TUYUTÎ (BATALLA DEL 24 DE MAYO)
Por JUAN CRISÓSTOMO CENTURIÓN
Batalla del 24 de Mayo . La defensiva, el rol obligado y exclusivo del Mariscal López . Opinión del Coronel Wisner sobre la batalla del 24 . Mi rehabilitación . Reflexiones y críticas sobre la misma batalla . Heridos . Talavera.
Después del 2 de Mayo, nuestro ejército continuó ocupando la posición de Paso Gómez, que se había determinado sostener, así como su vanguardia, . los pasos del Estero Bellaco del Sud.
El Comandante Avelino Cabral y Mayor Luis González eran los jefes de la vanguardia, y tenían instrucciones de no disputar seriamente dichos pasos, sino de retirarse haciendo fuego, en caso que el Ejército Aliado hiciese un movimiento de avance.
En efecto, el 20 verificó ese movimiento, pasando el Bellaco en tres columnas. Las guarniciones paraguayas después de una breve defensa y por vía de protesta, hicieron retirada en perfecto orden, y fueron a acamparse en el centro del Estero Bellaco del Norte, o sea frente al Paso Gómez. Nuestra pérdida esa vez fue comparativamente insignificante, atento a que la avalancha que se venía sobre nuestra gente era enorme, y que lo más difícil en las operaciones de una guerra regular, es una buena retirada en presencia del enemigo.
Ese mismo día 20, por la tarde, el Mariscal trasladó su Cuartel General de Rojas a Paso-Pucú.
En base a los hechos conocidos, el coronel José Díaz mostró el 2 de mayo que era un conductor táctico de primera clase. La batalla de ese día constituye una brillante victoria del Ejército paraguayo. Thompson dice que nuestra pérdida fue de 2.300 bajas y la misma cantidad las del adversario. Los anotadores de Thompson afirman que éstas no pasaron de 600. Si la primera faz fue netamente favorable a los paraguayos, si los batallones del Ejército de Vanguardia combatieron dispersos y aplastados por la sorpresa y la violencia del choque; si la segunda faz fue de circunstancias aproximadamente iguales para ambos contendores; si en la tercera. faz los paraguayos combatieron en defensiva, abrigándose en los pajonales del estero y apoyados por artillería... ¿cabe admitir que los paraguayos perdieron la mitad de su efectivo y los aliados sólo la cuarta parte de nuestro total de bajas...?
Los aliados avanzaron hasta el paraje denominado Tuyutí, que consiste en una loma o cuchilla poblada de palmeras, en cuyos bajos o faldas fueron instaladas sus avanzadas a las órdenes del General Venancio Flores. Desde Rojas pudimos tener la satisfacción de contemplar al enemigo formado en batalla sobre la cuchilla de Tuyutí que constituía nuestro horizonte hacia el Sud. Nada puede ser más imponente que la vista de un ejército poderoso por su número y elementos, y en su presencia era difícil escaparse de la tentación de emitir alguna expresión ponderativa, hija de la primera impresión que le causa un cuadro nuevo. Tan es así, que en la vanguardia o avanzada nuestra, se encontraba mi antiguo médico Sr. Torrens, alias Flecha, y cuando vio aparecer al enemigo no pudo contenerse de expresar su primera impresión de que era ¡numeroso y bien equipado! La especie, que es una de las prohibidas por las ordenanzas, fue denunciada al Mariscal, y éste sin más ni más, y sin formación de causa, lo mandó fusilar!...
¿Qué tal?... Aunque creo que el hueso no fue tan pelado como me informaron; creo que se extendió el Galeno a otras consideraciones tendientes a apocar el espíritu de las tropas.
Los aliados para garantirse de alguna nueva sorpresa, aprovecharon todas las ventajas que les ofrecía el terreno que ocupaban, y acamparon adoptando el sistema escalonado, de manera que llevada la primera línea, tendría el enemigo que vencer la segunda y tercera línea antes de producirse una completa derrota.
Su línea de batalla del frente se componía a la derecha de ellos del 1er. cuerpo argentino con toda su caballería montada, menos el San Martín y el regimiento de artillería ligera al mando del Coronel Vedia. A la izquierda; el ejército brasilero a los órdenes del Mariscal Osorio se extendía desde el potrero Piris hasta el ejército argentino. En el centro estaba el 1er. Regimiento de artillería brasilera, compuesta de 25 piezas rayadas, protegida por los batallones orientales Florida y 27 de Abril a las órdenes del Coronel Leon de Palleja, teniendo un poco más a su izquierda al batallón 2º de infantería brasilera; y más a la izquierda una batería de 6 piezas orientales y tres batallones brasileros de la División Victorino (Palleja: Cartas. (N. del A.)).
Los batallones orientales Libertad e Independencia estaban colocados a tres cuadras de la izquierda de esta línea, así como el Regimiento Escolta del General Flores que estaba a pie por falta de caballos, teniendo de avanzada a dos cuadras al frente un piquete de caballería.
A la derecha (de ellos) una vanguardia o avanzada compuesta de caballería e infantería del 1er. Cuerpo Argentino, cubría esa parte la línea exterior del frente.
Toda esa línea, por supuesto estaba ya defendida con trincheras. En el centro del campamento sobre la cumbre de la Cuchilla, construyeron un gran reducto cuadrado o rectangular, y otro a su izquierda.
El número de las fuerzas aliadas se calculaba de 35 a 40 mil hombres de las tres armas.
Nuestro campamento se encontraba distante más o menos unas 2 ½ millas del enemigo, y se extendía de Paso Gómez a Rojas, y todos los accesos hasta el paso Canoa estaban ocupados por pequeños destacamentos de infantería y caballería.
La derecha de nuestra línea estaba apoyada como dije antes, en un bosque espeso que se extendía hasta dar con el carrizal del Potrero Sauce.
Este consistía en una abra natural, que sólo era accesible por una estrecha abertura o boquerón al Este, el cual quedaba frente al campamento enemigo.
El boquerón o sea Sauce, estaba defendido por una pequeña trinchera colocada de manera que las piezas enfilasen en toda su extensión las columnas que llevasen el ataque, es decir, desde su entrada basta su llegada.
Las fuerzas del Paso-Gómez se comunicaban con el Potrero Sauce por medio de una picada bastante ancha como para andar una carreta, que practicaron al través del monte que separaba ambas posiciones.
El Bellaco del Norte que en su proximidad al mencionado monte tenía bastante profundidad, se convertía en una pequeña corriente dentro del bosque.
