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  CARLOS MIGUEL JIMÉNEZ SEÑOR DE FLORECIDAS PALABRAS - Por FELIX DE GUARANIA


CARLOS MIGUEL JIMÉNEZ SEÑOR DE FLORECIDAS PALABRAS - Por FELIX DE GUARANIA

CARLOS MIGUEL JIMÉNEZ

SEÑOR DE FLORECIDAS PALABRAS

 

Por FELIX DE GUARANIA

Centro Editorial Paraguayo S.R.L.

 

Tapa e ilustraciones:

Alberto Barret (Tilcará)

 

 

 

PRÓLOGO

 

            Por GILBERTO RAMÍREZ SANTACRUZ

             En lo que va del nuevo tiempo político que vive el Paraguay, se han rescatado innumerables testimonios de resistencia y lucha contra la dictadura derrocada en febrero de 1989. Pero en general este rescate, ciertamente de inapreciable valor, se ha centrado en lo político y algunos que otros de índole socio-cultural.

            Indudablemente, hasta hoy no se han recobrado las voces más profundas e indignadas que se alzaron contra todo un sistema de injusticia y atrocidades, que padeció nuestro pueblo en lo que va del siglo. Porque no debemos engañarnos, no sólo la dictadura de Stroessner ha producido desmembramientos sociales, sino también la mayoría de los gobiernos autoritarios que le precedieron y especialmente el del general Morínigo. Entonces, contra todo esto se elevaron voces inspiradas de protesta y rebelión. Voces, principalmente, de poetas que perduraron hasta nuestros días, como si las aguas corrieran vanamente bajo el puente, con sus versos intactos que siguen describiendo una realidad que se niega al cambio, y pareciera que la poesía contestataria nuestra está llamada a convertirse en mensajes de anticipación desde sus inicios. O ¿acaso cuando uno lee o escucha los versos de Emiliano R. Fernández ("Mboriajhu Memby"), Teodoro S. Mongelós ("Jhá Mboriajhu!"), Víctor Montórfano ("Tetagua Sapukai"), Hérib Campos Cervera ("Un puñado de tierra") y melodías de José Asunción Flores (como "Obrerito" y "Ñemity"), de Emilio Biggi y Francisco Alvarenga, entre otros, no se asocia inmediatamente a la vida cotidiana de hoy, año 1990? Los maravillosos versos de nuestros poetas populares no han perdido ni un ápice de actualidad, sino todo lo contrario, siguen nombrando a los vientos un porvenir que hace más de medio siglo se hace esperar.

            Entre estos visionarios y combativos, figura en un lugar preponderante el nombre de Carlos Miguel Jiménez, un poeta que ya soñara en la década del 30 una patria "libre de ataduras, nativas o extrañas" y augurando fervientemente una verdadera democracia, "sin hijos desgraciados"... "de son libertario/ de los campesinos y los proletarios"; como destino inexorable a nuestra sufrida nación.

            Paradójicamente, un auténtico poeta de los humildes, como su correligionario Teodoro S. Mongelós, cuyo partido había surgido como otros del legionarismo que pidiera y concretara la destrucción del "Paraguay revolucionario" de Francia y los López, por parte de la Triple Alianza y la Corona británica, ha sido uno de los primeros -juntamente a Juan E. O'Leary y otros- en hacer resurgir de "la montaña de ignominias" el ejemplo heroico del Mariscal de Cerro Corá y las hazañas incomparables de su pueblo.

            Carlos Miguel Jiménez, como todo hombre tocado por el don del arte y la inmortalidad, ha terminado sus días en la miseria y en la indiferencia de la sociedad, que hoy por hoy se quiere hacer eco, hipócritamente, de sus fulminantes versos y nombrarlo solamente a la hora de las promesas y olvidarlo, cuando se debe cumplir con el pueblo.

            Por todo ello, este trabajo de don Félix de Guarania sale a la luz oportunamente, cuando se empezaba a desempolvar el mismo manto de antaño que cubriera los nombres de tantos ilustres que honran y viven en la memoria de nuestra patria.

            Setiembre de 1990.

