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JUAN CRISÓSTOMO CENTURIÓN (+)
  COMBATE NAVAL DEL RIACHUELO - Por JUAN CRISÓSTOMO CENTURIÓN


COMBATE NAVAL DEL RIACHUELO - Por JUAN CRISÓSTOMO CENTURIÓN
COMBATE NAVAL DEL RIACHUELO
 
Combate naval del Riachuelo. - El General Robles, su caída y muerte. - Evacuación de Corrientes. - Regreso del Ministro Berges a Humaitá. - Pasaje del Ejército paraguayo al territorio nacional en presencia de la escuadra enemiga.
 
 
Una vez instalado en Humaitá, el mariscal López se dedico a los preparativos para atacar de improviso y apoderarse de la escuadra enemiga que en los primeros días de Junio vino a fondearse frente al Riachuelo, un poco más abajo de Corrientes. Sin duda, le preocupaba la idea de dominar el rio, cuya realización se imponía como una necesidad indispensable para poder continuar la campana de Corrientes. A la verdad, la dominación del rio era tan esencial, que sin ella, no era posible columbrar un resultado favorable a la campaña iniciada, porque anulaba uno de los elementos poderosos con que contaba el Paraguay para cooperar y facilitar la consecución del éxito de la misma: cuál era la Escuadra nacional.

No sé si la concepción del plan de ataque fue original del Mariscal; algunos aseguran que le fue sugerido por el capitán de la Dottorel, Mr. Johnston. En lo que tiene de audaz y atrevido, hay que suponer que fuese suyo propio. La escuadra brasilera se componía de los siguiente buques: el Amazonas (buque almirante), Jequitinhonha, Belmonte, Paranahiba, Ipiranga, Mearin, Iguatemi, Araguay y Bibiribé, montando toda ella unas 59 piezas de grueso calibre, con la correspondiente dotación de infantería.

El rio Paraná en el Riachuelo es bastante ancho; pero está dividido en dos brazos por una isla, quedando el canal principal al lado del territorio correntino. Dicho canal es estrecho entre la isla y la barranca; más arriba es ancho como para permitir a los buques evolucionar facilmente.
Los mencionados buques se hallaban escalonados en línea oblicua al lado del Chaco. Allí pasaban los días los comandantes paseando o cazando en tierra, sin observar mucha vigilancia, sin duda porque no pensarían que los paraguayos se atreviesen a atacarlos con sus buques mercantes, que, comparados a aquellos, eran insignificantes cascaras de nueces.

López, sin embargo, confiado en la pujanza de sus soldados, creyó posible apoderarse de ellos, atacándolos de improviso.
Al efecto mandó preparar una expedición compuesta de los vapores Tacuary (buque almirante) de ruedas, única cañonera que poseía el Paraguay, su Capitán Remigio Cabral; el Paraguay, capitán Ezequiel González; el Igurey, capitán Alonso; el Ipora, capitán Domingo A. Ortiz; el Marqués de Olinda, capitán E. Robles; el Jejui, capitan ...; el Salto Oriental, capitán Alcaraz; el Pirabebé, capitán Pereira y el Iberá, capitán Pedro V. Gill.

Todos estos buques, menos el Tacuary, eran mercantes improvisados de guerra, con ruedas al costado, excepto los tres últimos que eran de hélice. Sus maquinas estaban colocadas arriba del nivel de agua, y de consiguiente expuestas a las balas enemigas.

Acompañaban a esta escuadrilla seis chatas con una pieza de a 68 cada una. Estas cañoneras no tenían más capacidad que la necesaria para el cañón y los artilleros, y apenas salían un pie fuera de la superficie del agua. Estas chatas no podían navegar solas y eran conducidas por los vapores a remolque.

Quinientos hombres del Batallón 6 fueron embarcados en los vapores, como las gentes de más empuje para el abordaje, distribuyéndose en cada uno de aquellos según su capacidad.

La inferioridad de los buques paraguayos y su armamento a los de la escuadra enemiga, es evidente, y de consiguiente no podía pretender batirse con ésta a tiros desde la distancia. Y siendo el objeto de la expedición apoderarse de ella, López impartió a los comandantes las siguientes instrucciones. Presentarse al lugar donde se encontraba fondeada la escuadra enemiga al romperse el día, y pasando de largo más abajo de ella, volver acto continuo proas aguas arriba, yendo a colocarse cada uno al costado de cada uno de los buques brasileros, y previa una descarga, abordarlos. Esta operación debía verificarse con toda la rapidez posible, de manera que los buques enemigos no tuviesen tiempo de ponerse en movimiento ni prepararse al combate, y que los paraguayos pudiesen combatir con ellos brazo a brazo, en la seguridad de que estos entonces llevarían sobre sus contrarios una incontestable ventaja.

Una vez terminados los preparativos, que, por cierto, se hicieron muy a la ligera, olvidándose de aprontar algunos instrumentos indispensables para el abordaje, tales como ganchos, escaleritas, etc., etc., partió la expedición de Humaitá a media noche.
Al llegar a las Tres Bocas, al Iberá se le zafó el tornillo del hélice, que fue mirado como un mal presagio. El capitán Meza, con este motivo mandó detener la marcha de la escuadrilla para procurar la reparación del accidente, perdiendo así inútilmente su tiempo casi hasta amanecer. Como una de las circunstancias que debían de concurrir para asegurar el éxito de la expedición, era la de llegar al romper el día al Riachuelo, la prudencia aconsejaba al capitán Meza que previa consulta a los comandantes, hubiese postergado su marcha hasta el día siguiente, toda vez que ya no le era posible llegar a la hora indicada.

La consecuencia de esta imprevisión fue que recién a las 8 y media pasaron por frente de Corrientes.

Acompañado de algunos amigos, vine esa mañana de las Lomas a la Ciudad, y pude presenciar desde la torre del Cabildo el paso de nuestra escuadrilla que llevaba una marcha a toda fuerza de máquina. Algunos correntinos que se encontraban a mi lado en la torre, no pudieron resistir al entusiasmo que les inspiraba aquella arriesgada y atrevida empresa, y exclamaron: ¡Caracoles! que los paraguayos tienen...!