De modo que por la derecha, nuestra defensa arrancaba del referido monte de Paso-Gómez e iba hasta el Paso Fernández a la izquierda. Los trabajos de trincheras empezaron creo que el 21 y continuaron hasta el 23; debiendo advertirse que también en los accesos o pasos se establecieron trincheras. Puede decirse que nuestra posición, teniendo en cuenta las dificultades naturales que ofrecía el terreno que se extendía en su frente, era bastante respetable; tanto más cuanto que no era accesible a ningún movimiento envolvente por ningún costado. Y digo por ningún costado, porque si bien por nuestra izquierda podía tentarse, corría el enemigo el riesgo de ser cortado.
El papel que racionalmente correspondía al Mariscal López, después del pasaje del ejército aliado al territorio Nacional, era el de la defensiva, que le daba la ventaja no despreciable de la elección del terreno, aprovechando cuantos accidentes éste le ofrecía para su defensa.
En ningún caso era prudente apartarse de ese rol, por más que el enemigo haya abandonado el suyo, adoptando el de la defensiva a pesar de los poderosos elementos de que disponía y la decantada pericia e inteligencia de sus generales.
Parecía, sin embargo, que el Mariscal, después de los sucesivos combates parciales que había librado y que no conducían a nada sino a sacrificar inútilmente sus heroicos soldados, se había convencido de esa verdad a juzgar por la idea que tuvo de esperar al enemigo en Paso Gómez, y que cuando aquél iniciase un ataque, lanzar a su retaguardia una fuerza considerable, a cuyo efecto había mandado practicar una vereda angosta al través del bosque del Sauce hasta salir del Potrero Piris, dejándose sin terminar unas cuantas varas para chapearlas a último momento. Esta picada no era conocida de los aliados, y de consiguiente nuestras fuerzas podían transportarse por ella hasta salir al otro lado, sin ser sentidas.
Este plan era excelente, y tal vez hubiera dado el resultado de la derrota del ejército aliado; pero desgraciadamente el Mariscal lo abandonó, y llevado del deseo vehemente de hacer pelear sus tropas caprichosamente sin madurar un plan de guerra, con el sólo prurito de hacer lucir su valor y decisión, se resolvió el 23 a llevar el ataque a los aliados en su campamento el día siguiente, es decir, el 24, diciendo que tenía noticia de que el General Mitre estaba resuelto a llevarle el ataque el 25 y que quería ganarle de mano!
Por manera que la determinación del Mariscal, no era el resultado de una combinación estratégica sometida al estudio y examen de un criterio sereno y maduro, en que se hayan pesado todas las probabilidades del éxito y del fracaso, sin perder de vista la necesidad de conseguir un resultado con la mayor economía de sangre posible, sino el de un mero capricho o el de una impaciencia no justificada (40) (41).
40 Jamás, en ninguna guerra, la defensiva tal como la entiende el coronel Centurión ha dado la victoria. Se la concibe como conducta local o momentánea, es decir como parte del armazón de una conducción ofensiva posterior (preparación de ataque) o en beneficio de acción ofensiva en otros sectores. Sólo el ataque conduce a la decisión. Durante este período de la campaña, tanto el Mariscal como el alto mando aliado actúan dentro de esta premisa: a) el Mariscal está dentro de la defensiva momentánea, pero mantiene reunidas las fuerzas y ejecuta acciones ofensivas locales: indicio claro de que prepara el ataque para un momento y en un lugar que le parezcan oportuno; b) el alto mando aliado está dentro de la ofensiva pero también mantiene agrupadas sus fuerzas y adopta actitud defensiva mientras recibe sus elementos que están retrasados en Corrientes (tropas, munición, sanidad, ganado y transporte) y mientras se orienta en una zona de operaciones poco conocida: también está buscando el momento, el lugar y la forma favorables para desarrollar una batalla de aniquilamiento o en todo caso para continuar su marcha ofensiva en busca de la batalla. Dentro de esta situación general operativa, ¿qué resolución debe asumir el Mariscal? Una de las siguientes:
a) abandonar totalmente la iniciativa al enemigo. Resistir dónde y cuándo éste aparezca;
b) ejecutar defensa activa: mantener reunidas las fuerzas; aprovechar un momento favorable para arrebatarle la iniciativa; tentar una batalla de aniquilamiento en el campo de Tuyutí, . que sólo constituye una etapa de marcha del Ejército aliado antes de que reciba todo su material retrasado y concluya su alistamiento ofensivo;
41 c) Thompson y Centurión exponen una tercera conducta que consiste en esperar el ataque enemigo en Paso Gómez y lanzar sobre su retaguardia una masa de 10.000 hombres, por sorpresa. A tal efecto, dicen ambos, el Mariscal mandó preparar una picada. Esta resolución supone una conducta enemiga sujeta a la conveniencia propia. Una conducta enemiga sin exploración, sin reconocimiento.
Una conducta dictada al enemigo por el alto mando paraguayo. La solución sería bella, sin duda. Desgraciadamente, en la guerra la conducta de un Ejército no es dictada por el mando enemigo. La idea del Mariscal pudo haber existido, pero sólo en base a una noticia de momento o para una contingencia especial que no ocurrió. Si hasta el 24 de mayo no se intentó el ataque enemigo por Paso Gómez, ¿porqué no se produjo nunca?: porque, sencillamente, no entraba en los cálculos del mando aliado atropellar el Estero Bojas y empujar al Ejército Paraguayo.
Entre las dos resoluciones posibles, anotadas anteriormente a ésta que nos ofrecen Thompson y Centurión, la elección no es dudosa. No lo fue para el Mariscal: el ataque de aniquilamiento en Tuyutí.
Pero dejo estas reflexiones para más tarde, y prosigo.
El enemigo visiblemente se preocupaba del estudio y reconocimiento de nuestra posición desde el 23, haciendo avanzar hacia ella por la derecha e izquierda simultáneamente fuerzas de caballería e infantería. El 23 un regimiento de caballería trató de descubrir y reconocer nuestra extrema derecha y como quiera que esa fuerza no podía penetrar en el monte, lo hizo un batallón brasilero que avanzó hasta cerca de nuestro atrincheramiento, donde recibió varios disparos de metrallas que le causaron algunas bajas. Con este saludo se retiró precipitadamente, así como otros batallones que habían salido en su protección y que avanzaron hasta el bañado del frente.
Concluido este reconocimiento, las tropas aliadas carnearon y recibieron raciones para dos días.