 

 

 

CARLOS MIGUEL JIMENEZ

 

            Nadie como Darío Gómez Serrato supo captar el alma, los sueños, las esperanzas y las tristezas de Carlos Miguel Jiménez. Eran hermanos de corazón. Y bebieron en las mismas fuentes, en los mismos vientos, en los mismos amaneceres, el rocío sagrado de la inspiración, convertido en sus manos de artífices en maravillosas golondrinas de alas de oro en vuelo sin fronteras.

            "Darío-ko peteĩTupãmbaraka", me decía Carlos Miguel a la vista de los poemas en que el taumaturgo de Tape Pytãse elevaba a las cósmicas profundidades del pensamiento. Pero agregaba: "Ha aña mabaraká ave", leyendo los versos en que fustigaba a sus enemigos con dardos de acero.

            En tanto, desde la lejana isla de tantos desvelos y añoranzas, se escuchaba la dariana voz clamante:

 

            "Quién es ese poeta de rostro duro y suave,

            Como tallado a golpes de martillo y de flor,

            Que ruge como un tigre, que canta como un ave,

            Hambriento de justicia y borracho de amor?"

 

            Vivamente impresionado por los chasquidos de látigo producidos por los versos de Carlos Miguel, en medio de una tremenda vorágine, en que el odio y la pasión lanzaban escupitajos por doquier, golpeando las conciencias exacerbadas por la guerra civil, Darío recordaba que

 

            "Cuando canta las glorias de la mujer nativa,

            Su lengua es vena pura de manso manantial".

 

            La figura de un poeta, subordinando su pensamiento a la emoción de la belleza y del amor; del león convertido en mansa gacela, paciendo en los verdes matorrales de la esperanza y bebiendo en la corriente cantarina de la paz. Y la estatura del que, alzándose soberbio y digno, es capaz de:

 

            "Y cuando reta al lobo de larga historia viva,

            Es látigo que tiene chasquidos de metal".

 

            El, Darío, que acababa de salir de esa vorágine, no podía menos de comprender el profundo significado de la propia lucha de quien no contando sino con la fuerza de sus versos germinales, se atrevía a desafiar la furia desatada de la injusticia y la incomprensión, del egoísmo y los intereses creados, confiado en la profunda receptividad de un pueblo acuciosamente anheloso de paz y fraternidad.

 

            "La madre paraguaya le conoce en su lucha

            Por una pacifista democracia en flor"...

 

            Y hasta a las cosas inanimadas, con el poder de su poesía, hace tener actitudes de reconocimiento solidario hacia el vate pilarense.

           

            "Tacumbú el cerro amigo, también su voz escucha

            Y forma pétreas filas en su guardia de honor".

 

            Carlos Miguel Jiménez se caracterizaba, principalmente por su fidelidad absoluta consigo mismo, con su manera de pensar, con sus sueños. No trató jamás de ponerse a la "altura" de la sociedad en que vivía, en el sentido de confundirse con la generalidad, de vivir de acuerdo a un "status" determinado por las condiciones de su nacimiento, de su profesión, de su instrucción. Por eso rechazó el acomodo, la superficialidad, el ocultarse tras una imagen moral planificada de antemano. Jamás fue un Carlos Miguel para la gente, y otra secreta, íntima, para sí. Era como era, aunque resultase chocante para quienes no veían más allá de su figura desgarbada, desaliñada, inadecentada. De ahí que la soledad, el alcoholismo eran connaturales a su ser, y en ello encontraba el apoyo, el aliento, el impulso que hacía de su pluma mainumby impenitente, de azaroso peregrinar y de permanente nutrirse en las contingencias de la vida, ejercitando su libertad y al mismo tiempo renunciando a ella, en generosa dación de su espíritu a los demás.

 

            Y de nuevo Serrato nos habla de uno que:

            "Parece un monje loco que dejara el convento

            Por ir tras la conquista de ambigua libertad.

            En la amplia frente lleva celeste herida al viento,

            Que le abriera la estrella de la fatalidad".

 

            Vivía una soledad creadora, porque precisamente esa soledad hacía que viera más y amara más, y no contentarse en ver y amar desde la distancia de la soledad. El amor por sus hermanos se daba en versos que expresan la ira en la denuncia, la ternura cuando "Fulgura en mis sueños/ una patria nueva..." y la inteligencia, la honradez y la generosidad en su concepción acerca de la convivencia y del trabajo.

