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Periódico de Guerra CABICHUÍ
 
Periódico de Guerra CABICHUÍ






El inicio del humor gráfico en Paraguay

A SANGRE Y FUEGO: EL INICIO DEL HUMOR GRÁFICO EN PARAGUAY

EL CASO CABICHÍ

Cuando, finalmente, un conjunto complejo de circunstancias geopolíticas terminaron causando la guerra conocida en Paraguay como de la Triple Alianza (1865-70), en la que el país se enfrentó a las fuerzas aliadas de Argentina, Brasil y Uruguay, un nuevo tipo de periodismo vio la luz: el periodismo de trinchera, dedicado sobre todo a la propaganda de guerra, a mantener elevada la moral tanto de la tropa como de la población civil, infundándole fe en la victoria final. No está de más hacer notar que el Paraguay era, en ese momento, un país de buen desarrollo industrial y con importantes logros en la educación básica –casi no existían analfabetos–. Una excelente infraestructura de comunicaciones telegráficas, superior incluso a las de sus vecinos más poderosos, facilitaba que estos periódicos de trinchera tuviesen información fresca y fuesen, por esta razón, consultados por los propios oficiales y estrategas del enemigo.
 
Cuatro fueron las publicaciones representativas de este periodismo: El Centinela, Cabichuí, Cacique Lambaré y La Estrella.
 
Hablaremos de Cabichuí en primer lugar, por las ilustraciones del mismo y su carácter netamente satírico, destinado a ridiculizar al enemigo. Además, dichas ilustraciones tienen un estilo tan propio (una especie de naif algo agresivo, que recuerda algunas figuras medievales) que han logrado que la memoria de esta humilde hojita de combate quede grabada para siempre tanto en la historia del humor gráfico como en la de la plástica paraguaya en general. Quizá ningún otro medio de prensa paraguayo haya logrado tener un estilo gráfico tan propio, original y distintivo como el que tuvo el Cabichuí.
 
Fue Josefina Plá –escritora, artista plástica e investigadora hispanoparaguaya– quien primero llamó la atención sobre la importancia del periódico, al mencionarlo en su libro sobre la historia del grabado en el Paraguay. Posteriormente se realizó una edición facsimilar por el Museo del Barro, con estudios de Alfredo Seiferheld (historiador), Osvaldo Salerno (artista plástico) y Ticio Escobar (crítico de arte), además del escrito de Plá, a quien cedemos la palabra:

"Los 95 números de Cabichuí publicados en el cuartel general de Paso Pucú aparecieron cada uno con tres caricaturas cuando menos, amén de la cabecera, lógicamente idéntica para todos; y de las viñetas, no repetidas sino en pocos casos; pero las miniaturas que diseñan las mayúsculas cabeza de las breves notas y poesías, son bastante variadas: cada letra del alfabeto da lugar a una, y ésta no siempre se repite. En rigor, la única viñeta que es siempre la misma es la que encabeza la sección Popias del padre Fidel Maíz. Ello representa un total de más o menos cuatrocientos grabados, a través de los cuales puede seguirse el desarrollo del drama bélico y la trayectoria psicológica de la defensa durante un año. Y también el itinerario de nueve artistas improvisados configurando el hecho colectivo más interesante, por unitario, producido en las artes plásticas paraguayas del período independiente.
 
Son esos grabadores, a los cuales hemos de suponer jóvenes, así sólo sea por el arranque, el fervor y la espiritual elasticidad que de su obra irradia: Inocencio Aquino, M. Perina, Francisco Ocampos, Gregorio Baltasar Acosta, Jerónimo Gregorio Cáceres, J. Bargas, Francisco Velasco, J.B.S. A este número hay que añadir a Saturio Ríos, más conocido como pintor."

Este equipo de grabadores trabajaba, según parece, bajo la dirección de un sargento que hacía de diseñador y dibujante. Algunos han sugerido que quien llevaba la batuta era el propio Saturio Ríos, pero el único grabado que aparece firmado por éste no comparte plenamente el estilo del periódico. Por el contrario, se trata, más bien, de una alegoría patriótica al uso de la época. No existe certeza sobre quien era, finalmente, el sargento al mando de este particular pelotón de grabadores (se ha mencionado, unas veces, a un sargento Godoy y, otras, a un sargento Colunga). Por otro lado, la unidad estilística no excluye los rasgos individuales. La originalidad gráfica tenía su equivalente en la redacción, que seguía, en general, los lineamientos retóricos grandilocuentes del momento histórico y echaba mano tanto de la lengua guaraní como de las bromas un poco gruesas ("El macaco afligido/Ala vista se conoce:/Lleva de tras (sic) una cola/Entre las piernas metida,/Y por el olor que despide/De lejos de ver se echa/Que va bien humedecida/O que el vien… se le ha aflojado."). E incluso, aunque raramente, de las palabrotas ("Ud. es un cobarde carajo!"). Por tal motivo, bien puede considerarse al Cabichuí también como precursor remoto del periodismo callejero, que recurre al lenguaje popular y que, en nuestro país, se encuentra representado actualmente por los diarios Popular y Crónica.

