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BLAS BRÍTEZ

  CHE DESAHUCIÁ LOS DESALOJOS - Por BLAS BRÍTEZ - Viernes, 22 de Marzo de 2019


CHE DESAHUCIÁ LOS DESALOJOS - Por BLAS BRÍTEZ - Viernes, 22 de Marzo de 2019

CHE DESAHUCIÁ LOS DESALOJOS

 

  Por BLAS BRÍTEZ

 

bbritez@uhora.com.py

El verbo castellano de uso más extendido, que la crisis económica global más reciente (2008) infundió en la usura de la lengua castellana, dentro de España, es desahuciar. Cientos de miles de españoles han sido expulsados de sus hogares por deudas que no han podido pagar y que, como en una pesadilla kafkiana, deben seguir pagando aunque ya les han ejecutado la hipoteca y están en la calle. El escritor valenciano Rafael Chirbes (1949-2015) buceó en el cinismo y la amargura de esa debacle hispana en sus densas novelas Crematorio (2007) y En la orilla (2013).

Tecnicismos académicos, no exentos de ideología, prefirieron llamar financiera a dicha crisis, acotándola a un ámbito de símbolos indescifrables para el neófito. En medio de ella, una clase propietaria y ciudadana, a menudo profesional o jubilada y endeudada a partir de la propiedad, conjugó ese verbo hasta las heces en carne propia, como hasta las heces había creído antes en los cantos de sirenas de la burbujeante razón inmobiliaria. La tómbola global decretó, finalmente, que no hay correspondencia posible entre el peso macizo, histórico e íntimo de un hogar y una deuda contraída en nombre de él, indiferente a las contingencias de un mercado indócil como una jerigonza. La aparente paradoja es que dicho verbo no permite que aquella clase la conjugue activamente. Ella no desahucia: es desahuciada siempre.

Desahuciar tiene una etimología cívicamente romana: una confianza (fiduciare) o un pacto han sido deshonrados, traicionados. Un alguien que contrajo una deuda, basándose en lo que tiene, ve amenazado ese tener por el acoso de una huella suya, de súbito infamante: su propia e implacable firma. En un célebre cuento de Alejo Carpentier, titulado Viaje a la semilla, la sensación de que los relojes retroceden hacen que el personaje sueñe, entre copas y cantos: “Estaba alegre, al pensar que su firma había dejado de tener un valor legal, y que los registros y escribanías, con sus polillas, se borraban de su mundo”. La propiedad habilita el derecho a firmar, a solidificar un acuerdo. La ausencia de ella no habilita a nada, no hay aval posible. Poseer genera validez; no poseer, invalidez en un sentido a la vez jurídico y fisiológico.

Por eso el verbo que la crisis sistémica capitalista genera en abundancia en Paraguay no es desahuciar, sino desalojar. Aquí estamos, entonces, en el mayoritario territorio de la invalidez. Ambos verbos tienen raigambres parecidas, pero no son lo mismo, ni en la legislación ni en la percepción social de la verdad burocrática: hay que tener, previamente, para merecer la humillación del desahucio. Si no se tiene, la indignidad del sistema apela a una indignidad aún mayor: el desalojo. De quien nada tiene.

Desalojar sí que es un verbo popular en Paraguay. No más hace falta una muestra, acaso viral como se dice ahora: 11 campesinos y 6 policías murieron en el desalojo más recientemente imborrable de la historia del Paraguay (Curuguaty, 2012), país habituado a desalojos de grandes contingentes humanos desde tiempos mensurables (y extensos) hasta el siglo XIX y aun más, cuando los españoles de antaño desalojaron un continente.

No registros, no escribanías, ni siquiera atajos fantásticos como imaginó Carpentier. Nada que se pueda borrar con literatura, nada que cuente con una indeseada aventura vivida a la intemperie, nada de narración a secas: un martillo jurídico (o policial) que exilia la posibilidad de contar el acontecer propio, dramático, de una manera que las leyes desconocen en su jurisprudencia interesada y tardía. Sabemos que la literatura no puede borrar ninguna realidad.

“Che desahuciá” suele quejarse mi madre cuando algo la apremia, aunque sea el calor. El guaraní transforma el término y desaloja de él el sentido de alivio. Aquí che desahuciá es me hace sufrir. En el sabio sentido mestizo, los desalojados son miles y miles de sufrientes que nada tienen como para ser desahuciados en el sentido español.

 

Fuente:  ULTIMA HORA (ONLINE)

Sección OPINIÓN

Viernes, 22 de Marzo de 2019

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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