            Y es Darío quien resume nuestro pensamiento, con estos versos con transparencia de rocío y tersura de pétalo, que adoptamos como final de esta breve glosa:

 

            "Valiente visionario surgido a los vaivenes 

            De la patria azotada por un sino cruel.

            Se llama este poeta Carlos Miguel Jiménez

            Y tiene ya su fresca corona de laurel".

 

 

            Asunción, 18 de Agosto, 1990.

 

 

 

SEÑOR DE FLORECIDAS PALABRAS

 

            El 29 de Agosto de 1970 moría en Asunción el poeta Carlos Miguel Jiménez. El viejo tronco de urunde'y, lampiño de tiempo y sueños, sacudido por todos los vendavales de la vida, caía para ofrecer las esquirlas de su cerebro roto a las piedras amigas del empedrado que lo recibieron con los versos combativos y perennes de su canto a Tacumbú. No solo el cancionero de inspiración folclórica y popular perdía a uno de sus más profundos intérpretes, sino el parnaso paraguayo enlutaba sus banderas, aunque su tránsito a la muerte significaba la afirmación en la perennidad de una de las voces más puras y de un espíritu fecundo. La tersa piel de la "Venus cobriza" se vistió de lágrimas y "Las hijas del pueblo", "madres y hermanas de los mutilados y todos los tristes", asistieron mudas de asombro a la partida sin retorno de su cantor.

            "Carlitos, Carlucho, Carlón", como lo llamaba Basilides, fue un apasionado peregrino en la búsqueda de la belleza, la paz y la justicia social. Le gustaba encontrarse en medio de la tormenta para enfrentar al trueno y combatir al rayo. Lo mismo compartía sus sueños con la aurora al pie de una ventana enrejada de jazmines, que pasaba su característica imagen en las siestas de modorra y cigarra, con pasos acompasados y rumbo incierto, con el alma puesta en el remoto rincón de su soñar. Lo mismo su estro modulaba una tierna canción a la "Muchachita que despiertas en la patria del arriero/ a los rayos del lucero y a los trinos del zorzal", que exclama con onda seguridad e indignada voz: "Oíd poderosos, la voz del trabajo que truena y retumba,/ auspicia la tumba de antigua injusticia y antigua proterva/ y suena soberbia la luz de su magno fanal rutilante,/ gritando ¡adelante!, su cálido, heroico verbo redentor." No en balde, Darío Gómez Serrato, su hermano en la perennidad del arte, desde su obligado ostracismo de Pena Hermosa, se preguntaba sorprendido y emocionado: "Quién es este poeta de rostro duro y suave/ como tallado a golpes de martillo y de flor;/ que ruge como un tigre, que canta como un ave,/ hambriento de justicia y borracho de amor?"

            El 5 de julio de 1914, en un mundo convulsionado, nacía en Villa del Pilar, a cuyas hijas de morena belleza, con el tiempo habría de exaltar entre las de las demás villas y pueblos de nuestro verde país: "Será preciosa como una rosa la guaireñita/ y la asuncena, blanca asucena parecerá/ más con la gracia llena de magia de su sonrisa/ siempre la vence la pilarence, mi resedá".

            Desde muy joven sintió el impulso irresistible de apacentar ilusiones y esperanzas por las mágicas llanuras de la poesía y se convirtió en el bohemio explorador que irrumpía a los escondites secretos del idioma, para recoger las perlas con qué adornar su sentir. No fue un versificador improvisado o un simple letrista de canciones de dudosa calidad, sino un hondo poeta, señor de florecidas palabras y sólidos conocimientos, que recreaba la realidad al reflejar la profunda palpitación de la vida, y rescataba la belleza en el valor de la justica, en el sentido de la necesidad de la paz y de la fraternidad ("Por una pacifista democracia en flor", "Mi patria soñada"), en el encanto del amor... Ciego, veía mejor que nadie en la obscuridad de la noche de estos duros tiempos. Y cuando fue necesario y su voz se alzó para dar testimonio de "la patria azotada por un sino cruel -que decía Darío Gómez Serrato- contra los prepotentes y mentirosos, contra los falsificadores de la historia y contra los demagogos de turno, sabía sobrellevar los improperios y los escupitajos -incluso las agresiones, como la de los Guiones Rojos del 47- con la dignidad del hombre emparedado en la esperanza.

