LA BALANZA
Cuento de NEIDA BONNET DE MENDONÇA
LA BALANZA
y tras la yunta marcha
un hombre que se inclina hacia la tierra,
y una mujer que en las abiertas zanjas arroja la semilla
ANTONIO MACHADO
Perdone, señor Comisario, aquí estoy de vuelta por el asunto de la denuncia, y las consecuencias de la denuncia, que hice el domingo 15 de febrero. Resulta que ya pasaron ¡tres días! y este asunto tiene que terminar cuanto antes porque es peliagudo... Usted me conoce bien, sabe que yo, Tiburcio Fariña, no soy hombre de cargosear, menos a la autoridad; pero estoy enterado de que comenzaron las visitas de la Comisión Vecinal, de la Parroquial y de otros muchos cristianos pidiendo la libertad de los detenidos. También a mí me fueron con suplicas y ofrecimientos de toda laya; llevo tres noches sin pegar un ojo, es grande la presión. Acabé poniendo en una balanza las dos historias: en un platillo esta mi familia, pobres chacareros trabajadores, sin vicios, que ni por casualidad da problemas; en al otro platillo están los delincuentes... Como ve, Comisario, el asunto es complicado y ahora le molesto porque hay razones de vida o muerte, especialmente para Eulogia, mi compañera y los siete hijos que tenemos los dos. Aquí nos conocemos todos y todos sabemos que de un tiempo a esta parte la situación es cada vez mas difícil, aunque sea de refilón las desgracias nos alcanzan, ¡si parecemos maldecidos! El algodón no vale nada, este año pagan una miseria, vivimos aguantando y calafateando la necesidad. En los últimos tiempos, si no fuera por nuestro equipo de futbol ni una sola alegría tendría este pueblo desatinado; usted mejor que nadie sabe que gracias a la selección hasta dejamos de pelearnos, empezando y terminando por politiquería y otras zonceras. Hoy por hoy somos como parientes, el necesitado siempre tiene alguien que le pasa una azada, un buey, hasta su propio arado. Nos ponemos contentos si las semillas son buenas, si las plantaciones no tienen plagas, farreamos de lo lindo cuando gana nuestro equipo. ¡Qué importante eso es! ¡Se recuerda, Comisario, los líos y las camorras que teníamos antes? En fiestas patrias, patronales o de cualquier clase hasta por la música nos acuchillábamos en la ocasión menos pensada; de puro fanáticos ni los muertos dejábamos descansar, entre colorados y azules el cementerio en dos colores partimos, todo era partido... El cura andaba desesperado predicando la tolerancia y la paz. ¡Qué paz ni que ocho cuartos! Nosotros, incluido usted, a nadie escuchábamos hasta el día en que armamos nuestro equipo de futbol; entonces hombres y mujeres de este pueblo nos unimos por primera vez... ¡Conoce, Comisario, la historia del fútbol? Dice la radio que en la China, hace miles de años, antes de que Jesucristo naciera, los soldados, ¡en todas partes haraganes!, pasaban el tiempo empujando con el puño o con el pie una pelota de cuero rellena con crin de caballo. ¿Sera verdad? ¿Cómo nadie puede saber que pasó hace tanto tiempo? Lo que soy yo desconfío... En cambio ahora el futbol es lo más importante del mundo, ¿no cree lo mismo, Comisario? Fíjese: ya se están vendiendo las entradas para el próximo Mundial. En fin, volviendo a mi asunto aquel, el de la denuncia del domingo 15 de febrero. Hoy que por milagro esta su escribiente puede anotar en el cuaderno lo que de palabra a usted le conté con lujo de detalles. Así como pasó el sucedido lo voy a repetir. El sábado pasado, aprovechando la luna llena, entró a mi chacra un grupo de gente ladrona; cosechó más o menos mil quinientos kilos de nuestro algodonal. Sin tener noticia de la sinvergüencería, el domingo bien temprano, antes de matear, nos llegamos con Eulogia hasta la capuera para darnos el gusto de ver esa gracia de Dios: ¡eran capullos grandotes, reventados de puro algodón! Parecía una inmensa sábana blanca, nueva; no le puedo explicar la alegría que nos entraba desde los pies hasta el corazón. El sábado al atardecer habíamos dicho: ¡Por fin llegó el día!, pasado mañana, lunes, vamos a cosechar. Estábamos orgullosos, inflados como nubes cargadas de lluvia; pero la esperanza de pobre dura menos que el canto de un gallo. ¡Esa es la verdad! El