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Fernando Allen Galiano

  LAS REDUCCIONES FRANCISCANAS EN EL PARAGUAY - Texto del Padre ALDO TRENTO - Fotografías de FERNANDO ALLEN


LAS REDUCCIONES FRANCISCANAS EN EL PARAGUAY - Texto del Padre ALDO TRENTO - Fotografías de FERNANDO ALLEN

LAS REDUCCIONES FRANCISCANAS EN EL PARAGUAY

Texto del Padre ALDO TRENTO

Fotografías de FERNANDO ALLEN

 

 

Catedral de Asunción/ Virgen Inmaculada

 

Catedral de Asunción

 San Pablo y San Pedro/ Detalle del Altar

 

         Me parece necesario, antes de adentrarnos en la descripción de la iglesia de Yaguarón, hablar de las Reducciones franciscanas y de sus protagonistas. Esto es para enfocar de modo adecuado la experiencia que motivó la construcción de esta joya barroca que aún se puede contemplar en dicho pueblo.

         Los hijos de San Francisco de Asís, empujados por el mismos ardor misionero del fundador, que por amor a Cristo se había ido a encontrar el saladino, llegaron al Paraguay en la segunda mitad del siglo XV. La personalidad más sobresaliente y decisiva fue Fray Luis de Bolaños, franciscano originario de Andalucía. Vino al Paraguay siendo aún muy joven, pero con un corazón rebosante de pasión por la gloria humana de Cristo y con el deseo de llevar a la fe a cuantos se encontraba en su larga trayectoria humana. Tanto Luis de Bolaños, como su gran maestro y compañero de misión Fray Alonso de san Buenaventura, fueron verdaderamente aventureros, pero de Cristo y de su Iglesia. Con la misma pasión del fundador no conocieron cansancio, soportaron cualquier clase de dificultad, enfrentaron peligros y plantaron la Iglesia.

 

Iglesia de Atyrá: retablo del altar mayor policromado

 

Iglesia de Atyrá: San Francisco de Asis;

detalle policromado del retablo.

 

Iglesia de Atyrá: Detalle del Altar

 

Iglesia de Atyrá: Púlpito en madera policromada

 

Iglesia de Atyrá: Cristo de la paciencia,

talla en madera policromada.

 

         Las primeras Reducciones guaraníticas del Paraguay son el fruto de la caridad de Fray Luis y de sus amigos. Una pequeña compañía de amigos que en el año 1580 dieron vida a una experiencia que aún hoy sigue determinando la cultura de nuestro país. En la Basílica de Asís, donde descansa san Francisco, se lee: "Aquí está sepultado Francisco con sus compañeros". El franciscanismo fue eso, un grupito de amigos, amigos acostumbrados a la vida "fácil" hasta que encontraron a Cristo y su vida se transformó en una auténtica amistad -en una compañía, en un movimiento- que en pocos años dio un rumbo nuevo a toda la Iglesia.

         Luis de Bolaños y sus amigos dilataron este método que es el único método de evangelización que Cristo mismo entregó a los suyos: "sean una sola cosa para que el mundo crea". El Franciscanismo fue esta experiencia de amistad, fue un "convento", no un puro vivir juntos. La Reducción franciscana se presenta como la dilatación del convento franciscano, con sus características de sencillez, en la selva del Paraguay.

         La vida sencilla de los primeros fue la propuesta que Fray Luis de Bolaños y Fray Alonso de San Buenaventura propusieron a los indios, quienes se quedaron asombrados por la humanidad de estos frailes. Una propuesta que coincidía con la propia vida y se expresaba también en adoctrinar a los indios, enseñándoles un modo de vivir más humano que aquel al que estaban acostumbrados.

         La higiene, el trabajo, el pudor, la unidad del matrimonio y su indisolubilidad, la lucha contra la antropofagia, la superstición, la hechicería, eran el contenido de la evangelización. Pero no como algo separado del anuncio del acontecimiento de Cristo, sino como consecuencia. No es posible una moralidad sin una antología, sin una estética. No existía en los misioneros el problema que atormenta la Iglesia de hoy: promoción humana y evangelización. Evangelizar era promover el hombre, porque sin el encuentro con Cristo lo humano no existe, o si existe es muy pobre; es como una semilla que espera desarrollarse. Bolaños, con su santidad que irradiaba una gran humanidad y ternura, fue acercándose a los indios, conociéndoles por sus nombres y compartiendo sus necesidades cotidianas y sus sufrimientos, causados la mayoría de las veces por los conquistadores. El estudio del guaraní fue el compromiso más grande que le caracterizó en sus primeros años, consciente de que el conocimiento del idioma no sólo era la condición indispensable para comunicar, sino también un gesto de auténtico amor por los indios. Así, tradujo al guaraní las oraciones o "Rezo" y también el catecismo limeño.