            Carlos Miguel Jiménez, sacerdote de una religión singular, vivía en el mundo de su soñar, pero eso no le impedía sentir -ya que no ver- la realidad de la vida y rescatar para su buril sagrado, las impresiones y expresiones inquietantes del ser en el acontecer.

            Permítaseme recordar un poema que define a Carlos Miguel como el Poeta de Asunción, al mismo tiempo que revelar al hombre identificado con los problemas de su tiempo y las aspiraciones concretas de su pueblo.

 

            CERRO TACUMBÚ

 

Cerro de Asunción.

Cerro comunero,

Cerro de la calle Colón

Y del Barrio Obrero.

Veo llover tus lágrimas

Y oigo tu ¡ay!

Sobre el río Paraguay,

La arteria patria que al pasar te arrulla,

En noches morenas

O bajo luces rubias.

Y tu hermano mayor, completo y alto,

El Lambaré robusto,

Encanto de turistas,

A quien cantó un artista

Como Ortiz Guerrero,

Llora también tu suerte,

En un lamento fuerte.

Y corren su queja, su llanto y su protesta,

Sus millares de flores de lapacho,

Las que lo tornan ante pupilas pasajeras

Un gigantesco bouquet de primaveras.

Destruyeron la flora que cubrió tu cuerpo

De piedra paraguaya

Y te dejaron mutilado,

Para hacer de tu hueso y de tu carne

Inútil empedrado.

Inútil empedrado cuando venga el asfalto

O el pavimento color ceniza,

El color que tu muerte simboliza.

 

Y el empedrado avanza,

Envenenada lanza

Contra el hogar del pobre

Que venderá su tierra

Y vivirá en la selva,

Mientras un empresario con corazón de tosca

Quedará en sus dominios.

 

Piedras del empedrado:

¡Saltad de nuestras calles!

Y en nombre de los pobres,

Id a romper la frente

De aquel que se enriquece

Con el dolor de la patria

Y con el alma inclemente.

 

Cerro Tacumbú:

¡Mata a los que te mataron!

A los que destruyeron

Tu material y artística grandeza,

A los que no quisieron

Que fueras de Asunción,

La luminaria

De causas libertarias;

El inmortal adorno y fortaleza.

 

            La recordada revista YSYRY, por su parte, le había dado el título de POETA DE LA UNIDAD NACIONAL. Antes que nada quería ver él a todos los hijos de la Nación, comprendiéndose, tolerándose y respetándose como corresponde a seres civilizados. Estaba profundamente convencido que el pluralismo es el mejor sistema de convivencia. Que nadie tema de las discusiones sobre los graves problemas nacionales, afirmaba rotundamente Carlos Miguel Jiménez. Que se protagonicen edificantes debates políticos, para forjar definitivamente esta patria "libre como el viento, sin miedo a metrallas". Decía que "la libertad no podrá ser real sin sus dos instrumentos reguladores y equilibrantes: la autoridad y la ley. Pero no una autoridad ilegítima, ni ley injusta, para que no entre en función, por parte de los gobernados, la libertad de morir de hambre, y por el lado de los gobernantes, la libertad de matar a los hambrientos".

            Recurrimos a un material que preparamos conjuntamente con el cantautor Catalino Alvarez, en ocasión de ofrecer éste un recital de Homenaje a Carlos Miguel Jiménez. Hizo de la pluma un arma para defender la justicia y la libertad, decíamos entonces. Sus artículos periodísticos concitaban el respeto y la adhesión de los demócratas identificados con las aspiraciones nacionales y populares, y también la atención y la preocupación de los que apostaban por la discordia y la desunión de los paraguayos, aun cuando éstos se encontrasen en las mismas filas partidarias en que militaba. Así, a los 17 años es confinado en la tristemente célebre prisión de Isla Margarita, en calidad de prisionero político, en donde muy pronto se ganó la simpatía y el respeto de sus compañeros de prisión, a quienes enseñaba castellano y cautivaba con sus poemas plenos de ternura, patriotismo y esperanza. Es en esa remota prisión política que, como consecuencia de las condiciones de vida, Carlos Miguel Jiménez empezó a sentir los primeros síntomas que lo conducirían a la ceguera física.