Así que acabaron de pasar, baje precipitadamente de la torre, monte a caballo y corrí para el Riachuelo a presenciar aquel sangriento y memorable combate. Llegue en momento, en que iba pasando por frente de la escuadra enemiga el último de los vapores, el Ipora, y vi que al acabar de salvar la línea de esta, volvía proas aguas arriba; pero sin duda, viendo que los otros que fueron por delante, faltando a las instrucciones que se les habían comunicado, no hacían la misma evolución, siguió adelante a colocarse en fila con ellos abajo de la barranca, frente al Riachuelo.
Sobre una parte de esta barranca, más al sur de la Boca del Riachuelo, el Sargento Mayor Bruguez, (después General) había colocado 22 piezas de campaña sin parapetos ni ningún género de defensa. El calibre de estas piezas variaban de 4 a 18, y fueron llevadas del Paso de la Patria, llegando justamente a tiempo para utilizarlas.
La escuadra enemiga hostilizo a nuestra escuadrilla al pasar por delante de ella. Una bala corto la soga de remolque de una de las chatas, y otra partió en dos la caldera del Jejui, quedando de esta manera fuera de combate. La escuadra brasilera, descubriendo desde la distancia a su frente sobre la parte más angosta del canal una batería respetable, reforzada por la escuadrilla paraguaya, al lado, al pie de la misma barranca, empezó a vacilar. El jefe de la escuadra, Almirante Barroso, estuvo turbado, según se supo después, y sin saber qué partido tomar. En trance tan apurado, el práctico correntino, Guastavino, le ofreció salvar la escuadra, forzando el paso por frente de la batería de Bruguez, y de la escuadrilla paraguaya. Barroso acepto el ofrecimiento y lo tuvo como resolución, quedando de este modo convertido en almirante el vaqueano correntino. En seguida rompió la marcha, o más propiamente huida, el Amazonas y luego tras de él los otros, pasando a todo vapor por el canal angosto bajo el fuego de la batería y de la escuadrilla paraguaya, sufriendo todos ellos muchas averías. El Belmonte particularmente recibió varios balazos bajo la línea de agua que le invadía rápidamente, yendo a embicarse en la costa para evitar de irse a pique del todo. Cuando toco fondo, ya estaba lleno de agua hasta la cubierta.

La Jaquitinhonha y la Paranahiba fueron los últimos que quedaron arriba, y como pareciera vacilar para emprender la carrera, la escuadrilla paraguaya se puso en movimiento para interceptarles el paso y apoderarse de ellas.

La primera, en cuanto vio eso, y aturdida por el vivo fuego de la batería de Bruguez que le acariciaba de frente, vario de rumbo saliendo fuera del canal, y fue a vararse cerca de la barranca izquierda del rio, frente mismo del sitio donde me encontraba. Allí fue blanco de la infantería tendida sobre la barranca. Pero observando que las balas de fusil ofendían poco o nada, indique al entonces Sargento Mayor Julián Godoy, la conveniencia de traer allí siquiera dos piezas de artillería para hostilizar con más eficacia a la Jaquitihonha que no cesaba de hacer fuego sobre nosotros en medio de los más entusiastas vivas al Emperador y al Brasil, hasta la noche. El costado de aquel buque que daba a la barranca, quedo hecho un cedazo, acribillado de las balas que le tiraron casi a boca de jarro los dos cañones mandados traer al punto por el mayor Godoy.
La segunda, so pena de tener la misma suerte que la primera, se vio obligada a correr el peligro de seguir el ejemplo de sus otros compañeras que habían salvado el estrecho paso yendo a situarse a larga distancia de la isla y de la batería Bruguez, fue a trenzarse con el Tacuary, el Marqués de Olinda y el Salto Oriental. El primero de ellos consiguió atracarse al costado de la Paranahiba pero solo dos hombres que se encontraban sobre la tambora de la rueda, pudieron saltar a bordo, sin que otros pudieran seguir su ejemplo, en razón de que el resto del casco del Tacuary quedaba retirado, como era natural, a causa de la rueda del mismo, y cuando aquellos vieron que no podían continuar unidos los dos vapores porque no estaban enganchados, encontraban prudente volver a su propio buque, habiendo aprovechado los minutos que estuvieron en el puente enemigo para herir a algunos brasileros.

Sin embargo, el Salto, que era a hélice, no tuvo el mismo inconveniente que el Tacuary, y a esta razón fácilmente consiguió aparejarse a la Paranahiba, y al correr por el costado de esta, treinta y tantos paraguayos del batallón 6, saltaron dentro de ella, haciendo estragos entre los brasileros que, aterrorizados, unos se arrojaron al rio y otros corrieron a ocultarse abajo de la cubierta. Dueños los paraguayos de la Paranahiba desde el palo mayor hasta la popa, arriaron la bandera imperial e izaron en su lugar la tricolor paraguaya en medio de los más estruendosos aplausos de los de allí presentes, de los demás buques y de los que se encontraban sobre la barranca. Pero en el memento en que comenzaban a dar dirección al buque con el manejo del timón, el Amazonas y otro vapor que se encontraban lejos más abajo, cobraron valor y vinieron a auxiliar a su compañera que se hallaba en un trance bastante apurado. Así que llegaron hicieron fuego con piñas sobre la Paranahiba, matando la mayor parte de los paraguayos que estaban a bordo. Entonces los brasileros que se habían ocultado, viendo que estos habían disminuido considerablemente, cargaron matando a unos cuantos, y el resto consiguió escaparse a nado.
Los paraguayos, según se ve, hicieron prodigios de valor en esa ocasión, infundiendo el empuje de sus brazos, la desmoralización y el pánico entre sus enemigos que eran ocho veces superiores a ellos en número, sin decir nada de la superioridad de los buques y de sus armas. Basta saber que a bordo de la de la Paranahiha había dos compañías del batallón 9 brasilero, al mando del capitán Pereyra que, junto con muchos otros, fue muerto.

El Amazonas, después que consiguió limpiar de paraguayos a la Paranahiha, dio al Paraguarí un proazo en el centro de su casco, viéndose este en consecuencia obligado a ir a embicarse en la costa de la isla del frente, desde donde continúo haciendo fuego. Sus tripulantes, o restos de ellos, se salvaron por el Chaco, yendo a salir a Humaitá, así como de los otros buques perdidos, después de sufrir mil penalidades.

