Escultura de Luis Santiago Torres Recalde
Esta obra evoca una forma orgánica, casi como si fuera una creación de la naturaleza que ha evolucionado lentamente hasta alcanzar su presente configuración. Su superficie de una textura envejecida y una paleta de colores terrosos y azulados que recuerdan a la piedra y al agua, lo que podría simbolizar la unión de los elementos, el paso del tiempo y la permanencia. La curva ascendente sugiere movimiento, como si la pieza se estirara hacia el cielo o algo desconocido, imbuida de un deseo de trascender o de buscar algo más allá de su propia existencia.
La base enrollada alude a una conexión terrenal, un arraigo que contrasta con la aspiración hacia arriba, dándole un equilibrio entre lo etéreo y lo material. Este contraste puede interpretarse como una metáfora de la vida humana: un ser que aspira a más, pero que también está anclado a la realidad física. La pieza invita a la contemplación, a reflexionar sobre la dualidad de nuestra naturaleza: lo que somos y lo que deseamos ser, lo transitorio y lo eterno.
La obra sugiere un portal de luz atrapado en un cuerpo abstracto, casi orgánico. La combinación de materiales y la transición de colores evocan una fuerza vital que lucha por liberarse. Su forma, que asciende con cierta inclinación, sugiere crecimiento y una búsqueda de dirección, una figura en constante evolución. La base, contrasta con la cabeza luminosa, casi como si estuviera siendo iluminada desde el interior, evidenciando la dualidad entre el peso de la materia y la ligereza del espiritu.
Una pieza que invita a la introspección, a ver más allá de las capas exteriores, mostrando cómo algo aparentemente denso y tosco puede albergar una fuente de luz intensa en su interior.
Fuente: El Autor
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