo, que dentro de la simplicidad de su pensamiento tuvo atisbos de estadista porque en algún momento programó el progreso del país para mucho más allá de un simple período de Gobierno. Pero tropezó, primero, con el drama de tener que alimentar constantemente a la gigantesca y costosa maquinaria de la corrupción y luego con su propia incapacidad para tolerar la más mínima crítica a su ejercicio. Él desarrolló un acendrado narcisismo, a tal punto que menoscababa a sus propios colaboradores, incluyendo a los militares.
Lo controlaba todo porque no confiaba en nadie. Era un dictador en el más puro sentido de este término: dictaba lo que había que hacerse y el resto no debía hacer otra cosa más que cumplir.
Se aprovechó de esa debilidad sicológica tan propia de una buena parte de los paraguayos de obnubilarse ante un individuo que sabe demostrar su fuerza, más aún si este individuo es militar. Stroessner o manda kuaa (Stroessner sabe mandar), repetían con un dejo de admiración personas que ante otros mandatarios habían sido ariscos, levantiscos, contestatarios y hasta golpistas.
Su vocación de poder y su sagacidad política pronto le señalaron que no podía compartir nada, que debía desprenderse de todo aquel que pudiera hacerle sombra o discutirle una decisión. En las Fuerzas Armadas tuvieron que irse, en distintas etapas desde antes de 1954, todos aquellos que se negaran a serle incondicionales.
Entre los civiles, su poder militar hizo posible que se ganara para sus propios intereses al Partido Colorado, que estaba a punto de sucumbir en sus casi insalvables divisiones hasta que apareció Stroessner y la junta de gobierno de la ANR, presidida por Tomás Romero Pereira, se prendió de su saco. Propició y protegió una unificación del coloradismo que tuvo un sentido más de tregua interna que de unidad real.
Ahí también hizo purgas oportunas, comenzando por el emblemático Epifanio Méndez Fleitas, quien pensó en usar al Gringo como una catapulta a la presidencia de la República y terminó siendo usado él y luego vilmente radiado. Ningún civil hizo tanto como Méndez Fleitas para que Stroessner fuera presidente de la República en forma constitucional. Y así le fue. En 1959, Stroessner provocó una "depuración" masiva, tras ordenar el cierre del Congreso Nacional, y se desprendió del sector joven más racional del coloradismo, cuyos miembros terminaron en la cárcel o en el exilio. Sutilmente, con admirables golpes de estrategia política, desintegró las poderosas estructuras del sector Democrático y del Guión Rojo, además del Epifanismo, hasta que quedó él solo en el mando. En 1966, se quitó de encima al último gran peligro, al hombre que había perfeccionado el terrible sistema represivo contra la oposición, el que desde su intocable cargo de ministro del Interior puso su inteligencia y su falta de escrúpulos al entero servicio de El Rubio, pensando que después podía llegar a ser su sucesor: Edgar L. Ynsfrán.
Alfredo Stroessner aprendió muy bien la lección política que indirectamente le dejaron dos generales que le precedieron en la presidencia de la República: José Félix Estigarribia (1939 -1940) e Higinio Morínigo (1940 -1948).
Estigarribia, el hombre de mayor ascendencia nacional en su tiempo, comprendió que no bastaba su inconmensurable poder militar para gobernar. Necesitaba un sustento civil, un partido político. Y se aferró al Partido Liberal (por ser el más organizado en aquellos años) a instancias de su sector juvenil que venció la oposición de la dirigencia tradicional del liberalismo, que nunca estuvo de acuerdo con un Presidente militar, así fuera Estigarribia. Éste ejecutó su experimento político de tornarse dictador con la anuencia del partido. Jamás se sabrá cómo hubiera terminado tal experimento pues Estigarribia murió trágicamente en un accidente de aviación cuando apenas habían transcurrido un año y pocos días de su mandato.
Después vino Morínigo, encumbrado por los militares a la muerte de Estigarribia. El también pensó en un sustento civil a su régimen. Desconfiando de los partidos tradicionales, en un comienzo se rodeó de un pequeño movimiento de intelectuales católicos, denominado tiempismo, porque su vocero era un diario llamado El Tiempo. Luego, tras fracasar un intento de crear su propio movimiento político, hizo un Gobierno de coalición con febreristas y colorados. Finalmente optó por estos últimos como base Pero cometió un error: se apoyó en el Partido Colorado, mas dejó a éste en manos de sus propios dirigentes. Morínigo no se ocupó de conducir él mismo al partido. ** Ésta fue la lección sustancial que aprendió Stroessner: cuando obtuvo el apoyo del Partido Colorado, lo sometió directamente y él comenzó a dictar las normas partidarias, a decir quién se quedaba y quién se iba, a digitar quién sería quién en la estructura de la agrupación. No les permitió libertad de acción a los dirigentes pues sabía que éstos, con el tiempo, se volverían inmanejables y tal vez acabarían por conspirar directamente contra él mismo, como le ocurrió a Morínigo, que fue defenestrado por el propio partido al que permitió volver al poder. Stroessner no les dio tiempo ni espacio a los colorados.
 En contrapartida, Alfredo Stroessner le posibilitó a la Asociación Nacional Republicana una estructura que la convirtió en la más perfecta y eficaz maquinaria de poder. El Partido Colorado, gracias a El Rubio, organizó cuadros de control y dominio aun en los rincones más perdidos de la geografía paraguaya.
De ningún modo puede considerarse una dictadura militar al régimen que duró entre 1954 y 1989. No fueron las Fuerzas Armadas como corporación las que tuvieron la supremacía, aunque sus componentes hayan accedido a privilegios casi inauditos. Esa fue una dictadura enteramente autocrática, de un solo hombre. Fue la dictadura de Alfredo Stroessner y nada más. Los militares hacían lo que Stroessner ordenaba y punto. Todos hacían lo que Stroessner ordenaba y punto.
Stroessner siempre mandó solo. Para ello se valió del más asombroso sistema de "inteligencia" desarrollado en el Paraguay desde los tiempos de José Gaspar Rodríguez de Francia: los pyragüe, los informantes que muchas veces lo eran por simple vocación. Mozos de restaurantes, músicos, docentes, estudiantes, periodistas, locutores, empleadas domésticas, jardineros, almaceneros, choferes, taxistas, prostitutas, peluqueros, chiperas, lustrabotas, desocupados y un sinfín de tipos de personajes oficiaban de correveidiles de Stroessner a través de fieles intermediarios estratégicamente ubicados en la función pública.
Nada se le escapaba. Ni tan siquiera aspectos más íntimos de la vida privada de las personas. Él lo sabía todo y podía obrar en consecuencia.
Por otro lado, ningún gran negocio se podía hacer sin su anuencia o su conocimiento, por lo que estaba en condiciones de enterarse del patrimonio económico de todos los potentados y manejar eso políticamente. Un opositor no tenía la más mínima posibilidad de hacer fortuna. Para ganar plata había que alinearse o, en último caso, estar prescindente de ayudar política y financieramente a los adversarios de Stroessner. Si hubo excepciones a esta regla, en verdad fueron bien pocas y en tal caso tuvo que haber algún tipo de arreglo bajo cuerda.
Stroessner era, según la propaganda oficial, el patriarca, el gran padre cuya autoridad no podía ser enjuiciada en una patria que precisaba de él, de su cuidado, de su sabiduría para no caer en las garras de quienes querían destruirla. Su voz estaba por encima de la ley, porque la ley había sido hecha por meros mortales comunes proclives a equivocarse y él, El Rubio, era una semideidad nacida del inconsciente colectivo, un ser inmaculado en errores.
De acuerdo con el catecismo político nacional que entró a regir en 1954, Stroessner era la reencarnación de los padres de la patria, el nuevo adalid de la nacionalidad. El Paraguay giraba en torno a Stroessner y nadie debía hacer nada sin anuencia de Stroessner. Entonces se entró en el inmovilismo propio de toda dictadura. La gente comenzó a perder capacidad ejecutiva, posibilidad de iniciativa propia y hasta de criterio personal.
** Se acrecentó la masa en desmedro de la ciudadanía y a la par que Stroessner aumentaba su ascendencia dictatorial, los paraguayos mediocrizaban su propia voluntad individual. El Rubio se volvió enteramente rutina.
Las voces que desde fuera del país gritaban que eso era una aberración, apenas eran oídas. Primero porque nadie confiaba en que esas voces antiestronistas fueran de gente que realmente obraría distinto a Stroessner si hubiera llegado a instalarse en el poder, y segundo porque las voces internas que cantaban las trilladas loas al único Líder oficiaban como eficaces sordinas ante los reclamos opositores.
Así se fue perdiendo el sentido crítico y se desmontó el resto del criterio político de la masa. Era mejor rendirse a la voluntad de Stroessner porque así las cosas irían mejor, se construiría un país rico y progresista, habría paz, no se sucederían ya las tan destructivas revoluciones y golpes de Estado; las madres ya no llorarían a sus hijos muertos en las aventuras propiciadas por políticos desquiciados. El mensaje era rotundo. No dejaba de tener un buen porcentaje de razón, por otro lado, sobre todo refiriéndose a la anarquía y a la tilinguería de tantos políticos que no hacían otra cosa más que conspirar y conspirar para terminar inclusive conspirando contra sí mismos.
Se proclamó el concepto de que oponerse a Stroessner era oponerse a la patria. Lo democrático era apoyar al Líder y no luchar contra él. Se hizo carne la idea de que si no fuera por Stroessner vendrían los liberales para desatar una revolución por día o, peor aún, los barbudos comunistas para matar a todos.
Y el miedo también se volvió rutina. Como el silencio, la delación, la traición al compañero para congraciarse con el mandón. Los caciquillos emergieron en toda la geografía nacional para constituirse en fieles custodios del catecismo de don Alfredo. En reproducciones en miniatura de El Rubio. Lo suficientemente fuertes para imponerse a los de abajo, lo estrictamente necesario para no poner en peligro al de arriba.
Todo el peso de la historia de sometimientos se abatió sobre el Paraguay. Para ser libres del comunismo y del caos, había que someterse a Stroessner. Para se libres de la pobreza, había que someterse a Stroessner. Para ser libres había que someterse. No quedaba otro camino más que el sometimiento. Algunos se sometieron gustosos, otros se sometieron a la fuerza y quienes no se sometieron sufrieron las consecuencias.
Stroessner engendró aquella frase de "No hay que ser café con leche; hay que ser café o leche". Y ser café o leche significaba en términos simples, sufrir o gozar con Stroessner. Dependía del sometimiento. No había gradaciones en ese sometimiento. Era someterse o no. Café o leche.
Sin embargo, a tantos años de su defenestramiento, no es raro que, pese a todo lo que significó el stronismo para quienes no se sometieron, en el Paraguay haya hoy mucha gente con nostalgias de Stroessner. Lo añoran quienes no lo gozaron hasta el éxtasis, pero tampoco lo sufrieron demasiado; por supuesto, quienes con él tuvieron las llaves de una fortuna que rinde sus pulposos frutos hasta hoy y rendirá por varias generaciones más; aquellos que recibían apenas migajas, pero recibían; los que conocían las teclas precisas que debían tocar para sobrevivir sin esforzarse demasiado; incluso los indiferentes que no recibían ningún "beneficio" del régimen, pero identificaban perfectamente las reglas de juego y no las transgredían: podían decir que vivían tranquilos.
Porque eso sí, había reglas de juego por más que fueran tramposas. Uno sabía quién era quién; dónde estaban los blancos y dónde los negros; quién mandaba y quién obedecía; hasta dónde servía la ley y a partir de dónde era letra muerta. La sinrazón estaba escrupulosamente ordenada.
Después de El Rubio, ido el Líder, quedó una inmensa caterva de ubicuos que decidieron reorganizar cada uno por sí mismo el andamiaje para el robo que había dejado el general Stroessner. Todos querían barajar el mazo a su manera y a su conveniencia. Y entonces se perdió la brújula. Mandaban todos y no obedecía nadie.
Al desaparecer el que determinaba el cupo de saqueo al que tenía acceso cada uno, todos entraron a servirse de lo que encontraban en el camino. Se perdió la "jerarquía gradativa" que había entre los ladrones del tiempo de Stroessner y se entró a robar sin tener en cuenta la "justa" medida.
Por eso hay quienes piensan que luego de Stroessner se robó mucho más que antes del 89. No, de ninguna manera. Sólo que al irse el gato que regulaba las dentelladas al queso, todos los ratones entraron a mordisquear sin esperar turno ni orden.

¿Fue Stroessner una isla en nuestra historia o el resultado de un contexto nacional e internacional, de una coyuntura expresa que le dejó hacer y le permitió utilizar los métodos que utilizó porque no quedaba otro camino? ¿Se puede entender el stronismo sin saber lo que pasaba en el país y en el mundo en aquel tiempo y sin conocer a los personajes referenciales de aquella época? ¿Cuánto de leyenda y cuánto de realidad sigue habiendo sobre Alfredo Stroessner? Son preguntas que nos impulsan a internarnos en la stronología para buscar las respuestas posibles. Allá vamos.

 

 

 

EL ÚLTIMO SUPREMO

LA CRÓNICA DE ALFREDO STROESSNER

 

BERNARDO NERI FARINA

 

 

CAPÍTULO IX

 

EL RUBIO Y TÍO SAM

 

         Desde el mismo inicio de su Gobierno, Alfredo Stroessner gozó del favor norteamericano. Buscó con mucho afán una entrevista con el entonces presidente de Estados Unidos, Dwight David Eisenhower, y finalmente la obtuvo.

         La reunión se realizó en Panamá, el 23 de julio de 1956. Ése fue el inicio de una relación muy fluida entre Washington y El Rubio, relación que le posibilitaría a éste los medios para consolidarse y continuar en el poder en los años 50, a pesar de que algunas fuerzas opositoras intentaron por la vía de las armas derrocar a quien por esos años era considerado un proyecto muy bien delineado de dictador.

         ¿Qué habría motivado al Ejecutivo del país más poderoso del mundo a recibir al presidente de un pueblo pobrísimo, perdido en el corazón sudamericano y sumido en el más inmejorable subdesarrollo?

         Para atisbar una respuesta habría que tener en cuenta las muy peculiares condiciones de aquel año: 1956. Muchos historiadores lo recuerdan como El año del miedo. Fue un año caliente, como paradójicamente fueron en su generalidad los años de la Guerra Fría.

         El camarada Nikita Sergeievitch Kruschev fortalecía su poder como premier soviético tras la terrible era stalinista y luego del histórico XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética, llevado a cabo el 14 de febrero de 1956. Kruschev, no obstante renegar de las atrocidades de Stalin, seguía manteniendo una política sumamente dura contra Estados Unidos y atacaba sin piedad a Eisenhower, quien en esos momentos buscaba su reelección como presidente de la nación norteamericana (que la conseguiría luego, en el mes de noviembre).

         Ese año, también, los soviéticos aplastarían con crueldad los levantamientos anticomunistas en Polonia y Hungría.

         Washington temía que el comunismo se extendiera a Sudamérica, y el Paraguay, país pobre y subdesarrollado enclavado en medio del Brasil y la Argentina, podía ser un blanco perfecto para una incursión soviética.

         Stroessner sabía del temor norteamericano y fortaleció su discurso anticomunista. Con esto, abría las manos a las dádivas del Norte, que redondearon cifras importantes para aquella época.

         En 1955 El Rubio había promulgado la Ley Nro. 294 de Defensa de la Democracia, mediante la cual podía evitar o reprimir cualquier manifestación popular contra el Gobierno, bajo el pretexto del combate al comunismo. Por dicha ley, la pertenencia "ostensible o secreta" de un individuo al Partido Comunista era considerada delito.

         La 294 fue deliberadamente ambigua como para permitir acusar de comunista a cualquiera que se opusiera al Gobierno y al mismo tiempo instituyó la obligatoriedad de la delación. Todo funcionario estaba forzado por esa ley a denunciar a su prójimo ante la menor sospecha de que fuera comunista. Si no, él mismo podía ser acusado de connivencia con el sospechoso.

         De acuerdo con el artículo 7, se disponía pena de destitución y reclusión penitenciaria a los "funcionarios públicos encargados de la prevención y persecución de los delitos previstos en esta ley, que omitieran, deliberadamente o por negligencia, tomar las providencias respectivas para evitar la comisión de dichos delitos o que teniendo conocimiento de ellos no tomaren las medidas necesarias para la detención y enjuiciamiento de los culpables".

         Los pyragüe no sabían a quién temer más: si a los comunistas o a la ley que les obligaba a actuar con mano sumamente dura ante cualquier indiciado de ser simpatizante del comunismo.

         La 294 expresaba igualmente que el Ejecutivo clausuraría cualquier instituto de enseñanza que no excluyera de sus cuadros a aquel directivo, docente o administrativo que estuviera afiliado "ostensible u ocultamente" al comunismo.

         Algunos memoriosos políticos señalan que el proyecto había sido elaborado por Guillermo Enciso Velloso, embajador paraguayo en Washington. La ley tenía fuertes resabios maccarthistas aunque el senador Joseph Raymond McCarthy, aquel perseguidor de comunistas en los Estados Unidos, había sido cesado por un voto de censura de sus propios colegas en 1954.

         Esa ley de Stroessner dio a Eisenhower la seguridad de que el comunismo no tenía posibilidades de filtrarse en el Paraguay en cuanto estuviera El Rubio, y tras aquel encuentro en Panamá, Norteamérica incrementó su presencia cooperativa en el Paraguay. Además, el aval norteamericano sirvió para que el país captara préstamos de organismos financieros internacionales como el Banco Interamericano de Desarrollo y el Banco Mundial, dos brazos de la política exterior norteamericana posterior a la II Guerra Mundial, creados junto con el Fondo Monetario Internacional y la Alianza del Atlántico Norte (OTAN).

         Una de las primeras ayudas importantes para el Paraguay de Stroessner fue el préstamo del Eximbank y el Development Loan Fund, por 9 millones de dólares, para la construcción del sistema de agua corriente y alcantarillado sanitario en Asunción.

         Los préstamos norteamericanos y de organismos internacionales dominados por Norteamérica continuaron llegando y contribuyeron a crear otra de las condiciones que posibilitaron que Stroessner permaneciera tanto tiempo en el poder: la sistematización de la corrupción.

         Del dinero que ingresaba, sólo una parte era destinada a obras públicas. El resto se repartía entre los jerarcas políticos y militares con absoluto desparpajo.

         Los norteamericanos sabían de esto, pero se consolaban con el anticomunismo rabioso de Stroessner. Los rojos no entrarían mientras los colorados mandaran. El Rubio, por su parte, miraba indolente a sus cortesanos sumidos en una impúdica repartija de bienes públicos. Esto constituía lo que, tratando de acallar la voz de alguna famélica conciencia, se denominaba El precio de la paz.

 

         LA MANO DE IKE

 

         Dwight David Eisenhower, más conocido por su apodo de Ike, héroe de la II Guerra Mundial y presidente de los Estados Unidos por dos períodos consecutivos entre 1953 y 1961, fue un aliado más de Stroessner a quien trataba de mi "leal amigo" y llenaba de recursos económicos para tentar el crecimiento del Paraguay. Entre 1954 y 1960 el Paraguay recibió aproximadamente 30 millones de dólares de ayuda norteamericana, una cifra fabulosa para aquellos tiempos.

         El embajador Walter C. Ploeser, quien sustituyó en el cargo a Arthur H. Ageton a partir del 13 de agosto de 1957, fue el brazo ejecutor de la política de ayuda de Eisenhower a Stroessner. El diplomático se tornó un agente del Paraguay en los Estados Unidos y negoció la radicación de capitales en el país. Fruto de sus negociaciones fue, por ejemplo, la instalación en Asunción del First National City Bank, en 1958.

         Ploeser, quien consiguió préstamos para mejorar la telefonía y el aeropuerto internacional así como varias rutas en el éste del país, sin embargo fracasó en las gestiones para un crédito norteamericano con miras a la expansión de la Flota Mercante del Estado. Ante la negativa norteamericana de financiarle la compra de barcos, Stroessner acudió más tarde al gobierno del Japón, que dio los fondos necesarios para adquirir los buques. Este hecho disgustó a Washington, que no veía con buenos ojos la injerencia de otros gobiernos en los asuntos del Paraguay. La diplomacia del canciller Raúl Sapena Pastor pudo, sin embargo, revertir hábilmente esta situación y los japoneses pasaron a formar parte del sustento financiero del gobierno paraguayo.

         Walter Ploeser dimitió a su cargo de embajador en el Paraguay y regresó a su país el 12 de setiembre de 1959. En su lugar fue designado Harry F. Stimpson Jr., quien presentó sus cartas credenciales a Stroessner el 23 de octubre de 1959. Al embajador Stimpson le tocaría vivir la dura época de las incursiones guerrilleras, las represiones violentas y las persecuciones internas en el Partido Colorado a finales de esa década.

 

         LA VENIDA DE NIXON

 

         Un gesto indudablemente importante de Eisenhower hacia Stroessner fue la visita al Paraguay, el 4 de mayo de 1958, del vicepresidente de los Estados Unidos de América, Richard Nixon, quien pese a las críticas recibidas por parte de la prensa regional, quedó "satisfecho" de su breve periplo por Asunción.

         Los diarios de Uruguay, específicamente, deploraron la venida de Nixon a Asunción dado el carácter "dictatorial" del régimen de Stroessner.

         Tras esa visita y dada la presión norteamericana para una apertura institucional, Stroessner permitió que el domingo 27 de julio de 1958 el Partido Liberal llevara a cabo una convención abierta en el Teatro Municipal. El problema fue que los liberales exiliados no pudieron ingresar al país para el acto, pese al pedido elevado para el efecto al Ministerio del Interior. Esta convención no hizo más que crear resentimientos entre los liberales desterrados y los que permanecían aquí.

         Esta pequeña muestra de "apertura" no causó mucha impresión en Washington, y quizá para no dar pie a conjeturas respecto a un acercamiento muy estrecho, y por consejo de sus asesores en cuestiones latinoamericanas, Eisenhower envió una delegación de tercer orden para la segunda asunción presidencial de Stroessner, el 15 de agosto de 1958.

         Pero Ploeser, cada vez más cercano a Stroessner, siguió frecuentando al presidente paraguayo y no dejaba pasar ocasión para instarle a una democratización real del Gobierno. El Rubio tenía siempre un pretexto para no complacerle y uno de ellos era la dureza de los ataques que recibía, a través de la prensa extranjera, de parte de los exiliados paraguayos en el exterior.

         En 1959 el Presidente dio unos pasos, entre ellos el levantamiento del estado de sitio, que parecían encaminados a una verdadera apertura institucional. Dichos pasos, empero, fueron abortados cuando Stroessner endureció totalmente su Gobierno al cerrar el Poder Legislativo y enviar al exilio a varios de sus miembros, todos componentes del sector más crítico del Partido Colorado.

         La represión política de Stroessner se vio sobada luego por la incursión guerrillera que terminó en un desastre de las fuerzas irregulares y motivó un duro escarmiento por parte de las tropas militares, la policía política y los milicianos colorados. En esa época se vio la primera muestra de lo sanguinaria que podía ser la respuesta del régimen de El Rubio a cualquier intento de levantamiento armado.

         Al mismo tiempo que Stroessner se endurecía, Eisenhower iba acabando su segundo y último período presidencial viendo que su delfín republicano, Richard Nixon, era sobrepasado por la deslumbrante figura del joven, rico, demócrata y católico John Fitzgerald Kennedy.