La caldera del Marqués de Olinda fue atravesada por las balas, y el buque fue arrastrado por la corriente hasta vararse en un banco donde quedo enterrado. La mayor parte de sus tripulantes murieron quemados y muchos de ellos a balas. El Salto Oriental que también tenía la caldera rota, tuvo igual suerte que la anterior.

El Capitán Meza fue mortalmente herido de una bala de rifle tirada desde la verga de uno de los vapores enemigos; pero el sargento Lucio León, vecino de Villeta, vengo su herida, volteando con un tiro certero de fusil al soldado brasilero que lo había herido.
Cuatro vapores paraguayos, con las maquinas muy maltratadas, se retiraron tranquilamente después de la acción, sin que los buques brasileros trataran de impedir su retirada. Fueron seguidos, pero desde una gran distancia, por el Amazonas. El Tacuary iba mas atrás para proteger a los otros que seguían adelante, y cuando este vapor detenía su marcha para dar tiempo a que aquellos adelantaran su retirada, el Amazonas hacia lo mismo. El Pirabebé, vapor a hélice, tenía una coliza de a 32, y a esta razón, el único que podía castigar la tímida osadía del Amazonas.

Con este fin retrasó repentinamente su marcha y le largó sobre este un tiro, el cual fue suficiente para hacer cesar aquella persecución.

Los tripulantes de la Jaquitinhonha se escaparon durante la noche, abandonando todo a bordo, excepto una pieza de Whitworth que echaron al agua a su retirada.

López después mando sacar y llevar todas las armas que quedaron a bordo, así como los libros y muchos otros objetos útiles para la navegación.

El comandante Robles (del Marqués de Olinda) fue recogido y llevado a bordo del Amazonas, donde le amputaron el brazo que estaba hecho pedazos; mas él, en un arranque de indignación patriótica, desato y tiro las vendas, fuese en sangre y murió, diciendo: que prefería morir antes que vivir en poder de sus enemigos. El resto de los tripulantes del Marques que quedo abandonado, fue recogido por la Dotterell en su regreso para Buenos Aires. Algunos se escaparon en balsas al Chaco con el Ingeniero Gibson, cruzando luego en una canoa que encontraron en el rio y yendo a parar en el ejército del General Robles.

Era tan nutrido el tiroteo durante el combate que el agua del rio parecía hervirse, como si fuera bajo la acción del fuego, por las innumerables balas de cañon y de fusil de todos tamaños que caían en ella. El concierto aterrador que producía el zumbido de estas al cruzar por el aire, siguiendo diferentes direcciones, era capaz de impresionar al más sereno de espíritu. ¡Qué mística! Era la del infierno que acompañaba a aquella horrenda lucha con una variedad de escenas dignas para ser descritas por un Homero; pues había hombres que combatían con hachas, revólveres, espadas, bombas de mano y obuses, en las jarcias, sobre las redes y cubiertas de los buques abordados.

El valor heroico que desplegaron los paraguayos en este combate, hizo ver que eran dignos descendientes de aquellos gigantes que descubrieron, conquistaron y poblaron el Nuevo Mundo! ...

La escuadra brasilera no se hubiera escapado de caer en poder de los paraguayos, si el capitán Meza hubiese sabido cumplir al pie de la letra las instrucciones que le fueron dadas; es decir, si en vez de seguir agua abajo y situarse a la distancia, hubiese inmediatamente abordado a los buques brasileros en sus mismos ancladeros, privándoles así a estos de la inmensa ventaja de sus excelentes cañones para combatir a tiros desde la distancia; o, si hubiese seguido el consejo que le dio al Comandante Robles el Ingeniero del Marqués de Olinda, Mr. George Gibson, después que la escuadrilla nuestra se hallaba anclada bajo la batería del Mayor Bruguez.

Mr. Gibson, en la exposición que de orden de López hizo, la cual corre en el proceso del General Robles, y cuya copia exacta se registra en el Apéndice de este tomo, refiere que pasaron por delante de la escuadra brasilera y anclaron más abajo.

"El Tacuary", añade, ancló un poco más abajo que nosotros; yo estaba parado entre la máquina hasta que fui llamado por el Teniente Robles para acompañarle en el bote y dar con él una vuelta al buque para ver que daños ha recibido. Encontramos varios agujeros de bala al costado de estribor sobre el nivel del agua; pero no de mucha consecuencia porque era un poco arriba de la línea de agua.

El carpintero coloco allí un tapón lo mejor que pudo. Entonces el comandante Robles ordeno a su gente dirigieran la lancha a bordo del Tacuary, y en el vi varios agujeros de bala en diferentes lugares, y mientras estábamos allí procuré aconsejar al Comandante Robles para decir al Capitán Meza de echar a pique dos o tres buques en el canal estrecho del Riachuelo a fin de cerrar el canal de los buques, de manera que podamos asegurar toda la escuadra brasilera, pero él no quiso hacer.
Dejamos otra vez el Tacuary y en nuestra lancha nos dirigimos a nuestro buque. El único reproche, pues, que cabe hacer a la escuadrilla paraguaya, es el de no haberse apoderado de la brasilera; pero no por eso deben vanagloriarse los brasileros del resultado como de un triunfo, porque sometida su conducta al criterio imparcial de la historia, se hallara que ella ha dejado mucho que desear.

Thompson, hablando sobre el combate del Riachuelo, emite el siguiente juicio: "Los brasileros celebraron esa " batalla como una gran victoria, y el emperador honro a  Barroso, jefe de la escuadra, con una Cruz, haciéndolo Barón das Amazonas. En cualquier otro país hubiera sido sometido a un consejo de guerra, no solo por no tratar de cortar la retirada de los vapores paraguayos, sino por el rumor que corría abordo de su mismo buque sobre su cobardía, donde se decía, que perdió completamente la cabeza, y que el piloto correntino fue el verdadero jefe de la escuadra.

