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MARÍA IRMA BETZEL

  CARTA DESDE BUENOS AIRES, 1996 - Cuento de MARÍA IRMA BETZEL


CARTA DESDE BUENOS AIRES, 1996 - Cuento de MARÍA IRMA BETZEL
CARTA DESDE BUENOS AIRES

 
 
 

1er. Premio

Concurso de Cuentos Breves del
 
Coomecipar (1996).
 

 
 

CARTA DESDE BUENOS AIRES
 
Retumba en la vieja casona el golpe enérgico de la aldaba que aleja los duendes del letargo siestero. En las baldosas brillantes del amplio corredor se vislumbra la silueta de la dama que acude con paso lento acomodándose los cabellos plateados. Punzadas de sol le encandilan el rostro al abrir la pesada puerta del zaguán y recibir el sobre.
 
Una carta -Y no es de María Lourdes, no viene del Brasil, además ella casi no escribe, solo me llama por teléfono. Tanto trabajo con sus niños... Tampoco es de EE.UU. Alejandra está cada día más haragana para escribir. Es de la Argentina. De Eulogia, ¡Eulogia Paredes!.
 
La sorpresa se insinúa apenas en sus arrugas cansadas.
 
Eulogia... tanto tiempo, seguramente escribe por que su hijo está aquí conmigo.
 
Busca sus anteojos mientras piensa en el muchacho.
 
Es respetuoso y calladito. Tiene muy bien cuidado el jardín y hasta me hizo una huertita en el fondo, además, no podía negarle este favor a su abuela, ellos trabajaron para nosotros durante años, cuando Evaristo y yo teníamos la estancia. Eran otros tiempos, más felices...
 
El suspiro de nostalgia se hace perfume en la madreselva del jardín y se diluye, húmedo y más nostálgico aún, en la pieza que fuera de su hijo Andrés, ese "akahatá" que después de sus travesuras la conquistaba con sus besos y abrazos. Surge otra vez el recuerdo, fantasma lacerante.
 
Lo mimé demasiado, ese fue mi error, tal vez porque tenía tantos problemas de salud cuando era niño... Siempre consiguió conmigo todo lo que quería, si hasta me convenció para que le comprara esa desgraciada moto con la que se fue para siempre en aquella curva que por algo tiene el nombre de la muerte.
 
Dolor de suspiro lento la invade hasta que se acomoda en el sillón de espartilla y rasga por fin el sobre, pero sus ojos recorren aún, la que fuera la habitación de su hijo, los mismos muebles y allí, en un rincón, polvorienta y reseca, una guitarra.
 
No sé porque no la tiro o la doy a alguien, total hace ni ocho tiempo que se terminó la música en esta casa
 
- Piensa mientras la sorprende lo extenso del papel. Se concentra en el texto de letra pequeña y prolija:
 
Buenos Aires, 31 de julio de 1998 Apreciada madrina:
Me decidí a escribirle después de tanto tiempo porque me enteré de que mi hijo Luisito está con Ud. Mucho le agradezco su intención de ayudarle para que trabaje en su casa y pueda así estudiar de noche en ese colegio técnico que a él le gusta, pero yo no quería que se fuera allí, pero si mamá quiso, está bien; después de todo fue ella la que le crió y necesita que él trabaje para que le ayude ahora que papá está enfermo.
 
Hace mucho Ud. también quiso ayudarme a mí ¿se acuerda? Fue después de que falleció su esposo, el buen señor Evaristo, pero yo, madrina, era entonces tan jovencita y tan, tonta que ni bien llegué a su casa para trabajar me entusiasmé con la tele y esas novelas me llenaron la cabeza de sueños tontos, esos que suelen tener las chicas del campo: ir a la ciudad y conocer un "príncipe" que nos transforme en señoras felices. Yo hacía mi trabajo lo más rápido que podía y después en vez de estudiar miraba y miraba las novelas y de tanto llenarme la cabeza con eso es que llegué a ilusionarme con el Andrés. ¡Qué tontas somos las chicas del interior cuando somos jovencitas, madrina! y eso que la otra señora que trabajaba en la cocina me decía que no se me ocurra ilusionarme con él, que no era para mí, que no sea "tavy" y muchas otras cosas, pero yo no quería escuchar.
 
El, siempre alegre, entrando y saliendo de la casa, todo el día, ni se fijaba en mí.
 
Pero un sábado a la tarde, en que yo me estaba secando el pelo con el sol del jardín, él me vino a preguntar algo, -por sus championes, creo - y fue allí donde me miró como por primera vez, Ud. entenderá, de otra forma y me dijo:
 
- Qué lindo pelo que tenés-
 
Y yo, tonta creyéndome letrada, le sonreí. Y desde entonces él se acercaba cada vez que Ud. salía; conversábamos, me ayudaba en las cosas de matemática que yo no entendía y a veces, con su guitarra, me cantaba lindas canciones en guaraní. Después, de a poco, bueno, fueron pasando cosas. El decía que se iba a estudiar los domingos temprano, pero cuando Ud. salía para la misa, él entraba en la casa.
 
El papel tembló y la dama no parece decidida a continuar leyendo.
 
Pero sigue:
 
Y bueno, madrina, después, Ud. sabe porque es mujer, me empecé a sentir mal. Solo lo supo Domitila, la señora de la cocina y él, que se quedó pálido y no me dijo nada, como si no supiera que hacer. Después, Domi me aconsejó que me fuera a mi casa, antes de que Ud. se diera cuenta.
 
- Bastante sufrimiento tiene la señora con la muerte de su esposo -dijo- para soportar este nuevo quebranto por culpa de ustedes.
 