         Las primeras Reducciones guaraníticas tuvieron muchos problemas debidos tanto a la escasez de religiosos franciscanos como a la influencia desmedida de los encomenderos. Los franciscanos no pudieron quedarse establemente en las Reducciones que fundaban porque, según el estilo de San Francisco, debían ir de lugar en lugar con el único afán de evangelizar.

         Obviamente, esta metodología favorecía el nacimiento de muchos problemas y dificultades en las Reducciones, que eran prácticamente manejadas por los españoles, que hicieron de estas un lugar de poder, reduciendo de hecho a los indios a la esclavitud. Podríamos decir, que las Reducciones Franciscanas se transformaron en pueblos de los conquistadores, en los cuales los indios vivieron una forma de esclavitud; a diferencia de las Reducciones Jesuíticas en las cuales los españoles no podían entrar y los indios eran los absolutos protagonistas.

         Ciertamente, los franciscanos no fueron los responsables de la conducta de los españoles, hambrientos de poder, y que en algunos casos utilizaron a los frailes de San Francisco para sus proyectos de poder, en particular cuando se trataba de acercarse a los indios que huían de la encomienda y de las ciudades españolas. Y será esta situación la que hará precipitar la experiencia de las Reducciones Franciscanas hasta desaparecer a fines del sido XVI.

         Las primeras Reducciones fueron las de Altos, Itá, Yaguarón, Ypané, Guarambaré, Tobatí, Atyrá, Perico Guazú, Ybyrapariyara, Terecañy, Pacuyú, Curumiai y otras.

 

Iglesia de Capiatá, retablo del altar mayor.

 

Iglesia de Capiatá: Detalle de Dios Padre rodeado de ángeles.

 

Iglesia de Capiatá: Sagrario.

 

Iglesia de Capiatá: San Miguel, talla en madera policromada.

 

Iglesia de Capiatá: Púlpito en madera policromada.

 

         La falta de una Presencia continua y de una labor sistemática de los padres favoreció la progresiva pérdida en las Reducciones de los derechos que ellos mismos habían garantizado a los indios, gracias a la ayuda del Gobernador Hernandarias, y en particular del Rey, que había exonerado por diez años a las Reducciones del servicio de encomienda.

         Sin descansar nunca, Bolaños siguió edificando Reducciones, y hacia fines del año 1606 funda el pueblo de Caazapá con indios enemigos de los españoles, que nunca habían logrado someterlos en más de cuatro décadas. La bondad de Fray Luis de Bolaños cumplió el milagro que sólo la fe permite, el de formar una comunidad de hombres libres. En 1611, a unos kilómetros de Caazapá, fundó Yutí, dando a la actual región del Guaira y Caazapá una estabilidad demográfica y económica.

         Hacia 1615, Bolaños abandona las Reducciones del Paraguay dejándolas como herencia a sus discípulos, y cruzó el Paraná empujado por la pasión de que otros indígenas pudieran encontrar a Cristo, formando nuevos pueblos. ¡Qué conmoción! El ímpetu misionero empujaba a este hombre -desapegado de todo y preocupado solamente por la gloria de Cristo y por que fuera conocido- a formar nuevos pueblos, nuevas formas de civilización: la civilización de la verdad y del amor. La Misión que es dimensión constitutiva del cristianismo era estructurante de la personalidad de Bolaños. Con la ayuda del Gobernador Hernandarias funda Itatí, a orillas del río Paraná a fines del año 1615, y Santiago de Baradero al año siguiente.

         Ya anciano y enfermo en el cuerpo, Bolaños se retira al convento de San Francisco en Buenos Aires, donde muere en el año 1629, a la edad de 69 años, de los cuales más de 50 los pasó entre los indios del Paraguay.

         Desde 1616 hasta 1678 no tuvo lugar ninguna otra fundación, cuando Fray Buenaventura de Villasboa reúne a los indios de la selva y a orillas del río Tebicuary funda Itapé, a unos kilómetros de Caazapá. En 1753 los franciscanos fundan Nuestra Señora del Pilar, sobre el río Tebicuary. Hasta 1798 siguen las fundaciones, de las cuales podemos recordar Tacuatí (1781), San Francisco de Aguaray, en Lima, departamento de San Pedro (1792). La última Reducción fundada por los franciscanos fue la de San Juan Nepomuceno (1792).

