LA PROFECÍA

Cuento de MELISSA BALLASCH MORENO

         Todas las noches sueña con el cuervo, me dijo, y cada noche le dice lo mismo: "Mañana morirá el señor Black, el vecino de al lado". Y sucedía. "La próxima será tu tía Marge". Y sucedía. "Firulais, el perro, ha llegado al final de sus días". Y sucedía. Así fue en muchas ocasiones. Y siempre sucedía. Aunque debo admitir que me sentía intrigado por este singular fenómeno, ello nunca me había quitado el sueño, hasta hoy. Hoy que vino mi hijo a despertarme en medio de la noche, y sentenció: el cuervo me ha dicho que ahora le toca a mi padre.

         Si alguien cree que volví a dormir, se equivoca. No se lo digas a tu madre -murmuré en voz baja y salí al pasillo. Caminando por horas, incansablemente, fumé interminables cigarrillos. Él subió las escaleras y volvió a dormirse enseguida, entre el miedo y la incredulidad; había prometido guardar silencio, cediendo a mi última voluntad. Era mi momento para estar solo y que la soledad me ayudara a reflexionar. Es impresionante lo rápido que uno puede repasar una vida que antes le pareció tan larga, el modo en que los recuerdos desfilan ordenadamente, como haciendo su última triunfal aparición. El orden que surge del caos. Sobre todo, sorprende cómo la intención suicida, ante la condena, da lugar a un irrefrenable anhelo de vivir. Antes de que amaneciera yo ya había decidido cómo quería invertir las últimas horas de mi vida.

         No las pasaría embutido en un incómodo traje, como estaba acostumbrado; ni sería desperdiciando horas en el banco, como hago desde que tengo memoria. Era, al fin, un breve instante en el que podría probar algo diferente sin remordimiento alguno, y ser, aunque tan brevemente, quien siempre he querido ser. Era, paradójicamente, mi oportunidad de renacer. Me había llegado el momento de saldar la deuda que todo hombre debe pagar y no existen plazos de gracia. ¡Qué más da! Comprendí por qué la gente dice que el futuro es incierto, y aún hoy no puedo creer que no me haya desesperado. Todo cambia y uno se adapta, ¿qué más puedo decir?

         La cocina era mi pasión inconfesa, y lo primero que hice fue preparar un desayuno, aburrido y triste, pero mío. Luego, invité a la mujer que había acompañado la mitad de mi vida a aquel almuerzo romántico que siempre me había pedido: quería que su último recuerdo mío fuera la ilusión cumplida. No puedo pensar en otra ocasión en que la haya visto tan feliz. Pero en ese entonces, aún la noche mágica esperaba.

         De verdad, en ningún momento me sentí angustiado. Y tal vez en eso me haya ayudado el estar acostumbrado a estas predicciones de Bobby -mi hijo-, porque sabía que alguna vez sucedería, que alguna vez sería yo, sería mi turno de enfrentar el destino: morir es como nacer, el final al que se llega cuando se ha emprendido el camino. La muerte es, como dice Sabina, la suerte con una letra cambiada. Era como si cada segundo que pasaba fuera drenando dentro de mí una paz antes desconocida y un desprendimiento del mundo del que no me creía capaz. Fue mi recompensa.

         Llamé a mi madre, a la que antes no veía muy a menudo, y me armé de valor para soltar aquellas cosas que siempre había querido decirle. Iba a emprender un viaje, y no podía llevarme el alma envenenada. Pero la distancia era un abismo entre nosotros, y si se me concediera un deseo sería encontrarla una vez más. Cuando nos despedimos, pude adivinar en su voz que estaba sonriendo, y casi sentir las lágrimas que resbalaban por sus mejillas. A mí me seguía doliendo el pecho.

         Hoy me di cuenta de lo corto que es el día cuando se lo mira desnudo en su soledad, cuando solo significa una cuenta regresiva. Para ello, hay que verlo de ese modo. ¿Cuánto más vale un hoy sin un mañana?

         Mi siguiente actividad, probablemente la última, estaba dedicada exclusivamente a Bobby: iríamos a jugar al básquet, que era su deporte favorito; yo no esperaba encestar nada. Fuimos al parque que quedaba a dos cuadras de nuestra casa. Era un espacio vacío de gente y poblado de calor, pero no podía posponerlo: no para todos era aquel el último día. A pesar de sus cortos años y la espigada estatura de los aros, Bobby conseguía encestar. Corrí tras la pelota como no lo había hecho antes, creo que hasta conseguí anotarme un tanto. Ya no lo recuerdo.

         Cuando estábamos por marcharnos, el dolor en mi pecho aumentó como si el corazón me hubiera estallado. Me quedé pálido y sin aire. Caí inconsciente al suelo. Me llevaron al hospital más cercano en una ruidosa ambulancia, me instalaron en una cama disponible en la UTI.

         Cuando desperté eran las ocho de la mañana del día siguiente. Sin entender aún qué había pasado y qué milagro me había salvado, escuché largo rato a mi esposa, luego de expresar su alegría por mi recuperación, extenderse en palabras sobre lo que había ocurrido el día anterior. Le encantaba hablar y escucharse a sí misma. No le estaba prestando atención, hasta que dijo: "Y sabes, ayer el señor Brooks, el jefe que me dio mi primer ascenso, murió de un paro cardiaco... ".

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Y SIGUEN LOS CUENTOS, 2012

HOMENAJE A SU FUNDADOR

Profesor Dr. HUGO RODRÍGUEZ-ALCALÁ

TALLER CUENTO BREVE

Coordinación: DIRMA PARDO CARUGATI y STELLA BLANCO DE SAGUIER

Editorial Arandurã

Asunción – Paraguay. Noviembre 2012 (132 páginas)

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