El Sr. Berges, a mi regreso del Riachuelo a la quinta del Sr. Gaona, ya muy tarde, me manifestó su resolución que, como testigo presencial de aquel memorable combate pasara a Humaitá a relacionar verbalmente al Mariscal López cuanto había visto aquel día.

Al día siguiente (12 de junio) acompañado de un soldado y llevando una nota para López, salí de mañana temprano a galope tendido hasta llegar a la orilla del Paraná que atravesamos en una canoa. A las 8 1/3 de la primera noche de ese mismo día llegamos a Humaitá. Avisado López de mi llegada, en seguida me hizo entrar a su presencia. Impuesto de la nota de que fui portador, empezó a interrogarme sobre el combate del 11. Escuchó con interés y marcada satisfacción los detalles del heroico comportamiento de los marinos y artilleros de tierra, y aunque no había traslucir ningún juicio respecto al resultado de aquella jornada, se conocía por el aspecto algo melancólico que por momentos asumía su fisonomía, que en el fondo estaba bastante contrariado.

El 13 recibí orden de López para regresar a Corrientes al lado del Sr. Berges, que seguía en las Lomas.

En esa misma fecha, por la mañana, hostilizada nuevamente por Bruguez, la escuadra brasilera que había vuelto a subir sin duda para tratar de sacar a la Jaquitinhonha, puso pies en polvorosa, volviendo a pasar como antes a todo escape por debajo de la batería, sufriendo el vivo fuego de sus cañones.

El Mariscal López, satisfecho de la importante y activa participación que tomo el 2° Regimiento de artillería montada en la batalla del Riachuelo y el día 13, decreto una medalla con las inscripciones siguientes: El Mariscal Presidente al 2º Regimiento de artillería montada. Riachuelo 11 y 13 de junio de 1865".

Enviaron algunos vapores con el objeto de procurar salvar los buques perdidos en el Riachuelo; pero solo se pudo salvar el casco del Paraguarí, que, como era de hierro, no fue devorado por el fuego que le prendieron los brasileros, quemándose únicamente el interior.

El Paraguarí fue construido en Inglaterra de orden del Gobierno, y reunía buenas comodidades para conducir cargas y pasajeros entre la Asunción y los puertos del Plata.

La maltratada escuadra brasilera siguió aguas abajo hasta cerca de Bella-Vista. Estando allí, el Comandante Bruguez recibió instrucciones de López para darle una nueva corrida. Sobre la manera en que dicho jefe dio cumplimiento a las órdenes de López, dejo la palabra al Coronel Thompson que concuerda con las relaciones que dieron los que se encontraban presentes en aquellas operaciones.

"En menos de dos meses", dice: "Bruguez, después de " haber recibido refuerzos y con ellos dos cañones de a 32 " marchó rápidamente, y pasando el punto donde se hallaba la escuadra brasilera; llegó a Bella Vista, y estableció sus baterías en las barrancas que tienen en ese lugar unos 40 pies de altura. Cuando los brasileros, que habían sido reforzados con dos vapores, supieron que se hallaba allí, retrocedieron y tuvieron que sufrir nueva corrida; mantuvieron de toda su infantería sobre la cubierta en las vergas para hacer fuego a los enemigos; pero siendo completamente dominados por estos a causa de la altura de la barranca, en vez de causar daño sufrieron una tremenda perdida de hombres, porque los paraguayos tenían tres batallones de infantería bajo las órdenes del Sargento Mayor (después general) Aquino y barrían los puentes con la artillería. Fondearon como seis millas más abajo, y en la misma noche Bruguez, haciendo otra rápida marcha, volvió a colocar sus baterías mas abajo; " en un punto llamado Cuevas. Los brasileros reconocieron el terreno y encontrando otra vez baterías volantes de su retaguardia, retrocedieron de nuevo sufriendo otro baqueteo; pero esta vez no se veía un alma sobre cubierta. Todos se mantuvieron en la bodega, excepto la tripulación del vapor argentino Guardia Nacional (ex paquete ingles Camilla) que se condujo bizarramente, contestando al fuego durante el pasaje. Este segundo pasaje por las baterías tuvo lugar el 12 de Agosto".

El Coronel Resquin que quedó en Matto Grosso a la cabeza de la columna a su mando, fue repentinamente llamado a Humaitá. Pocos días después de su llegada, fue promovido a Brigadier General, y enviado a Corrientes en carácter de 2° Comandante de la División del Sud.

Robles, que había ido hasta Goya, sin encontrar enemigos que le hicieran frente, recibió de López con fecha 26 de Mayo de 1865 instrucciones para retroceder, concebidas más o menos en estos términos:

"Aunque no es necesario el concurso de las fuerzas " que Vd. manda para desalojar al enemigo de Corrientes, " aun cuando es lógico pensar que ese golpe de mano sobre  aquella ciudad, ha de ser en combinación con Cáceres y Reguera que han desaparecido de su frente, quizá con ese propósito, pero es conveniente que en tal situación retroceda Vd., con toda la fuerza de su mando, recorriendo la costa izquierda de Santa Lucia a pasarlo en el paso de San Roque, o de Cáceres, cuatro leguas más arriba, haciendo recogida de caballos entre Santa Lucia y el Batel a distancia proporcionada y prudente del grueso de su columna".

En dichas instrucciones, López le indicó el itinerario que debía seguir hasta llegar a San Antonio Mburucuya o a Saladas, dejándole en libertad para seguir de cualquiera de esos dos últimos puntos a Corrientes, como hallase más conveniente, en el supuesto de que entre uno y otro no hay sino un día de jornada. Se le recomendó con especialidad que no hiciera marcha forzada, pero que tampoco perdiera tiempo.

Robles, en lugar de cumplir esas órdenes enseguida, contestó con fecha 29 de Mayo del mismo año, diciendo que quedaba enterado de ellas, y que esperaba segunda orden para su marcha o movimiento en virtud de haber cambiado ya la circunstancia del acontecimiento del 25 de Mayo en Corrientes; atendiendo que la escuadra había abandonado otra vez la ciudad, manteniéndose por el Riachuelo, según le había informado el Sr. Ministro Berges.