            En la preguerra con la hermana República de Bolivia se solidarizaba con los "comités antiguerreros", organizaciones populares que se oponían al enfrentamiento entre pueblos hermanos, lo cual le significó la persecución y posteriormente el destierro a la Argentina. Pero la guerra se vino y su tempestad de metralla cegó vidas y mutiló esperanzas en trágicas proporciones. Sin embargo, es posible que Carlos Miguel, como Ortiz Guerrero, haya comprendido que tan tremenda experiencia de miedo, hambre y sed, de soledad y nostalgia, de ese enfrentamiento diario con la muerte, iba a constituir un salto de calidad en la cosmovisión popular. Los excombatientes podían volver con el ansia y la fuerza para transformar la vida, como efectivamente ocurrió, aunque por desgracia frustrada en su continuidad...

            Concluida la guerra, nos enternecía con un poema que reflejaba el dolor de las madres, que en definitiva siempre son las primeras y las últimas víctimas de la guerra. He aquí el poema:

 

            NUESTRA DOLOROSA

 

Allá en el glorioso Chaco paraguayo,

Al morir la tarde, suele aparecer

Al pie de una rústica cruz de quebracho

Una enlutada, pálida mujer.

 

Es ella la nueva Dolorosa Madre

Que vela el madero del hijo varón.

Y besa la tierra cubierta de sangre

Sobre sus cenizas en un cañadón.

 

Y lanza ante el mundo un grito cristiano,

Allí de rodillas, sin misa ni altar...

Es contra los hombres que frente al hermano,

Feroces violaron la ley: no matar.

 

En santa locura, con luto de gloria,

Ruega por el alma del nuevo león.

Y en verbo cristiano condena la historia

Que en vez del arado escribe el cañón.

 

La patria le ofrece laurel y medalla,

Página de bronce, cinta tricolor...

Mas, ya para siempre robó la metralla

La vida del fruto carnal de su amor.

 

Ya no quiere nunca volver a su rancho

Aquella enlutada pálida mujer.

Ama en su locura la cruz de quebracho

Y llora en el Chaco cada amanecer.

 

            1946. Un acontecimiento singular sacudió la modorra en que, en cierto modo, sumió la dictadura del General Higinio Morínigo el alma de nuestro pueblo. La oficialidad joven del Ejército y las mayorías populares protagonizaron una apertura democrática en nuestro país. Un viento de esperanza recorrió nuestros valles y pueblos. La energía contenida del ansia de una vida nueva, soltó amarras y el país vivió una positiva exaltación política. Carlos Miguel Jiménez, poeta de su pueblo, comprometido con la suerte de sus compatriotas, se lanza a la arena de la lucha, concitando naturalmente el apoyo de las clases humildes y de los demócratas todos y, también naturalmente, el odio de quienes no compartían o no confiaban en la fuerza de sus ideas. Una solitaria calle de Asunción fue escenario del atraco del que éstos le hicieron víctima. Las órganos de comunicación dieron amplia difusión al hecho y quienes desde la sombra estrategaban la antidemocracia, lanzaron la bola infectada de que Carlitos había sido objeto de agresión por parte de los comunistas y otras fuerzas democráticas con quienes precisamente Carlos Miguel compartía el esfuerzo de encaminar el país hacia sendas más venturosas. Años más tarde, Carlitos me diría que, gravemente lesionado por los Guiones Rojos en aquella ocasión se había iniciado el proceso de su definitiva ceguera física.

            En 1947, cuando la patria se desangraba en una guerra civil., se opuso enérgicamente; desesperadamente al enfrentamiento entre hermanos. Y en 1948, cuando la hoguera del odio consumía a la familia paraguaya, escribe y publica POR UNA PACIFISTA DEMOCRACIA EN FLOR:

 

Madre en sacrificio, patria paraguaya, la madre enlutada,

La patria está triste porque entre sus hijos ha muerto el amor;

La armonía en quiebra, la hermandad es mito, la paz destrozada,

Los charcos de sangre alfombran la sombra de su tricolor.

Perfumes de muerte inundan las sendas del huerto nativo,

Ceguera de hermanos trocó por el odio la fraternidad.

Bajo extraños cielos van las caravanas de los fugitivos,

Sin que esté muy cerca el día dé abrazo, la nueva unidad.

En vez del arado escribe esta historia la ametralladora,

El rencor ingrato, la pasión enferma que siembra el dolor.