El mismo día 23, parte de tarde, el Mariscal López recorrió los batallones de reserva, y les habló diciéndoles que después del triunfo del 2 de Mayo alcanzado por una pequeña fuerza, era indudable, que atacando al enemigo con un gran número de fuerzas, se conseguiría la destrucción completa de los aliados. Las tropas entusiasmadas contestaron que sólo aguardaban sus órdenes para concluir con el enemigo. Por la noche hubo una reunión de los jefes principales que debían encabezar y llevar a ejecución el plan de batalla, a quienes explicó detalladamente todo lo concerniente a éste, y dio las más minuciosas instrucciones respecto a la parte que a cada uno debería corresponder en la acción.
Consistía dicho plan en atacar al ejército aliado en su misma posición atrincherada simultáneamente por sus tres costados: frente, y flancos derecho e izquierdo; y ejecutando parte de las columnas asaltantes por estos costados un movimiento envolvente, atacar también por la retaguardia.
El general Resquín debía caer sobre la derecha del enemigo con su columna compuesta de 8 regimientos de caballería, a las inmediatas órdenes del coronel Pereira y del comandante Avelino Cabral, y de dos batallones de infantería con una cohetera; el comandante Hilario Marcó, con 4 batallones de infantería, y 4 regimientos de caballería, al mando del comandante José María Aguiar, llevando de segundo al valiente capitán De Jesús Martínez, y sobre la izquierda el intrépido coronel Díaz, con 5 batallones de infantería y 2 regimientos de caballería, aquéllos mandados por el comandante Giménez (Cala.a), y éstos por el comandante Fidel Valiente. El bravo batallón 40 hacía parte de esta columna.
El general Barrios, efectuando una operación aparte, tenía que hacer desfilar sus tropas por la estrecha picada de que hice mención y salir al Potrero Piris, donde debía organizar rápidamente su gente y caer sobre el enemigo por su retaguardia. Su columna se componía, más o menos, de 6 batallones y 2 regimientos de caballería, siendo su segundo el mayor Luis González, jefe de la infantería, y de la caballería el mayor José María Delgado (hoy general) (42).
42. No es posible especificar los cuerpos de estas columnas, porque en las peripecias de la larga campaña han desaparecido todos los papeles del ejército; y los que sobreviven ya no conservan en la memoria esos detalles. Por otra parte, no entra en mi propósito describir las acciones de la guerra con todos sus detalles, sino a grandes rasgos, sin apartarme de la vedad histórica. Sin embargo, se sabe que fueron los batallones 4, 6, 7 y 9 y los regimientos 13 y 20, los que componían la columna de Barrios. (N. del A.).
El general Resquín debía tener sus tropas formadas y prontas, antes de amanecer, detrás de los palmares de Yatuity-Corá, donde no podían ser vistas por el enemigo, y cuando iniciase su avance, debía hacer su caballería un movimiento envolvente hasta encontrarse con la del general Barrios, que tenía que hacer igual movimiento.
El general Díaz debía reunir y organizar sus tropas en el monte del Sauce, en el punto más próximo al enemigo, procurando no ser visto ni sentido por éste, y una vez que tuviese aviso de que Barrios hubiera terminado su pasaje por el bosque de Sauce y él estuviese listo para avanzar, debía avisar con un cohete, como avisó, al Centro nuestro, o sea al coronel Bruguez, para disparar un cañonazo con una pieza de a 68, que fue la señal convenida para empezar el ataque general.
El comandante Marcó tenía también su gente pronta a nuestra derecha y el comandante Aguiar estaba con sus regimientos detrás de una isleta situada al lado del camino real a Humaitá, dentro de nuestra trinchera del Centro, esperando la señal convenida.
El comandante Paulino Alén, jefe de la Mayoría, teniéndome a mí como ayudante de órdenes, se había constituido desde por la mañana temprano en Paso-Gómez para atender y dirigir la partida de las tropas a ocupar sus respectivos puestos, y participar al Mariscal cualquier novedad que ocurriese.
Se había calculado que el general Barrios pudiese terminar su pasaje por la selva del Sauce a las 9; pero debido a la falta de preparación para la marcha de una gruesa columna por el monte, en que iban los soldados como hormigas, uno tras de otro, viéndose obligados los de la caballería a llevar sus caballos de la brida, recién pudo terminarlo a las 11 1/2 y a las 11 3/4, al reventar en el aire el cohete que mandó tirar Díaz, sonó el cañonazo en el Centro, . hora en que se precipitaron sobre el campo enemigo, casi simultáneamente, por los tres costados, 18 mil combatientes.
Una obrita de impresiones personales, titulada: Viaje Nocturno de Gualberto, escrita y publicada por mí en 1.877, contiene la descripción a grandes rasgos de la batalla del 24 de Mayo, y pareciéndome exacta la pintura del cuadro de aquel gran combate, voy a permitirme reproducirla aquí:
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
“Tomé, pues, el camino que se dirige a la orilla izquierda del río Paraguay, atravesando Paso de la Patria, Tuyutí, Paso-pucú y Tuyucué.
“Cuando iba pasando solitario y jadeante por estos memorables campos de batalla, por estos inmensos sepulcros donde reposan tranquilos los inanimados restos de esforzados capitanes, que con tanta abnegación sellaron con su muerte el cumplimiento del más sagrado deber, se representaron tan a lo vivo todas las peripecias de aquella famosa campaña, y particularmente las de la batalla del 24 de Mayo, que parecíame oír materialmente el silbido de las balas que llovían entonces como granizadas de una y otra parte, el estruendoso estampido de los cañones que vomitaban muerte y horror, y el choque de las armas blancas de los que combatían frente a frente, brazo a brazo y pecho a pecho, cuyo eco se repetía en los bosques inmediatos y en la laguna Piris; y, en medio de todo los alaridos y ayes lastimeros que exhalaban los heridos y moribundos!... En efecto, recordaba cuán hermosa estaba la mañana de aquel día memorable! ¡Cuán terso y claro estaba el cielo, excepto en el cenit, donde algunas nubecillas blancas, a manera de espumas dispuestas simétricamente en líneas paralelas, parecían presagiar lo que iba a suceder dentro de pocas horas! Veía cómo los dos ejércitos se hallaban frente a frente a tiro de cañón: el enemigo que ocupaba la cima y falda de la loma de Tuyutí, y el nuestro la loma que se levanta sobre el paso Gómez. Ambas lomas surgen de los bosques que pueblan las orillas del estero y de la laguna Piris, como dos brazos tendidos paralelamente, quedando en medio una especie de hondonada o valle cortado aquí y allá por arroyuelos y lagunatos pantanosos de poca profundidad y cruzado, por la parte más sana, por el camino real que conduce de Paso de la Patria a Humaitá. Recordaba también cómo cuando ya se aproximaba la hora de ataque, reinaba en el centro de nuestra posición un profundo silencio que, junto con la desaparición repentina de algunos cuerpos de infantería que habían penetrado en los montes de la derecha para ocupar sus respectivos puestos, produjo en el enemigo, siempre fijo en nuestro campamento, una alarmante sospecha sobre lo que muy cautelosamente se trataba de ejecutar, mandándonos observar con su telescopio desde el techado de una casa pajiza abandonada, sita a corta distancia. Luego veía llegar la terrible hora (11 3/4 a. m.), en que a una señal dada y convenida de antemano, se precipitaron batallones, regimientos y escuadrones sobre el campo enemigo, como avalanchas desprendidas de la cúspide de una alta montaña; y cómo, en breve, aquel campamento atrincherado, erizado de gruesos cañones y de agudas y cortantes bayonetas, se convirtió en un volcán que vomitaba rayos de fuego y densas masas de blanquizco humo que cubrieron en un instante todo el recinto que ocupaba, quedando los combatientes de ambas partes envueltos en una espesa nube, de tal suerte que cada vez que ésta ondulaba y se elevaba a impulso del movimiento atmosférico, se veían muy someramente a los infantes que avanzaban por entre pantanos y malezas, así como a los jinetes que, con los morriones echados hacia atrás con un golpe de mano, levantaban los cascos de sus corceles contra las trincheras enemigas para acuchillar a los artilleros que destrozaban impunemente sus valerosos pechos, haciendo cesar en el centro, por un largo intervalo, aquel mortífero fuego.