López, molesto por la falta de cumplimiento de sus órdenes, replicó con fecha 1° de Junio con el siguiente despacho:

"En este momento he recibido su despacho del 29 A las 4 de la tarde, y viendo con sorpresa que esperaba Vd. segunda orden para poner en ejecución mis órdenes del 26,

y no habiendo dado esa segunda orden, me apresuro a responder.

"El tenor de las disposiciones del 26 no dejaba la libertad de postergar el cumplimiento de ellas, ni se ha dado nueva orden, porque no era necesario, habiéndose previsto en aquella fecha todo lo que ha sucedido, y que ha motivado su resolución. Terminantemente le decía que no era necesaria la fuerza de su mando para desalojar al enemigo de Corrientes, y apuntaba otras consideraciones como motivos de esa orden, y es así, que el abandono que el enemigo ha hecho bajo el pánico, no era bastante a alterar aquellas instrucciones y por lo mismo no he dado órdenes posteriores".

Luego más adelante añade:

"El retardo de su movimiento frustra otros planes que debía Vd. ejecutar en el trayecto que le estaba indicado, y sobre los cuales me proponía ordenar lo conveniente con la noticia de su movimiento. Hoy se hace tarde y tengo que renunciar a las ventajas que debía haber reportado.

Según se ve, Robles estaba sujeto a obedecer las órdenes de López maquinalmente, puesto que el ignoraba cuál era la causa a que obedecía el nuevo movimiento de retroceso que se le ordenaba, y como tenía un miedo cerval a Urquiza, tal vez haya creído que la idea era evitar un encuentro con este caudillo. Entre otras cosas, López le previno, que si acaso el General Urquiza apareciese en su persecución, tratara de seguir el mismo movimiento y solo aceptara un combate, cuando no pudiese evitarlo, teniendo presente que cuanto más lo trajese para acá, en pos de si, más lejos se retiraba de sus recursos, mientras que él (Robles) se aproximaba y hasta podría reunirse con las fuerzas nuestras de retaguardia.

Nuestra vanguardia ha tenido algunos encuentros insignificantes con las partidas o gentes del General Cáceres.

En uno de estos, cayó en poder de este, prisionero, el Sub. Teniente Marcelino Ayala, y por el pecado de haberse negado a llevar su espada contra sus compañeros, fue bárbaramente asesinado. Igual suerte le cupo al alférez Faustino Ferreira, que también había caído prisionero en poder de aquel jefe.

Robles llegó al Empedrado y permaneció allí hasta el 23 de Julio, fecha en que el General Barrios, a la sazón Ministro de la Guerra, recibió la comisión para ir a prenderlo en virtud de una orden general o decreto que ordenaba su arresto.

En cumplimiento de esta triste comisión, se embarcó en el Igurey y se trasladó a aquel punto. Así que llegó al campamento, Robles, ignorante de todo, salió de su carpa y se adelantó a saludarlo tendiéndole la mano; pero Barrios con semblante ingestado, lo rechazó, y poniendo la suya en el pecho de aquel, le entregó una carta de López, diciéndole que se enterara de ella. Robles la tomó, la abrió y la leyó, y no bien hubo terminado, se quitó la espada y la entregó a Barrios, quien en seguida lo hizo conducir bajo custodia a bordo del Igurey, donde lo alojaron en uno de los camarotes con centinela de vista. Todos sus papeles fueron ocupados, y remitidos a Humaitá juntamente con él.

En este campamento fue alojado en una de las piezas de los edificios del Estado Mayor.

Su secretario, el Capitán Juan Francisco Valiente, mucho antes de la prisión de Robles, fue llamado a Humaitá, y después de algunos días de permanencia, recibió orden para presentar una exposición del desempeño del cargo que ha ejercido al lado de este. Dicha exposición es bastante minuciosa, y hubiera dejado satisfecho de su conducta a cualquier hombre menos suspicaz que López; pero este que había estado al corriente por informes de los ayudantes que mandaba a visitar los cuerpos de la División, por el Mayor Paulino Alen que había reemplazado a Valiente en la secretaria y jefatura de la Mayoría y por el Mayor José E. Díaz, de las irregularidades del proceder de Robles que desde que puso los pies en Corrientes se había dado por completo a la crápula, ordeno la ampliación de la mencionada exposición, nombrando al efecto como Juez Fiscal y Secretario respectivamente al Coronel de la Escolta D. Felipe Toledo y al Teniente D. Manuel Antonio Maciel, hoy Teniente Coronel.

De esta manera fue iniciado el célebre proceso llamado de Robles, el cual constituye una fuente abundantísima de datos importantes sobre la campana de Corrientes. No es posible escribir con exactitud sobre dicha campaña, sin tener a la vista el referido proceso que contiene curiosos e importantísimos documentos originales que dan luz sobre muchas cosas que han corrido ignoradas para la mayor parte hasta la fecha.

Fueron también reducidos a arresto, al mismo tiempo que Robles, sus ayudantes los subtenientes Manuel Gauna, Esteban Ramos, teniente Mateo Romero y honorario Gaspar Estigarribia, amanuense sargento Ezequiel Dure, soldado José Villalba y el alférez Andrés Maldonado. El General Barrios, después de reducir a arresto al Brigadier Robles de la manera como queda explicada arriba, quedo ejerciendo el mando en jefe de la División del Sud por unos días, al cabo de los cuales, dejando en su lugar al General Resquin, regreso a Humaitá a dar cuenta detallada del cumplimiento de su misión.

A mi juicio, del proceso no resulta ningún hecho concreto que amerite la pena capital a que fueron condenados Robles, su secretario el capitán Valiente, el alférez Gauna y el soldado Villalba.

López, sin duda, ha querido cohonestar con la muerte de aquellos hombres, los desaciertos que ha cometido en la dirección de la campana de Corrientes, siendo una de las faltas graves contra él, la de no haberse asumido, desde el principio, el mando inmediato de aquella División, colocándose a la cabeza de ella.
Robles era de carácter enérgico, pero ignorante e incapaz para mandar con acierto un ejército tan grande, y sin duda la conciencia de estas circunstancias, que abatía su espíritu bajo el peso de una inmensa responsabilidad, lo había obligado a darse a la bebida. Aparte de esto, él no gozaba de libertad para nada y estaba constituido a obedecer maquinalmente las instrucciones que le transmitía López, que tenia la loca y absurda pretensión de querer dirigir la campaña de Corrientes desde Humaitá o desde la Asunción.