Cabichuí aparecería en 1867, tres años después de iniciado el conflicto y cuando el mismo ya había tomado para el Paraguay un carácter netamente defensivo. Las exitosas incursiones en territorio argentino y brasileño habían quedado atrás. Según uno de sus mentores, el más tarde coronel Juan Crisóstomo Centurión, la discusión sobre el título del periódico y sobre el dibujo que debía servirle de frontispicio o portada duró unos tres días. Finalmente fue aceptada su propuesta para el título, que transmite la idea de aguijonear y zaherir al enemigo (cabichuí es una especie nativa de avispa), lo mismo que el dibujo de la portada, que representa, según Centurión, "un negro acosado por una multitud de esas avispas".

La gráfica llama la atención ya desde este logotipo, del cual podríamos poner en duda que represente, realmente, a un negro. De hecho, abundan en el Cabichuí las imágenes de negros (por los soldados brasileños, negros y mulatos muchos de ellos, odiados por su saña) y no se parecen demasiado a la del frontispicio. Suelen ser representados con los rasgos típicos: un color plano y muy obscuro, como betún, y unos labios extremadamente abultados. Además, a los negros del Cabichuí se les suele representar en uniforme, tal como solían estar. El personaje en cuestión está desnudo, se apoya en un rústico cayado, tiene el cuerpo y el rostro cubiertos de pelo (sugerido por líneas hábilmente dispuestas), las uñas crecidas y las orejas puntiagudas. Incluso unos colmillos parecen asomar en esa boca que esboza un gesto de fastidio. Parece, más bien, una especie de hombre lobo, una variante del viejo tema del hombre bestializado o convertido en fiera. A nuestro entender, lo más probable es que se trate de una alegoría –recurso común en la iconografía política de aquel siglo fascinante (recordemos la Mariana, encarnación de los ideales democráticos que, por cierto, aparece también en el Cabichuí)- y que represente la barbarie, brutalidad y salvajismo atribuidos a los ejércitos aliados.

El humor del Cabichuí es, además de coyuntural y bastante rudo, carente de autonomía en el aspecto gráfico. Los grabados acompañan, invariablemente, alguna crónica y no constituyen chistes por derecho propio, sino ilustraciones de algún pasaje de la misma. Ocasionalmente, algunas caricaturas se aproximan bastante al ideal de un chiste autónomo y completo en sí mismo, como aquella donde el emperador del Brasil les hunde el gorro de la libertad hasta el cogote a los presidentes de Argentina y Uruguay (página 2, año I, número 7), pero son excepcionales. Los textos explicatorios o que representan aquello que los personajes dicen van al pie de los dibujos, como en los actuales subtítulos del cine. No existían aún el globo ni los demás recursos dinámicos de la moderna historieta. No olvidemos que el recurso de los subtítulos ha sido y es utilizado aun hoy, sin haber sido desplazado nunca del todo por el globo, y que, en ocasiones, es sumamente efectivo (como en los chistes cortos de un solo cuadro).

Tal como corresponde a una publicación de trinchera, el blanco favorito para los aguijonazos del Cabichuí fueron los ejércitos enemigos y, entre estos, los ejércitos brasileños, invariablemente negros, siempre cobardes y en actitudes ridículas, donde epítetos como "raza de orangutanes" son moneda corriente. Tales explosiones se comprenden en medio de la exaltación de una guerra sanguinaria, que causó un verdadero genocidio en la población paraguaya, sin necesidad de pretender que toda obra que posea algún mérito deba ser un pulcro ejemplo de corrección política.