“Aquellos intrépidos paraguayos, cuales nuevos troyanos, animados hasta la exaltación por la idea de patria, de religión y el amor a la independencia, hondamente grabados en su corazón, encendidos en un furor bélico indescriptible, y gritando: dulce y honroso es morir por la patria, cobraban fuerza y vigor para cuantas veces se veían desorganizados, tantas veces rehacerse (El Coronel Díaz, tres veces reorganizó sus tropas bajo el fuego del enemigo. (N. del A.)) bajo los horrísonos tiros que sembraban confusión y muerte en sus filas, y para continuar la lucha con serenidad y entusiasmo hasta el fin”.
En el centro del enemigo, los batallones de Marcó a la bayoneta y los regimientos de Aguiar sable en mano, sin disparar un tiro, cayeron como rayo sobre el piquete de caballería avanzada y los batallones orientales Independencia y Libertad, los cuales fueron completamente desechos, a tal extremo, que después de la batalla, en virtud de una orden del día, fueron refundidos por falta de personal en uno solo, bajo la denominación de Voluntario Independiente, encargándose del mando don Francisco Elías, que era del Independencia, porque el que lo era del Libertad fue muerto (Don M. Castro. (N. del A.)). La bandera de este cuerpo fue tomada y presentada al Mariscal por el sargento del regimiento 7, Teodoro Rivas, que al entrar en combate, dijo a su comandante, viéndola flamear, que iba a traérsela; y, en efecto, picó el caballo y acto continuo se abrió paso a sable hasta llegar a ella, y derribando al abanderado, se la arrebató, volviendo sano y salvo. Palleja debió haber castigado por embustero a su abanderado, que cuando fue recogido herido, le contó el cuento de haber escondido la bandera en el bañado, contentándose con la censura de que, ¡aunque herido, pudo haberla confiado a otro y no esconderla!
Los momentos eran críticos, ¡y el sablazo que le descargó Rivas no le dejó tiempo para nada!...
Después de estas primeras cargas, la batería del centro enemigo comenzó a hacer un fuego horroroso, convirtiéndose en un verdadero volcán que vomitaba metrallas y balas rayadas; pero, a pesar de tan terrible fuego, los regimientos de Aguiar, a impulso de su bravo jefe Martínez, cayeron sobre la trinchera enemiga con una impetuosidad nunca vista, penetraron dentro de la línea, dispersaron a los artilleros, quedando por un momento dueños de los cañones que estaban abandonados. En esta circunstancia, y cuando los artilleros sirvientes estaban contemplando sus piezas desde alguna distancia, aparecen las reservas argentinas que a paso de trote cargaron a nuestra desorganizada gente que, por falta de protección no llevaron los cañones, concluyendo totalmente con ella, sin que ninguna hubiera querido rendirse. Por un largo intervalo, mientras tuvo lugar este asalto, cesó el mortífero fuego que destrozaba los pechos de tan audaces e intrépidos jinetes. El hecho fue saludado desde nuestra posición del centro con los transportes del más vivo entusiasmo (La caballería de Aguiar tuvo que descabezar un estero que quedaba frente a Naranjaty-raido, para llevar el ataque al centro argentino. (N. del A.)).
Los brasileros en vista de las tremendas cargas de la caballería paraguaya, y a precaución, formaron cuadros con dobles filas. Si los paraguayos hubiesen tenido cañones, los hubieran hecho pedazos impunemente.
El bizarro Capitán Martínez, vecino de Pedro González, hermoso joven imberbe, de figura gigantesca, sino era el Aquiles, era el Teseo de nuestro ejército. Acreditó su denuedo y bravura en los combates de Ytapirú y 2 de Mayo, y no estaba aún restablecido de la herida que recibió en esta última acción, cuando hizo vivos empeños para que se le dejara tomar parte en la del 24. El Mariscal entonces accedió a sus instancias, y lo nombró 2º del Comandante Aguiar. Llevó Martínez tan recia y valerosamente la carga que, como queda dicho, hizo dispersar a los artilleros a sablazos, haciendo enmudecer sus cañones. Desgraciadamente fue víctima de su arrojo: una bala de cañón le llevó una parte de la carne del pecho, de cuya herida murió en el hospital dos o tres días después, a pesar de todos los cuidados que le prodigaron los facultativos por recomendación especial del Mariscal que lo apreciaba mucho. Antes de morir fue promovido a Sargento Mayor (Todo lo que refiere Dn. Silvano Godoy en sus Monografías, p. 34, de la herida, mutilaciones y ascenso de este bravo militar, es inexacto. (N. del A.))
Lo vi venir del combate, a caballo, con un soldado llamado Justo Torres que lo sujetaba sentado en la grupa. Me causó una viva impresión aquella fisonomía pálida, pero noble y bizarra que anunciaba, no sólo la fortaleza y altivez de su espíritu, sino la intrepidez y generosidad que distinguían su carácter. No pude resistir de manifestarle mi simpatía y admiración con un apretón de manos acompañado de algunas palabras de aliento. Me dio las gracias con un pequeño movimiento de cabeza. Era digna del pincel de un Van- Dick, aquella figura simpática, con los ojos medio dormidos, y que a pesar del dolor de una herida tan grave no experimentaba ninguna contracción muscular. ¡Oh guerra cruel! ¿Hasta cuándo continuarás haciendo estragos en el mundo?