 

         LA ERA DE LAS DROGAS

 

         Poco antes de que dejara su cargo, Eisenhower tuvo un sobresalto respecto a Stroessner debido a un tema que comenzaba a preocupar sobremanera al gobierno federal norteamericano: el tráfico de drogas desde América Latina al Norte y su vinculación con jerarcas militares y policiales del Paraguay.

         El 7 de setiembre de 1960, en un oscuro caso que nunca tuvo dilucidación pública, un presunto agente de la Oficina Federal de Narcóticos y Drogas Peligrosas, (BNDD), fue asesinado de la manera más terrorífica: murió, junto con otros 24 pasajeros y 6 tripulantes, mientras viajaba a bordo de un DC-6B de Aerolíneas Argentinas cuando una bomba explotó dos horas después de que la nave saliera del aeropuerto internacional de Asunción. En realidad, el tal agente nunca fue identificado. Al principio se sospechó que fuera el fotógrafo Ladislao Solt, reportero gráfico del diario La Tribuna, quien viajaba en dicho vuelo. Sin embargo, nadie pudo confirmar esto. En la nave también murieron varios prominentes miembros de la sociedad paraguaya, así como dos diplomáticas norteamericanas que prestaban servicio en Buenos Aires: Astrid Engeland y Lorraine Connaughton.

         Oficialmente, el caso quedó como un accidente producido por un rayo, aunque fuentes de la investigación dejaron deslizar hacia la prensa que hubo pruebas técnicas irrefutables de que fue un atentado terrorista. Tanto el gobierno paraguayo como el argentino, presidido entonces por el doctor Arturo Frondizi, guardaron un completo silencio acerca del tema. En 1991 se reabriría judicialmente el caso en Asunción por pedido de la abogada Fátima Burgstaller, cuyos padres fallecieron en aquella ocasión. Sin embargo, el proceso para que se conociera la verdad de los hechos nunca prosperó.

         Por otra parte, sucesivos gobiernos norteamericanos continuaron investigando la conexión Asunción del narcotráfico y el 23 de setiembre de 1961 otro presunto agente del BNDD, Pedro J. Prokochuk, fue abatido frente al cine Splendid, en pleno centro capitalino, por un agente de Investigaciones y el instructor de torturadores Batric Kontic. En la ocasión también murió el policía Rubén Torres G.. Este hecho motivó la separación de Erasmo Candia de la jefatura de Investigaciones, que pasó a ser interinada por un tiempo por el propio jefe de Policía, Ramón Duarte Vera, hasta el nombramiento de Alberto Planás.

         En los años sucesivos, el tema de las drogas quedaría opacado por otro que a los norteamericanos les parecería por entonces más urgente enfrentar: el comunismo.

 

         LA IRRUPCIÓN DE KENNEDY

 

         El 20 de enero de 1961, John Kennedy asumió como presidente de los Estados Unidos de América cuando sólo tenía 43 años de edad.

         Al más joven de los jefes de Estado de Norteamérica le tocó vivir la época del peligroso recalentamiento de la Guerra Fría. Nikita Kruschev había asegurado el 6 de enero del 61 que la victoria comunista en el mundo se daría "gracias a las guerras de liberación" en África, Asia y América latina.

         En relación con nuestro continente, Kennedy basamento su estrategia anticomunista en el desarrollo social de los pueblos y en la promoción de gobiernos democráticos. Surgió entonces la Alianza para el Progreso (ALPRO), creada en 1961 en Punta del Este, Uruguay, y de la que formaron parte todos los países del continente, excepto Cuba.

         Más allá del ámbito gubernamental, la Alianza despertó expectativas positivas en el Paraguay y originó algo que tendría suma trascendencia posteriormente: la organización de los productores campesinos, hasta entonces marginados de toda decisión que los involucrara. Para esperar los beneficios de la ayuda norteamericana se gestó lo que luego se dio en llamar Ligas Agrarias Campesinas. La base se fundó en Caaguazú, en 1962.

         Al mismo tiempo que se desarrollaba la filosofía de la Alianza, Kennedy aumentó la ayuda económica y militar a Sudamérica prácticamente a discreción en su intento de frenar a Kruschev.

         En junio de 1961, el jefe de la Casa Blanca comisionó a la región, como su enviado particular, al representante norteamericano ante las Naciones Unidas, Adlai Ewing Stevenson. El mismo, ante las críticas recibidas antes de su arribo a Asunción debido a que iba a entrevistarse con "un dictador", señaló claramente que "mi viaje no ha sido programado sobre la base de preferencias personales".

         El día anterior a la llegada del enviado de Kennedy, Stroessner expulsó del país a tres notorios líderes opositores: el febrerista Rafael Franco, el liberal Carlos Pastore y el democristiano Jorge H. Escobar.

         La misión de Stevenson era presionar a los gobiernos sudamericanos para una mayor apertura democrática y mejores condiciones de vida a la población como requisitos ineludibles para que continuaran recibiendo el apoyo económico estadounidense a través de la Alianza para el Progreso.

         Stevenson comprobó que Stroessner tenía el mando absoluto de la situación paraguaya, y aunque El Rubio se mostró reticente a una apertura democrática total debido al temor a las fuerzas subversivas, el enviado de Kennedy partió de Asunción con "gran esperanza en el Paraguay".

         Las presiones políticas del gobierno norteamericano y directamente aquella visita de Stevenson, indujeron a Stroessner a preparar una presunta apertura democrática para dar pie a elecciones con participación opositora en 1963. Un elemento decisivo para ello fue el ministro del Interior, Edgar L. Ynsfrán, quien tuvo como misión convencer a los liberales.

         Como método disuasivo, se les permitió a éstos una actividad más abierta; incluyendo reuniones y hasta bailes partidarios donde se tocaba la legendaria polka 18 de Octubre, símbolo musical de los seguidores del liberalismo paraguayo.

         Un sector bastante importante del Partido Liberal tenía desde 1956, luego del fracaso del intento de golpe conducido por el coronel Alfredo Ramos, el pensamiento de que el camino de la lucha armada estaba definitivamente cerrado. Por eso mismo, la cúpula partidaria no acompañó en forma corporativa el intento guerrillero del movimiento 14 de Mayo, que fue totalmente batido a comienzos de 1962.

         Aquel sector liberal se avino a participar en las elecciones de 1963, mediante las cuales Stroessner lograría su segunda reelección con el ingrediente de que hubo "oposición", con lo que respondería a los reclamos de Washington. El candidato liberal fue el doctor Ernesto Gavilán, cuya "derrota" electoral fue contundente.

         Las elecciones se llevaron a cabo el 10 de febrero de 1963. En esa oportunidad no sólo se tuvo la novedad de la oposición, sino que también por primera vez en la historia del Paraguay votaron las mujeres, que habían accedido por la Ley 704 del 5 de julio de 1961 al pleno derecho de poder elegir y ser elegidas "en las mismas condiciones que el hombre, para cualquier magistratura y funciones electivas". Mucho antes, por la Ley 236 del 6 de setiembre de 1954, el gobierno de Stroessner había reconocido los derechos civiles de la mujer.

         Cinco meses después de aquellas elecciones, el 10 de julio de 1963 Stroessner promulgaba la Ley Nro. 876 por la cual se aprobaba y ratificaba "la Convención Interamericana sobre concesión de los derechos políticos a la mujer, suscrita en la IX Conferencia Internacional Americana, en Bogotá, el 2 de mayo de 1948".

         Todas esas concesiones de El Rubio conllevaban un objetivo directo: seguir recibiendo el apoyo financiero norteamericano.

         La Alianza para el Progreso jamás tuvo los resultados esperados en cuanto al desarrollo económico y social de los países latinoamericanos. Sobrevivió a su creador, John Kennedy, pero terminó definitivamente en 1970, cuando ya estaba en el poder el republicano Richard Nixon, aquel desprolijo y derrotado rival de Kennedy en las elecciones de 1960.     

         Pero quizá la herencia más trascendente de John Kennedy a nivel continental fue la Escuela de las Américas. Creada en julio de 1963 e instalada en Panamá, fue el más importante centro de adiestramiento de militares latinoamericanos para la lucha contra el comunismo. Allí, los hombres de armas de nuestro continente (varios de nuestro país) aprendían a pensar y a actuar como lo haría un norteamericano. No pocos acusaron a la Escuela de las Américas de ser un instituto donde se enseñaban depuradas y sistematizadas técnicas de tortura.

         Las Fuerzas Armadas paraguayas tenían ya tenía inficionada su mente por el virus de la Doctrina de la Seguridad Nacional, que proclamaba que el enemigo no estaba afuera sino, dentro del propio territorio; el enemigo no era precisamente extranjero, era mayoritariamente compatriota; el enemigo era el comunismo y había que exterminarlo de cualquier manera.

 

         DE KENNEDY A JOHNSON

 

         John Fitzgerald Kennedy cayó asesinado en Dallas el 22 de noviembre de 1963. Aunque había triunfado en la denominada crisis de los misiles en Cuba, en que se impuso a Kruschev, se fue con la preocupación que le causaba la posible expansión del comunismo al sur del continente americano, tras su claudicación en la Bahía de los Cochinos, Cuba, el 15 de abril de 1961, justo tres días después de lo que él consideró una derrota catastrófica: la puesta en órbita de Yuri Gagarin, el primer hombre en el espacio, por parte de la Unión Soviética.

         Su temor principal se fijaba en el Brasil. Allí había un Gobierno, el de Joao Goulart, que no le inspiraba confianza. Ese tema quedó para su vicepresidente y sucesor, Lyndon B. Johnson, un demócrata con perfil republicano que no tuvo remilgos para actuar en consecuencia.

         El golpe militar en el Brasil contra el Gobierno del presidente Goulart, el 1 de abril de 1964, constituyó la primera expresión de mano dura de los norteamericanos en la región tras su fracaso por impedir el comunismo en Cuba. Goulart estaba en la mira norteamericana por las libertades que otorgaba a los socialistas y a los comunistas. La CIA y el embajador de los Estados Unidos en Brasilia, Lincoln Gordon, tuvieron directa participación en el levantamiento de los militares brasileños, por orden directa del presidente Lyndon B. Johnson, sucesor de John Fitzgerald Kennedy tras el asesinato de éste.

         Ya en tiempos de Kennedy, el régimen de Goulart permanecía bajo "vigilancia". No se debe olvidar que en 1962 el Gobierno del Brasil fue intermediario directo en las negociaciones entre Estados Unidos y Cuba durante la llamada Crisis de los Misiles. El presidente norteamericano temía por la aproximación cada vez más ostensible entre Goulart y Fidel Castro.

         Por ese mismo hecho, en el Brasil había sectores muy fuertes que deseaban el alejamiento de Goulart, considerado un presidente "muy permisivo y manipulable". Los sectores más racionales querían que se optara por una salida constitucional y no por un golpe militar. Entre quienes pensaban así se encontraba el ex presidente Juscelino Kubitschek, quien consideraba a Goulart un peligro para la democracia por su debilidad ante la anarquía, que iba ganando espacio en el enorme país. No previó, pese a todo, que la democracia acabaría por mucho tiempo en el Brasil tras el golpe que pegaron los militares.

         Antes del levantamiento castrense, Goulart, apremiado por sectores militares, empresariales y por las grandes cadenas de periódicos brasileños, pensó seriamente en tomar medidas extremas para salvar su situación personal o, en algunos términos, su Gobierno: la primera opción era renunciar; la segunda, tornarse un Presidente meramente decorativo "cuya única función fuera cortar cintas en las inauguraciones"; la tercera, un autogolpe, disolviendo el Congreso y asumiendo todos los poderes.

         No tuvo tiempo para decidir con cuál de las opciones quedarse: los militares lo echaron antes, azuzados por los Estados Unidos que temían la tercera alternativa, es decir, el autogolpe con el cual Goulart podía haber quedado a merced de los comunistas. Un Brasil comunista hubiera sido la catástrofe para Washington.

         El presidente Johnson aplaudió el golpe militar e incluso pidió un reconocimiento mundial por ese hecho, aún cuando sus colaboradores le advirtieron que los militares brasileños estaban cometiendo excesos y metiendo presa a mucha gente. Ante esta alusión, Johnson se limitó a contestar: "Ojalá hubieran metido presos a muchos tipos antes de que tomaran Cuba". Se refería indiscutiblemente a los comunistas, contra los cuales se había dirigido la acción en el Brasil.

 

         UN GESTO CON GOULART

 

         Goulart había sido el primer presidente brasileño con quien Stroessner habló de la posibilidad del aprovechamiento hidroeléctrico conjunto en los Saltos del Guairá, que años más tarde concluiría con la construcción de Itaipú. Eso ocurrió el 19 de enero de 1964, poco antes de la caída de aquél, cuando ambos mandatarios se reunieron en una estancia del Pantanal, propiedad de Goulart, para tratar la crisis de los Saltos.

         El 17 de octubre de 1963, los gobiernos de Stroessner y Goulart habían firmado un amplísimo "Acuerdo básico de cooperación educacional, científica y cultural", que sustituyó al que se signó entra el Paraguay y el Brasil el 24 de mayo de 1957.

         No obstante aquel acercamiento, El Rubio quedó impertérrito ante el golpe contra el Gobierno brasileño: habiendo sido ordenado por los Estados Unidos, no había nada más que decir. Él, por su parte, estaba fortalecido y con pleno dominio de la situación interna del Paraguay.

         Pero quizá recordando aquel acercamiento con Goulart, Stroessner tendría años después un gesto realmente llamativo con él. El ex presidente brasileño vivía exiliado en el Uruguay tras su derrocamiento y temiendo por su vida dada la serie de asesinatos políticos en la región, decidió ir a vivir a Inglaterra. Sin embargo, la falta de pasaporte le impedía viajar. El gobierno militar brasileño le negaba sistemáticamente el documento. En 1973, Alfredo Stroessner en persona le invitó a visitar Asunción y en una cena en Mburivicha Roga le entregó un pasaporte paraguayo. Goulart pudo así salir del continente y ponerse a salvo de un posible atentado.

 

         EL RUBIO EN WASHINGTON

 

         Como muestra de su adhesión incondicional a Washington, Stroessner envió en 1965 un contingente militar que se plegó a la llamada Fuerza Interamericana de Paz, durante la intervención de Estados Unidos en la República Dominicana. Norteamérica invadió aquella nación y pidió ayuda a otros países del continente para apoyar a la junta Militar que usurpaba el poder dominicano tras derrocar al presidente Juan Bosch, en 1963. Se aludía el peligro de que el comunismo lograra otro importante enclave en el continente.

         Aquellas tropas paraguayas estuvieron comandadas por el coronel Roberto Cubas Barboza, el mismo que cuando capitán, en 1955, había sido utilizado por Stroessner para crear en la Caballería el artificioso cisma que posibilitaría la destitución del comandante de la unidad, mayor Virgilio Candia, apoyo militar de Epifanio Méndez Fleitas, para posteriormente accionar contra este político y lograr su destierro.

         Llamativamente, tras retornar de República Dominicana donde cumplió una labor muy loada por los propios norteamericanos, Cubas Barboza fue pasado a retiro y confinado a la zona del Alto Paraná, donde moriría en 1989 a raíz de un trágico accidente de aviación.

         Nunca se supo la razón concreta por la que Stroessner lo sacó de los cuadros activos de las fuerzas armadas y lo castigó tan severamente.

El 19 de febrero de 1968, pletórico de sus lazos con los norteamericanos, Stroessner consiguió su tercera reelección y pocos días después, el 9 de marzo, viajó a los Estados Unidos de América, invitado por su colega norteamericano, Lyndon B. Johnson.

         Se hallaba en la cúspide de su romance con Washington.

 

         NIXON Y EL COMIENZO DEL FIN DEL IDILIO

 

         El 20 de enero de 1969, Estados Unidos de América tuvo un nuevo presidente: Richard Nixon, el republicano que en su calidad de vicepresidente del Gobierno de Eisenhower había visitado el Paraguay el 4 de mayo de 1958.

         Nixon, oriundo del estado de California, era quizá el político más odiado por la prensa de su país. Tanto, que ésta incluso le retaceó legitimidad por el muy escaso margen de su victoria: 43,4 por ciento contra el 42,7 por ciento del demócrata Hubert Humphrey, ex vicepresidente de Johnson, en unas elecciones a las que concurrió un muy bajo porcentaje de electores. Nixon no ganó en una sola ciudad importante.

         Su sempiterna guerra con la prensa acabaría destruyéndolo con el caso Watergate, a pesar de que Nixon quedaría para la historia por haber sido el presidente norteamericano que acabó con la guerra de Vietnam y el que abrió el camino hasta entonces infranqueable de las relaciones con China comunista.

         Nixon fue el último presidente norteamericano con quien Stroessner vivió un período de idilio como en los viejos tiempos. Sin embargo, durante esa misma administración republicana ocurrirían hechos que enturbiarían todo y comenzarían a suscitarse pequeños problemas que irían minando las relaciones paraguayo norteamericanas.

 

 

         LA RESPUESTA A ROCKEFELLER

 

         Muy poco tiempo después de asumir la presidencia de los Estados Unidos, Nixon envió a Sudamérica a un representante oficial suyo, el entonces gobernador de Nueva York Nelson Rockefeller.

         Éste arribó a Asunción el 19 de junio de 1969, en medio de encendidas manifestaciones estudiantiles en su contra, que tuvieron como epicentro el Colegio Cristo Rey y la Facultad de Ingeniería, que en ese tiempo estaba instalada en España casi Brasil.

         Esa era una época de gran sensibilidad en la gente joven. La mezcla que configuraban el centelleante rock sicodélico, la subcultura hippie, el pacifismo, la rebeldía ante la injusticia, la ansiedad de protestar contra todo lo impuesto, el reflejo de las cada vez más fuertes reacciones contra la guerra de Vietnam en la propia Norteamérica, había dejado su influencia en una dirigencia estudiantil paraguaya sumamente combativa y altamente concientizada de su papel dentro de la sociedad.

         Por otra parte, Rockefeller no fue la mejor elección de Nixon como un enviado suyo a América Latina y específicamente al Paraguay. Rockefeller sonaba a Standard Oil, a explotación, a culpabilidad por la Guerra del Chaco.

         La visita de Rockefeller dio a aquella juventud estudiosa el oportuno pretexto para manifestarse pública y duramente contra el gobierno de los Estados Unidos y específicamente contra su apoyo al régimen imperante en el Paraguay. Aquellas fueron jornadas con marchas callejeras, enfrentamientos con la policía, quema de bandera norteamericana incluida. La policía tuvo que recurrir al uso masivo de gases lacrimógenos contra los manifestantes.

         La represión policial fue extremadamente dura y dio impulso a un largo período de persecuciones que se tradujeron en el apresamiento e incluso el exilio de varios jóvenes que emergían como líderes: Euclides Acevedo, José Luis Simón, Juan Carlos Herken y Basilio Bogado Gondra, entre otros tantos.

         Los del 69 se constituyeron en los más vigorosos actos de protesta juveniles contra el Gobierno desde el año de 1958, y tuvieron como protagonistas principales a los estudiantes. Fue como un despertar, un redimensionamiento de la capacidad de condena al influjo del pensamiento predominante en esa originalísima década de los años 60, de la utopía por la utopía y la revolución por la revolución.

 

         LOS HÉROES DE LA HEROÍNA

 

         No se habían apagado aún los ecos de aquellas jornadas de junio del 69, cuando se gestó el primer gran caso que crisparía las relaciones del Gobierno de Stroessner con el norteamericano, hasta ese entonces bastante afables.

         A mediados de 1970, agentes de la Oficina Federal de Narcóticos y Drogas Peligrosas (BNDD) de los Estados Unidos descubrieron que Asunción se había convertido en el punto de partida de grandes cargamentos de heroína hacia los Estados Unidos.

         Los informes de aquella época hablaban de un promedio de 100 kilogramos por quincena. La carga iba desde la capital paraguaya hasta Panamá y de allí, a través del mar Caribe, hasta Miami.

         El recordado artículo de Nathan Adams publicado en la revista Selecciones de julio de 1973, consignaba que el tráfico estaba protegido en el Paraguay por funcionarios y militares corruptos. Citaba entre ellos a Pastor Milciades Coronel, jefe de Investigaciones (la policía política de Stroessner), y a los generales Andrés Rodríguez, comandante de la Caballería, y Patricio Colmán, comandante del regimiento de infantería N° 14, quienes "arrendaban sus fincas a los contrabandistas para que les sirvieran de pistas de aterrizaje por un precio que llegaba a 25.000 dólares por avión".

         Adams afirmaba que Rodríguez, "quizá el general más poderoso del Paraguay, también era socio anónimo de TAGSA, servicio de taxis aéreos cuyos pilotos trabajaban horas extraordinarias como correos de la organización criminal".

         Las investigaciones posteriores permitieron llegar hasta el cerebro de dicha organización: Joseph Auguste Ricord, también conocido como André, un francés delincuente y aventurero, de vida azarosa, que había huido de su Francia natal y se refugió en la Argentina donde comenzó con el negocio de enviar drogas a Estados Unidos.

         En 1967 había llegado a Asunción y aquí ocultó la verdadera naturaleza de sus actividades explotando un pequeño hotel y restaurante, el París Niza, en su muy concurrido local sobre la avenida Félix Bogado.

 

         LA ODISEA DE RÍCORD

 

         El 15 de marzo de 1971, el gran jurado federal de Nueva York acusó formalmente a Ricord por el tráfico de drogas a los Estados Unidos.

         Con el documento de acusación en la mano, el hombre de la BNDD que se encontraba en Asunción tras los pasos del francés, recurrió al subsecretario del Ministerio del Interior, Miguel Ángel Bestard, para lograr la captura del narcotraficante y luego embarcarlo a los Estados Unidos de manera casi clandestina. El temor del agente norteamericano era que una vez que los funcionarios paraguayos cómplices de Ricord se enteraran de su detención, accionaran de alguna forma para liberarlo nuevamente.

         Bestard designó a tres policías quienes, después de una persecución desde el motel París Niza hasta el puerto de Ita Enramada, capturaron a Ricord.

         Entonces se originó una verdadera lucha contra el tiempo. El agente antinarcóticos quería sacar inmediatamente a Ricord del Paraguay, pero no pudo conseguir un avión desde su país; Bestard comenzó a sufrir fuertes presiones para soltar al detenido y además intervino el embajador de los Estados Unidos, John Raymond Ylitalo, quien quería hacer las cosas legalmente, es decir, pretendía una extradición por las vías judiciales normales.

         El representante diplomático incluso se negó a conversar directamente con Stroessner sobre el caso, pues insistía que debía haber una extradición dictada por los estrados judiciales.

         El Rubio también buscó aquietar las aguas para que el incidente adquiriera un cariz netamente procesal. Sabía que el tema embarraba a varios hombres de su entorno más cercano.

         El 21 de mayo de 1971, el secretario de Estado de Norteamérica, William Rogers, firmó la solicitud oficial de extradición de Joseph Auguste Ricord y se la envió a la Justicia del Paraguay.

         Ricord nombró como abogado a Roberto Velázquez Escobar, hombre muy cercano a varios jerarcas del Gobierno, y consiguió que el 31 de diciembre de 1971 el juez Bedoya denegara el pedido de extradición porque el Tratado del 26 de marzo de 1913 entre ambas naciones no contemplaba el caso de los narcotraficantes.

