EL RESCATE
Cuento de
STELLA BLANCO DE SAGUIER
(Enlace a datos biográficos y obras
en la GALERÍA DE LETRAS del
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EL RESCATE
Fue una guerra cruenta y devastadora, todos lo sabemos, pero lo que no sabíamos es que María dejó escrita la historia vivida por ella en esa contienda.
Ella paso más de un año en el frente. Llego allí como voluntaria de la Cruz Roja, iba en busca de alguien. Dos años habían transcurrido desde que se ausento Eulogio para alistarse en el ejército, y luego no supo nada más de él. Se aferraba a esperanzas efímeras que le hacían pensar: "Si algo malo le hubiera pasado, ya me lo habrían comunicado"
La Sanidad, en donde ella se desempeñaba como enfermera, era un lugar de escenas escalofriantes. Todo lo que allí se vivía era desgarrador: el sufrimiento de los heridos, esos combatientes tan jóvenes, con poco o nada de experiencia de vida, que se encontraban así de golpe con ese infierno.
Con una compueblana de Villarrica, se dieron valor y ahora estaban casi en el frente de combate; ¡pero que importaba, si ella sabía que podía encontrarlo, lo sabía, claro que lo sabía!
Transcurrían los días y a pesar del empeño que ella ponía, no conseguía obtener más datos sobre él, pero María, estoica como era, no pensaba resignarse y seguiría allí hasta encontrarlo.
Siempre sonriente y agradable, adelante María! le decían sus esperanzas, ¡nada de quejas, ni lamentos, debes concluir tu misión! En los últimos días de ese frío mes, cuando se libro la gran batalla, los paraguayos tuvieron que replegarse, dejando muchos prisioneros en poder del enemigo. Además, llegaron a la sanidad un buen número de heridos a quienes María indagó. Uno de ellos le aseguro haber escuchado el nombre de Eulogio Martínez en el parte diario del oficial al leer la lista de capturados paraguayos. ¿Sería posible?, se le agrandaron las esperanzas y fueron ellas las que la indujeron a seguir. ¡María no te desanimes, María vuelve a informarte, María indaga a esos otros muchachos que acaban de llegar!
Efectivamente, también habían llegado dos prisioneros bolivianos muy jóvenes, con unas heridas por donde parecía escapárseles la vida, con ausencia total de cariño y protección, estaban ahora al cuidado de ella. Compasiva, los curó y saco poco a poco de esa agonía, de esa angustia, y supo ocupar el lugar materno que en esos momentos les era tan importante.
El agradecimiento de esos jóvenes no se hizo esperar y le dieron a quien cuido de ellos, toda la información necesaria para rescatar al cautivo.
¡Sí, ella ya no tenía dudas! El estaba preso y en consecuencia, vivo, ¡sí, vivo! Y esa larga espera atormentada se transformo en intensa alegría.
A través de ellos se entero de que el campamento enemigo estaba muy próximo. Los dos guardias que se apostaban de noche a vigilar, acostumbraban a beber bastante para atenuar el horror de la guerra y la mayoría de las veces se quedaban dormidos. Le aseguraron a María que podían pasar sin que ellos se dieran cuenta, si actuaban muy silenciosamente. ¿Cómo se despertaban a tiempo para que no fueran castigados?. Por supuesto, al insinuarse el alba, el canto de tantas aves, pequeñas y grandes hacían de infalible y ecológico despertador.
Este era el momento tan esperado, debía hacerlo ahora o nunca. ¿Acaso tenía ella la seguridad de que fuera el enemigo a permanecer allí por largo tiempo? ¿Acaso ellos antes de retirarse no podrían ordenar fusilamientos?
Esa noche María y su amiga Amalia, con quien ya lo había conversado, emprendieron la travesía.
Ellas también, como el ejército, tenían sus planes de ataque, aunque con otra estrategia. María volvió a repasar la operación rescate parte por parte y Amalia, animada, iba aceptándolo todo, contagiada con el optimismo de su amiga. ¿Cómo no ayudarla? Esperaron a que la noche se hiciera bien negra y vestidas de oscuro y aguantando el miedo, se adentraron en la picada del bosque. Caminaban y caminaban rasguñándose las piernas, los brazos y hasta la cara. Seguían y seguían, nada las detenía, adelante, siempre derecho, como le habían dicho a María, y rápido; todo tenía que ser con urgencia para que el amanecer no las alcanzara. Luego de avanzar por horas al fin vieron unas luces que al acercarse se hicieron más brillantes, además, empezaron a vislumbrar las carpas del campamento. Un estremecedor silencio se había apoderado de todo ese espacio.
Susurrando, dijo Amalia: Estos ya deben ser bolivianos. Shss..., le dijo María, sígueme y no hables, pueden escucharnos. Ambas temblaban, apenas podían agarrarse de las manos, pero seguían tal cual lo planeado.
Efectivamente, dos guardias custodiaban el campamento, todo coincidía, hasta la carpa de los prisioneros marcada con una cruz amarilla que relampagueaba con las llamas de la gran fogata. ¡Era como estar entre la tierra y el purgatorio!
¿Iban a poder realmente pasar sin que los guardias las sintieran? Ahora la sangre congelada de María paralizo sus piernas y en vez de caminar volaba silenciosa y efectiva. Todo coincidía, los guardias estaban dormidos y pudieron así pasar inadvertidas. Fue en ese momento cuando entraron en la carpa de la cruz amarilla, no se veía nada. Eulogio... Eulogio... en voz muy queda repetía María y a modo de contestación muy suave se escucho un largo sollozo.
Ambas mujeres lo ayudaron a caminar y rápido, sí, muy rápido se salieron para huir a través del bosque. Sintieron que los perseguían, por lo menos eso le pareció a María en su delirio, pero los tres ya se alejaban velozmente por la misma selva. El rescatado iba agarrado por ambas mujeres que, con agilidad sobrenatural, lo llevaban y, así rigurosamente continuaron el viaje.
Ahora se escuchaban cantos de pájaros. María sintió que le advertían la llegada del amanecer y que debían apurarse; pensó que todo se echaría a perder si la luz del día los alcanzaba, estaban aun en territorio enemigo, eso creía ella.
¡Alto ahí! Y el disparo que siguió los paralizó, una corriente eléctrica recorrió todo el cuerpo de María. No, no y no, se dijo, ¿Cómo era posible que al final los agarraran?
¿¡Quien vive!? De nuevo se escuchó. ¡Soy María! dijo gritando desgarradoramente a modo de salvación. ¡Por Dios, no maten a mi hijo! Luego se desplomó, sus fuerzas se habían agotado, era el fin, pero también el fin del rescate, ¡estaban en territorio paraguayo!
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STELLA BLANCO DE SAGUIER
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