Por la derecha, o sea izquierda enemiga, el Coronel Díaz llevó, como de costumbre, una enérgica y entusiasta carga a la posición enemiga; pero la artillería oriental y la brasilera le causaron horribles estragos desde que salió del monte, tanto más cuanto que tenía que luchar en primer lugar con la naturaleza del terreno, viéndose obligado a cruzar por un estero para batirse de cerca con los aliados. Dicho estero o pantano quedó cuajado de cadáveres.
El Coronel Díaz, se había comprometido, además, a garantir la vuelta del General Barrios que corría el riesgo de ser cortado en su retirada por los brasileros. Con ese fin, cuando ya no le quedaba tropa para continuar la lucha, se retiró a la orilla del monte con un pequeño resto de su gente y del personal de la banda para.i. Hubo de ser atacado allí por un batallón brasilero que se había desprendido de su campo para perseguir a los nuestros; pero él tuvo la feliz ocurrencia de mandar tocar con la banda uno de los aires más entusiastas dando ¡vivas! a la patria! El batallón enemigo, figurándose que allí habría muchos paraguayos emboscados, suspendió su avance y luego contramarchó.
Este incidente, debido a la presencia de espíritu de Díaz, dio tiempo a Barrios para ponerse completamente a salvo con el resto de su tropa.
Del Coronel Díaz, López llegó a decir que había cumplido con su compromiso de garantir la vuelta del General Barrios, que dependía de él para no ser cortado, y que había desplegado en esa ocasión actos de energía nunca vistos, reorganizando su gente bajo el fuego del enemigo tres veces!...
Cuentan que cuando se presentó ante el Mariscal después de la batalla a referirle a éste el fatal desenlace de ella, Díaz le dijo: Aipebú los cambape, pero namboguyi (Hice roncha a los negros, pero no les levanté el cuero. (N. del A.)).
En el Potrero Piris, retaguardia del ejército brasilero, tenía lugar otra escena igualmente interesante. Los regimientos de caballería de la columna del General Barrios iban al mando del Sargento Mayor José María Delgado (hoy General), y el de igual clase D. Juan González llevaba bajo su dirección y mando una batería de cañones y de cohetes a la Coegréve, con objeto de proteger la salida de las tropas al potrero. Gracias a esa protección pudieron salir de la picada y organizándose rápidamente, cayeron sobre las primeras fuerzas aliadas que se encontraban a corta distancia de allí y comenzaban a molestar con su nutrido fuego de fusilería. Estas fuerzas consistían en un batallón brasilero y un regimiento de caballería también brasilero. El primero fue casi completamente exterminado par nuestra caballería, escapándose en los montes los restantes, y el segundo fue igualmente deshecho. Sin embargo, concurrieron nuevas fuerzas, que entraron con vigor en la lucha, y esas restablecieron el combate, consiguiendo rechazar a los paraguayos hasta la orilla del monte; éstos se rehicieron a su vez y arrearon a los brasileros hasta el Estero Bellaco, repitiéndose lo mismo por tres veces durante el día. Pero al fin, después de tanto pelear y disminuido considerablemente su número por los estragos de los cañones y rifles brasileros, y en vista de que no aparecía por ahí la caballería de Resquín, Barrios emprendió retirada.
El Mayor Delgado se hizo notable en esa ocasión por su bravura, y López lo felicitó, calificándolo como uno de los primeros sableadores del ejército.
Estaba herido desde el principio; pero no por eso dejó de continuar combatiendo y atendiendo a sus deberes como si estuviese sano hasta el último momento. A este ejemplo, había muchos oficiales con graves heridas que imitaban la conducta de sus jefes. El Comandante Giménez, también herido, tampoco se retiró del campo de batalla, sino después que no fue necesaria su presencia. Igual conducta observó el Coronel Aguiar.
En vista de estos hechos de abnegación y constancia, López ridiculizó al Comandante Hilario Marcó, por haberse retirado de la acción, a consecuencia de una herida en la mano, cuyos huesos fueron hechos pedazos por una bala.
Sobre la izquierda, o sea derecha del enemigo, la caballería de Resquín hacía prodigios de arrojo y valentía. Arrolló cuanto encontró por delante. Los regimientos a las órdenes del Comandante Cabral, divididos en dos columnas, avanzaron por la izquierda y derecha de Yataity-Corá, atravesaron el estero y arrollaron y acuchillaron al batallón 3º de línea de la división del Coronel Rivas; éste arrastró al 5º de línea, que sin tiempo para nada, encontró más expeditivo dar la espalda y declararse en fuga, su comandante por delante montado en un caballo tordillo blanco. Otros batallones (creo que el 4º y el 6º) destacados también al frente de la línea, formaron cuadro; pero la caballería nuestra interponiéndose entre los cuadros y la trinchera, dio lugar a que los artilleros, aturdidos por la confusión, no cesaran de hacer fuego sobre ellos, ¡matando a los nuestros lo mismo que a los suyos!
Los otros regimientos que marcharon por Yataity-Corá, a pesar de las enormes bajas que sufrieron al atravesar el estero, cayeron sobre la línea enemiga con un arrojo sin ejemplo, pero fueron completamente hechos pedazos. La infantería nuestra recién entonces entró en acción; pero ya era tarde para prestar una cooperación eficaz a la caballería; y fue destruida por la artillería y la infantería que de atrás de la trinchera hacía sobre ella un fuego horroroso.
La reserva de Resquín dio vuelta por la derecha del palmar, buscando la realización del plan; es decir, reunirse o encontrarse a retaguardia de los aliados con la caballería de Barrios; pero fue rechazada por fuerzas superiores que le salieron al encuentro.
El intrépido Mayor Olabarrieta, haciendo prodigios de valor, cruzó por entre las filas del enemigo con el resto de su regimiento, logrando llegar hasta el punto donde debiera haber tenido lugar la reunión con Barrios; pero como éste ya se había retirado, tuvo que regresar atravesando las líneas brasileras, y peleando durante todo este tiempo hasta llegar al Potrero Sauce, casi solo y malherido (Thompson y relaciones de otros jefes. (N. del A.)).
Cuatro regimientos que avanzaron por la parte más oriental, se encontraron con la caballería correntina al mando del General Cáceres; la arrollaron llevándola en desorden hasta el otro lado del Bellaco. El General Cáceres, estuvo a punto de caer prisionero; pero debido a la velocidad de su caballo, pudo escaparse, recogiendo las riendas lejos al otro lado del Estero.