         Entonces sí se desató el enojo del gobierno de Nixon. Ricord era un hombre demasiado importante para Washington y no iba a tolerar que un país como el Paraguay impidiera extraditarlo.

         Felizmente para los norteamericanos, a pesar de no permitir la entrega de Ricord, el juez le pidió al francés una suma exorbitante para esos tiempos a cambio de su libertad condicional: 40 millones de guaraníes que equivalían a 317.460 dólares al cambio de ese         momento (126 guaraníes por dólar). El detenido aludió no poseer esa suma y tuvo que permanecer en la prisión de Tacumbú, donde tenía una celda especial.

         Viendo que el hecho podría constituir una derrota personal suya, el embajador Ylitalo perdió sus pruritos formalistas y utilizó toda la presión posible sobre el gobierno paraguayo, especialmente con el canciller Raúl Sapena Pastor. Las relaciones entre Asunción y Washington entraron en pozo muy negro.

         El problema para El Rubio era que presagiaba las consecuencias de una declaración de Ricord en Estados Unidos involucrando a Pastor Coronel, Andrés Rodríguez, Patricio Colmán y otros. Debía aguantar hasta donde pudiera.

         Pero Nixon sabía los límites del aguante del régimen paraguayo. Agotadas todas las instancias formales, las presiones, y sabiendo que era directamente Stroessner y no el juez quien decidía en el ámbito judicial, lanzó su estocada final.

         El 8 de agosto de 1972, Nelson Gross, enviado especial del presidente Nixon, llegó a Asunción portando una carta personal de aquél para su colega paraguayo. Ni bien bajó del avión, se entrevistó en el Palacio de López con Alfredo Stroessner. La entrevista tuvo como testigo al consejero de la embajada norteamericana, Ralph Walker Richardson.

         Quizá para tapar las apariencias, Gross habló también con el canciller Sapena Pastor y con el presidente de la Corte Suprema de Justicia.

         Gross trajo un mensaje claro para Stroessner: si no hay extradición, se acabará la ayuda militar y financiera. Estaban pendientes unos 11 millones de dólares en cooperaciones de todo tipo y una importante cuota de importación de azúcar paraguaya.

         Los argumentos fueron contundentes. Llamativamente, el 11 de agosto, tres días después de la conversación, el Tribunal de Apelación en lo Criminal revocó la sentencia del juez Bedoya y por lo tanto concedió la extradición de Joseph Auguste Ricord a los Estados Unidos donde sería juzgado y condenado a 20 años de prisión por el tráfico de estupefacientes.

         Se puso fin a un problema que se constituyó en un drama para Stroessner. Más tarde, los norteamericanos probaron con llevarse a varios paraguayos para ser procesados en los Estados Unidos por el caso Ricord. Entre ellos, se pidió por Andrés Rodríguez. Stroessner se opuso tenazmente y los norteamericanos no insistieron en demasía. Tenían ya lo que más querían: a Ricord.

 

         ADIÓS A NIXON

 

         La segunda presidencia de Nixon, ganada en noviembre de 1972 por un 60,6 por ciento de los votos sobre el demócrata George McGovern, estuvo signada por Watergate, el retiro norteamericano de la guerra de Vietnam (aunque ésta acabaría oficialmente para Estados Unidos sólo en abril de 1975, mucho después de la renuncia de Nixon) y el apoyo de la CIA al golpe contra el Gobierno de Salvador Allende en Chile.

         A pesar de la revancha que significó para Nixon el porcentaje de votos para su victoria en esa segunda oportunidad (el más alto índice en la historia norteamericana, con el apoyo de 49 estados) frente a su escuálido triunfo en noviembre de 1968, el regreso del californiano venía ya con el sello del drama. En noviembre de 1973 renunció su vicepresidente, Spiro Agnew, acosado por las acusaciones de corrupción. Nixon nombró para el cargo a Gerald Ford.

         Lo que entonces no sabía Nixon es que 10 meses después de la salida forzada de Agnew, él mismo tendría también que irse, renuncia mediante, para evitar el ignominioso juicio político por el caso Watergate. Richard Nixon dimitió el 9 de agosto de 1974 y fue el primer presidente estadounidense en recurrir a dicha medida.

         En 1973, cuando Nixon comenzaba su segunda presidencia, Stroessner en el Paraguay iniciaba su más dorada época de Gobierno, la etapa más fulgurante de su largo

mandato, la de su poder sustentado sólidamente en la bonanza económica. En abril de ese año se firmaría el Tratado de Itaipú y en diciembre el de Yacyretá. Los dos emprendimientos hidroeléctricos que significarían (Itaipú, sobre todo) la entrada de una cantidad tan inmensa de dinero como nunca hubo en el Paraguay.

         Stroessner inauguraba ese año su quinto mandato consecutivo.

 

         FORD ASUME Y STROESSNER REPRIME

 

         Apenas renunció Nixon, el 9 de agosto de 1974, asumió en su remplazo Gerald Ford, quien a su vez nombró Vicepresidente a Nelson Rockefeller.

         En el Paraguay se vivía la euforia del inicio de las obras civiles de la usina hidroeléctrica de Itaipú, la más grande del mundo, y poco importaba lo que hiciera ese presidente norteamericano tan débil en su propio país que ni siquiera tenía la capacidad de influir en la política exterior de Washington.

         Ese año de 1974 habría un impacto que sacudiría el núcleo del poder paraguayo. En noviembre se frustró el primer intento formal de asesinar a Alfredo Stroessner. Fueron detenidos los miembros del comando que protagonizó la operación, aunque el líder del mismo, el doctor Agustín Goiburú, consiguió escapar temporalmente porque después sería secuestrado en la Argentina y muerto en Asunción en el marco del Operativo Cóndor.

         La presidencia de Ford coincidió con una de las más terribles épocas de represión colectiva instaurada por el régimen de Stroessner, entre los años 1975 y 1976.

         En febrero del 75 se dio el repulsivo asalto de tropas militares al mando del coronel Grau a la colonia San Isidro de Jejuí, estrechamente ligada a las Ligas Agrarias. El sacerdote que trabajaba con la comunidad, padre Braulio Maciel, recibió una herida de bala. Con la denuncia de que ahí se estaba forjando un núcleo comunista (imputación totalmente delirante), Stroessner hizo desmantelar aquel emporio de gente laboriosa y los militares que "cumplieron la misión" fueron más allá de las órdenes: a más de apresar a cuanta gente podían, robaron también todo lo que pudieron.

         A lo de Jejuí siguieron luego los terroríficos atropellos a las comunidades agrícolas de Acaray y Tuna.

         Un año después, en abril de 1976, se dio el caso de la Organización Político Militar 1ro. de Marzo (OPM), primera célula de una futura guerrilla urbana, que fue desbaratada. La represión a esos jóvenes de clase media que apostaron a una rebelión armada en idílica reminiscencia de los grupos subversivos argentinos, se extendió también a los campesinos de las Ligas Agrarias.

         El de 1976 fue verdaderamente un año apocalíptico para los opositores, para quienes no comulgaban con Stroessner y, sobre todo, para los campesinos que querían organizarse. La tortura y la muerte fue su signo. El campo de concentración de Emboscada, habilitado en el mes de setiembre, se abarrotó con casi 1.500 detenidos, varios de ellos mujeres ancianas y madres acompañadas de sus pequeños hijos.

         El gobierno norteamericano de Gerald Ford estaba demasiado ocupado en las elecciones de noviembre de 1976, y las atrocidades que ocurrían en ese perdido país sudamericano llamado Paraguay, le importaban bien poco.

         Pero quizá el más pavoroso recuerdo latinoamericano en tiempos de Ford fue el nacimiento oficial (noviembre de 1975) del denominado Operativo Cóndor, al influjo de los militares chilenos que estaban obsesionados con exterminar donde fuere, todo resabio marxista del derrocado gobierno de Salvador Allende.

         Cóndor significaba directamente reciprocidad en el intercambio de perseguidos políticos entre los regímenes imperantes en la Argentina, el Brasil, Bolivia, Chile, el Paraguay y el Uruguay.

 

         EL CASO LETELIER

 

         Fue en los últimos meses del Gobierno de Ford cuando ocurrió el ominoso asesinato del ex canciller chileno del régimen de Allende, Orlando Letelier, en pleno barrio diplomático de Washington, episodio en el cual alguna injerencia paraguaya estuvo a punto de haber.

         Augusto Pinochet había pedido a Stroessner un "favor especial" con miras a que le consiguiera pasaportes paraguayos falsos a dos agentes de la DINA chilena (Michael Tonwley y Armando Fernández Larios) quienes debían viajar a Washington para matar a Letelier.

         Stroessner le encomendó a Conrado Pappalardo, director del Ceremonial del Estado, que se encargara del tema e incluso que tramitara las visas correspondientes ante la embajada norteamericana.

         Para apurar el trámite, Pappalardo le contó al embajador estadounidense en Asunción, George Landau, quien había sustituido a Ylitalo, que en realidad las visas eran para dos agentes chilenos que tenían como misión entrevistarse con el subdirector de la CIA, Vernon Walters, en forma secreta.

         Landau no se tragó tan fácilmente la píldora y comenzó a averiguar sobre el tema. Ante la peligrosa curiosidad del diplomático, se abortó la operación pasaporte paraguayo para los asesinos chilenos de Pinochet, quienes viajaron a la capital norteamericana por otro conducto con el objetivo de perpetrar el crimen, que ocurrió el 21 de setiembre de 1976.

         A raíz de aquel suceso, las relaciones del Gobierno paraguayo con la Embajada, quedaron seriamente heridas.

 

         CARTER Y LOS DERECHOS HUMANOS

 

         En enero de 1977 llegó a la Casa Blanca un cuasi desconocido llamado Jimmy Carter, quien venció electoralmente al desvaído Gerald Ford, quien no pudo convencer a la ciudadanía norteamericana de las bondades de su propuesta.

         Con Carter arribó la política de los derechos humanos como consecuencia del Acuerdo de Helsinki, cuya finalidad principal era evitar que continuaran las espantosas violaciones en los países comunistas.

         El gobierno norteamericano globalizó dicha política y aunque los estados soviéticos siguieron atentando contra los derechos humanos, en América Latina se sintieron los efectos de esa nueva herramienta impulsada por Washington.

         Anastasio Somoza, el presidente de Nicaragua, fue quien acusó más fuertemente el ramalazo de la política carteriana. El Departamento de Estado de Norteamérica tuvo mucho que ver en su derrocamiento.

         En el Paraguay, a través del embajador Robert White, el Gobierno de Carter, espantado por la horripilante represión de 1976, comenzó a presionar fuertemente al régimen de Stroessner.

         No obstante, el 6 de setiembre de 1977, Jimmy Carter recibió a El Rubio en la Casa Blanca. Sin embargo, el distanciamiento estaba marcado y ambos se volverían prácticamente antagonistas mutuos.

         Stroessner fue a esa entrevista cargando ya posiblemente con el asesinato de uno de sus archienemigos, el doctor Agustín Goiburú, quien el 9 de febrero de 1977 había sido secuestrado de su domicilio en la ciudad de Paraná, Argentina, por elementos policiales del país vecino para luego ser entregado a agentes paraguayos en Falcón, dentro del por entonces activísimo Operativo Cóndor.

         Desde la fecha citada, nunca más se tuvo información oficial sobre el paradero de Goiburú, aunque algunos ex presos políticos aseguran haberlo visto sumamente golpeado en el Departamento de Investigaciones, donde presumiblemente murió a causa de las torturas.

         Tanta fue la inquina que despertó en Stroessner la política de los derechos humanos del gobernante norteamericano, que comenzó a hacer correr la especie de que Carter era en realidad un agente del comunismo. Incluso hizo divulgar un excéntrico neologismo político: cartercomunismo.

         Coincidentemente, durante el Gobierno de Carter se acabó la ayuda económica directa de los Estados Unidos al Paraguay. El último préstamo se firmó en mayo de 1979, aunque los desembolsos continuaron hasta 1985. Había una razón técnica para que esto ocurriera: el Paraguay había sobrepasado los 1000 dólares de PIB per cápita (en ese entonces ya estaba en 1.250) y por lo tanto podía prescindir de la ayuda básica que prestaba Washington a los países considerados pobres en extremo.

 

         EL REFUGIO DE WHÍTE

 

         Robert White, el embajador norteamericano en el Paraguay durante el Gobierno de Jimmy Carter, se convirtió en un verdadero eje político sobre el cual giró la presión de Washington sobre Stroessner.

         Quizá pueda ser considerado como el primer representante diplomático estadounidense que tomó abierta partida por la oposición criolla contra El Rubio. La sede de la embajada norteamericana fue el polo de visitas frecuentes de políticos perseguidos por el oficialismo, que desplegaban una intensa campaña de denuncias.

         Por supuesto, la actuación de White despertó la histeria de Stroessner que ordenó a sus adláteres desperdigar por todos los vientos la versión de que el embajador norteamericano era un defensor de comunistas, un vicioso, un dipsómano incurable y que no merecía crédito alguno. Lo de la afición de White al trago, parece haber tenido visos de certidumbre.

         El representante de Carter en el Paraguay se convirtió en un vocero más de la oposición y continuó en dicha campaña hasta bastante después de haber dejado la Embajada en Asunción.

         El 24 de junio de 1986 sería duramente golpeado en el aeropuerto de Asunción por acompañar desde Buenos Aires a Domingo Laino, quien intentaría retornar al Paraguay a pesar de que Stroessner había prohibido su entrada al país.

         Robert White se ganó el aprecio de la oposición paraguaya debido al apoyo que dio a quienes se oponían al régimen de Stroessner. Durante su gestión diplomática (1977 a 1980), a la par de vivir el esplendor económico gracias a Itaipú, el Paraguay soportó una era de pavorosas persecuciones y represiones que ya no se reducían al territorio nacional sino que se extendían a la región gracias al Operativo Cóndor que funcionaba perfectamente sobre todo con Argentina, donde reinaba el terror del régimen de Videla.

 

         LA LLEGADA DEL COWBOY

 

         El 4 de noviembre de 1980, un muy débil Jimmy Carter perdió las elecciones estadounidense frente al refulgente y republicano Ronald Reagan, ex actor de cine especialista en personificar a cowboys justicieros en películas de clase B, y ex gobernador del estado económicamente más poderoso de Norteamérica: California.

         1980 se despidió dejando en el Paraguay el recuerdo de dos hechos estigmatizantes: en marzo, el llamado Caso Caaguazú (la última gran represión sangrienta de Stroessner) y el asesinato de Anastasio Somoza, ocurrido el 17 de setiembre, que marcó un susto para el régimen que se dio cuenta de que su sistema de seguridad no eran tan "seguro" como creía y desató una ola de hostigamientos a gente que nada tuvo que ver con el suceso.

         Pese a que Reagan era muchísimo más conservador que Carter, y ante la desilusión de Stroessner (que admiraba al sheriff de las pantallas y pensaba que sería su "amigo" desde la Casa Blanca), el gobierno norteamericano siguió apretando el torniquete sobre el Paraguay en el tema de los derechos humanos.

         Siendo Reagan rabiosamente anticomunista (de hecho acabó con la Unión Soviética), casi nada le interesó la "democracia sin comunismo" de Stroessner. Poco a poco, el gobierno paraguayo iba siendo apartado del escenario internacional y comenzó a ser prácticamente un paria a escala mundial, con muy pocos amigos entre los que se podía contar Sudáfrica, Taiwán y el Chile de Pinochet, además del Japón que seguía prestando ayuda en gratitud por la aceptación paraguaya a la inmigración nipona.

         A pesar de estar cada vez más aislado por su sistema autocrático, el gobierno de Stroessner continuó acrecentando su persecución a elementos opositores. Entre 1981 y 1982 fueron expulsados del país Luis Alfonso Resck, Augusto Roa Bastos y Domingo Laino.

 

         EL COMIENZO DE LA DECADENCIA DE STROESSNER

 

         El gobierno de Reagan coincidió con el inicio de la decadencia terminal del régimen de Alfredo Stroessner, que sin embargo resistió durante varios años más.

         Dicha decadencia se inició en 1982, con una crisis económica derivada del fin de las obras civiles de Itaipú y la consiguiente disminución del flujo de dinero fácil que entraba al país. El guaraní fue sacudido y por primera vez durante toda la era de Stroessner, el dólar comenzó a subir vertiginosamente en su cotización, acabándose para siempre la mítica tasación de 126 guaraníes por unidad. Murió el dólar'i tan loado en otros tiempos. Stroessner comenzó a ser derrocado en ese año de 1982 por una razón muy simple: la plata ya no alcanzaba para todos los corruptos.

         Para empeorar la situación, en mayo de 1980 el administrador de la Agencia Internacional de Desarrollo de los Estados Unidos, Douglas Bennet, había decidido cortar los fondos para programas en el Paraguay a partir del año fiscal de 1981, debido a que el país había superado los 1.000 dólares de PIB per cápita y ya no podía ser considerado una nación destinataria de la ayuda bilateral.

         Pero dada la crisis económica que se cernía sobre los paraguayos, en 1982 el embajador Arthur Davis requirió a la AID que reconsiderara su decisión de suspender la cooperación bilateral con Asunción.

         Luego de un largo análisis de pedido y en un marco de diferencias sustanciales con el régimen de Stroessner, la AID resolvió incluir al Paraguay en su nuevo programa para países en vías de desarrollo (Advanced Developing Countries -ADC), que se inició en agosto de 1984 pero con un nuevo enfoque: ya no habría ayuda directa al Gobierno sino que la cooperación se canalizaría a través del sector privado y de las organizaciones no gubernamentales.

         En ese contexto económico, y en pos del dominio de la torta que iniciaba su achicamiento, se dio la división del Partido Colorado. El sector más populista y más rabiosamente stronista se alzó contra la vieja oligarquía partidaria que monopolizaba el poder y las concesiones que otorga.

         En 1984 la presión internacional contra Stroessner, azuzada por los Estados Unidos, se hizo más notoria y una muestra de su eficacia fue el retorno de los odiados (por El Rubio) miembros del MOPOCO.

         Sin embargo, Stroessner no se rendía y asestó otro golpe que le valió el redoblamiento de la repulsa internacional: el 22 de marzo de 1984 ordenó el cierre del diario ABC Color, el periódico que nació para apoyar a su régimen y que luego se le volvió en contra y le combatió fieramente. ABC no volvería a salir hasta cinco años después, tras la caída de El Rubio.

         Pareciera un contrasentido que quien abriera las compuertas para la caída de Stroessner desde Washington, fuera su admirado Ronald Reagan. Justamente el hombre que liquidó el comunismo soviético, acabó con el anticomunismo paraguayo.

 

         GUERRA ABIERTA

 

         A mediados de la década de los 80, los gobiernos respectivos del Paraguay y de los Estados Unidos de América estaban totalmente distanciados entre sí.

         Stroessner, en su autocrática y autista actitud de sentirse intocable y en su potenciada intolerancia a la más mínima crítica a su régimen ni desde adentro ni desde afuera, olvidó su actitud de "hermano menor hacia el hermano mayor" tal como había proclamado en 1956 ante Eisenhower en Panamá, y se enfrentó abiertamente a lo que él llamaba "intromisión" norteamericana en su Gobierno. Reagan endureció también su postura a favor del respeto de los derechos humanos y devolvió golpe por golpe a Stroessner. Uno de esos mandobles poderosos fue la suspensión del Paraguay, por parte de Washington, del Sistema Generalizado de Preferencias (SGP) por las " ininterrumpidas violaciones de los derechos del trabajador". El SGP era un régimen mediante el cual algunos productos importados entraban con facilidades arancelarias al mercado norteamericano.

         La guerra estaba abierta y no había posibilidad de retorno si Stroessner no variaba su política interna, cosa que parecía imposible a simple vista. Por entonces, el embajador norteamericano, Clyde Taylor, fue víctima de recalcitrantes y sistemáticos ataques verbales por parte de personeros del régimen stronista.

         Para más, al mismo tiempo que crecía el movimiento político opositor a Stroessner, el tema de la droga volvió a centrar la atención norteamericana en el Paraguay. En 1985, a raíz de los estrictos controles en Colombia, el Perú y Bolivia, los narcotraficantes buscaron nuevas rutas por la Argentina, el Brasil y el Paraguay. Los agentes de la DEA pusieron cerco a Asunción donde sabían que existía protección de altos mandos militares para el tráfico de cocaína a Estados Unidos.

         La DEA en un momento dado estuvo dispuesta a actuar con mano dura contra jerarcas paraguayos (entre ellos el propio hijo del Presidente, coronel Gustavo Stroessner, según lo admitiría años más tarde Clyde Taylor), pero el Embajador impidió que se llegara a extremos de manera a no echar más leña al fuego que consumía la antigua amistad paraguayo-norteamericana.

         Demasiados problemas tenía ya el diplomático en Asunción tratando de encauzar a las fuerzas que desplegaban una lucha cada vez más drástica y abierta contra el Gobierno.

 

         AGRESIÓN AL EMBAJADOR TAYLOR

 

         El año de 1987 comenzó con el régimen stronísta totalmente desencajado y sin capacidad suficiente para detener la escalada de ataques de la oposición, que hallaba eco en las radios Ñanduti y Cáritas. La primera de dichas emisoras fue clausurada el 14 de enero y no saldría al aire de nuevo hasta el 4 de febrero de 1989.

         El lunes 9 de febrero de 1987, ya fuera de sí y en el paroxismo de su resentimiento contra el "hermano mayor", Alfredo Stroessner ordenó un acto que traspuso los límites de la racionalidad. Esa noche, en una residencia particular, la organización opositora Mujeres por la Democracia ofreció un agasajo a Clyde Taylor, el embajador de Reagan en el Paraguay desde el 5 de noviembre de 1985 (hasta setiembre de 1988), en gratitud por el apoyo que brindaba a todas las manifestaciones contra el stronismo.

         Fuerzas policiales comandadas por el coronel del Ejército Víctor Machuca Godoy hostigaron desde temprano a la gente que llegaba para la recepción (representantes de varios gobiernos europeos) y a la que se encontraba frente a la casa cantando consignas contra el Gobierno y vivando las actitudes de Taylor.

         En el apogeo del ágape, cuando estaban reunidas unas 100 personas, la policía lanzó granadas lacrimógenas contra los presentes que se hallaban en el patio. Una de dichas granadas explotó a los pies de la esposa del diplomático, quien ante el cariz grave que tomaba el asunto llamó a los marines de la Embajada, bajo cuya protección pudo salir ileso de la frustrada recepción.

         Al día siguiente, 10 de febrero, el Departamento de Estado envió al gobierno paraguayo una protesta de lo más dura.

         En respuesta, el ministro del Interior, Sabino Augusto Montanaro, afirmó que tenía listas las "bombas coloradas" (en alusión al Partido Colorado) para "defender" al "gobierno colorado del general Stroessner" de cualquier intención que pudiera tener en su contra el gobierno norteamericano.

         Montanaro estaba exultante en vísperas de la convención del partido que iba a realizarse el 1 de agosto y en la cual pensaba apoderarse del poder en la ANR con sus compañeros del cuatrinomio de oro militante, combatiente y stronísta.

         Su exaltación duraría apenas 17 meses, pues junto con su líder, Alfredo Stroessner, los cabecillas militantes se pasaron sus 500 días en el poder cosechando enemigos, uno más poderoso que el otro: la Iglesia, el general Andrés Rodríguez y el gobierno norteamericano, entre ellos.