La madre olvidada, la patria sufriente, la madre que llora,

Ruega a Dios le brinde una pacifista democracia en flor.

Abramos las puertas de los corazones a nuestros hermanos.

No es ojo por ojo, ni diente por diente nuestra salvación.

La fe no se mata, marchemos con gajos de oliva en las manos

La patria, la madre no quiere que a un hijo devore el cañón.

 

            Hambre y sed. Nostalgia y Soledad. Tal vez rencor, amargura... y hasta odio. Todo cupo en la copa que Carlos Miguel Jiménez bebió hasta la última gota. Pero aun así, pervivía en su corazón un cúmulo de sentimientos notables y profundos. Era su mayor riqueza, su altruismo, su honestidad acrisolada, su apasionado amor por la patria y al hombre de su tierra, su hermano, a quien vinculaba siempre con un porvenir de paz y de trabajo fecundo. Profesaba hondo orgullo por estos sentimientos y jamás permitió que nada ni nadie los corrompiera en él. Prefirió vivir en la extrema pobreza, con la única protección de su cayado de ciego, antes que torcer sus principios, vender su conciencia, manchar su orgullo, dejar que una gota de lodo trastornase los latidos de su puro corazón. Cuentan que en una ocasión, un alto jerarca del régimen estronista, ministro, con ínfulas de escritor y dramaturgo, le hizo llamar un día a su despacho y teniéndolo ante sí, le dijo: "Bueno, Carlos Miguel, embyaty mbyaty la nde poesía kuéra... Ñanohéta ndéve la nde libro". A lo que el poeta nacional don Carlos Miguel Jiménez alzando su bastón de ciego, como un símbolo de orgullo, honestidad y fuerza, respondió: "No acepto prebenda de usurpadores", dejando helado de incredulidad, herido en su soberbia y autosuficiencia, clavado en su poltrona ministerial a... Ezequiel González Alsina.

            Carlitos derretía en cambio su altivez ante el pueblo humilde, en cuyas penas y amores, halló el motivo de sus mejores poemas. Al trabajador anunció "el mundo futuro de la libertad"; en la campiña verde y taciturna vio, sin embargo, a "la muchachita que despierta a los rayos del lucero", como un símbolo de futuro, fresco y luminoso. A los intelectuales de su tiempo, de este tiempo nuestro, inquieto y grávido, instaba a asumir su responsabilidad de ciudadano y hombre.

            Pero fue Carlos Miguel, fundamentalmente, un fanático defensor de la cultura popular. Contribuyó con su enorme talento a enriquecer el cancionero guaraní... y los jóvenes jerarquizaron sus serenatas y las muchachas redoblaron sus suspiros. Fundó, con otros escritores y poetas, la Asociación de Escritores Guaraníes y desde ese reducto organizó la lucha por la defensa y dignificación de nuestra lengua avá.

            Tal vez como todos los grandes -o como algunos grandes- después de vivir en permanente dación de espíritu y talento, murió solo, abandonado casi de todos, olvidado de los que ayer no más decían ser sus amigos, incluso de aquellos que se prestigiaron musicando sus versos o cantándolos para deleite y emoción de multitudes. Ciego, mendicante, alcohólico, caía en una callé de Asunción, ante la curiosidad de viandantes, muchos de los cuales ni siquiera lo conocían, en un segundo crepuscular, del día sábado 29 de agosto de 1970... ¡a la edad de 56 años! Como para imprecar al cielo y lanzar escupitajos a los fuegos del infierno. ¡Qué vida joven pierde el mundo!, diríamos parafraseando a alguien. Aquel que tanto soñó, a trazos de existencia signada por la angustia y el dolor sorbidos gota a gota, y que llamó a las piedras para que saltasen del empedrado a golpear la frente de los explotadores; que denunció que "caravanas de fugitivos" iban "bajo extraños cielos", porque en su tierra "escriben la historia" "los charcos de sangre" que "alfombran la sombra de su tricolor"; que cantó a la patria soñada "sin cadenas nativas o extrañas"... se abrazaba por fin al sueño del que no se vuelve.