A las 4 1/2 cesó el fuego en toda la línea, replegándose los restos de nuestras fuerzas sobre las posiciones de donde partieron. 24 de Mayo fue un terrible fracaso para nuestras armas, y puede decirse que fue la tumba del más hermoso ejército que tenía la Nación a su servicio.
Cinco horas y media de fuego, pero de un fuego incesante y estruendoso, en que las repetidas descargas de artillería y fusilería, conmovían la atmósfera cubriéndola de una inmensa masa de espeso humo.
Las cargas de la caballería paraguaya esa vez, son reputadas como sin ejemplo, en los fastos guerreros de la América del Sud.
Cuando el Mariscal López se resolvió a dar esta batalla, recomendó que los preparativos se hicieran con el mayor sigilo y precaución posible, a fin de lograr la idea de una sorpresa, sin hacerse cargo de que no se sorprende dos veces seguidas a un enemigo.
Aparte de esto, el General Mitre había ordenado un serio reconocimiento sobre la izquierda y centro de nuestras posiciones, a fin de dominar los esteros y lagunas que servían de principales obstáculos para realizar un avance, debiendo a la vez llevarse el ataque principal sobre nuestra izquierda que hasta entonces estaba sin defensa. Por esa razón, los aliados estaban sobre las armas el día 24, y también es de suponer que hayan tenido conocimiento del proyecto de ataque de López por unos espías o bomberos que a la prima noche del 23 fueron despachados de la vanguardia por el Comandante Avelino Cabral, para ir a observar el campamento aliado, quienes, sin duda, sabiendo que al día siguiente iban a entrar en combate, se aprovecharon de la oportunidad de evitar el peligro, pasándose cobardemente al enemigo.
El Mariscal se trasladó de Paso-pucú a Rojas a la 1 de aquel día acompañado del Obispo Palacios, los Coroneles Toledo y Wisner, sus ayudantes y otros más, a contemplar desde allí el choque de tantos elementos bélicos, cuyo eco anunciaba la primera batalla campal en el territorio paraguayo. Él estaba fuera del alcance de las bombas. En Paso-Gómez caían tantas balas huecas y sólidas, que no estaba uno seguro ni dentro de los fosos, y en una de mis idas y venidas adonde estaba el Mariscal llevándole el parte del Coronel Alén de las novedades que observaba, me tocó en la cabeza un pequeño pedazo del casco de una bomba, que me dejó una cicatriz como recuerdo de aquella memorable jornada.
Ya muy tarde al ponerse el sol, y después de haber impartido instrucciones respecto a los heridos que quedaron tendidos en su mayor parte en las selvas y en los esteros inmediatos, se volvió a Paso-pucú. En el camino, cerca del paso del Estero que había antes de llegar al campamento, alcanzó a un batallón que regresaba de la batalla, silenciosamente. Sus armas venían muy estropeadas. Algunos tenían los fusiles todos torcidos y las bayonetas rotas y dobladas. López les habló y ellos, los pobres, contestaron con vivacidad. En seguida, dando vuelta hacia el lado donde venía el Coronel Wisner, le dijo: ¿Y?... ¿qué le parece de Morgentein? . .Nada Señor, es la batalla más grande que se ha dado jamás en la América del Sud., contestó aquél haciendo alusión a la que se acababa de dar. El Mariscal, visiblemente satisfecho con esta contestación, le hizo una inclinación de cabeza y replicó:
“Pienso lo mismo que Vd..
Evidentemente el hombre quedó lisonjeado del honor de haber dado la batalla más grande de Sud-América, aún cuando ésta haya sido la tumba donde quedó sepultado para siempre el más hermoso y valeroso ejército que tuvo bajo su mando.
Es indudable que jamás hasta entonces se había visto en nuestro Continente del Sud ninguna más grande, porque ni en la guerra con la Metrópoli, se ha librado una con mayores elementos y número de combatientes.
Pero así como fue la más grande batalla, ¡también más grande locura que cometió el Mariscal durante la campaña! Y a fin de justificar esta aserción, que pecará tal vez de atrevida en concepto de muchos de mis lectores, voy a permitirme entrar en algunas breves consideraciones.
En la elección que hizo con bastante tino y habilidad del terreno que ocupaban nuestras posiciones, dejó naturalmente todos los inconvenientes para el enemigo y todas las ventajas para sí. Pero al llevar el ataque a las aliados el 24, a su mismo campamento atrincherado y defendido por numerosas piezas de artillería, él renunció a esas ventajas generosamente a favor de aquéllos, aceptando para sí en cambio todos los inconvenientes que ofrecía el terreno. Nuestra tropa antes de llegar o acercarse a la posición enemiga, tenía que atravesar anchos y profundos esteros, bajo el fuego horroroso de la artillería que vomitaba libremente sus proyectiles sobre ella y de la fusilaría de los infantes resguardados por parapetos,. ventajas todas de que él se hubiera beneficiado, si guardando la defensiva, hubiese permanecido firme en sus posiciones, esperando la agresión del enemigo. Además, él atacó con un ejército menor en número todos los flancos de un ejército que él sabía perfectamente que era superior en efectivo y en armamento, y sin llevar artillería ni reservas. Digo sin artillería, porque no deben tomarse en consideración ante la magnitud del combate, los cuatro a seis obuses y unas cuantas coheteras que fueron llevadas por Barrios y Díaz.
La ausencia, pues de estos dos elementos, importaba desconocer la importancia de la artillería en las batallas, y el poder eficaz y destructor de las reserves para coronar una victoria, o contener la persecución de un enemigo audaz y activo. La consecuencia era que las primeras ventajas que conseguían el empuje y arrojo del soldado paraguayo, a renglón seguido se volvían a perder por la falta de sucesión de esfuerzos, o de fuerzas de refresco oportunamente traídas para proteger y sostener a las primeras.
Por otra parte, la ejecución del plan ha dejado mucho que desear.
Confiada a jefes inexpertos que sabían dar una carga, pero que no entendían nada de estrategia, y de consiguiente, incapaces de maniobrar en el campo de batalla, para prevenir un golpe inesperado, o para corregir o suplir alguna falta que no hubiera sido prevista al trazar el original, era natural que no se hubiesen portado a la altura de la misión que estaban encargados a desempeñar.
Pero los que peor se han conducido, fueron los generales Resquín y Barrios.