         Ya con el delfín de Reagan, George Bush, en la Casa Blanca (asumió en enero de 1989) y con el embajador norteamericano que sustituyó a Taylor, Timothy Towell, Alfredo Stroessner caía víctima de su mala lectura de las realidades que tuvo enfrente. En su decadencia perdió hasta aquella virtud que en sus comienzos en el poder le habían fortalecido: saber adecuarse correctamente a las circunstancias. No quiso entender que el mundo cambiaba de manera constante, mientras él paulatinamente se convertía en un analfabeto de la nueva composición política internacional.

         Su obnubilación dictatorial le impidió ver que aunque él fuera el omnipotente El Rubio, no podía enfrentar con posibilidades de victoria al viejo, tramposo y vengativo Tío Sam.

         Este anciano taimado y de barba blanca le trató a Stroessner de "leal amigo" cuando le fue útil. Sin embargo, cuando se tornó molestoso le abandonó a los cuervos que el propio autócrata paraguayo crió y que terminaron por comerle sus ojos de gringo.

 

 

 

CAPITULO XI

 

LA SEGUNDA ETAPA DE TERROR

 

         Tras la purga de 1966 se constituyó una nueva cúpula represiva. Sabino Augusto Montanaro fue nombrado ministro del Interior en lugar de Edgar L. Ynsfrán; el general Alcibíades Brítez Borges sustituyó a Ramón Duarte Vera como jefe de Policía, y Pastor Milciades Coronel llegó a jefe de Investigaciones.

         Montanaro, de profesión abogado pero de perfil muy diferente a su antecesor, poseía una escasa capacidad intelectual y su único afán se circunscribía a congraciarse con Stroessner aunque para ello tuviera que recurrir al servilismo más humillante. Sería ministro del Interior hasta la caída del régimen. Llegaría a ser, además, presidente del Partido Colorado, como miembro del muy mentado Cuatrinomio de Oro. Luego iría al exilio a Honduras tras el golpe de febrero de 1989.

         El nuevo titular policial, Brítez Borges, tomó el cargo gracias al decreto Nro. 18.589 del 20 de mayo de 1966. Este personaje sería uno de los hombres más corruptos del régimen de Stroessner. Se volvió legendario por comprar casas y más casas en Asunción. Tenía una inmensa fortuna merced a que manejaba la mafia que proveía a la Policía de todos los elementos, insumos y mercaderías en general, sobrefacturados discrecionalmente. En la mayoría de los casos, Brítez Borges cobraba y no entregaba los productos.

         Pastor Coronel, por su parte, se convirtió de oscuro funcionario administrativo del Ministerio de Educación, en el más temido represor de la segunda era de terror de Stroessner al frente de su pandilla de torturadores de Investigaciones.

         Coronel fue un verdadero poder dentro del juego de poder. Tenía vuelo propio y en la realidad dependía directamente de Stroessner, aunque para mantener las apariencias de respeto a la línea jerárquica, enviaba puntualmente sus informes al jefe de Policía.

         Con Pastor Coronel, el control a la ciudadanía fue más sistematizado y llegó a niveles verdaderamente extravagantes. Como ejemplo, el 24 de octubre de 1966, pocos meses después de su asunción al cargo, propició una resolución del Ministerio del Interior de estricto cumplimiento para comercios, organizaciones, colegios, clubes deportivos y oficinas de cualquier índole: todos debían comunicar al Ministerio del Interior o al Departamento de Investigaciones (en algunos casos también al departamento de Inteligencia de las Fuerzas Armadas) la posesión de máquinas duplicadoras de documentos, es decir, mimeógrafos o fotocopiadoras.

 

         PAZ Y TRANQUILIDAD

 

         "En tiempos de Stroessner vivíamos más tranquilos", es una frase muy común que tiende a dar carta de realidad al mito de la "paz y la tranquilidad" durante los casi 35 años dé régimen stronista.

         Es innegable que entonces no se conocía lo que era un asalto a un banco, ni proliferaban los robos callejeros y una persona podía caminar con total confianza por cualquier calle asuncena o de otra ciudad del país a la noche, la madrugada o la hora que fuera, sin más peligro que el de los perros en celo.

         Sin embargo, la ciudadanía corría otro tipo de riesgo: el asalto de los poderosos empotrados en el Gobierno. Esto se hizo más sistemático aún en la segunda etapa del gobierno de Stroessner, luego de 1966.

         No ya tan sólo pensar diferente a Stroessner significaba ser considerado enemigo: tener cualquier tipo de problema con algún personero del régimen, hacía presagiar días difíciles. Un soplón que quería apoderarse de algún bien de un prójimo, tenía el expeditivo camino de acusar a éste de comunista. Podía quedarse con sus bienes, con su esposa o con lo que fuera.

         Un lugar común utilizado frecuentemente por la policía para explicar el apresamiento discrecional de un individuo era que éste estaba "detenido para averiguaciones". La "averiguación" podía durar un día, una semana o varios años.

         En muchos barrios los vecinos eludían transitar por la vereda del domicilio de la víctima de la detención por temor a que los pyragüe vigilantes pensaran que eran amigos o cómplices. El detenido y su familia quedaban en el más absoluto abandono.

         La acusación de comunista se la endilgaban no sólo a quienes en realidad lo eran sino también a todos los adversarios políticos y personales a quienes se quería hacer desaparecer o directamente se hacía desaparecer.

         Uno de los casos más patéticos en ese sentido, fue el de Juan José Farías, un hombre muy humilde, de 38 años de edad, que trabajaba vendiendo helados en la localidad argentina de Clorinda. Era militante del Partido Liberal Radical y fue detenido el 7 de marzo de 1969 en el resguardo policial de Puerto Sajonia cuando retornaba, alrededor de las 18, de sus labores en la vecina villa fronteriza.

         El 11 de marzo murió a consecuencia de las torturas en Investigaciones. Su cadáver presentaba signos de terrible violencia.

         Al entregar el cuerpo de Farías a sus familiares, la policía prohibió a éstos que lo trasladaran a cualquier otra parte o que avisaran a los políticos. Sin embargo, los Farías se pusieron en contacto con las autoridades del PLR. El presidente del partido, Carlos Alberto González, acudió con su automóvil y pese a la oposición de los policías que hacían guardia frente a la casa, rescató los restos que estaban siendo velados y los llevó al local del directorio, en Piribebuy y Chile. Tras una breve persecución, la policía no se animó a armar más escándalo en la vía pública y finalmente dejó que hubiera un velatorio en la sede liberal.

         Este crimen, aunque fue judicializado por presión de la dirigencia liberal, nunca fue esclarecido debidamente. El jefe de Investigaciones de la Policía, Pastor Coronel, que en el proceso abierto fue defendido por el doctor Julio César Vasconsellos, adujo que Farías era un elemento comunista y que cuando fue capturado traía en su carro de helados documentos del PCP. Explicó que la muerte del heladero se produjo a raíz de una dolencia. Lo más probable fue que le dolieran en demasía las torturas.

         ¿Por qué lo detuvieron y lo torturaron hasta matarlo? La conjetura más aceptada es que los matones policiales se equivocaron de detenido y cuando se dieron cuenta ya se les había muerto por los tormentos. En el juicio a Pastor Coronel, la defensa de éste no presentó los aludidos documentos comunistas que habrían sido la razón del apresamiento de Farías.

         Ese asesinato en la Policía tuvo mucha repercusión porque el directorio liberal radical decidió salir al paso de las acusaciones de comunista lanzadas por Pastor Coronel contra el fallecido. Pero en aquel tiempo era absolutamente imposible esclarecer nada y el de Farías fue un crimen impune más de los tantos cometidos por la represión stronista.

 

         EL ASESINATO DEL SASTRE

 

         Otro caso fue el que tuvo como víctima a Nolasco Riveros, un sastre que vivía en la calle Teniente Prieto casi Díaz de Solís, en el barrio San Antonio de Asunción. Estaba casado y tenía varios hijos aún pequeños. Sobre él pesaba la inquietante incriminación de comunista.

         Una madrugada de noviembre de 1969, policías uniformados y de civil irrumpieron en su casa, lo arrancaron de la cama y lo tiraron dentro de una camioneta colorada, la entonces temible Caperucita Roja, el vehículo insignia de la policía política.

         Al mediodía de la misma fecha en que lo apresaron a Riveros, Caperucita Roja volvió al barrio. Se detuvo en la esquina de Díaz de Solís y Teniente Prieto. Se abrieron sus puertas traseras y dos policías bajaron en plena vía un cajón mortuorio. Cuando el vehículo se marchó haciendo patinar sus ruedas en la arenosa calle, los vecinos se arremolinaron alrededor de aquel lúgubre elemento abandonado tan apresuradamente. Alguien se atrevió a abrir el ataúd y ante el estremecimiento de los curiosos apareció el cadáver de don Nolasco. Tenía espantosas marcas de la tortura que sufrió antes de morir. Quizá fue sólo un accidente: a los torturadores se les fue la mano en el "interrogatorio".

         Casos como los de Farías y Riveros hubo cientos y constituyeron el más imborrable estigma del régimen de Alfredo Stroessner. ¿Por qué el ensañamiento en extremo cruel? Tal vez para que se cumpliera aquello de que en las dictaduras el castigo es necesario para mantener el poder, aunque no exista culpa.

 

         PROTESTAS ESTUDIANTILES

 

         El de 1969 fue un año emblemático para la juventud paraguaya, especialmente la estudiantil, que protagonizó recordadas jornadas de protesta contra el régimen, de la mano de una dirigencia conformada por casi adolescentes de probada valentía y singular espíritu de compromiso.

         Las manifestaciones tuvieron su epicentro en el mes de junio en desaprobación a la visita al Paraguay de Nelson Rockefeller, enviado especial del presidente norteamericano Richard Nixon.

         Pero el ambiente ya venía caldeado porque el caso Juan José Farías había impactado en la ciudadanía toda, así como la represión contra los movimientos estudiantiles independientes que pugnaban con los jóvenes colorados por el dominio de los respectivos centros de estudiantes en las facultades universitarias.

         Las tumultuosas protestas de junio del 69 costaron la cárcel y el exilio a muchos jóvenes dirigentes.

         Pese a la dura represión de junio, en el mes de noviembre se repitieron las demostraciones callejeras contra el régimen. El pretexto utilizado entonces fue la venida del presidente de la Argentina, general Juan Carlos Onganía, quien visitó a Stroessner entre el 19 y el 21 de noviembre de 1969.

         Ese año movido de los revolucionarios 60 que se iban, estuvo marcado por el terror a la persecución feroz, pero al mismo tiempo fue signado por la audacia de una juventud que supo vencer su propio miedo para expresar lo que sentía.

 

         CICLÓN DE PÁNICO EN ENCARNACIÓN

 

         Alguien dijo que Encarnación, la apacible ciudad sureña a orillas del río Paraná, tuvo dos ciclones. El primero fue el gran fenómeno atmosférico que destruyó la comunidad el 21 de setiembre de 1926. El otro se llamó Domingo Robledo, alias Sombrero hu (sombrero negro, en idioma guaraní), intendente municipal en la década de los 60 y comienzos de los 70.

         Amigo de juventud de Alfredo Stroessner, era inmensamente querido por éste, que jamás olvidó la ayuda que le prestó Robledo durante su exilio en Posadas. Rememorando aquello, El Rubio, ya Presidente, le designó intendente municipal de Encarnación, cargo desde el cual se convirtió prácticamente en el poder absoluto de la ciudad.

         Descrito como arbitrario, prepotente, casi analfabeto, muy dado a las borracheras y protagonista constante de escándalos, él era la ley en la capital de Itapúa. Se arrogaba la potestad de expulsar de la ciudad a aquel que no le cayera en gracia y debía dar el visto bueno a cualquiera que deseara establecer algún tipo de negocio. Nadie podía ganar dinero sin su consentimiento. Quien quisiera vivir tranquilo debía andar bien con Robledo y ceder a todos sus caprichos.

         Era el único ser que cuando se refería en público al Presidente, le llamaba Alfredo. "Alfredo me dijo", era una de sus frases más comunes a la hora de justificar sus medidas improcedentes.

         Sus atropellos al derecho de los demás le crearon innumerables enemigos que, sin embargo, debían callar para evitar una reacción. Estar en contra de Robledo significaba a la vez estar en contra del mismísimo Stroessner. Y era demasiado peligroso.

         Pero un día, el 18 de diciembre de 1972, un ex íntimo amigo y compañero de causa política de Robledo, Herminio Palacios, alias Totó, no aguantó más la extrema tiranía de aquél y lo mató de una puñalada. Para completar el cuadro de tragedia griega y sabiendo lo que le esperaba si llegara a ser apresado, el homicida se convirtió en suicida y se inmoló con el mismo cuchillo.

         ¿La causa? Robledo había prestado de Palacios 3 millones de guaraníes y cuando éste le requirió la devolución, Sombrero hu se negó tajantemente a reponer el dinero (que a su vez Totó había sacado en préstamo por unos días de una institución pública). A la negativa de devolver la plata, el intendente había sumado otra expresión más de su insania: le dio a su acreedor un plazo de 24 horas para que abandonara la ciudad. Esto sumió a Palacios en una desesperación intolerable y le hizo tomar la decisión terminante y terminal de acabar con aquel monstruo.

         Cuando Stroessner se enteró de la muerte de su amigo montó en cólera e implantó un estado de terror en Encarnación. Mandó apresar a decenas de personas, azuzado por sus adláteres que plantaron en su mente la idea de que el caso se trataba de un crimen político y no solamente personal.

         La familia de Palacios fue arruinada e incluso, insólitamente, se la obligó a pagar una millonaria indemnización por el hecho.

         En vida y aún después de muerto, Domingo Robledo sembró un ciclón de pánico en Encarnación.

 

         EL INTENTO FALLIDO DE LIQUIDAR A EL RUBIO

 

         En 1974 ocurrió el primer intento de asesinar a Alfredo Stroessner que estuvo a punto de concretarse. Hubo otros, anteriormente, que sin embargo no pasaron prácticamente de una expresión de deseos. El tema exigió, sobre todo a Pastor Coronel, una actividad extrema para el consiguiente escarmiento.

         Aunque muchos involucrados en aquel caso, que lograron sobrevivir a la cacería contra ellos, desmintieron públicamente el plan exterminador y señalaron que sólo querían secuestrar a El Rubio, esa misma gente admitía en privado que no veían otra forma de librarse del Presidente que no fuera matándolo.

         El grupo que iba a ejecutar la acción estaba liderado por el doctor Agustín Goiburú, médico colorado que tuvo que exiliarse en la Argentina tras denunciar en 1959 los rastros de tortura que presentaban los detenidos que iban a ser tratados en el Policlínico Policial. Se constituiría con el tiempo en un tenaz enemigo de Stroessner.

         Los demás miembros eran: Evasio Benítez Armoa (Nono), Rodolfo Ramírez Villalba (Tato), Benjamín Ramírez Villalba, hermano del anterior; Carlos Mancuello, Amílcar Oviedo, Gilberta Verdún Vda. de Talavera, cuyo papel sería la de una vendedora de chipa en cuya canasta estaría instalado el detonador del explosivo con que se pensaba cometer el magnicidio. Hubo más implicados como Aníbal Abbate Soley, sindicado como el número dos de la organización detrás de Goiburú; una persona a la que llamaban Tony, varios miembros del MOPOCO (aunque la directiva de este movimiento no estaba de acuerdo con la eliminación física de Stroessner) y algunos más cuyos nombres no trascendieron.

         En marzo de 1974, el propio Goiburú introdujo al país, en un bote conducido por el pescador Roberto Martínez, la bomba que debía matar a El Rubio. El lugar elegido para el ataque era la calle Eligio Ayala entre Antequera y México, al costado de la plaza Uruguaya y a pocas cuadras del Palacio de Gobierno, pues según el estudio hecho por el equipo, el automóvil del Presidente siempre transitaba por ese lugar a una velocidad reducida. El explosivo estaría instalado en una camioneta tipo kombi estacionada frente a la plaza y su estallido se produciría al paso del vehículo presidencial desde el detonador de tres palancas que harían accionar Tony y Tato mientras supuestamente compraban chipa de doña Gilberta.

         A pesar de la cuidadosa planificación de la maniobra, hubo tres tentativas fracasadas. En las dos primeras, los ejecutores no se animaron a matar a tanta gente que transitaba en sus vehículos en las cercanías del auto de Stroessner. En la tercera oportunidad, el dispositivo técnico falló.

         Se proyectó para el mes de noviembre del 74 la operación decisiva, pero había que preparar otra carga para lo cual se necesitaba comprar explosivo sin despertar sospechas.

         Benítez Armoa quedó a cargo del operativo y recurrió a oficiales corruptos del Cuerpo de Defensa Fluvial de la Armada Nacional, que frecuente y clandestinamente vendían explosivos a la famosa organización Triple A, que liquidaba comunistas en la Argentina bajo el mando de López Rega (el descubrimiento posterior de estas ventas ilegales de material de la Marina originó la destitución del comandante de la unidad, contralmirante Hugo González, tío de quien luego sería el presidente Luis Ángel González Macchi).

         De acuerdo con documentos hallados en el Archivo del Terror, el suboficial de Marina Juan S. Balmori denunció a Benítez ante el comandante de su unidad, quien a la vez informó del tema al comisario de la 6º y posteriormente al Departamento de Investigaciones.

         El domingo 24 de noviembre de 1974, a las 9.30, Benítez fue detenido en la guardia del Cuerpo de Defensa Fluvial. Según informe policial, lo condujeron al Departamento de Investigaciones donde el preso sufrió los consabidos tormentos para que dijera todo lo que supiera.

         El día 25 capturaron a Amílcar Oviedo y a Mancuello. A los hermanos Ramírez Villalba los apresaron el 12 de diciembre. Doña Gilberta cayó a finales del mismo mes.

 

 

         LA VENGANZA DE STROESSNER

 

         Pastor Coronel anunció por medio de la prensa que se había desbaratado una célula terrorista que pensaba secuestrar a autoridades nacionales y sembrar el caos en la república. Incluso se publicaron en los periódicos fotos de una supuesta "cárcel del pueblo" descubierta en los alrededores de Asunción. La policía jamás dijo de manera oficial y pública que la intención real del grupo era matar a Stroessner. Tal vez la sola idea asustaba a los propios popes policiales.

         La ola represiva y de detenciones se agigantó tenebrosamente en cumplimiento de la venganza de Stroessner. El régimen aprovechó la circunstancia y apresó a una serie de políticos opositores, entre ellos Euclides Acevedo, Ricardo Lugo Rodríguez, Luis Alberto Wagner y Bernardo Rodríguez, ex jefe de Investigaciones y personaje muy cercano a Edgar L. Ynsfrán. Para completar, el mismo Ynsfrán fue "demorado" por la policía (la información acerca del apresamiento del ex todopoderoso ministro del Interior le costó el puesto al secretario general del diario ABC Color, Roberto Thompson Molinas, por imposición expresa de Stroessner).

         Ninguna de estas personas tuvo nada que ver con el intento de magnicidio, pero varias de ellas pasaron años en prisión.

         Dos que sufrieron horrores debido al tema fueron Roberto Grau Vera (quien entonces tenía 62 años de edad) y su esposa, Agripina Portillo de Grau. A ambos los apresaron el 28 de noviembre de 1974 en el consultorio odontológico de aquél, en Bertoni casi Denis Roa, barrio Herrera de Asunción.

         Grau Vera estuvo un año en Investigaciones (donde le destrozaron una pierna), otro año en Tacumbú y el tercero en Emboscada. Agripina permaneció detenida 2 años y 6 meses, pasando por Investigaciones, la comisaría de Fernando de la Mora, el correccional de mujeres (Buen Pastor) y Emboscada.

         El matrimonio no se había involucrado en el intento de matar a Stroessner, pero ambos eran amigos de Carlos Mancuello. Eso, más su conocido antiestronismo, les costó a los Grau padecimientos indecibles.

         Gilberta Verdún de Talavera, la supuesta chipera en cuyo canasto estaría el detonador de la bomba, fue atrozmente torturada en Investigaciones y luego trasladada al campo de concentración de Emboscada donde permaneció 3 años. La prisión no le era extraña porque en oportunidades anteriores había estado presa por participar en actividades antiestronistas.

         Ella murió el 13 de julio de 1980, a los 70 años de edad, en la más infausta de las indigencias. El Comité de Iglesias corrió con los gastos del sepelio que se hizo en el cementerio de Fernando de la Mora.

 

         EJECUTADOS

 

         Evasio Benítez murió bajo torturas presumiblemente pocos días después de ser capturado. Un informe firmado por el inspector general Abelardo Burgos señalaba sin embargo que el mencionado había fallecido tras un enfrentamiento con la policía, mientras otro documento (D-3) de la Policía, fechado el 26 de noviembre de 1974, describía cómo fue capturado Benítez en la guardia del Cuerpo de Defensa Fluvial. ¿Cómo pudo haber muerto en un enfrentamiento si estaba detenido?

         Amílcar Oviedo, Carlos Mancuello y los hermanos Ramírez Villalba fueron llevados desde un principio al Departamento de Investigaciones, donde estuvieron absolutamente incomunicados y sometidos a los más horrorosos tormentos, según testimonios de otros presos que los vieron en esa dependencia policial.

         Los cuatro desaparecieron de Investigaciones el 21 de setiembre de 1976. Sus compañeros de prisión comenzaron a recibir la versión de que se les había aplicado la "ley de fuga", que quería decir que se les facilitó un presunto escape para fusilarlos en el acto aludiendo el intento de evasión.

         Sólo tras la caída de Stroessner y en el proceso que inició Esteban Oviedo, padre de Amílcar, por la muerte de su hijo en manos de la policía, se supo la verdad en base a una declaración hecha por el torturador Lucilo Benítez.

         Éste, tras negar en una primera oportunidad conocer siquiera a Oviedo, Mancuello y los hermanos Ramírez, confesó luego por escrito (tratando de eludir responsabilidades y atenuar su culpa) que él mismo, por orden de Pastor Coronel, entregó en la noche del 21 de setiembre de 1976 a los cuatro detenidos a un grupo policial compuesto por los comisarios Ramón Zaldívar, Ruiz Paredes y Salvador Mendoza. El documento consta en el expediente del caso Oviedo.

         Sugestivamente, según la misma declaración de Lucilo Benítez, al día siguiente Pastor Coronel ordenó que en el libro de novedades de Investigaciones constara que los detenidos se habían fugado.

         Oviedo, Mancuello y los hermanos Ramírez fueron ejecutados y nunca se supo dónde enterraron sus restos.

 

         GOIBURÚ, TAMBIÉN EJECUTADO

 

         Desde 1959, el doctor Agustín Goiburú, el ideólogo principal del fallido atentado, se constituyó en un obstinado enemigo de El Rubio. Contra el parecer de la cúpula del MOPOCO, movimiento al cual pertenecía, tenía la idea de que la única forma de librarse de Stroessner era eliminándolo físicamente.

         El general, a su vez, también pensaba que tenía que sacarse de encima la sombra de Goiburú, liquidándolo. Lo intentó antes y no lo logró. Ahora, tras el desafío mayúsculo de la tentativa de magnicidio, había que hacerlo de cualquier manera.

         Luego de huir del país en setiembre de 1959, Goiburú (que estaba casado con Elba Elisa Benítez, hija del general Rogelio Benítez, uno de los que posibilitó el retorno del coloradismo al poder en 1947) se instaló en Posadas, Argentina, con su familia.