Uno de los hechos de acusación, entre varios otros, contra Robles, era el de haber aceptado la correspondencia de uno de los paraguayos traidores que se encontraban en las filas del enemigo, invitándolo a rebelarse contra el Gobierno de la República, e ir a incorporarse con los aliados y venir luego a libertar a la patria!

En este sentido fueron recibidas en la División seis cartas de D. Fernando Iturburu, tres dirigidas a Robles y tres al comandante Aguiar, jefe de la vanguardia.

Robles contesto la primera diciéndole que cesara de escribirle, amenazando fusilar al portador cuyo borrador así como la carta de Iturburu, fueron remitidas a López. La ultima que recibió, envió a este por conducto del Capitán Valiente cuando fue llamado a Humaitá, solicitando venia para contestarla. López, después de algunos días le observo que ¿por qué no había contestado ya cuando le constaba la ofensa que infería a la dignidad del Gobierno y de él mismo? Con esta respuesta ordeno al Comandante Alen que redactara la contestación como lo hizo, la cual fue firmada por él y dirigida a su destino.

El Comandante Alen, a su llegada al campamento para reemplazar al capitán Valiente, sin duda por sugestión del mismo López, le observo al General Robles, que hubiera sido mucho mejor no haber aceptado ninguna correspondencia del enemigo sobre asuntos políticos, que sólo competían al Gobierno, pero no a ningún jefe militar. Contestó diciendo que él ha dado cuenta de ellas, adjuntando las cartas originales a López.

Como ya había observado antes, el carácter de Robles, desde que pisó Corrientes, sufrió un gran desarrollo en el sentido de la independencia, y parecía dispuesto a sublevarse y sacudir la despótica coyunda de López.

Esta verdad esta constatada en varios incidentes entre él y algunos ayudantes de López, su ordenanza el soldado Villalba y el mismo Comandante Alen.
Cuando este se transportó al campamento para hacerse cargo de la secretaria de Robles y Mayoría de la División, fue portador de la cinta y estrella de Comendador de la Orden Nacional del Merito con que le había condecorado López, y a su llegada misma, en cumplimiento de tan honrosa comisión, fue a presentar dicho distintivo a Robles.

Mas este, como en tono de duda, le preguntó: ¿A mí?. . . "

Alen le respondió:

"Si señor", alargándole la mano al mismo tiempo para entregarle la cinta de la condecoración; pero Robles, sin tomarla de la mano, le replicó en voz alta y airada con estas palabras:
"¡Yo no merezco, que se dé a mi hermano, el si lo merece!.._"

Entonces, Alen le hizo algunos reflexiones, azorado de la actitud enérgica y altamente inconveniente que asumía el General, diciéndole que no sería propio negarse a recibir aquella demostración de aprecio y estimación que le hacia el Mariscal, aparte de que las condecoraciones no se daban a los muertos sino a los vivos, aludiendo el hecho de la muerte de su hermano Ezequiel Robles en el combate del Riachuelo.

El General, sin dar el brazo a torcer, alzó aun mas "¡No...! ya he dicho que no quiero, que se dé a mi hermano! ! . . . "
Alen, para concluir con aquella escena que escandalizaba a cuantos se encontraban por ahí cerca, puso la cinta sobre la mesa y se retiró, dejando al General en una actitud pensativa. Como media hora después, le volvió a llamar reconviniéndole por haber salido fuera de la carpa sin previa venia de él, previniéndole que otra vez no lo volviera a hacer. En seguida le ordenó que se sentara a redactar el parte oficial para el Mariscal. Así lo hizo Alen, dejando el borrador al Sargento Dure para que se lo leyera al General cuando volviese a entrar, porque en aquel momento se encontraba fuera de la carpa. En efecto, así que entró, Dure se la leyó, y cuando oyó la expresión de gratitud que Alen creyó deber consignar con motivo de la condecoración, se puso colérico y lo hizo llamar inmediatamente. En cuando se presentó Alen, Robles le apostrofó diciéndole:

¿No le he ordenado que no pusiera esto, no le he dicho que no lo merecía y que se diera a mi hermano?..." Alen le contestó:
"Señor, había creído que el rechazo de V. S. no fuese formal y sólo defecto de su- excesiva modestia, y si fuéramos a consignar en la nota tal cual como V. S. quiere, eso importaría una reprobación al Gobierno de la República, lo que no sería propio de parte de un subalterno. Entonces Robles irguiendo la cabeza y en tono áspero dijo:

"¡Bueno, si no le gusta que me fusile!"

Sin embargo, parece que más tarde se calmó el hombre y, entrando en razón, mandó copiar en limpio la nota sin alterar nada, y la firmó.

Por la noche llamó a su ordenanza, el soldado Villalba, y le dijo:

"Toma esta cinta y llévala a guardar por ahí" " ¿Qué vale esa porquería, para que sirve eso? Cree acaso que a mí me va a halagar con semejante bagatela. Yo lo que quiero son vestuarios para vestir a esos pobres soldados que están tiritando de frio! ¿Que importa que se pierda un hombre? y al fin y a la postre no nos faltan armas! ...

Cuando llego al campamento en asunto de servicio el ayudante de López, capitán Blas Rojas, fue a saludar al General Robles. Este en seguida le dijo que extrañaba que hasta ese momento el Mariscal no le haya enviado todavía los vestuarios que había pedido hacia tiempo. Rojas trato de calmarlo, diciéndole que tal vez al Mariscal se le haya pasado en medio de sus numerosas atenciones; que si quería, el (Rojas) podría recordarle de su pedido, o tal vez sea más conveniente que repitiera su solicitud.
El General le contesto:
"No! no quiero que le diga nada, ni tampoco voy a solicitarlo de nuevo; que mande cuando quiera".

En el proceso se le ha hecho severos cargos sobre todos esos puntos; pero él se concretaba en su contestación a manifestar, que no se acordaba o que no estaría en el momento en su juicio, o que los habría dicho estando bajo la influencia de la bebida (porque se bebía coñac todos los días desde que amanecía hasta que anochecía); que hacia esta confesión en obsequio de la verdad solamente, puesto que bien sabia él que, en lo militar, no le servía de ninguna excusa.