Al primero le dijo López después de la batalla que merecía cuatro balazos. “Yo no le he mandado”, dijo, “para que fuera Vd. a perder su tiempo con pequeñas partidas correntinas, ni a batirse con sus regimientos contra la artillería enemiga”. A la verdad, la misión de Resquín era hacer un movimiento envolvente por la derecha del enemigo, evitando sus baterías, y presentarse por su retaguardia. Entonces la faz del combate hubiera sido otra, y el ejército argentino se hubiera visto en serios apuros.
El General Barrios, por su parte, tampoco ejecutó el movimiento envolvente que estaba encargado de verificar para encontrarse con las fuerzas de Resquín; retardó con su lentitud el ataque por tres o cuatro horas; bien que esto último, imparcialmente hablando, no fue en absoluto falta de él, sino del Mariscal, que como general en jefe, estaba obligado a conocer bien el terreno, camino o picada, calculando de acuerdo con sus condiciones, el tiempo preciso para transportarse por ella una gruesa columna. En todo caso, hubiera sido más conveniente, que, tanto la columna de Resquín como la de Barrios, se hubiesen trasladado de noche al punto, de donde al día siguiente, a la hora convenida, iniciasen sus operaciones simultáneamente con las demás fuerzas.
Ahora bien, ¿qué motivo o razón indujo al Mariscal para tomar la ofensiva tan repentinamente? No dio nunca más explicación como dije antes, sino de que sabía que el General Mitre le iba a atacar el 25, y que quería ganarle de mano. Según Thompson, un año después, hablando del 24, dijo que había llegado a su conocimiento el plan de ataque del General Mitre, que debía efectuarse el 25, y “que francamente no le gustaba y resolvió prevenirlo anticipando el ataque como lo hizo”.
Es cierto que las obras de defensa hasta entonces estaban muy lejos de llegar a su perfeccionamiento, como llegaron algún tiempo después; y, sin embargo el 18 de Julio, consiguieron los aliados aunque no fuera más que por un momento, penetrar dentro de nuestras trincheras! De modo que, se puede afirmar que en aquella época, por la derecha era vulnerable, y la izquierda estaba descubierta, enteramente desprovista de obras de defensa. Pudiera decirse que la línea por su extensión era débil; pero había entonces tropas suficientes para guarnecerla, y el enemigo, si es que hubiese logrado tomarla, lo hubiera hecho con tan inmensos sacrificios que tal vez hubiera quedado debilitado para continuar su avance.
Y si es cierto lo que asegura el General Resquín en su declaración, de que en Humaitá había entonces 14.000 hombres de reserva, desalojado López de Paso Gómez, pudiera haberse refugiado en aquella fortaleza, con la probabilidad de un gran triunfo sobre el ejército aliado, cuando fuese atacado (Declaraciones de jefes paraguayos del tiempo de la guerra, que tenían motivos para estar bien informados, desautorizan la declaración de Resquín, manifestándonos que en aquella época no había en Humaitá arriba de 3500 hombres en su mayor parte combatientes. En el Apéndice van unos documentos. (N. del A.)).
No veo, pues, razones que justifiquen la conducta del Mariscal para haber cambiado de rol, sin ninguna perspectiva de buen éxito, por la naturaleza del terreno que favorecía a los aliados y la desproporción inmensa de elementos, ¡habiendo tenido que pelear los paraguayos en razón de 1 contra 3!
¡Pobre soldado paraguayo! Él, con su valor e intrepidez, ha tratado en todos los combates de aminorar en lo posible los errores de su jefe que lo hacía pelear sin la observancia de ninguno de los preceptos de la guerra, y si bien en su heroico empeño se cubría de gloria, salía casi siempre, como bien dice Thompson, ¡acuchillado! por la falta de protección, o sea, de sucesión de esfuerzos.
Los Coroneles Díaz y Bruguez fueron ascendidos a generales el 25 de Mayo, y no en Junio, como afirma erróneamente Thompson.
Había muchos otros agraciados con ascensos y condecoraciones. Entre estos últimos me encontraba yo también, recibiendo la estrella de Caballero de la Orden Nacional del Mérito, cuya gracia importaba para mí mi completa rehabilitación con el Mariscal.
Nuestras pérdidas fueron enormes, como era consiguiente: 5 mil cadáveres más bien más que menos, quedaron alrededor del campamento enemigo, y los hospitales de Humaitá recibieron más o menos 7.000 heridos, que fueron trasladados en su mayor parte a Asunción, dos o tres días después.
Casi todos los comerciantes de la Asunción que habían sido enrolados, perecieron aquél día.
Sin embargo, no se había tenido que deplorar la muerte de ningún jefe; las balas se limitaron a herirlos, pero respetaron su vida.
Al día siguiente, es decir, el 25 por la tarde salió el batallón riflero a recoger los heridos que se encontraban en el campo neutral entre los dos ejércitos. Desplegaron a la orilla del monte de Sauce una larga guerrilla, y avanzaron poco a poco hasta ponerse al alcance de tiro de fusil. Recogieron los heridos que se encontraban en los pajonales inmediatos, esteros y montes.
Y a propósito de heridos, es digno consignar aquí el caso del bravo y denodado Mayor Coronel. Había recibido una herida en los pulmones, y en su consecuencia cayó desfallecido en un monte próximo al enemigo, acompañado de un soldado herido también. En vista de que se encontraba sin fuerzas para moverse, ordenó al soldado que lo matara, llevara a López su quepí y espada y le dijera: .que había cumplida con su deber hasta el último momento.. El soldado se negó a obedecerle. A los cuatro días, fueron encontrados por los paraguayos que los condujeron al campamento. El Mayor Coronel sanó de su herida; pero fue muerto en la acción de Punta-Carapá en Julio. Hasta el 30 de Mayo se encontraban todavía vivos algunos heridos paraguayos en los esteros inmediatos al enemigo, que fueron recogidos y atendidos perfectamente por éste.
Causaron admiración y hasta espanto el sufrimiento y la resistencia de los heridos paraguayos. En prueba de ello voy a reproducir aquí un párrafo de la correspondencia de Palleja sobre este hecho:
“Hoy (30 de Mayo) se ha sacado un herido enemigo del bañado; el infeliz tiene la canilla quebrada, él mismo se la había entablillado con dos palitos con horqueta ajustadas en el empeine del pié, y se había vendado con sus propias ropas, no había tomado alimento alguno; sólo había mascado un poco de yerba-mate que por casualidad cargaba sobre sí: pasménse todos de tanto sufrimiento y tanta resistencia: ya no queda con vida ninguno de los caballos heridos extendidos en el campo de batalla, y este hombre ha conservado la vida, y más aun exasperado se arrastró cerca de un puesto nuestro avanzado, desde donde pidió auxilio, que le fue prestado inmediatamente por la guardia brasilera del puesto, mandándolo en brazos de dos soldados al alojamiento del Gobernador (General Flores. (N. del A.)), que lo ha metido en su propia barraca, donde lo hace curar con el mayor esmero”. (Carta 58 diario de Campaña).