Y que en todo caso le cuente después, algún día, cuando la criatura ya sea grandecita, que de todos modos ya no se podía solucionar más nada y que le dijera nomás que no me hallaba más y que me quería ir, que mucha culpa tenía también yo porque nunca quise escuchar sus consejos.
 
Y así fue, madrina como una mañanita de domingo Domi me acompañó hasta la campaña, porque yo estaba un poco mareada y además, para hablar con papá y mamá. Ellos escucharon todo en silencio como con vergüenza y por fin, cuando quedamos solas, mamá me dijo: Ña ha'äirota la mita te'i la jheiva jhicuai nde rejhé, ani chene jhe'í jhicuai nde reipotaijha la nde memby.
 
Así mismo dijo y yo entonces no entendí, pero después supe, madrina que hay mujeres que hacen lo peor que se pueden hacer con un hijo de sus entrañas. ¡Eso sí que no! Yo, desde el primer momento que entendí que dentro de mí había una vida, lo quise demasiado, soñaba solo con él, si hasta me olvidé de Andrés y no me importó lo que decían los vecinos ni nada.
A la siesta me sentaba bajo la sombra de los mangos del patio y mientras le preparaba para sus ropitas le acariciaba en mi panza y le cantaba despacito, con la misma ternura que Dios le dio a las palomitas. Cuando nació mi Luis, hermoso y sanito, parecía que todas las tristezas se fueron. Pero tuve que cumplir lo que le había prometido a mamá, que me iría a Buenos Aires junto a mi hermana Celi para trabajar y así mandarle dinero para que no le faltara nada a mi hijito. Lo que me costó acostumbrarme a Buenos Aires solo Dios lo sabe ¡me sentía tan sola y extrañaba tanto a mi bebé! Hasta que conocía Diosnel y después de un tiempo, nos casamos. Tenemos dos hijas, Rosaura y Beatriz, ya casi señoritas. Son estudiosas y bien educadas. Y también tenemos nuestra casita propia. Qué casualidad, madrina. Ud. tuvo un solo hijo varón que fue la causa de su quebranto, y yo también, mi amado Luis, que mucho sufrí por tenerlo tan lejos.
Y ahora, que ya pasó tanto tiempo, él es todo un hombrecito que mucho le ayuda a su abuela. Para que sepa como es, madrina, le cuento que una vez le mandé una guitarra que tanto él quería y que aprendió a tocar solito nomás (es que lo lleva en la sangre. Ud. sabe) y fue entonces cuando papá estuvo muy enfermo y él la vendió para ayudar con los gastos de los remedios.
 
Si, es un tesoro mi Luis, será porque tanto lloré y recé por él siempre.
 
Perdóneme que le cuente todo esto después de tanto tiempo, es que primero fue lo de su esposo y luego me enteré lo de su hijo y ya no me animé a contarle nada, para qué, si ya casi no tenía importancia, pero ahora que él está allí es diferente. Confío en que Ud. que es una señora tan letrada y además es madre, ha de saber cómo decirle algo de todo esto a él porque no sabe nada. Y si es que ud. quiere que Luisito siga en su casa, yo estaré tranquila porque sé que estará bien cuidado y además que puede tener un futuro, porque en la campaña, con la chacrita nomás, está todo muy difícil. Discúlpeme de nuevo, madrina, lo que pasó fue por mi ignorancia nomás, yo nunca quise hacerle sufrir. Parece que cuando somos jóvenes nos equivocamos fácilmente.
 
Por favor, bendígame desde allí.
Su ahijada que nunca la olvidará
Eulogia.
 
P/D También sepa disculpar si hay algunos errores en las palabras que escribo, pero no creo porque le di que corrija todo a mi hija mayor, así ella también lee todo esto que me pasó a mí y aprende a cuidarse para que no le pase lo mismo.
 
La noche tiñe una vez más el caserón silencioso. Las sombras del corredor bailotean al son del viento que mece los helechos, sinuosas culebrillas péndulas. Con mirada inquieta la vieja cocinera recibe al joven.
 
- Hola, hijo, voy a calentarte la cena.
 
- Gracias. ¿Y la señora?
- Está ocostada, es que hoy tuvo un día cansador, estuvimos haciendo limpieza. Me pidió que te avise que desde hoy no vas o dormir más en la piecita del fondo sino en la que está al lado del jardín.
 
- ¿La pieza grande?
 
- Sí, esa misma, aquí tenés la llave, yo llevé tus ropas allí, espero que no te moleste que toqué tus cosas, después de todo vos sos como un hijo para mí, yo le conocí a tu mamá cuando era jovencita ¿sabés?
 
- No hay problema, Domi. ¿Puedo llevar una manzana?
 
- Claro hijo.
 
Con cierta timidez el joven abre la puerta de su nueva habitación. El pacholí aromático de las sábanas limpias lo envuelve mientras recostado desde su nueva cama observa con curiosidad el ambiente: una biblioteca amplia en la que los libros se intercalan con viejos banderines del que también es su club de fútbol favorito, el ropero antiguo, tan amplio para sus pocas pertenencias le hace sonreír. Muerde gustosamente la manzana mientras recorre con la vista los cuadros de la pared del costado. De pronto, interrumpe su ansioso mordisqueo y la fruta queda estática en sus manos. Sus ojos como hechizados, se detienen en un rincón de la pared, es que allí prolijamente ubicada sobre un tapiz observa, gratamente sorprendido, una recién lustrada y resplandeciente guitarra.
.


 
 

Fuente:


TALLER CUENTO BREVE


Edición al cuidado de DIRMA PARDO DE CARUGATI

Imprenta ALMIRALL

Asunción - Paraguay1999 (207 páginas)

 



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