         Cuando expulsaron a los jesuitas varias Reducciones quedaron a cargo de los franciscanos hasta 1826, pero el antiguo esplendor iba acabándose, porque, como afirma el historiador Barbieri, "los hijos del ‘poverello’ de Asís eran demasiado seráficos para preocuparse de las cosas de este mundo". Pero, creo que, cuando un carisma ha engendrado una obra y este carisma desaparece, también se acaba la obra. El carisma de San Ignacio no es la de San Francisco. Ambos pertenecen a la Iglesia y ambos construyen la Iglesia, pero son dos caminos distintos, dos métodos diferentes, y por eso no pueden mezclarse. Vale el principio de la unidad en la diversidad, de la comunión en las diferencias de dones y de temperamentos, pero sin mezcla y confusión. Es lo que afirma San Pablo con el ejemplo del cuerpo humano: Una totalidad, una unidad en la diversidad de los miembros.

 

Iglesia de Tobatí: retablo del altar mayor.

 

Iglesia de Tobatí: San Roque, detalle del retablo.

 

 

Iglesia de Tobatí, detalle del altar

 

         Un capítulo aparte merece la organización del trabajo en las Reducciones franciscana. El trabajo era dimensión constitutiva de las Reducciones. El ocio es el peor e insoportable enemigo para una comunidad cristiana. Uno de los pecados más graves de una comunidad es la pérdida de tiempo. Por este motivo, en las Reducciones el trabajo era obligatorio. Todos los indios capaces en edad y en condiciones debían estar al servicio de la comunidad y durante unos períodos del año tenían que trabajar para los encomenderos. El trabajo de las mujeres era el de cuidar de la casa, de los hijos y la entrega cada fin de semana del hilado de algodón que les fuera encomendado. Se ocupaban, asimismo, de traer leña y agua y de ayudar en las chacras en tiempo de siembra y cosecha.

         "Existían dos sectores económicos -escribe Margarita Durán-, uno particular y otro comunitario. El primero aseguraba la subsistencia de la familia; el tamaño de la tierra estaba en relación con el número de hijos con que contaba la familia. La cosecha pertenecía a los indígenas, no así los bueyes y arados que eran de la comunidad. Además podían tener animales en la casa, como gallinas y cerdos, destinados al consumo familiar. Este sector era casi nulo en los pueblos sometidos a la encomienda. Eran las mujeres, en este caso, quienes duplicaban sus tareas para hacer las veces de los hombres en las chacras.

         El sector comunitario comprendía las tierras destinadas a la agricultura y la ganadería, cuya producción se empleaba en el mantenimiento de la comunidad, los gastos del culto y otros. El trabajo y la producción de los talleres también pertenecían al área comunitaria, además del hilado y los tejidos que eran destinados a proveer de vestimenta a la población.

         La producción del tabaco, algodón, yerba mate, caña de azúcar y otros rubros ocupaban a una gran cantidad de indígenas, aunque no todos los pueblos contaban con una diversificación de cultivos, hecho que motivaba el comercio interno y externo. "

         Las diferentes expresiones del trabajo humano abarcaban todos los aspectos de la vida cotidiana, porque es en lo cotidiano que el hombre manifiesta lo que es y madura su personalidad. El hombre es, si obra, si trabaja. Dentro de esta perspectiva se comprende por qué el ocio o la desocupación es el peor atentado contra el desarrollo de la personalidad humana. El ocioso, el desocupado difícilmente se auto valora, tiene un nivel insuficiente de autoestima, porque está como paralizado, ausente de la realidad, separado de la realidad. Por este motivo, todas las Reducciones o pueblos contaron con talleres artesanales ubicados en uno de los claustros de la casa de los Padres.

         Las profesiones que los maestros artesanales enseñaban eran las de tejeduría, herrería, carpintería, sastrería, platería, escultura y pintura. Eran trabajos inherentes a la vida cotidiana, a las necesidades de la gente, de la economía de un pueblo. Un arte muy desarrollado, no cabe dudas, fue el de los santeros. Hasta hoy en día todos los santeros del Paraguay siguen la tradición de padres a hijos, transmitiendo esta profesión. Las imágenes de estilo franciscano llenan las iglesias y las casas de la gente. El Paraguay es un pueblo definido por la cultura y la espiritualidad franciscana. Un ejemplo de esta verdad es la espiritualidad de la semana Santa, con sus cantos tradicionales, sus pláticas, sus devociones.