            Ya los mojones del tiempo marcan dos décadas que Carlos Miguel Jiménez declinará su estro y extendiera las alas para partir rumbo a la eternidad. Sin embargo, su nombre quedó, junto con sus versos inmortales en los pentagramas trazados por Agustín Barboza, Emilio Bobadilla Cáceres -ave canora que ya también emprendió el vuelo tras su hermano del alma-Agustín Larramendia, Julián Alarcón y muchos otros que tuvieron el privilegio de ser su compañero en el trabajo creador.

            El pueblo paraguayo, nuestro pueblo, que ha recogido su mensaje y se ha proclamado su heredero, jamás dejará de cantar, hasta que su sueño se haga realidad.

 

            Asunción, 1990.

 

 

 

POEMAS EN CASTELLANO

 

            LA VENUS COBRIZA

 

La venus cobriza que América tiene,

Exhibe su pecho sin miedo a la luz.

Y hasta las palomas codician su seno

De regia y humana montez pykasu.

 

Cacique guerrero y artista, su padre,

Dejóle un legado de triple valor:

Su sangre, su idioma, sus puros cantares,

Fusión de coraje, dulzura y amor.

 

Rodean agrestes flores guaraníes

Su mansión de pieles de jaguarete.

Canta tristemente, mas también sonríe,

Es princesa y tiene voz de eirete.

 

Le puso en sus ojos misterio y negrura

De noches profundas el mismo Tupã.

Y para pulsarla, en la verde espesura,

El genio del arte le dio mbaraka.

 

Cielo paraguayo cobija su cuna,

Su llanto nocturno copió Urutaú.

Su templo es el bosque; su diosa, la luna;

Su gala es plumaje de garza y ñandú.

 

Tiene la guarania corazón sensible,

Silueta aborigen y talle gentil.

La palmera envidia el cuerpo flexible

De la maga virgen del mejor pensil.

 

 

            LAS HIJAS DEL PUEBLO

 

Las hijas del pueblo desfilan por Palma,

Estrella y Oliva,

Tres calles que nombran joyas del escudo

cual gorro y león;

Doblan en Catorce de Mayo las filas

de damas nativas,

Con sus luminarias de patrios colores

rumbo al callejón.

 

Cual símbolo y carne de sus mil penurias

va la burrerita,

Virgen del trabajo, en la libertaria

procesión civil.

Y de la justicia riegan sus sudores

las rosas marchitas,

Que antaño regaron los héroes con roja

sangre guaraní.

 

Son madres y hermanas de los mutilados

y todos los tristes,

Con el de la inmensa prisión de esmeralda,

mensú del yerbal,

Legión que al salvaje credo anti-mayo

le reta y resiste,

De Juana de Lara y Las Residentas

al pie del altar.

 

Y piden en coro que al pueblo ilumine

el astro de Mayo,

Que el asta no rompan de su bello sacro

gorro de rubí;

Que el sol de los libres impere en un limpio

cielo paraguayo,

Y que el bien querido tricolor sea santo

de un pueblo feliz!

 

            EN Ml PRISIÓN DE ESMERALDA

 

Sobre mi voz inmensa lluvia,

Lágrimas mil, sangre y sudor,

Caen como miel silvestre y rubia,

Baña el cantar de mi dolor.

 

Quiero sentir la caricia,

Con su redentora luz,

De un nuevo sol de justicia

Y no llevar esta cruz.

 

Soy el mensú que a los yerbales

Mi juventud en vano doy,

Entre marañas infernales

Hacia un calvario verde voy.

 

Encallecida mi espalda

Del bosque en el corazón,

En mi prisión de esmeralda

Quiero tener salvación.

 

            FLORECITA DE MI CIELO

 

La tierra es por ti jardín celestial

donde una flor

Nació para ser estrella a la vez

que perfume y luz,

De luz virginal, que da a tu niñez

porque un amor

Me hace soñar que alumbra esa flor

y que eres tú.

 

Lo humano también divino es por ti,

mi paraguayita,

Virgen terrenal que enciendes en mí

llamas de ilusión

De dulce ilusión, que con su candor

al arrullo incita

Y te hace reinar en el cielo azul

de mi corazón.

 

Más pura y floral, más bella ante mí,

más angelical,

Te hallo al sentir la tierna emoción

de tu voz de miel,

De miel guaraní que dio nuestra gran

selva musical

E hizo nacer, febril para ti, mi cariño fiel.