         Ahí fue secuestrado por primera vez el 24 de noviembre de 1969. Traído al Paraguay, estuvo tres meses en un sótano de la Marina para luego ser derivado a la temida Comisaría 7º donde protagonizó un espectacular escape (situación inédita hasta entonces en dicha inexpugnable sede policial) el jueves 13 de diciembre de 1970 para asilarse ese mismo día en la embajada de Chile. Luego viajó nuevamente a la Argentina.

         En diciembre de 1974, poco después de que se descubriera y abortara el atentado contra Stroessner, los Goiburú, alertados de que estaban tras sus pasos, se mudaron a la ciudad de Paraná, provincia de Entre Ríos. Allí, el 9 de febrero de 1977, policías argentinos secundados por colegas suyos paraguayos capturaron al médico y lo trajeron al Paraguay. Nunca más se supo de él. Fue la víctima paraguaya más prominente del por entonces ya muy activo Operativo Cóndor.

 

         MERCOSUR DEL TERROR

 

         Desde la década de los años 60, bastante antes que comenzara el Operativo Cóndor por iniciativa de Chile, ya funcionaba a plenitud lo que podría llamarse el Mercosur del terror, con la Argentina, el Brasil, el Paraguay y el Uruguay desplegando una mutua cooperación para perseguir opositores que cruzaran las fronteras.

         En la época en que acontecieran los hechos de noviembre del 74 en Asunción y la posterior acción represiva, en la Argentina gobernaba (es un decir) María Estela Perón, tras la muerte de su mítico marido, Juan Domingo, pero bajo el férreo dominio de José López Rega. Ese país era escenario de una violencia mayúscula y un caos que se tornó insufrible. En el Brasil, el jefe de Estado era el general Ernesto Geisel. En tanto, en el Uruguay el presidente era un civil, Juan María Bordaberry, totalmente controlado por los militares a partir de julio de 1973 cuando pegó un autogolpe disolviendo el Parlamento, tras lo cual se prohibieron las libertades políticas y sindicales.

         En ese marco, y en la búsqueda de culpables del intento de liquidar físicamente a Stroessner, el 1 de diciembre de 1974 la policía brasileña secuestró en Foz de Iguaçu, por pedido de las autoridades paraguayas, a Alejandro Stumpfs, Rodolfo Mongelós, Aníbal Abbate Soley y César Cabral, todos miembros del MOPOCO.

         Brasil tenía entonces un organismo llamado Dirección de Orden Político y Social (DOPOS), en el cual estaban fichados varios paraguayos como "comunistas peligrosos". A más de los detenidos, en la lista de la organización represiva brasileña se hallaban Domingo Laino y un coronel del ejército, Lorenzo Arrúa, quien se había unido a las guerrillas izquierdistas.

         Tras su detención, Mongelós, Stumpfs, Abbate y Cabral fueron llevados por tierra, en un viaje que duró 32 horas, a Brasilia y luego a otro lugar del estado de Goiás, donde permanecieron presos e incomunicados en el Departamento de Policía Federal, durante 29 días.

         Tras el conocimiento de la aprehensión de todos ellos y de la intención de entregarlos a las fuerzas represivas paraguayas, organismos internacionales empezaron una campaña de presión sobre el gobierno brasileño. Quien más hizo por la libertad de los capturados fue el venezolano Carlos Andrés Pérez, pues llenó de telegramas al presidente Geisel, quien finalmente ordenó la liberación de los cuatro.

         Mongelós, quien vive en la ciudad brasileña de Curitiba, declararía años más tarde que si hubiesen sido entregados al gobierno paraguayo, estarían muertos como los hermanos Villalba, Amílcar Oviedo, Mancuello y Goiburú.

 

         EL CÓNDOR VUELA

 

         Noviembre de 1975 fue un mes crucial para la represión sistematizada en el Cono Sur de América y especialmente en el Paraguay. El día 25 se inició en Santiago de Chile la reunión de las cúpulas de los sistemas de inteligencia de la región: nacía el Operativo Cóndor, bajo inspiración de la Doctrina de la Seguridad Nacional patrocinada por los Estados Unidos.

         La voz cantante la llevaban los militares chilenos liderados por Pinochet, obsesionados con la idea de acabar en cualquier parte del planeta con los resabios humanos del gobierno socialista de Salvador Allende.

         El Paraguay estuvo representado en ese encuentro por el agregado militar a la embajada paraguaya en la capital chilena, coronel Ricardo Bogado Silva.

         En Asunción, los enlaces militares con Cóndor serían el general Alejandro Fretes Dávalos, jefe del Estado Mayor General de las Fuerzas Armadas, y el coronel Benito Guanes Serrano, jefe de la D-2 (Inteligencia militar).

         El 30 de noviembre, cinco días después de aquella apertura del encuentro en Santiago, fue detenido en Asunción el secretario general del Partido Comunista Paraguayo, Miguel Ángel Soler. El mismo había vuelto al Paraguay en 1972 luego de permanecer durante varios años exiliado en Buenos Aires. Arrestado por Lucilo Benítez y Camilo Almada, lo llevaron a Investigaciones y nunca más se supo de él. La misma suerte corrieron otros dirigentes comunistas apresados en esos días: Derlis Villagra y Rubén González Acosta. Los tres acabaron asesinados por la policía.

         Otras 50 personas fueron detenidas en una extensa redada represiva contra miembros del Partido Comunista, organización política que quedó prácticamente diezmada y agotada.

         Mientras tanto, se gestaba Cóndor, la extensa trama regional del terrorismo de Estado del cual formarían parte los gobiernos de Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay. Fue un pacto militar en el que intervinieron también las fuerzas policiales. Mediante el acuerdo, cualquier ciudadano extranjero exiliado podía ser controlado, apresado, torturado, secuestrado, asesinado o entregado sin más trámites legales de país a país por las fuerzas de seguridad local.

         Con esta alineación internacional se acabó en forma definitiva para los opositores la posibilidad de escapar a la persecución política en su país simplemente cruzando la frontera, tal como se hizo durante decenas de años. Mediante Cóndor, Stroessner extendió su brazo represor hasta la Argentina, el Brasil, incluso Chile, para castigar a sus enemigos.

 

         LA CACERÍA DEL CÓNDOR

 

         El Operativo Cóndor generalmente no dejaba huellas visibles de su accionar. Sin embargo, hubo un caso, el que tuvo como víctima a la doctora Gladys Meilinger de Sannemann, que quedó perfectamente documentado gracias a que ella salvó milagrosamente su vida y pudo escribir un revelador libro al respecto.

         Sannemann, doctora en medicina, fue detenida por policías y militares argentinos en la localidad de Candelaria, provincia de Misiones, Argentina, el 24 de marzo de 1976, el mismo día del golpe castrense contra María Estela Perón. Ella y su marido, Rodolfo Sannemann, eran colorados del MOPOCO.

         Fue llevada a la capital provincial, Posadas, donde el cónsul paraguayo, Francisco Ortiz Téllez, era un activísimo informante y operador de Pastor Coronel. Tras permanecer varias semanas recluida en una dependencia policial, la doctora Sannemann recaló en una cárcel de mujeres y el 28 de julio de 1976, cuando ya estaba muy mal a raíz de una huelga de hambre, la entregaron a la policía paraguaya que la trajo a Asunción.

         La mantuvieron presa en una celda del tercer piso en el Departamento de Investigaciones hasta que el 21 de setiembre, el mismo día en que desaparecieron para siempre los hermanos Ramírez Villalba, Mancuello y Amílcar Oviedo, la trasladaron al campo de concentración de Emboscada.

         El 19 de marzo del 77 le hicieron firmar un documento en el que constaba que salía en libertad, pero realmente la volvieron a remitir a la Argentina con la clara intención de hacerla desaparecer en medio de los tantos desaparecidos que se daban día a día en el país vecino, regido entonces por la trilogía militar que conformaban Videla, Massera y Agosti.

         Un avión de la fuerza armada argentina la llevó a Buenos Aires, donde la internaron en la tétrica Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), centro que constituía una antesala de la desaparición de opositores.

         Gladys Meilinger de Sannemann se salvó por un milagro cuando su destino estaba ya marcado por la muerte. Un oficial de la Marina argentina, a cuyo hijo ella había curado, la reconoció y se apiadó de su suerte: le preguntó qué podría hacer por ella. El oficial le posibilitó una comunicación con la embajada de Alemania en la Argentina (los padres de la doctora eran alemanes y por lo tanto ella era alemana ante las leyes del país germano) y el embajador se plantó ante Videla para exigir y conseguir la libertad de su conciudadana. La médica se exilió con toda su familia en Alemania, luego en Venezuela y posteriormente en Foz de Iguaçu, en la frontera del Brasil con el Paraguay, cuando las garras del Cóndor iban perdiendo fuerza.

         Otro médico enemigo de Stroessner, el doctor Agustín Goiburú, no tuvo la misma ventura que la doctora Sannemann- el Operativo Cóndor logró acabar con él.

         Hubo muchos paraguayos, entre los tantos, que fueron apresados en la Argentina y traídos al Paraguay en el marco de Cóndor: Domingo Rolón, Esteban Cabrera Maíz, Nercio Stumpfs, Daniel Campos y Herminio Stumpfs. Todos ellos terminaron en Emboscada.

         Hay registros, además, de varios desaparecidos paraguayos o hijos de paraguayos en la época de la última dictadura castrense argentina. Federico Tatter fue secuestrado en Buenos Aires el 15 de octubre de 1976. Tenía entonces 53 años de edad y se había exiliado por primera vez en 1947, tras la guerra civil. Retornó a Asunción en 1952 y volvió a ser apresado en 1960. En 1963 salió en libertad y decidió ir a vivir definitivamente a la Argentina Tras su secuestro en el 76, jamás se volvió a saber nada de él.

         Otra paraguaya desaparecida en la capital porteña fue Esther Ballestrino. Un yerno suyo, Manuel Carlos Cuevas, de apenas 18 años de edad, había sido apresado por la policía y se perdió para siempre. Lo mismo ocurrió con otra hija de Esther, Ana María, quien el 13 de junio de 1977 dio sus últimas señales de vida. Entonces la señora Ballestrino decidió unirse a los grupos de familiares de desaparecidos hasta que ella misma fue "chupada" por la policía, el 8 de diciembre de 1977, cuando salía de la iglesia de la Santa Cruz en Buenos Aires. Su entregador fue un hombre de funesta memoria: Alfredo Astiz.

         En 1978, en otro punto de la región, en Foz de Iguaçu, cerca del Puente de la Amistad, Remigio Giménez, ex miembro de la columna guerrillera 14 de Mayo, fue secuestrado por policías brasileños que lo entregaron luego a autoridades paraguayas.

         Giménez estuvo incomunicado durante 2 años, tiempo en el que fue sometido a todo tipo de torturas. Posteriormente lo condenaron a 30 años de prisión. Salió libre luego de 11 años, en 1989, tras la caída del régimen.

         Stroessner le tenía un odio especial a Remigio Giménez, pues había sido el único que logró escapar a un exterminio de guerrilleros acaecido en la Nochebuena de 1960 en la localidad brasileña de Paranhos, estado de Mato Grosso. En ese entonces, Giménez y otros siete compañeros suyos estaban presos en poder de autoridades locales, que fueron sobornadas por enviados del gobierno paraguayo para que fusilaran a los prisioneros simulando, un intento de escape.

 

         LA OPM

 

         La década de los años 70 puede considerarse como la de la plenitud del stronismo. Stroessner tenía un dominio político absoluto del país y había un vital auge económico derivado de la construcción de Itaipú y de la exportación de soja y algodón. Paradójicamente, ésa sería la década más violenta de la era stronista.

         En ese entonces nació la Organización Político Militar (OPM), un movimiento clandestino que había elegido la vía de las armas como una posibilidad de oposición al régimen. Política e ideológicamente quería constituirse en una copia de los montoneros argentinos y los tupamaros uruguayos.

         La OPM fue el único movimiento de ese tipo que llegó por lo menos a intentar organizarse en el país. Surgió en torno a un pequeño núcleo asunceno estudiantil, pero en el curso de su crecimiento contactó con grupos de las Ligas Agrarias Cristianas, fundamentalmente de la zona de Misiones, cuya adhesión consiguió.

         Alfredo Boccia, quien analizó en profundidad a la organización en su libro La década inconclusa, supone que la OPM llegó a contar con cerca de 400 simpatizantes militantes, "que no es lo mismo que decir 400 combatientes". Tenía un periódico llamado Tata pirirí (Fuego crepitante, en idioma guaraní). Sus efectivos poseían escaso entrenamiento y muy pocas armas.

         La falta de experiencia influyó para la temprana anulación de la OPM. El 3 de abril de 1976 fue detenido en Encarnación, al ingresar desde Posadas, Carlos Brañas, militante del grupo que cayó con documentos muy comprometedores. Sometido a apremios físicos, confesó quiénes eran sus contactos en Asunción y comenzó la inmediata acción represiva. El siguiente en ser apresado fue Carlos Fontclara.

         Como consecuencia de la reacción policial hubo dos enfrentamientos armados. El primero, en una quinta de Valle Apúa, Lambaré, en la noche del sábado 4 de abril. Alrededor de las 20 de ese día, el comisario Ruiz Paredes comunicó al director de Vigilancia y Delitos, comisario Gustavo Giménez, que Brañas había confesado la existencia de un refugio de la organización en el lugar citado. Ante la ausencia de Pastor Coronel, quien se hallaba en San Pedro, Giménez escogió a unos pocos hombres y llegó hasta la propiedad, donde hubo una refriega a tiros. Allí murió Martino (Martín, según el informe policial) Rolón, de la OPM, y fue herido el comisario Giménez.

         El siguiente tiroteo fue en la madrugada del 5 de abril, en una casa del barrio Herrera de Asunción, donde abatieron el jefe de la OPM, Juan Carlos Da Costa. En las fuerzas policiales terminó gravemente herido el comisario Alberto Cantero, quien luego sería jefe de la sección Política del Departamento de Investigaciones en sustitución de Francisco Bogado.

         Dos miembros del grupo sedicioso, Mario Schaerer Prono y su esposa, Guillermina Kannonikoff, trataron de huir tras la refriega y se refugiaron en la iglesia de San Cristóbal cuyo párroco, el padre Raimundo Roy, los entregó luego a la policía. Ambos fueron conducidos a Investigaciones. Schaerer tenía una herida leve de bala en una de las piernas, pero poco después murió. Pastor Coronel informó oficialmente que el fallecimiento se produjo a raíz de las heridas recibidas por el detenido durante el choque con las fuerzas de seguridad. En realidad, Schaerer murió a consecuencia de las torturas que le propinaron en Investigaciones.

         Hubo gente que condenó la actitud del padre Roy y este sacerdote canadiense quedó muy afectado espiritualmente tras conocer el destino de Schaerer. Sin embargo, se puede afirmar que él, proveniente de una nación del Primer Mundo, actuó con los parámetros que regirían en un país civilizado: entregar a un perseguido a la Policía en un marco de institucionalidad. Sólo que no tuvo en cuenta que se trataba de la policía paraguaya, que no era una institución pública al servicio de la comunidad, sino un brazo cuasi criminal de la estructura autocrática.

         El padre Roy tuvo que recibir ayuda profesional de una sicóloga para recuperarse del shock emocional que le causó lo ocurrido.

 

         LA CAÍDA DE ABENTE Y EL ASESINATO DE ARZAMENDIA

 

         Esa misma madrugada del 5 de abril de 1976 cayeron también Diego Abente Brun y su esposa, Estela Maris Rojas, y Miguel Ángel López.

         Las declaraciones de Abente llevaron a la Policía hasta todos los cuadros de la organización. Años después, el mismo explicaría que lo que dijo fue bajo presión de la tortura, aunque mucha gente siguió cuestionándole por la profusa y detallada descripción del grupo, que llegó a hacer.

         La OPM quedó descabezada aunque la agrupación volvería a rearmarse en Buenos Aires. Terminaría definitivamente en 1978 cuando, el 12 de enero de ese año, la policía mata a Jorge Agustín Zavala, uno de sus principales dirigentes junto con Nidia González Talavera, conocida como Comadre Guazú.

         Las redadas en busca de subversivos se hicieron terribles en aquel apocalíptico abril del 76. Pronto los detenidos y torturados sumaron centenares.

         La OPM le dio al régimen de Stroessner la oportuna excusa para una decisiva ola represiva que hacía tiempo se venía incubando. En 1975 les había tocado a los comunistas. En 1976, a los jóvenes de la Organización Político Militar. Lo más nefasto fue que la represión no sólo se cebó en los integrantes de la organización, sino que se fue extendiendo hasta alcanzar a gente que no tenía nada que ver con el grupo. Muchos inocentes pagaron sin culpa alguna.

         Una muestra escalofriante de esto fue el asesinato de Mario Arzamendia, un devoto parroquiano de la iglesia de San Cristóbal, de 63 años de edad, vendedor del periódico contestatario católico Sendero. El mismo fue apresado sin ninguna explicación en la mañana del 5 de abril tras la batalla en el barrio Herrera, cuando llegó a la casa de su cliente Mario Schaerer (no sabiendo lo que había pasado con éste horas antes) para entregarle el ejemplar del semanario. Los policías apostados en la vivienda se lo llevaron para "averiguaciones".

         El sábado 11 de setiembre un agente de policía llegó a la casa de Arzamendia y con toda frialdad le comunicó a la esposa, Casimira Alvarenga, que su marido había muerto de un paro cardíaco. Le ordenó asimismo que fuera a retirar el cadáver del Policlínico Policial.

         La señora de Arzamendia, presa de la desesperación, se comunicó con el padre Pablo Cote, de la iglesia de San Cristóbal, en cuya camioneta fueron ambos a rescatar los restos de don Mario. Les entregaron el cuerpo desnudo, envuelto en una frazada sucia y de sus prendas sólo les devolvieron los zapatos. El reloj y la cadena de oro que llevaba el infortunado vendedor de Sendero quedaron para algún aprovechado torturador de Investigaciones. Tal como se podría presumir, el cadáver presentaba muy notorias huellas de suplicios.

         Y conste que Arzamendia ni tan siquiera había tenido lejano conocimiento de que existiera algo denominado OPM.

 

         LA PASCUA DOLOROSA

 

         Destruidas las células asuncenas de la OPM, el jefe de Investigaciones, Pastor Coronel, decidió irrumpir en el interior del país para acabar también con su brazo campesino, es decir, con algunos cuadros de las Ligas Agrarias.

         En plena Semana Santa de 1976 envió a Misiones a uno de sus más tenebrosos torturadores, Camilo Almada Sapriza. Éste instaló su cuartel general en Abraham Cue, San Juan Bautista, y desde allí ejecutó una represalia aberrante que la historia recogió como la Pascua Dolorosa. El procedimiento se extendió hasta setiembre del referido año y fueron detenidas más de 600 personas que sufrieron las más atroces torturas que un ser humano pudiera imaginar.

         La Comisión Nacional de Rescate y Difusión de la Historia Campesina recordaba en una publicación, entre otros ejemplos del salvajismo de los personeros de Stroessner, que Albino Vera fue muerto a garrotazos después de la tortura más insólita, casi inverosímil: lo ataron al tronco de un cocotero lleno de espinas de tal manera que decenas de duras púas le penetraran por todo el cuerpo. Por su parte, a Silvano Ortellado Flores lo degollaron en presencia de sus hijos luego de que su casa fuera ametrallada.

         Veinte campesinos terminaron ejecutados de la manera más bestial y nunca se pudo precisar la cantidad de desaparecidos. Hubo familias enteras aniquiladas en esos tormentosos días. Otras quedaron destruidas integral, económica y espiritualmente. Los habitantes del departamento de Misiones tardaron muchos años en recuperarse del espanto vivido en aquel tiempo.

         Es que Stroessner aprovechó la oportunidad que le dio la OPM para desbaratar definitivamente a esos grupos de labriegos que formaron y extendieron en gran parte del territorio nacional la organización llamada Ligas Agrarias, que tanto le inquietaba.

         Ante el inusitado número de presos y no habiendo ya lugar donde recluirlos, se decidió reabrir el campo de concentración de Emboscada donde se hacinaron unas 1.500

personas.

         Había familias completas encerradas. Las mismas incluían abuelos, padres e hijos. Quienes más sufrieron fueron los niños pequeños que acompañaban a sus padres o en algunos casos sólo a su madre, porque el padre había muerto.

         Un caso desgarrador fue el de Madrona López de López, de Misiones a cuyo esposo, Elixto, habían matado los secuaces de Camilo Almada. La mujer fue detenida y quedaron abandonados sus 8 hijos pequeños, a 7 de los cuales pudo recuperar tras su liberación del presidio de Emboscada. El menor de los chicos, de apenas 6 meses cuando ultimaron a su padre y apresaron a su madre, jamás volvió a aparecer.

         En 1979 el régimen comenzó a excarcelar a los prisioneros de Emboscada. Los asuncenos miembros de la OPM decidieron ir casi todos al exilio. Por su parte, los campesinos pudieron volver a sus lugares de origen, pero allí fueron nuevamente perseguidos y tratados como verdaderos parias, lo que les obligó en innumerables casos a convertirse en migrantes permanentes para eludir las persecuciones. 1976 fue un año de terror en el Paraguay a pesar de la bonanza económica que asomaba con su rostro oropelesco.

         La despiadada represalia alcanzó a familiares de los militantes de la OPM, a organizaciones sociales como las Ligas Agrarias y hasta a la Iglesia. Hubo varios sacerdotes, principalmente jesuitas, expulsados del país: José Miguel Munárriz, Bartomeú Meliá, Miguel Sanmartí, José Ortega, Luis Farré, José Oriol Gelpi, Antonio Caballos, Bartomeu Vanrell, Emilio Veza y Antonio Castillo.

         La Conferencia Episcopal emitió en junio del 76 una Carta Pastoral titulada Entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios, en la cual denunciaba toda la barbarie que había desatado el Gobierno.

         El desamparo de los presos políticos y la necesidad de asistencia a sus familiares, llevó a la Iglesia Católica a unirse a dos pequeñas iglesias protestantes: Los Discípulos de Cristo, de origen norteamericano, y la Iglesia Evangélica del Río de la Plata, de ascendencia alemana, para conformar en junio de 1976 el Comité de Iglesias para Ayudas de Emergencia (CIPAE), uno de los bastiones en la lucha por los derechos humanos en el Paraguay.

 

         LAS LIGAS AGRARIAS

 

         Las Ligas Agrarias Campesinas se crearon con la idea de que los productores agrícolas paraguayos tuvieran una organización propia a fin de aprovechar mejor la cooperación proveniente de la Alianza para el Progreso que instauró John F. Kennedy.

         En 1962 se fundó la primera base en Caaguazú y en 1965 nacieron las de Piribebuy, en el departamento de Cordillera, y las de Misiones. Hasta 1970 se incentivó el trabajo en mingas, almacenes comunitarios, construcción de caminos vecinales y todos los grupos recibían un importante apoyo de la organización católica Cáritas.

         La Liga de Piribebuy organizó una cooperativa bajo el nombre de Nuevo Horizonte, que fracasó porque no pudo conseguir fondos para establecerse debido al boicot que le planteó el presidente de la seccional colorada de la ciudad, Pablito Cabral, quien acusaba de comunistas a los miembros de las Ligas. Como una ironía del destino, Cabral sería apresado en 1972 por orden de Stroessner, inculpado a su vez de permitir actividades comunistas en su zona y como autor moral del asesinato del dirigente republicano Fidencio Pérez, ocurrido en 1961.