Pero nada es esto: once días después, el 4 de Junio, los aliados encontraron todavía ¡un herido paraguayo!, según el mismo Palleja. Lo que francamente parece inverosímil, aunque en estos tiempos algunos ayunadores, como Tanner, han estado 40 días sin comer, pero en el estado normal y en plena salud. Y no, como nuestros heridos, debilitados por el hambre y la pérdida de sangre y la consiguiente fiebre.
El 26 fui al hospital, instalado en algunos ranchos en el camino a Humaitá, a visitar a los heridos, de orden de López. Entre tantos estaba allí el Mayor Yegros, antiguo edecán del Mariscal, que había caído preso junto con el padre Maíz y otros cuando la elección de aquél a la presidencia de la República.
Estaba gravemente herido, habiendo peleado con el grado de sargento. Me llamó para encargarme que dijera de su parte al Mariscal, que estaba satisfecho porque le había proporcionado la ocasión de derramar su sangre por la patria, cumpliendo así con su juramento de ciudadano. Pocos días después, murió. Cuado hice presente a López su recado, éste guardó silencio. También el Mayor Rojas y el Capitán Corbalan, ayudantes de campo del Mariscal que habían estado presos con una barra de grillo cada una, sin saberse nunca la causa de su prisión, fueron puestos en libertad y dados de alta en clase de sargentos en uno de los batallones. Ambos murieron el 24.
El Coronel Palleja asegura en una de sus correspondencias que el Mariscal López había embriagado a sus tropas con aguardiente y pólvora ¡para hacerlas pelear como pelearon! Nada es más incierto. El soldado paraguayo, imbuido en los sentimientos más puros de patriotismo, era naturalmente valiente hasta el heroísmo y resignado; pues apenas recibía una ración de carne antes de entrar en acción, ¡y a veces entraba en pelea con el estómago vacío! No comprendo en militares tan bravos e ilustrados ese afán de denigrar, con tendencia de disminuir los méritos que distinguían a nuestros paisanos como defensores del suelo que los vio nacer.
Las bajas del enemigo han sido calculadas entre muertos y heridos, en 8.000 hombres. Sus pérdidas en jefes y oficiales han sido considerables, encontrándose entre los primeros el General Sampaio. En la víspera de la batalla, a prima noche, estuve conversando a solas con mi amigo y condiscípulo D. Natalicio Talavera, corresponsal de El Semanario, y recuerdo que me dijo con marcado apocamiento de ánimo: .Dicen que mañana se va a atacar al enemigo con todas las fuerzas que tenemos. ¿Y si fracasamos? ¿De dónde sacaremos hombres para reponer el ejército? De modo que, amigo, si perdemos la batalla ¿qué será de nosotros? . Efectivamente, le contesté, las observaciones suyas me parecen oportunas; pero debemos tener en cuenta que recién entramos a pelear, y puede suceder que sobrevenga de aquí allá alguna transacción..
-“¡Que hombre! me replicó, ¡no hay que pensar en semejante cosa; menos esperarlo!...
Con esto nos separamos. Pasé así toda la noche pensando en las observaciones de Talavera, hechas así bruscamente. Me llamaron tanto más la atención, cuanto que había observado que a medida que aquel joven iba ganando la confianza del Mariscal, iba siendo más reservado y menos comunicativo conmigo. Atribuí el hecho a mi decadencia en el concepto de aquél desde nuestro regreso de Corrientes. Su conducta conmigo estaba ajustada a la práctica de entonces. En cuanto caía uno en desgracia, o había merecido la bolilla negra (Santo-hû) del Mariscal, ya todo el mundo le huía, y doquier echaba una mirada, no encontraba sino frialdad, y gente dispuesta a contribuir a su completa ruina; pero nunca a ayudarle a levantarse. Fruto natural del despotismo y de la tiranía que pesaba sobre todo el mundo.
¡El pobre Talavera, tan inteligente y laborioso, hizo, como decirse suele, de tripas corazón, para disfrazar sus verdaderos sentimientos en la correspondencia que dirigió al Semanario sobre la batalla del 24 de Mayo! .El enemigo., dijo en uno de sus párrafos, queda completamente destrozado, y con una debilidad, que no ha podido ocultar a nuestros ojos. Un nuevo esfuerzo, uno solo, y no habrá ya invasores en nuestro suelo!....
¡Ah! ¡Ojalá fuera así! Por más que los aliados hayan sufrido, por lo menos siempre les quedaba un ejército; mientras que nuestro descalabro fue tan extraordinario, que puede decirse que perdimos el único que tuvimos, que era precisamente lo que presentía Talavera, antes de darse la batalla. Pero luego va a verse, cómo el Mariscal, dotado de energía y de talento organizador, improvisa otro ejército gracias al tiempo y descanso que le dieron los aliados.
Si el Mariscal López se hubiese mantenido a la defensiva, hubiera dado prueba de buen criterio militar, que le hubiera dado triunfos tan espléndidos y poco costosos, repito, como el de Curupayty. Para la ofensiva, se requiere otras condiciones militares de que él carecía, según han comprobado los hechos durante aquella prolongada y sangrienta guerra.
Los aliados enterraron sus muertos; pero los cadáveres paraguayos fueron quemados, colocados en capas alternadas con leña, por piras de 50 a 100 hombres.
Después del 24, sobrevino una paralización en ambos ejércitos. López aprovechó esa tregua para remontar o más bien reorganizar su ejército, tomando todas las medidas tendientes a levantar el espíritu y la moral de las tropas, como se verá más adelante.
ANEXO: Análisis crítico de la batalla del 24 de Mayo (Tuyutî) por el Mayor Antonio A. González (La edición digital incorpora este análisis del Mayor González como anexo del capítulo IV por ser demasiado extenso como para una .nota al pie., tal cual viene en la edición fuente. -El ensayo está incluído en la edición digital de la Biblioteca Virtual del Paraguay).
Fuente (Enlace interno recomendado) :
Editorial El Lector,
Colección Histórica Nº 20,
NOTAS DEL MAYOR ANTONIO E. GONZÁLEZ
Asunción – Paraguay
1987 (296 páginas)
Edición digital basada en la
Edición Guarania, 1944. 229 pp.