Otra ocasión recibió la orden para que marchase a la línea del San Lorenzo, previniéndosele que dejara a Bruguez, que se hallaba en Cuevas, dos batallones de infantería, dos regimientos de caballería y algunos cañones. Esta orden puso a Robles en candela, quejándose de que se le debilitaba su división en los momentos en que el enemigo, uniendo sus diversas partidas, podría presentársele en frente con un ejército de 16.000 hombres "Esta bien, dijo, ahora voy a dar orden de una vez que se esparzan todos los cuerpos de la división a diferentes puntos. Así estaremos mejor".

Realmente, no tenia objeto aquella disposición de López, separando de la división de Robles los cuerpos mencionados, toda vez que Bruguez, que se hallaba sobre la barranca, no corría peligro alguno de ser atacado por tierra; pero tampoco Robles estaba justificado en su exasperación contra aquella orden, desde que las fuerzas de su mando eran más que suficientes para destruir a las partidas enemigas a su frente, ya unidas o ya separadas.

Robles era adusto y repulsivo, y trataba a las gentes de su mando con un despotismo que rayaba en crueldad, circunstancia que llego a acarrearle la odiosidad de todo el mundo. Sin embargo, a pesar de estos defectos personales y las faltas en que hubiese incurrido en el cumplimiento de sus deberes en el comando de la División del Sud, por su categoría y los muchos años de servicio prestado al país, merecía que fuese tratado con mas consideración e indulgencia, sometiendo su causa al juicio de un consejo de guerra y dándole un defensor, en lugar de ser juzgado sumariamente, como lo ha sido.

López, por otra parte, hubiera hecho un acto de magnanimidad perdonándole la vida, así como a los demás que murieron con él, victimas de tan cruel determinación.
A fin de que los que me lean tengan una idea concreta sobre los cargos fulminados contra Robles y los demás militares, los cuales sirvieron de fundamento a la sentencia de muerte que pronuncio López contra él, su secretario, ayudante y ordenanza, voy a permitirme transcribirla aquí. Sentencia con resultancias pero sin considerandos, ni citas legales que la justifiquen.

 
Cuartel General en el Paso de la Patria.

Enero 6 de 1868.
 
"Visto el Sumario: y resultando que el Brigadier Ciudadano Wenceslao Robles ha faltado a los deberes de su alta posición y a la confianza del Gobierno desde el primer día que piso el territorio enemigo hasta su separación del mando de la División de operaciones del Sud, privando a la Patria de las ventajas que esa poderosa columna debió prestarle en la presente lucha, esterilizando la ocupación de la Provincia de Corrientes, e imposibilitando las operaciones ulteriores solamente porque alejándose del recto sendero del patriotismo y del honor militar, no ha cumplido las órdenes e instrucciones que han debido regular su conducta, y no ha hecho más que contrariarlas en detrimento del honor del soldado, del lustre de las armas nacionales y en gravísimo perjuicio de la causa de la Patria, y en provecho solo de la causa del enemigo, a quien en vez de perseguir y destruir, no ha hecho sino darle tiempo y fuerza moral para organizarse y crear los elementos de que carecía al principio de la guerra, aceptando la correspondencia de un traidor que, desde las filas enemigas, le hacía proposiciones de traición para volver contra su propia Patria las armas que para su defensa había confiado a la División de su mando, sin que rechazara abierta y enérgicamente tan infame propuesta como cuadraba a su honor y elevada jerarquía para no equivocar la confianza de sus subordinados, y alimentar la esperanza del enemigo como en el caso ha sucedido; añadiendo a todo esto el tratamiento arbitrario, humillante y opresivo que ha dado desde el primer oficial hasta el último soldado que en esa campaña ha caído bajo su mando, tratando de destruir el ardor y espíritu marcial de las fuerzas nacionales por vejámenes e insultos continuados e inmotivados, mientras le privaba la ocasión de escarmentar al enemigo y afirmar el crédito de la División, les prohibía  hacerlo cuando esa ocasión se presentaba, para después acusar con altanería de amilanados y de ninguna esperanza los virtuosos soldados a quienes acababa de imponer el duro sacrificio de una campaña estéril; pero llena de abnegación y de sufrimientos, ni siquiera ver sus armas respetadas, y para ir con su insubordinación y  atrevimiento hasta calumniar e insultar a gritos al Gobierno, felicitándose de su reprobación y desafiando a fusilarle, porque ofuscado con el sufrimiento y la subordinación que las tropas nacionales le guardaban por respeto a ese mismo Gobierno que provocaba y al honor de la Patria, creyó tener para todo imperio absoluto sobre esos ciudadanos y poder hacerlo impunemente; y resultando también que el capitán de infantería Juan Francisco Valiente, nombrado Secretario del Brigadier Robles, desde el principio de la campaña y encargado de la mayoría de la División poco tiempo después, no ha hecho sino ocultar los criminales extravíos de su Jefe, de cuyo pleno e inmediato conocimiento armas pudo estar ajeno por el doble carácter que investía cerca de su persona y por la confianza especial que le merecía por lo mismo que le secundaba, no habiendo servido en un puesto de semejante confianza y distinción, sino para autorizar la directa infracción de las ordenes, y cooperar a los fines de su Jefe, el Brigadier Robles, cuyas falsas participaciones redactaba guardando sobre ellas la más absoluta reserva y manifestándose todavía mezquino en el proceso, lo mismo que el ayudante subteniente Manuel Gauna que contrastando con todos los testigos que deponen en esta causa, se ha contraído a elogiar los servicios, " meritos y virtudes del Brigadier Robles, reagravando su culpabilidad, profanando su juramento, descendiendo de su carácter de oficial y envileciendo su honor; y el soldado José Villalba que, con tenacidad pretendió ocultar muchos actos criminales que importaban el complemento de la causa de dicho Brigadier: Condeno al Brigadier " Wenceslao Robles, al Capitán Juan Francisco Valiente, al Alférez Manuel Gauna y al soldado José Villalba a ser pasados por las armas. Y aunque, a excepción del Alférez Esteban Ramos, ayudante del mismo Brigadier, los también Ayudantes Teniente Mateo Romero y honorario Gaspar Estigarribia, y Subteniente Andrés Maldonado y Julián Escobar y amanuence Sargento Ezequiel Duré, debían tener conocimiento como han tenido de los procedimientos criminales del General, a cuyas inmediatas ordenes servían, no han llenado el deber de denunciarlo por sí o por otro: póngase en libertad al citado Alférez  Ramos y destinanse a los demás nombrados a servir al mando de otros oficiales, y póngase también en libertad a los demos individuos detenidos por esta causa, bajo severo apercibimiento, haciendo de Fiscal el Coronel de Caballería Ciudadano Bernardino Déniz, por ausencia del que ha entendido en la sustanciación de la causa; y no debiendo pasar inapercibida la suma indiferencia y culpable silencio que han guardado los jefes y oficiales, cuyas declaraciones corren desde foja 156 hasta 246, a excepción de los Tenientes Coroneles Alen - y Díaz, sobre las graves causas que cada uno ha revelado tardíamente; y cuyo silencio los hace acreedores de demostraciones  más severas, el Brigadier Resquin los hará comparecer y amonestar seriamente, particularizándose con el Teniente Coronel Ciudadano José María Aguiar, de quien más que a otros cabía el deber de no silenciar faltas tan trascendentales por la posición del Jefe de la Caballería que componía la mitad del efectivo de la División, y a quien por lo mismo tocaba más directamente velar sobre el lustre de las armas y el honor de los que las llevaban a su inmediato mando haciendo entender a todos de que una reincidencia será juzgada como ocultación maliciosa y sujeta a las penas de las ordenanzas".
 