         Hacia finales de los años 60, interpretando el mensaje del Vaticano II y, sobre todo, de Medellín, la Iglesia se acercó más al campesinado. Los jesuitas y los franciscanos comenzaron a trabajar directamente en la concienciación social de los labriegos y gran parte de las Ligas Agrarias Campesinas pasaron a constituirse en Ligas Agrarias Cristianas.

         La jerarquía eclesiástica, específicamente los obispos Ramón Bogarín Argaña, Aníbal Maricevich e Ismael Rolón, fue un sostén moral de las LAC. Éstas se extendieron en la región Oriental del país y su estructura organizativa, su capacidad de movilización, la conciencia de sus miembros respecto a sus derechos, su sistema educativo propio y su creciente ascendencia sobre el sector campesino, asustaron al Gobierno que vio en las Ligas una conjura comunista de enorme alcance.

         Entonces se desató la represión que ya se venía presagiando desde fines de los 60. Durante todo el primer lustro de la década de los 70 hubo un sistemático acoso gubernamental a las Ligas en Cordillera, Caaguazú, Alto Paraná, Misiones y otros departamentos.

         Este hostigamiento persistente y cargado de violencia y brutalidad del régimen contra las Ligas motivó en el seno de éstas dos líneas de pensamiento y acción. Por una parte, hubo dirigentes que prefirieron seguir bregando dentro de una resistencia pacífica. Por otro lado, algunos se radicalizaron totalmente y optaron por la lucha armada como método para enfrentar a Stroessner. La OPM les dio el camino para esto, pero resultó fatal. En 1976 El Rubio no sólo se decidió a acabar con la dirigencia radicalizada, sino con todas las Ligas pues éstas le olían a colectivismo y consecuentemente a comunismo.

        

         LA TERRIBLE EXPERIENCIA DE JEJUÍ

 

         Aunque separadas por cinco años en el tiempo, las contundentes y criminales represiones conocidas como casos Jejuí y Caaguazú son de lo más emblemáticas que pudieron haber sufrido grupos campesinos por parte del gobierno de Stroessner.

         Una noche de febrero de 1975, una fuerza militar de 2.000 efectivos a cuyo mando estaba el teniente coronel José F. Grau, atacó la comunidad rural de San Isidro de Jejuí, en el departamento de Concepción.

         Dicha comunidad, centro de la coordinación de las Ligas Agrarias del norte, era para el régimen nada menos que un "campamento guerrillero" y fue salvajemente desmantelada por el ejército. En el ataque hirieron de bala el sacerdote Braulio Maciel, que servía en el asentamiento, y arrestaron a un obispo norteamericano, monseñor Roland Bordelon, que trabajaba para Cáritas. Otro norteamericano capturado ahí fue Kevin Cahalan, representante residente en el Paraguay de la Catholic Relief Service. Ambos sufrieron tratos inhumanos en prisión.

         Por su parte, los pobladores varones fueron apresados en su mayoría y traídos a Asunción, mientras las mujeres y los niños permanecieron durante varios días cercados por los soldados.

         Otro hecho que acentuó el terror fue el saqueo que llevaron a cabo las fuerzas militares en Jejuí. Desaparecieron unos 8 mil dólares que habían sido donados por Cáritas y se llevaron animales (15 vacas lecheras, 20 cerdos y 600 gallinas), frutos de la cosecha y hasta los enseres, herramientas, muebles y utensilios domésticos. Las casas fueron arrasadas y todos los labriegos expulsados. Tiempo después, el Instituto de Bienestar Rural vendió las tierras a otra gente. La experiencia comunitaria agrícola de Jejuí sucumbió destrozada.

         Pocas semanas después, la barbarie hizo lo mismo con otras colonias: Acaray, en Alto Paraná, y Tuna, en Santa Rosa, Misiones. Tres pobladores de la primera murieron torturados en Investigaciones. En la segunda, varios misioneros españoles que enseñaban en la escuelita del lugar se vieron obligados a irse del país bajo un consabido cargo: comunistas.

 

         LA MASACRE DE CAAGUAZÚ

 

         A la 1 de la madrugada del 8 de marzo de 1980, unos 20 campesinos, entre ellos mujeres y niños, abordaron en el kilómetro 27 cerca de la entonces Ciudad Presidente Stroessner, el ómnibus Nro. 150 de la empresa Rápido Caaguazú. Procedían de la colonia Acaray y exigieron al conductor que los llevara hasta la ciudad de Caaguazú. No tenían dinero para el pasaje.

         Estaban desesperados y querían llegar hasta la oficina regional del IBR para buscar solución al hostigamiento permanente que recibían de parte de militares que querían expulsarles de sus tierras.

         Cerca de Campo 8, en el kilómetro 34, los controladores fiscales quisieron parar el ómnibus para una inspección de rutina. Asustados, los campesinos obligaron al conductor a seguir la marcha a toda velocidad. Los inspectores, sorprendidos por la maniobra, comenzaron a disparar sobre el vehículo, desde donde uno de los labriegos respondió con un arma de fuego. Entonces se inició la tragedia.

         A pocos kilómetros del lugar del incidente, los agricultores decidieron abandonar el ómnibus, atemorizados por las consecuencias que podría tener lo ocurrido. Ya el ejército y milicianos colorados estaban tras sus pasos.

         Divididos en dos grupos, los perseguidos se internaron en las todavía tupidas selvas caaguaceñas. El 10 de marzo, efectivos de la II División de Infantería cercaron a uno de los grupos y mataron a 10 de los labriegos. Hay versiones de que varios de ellos fueron degollados después de rendirse. Las autoridades se negaron a entregar los cadáveres a los familiares y los enterraron en un foso común en la localidad de San Antonio, departamento de Caaguazú.

         Uno de los pocos que logró escapar fue Victoriano Centurión, que se convirtió en el hombre más buscado del país. Basándose en su gran instinto de conservación y ayudado por algunos políticos opositores, escapó del cerco militar-policial y consiguió refugio en la embajada de Venezuela, en Asunción.

         En el otro grupo de fugitivos, varios cayeron detenidos, entre ellos tres criaturas: Apolonia y Arnaldo Flores y Apolinario González. Ninguno sobrepasaba los 13 años de edad. Apolonia tenía 12 y además sufrió una herida de bala. Todos ellos estuvieron presos durante 6 meses bajo la imputación de ser guerrilleros que habían asaltado un ómnibus.

         Ante la magnitud desmedida de la represión, los jerarcas policiales y militares crearon una historia fantástica en torno a estos campesinos que, de personas desesperadas por salvar sus tierras, pasaron a convertirse para el régimen en feroces guerrilleros que buscaban derrocar a Stroessner.

         Éste fue el último gran capítulo represivo sangriento del gobierno de El Rubio.

 

         EL MOVIMIENTO INDEPENDIENTE

 

         Con el reflejo del caso OPM en 1976 y en la tesitura de desintegrar cualquier tipo de grupo que tuviera una postura crítica frente al régimen, las huestes de Pastor Coronel se mantuvieron vigilantes y expeditivas.

         En julio de 1977 se desató otra fuerte ola represiva, esta vez contra un conglomerado de jóvenes que integraban lo que se dio en llamar Movimiento Independiente, agrupación conformada para que "en el marco del respeto a la ley pudiera tener presencia en la vida política del país", según la definición de uno de sus miembros, el doctor José Nicolás Morínigo, más conocido como Pepito, que debido a ese caso fue violentamente detenido en su domicilio, el 21 de julio.

         La publicación del movimiento, la muy recordada revista, fue cerrada definitivamente por orden policial.

         Varios intelectuales terminaron parando en Investigaciones bajo la acusación de estar asociados al Movimiento Independiente, al cual la policía atribuía un carácter subversivo similar al de la OPM (cuando irrumpieron en la casa de Pepito Morínigo, lo primero que le preguntaron los agentes fue: "¿Dónde están las armas?, ").

         A todos los detenidos, entre los que se hallaban el doctor Ursino Barrios, el poeta Jorge Canese, Ricardo Canese, Juan Félix Bogado Gondra, Emilio Pérez Chaves, Oscar Rodríguez Campuzano, Antonio Pecci, Adolfo Ferreiro, Eduardo Arce Schaerer y José Carlos Rodríguez, los trasladaron posteriormente al campo de concentración de Emboscada, donde estuvieron recluidos por poco más de un año.

         El Movimiento Independiente pensaba constituirse en un foro de la democracia, pero se frustró por la intolerancia y la arbitrariedad del stronismo.

 

         MARTÍN ALMADA: CASTIGO A LA CRÍTICA

 

         Una de las cosas más dramáticas en tiempos de Stroessner fue el vaciamiento del sentido crítico en la educación. El régimen se ufanaba de que abría nuevas escuelas y colegios y que aparecieron más centros de enseñanza terciaria que nunca antes entre 1954 y 1989. Eso era verdad, pero si bien es importante la infraestructura material para impulsar la tarea educativa no es menos importante el sistema y hasta la ideología que se implanta para desarrollarla.

         Durante el gobierno de Alfredo Stroessner, la educación académica fue un elemento más de control ciudadano y del culto a la personalidad del Líder. El programa de Historia del Paraguay, por ejemplo, saltaba épocas completas y se dedicaba más tiempo a la exaltación acrítica de las virtudes guerreras de algunos héroes militares. Quien quisiera salirse de ese molde, corría serios riesgos.

         Una muestra de esto fue el maestro Martín Almada. Almada, nacido el 30 de enero de 1937 en Puerto Sastre, se sobrepuso a la pobreza de su origen y se licenció en Pedagogía en 1963 y se recibió de abogado en 1968. En 1972 ganó por concurso una beca del gobierno argentino para hacer el doctorado en Ciencias de la Educación en la Universidad Nacional de La Plata. Al terminar sus estudios, en 1974, escribió su tesis, llamada Paraguay. Educación y Dependencia. Este agudo análisis crítico de la situación del país lo puso en la mira de la represión.

         Junto con su esposa, Celestina Pérez, Almada había fundado en la ciudad de San Lorenzo el Colegio Juan Bautista Alberdi, en el que se promovía un tipo de educación autogestionaria que priorizaba los intereses comunitarios y ciudadanos más que los de los centros de poder que querían imponer un currículum educativo desfasado de la realidad circundante de los educandos.

         Almada desarrolló también una intensa actividad gremial en favor de los maestros. Creó la Villa del Maestro y estuvo a la cabeza de quienes exigieron un mejor tratamiento salarial a los docentes. El 24 de noviembre de 1974, en medio de la detención de varios involucrados en un intento de magnicidio contra Alfredo Stroessner, fue apresado también Martín Almada, cuyo centro educativo, el Juan Bautista Alberdi, fue saqueado y destrozado.

         Llevado a Investigaciones, el educador sufrió terribles sesiones de tormento que posteriormente le dejarían graves secuelas físicas. Tras ese terrorífico período de "ablandamiento", Almada, con otros presos, fue conducido a la Comisaría 1ª., detrás del Hospital de Clínicas, donde permaneció totalmente incomunicado. Allí se enteraría, por medio de un compañero de celda que vio accidentalmente la página mortuoria de un periódico, de la muerte de su esposa, Celestina Pérez de Almada, víctima de un ataque cardíaco como consecuencia de la tortura sicológica a que había sido expuesta por la Policía que constantemente le enviaba pruebas (ropa ensangrentada y comentarios diversos) sobre los vejámenes a que era sometido su marido.

         Esa noticia fue el más tremendo golpe que sufrió filmada en prisión. En setiembre de 1976 lo trasladaron al campo de concentración de Emboscada, de donde salió en libertad en setiembre de 1978.

         El acoso policial en su contra continuó siendo muy fuerte y ayudado por la Conferencia Episcopal Paraguaya, Almada pudo salir del país. En febrero de 1979 viajó a Panamá con sus tres hijos. Luego fue contratado por la UNESCO y se radicó en París.

Volvió al Paraguay en 1989. Sus investigaciones sobre el stronismo y su sistema de represión contribuyeron para que el 22 de diciembre de 1992 fueran hallados los archivos de la policía política con las incontestables evidencias de los abusos y crímenes cometidos especialmente en el Departamento de Investigaciones.

         Todo lo que Martín Almada sufrió, tuvo su origen en el deseo de que la educación en el Paraguay se saliera de los moldes impuestos por el stronismo. La crítica se pagaba con el terror.

 

         CUANDO SE APAGÓ LA NOCHE

 

         La obsesión del régimen stronista era ejercer un absoluto control sobre todas las actividades ciudadanas, hasta las más íntimas. Y en esos años 70 mucho más, dados los sucesos políticos y represivos ocurridos en su transcurrir y pese a que la bonanza económica esparcía sus beneficios sobre muchos sectores del país, especialmente a finales de la década.

         Esa bonanza hacía que la noche asuncena, con sus variados lugares de espectáculos, sobre todo musicales, estuviera en su esplendor.

         De repente, la noche se apagó. El jefe de la Policía de la Capital, general Brítez Borges, emitió el famoso Edicto Nro. 3 con fecha 19 de enero de 1978. La disposición entró a regir el día 21 y estipulaba que todos los locales nocturnos debían cerrar sus puertas a la 1 de la madrugada los días hábiles y a las 2 en vísperas de feriado. Eso regía para todos, sin excepción.

         Uno de los considerandos de la resolución señalaba: "vista la necesidad de mantener bajo control las distintas parrilladas, bares, restaurantes y afines...". Después se sabría que una de las razones primordiales de la medida era la cercanía de las elecciones presidenciales de 1978 y el deseo de la Policía de facilitar la vigilancia sobre todos los sectores del país.

         El edicto Nro. 3 liquidó el negocio de varios locales nocturnos y en contrapartida, como una respuesta transgresora a la arbitrariedad, dio nacimiento a un personaje que con el tiempo tomaría características de referente ineludible de Asunción: el panchero.

         Era el hombre que aprovechando el cierre tempranero de los locales a la noche, instaló una casillita para vender panchos, gaseosas y cerveza a los sedientos parroquianos que buscaban refugio a su bohemia.

         Llamativamente, la Policía controlaba el estricto cumplimiento del edicto por parte de los locales cerrados, pero daba vía libre en las calles a la vigencia de los pancheros que hacían su mayor recaudación en horas de la madrugada.

         El propio Pastor Coronel vio la posibilidad de emplear una buena táctica policial: disfrazar a policías de pancheros. Una nueva forma de ejercer control.

 

         EL FIN DE LA ERA MÁS DURA

 

         En 1980 se cerró la década de los años 70, la más violenta de la era stronista. La represión con estilo de masacre ocurrida en Caaguazú fue la última de características extremadamente sangrientas que cometió el régimen.

         Tras el 17 de setiembre de 1980, día del asesinato (ajusticiamiento según sus victimarios) de Anastasio Somoza, el ex tirano nicaragüense que se hallaba refugiado en Asunción desde agosto de 1979, hubo persecuciones, pero fueron más localizadas aunque alguna gente sufrió torturas tan demenciales como las de años atrás, como el chileno Alejandro Mella Latorre, un periodista acusado por las despistada policía de Pastor Coronel de haber tomado parte del comando que mató a Somoza, en calidad de fotógrafo que debía graficar la acción.

         En las sesiones de tormentos, Mella lanzó los nombres de otros periodistas a los que luego apresaron, tales como el argentino Hernando Sevilla, Eduardo Rolón, Rolando Chaparro y Juan Andrés Cardozo. Todo duró hasta que ni la propia Policía pudo justificar ya la irracionalidad de su procedimiento.

         El atentado contra Somoza, perpetrado por un comando extranjero que entró con sospechosa facilidad al país con su propio armamento, hizo comprender a Stroessner que su tan mentado sistema de seguridad no era nada seguro y que su anquilosada policía política no estaba capacitada para pelear contra enemigos realmente potentes y organizados como el grupo que reventó literalmente al ex presidente de Nicaragua.

         Pero lo de Somoza fue un suceso totalmente aislado y en los siguientes siete años antes de su caída, el stronismo no necesitó de la violencia masiva y de los asesinatos para mantenerse en el poder.

 

         ¿CUÁNTOS MURIERON DURANTE EL STRONISMO?

 

         Es imposible dar ni tan siquiera una cifra aproximada y corroborable de la cantidad de muertos que dejó el régimen stronista. Se tiene certeza de algunos (hay por ejemplo 83 identificados durante las guerrillas de los años 60), pero en general, la mayoría de los analistas expresan que en los casi 35 años en el poder, al gobierno de Alfredo Stroessner se le podrían atribuir entre 200 y 300 muertos.

         Teniendo en cuenta la duración del mandato de Stroessner, son cifras "escuálidas" si se las comparan con las de Argentina y Chile.

         En la Argentina, la dictadura militar que duró entre 1976 y 1983 perpetró el exterminio de unas 30 mil personas. A su vez, en Chile el sistema encabezado por Augusto Pinochet acabó con unos 4 mil ciudadanos entre 1973 y 1990.

         Se podría pensar, ante este panorama, que la represión en el Paraguay no fue tan intensa si se la coteja con la de otros regímenes de la región. Sin embargo, hay que tener en cuenta que Stroessner no tuvo frente a sí a una oposición realmente organizada que recurriera a las armas con la estructura suficiente para vencerlo. Entonces, no necesitó del genocidio.

         Si Videla y Pinochet eligieron recurrir al exterminio masivo de opositores, Stroessner prefirió la eliminación selectiva, como los casos de Goiburú, Maidana, Soler y algunos más.

         En las dos épocas en que hemos dividido el terror en la era de El Rubio, se puede notar claramente que una de las características del stronismo fue que tenía que producir siempre una situación de antagonismo interno. Nunca debía tener tregua el juego de conflicto y represión porque ése era el fuego vital del régimen.

         El gobierno de Stroessner no podía vivir sin que existieran enemigos políticos porque eso ayudaba a mantener la situación de constante represalia y a diseminar el temor como elemento fundamental de cohesión de todos sus componentes.

 

 

 

CAPÍTULO XIV

 

STROESSNER INTIMO

 

         Cuando se instaló en el sillón presidencial, Alfredo Stroessner tenía sólo 41 años de edad y estaba casado con una maestra silenciosa y discreta dos años mayor que él, oriunda de la localidad chaqueña de Villa Hayes: Eligia Mora Delgado, a cuyo natural sencillo no agradaba en absoluto aquel impactante cambio en el status de su marido, al llegar al cargo de Presidente de la República, que también significaría para ella un shock posterior.

         Eligia era hija de don Anastasio Mora y de doña Eloisa Delgado. Los biógrafos y panegiristas oficiales de Alfredo Stroessner no hablan de la fecha de su casamiento con la estoica docente villahayense. Algunos familiares señalan que probablemente el matrimonio se produjo en 1949, cuando sus dos primeros hijos, Gustavo Adolfo y Graciela Concepción ya habían nacido. El primero, en el año 1944.

         A doña Eligia le seducía la sencillez, la vida apacible y alejada de todos los problemas, aunque la carrera castrense de su amado Alfredo siempre tuvo las vicisitudes propias de una era de inestabilidad consuetudinaria. Sus aspiraciones de mujer de pueblo no llegaban mucho más allá de ser una buena docente, una excelente esposa y una madre vigilante de la crianza de sus hijos: Gustavo Adolfo, Graciela Concepción y Hugo Alfredo (Freddy, quien fallecería poco después del derrocamiento de su padre, como consecuencia de las drogas y el alcohol, y cuya muerte le causaría a doña Eligia un dolor del que nunca se repondría totalmente). Éstos eran los hijos oficiales del matrimonio Stroessner Mora, a los que se debe sumar una hija adoptiva, María Olivia, más conocida como Chelita.

         Al principio, la familia Stroessner, a pesar de las escapadas de papá Alfredo, permaneció unida y feliz en Mburuvicha Roga. Pero eso no duraría tanto como el mandato gubernativo de El Rubio.

         Hay quienes afirman que doña Eligia Mora Delgado de Stroessner sufrió siempre estoicamente tanto en el éxtasis como en la agonía del poder de su esposo, de quien sabía tendría que separarse tarde o temprano, como luego sucedió, en el cumplimiento de un destino que se precipitaría de manera inexorable.

         Ella era una típica mujer paraguaya de esos tiempos que soñaba con un marido, un hogar y los hijos. Ése era su mundo ideal que chocaba constantemente contra la realidad de que todos los acontecimientos pasaban por encima de sus sueños de vida afable y simple.

         Doña Eligia era atenta ante los problemas ajenos. Se sentía feliz ayudando a la gente aunque nunca hizo alarde de poder alguno cuando ayudaba. Lo hacía con la sencillez que siempre la caracterizó. Tenía un grupo de amigas con las que se reunía de tarde en tarde para jugar a las cartas, pero era sumamente discreta en sus conversaciones. No le gustaba diseminar sus problemas con Alfredo, de quien se sentía cada vez más alejada.

         Ella terminó lejos de todo, especialmente de aquel joven de los primeros tiempos, rubio, flaco y alto, espirituosamente militar y siempre acosado por la estrechez económica. Aquel que se ilusionaba con solucionar los problemas del país y que de adulto no encontraría mejor manera de intentarlo que sometiéndolo.

         Stroessner, más allá de las incurables infidelidades que iban dejando cada vez más abandonada a doña Eligia, solamente podía serle leal a su propia naturaleza. Es posible que nunca haya amado realmente a nadie. Quienes sucumben ante su propia vocación de poder, generalmente se niegan a sí mismos el acceso a ese sentimiento demasiado humano para ser digno de un Alfredo Stroessner, el bronce.

 

         ALGUNAS DEBILIDADES HUMANAS DE EL RUBIO

 

         Desde que era comandante en Paraguarí se comentaba la adicción de Alfredo Stroessner a las fiestecitas en pleno cuartel con abundancia de mujeres complacientes y bebidas fuertes. Sin embargo, esto se tomó paraguayamente, es decir casi como una virtud cuando que en otros representó el estigma de la perversión. "I jarriero paite mi general" (quizá esto se pueda interpretar como "mi general es todo un hombre"), era el comentario entre la oficialidad. Si fue el Primer Deportista, el Primer Trabajador, El Rubio también se llevó por varias cabezas el título de Primer Falo del País.

         El capitán Federico Camilo Figueredo recordaría años más tarde que para complacer a Stroessner algunos oficiales "hacían un verdadero torneo de obscenidades que desprestigiaban a las fuerzas armadas" y que quienes no participaban activamente de esos actos o no los aprobaban, eran mirados con desconfianza.

         El mayor Jesús María Villamayor (padre de Juan Ernesto Villamayor), en su libro Stroessner y su claque, acota que "En el Paraguay nadie se escandalizaba de que hayan hombres que se las dan de conquistadores: Pero lo que no se ha visto ni oído jamás -ni en los tiempos de Albino Jara- es que la erotomanía de un Presidente haya llegado al sacrilegio de convertir el Palacio de López en alcoba de cortesanas".

         Al mismo tiempo que satisfacía sus adicciones amatorias, El Rubio fumaba copiosamente, sobre todo cuando joven, y al comienzo de su Gobierno era muy común verlo con un cigarrillo entre los dedos en actos oficiales, costumbre que después desechó. En los años 80 ya fumaba mucho menos, pero nunca dejó de hacerlo definitivamente. Su marca preferida era la americana Kent, que tuvo que adoptar cuando Camel dejó de llegar al Paraguay.