Una de las representaciones más logradas es aquella donde se hace escarnio de la poco valerosa conducta del general uruguayo Castro (página 2, año 1, número 16). Sus propios soldados, metamorfoseados en micos, se ríen de él. La simplicidad y, al mismo tiempo, la efectividad con la que están representados es, sencillamente, magistral. No son éstas las únicas representaciones zoomorfas: las repúblicas de Uruguay y Argentina, así como sus gobernantes, Flores y Mitre, y también sus oficiales y soldados, se convierten en un burro y un perro, respectivamente; mediante un juego de palabras bastante simplón pero efectivo, el general argentino Gelli Obes se transforma en un "general oveja"; el brasileño Porto Alegre (llamado también, a veces, "Porto Triste") pasa a adoptar aspecto de carpincho y el propio Emperador del Brasil, don Pedro II, se convierte en un insecto. Sin embargo, el enemigo más odiado de todos para el Cabichuí fue, qué duda cabe, el Marqués de Caxías el cual se nos aparece desde el número 3 como una figura grotesca, negro también (al parecer como todos los brasileños, a excepción del Emperador), horriblemente panzón, nalgón y "quebrado" de forma tal que sugiere afeminamiento, cubierto de medallas e hinchado de estúpida vanidad, similar a la representación habitual de Ubu rey. En cada edición, su aspecto se vuelve más repugnante. Pierde, como otros, su condición de humano para tornarse en un insecto, junto al emperador y al almirante Botafogo (página 3, año 2, número 70) y, finalmente, en un sapo (página 4, año 2, número 74).

Los temas no coyunturales, ajenos a la guerra, aunque raros, no están ausentes en el Cabichuí. Así, en el penúltimo número encontramos unas deliciosas décimas que narran la historia de la disputa entre un pastor y un lechuguino acerca de qué placer merece prioridad, si la mujer o la botella. El grabado que acompaña estos versos es, tal vez, uno de los mejores del periódico, por la gracia y la elegancia que poseen las figuras, así como por el encanto de todo el cuadro, de la composición completa. Pertenece a G. I. Aquino, uno de los artistas más finos del periódico, autor también –para servir de contrapunto a esta deliciosa escena campestre- de la escena de la muerte de Mitre (página 2, año 2, número 73), donde el presidente argentino entrega su alma a los demonios del infierno. Otros nombres a destacar adentro del grupo son los de Francisco Velasco -con un vigoroso primitivismo por momentos casi infantil, como acertadamente señala Josefina Plá- y autor, según parece (aun cuando nunca existe completa seguridad a este respecto, pues sólo una pequeña parte de los grabados llevan firma), de la primera transmutación de Caxías en batracio- y F. Ocampos, grabador cuyos diseños iniciales son un poco rígidos, pero que pronto evoluciona y se coloca a la altura de los mejores.

Con la única excepción de Saturio Ríos –que, por otra parte y tal como ya señalamos, está bastante ajeno al espíritu general del Cabichuí; que carece, por lo visto, de inclinaciones por la caricatura y sólo firma un grabado–, la suerte de los demás grabadores es absolutamente desconocida y constituye, hasta el día de hoy, un misterio. Misterio sólo comparable a su aparición, ¿habían recibido alguna clase de formación? No es una hipótesis del todo descabellada, pues en el Paraguay de los López hubo clases de litografía. En todo caso, parece casi seguro que ambas cuestiones seguirán perteneciendo al reino de las incógnitas, pues aquellas personas que podrían haber proporcionado alguna pista al respecto –como el propio Ríos– hace mucho tiempo que no están entre los vivos y nunca se ocuparon de brindar informes sobre el tema, quizás porque nadie se los pidió.
 
No deja de llamar la atención el hecho que la desaparición del Cabichuí coincida, aproximadamente, con los luctuosos sucesos de San Fernando, ocasión en que López ordena el fusilamiento de varios de sus propios parientes, por ‘traición a la patria’. Tal vez los grabadores fueron víctimas de las tragedias desatadas al interior del bando paraguayo antes del derrumbe final o, tal vez, el periódico dejó de aparecer porque ya era materialmente imposible que lo hiciese. Tal vez estos grabadores-soldados murieron en combate o, en la post-guerra, se retiraron a la vida privada y no volvieron a empuñar el fusil ni el punzón. Nunca lo sabremos. Sólo nos queda el testimonio de su arte, muestra de que el más vigoroso talento florece aún en medio de la más profunda desesperación.
 
Fuente: HISTORIA DEL HUMOR GRÁFICO EN PARAGUAY. Por ROBERTO GOIRIZ. Con la colaboración ANDRÉS COLMÁN GUTIÉRREZ y ALEXIS ÁLVAREZ. HISTORIA DEL HUMOR GRÁFICO. Directores de la colección: Armengol Tolsà Ermengol Juan García Cerrada. Coordinador: José Lorenzo Sánchez. EDITORIAL MILENIO – LLEIDA, 2008. Con la colaboración de: UNIVERSIDAD DE ALCALÁ - FUNDACIÓN GENERAL
 
 
 
 

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