 

Iglesia del cementerio de Caazapá, retablo del altar mayor.

 

Iglesia de Caazapá, detalle del altar

 

Iglesia de Caazapá, detalle del altar.

 

Iglesia de Caazapá, detalle del altar.

 

         También la vida cotidiana, desde el nacimiento hasta la muerte, respira este aire sencillo y acogedor de la orden de los hijos de San Francisco antes del entierro. Las fórmulas de oración privada aún siguen la tradición franciscana. Los nichos con los santos llenan las humildes chozas de los campesinos.

         La arquitectura franciscana, como veremos más adelante, asumió normalmente la arquitectura guaranítica, como se puede ver, por ejemplo, en la Iglesia de Yaguarón, que es la reproducción del Oga Guazu, la gran casa en la cual los       indios celebraban sus ceremonias religiosas.  

         Con el arte jesuítico no existe diferencia respecto a la escultura y pintura, mientras por lo que se refiere a los retablos de los altares, la diferencia es muy clara. Según la restauradora Stella Rodríguez Cubero, los "retablos franciscanos poseen un espíritu mucho más español, en el sentido de la ordenación de sus piezas constitutivas, elementos decorativos y de sustentación. Se ordenan en divisiones horizontales formando pisos, en algunos casos de dos o tres, contándolos a partir de la predela y sostenidos los pisos por columnas cortas que a la vez enmarcan los nichos de los santos."

         Ejemplos de este estilo son los retablos de Caazapá, Atyrá, Tobatí, Yutí, Piribebuy, Pirayú e Ypané. Mientras que los retablos jesuíticos tienen una ordenación más portuguesa - como escribe Rodríguez Cubero- y sus largas columnas forman los planos en sentido vertical y tienen en el centro un gran nicho principal. Los retablos de Capiatá y de Yaguarón son un ejemplo. El autor de estos retablos es el portugués Sousa de Cavadas (siglo XVIII) y los artesanos del lugar. Los indios nacían danzando y no fue una casualidad que las Reducciones Jesuíticas fueran llamadas "la república musical". Lo mismo podemos decir de las Reducciones franciscanas. La música, el canto, la danza eran formas vivas de la vida de los pueblos indígenas. La escuela de primeras letras coexistía -afirma Margarita Durán- con la escuela de música. Los maestros artesanos fabricaban los más variados instrumentos musicales. El estudio de la música era un privilegio de los hijos de los caciques: de los responsables de las Reducciones. La música, el canto y la danza no solamente eran parte del ser del indio y del indio cristiano, sino eran instrumentos educativos funcionales a la fe, es decir, para experimentar la belleza y la armonía que el encuentro con Cristo engendra en la vida de cada uno.

 

 

Los oficios en los pueblos pintados sobre azulejos en el siglo XVII

 

         La solemnidad de las liturgias era una preocupación constante delos padres. La majestuosidad de los templos, la belleza de la decoración y el cuidado de todos los detalles expresan, aun hoy, al desordenado visitante el encanto primitivo de lo que se vivía en aquellos lugares sagrados, en los cuales lo santo se unía en una boda mística con la tierra. La belleza de los templos, la majestad de las liturgias, la armonía de todos los detalles era el camino más sencillo y lleno de fascinación al encuentro con Cristo.

         A mediados del siglo XVIII, el visitador Fray Pedro de Porras escribió acerca de los pueblos franciscanos del Paraguay: "Hay escuela de música en que con gran facilidad se instruyen a los indios; son muy fáciles para danzar y bailar y lo hacen con primor y he visto entre ellos bailar algunos minuetos y contradanzas con tanto garbo, como puede verse en Madrid... Tienen arpas, violines, chirimías, oboes, trompas de caza, clarinetes, flautas, etc., y todos los instrumentos están duplicados y algunos triplicados. También todos los días, al romper el alba, en la puerta de la celda del cura y cantan el bendito, luego le acompañan a la iglesia y cantan la Misa."

 

 

ENLACE INTERNO AL DOCUMENTO FUENTE:

 

(Hacer click sobre la imagen)

 

 

LA IGLESIA DE YAGUARÓN

REDUCCIONES FRANCISCANAS

P. ALDO TRENTO

Editorial Parroquia SAN RAFAEL

Padre ALDO TRENTO/ MARÍA GABRIELA CANEPA

Fotografía: FERNANDO ALLEN

Asunción – Paraguay

2ª Edición, Noviembre 2007. 97 páginas





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