         En otro aspecto, los más cercanos a Stroessner conocían también su habilidad extrema para la intriga. Era un estratega infalible en este tipo de maniobras pues nunca aparecía como mentor ni mucho menos ejecutor de las mismas.

         El Rubio tuvo también otra "cualidad" desde el comienzo de su ascendencia militar: a sus seguidores convirtió en compinches, con lo que su influencia se acentuó en una oficialidad que antes se sentía desorientada y sin liderazgo.

         Volvemos a recurrir a la memoria del capitán Figueredo: "el general Stroessner, para asegurarse, necesitaba de la lealtad de los jefes militares, quienes condicionaban esa lealtad a la prebenda que recibían. Stroessner se aseguraba la lealtad con prebendas".

 

         SU CARÁCTER

 

         Más allá del gusto por el whisky y las mujeres, muchos de quienes lo conocieron de cerca coinciden en que Alfredo Stroessner era un hombre austero y de espíritu casi espartano. Era un militar puro y se adaptaba mejor que cualquiera a las circunstancias físicas que le rodearan.

         Sobrio en sus maneras y en sus gustos, no le atraían los lujos ni el confort más allá de lo indispensable. Esto se comprobó cuando tras el golpe de 1989 muchas personas ingresaron a ver su dormitorio. Estaba muy lejos de la suntuosidad y hasta el viejo aparato de aire acondicionado se hallaba descompuesto. Nadie entraba a ese aposento fuera de ña Lola, su mucama. Era el lugar de sus mayores secretos.

         Le gustaba la comida casera, sencilla, preparada por su cocinera, Carmen Santos, sobre todo el locro con so'o piru y el caldo de mandi’i. Tenía debilidad por los pescados: el salmón, el dorado y la corvina. Sólo los domingos salía de la rutina y mandaba preparar un asado en Mburuvicha Roga, cuando su familia aún estaba toda unida y los hijos vivían en la residencia presidencial.

         Conforme se consolidaba en la presidencia de la República, su carácter se tornó más reservado. Se volvió casi silencioso. No le gustaba hablar más de lo indispensable. Tenía muy pocos amigos y se podría decir que era un hombre solitario.

         Cuando estaba con sus ministros o en su reducido grupo de compañeros de ocio, nadie osaba abrir la conversación sin antes saber de qué quería hablar El Rubio. Él dirigía todo: proponía el tema, conducía la charla y evitaba que alguno tomara excesivo protagonismo en la tertulia. De vez en cuando formulaba algunas bromas, pero no admitía que nadie las hiciera frente a él.

         Sabía mantener la distancia con los demás y se tornaba prácticamente impenetrable. No permitía que nadie tratara de intimar con él. Era difícil saber qué pensaba ni qué iría a hacer en determinadas circunstancias. Detestaba que le insinuaran algún consejo o que se atrevieran a formularle observaciones del tipo que fuere. Perdía la paciencia y lo demostraba sin empachos. Si alguien le hacía una pregunta que le parecía impertinente, respondía secamente: "para qué quiere saber".

         Era tajante y duro con su entorno de colaboradores y su acusación más recurrente, casi cotidiana, era "flojo", espetada a quienes no pudieran cumplir cabalmente con sus órdenes.

         En el trato daba mayor preferencia a los militares sobre los civiles, aunque en los primeros tiempos de su presidencia le gustaba mezclarse con la gente común y conversar con ella. En esas situaciones hablaba en guaraní. Así cultivó amistades llamativas, como la de Ña China, por ejemplo, una humilde chipera que tenía un puesto en pleno centro asunceno. A Stroessner le fascinaba charlar con ella, tanto que la llevó consigo en varios viajes oficiales al exterior.

 

         SUS COSTUMBRES Y SUS RELACIONES

 

         Stroessner concurría a la mañana al Palacio de López desde donde gobernaba con mano dura, y a la tarde se dedicaba a él mismo.

         Su chofer, Pedro Miranda, quien trabajó con él desde noviembre de 1960 hasta la madrugada del 3 de febrero de 1989, lo transportaba a sus rutinarios destinos. Miranda jamás preguntaba a dónde irían. El propio Stroessner iba señalando el camino conforme avanzaban.        

         Muchas veces, El Rubio tenía antojos que parecieran hasta inocentes. Iba a la despensa Cabure'í, en la calle Garibaldi, donde compraba golosinas que después regalaba a sus amigos o a sus subordinados. O adquiría frutas en el negocio de don José Módiga, en Colón casi Estrella. También solía sostener prolongadas y divertidas charlas con los hermanos Barchini, en el Hotel Guaraní.

         Otras tardes las pasaba en Mburuvicha Roga jugando a las cartas con sus muy elegidos amigos. Desde la década de los 80 esos juegos se hacían afuera. Los martes y jueves se trasladaba hasta la residencia del coronel Francisco Feliciano Duarte para jugar al tute, en partidas de las cuales participaban los generales que gozaban de su mayor confianza: Germán Martínez, Johannsen y Ruiz Díaz, éste último, comandante del Regimiento Escolta Presidencial.

         También le gustaba ir al club Deportivo Sajonia para mirar el río al atardecer y se entretenía observando los partidos de fútbol o de básquetbol entre aficionados.

         No realizaba ejercicio físico más allá de las caminatas que cuando estaba sano y fuerte solía hacer a la madrugada, antes de ir al Palacio, en el Jardín Botánico o en el Parque Caballero. Algunas veces se enfrascaba en largas partidas de ajedrez con el maestro Ronald Cantero o con otros buenos jugadores, ya que él mismo tenía un alto nivel en el deporte ciencia.

         También le gustaba el fútbol. Algunos afirman que llegó a jugar por el Libertad, el club del cual era adicto y al que desde su cargo de Presidente de la República ayudó en grado apreciable, tanto que el estadio lleva hasta hoy su nombre.

         Ése sería durante el régimen stronista el único recinto donde la gente, los domingos a la tarde, llegaría a gritar "¡Libertad, Libertad!" en presencia del mismísimo El Rubio sin que éste se molestara en absoluto.

         Pero la actividad recreativa que más le gustaba a Alfredo Stroessner era la pesca. En sus primeros tiempos de Gobierno se iba al río Pilcomayo, en el Chaco; luego instaló su centro de pesca en la isla Yacyretá, sobre el río Paraná. En sus últimos años de presidente se trasladaba con frecuencia a Rosario, sobre el río Paraguay.

         Sus compañeros preferidos en esas ocasiones eran el coronel Julián Miers, Ito Barchini y los doctores César Nazer, Fratta Bello y Yaryes. Algunas veces también iba el doctor Manuel Riveros, una de las personalidades más queridas y respetadas por El Rubio.

         Pero los infaltables en esas jornadas de pesca eran dos extraños personajes que estaban siempre cerca de Stroessner en las circunstancias que fueran, tal como amuletos imprescindibles.

         El primero era el italiano Salvador Musmessi, más conocido como Turi. Nacido en el seno de una familia de pescadores en Sicilia, en 1908, llegó al Paraguay en 1913. En 1960, don Vito Campos lo presentó al edecán del Presidente, coronel José María Argaña, quien a su vez le hizo conocer a Stroessner.

         No tardó El Rubio en invitarlo a Turi a visitar la isla de Yacyretá para pescar. Tanto le gustó el lugar al italiano que decidió quedarse una semana luego de que todos volvieran a Asunción. Un tiempo después se fue a vivir en la isla. Stroessner le instaló ahí como una especie de gobernador al frente de 15 soldados.

         Desde ese remoto lugar Musmessi ejerció un gran poder. Llegó a expedir una placa para automóviles como si la isla Yacyretá fuera un municipio. La posesión de esa placa era muy apetecida porque significaba para su titular la ostensible cercanía al poder.

         En Asunción, don Turi se construyó una casa con forma de barco. En la mañana del jueves 2 de febrero de 1989, Stroessner pasó por allí para avisarle que pensaba aprovechar el largo fin de semana que se avecinaba (el viernes 3 era feriado) para ir a pescar. El programa sucumbió por fuerza mayor.

         El otro enigmático personaje que acompañó a Stroessner como una sombra en sus últimos años en el poder fue Narciso Soler. De rasgos aindiados, era retacón, feo, analfabeto y tenía muy mal genio, sobre todo cuando estaba bebido, cosa que sucedía más de las veces. Nadie conocía su origen aunque se sabía que nació en Puerto Rosario el 29 de octubre de 1927. Poseía rango de suboficial del Ejército destinado supuestamente al Regimiento Escolta y ostentaba una prepotencia sin límites. Se arrogaba una gran influencia y desafiaba a jefes militares, a ministros y a cualquier autoridad.

         Al comienzo de su relación con Stroessner, todo se circunscribía a la pesca por su rara intuición para saber dónde había pique. Era el que conducía a la caravana de pescadores hacia los codiciados cardúmenes y hasta Stroessner le obedecía ciegamente en ese menester.

         En los años 80, Soler trascendió del ámbito pesquero y se instaló al lado de Stroessner como un compañero inseparable, incluso en el automóvil presidencial, al que muy pocos accedían.

         Otro hecho que a todos asombraba era que Stroessner visitaba constantemente a Soler en su domicilio, ubicado en un barrio residencial de Asunción. Había días en que El Rubio iba varias veces a la casa de ese inentendible individuo y se quedaba conversando con él durante horas de temas intrascendentes, según testimonio de familiares de Soler. Nadie lograba explicar esa relación de seres presuntamente tan disímiles. Pero Stroessner tenía esas cosas extravagantes.

 

         SUS GUSTOS MUSICALES

 

         Stroessner tenía gustos musicales tradicionales. Las canciones paraguayas eran sus preferidas y entre ellas, las composiciones dedicadas a la guerra del Chaco que tan bien interpretaba Aníbal Lovera, de cuya voz era un admirador incondicional.

         Otro de sus favoritos era Luis Alberto del Paraná, a quien apreciaba sustantivamente por el hecho de llevar la música paraguaya a todo el mundo. Incluso le perdonaba que actuara en ciudades de la Unión Soviética. Paraná, con su radiante simpatía, le aseguraba a Stroessner que él iba a "coloradizar a todos los comunistas de Rusia".

         Otro de sus artistas admirados era Roquito Mereles, un rabelero (el rabel es una especie de violín de tres cuerdas) casi indigente y ciego que se ganaba la vida cantando tonadas populares compuestas por él mismo. Roquito era habitué del Mercado N° 4 y para escucharlo mejor, El Rubio le hizo conceder un espacio semanal en la radio del Estado.

         En contrapartida, a pesar de que en privado admitía su belleza, públicamente repudiaba las composiciones de Epifanio Méndez Fleitas, por tratarse éste de quien se trataba. Un viejo operador de Radio Nacional afirmó que Stroessner nunca hizo prohibir

las canciones de Epifanio en la emisora. Pero los programadores, en un profiláctico acto de autocensura, evitaban pasarlas y si lo hacían, muy de vez en cuando, el locutor debía obviar el nombre del autor o, en último caso, decir simplemente (como una extrema concesión) "de E. Méndez".

         En este aspecto, quizá Epifanio pagó así lo que él mismo, cuando estaba en el poder, le hizo al maestro Carlos Lara Bareiro, el músico paraguayo de mejor formación académica, a quien mandó al exilio. Claro está, Stroessner tampoco permitió que Lara Bareiro regresara al país, por su condición de marxista.

         Pero al comunista cuya difusión no pudo prohibir jamás Stroessner fue José Asunción Flores, el creador de la guarania y máximo referente de la música paraguaya. El castigo mayor para éste fue no permitir la repatriación de sus restos tras su muerte en Buenos Aires en 1977.

         En un acto de obsecuencia límite con Stroessner, el poeta guaireño Leopoldo Ramos Giménez inició una campaña para hacer creer que la guarania había sido creada por Manuel Ortiz Guerrero y no por Flores. Incluso un libro de texto de música para la secundaria, de José Valentín Weiler y Germán Arriola Verón, incluyó esta mentira. Les salió al paso Mauricio Cardozo Ocampo, testigo del nacimiento de la guarania en 1925, quien con gran valentía y honradez (era funcionario público en la Dirección de Turismo) se enfrentó a todos confirmando la autoría de Flores.

         Por otra parte, hubo músicos que pagaron su lealtad a Stroessner con el desprecio de sus propios colegas. Entre los ejemplos más patéticos de esto se halla el caso de Samuel Aguayo, uno de los próceres de la música paraguaya en la Argentina, quien fue sindicado como informante de la policía política de Stroessner y como delator de varios compañeros suyos. Aguayo nunca pudo levantar esta incriminación y hasta su muerte llevó el estigma de pyragüe. Fue autor de la más bella de las canciones dedicadas al general Stroessner.

 

         SUS AMIGOS

 

         Como todo hombre poderoso, Alfredo Stroessner tenía muy pocos amigos verdaderos. Perdió a muchos en los caminos del afianzamiento en la hegemonía del gobierno de la nación. Conforme fue ganando ascendencia sobre el país fue creciendo su soledad. Aún así, tuvo amigos que le duraron, algunos, toda la vida.

         La pérdida más grande para él fue la muerte de Domingo Robledo, un hombre que usó y abusó del gran afecto que le tenía El Rubio, para sembrar el terror en Encarnación desde su cargo de intendente municipal. Robledo fue asesinado el 18 de diciembre de 1972 por un ex compañero suyo que no pudo soportar más sus arbitrariedades. A pesar de todo el daño que hizo Robledo a su comunidad, Stroessner lo quería y ordenó una verdadera caza de brujas tras el fallecimiento del intendente encarnaceno.

         Otro de sus grandes amigos de toda la vida fue el doctor Julio César Pompa, a quien había conocido en plena guerra del Chaco. El caso de Pompa fue muy distinto al de Robledo, pues aquél era un caballero y jamás utilizó la amistad del Presidente para perjudicar a nadie. Quienes saben del tema afirman que Pompa le enseñó a Stroessner a salir de la pobreza.

         Compañeros entrañables de El Rubio fueron Honorato y Nicanor Pampliega, hermanos a su vez ambos del general Amancio Pampliega, hombre que cumplió un papel muy importante en el gabinete de Higinio Morínigo hasta que fue defenestrado con el autogolpe del 13 de enero de 1947.

         Otros amigos con los que después tuvo desencuentros fueron los doctores Fratta Bello y Yaryes y con Alberto Planás, a quien destituyó del cargo de jefe de Investigaciones cuando el escándalo con los alemanes Dieter Douring y Wolf Erhard Kocubek, protagonizado por el jefe de Policía, Ramón Duarte Vera, removido también de su puesto a raíz del caso que es tocado en otro capítulo de este mismo libro.

         Otra persona a la que apreció mucho fue don Nicolás Bo, con quien solía almorzar los días jueves en la residencia de éste, en la avenida Félix Bogado.

         Entre los militares, quienes de mayor confianza gozaron hasta los últimos tiempos fueron el general Germán Martínez y los coroneles Miers y Bentos, todos ellos del arma de Artillería y leales a Stroessner desde antes de su exilio en 1948.

         Hubo más gente cercana, pero quizá no en el grado de los nombrados. El general Andrés Rodríguez, a pesar del aprecio que le tenía Stroessner y de tener el grado de pariente político (tanto que pasaron juntos el último Año Nuevo de El Rubio como Presidente), no podía considerarse amigo en el más estricto sentido de la palabra, pues entre ellos primaba la condición de jefe y subordinado.

 

         La "otra" Primera Dama

 

         Algunos que pudieron acercarse a cierta distancia de los sentimientos de Stroessner aseguran que el gran amor de su vida fue María Estela Legal, popularmente conocida como Ñata, una muy hermosa guaireña.

         El Rubio la conoció cuando ella tenía apenas 14 años y el romance se inició de inmediato. Fue la "novia" más célebre del general desde que éste se afianzó como presidente de la República. Se conocieron en Yacyretá, en una excursión de pesca. Ella había ido hasta allá acompañando a una prima, quien a la vez era amiga del coronel Julián Miers, uno de los compinches más cercanos de El Rubio. Miers fue quien presentó a Estela y Alfredo.

         Ñata vivía en el barrio Ita Pyta Punta, sobre la calle 20, detrás de la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional. Hasta ese barrio ribereño y de calles oscuras iba Alfredo a visitarla de noche en noche en un jeep militar a la vista de todo el vecindario, saludado a su paso por los obreros y obreras de la firma textil Grau S.A. (hoy ITASA), que abandonaban sus tareas para "ver pasar al Presidente".

         De acuerdo con algunos testimonios, a comienzos de 1965 un amigo de Stroessner, César Zotti, entendió que la casa donde vivía Ñata no era "adecuada para la novia del Presidente", y entonces le regaló a ésta la mansión de la avenida Aviadores del Chaco.

         El Rubio llevaba a Ñata a todas partes. Pasaban juntos algunos fines de semana en la casa del kilómetro 4 a orillas del río Acaray, que le habían obsequiado al Presidente; se instalaban en la granja de Zotti, en Barcequillo, o en la céntrica casa de Virgilio Ramón Legal, en la calle Colón, frente al club Deportivo Colón. Virgilio se valió de su condición de "cuñado" del Presidente para ser durante muchos años delegado de Gobierno en los departamentos de Guairá y Caazapá.

         Los amantes también solían permanecer varios días en Yacyretá, en prolongadas sesiones de pesca, acompañados por los amigos más íntimos del general.

         Con Ñata, Stroessner tuvo dos hijas, María Teresita, quien llegó a recibirse de doctora en Medicina, y María Estela, la mayor. Ambas nacieron en el sanatorio Mígone y adoptaron el apellido de la madre. Estelita se casó luego con un ciudadano norteamericano, constructor que trabajó en la Binacional Yacyretá, Donald Red, apodado Franky, con quien se fue a residir a Estados Unidos.

         Estelita, según cuentan, era la más grande debilidad filial de Alfredo Stroessner. Su semblante cambiaba cuando la veía, todo en él se transformaba entonces. El temido Presidente se convertía en un padre amantísimo cuando aparecía ante sus ojos aquella belleza con claras reminiscencias físicas de su madre.

         Alfredo Stroessner incluso concurrió públicamente orgulloso al casamiento de su hija Estelita. Estuvo ahí como lo haría cualquier padre común feliz de ver feliz a aquella a quien tanto quería y bailó el vals públicamente con su hija y con la madre de ésta, Estela Legal.

         A comienzos de 1981 el romance entre El Rubio y Ñata se acabó. Ésta quería "hacer su vida" ya sin el corsé que significaba ser "la novia" eterna del Presidente, y el rompimiento se dio en buenos términos, aunque los allegados al duro gobernante afirman que éste vivió muy triste los primeros tiempos de la separación.

         El Presidente nunca abandonó a su familia formada con la Legal, tanto que la visitaba periódicamente como todo papá que no tuviera una convivencia cotidiana con la madre de sus hijos.

         El golpe del 2 de febrero de 1989 iría a comenzar en la casa de Ñata Legal, cuando un comando de las tropas golpistas intentara detener a Stroessner en la residencia ubicada sobre la avenida Aviadores del Chaco. Allí el ya anciano dictador estaría compartiendo una velada de las tantas con sus hijas, la madre de éstas y el esposo de ésta, un ciudadano de apellido Yegros. Una estampita de la vida familiar. En aquella ocasión, el general saldría para jamás volver a esa casa donde parecía sentirse sumamente cómodo, lejos de las tribulaciones propias de un poder que cada vez se le iba más de las manos.

         Ñata Legal no fue una simple amante más de Stroessner. No fue la otra ocasional. Llegó a importar afectiva y efectivamente e incluso detentó prerrogativas envidiables, casi como una Primera Dama en la sombra. En su casa se solucionaban-aseguran algunas fuentes importantes- muchos temas de Gobierno, especialmente aquellos que interesaban a ciertos grupos económicos.

         De todos modos se las arregló para mantener en buena medida un perfil más bien bajo y su relación con el intocable presidente de la República nunca degeneró en un escándalo popularizado, ni mucho menos.

         Era una mujer de llamativa belleza y, comenzando por su estampa, superaba a doña Eligia, quien en eso de la elegancia, la sofisticación y los encantos femeninos, no entraba, no se sentía cómoda. Ese clima le interesaba bien poco.

 

         LAS INFIDELIDADES DE ALFREDO

 

         La fidelidad conyugal no fue nunca una virtud de El Rubio, quien se regodeaba de su arrastre entre las mujeres y de su potencia de guarán. Disfrutaba del hecho de que se esparciera por los vientos el eco de sus hazañas pletóricas de genitalidades, sin que importara que éstas fueran verdad o no.

         Para muchas mujeres, ser amante de Stroessner representaba el fascinante ejercicio de probar la cercanía de un ser tan especial. La sensualidad del poder, como dirían algunos.

         Su adicción al whisky y al sexo era renombrada desde mucho antes de que fuera comandante en jefe. Ya en tiempos de Paraguarí tenía fama de bebedor y mujeriego, tanto que se hacía llevar mujeres al cuartel para distracción propia y la de sus oficiales.

         Uno de sus romances más conspicuos fue el que sostuvo con Tina, una chica de 14 años de edad, natural de Acahay, criada por el teniente coronel Alejandro Andreieff en Paraguarí. Stroessner la conoció en el año 1950. Andreieff fue uno de los oficiales de la Artillería que el 2 de julio de 1946 exigieron al entonces comandante en jefe, general Vicente Machuca, que Stroessner, tras ser relevado por una intriga castrense, volviera a ser comandante del RA 1. Stroessner apreciaba a este ruso blanco muy querido en Paraguarí por sus habilidades como constructor. Tras su muerte, en un accidente de ferrocarril, El Rubio enamorado llevó a Tina a Mbocayaty, jurisdicción de Escobar, a 9 kilómetros de Paraguarí, donde la dejó al cuidado de la madre y la hermana de su guardaespaldas, el sargento de Artillería Leandro Báez. Luego de dos años de permanecer ahí, Tina fue traída a Asunción donde el general le pidió a su primo y amigo Eusebio Abdo Benítez (hermano de Mario) que la tuviera por un tiempo en su casa, en las cercanías de la iglesia de La Encarnación.

         Tina quedó embarazada de Alfredo, pero el idilio fue muy tumultuoso porque la doncella tenía veleidades de casquivana y le gustaban en demasía los muchachos, tanto que cuando podía escaparse de la vigilancia que ejercía sobre la casa de Abdo el guardaespaldas Báez, coleccionaba primorosos cuernos para la testa del artillero corazón de acero.

         Los problemas que ocasionaba Tina provocaron que Eusebio exigiera a Stroessner, a través de su hermano Mario, que se la llevara de su casa. Esto originó el odio de El Rubio hacia su anteriormente muy querido primo, que terminó perseguido y exiliado.

         Otra de sus "novias", Miryam, vivía cerca de los Arsenales, en el barrio Sajonia, hasta que se mudó a las inmediaciones de la avenida San Martín. Con ella, Stroessner tuvo una hija que a la caída del gobierno de su padre debía tener unos 17 años, según relatan fuentes conocedoras del tema. El idilio con Miryam se acabó alrededor de 1974.

         La última de sus amantes más conocidas, hasta poco antes del golpe de febrero, fue una joven veinteañera llamada Blanca Gómez; quien había comenzado a frecuentar a Stroessner cuando tendría unos 14 o 15 años (a El Rubio le obsesionaban las jovencitas). Vivía con una tía en una casa de la calle General Garay, de Villa Morra. Luego se mudó a otra ubicada sobre la avenida Sargento Ovelar. Para sus ratos de intimidad, Blanca y Alfredo solían encontrarse en la quinta que poseía el General en Zárate Isla, Luque.