(Firmado) - LÓPEZ.

Silvestre Aveiro. Escribano de Gobierno.
 
 
La falta de inteligencia, de idoneidad y pericia de los jefes encargados de dirigir las operaciones en países extranjeros, contra enemigos avezados en la guerra, en las intrigas y astucias políticas, fue la causa que entorpeció el progreso de las armas paraguayas en la campaña del Sud.

El Mariscal López no ignoraba la incapacidad de los hombres destinados a ejecutar los detalles y operaciones del plan que había concebido (si es que haya concebido alguno), y de consiguiente no debió haberse eximido de la necesidad imperiosa de colocarse inmediatamente a la cabeza de los ejércitos de la República lanzados al territorio enemigo.

Su presencia, no sólo hubiera inspirado a estos confianza y entusiasmo, sino a los mismos correntinos que se manifestaron adictos a la causa del Paraguay, y si, aun que fuera desde la distancia, hubiese ordenado a sus generales, como una medida necesaria, que pusieran en práctica hacia los habitantes de Corrientes una política de respeto, de miramiento y de consideración, todos ellos se hubieran inclinado a favor de aquella causa; pero en lugar de todo eso, que aconsejaban la razón, la conveniencia, la humanidad y la civilización, mandó hacer todo lo contrario: puso en práctica una política de arbitrariedades, de tropelías y de violencias, que sólo sirvió para exasperarlos y reforzar con ellos las filas del enemigo.

La idea de dirigir la campana desde Humaitá, como ya he observado más arriba, fue algo más que ridícula, fue absurda; así como hubiera sido la del General Mitre, si este se hubiese propuesto dirigir la guerra en el territorio paraguayo desde Buenos Aires.

¿Qué sucedía?

Que Robles, en la imposibilidad de obrar sin órdenes e instrucciones para todos los casos, se las pedía a Humaitá; pero mientras las recibía, se presentaban otras circunstancias que, o las hacían inconvenientes, inaplicables o innecesarias, o exigían nuevas disposiciones para poderlas llevar a ejecución con provecho y ventaja. Robles, por otro lado, ignoraba cuál era el plan de campaña del Mariscal, y se veía en la triste situación de andar ejecutando órdenes maquinalmente, sin poder apreciar su merito e importancia.

De este modo se pasaba el tiempo inútilmente sin adelantar nada; desapareciendo gradualmente con esa lentitud y con inútiles marchas y contra marchas, aquel espíritu de entusiasmo y decisión con que salieron las tropas, y que fue lo primero que debió haberse logrado con operaciones y maniobras rápidas que no hubieran dado tiempo ni lugar al enemigo para reunir y disciplinar un ejército poderoso, capaz de hacer frente al nuestro.

Sin embargo, por dos ocasiones, estando ya en Humaitá, se dispuso el Mariscal López a salir a campaña, convencido, sin duda, de estos inconvenientes y de la necesidad cada día creciente de mandar en persona los ejércitos en operaciones; pero las dos ocasiones tuvo la culpable debilidad de ceder a las instancias y persuasiones de Mme. Lynch, apoyadas por el Obispo Palacios y el General Barrios, para no abandonar a su hijito Leopoldito que no gozaba de buena salud (y la patria, ¿gozaba entonces de buena?), y que además no tenia para que exponer su vida, teniendo generales que hicieran sus veces!....

¡No es, por cierto, el primer ejemplo en la historia del mundo que una mujer sea causa de la pérdida de una causa y de la desgracia de un hombre y de una nación!

Por eso, razón tuvo Breton de los Herreros en los versos siguientes que puso en boca de Quevedo en la comedia que lleva por título: ¿Quien es ella?

 
"En todo humano litigio
 ¡No hay remedio!
A no obrar Dios un prodigio,
Habrá faldas de por medio:
Danza en todo una mujer,
Casada, viuda o doncella;
Luego el hito está en saber
¿Quién es ella"?
 
"Si ves hecho polvo el muro
Que fue Troya,
Merced al griego perjuro
Y a su bélica tramoya,
Suspende el fallo severo
Entre esta nación y aquella
Hasta que lo diga Homero
¿Quién es ella?"
 

Fuente (Enlace interno):
 

Autor: JUAN CRISÓSTOMO CENTURIÓN
Prólogos de RICARDO CABALLERO AQUINO y
J. NATALICIO CARDOZO.
Editorial El Lector, Colección Histórica Nº 19,
Tapa : LUIS ALBERTO BOH
Asunción – Paraguay. 1987 (356 páginas)
 
 
 
 
 
 


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