En Encarnación, Maneco Galeano se encontró con un zapatero singular que cautivó su atención de un modo fulminante. Enfrascado en el diálogo con su nuevo amigo, olvidó ir al festival donde era el invitado ansiosamente aguardado. De ahí nació una composición que eterniza aquel momento.
El festival de música encarnaceno, en medio de los aplausos que premiaban a los artistas en el escenario, aguardaba aún la llegada de la estrella invitada de esa noche: MANECO GALEANO. El que, en realidad, se llamaba Félix Roberto Galeano –oficialmente, aunque pocos le conocieron con esos nombres-, había sido invitado junto a su amigo JORGE GARBETT, músico y compositor que había nacido allí en Encarnación el 7 de noviembre de 1954.
El tiempo transcurría y el esperado no llegaba. Los organizadores, al principio, miraron sus relojes con estudiado disimulo y después con inocultado nerviosismo. Maneco no llegaba. “¿Qué le habrá pasado por el camino?”, preguntaban algunos que consideraban que los retrasos podían estar vinculados a alguna tragedia rutera.
Maneco no estaba lejos del lugar, en realidad. Frente a él estaba CEFERINO ZARZA, zapatero y tío de JORGE GARBETT, según cuenta su hermano José Antonio Galeano en el libro dedicado al autor de SOY DE LA CHACARITA, DESPERTAR, LA CHUCHI y PINASCO. Caña de por medio, en Encarnación, los dos hombres conversaban como si ellos hubieran sido los únicos que vivían sobre la faz de la Tierra.
El periodista y compositor quedó atrapado en las redes de aquel hombre que irradiaba vitalidad en cada palabra, en cada gesto e incluso en cada silencio compartido.
Hablando de la vida y de la muerte, de lo existente y lo inexistente, de lo humano y lo divino, dejaron que las horas siguieran su curso sin que a ellos les importase en lo más mínimo que marcaran la distancia entre la tarde y la noche. Habían abolido el tiempo para entregarse al placer de compartir una bebida con alma de fuego y conversar indefinidamente.
Sólo contaba para los que en la primera mirada se habían sentido hermanos desde siempre aquello que se decían en lo que era ya una fiesta sin tregua de la amistad que nacía.
Aquel “zapatero remendón” –como dice José Antonio-, era “de raza popular, fornido, bonachón y paraguayo”. En estos vocablos se resume la figura del que cautivó de manera fulminante la atención de Maneco. Tan singular era –a estar siempre por las referencias del hermano del compositor que nació en Pinasco el 13 de mayo de 1945 y falleció en Asunción, a los 35 años, el 9 de diciembre de 1980-, ese artesano que pudiendo traer de la Argentina de contrabando una heladera había decidido pagar por cuotas el electrodoméstico que enfriaba su caña y el agua de su tereré.
Los del festival aguardaron en vano que su invitado especial llegara. Cuando el último aplauso clausuró el espectáculo incompleto nadie imaginaba que Maneco estaba enredado en amena charla con Chepé, que era el apodo de aquel zapatero del lugar que les había robado a su artista sin que ellos lo supieran.
Al retornar del sur, Maneco sintió la necesidad de volver eterno aquellos instantes pasados en compañía del zapatero. Escribió entonces CEFERINO ZARZA, COMPAÑERO. Y JORGE GARBETT le puso la música para que se completara el círculo originado en aquel encuentro inolvidable.