         De acuerdo con testimonios de viejos guardias de El jefe, ella nunca abordó el automóvil presidencial y para sus citas de amor solía llegar sola, a bordo de un excitante Mercedes Benz de color rojo.

         La señorita Gómez, quien no tuvo hijos del Presidente, luego del golpe de febrero se fue a vivir a los Estados Unidos.

 

         EL DESTINO DE SUS AMANTES

 

         Muchas de las conductas de Stroessner todavía son enigmáticas. Era sabido que trataba con suma consideración a sus amantes, a muchas de las cuales luego las hizo casar con personalidades de su Gobierno, sobre todo militares y jefes policiales. Personaje que se casara con una ex amante de "mi" General sabía que tenía la carrera asegurada.

         Incluso muchas de estas mujeres se casaban ya embarazadas de Stroessner con el marido elegido. Éste debía posteriormente hacerse cargo de la criatura como si fuese propiamente suya. Una vez casada su amante, convertida en esposa oficial de un jerarca militar o policial, El Rubio jamás volvía a molestarla con sus requiebros amorosos. Era como un tácito pacto de honor con el caballero que recibía gentilmente a aquella dama que lo había hecho feliz en tantas jornadas apasionadas.

         Stroessner se preocupaba constantemente de la nueva pareja, la llenaba de atenciones y se daba por seguro que el feliz marido de su ex recibiría cargos importantes y facilidades y franquicias para un pronto progreso económico. Más aún si de por medio había un secreto vástago rubicundo o rubicunda y con labios de marcada prominencia.

         En algunas circunstancias, esta conducta del Primer Amante del Paraguay podía considerarse como una reminiscencia de los señores feudales que tenían el Derecho de pernada, es decir, el derecho de iniciar sexualmente a una joven recién desposada. En el caso de Stroessner, él "probaba" primero a las damas y luego les buscaba marido entre los sujetos cercanos a él.

 

         LA CASA DE POPOL

 

         Para los divertimentos más informales y menos comprometidos, El Rubio tenía su propio "criadero" de muchachas regenteado por un curioso personaje, el teniente coronel retirado Leopoldo Perrier, Popol para los íntimos, en cuya casa niñas traídas especialmente del interior del país eran preparadas para ser luego ofrecidas como delicias al Presidente y su corte.

         Popol era todo un caso. Stroessner lo había conocido en la Guerra del Chaco, de la cual Perrier volvió con el grado de capitán de Infantería. Desde ahí se hicieron amigos. Una hermana suya, Florentina, se casó con quien luego sería todopoderoso comandante de la División de Caballería, Victoriano Benítez Vera, y Popol, como cuñado de uno de los dueños del poder, tuvo su primera época de gloria.

         Pero tras los sucesos del 9 de junio de 1946 que marcaron el definitivo opacamiento de la estrella militar de Benítez Vera, éste se marchó a su exilio de Buenos Aires y Popol se fue a sobrevivir a la ciudad argentina de Corrientes.

         Cuando su amigo el general Stroessner fue elevado a la presidencia de la República, decidió volver al Paraguay.

         Paraba la olla con un poco surtido almacencito, hasta que pudo hablar con El Rubio y reeditar con éste la amistad que habían comenzado en aquellos tiempos de mozalbetes metidos a matar bolivianos en el Chaco.

         Stroessner le dio la habilitación para que con Julio Valentino abriera un casino. En verdad, ambos abrieron varias casas de juego, una de las cuales, de propiedad exclusiva de Perrier, el Royal Park, sigue funcionando en su vetusto local de la avenida Eusebio Ayala, frente al club Guaraní.

         Esa sociedad se disolvió luego. Perrier siguió con una parte y Julio Valentino, casado con Dora de Valentino, continuó su propio negocio. Pero don Julio murió y su viuda se hizo socia y esposa de don Julio Domínguez.

         Popol fue ganando más cercanía con Stroessner y por lo tanto más poder. Se compró la casa donde criaba a sus muchachas y las entrenaba de modo que desarrollaran las excelsas habilidades de Afrodita, para que con ellas entretuvieran luego en sus momentos de ocio al El Rubio. Así, éste podría olvidar por algunas horas los agobios que le producía mandar tan en solitario en el país.

         Stroessner se hizo asiduo concurrente a la casa de Perrier. Tanto le gustaba aquel ambiente, que con frecuencia iba allá a las 6 de la mañana para iniciar su "jornada de gobierno" ahí mismo. A esa pícara residencia concurrían, a esa misma hora, hasta los jerarcas militares a recibir las instrucciones del día. Era común ver a los hermanos Manuel y Francisco Brítez, ambos generales (el primero intendente municipal de Asunción y el segundo jefe de la Policía de la Capital), entrar y salir con un aire de marcialidad inmutable, como si lo estuvieran haciendo en el propio Palacio de Gobierno.

         Pero el Presidente era el Presidente y podía mandar desde donde quisiera, incluso desde esa afiebrada casona donde se podía de pronto ver deambular en los pasillos a exuberantes niñas cuyas erguidas turgencias disparaban sabia y directamente su carga de deseo a los ojos de quienes iban a ver al jefe.

         Algunas veces, Stroessner acudía a la casa de Popol en compañía de su "novia" Ñata. El Rubio hizo costumbre eso de ir a lo de Popol para luego dirigirse al Palacio. Y cuando no lo hacía, aquél entraba en un estado de angustia y depresión como si el mundo estuviera a punto de destruirse solo.

         La liviandad de conducta de Popol atraía a Stroessner quien era también un calavera que debía contenerse nada más porque era el presidente de la República. Pero tampoco se contenía demasiado. La compañía de Perrier le ponía contento, jocundo, le hacía sentirse libre de las ataduras, de las formalidades de su cargo. Con él y en su casa podía retozar a sus anchas y con toda seguridad.

         Popol tuvo siete hijos con siete mujeres diferentes. Por lo menos reconoció a esa cantidad de vástagos, porque en verdad tuvo otros hijos e hijas que finalmente no llegó a reconocer como tales, según las malas lenguas.

         Pese a la estrecha amistad más próxima a la complicidad en el libertinaje que tenían ambos mutuamente, a comienzos de los años 80 Popol cayó en desgracia con Stroessner. Le regaló su legendaria casa al Presidente y un día recibió las facturas atrasadas de la luz, el agua y el teléfono y a todos los cobradores les dijo lo mismo: "Yo le regalé esa casa a Stroessner; vayan a cobrarle a él". Esta sentencia llegó a oídos de El Rubio, quien montó en cólera porque su amigo quería cargarle a él sus cuentas de servicios públicos.

         Y aquella amistad nacida entre cañonazos y metralla, entre la sed y la sangre en plena guerra, y que continuó luego en medio de las interminables escaramuzas de amor en las que Stroessner sorbía el vigor juvenil de las doncellas de Popol, se acabó abruptamente un día.

         Todo por unas miserables cuentas de luz, agua y teléfono. Pero Popol ya había hecho su fortuna. Poco antes de morir, repartió entre sus hijos e hijas reconocidos, sus incontables casas en diferentes barrios asuncenos. Así falleció tranquilamente en 1985.

        

         LOS HIJOS DE EL RUBIO

 

         Con su esposa Eligia, Alfredo Stroessner tuvo tres hijos: Gustavo Adolfo, Graciela Concepción y Hugo Alfredo. Además, fue reconocida oficialmente Olivia, adoptada de niña por el matrimonio.

         Gustavo Adolfo se hizo militar en el arma de Aviación. Se casó con María Eugenia Heickel, una bella rubia más conocida como Pachi, excelente amazona, de quien se separaría posteriormente en medio de un petit escándalo por la repartición de los bienes, una vez que Stroessner hubiera sido derrocado e instalado en Brasilia.

         En cuanto a carácter, Gustavo fue bastante parecido a su padre, aunque se diferenciaba de él en su insaciable apetito por el dinero. Su fortuna, basada especialmente en la usurpación de negocios, la venta de influencia y en la explotación a través de testaferros de casas de juegos de azar y la provisión de bienes e insumos para el Estado, llegó a ser incalculable. También fue conocido por su legendaria amarretería y por su decidida opción por los mozalbetes.

         Un día se apoderó de Canal 9, el decano de la televisión paraguaya, fundado el 29 de setiembre de 1965.

         Después del golpe del 89, como sería de esperar, a Gustavo Stroessner lo despojarían de "su" canal, que pasó a ser propiedad de Gustavo Saba, yerno del triunfante líder de la revolución, general Andrés Rodríguez. Seguiría apareciendo como presidente del directorio Jorge Morínigo Escalante, hijo del creador del Canal, Carlos Morínigo Delgado (primo de doña Eligia Mora Delgado y padrino de casamiento del matrimonio Stroessner-Mora), pero sería Saba el que "cantaría la precisa" en la conducción. En el mes de agosto del 2000, el canal fue arrendado a un grupo empresarial extranjero.

         Gustavo Adolfo fue siempre entre los hijos el más compañero de Alfredo Stroessner y el que mayor preocupación por la unidad de la familia demostró. Quienes lo conocieron de cerca afirman que siempre sufrió bastante por los problemas íntimos de sus padres.

         En la separación de ambos, acompañó a papá Alfredo no por una opción de afecto a uno más que a la otra sino porque sintió que el general necesitaría a alguien a su lado cuando el tiempo pasara y la vejez se le viniera encima. Y también, claro está, porque a la sombra de su padre, Gustavo podía controlar mejor sus negocios.

         Alfredo Stroessner fue en su vida privada un "calavera" y quienes optan por este estilo de existencia generalmente se quedan solos al final del camino. Gustavo preveía esto y estuvo permanentemente al lado de su progenitor.

         En su interior, Gustavo siempre guardó un odio sordo a todos sus hermanos extramatrimoniales, a muchos de los cuales llegó a conocer, pero jamás a reconocer en términos fraternales. En contrapartida, sintió un gran afecto por su hermana adoptiva, Chelita.

         Graciela Concepción. Bajita y callada, en cierta manera parecida a su madre, Graciela se casó con un verdadero personaje de leyenda, Humberto Domínguez Dibb, el inefable HDD, quien fue el gran amor de su vida y por culpa de quien también sufrió bastante. Humberto, de imponente porte y gran belleza masculina, era célebre y profusamente reconocido como un sibarita de inquietante presencia, amante del buen vivir y un partido apetecible para todas las mujeres asuncenas en edad de casarse.

         Sedujo a Graciela y también a su futuro suegro, Alfredo Stroessner, quien siempre le tuvo simpatía y le toleró todos (o casi todos) sus desmanes e incluso sus impertinencias hacia él mismo.

         Con el inmenso poder que le otorgaba el ser yerno de Stroessner y padre de los adorados nietos de éste, Humberto sucumbió ante la vida desenfrenada y murió a los 48 años de edad, en julio de 1991, víctima de todo tipo de abusos.

         Al tiempo de fallecer, llevaba bastante tiempo separado de Graciela. Ésta estaba ya casada con un empresario español amante del bajo perfil, Manuel González Llamas, accionista y directivo de Bancopar, el banco con el que en un futuro no muy lejano, en 1995, se iniciaría la peor debacle financiera que soportaría el Paraguay en toda su historia.

         Hugo Alfredo. Conocido popularmente como Freddy, fue el más dicharachero y socialmente querido de los hermanos Stroessner. Parecía importarle poco la omnímoda ascendencia nacional de su padre, el todopoderoso presidente de la República.

         Él prefería divertirse con sus amigos pagándoles la jarana y dilapidando dinero para pasarla bien. Fue muy distinto a su hermano Gustavo en ese sentido.

         Se casó con Martha Rodríguez, una de las hijas del general Andrés Rodríguez, el número dos en la escala de omnipotencias en el país. Con este matrimonio parecería sellada una alianza indestructible entre los dos hombres más poderosos del Paraguay: Stroessner y Rodríguez. Sin embargo, el tiempo diría otra cosa. Freddy, alegre, vivaz, querible, terminó también sucumbiendo ante la vida disipada y tuvo una muerte temprana tras el derrocamiento de su padre, quien no pudo asistir a su sepelio. Alfredo Stroessner supo así lo que significaba que no le permitieran a uno por razones políticas estar presente en el último adiós a un ser querido. Probó su propia amarga "medicina".

        

         DE DOMÍNGUEZ A STROESSNER

 

         Ninguno de los hijos de Alfredo Stroessner con Eligia Mora Delgado de Stroessner tuvo descendientes varones. Gustavo no concibió hijos con Pachi Heickel y Freddy tuvo cuatro hijas en su matrimonio con Martha Rodríguez. Con eso el apellido Stroessner quedaba cortado y no tendría continuidad, porque los hijos varones extra matrimoniales de El Rubio no llevaban el apellido de su padre biológico. Por su parte, Graciela tuvo tres hijos varones con Humberto Domínguez: Alfredo Gustavo (Goli), Humberto y Diego, y los mismos, lógicamente, eran Domínguez Stroessner.

         Para que no se cortara el apellido del general, el mayor de sus nietos, Alfredo Gustavo, decidió invertir el orden original de los suyos y adoptar oficialmente el de Stroessner Domínguez, de manera que sus propios hijos fueran Stroessner y el siglo XXI viera reflorecer el apellido del paraguayo más poderoso del siglo XX.

         Alfredo Gustavo, desde luego, era una de las debilidades afectivas de su abuelo. Éste le tenía adoración al rubio y apolíneo nieto quien a su vez le retribuía el enorme cariño. Goli, como le llamaban sus íntimos, formaba parte de las comitivas del Presidente en las giras oficiales, estaba presente en entrevistas con otros mandatarios, jugueteaba en el despacho presidencial mientras Stroessner atendía las cuestiones de Gobierno y arrancaba las raras sonrisas que aparecían en el rostro del mandatario que iba acelerando su vejez.

         Alfredo Gustavo siempre proyectó buena imagen social pues mantuvo la discreción, la mesura y el perfil bajo. En ningún momento ostentó gestos de prepotencia o de altanería tan comunes en otros jóvenes hijos de funcionarios o de militares. Su presencia en cualquier parte significaba seguridad y tranquilidad. Él no molestaba a nadie, tal como lo hacía, por ejemplo el temido Gordo Brítez, Carlos, hijo del jefe de Policía, Alcibíades Brítez Borges, quien con sus amigotes y guardaespaldas se empecinaba en crear problemas a todo el mundo allá a donde iba.

         El único que le ponía en vereda era Goli. Cuando el nieto del Presidente llegaba a un local donde estaba el Gordo, éste huía despavorido.

 

         EL INEFABLE HDD

 

         El general Stroessner le tenía un enorme afecto a Beto, como lo llamaban sus íntimos a Humberto Domínguez Dibb. En febrero de 1969 inauguró la fábrica de alambres Industrial, Comercial, Importadora, Representaciones SA (ICIERSA), de su yerno. Previamente, el 31 de diciembre de 1968 el Gobierno dispuso la suspensión temporaria de la importación de determinados artículos (entre ellos alambres) "con miras a la protección de la industria nacional".

         En setiembre de 1975 el Presidente asistió al acto de habilitación de la fábrica Pilas Paraguayas, situada en Villeta, de Domínguez Dibb, y noventa días después promulgó un decreto prohibiendo la importación de pilas. La empresa se constituía en un monopolio.

         El 12 de junio de 1977, HDD inauguró su diario, HOY. Tuvo como socio principal a Ricardo Papi Salomón y como primer y efímero director a Oscar Paciello. Éste fue conminado a renunciar pocos meses después de la apertura del periódico porque le era imposible congeniar sus deseos de hacer un periodismo altamente profesional con los arranques impetuosos de Humberto, quien deseaba utilizar su diario como una lanza para embestir contra todos aquellos a quienes él no apreciaba o que simplemente le molestaran.

         Como era lógico pensar, el diario era afín al gobierno de Stroessner. HDD no podía, de ninguna manera, tirarse nada menos que contra su suegro, el Presidente.

         Sin embargo, mechaba elogios a Stroessner con implacables ataques a ministros y altos funcionarios gubernamentales. Su principal blanco de diatribas llegó a ser el ministro del Interior, Sabino Augusto Montanaro, a quien le tomó un odio enconado por el hecho de habérsele puesto en contra en un caso relativo a una de sus tantas parejas posteriores a su separación de Graciela Stroessner, la bella Mariángela Martínez Hustin.

         Pero ya en una etapa posterior, Humberto Domínguez arremetió inclusive contra su suegro y llegó a dictar un insólito recuadro para la portada de su diario bajo el título de "A usted, señor Presidente", en uno de cuyos párrafos decía: "Usted ya no gobierna. El país está en manos de corruptos y homosexuales". En verdad, en el fondo el atacado era su cuñado, Gustavo Stroessner.

         Luego del explosivo exabrupto, Humberto tuvo una larga gira por Europa.    Alfredo Stroessner, como fruto de sus incontables aventuras amorosas, tuvo una cantidad de descendientes extraconyugales imposible de cuantificar. Algunos de sus hijos eran conocidos y reconocidos; otros, desconocidos y unos cuantos, sospechados. Sobrevino un tiempo en que a cualquier personaje joven con el pelo algo arrubiado y los labios carnosos se le endilgaba el ser hijo del Quetejedi.

         Hubo quienes se desvivían por alimentar ese tipo de leyenda en torno a su propia persona, aunque la especie disminuyó bastante luego de 1989, por razones más que obvias.

 

         EL CULTO A SU PERSONALIDAD

 

         Desde el principio de su Gobierno, Stroessner desarrolló un fuerte culto a su personalidad que era fomentado por la caterva de aduladores que le rodeaba. Todo debía pasar por él y él debía estar permanentemente en todas las manifestaciones de la gente. Él se identificaba con el Gobierno, con el Estado, con la Nación. El mensaje era claro: todo lo bueno en la patria está hecho por Stroessner.

         El locutor oficial hacía más engolada su voz cuando presentaba un discurso del Presidente: ¡Atencioooooón, pueblo paraguayo, habla el General Alfredo Stroessner! Era una fórmula copiada de aquella Atención, pueblo argentino, habla el General Perón.

En los actos a los que asistía, luego del canto del Himno Nacional debía interpretarse la polka Colorado y a continuación General Stroessner. Todos los discursos oficiales, fueran civiles o militares, debían terminar con una elogiosa alusión a su gestión de Gobierno.

         El 3 de noviembre, el día de su cumpleaños, se constituyó en la "Fecha feliz" y la celebración se iniciaba muy temprano con una serenata y una larga fila de gente para los saludos en Mburuvicha Roga.

         A la noche se celebraba una gran fiesta en el Regimiento Escolta. Quien no estaba invitado a la misma, no existía para Stroessner. Los adulones se desvivían por tener una invitación para el acontecimiento de manera a acercarse al único Líder y mostrarse a él. Todos sabían que un saludo amable de Stroessner, aún a lo lejos, significaba puertas abiertas y facilidades para cualquier cosa.

         Alfredo Stroessner, para sus panegiristas, era el Segundo Reconstructor, el hombre que reató el hilo de la Historia en el Paraguay, el prodigioso ser que la Providencia puso en esta nación justo en el año en que moría el Centauro de Ybycuí, el Primer Reconstructor, el fundador del Partido Colorado, el general Bernardino Caballero.

         Para que su nombre volara más alto aún, se convirtió en la denominación del nuevo aeropuerto internacional. Tenía la ciudad que lleva mi nombre, tenía "su" barrio, "su" plaza, "su" calle, "su" escuela, "su" colegio "su" aeropuerto.

         Cuando Stroessner se refería a "mi" Gobierno y a "mi" país, el adjetivo posesivo "mi" tomaba una dramática acepción de incautación autoritaria, absolutista, feudal, total. Para él, "mi" país era realmente "suyo", no como adherencia de afecto sino como expresión de pertenencia expropiante y excluyente.

 

         LA ENTRONIZACIÓN DE LA MEDIOCRIDAD

 

         A Stroessner no le gustaban los intelectuales, los que razonaran y mucho menos los que le cuestionaran. Toda expresión cultural e intelectual era tenazmente perseguida por el régimen stronista.

         Se entronizó a los mediocres porque con esto se aseguraba la lealtad de quienes no tenían otra vocación más que enriquecerse a costa de adular a Stroessner.

         La educación fue sometida a un adoctrinamiento stronista. Los docentes no eran educadores sino simples vehículos del culto a Stroessner. Los presidentes de seccionales coloradas, erigidos en "autoridades nacionales" según los textos escolares de aquella época, ordenaban destituciones o nombramientos de maestras y directoras de escuelas y colegios de acuerdo con su arbitrario criterio politiquero, en nombre de El único Líder.

         Así, la educación primaria llegó a un nivel paupérrimo. Los colegios nacionales, otrora orgullosos centros de formación de referentes patrióticos, se convirtieron en forjadores de pequeños mediocres y la Universidad se transformó en el trampolín para obtener un título y nada más, o para basarse en los centros de estudiantes stronistas y catapultarse luego a un cargo público con miras al enriquecimiento rápido, sin control y, lógicamente, ilícito. Claro está, con escasísimas y honrosísimas excepciones.

         Se perdió la conciencia de la profesionalidad y de la eficiencia (si alguna vez la hubo en el Paraguay). La decencia pasó a convertirse en un lastre para aquella persona que quisiera triunfar económicamente en la vida. Era una utopía pretender hacer fortuna honestamente. Industriales y comerciantes que intentaran incrementar sus negocios, invirtiendo para ganar más, debían pagar enormes comisiones y "derecho de protección" a personajes políticos o militares para que les dejaran trabajar en paz.

         Prohijada por el stronismo, se consolidó una juventud que asimiló el cinismo de la época. Era la pomposamente llamada "Generación de la Paz", jóvenes mediocres y advenedizos en su mayoría, sedientos de poder y dinero fácil a semejanza de sus mayores. Si un contrabandista analfabeto se enriquecía de la noche a la mañana gracias sólo a su fanática adhesión al régimen, ¿para qué estudiar seriamente una carrera universitaria o para qué ser un excelente profesional? Si un funcionario público se regodeaba en su suntuosa mansión fruto del robo escandaloso e impune del erario, ¿para qué quemarse las pestañas en el esfuerzo de estudiar?

         En ese marco, los corruptos y los mediocres se apoderaron del país empobreciéndolo y condenándolo a largos años de atraso hasta que una generación más sana pueda desbaratar esta herencia bastarda que hoy marca a fuego al Paraguay.

         El stronismo apeló a la mediocrización de la sociedad para anular el sentido crítico que tiene todo ciudadano bien educado. Y así le fue al país.

 

         UN EJEMPLO DE OBSECUENCIA

 

Bienvenido, mi General

Polka paraguaya

Música y letra: María Haydée Aquino de Escobar

 

Dedico esta composición al Sr. Pte. de la República del Paraguay, Gral. de Ejército Don Alfredo Stroessner.

 

Bienvenido, mi General,

bienvenido a este lugar,

donde todos te esperamos

con cánticos y lealtad.

Aquí estamos

ya reunidos

para darte

feliz bienvenida.

 

Al Altísimo

le pedimos,

Dios te bendiga,

mi General.

 

A pedido del padre Ramón Mayans. Año 1968. Esta música se canta en la Iglesia Stella Marys y otras, cuando nuestro Gran Presidente es recibido para los acontecimientos religiosos.

 

La autora.

 

 

 

 

 

 

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