amanecer del domingo Eulogia y yo pasmados nos quedamos, medio algodonal había desaparecido como por obra de arte de magia o de muerte. Boquiabiertos recorrimos con la mirada nuestra plantación pelada, entonces a Eulogia las piernas le fallaron y en la tierra se sentó, escondió la cara en su regazo, igual que un mita'í se puso a llorar... Me arrodille yo a su lado; lloramos juntos los dos. ¡Nos habían robado la mitad de un año de trabajo, de cuentas sin pagar, de pan, de escuela, de remedios, de esperanza! Eulogia, le dije para consolarla: nos queda bastante, no te vayas a desesperar... Cuando pudimos levantarnos resolvimos llegar junto a usted, Comisario, queríamos contarle lo sucedido a la autoridad. Ese mismo día, de noche, con usted por delante, montamos guardia alrededor del algodonal alumbrados por la luna llena que alumbraba como lámpara Petromax; también teníamos dos o tres linternas y nuestros siete hijos todos dispuestos a poner las cosas en su lugar. No paso mucho tiempo para que reapareciera el montón de cosecheros ladrones, agachados, silenciosos, dispuestos a terminar la canallada. Escuchamos dos tiros al aire que usted disparó; yo, bien plantado, con mi linterna alumbre la cara de los desgraciados... Casi nos caímos de culo, era para no creer... ¿Se recuerda, Comisario, la sorpresa que nos dimos?, los tipos eran nuestros ídolos, casi como nuestros hijos... ¿Quién podía imaginarse? Como postes nos quedamos, sin hacer un gesto, sin hablar; hasta que Eulogia reacciono y empezó a garrotearlos llamándoles, a los gritos pelados, por su nombre a cada uno. Mi compañera decía con lágrimas en los ojos: Ustedes saben mejor que nadie que los pobres también tenemos sueños, yo quería un genero floreado para mi vestido de Semana Santa... En fin, Comisario, para que dar más vuelta, los que robaron mi algodonal son los muchachos del equipo de fútbol de este pueblo, con la ayuda de los suplentes. Ahora usted los tiene detenidos, todos juntos en un calabozo. ¿Me pregunta si sabemos lo que declararon? ¡Claro, ya estamos enterados! Dijeron que no tenían equipo para jugar el campeonato que comienza el próximo domingo. ¡Pobres muchachos!, les faltaban camisetas, medias, botines, pantalones, hasta pelota les faltaba... Ellos no querían ser menos, entonces resolvieron comprar equipos de marca Puma, legitima, no la falsificada. Eso cuesta plata, mucha plata... ¿De dónde desenterrarla? No lo sé, a mí jamás se me hubiera ocurrido robarle a mi vecino su plato de comida. En fin, Comisario, yo comprendo lo que les pasó a nuestros jugadores de fútbol, algunos de mis hijos también. ¿Se dio cuenta?, parece que la juventud de este tiempo esta desbocada, sin embargo, los muchachos de este pueblo hacen lo que pueden para darnos la única felicidad que tenemos, aunque sea por un rato: cuando juegan y ganan y cuando pierden igual... ¿Que mas podemos pedir? La que no quiera saber nada es Eulogia, esta empacada como mula, preparando algunos bultos para volver a sus pagos, nos dejara abandonados. Sí, Señor, así como lo escucha. ¿Por qué, Eulogia?, le pregunte. Ella me contestó: Porque en tu balanza yo no peso nada... ¿Dígame, Comisario, su mujer entendería? Es mucho pedir, ¿verdad?, ninguna mujer tiene entendederas, hay que saber que no piensan; ya veré como amansarla..., tal vez con el género floreado. ¿Qué me aconseja usted? Para terminar, Comisario, deje bien escrito lo que sigue: Yo, Tiburcio Fariña, retiro la denuncia del domingo 15 de febrero. Las autoridades deben disponer la libertad de nuestros futbolistas y de los suplentes, con la única condición que los entrenamientos no paren hasta el sábado de tarde. Quiero que el domingo 22 de febrero los futbolistas de este pueblo se presenten con dignidad, para eso tienen su equipo Puma, comprado con la plata de mi algodonal. Si pueden ganar, ¡mejor! ¿A ver, secretario, dónde firmo? Sé, Comisario, que usted y todo el pueblo estarán de acuerdo con mi resolución. En fin, ya veré como me las arreglo para dar de comer a mi familia... El cura me dijo antes de venir acá: Hijo, estás por hacer lo correcto, Dios proveerá.
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