 

Por eso eres tú mi estrella, mi flor

y también mi alondra,

Das al titilar aroma sutil con trinos de amor,

De inocente amor que conmigo irá cual

mi propia sombra,

Porque hasta morir cantaré a la luz

de mi eterna flor.

 

            ÁNGEL DE LA SIERRA

 

Es un ángel de la sierra la mujer cordillerana,

Aunque viva entre las piedras tiene blando el corazón.

Y su voz muy paraguaya es la música serrana,

De sabor apasionante que contagia al diapasón.

 

Es espíritu encarnado de los cerros guaraníes,

Heroína laboriosa de belleza natural;

Cual su pájaro campana habla, reza, llora y ríe

Al cantar su melodía de misterio montaraz.

 

Hija excelsa de mi patria, tan pequeña como grande,

Descendiente de Guarania, Residenta y Karaí.

Hoy sus águilas no envidian ya ni el Cóndor de los Andes.

Y en el monte ella es la santa de mi culto guaraní.

 

Paraguaya de la sierra, tu pureza yo celebro,

Cual tu templo dé esmeralda de imponente majestad.

Orográfica doncella, virgen blanca de ojos negros,

Entre cumbres representas a la diosa Libertad.

 

            MUCHACHITA CAMPESINA

 

Muchachita que despiertas en la patria del labriego

A los rayos del lucero y a los trinos del zorzal.

A tus labios y mejillas dio sus rosas el Oriente

Y su hechizo un sol naciente de hermosura natural.

 

Muchachita de ojos negros y trenzada cabellera,

Trae la brisa mañanera en sus alas para ti,

Cuando alegre te levantas en la bella madrugada,

La caricia perfumada de la selva guaraní.

 

Tienes tú dos estrellitas que en mi cielo parpadean.

¡Oh, dos fuentes que bordean tus pestañas de amambay!

Sin embargo, eres humilde como rústica violeta

Que se oculta en la floresta de mi dulce Paraguay.

 

Tú convives con las flores, con el aire, con las aves.

Y del manso arroyo sabes cómo es linda la canción.

Santuario es tu ranchito, dentro tú, la virgen pura

Con que allí adornó Natura el solar de mi Nación.

 

Tu boquita es por su forma, su color y su dulzura

La mejor fruta madura del mejor jugo de amor.

Y tu pecho de paloma guarda el más grande tesoro,

Vale más que el mismo oro tu cariño y tu candor.

 

Mi sencilla reina agreste de luciente piel morena,

De otro cutis la asucena no despierta tu ambición.

Y descalza eres modelo de belleza femenina

Que salvó tu campesina paraguaya tradición.

 

 

POEMAS EN GUARANI

 

 

ÑANDE COROCHIRE

 

Ca'aguy ñe'ãgui eirete oguerúva iyajhy'ocuápe,

Omoirũpotavo purajhei asýpe cuarajhy reike...

Jha pytãjhuguy co'ẽyú oyoguáva cu guyra tatápe,

Omomaiteĩyvága potýpe cu corochire.

 

Clavel moroti peteĩipepo ári

Mombyryetégui jha'e ogueru.

Jha'e ambué ipepomi ári

Mburucuya ipotycuru.

 

Paraguái yvýpe oyejhaitypóva guarani porãgui,

Jhe'ẽmbochyvéva ñane avañe'ẽicha ine'ẽryru.

Ca'aguy jhovýpe yajhe'o ovevérõmensu mbaracágui,

Corochire ágãche retãyvytúre ndoveve roryi.

 

Cu mborayhúgui iyi'ujhéiva,

Mitarusu guata pyjhare,

Cuñatáĩme opurajhéiva

Jha'e aveícu corochire.

 

 

 

            NDE PYTI'A POTY

 

Mitacuñami áva apopẽpynandi reicóva,

Yasy kypy'y rova moroti, che reindy saũ,

Che resa renoi ne pyti'amíre oyejhaitypóva .

Mbo'y jhũra'ỹi, cunu'u rupa: peteĩñuaũ!

 

Oñangareco pe paye ycua ne ñe'ãrokẽre.

Jhi'ánte aipichy upe nde rete yaguaca Jhũmí;

Po marangatúpe, vevui asyete, mborayjhu pavẽre,

Jha...che ro'yrõ: ne ñuaũporãreíco reñomi!

 

Oyeykecomĩvo jhesete jhicuai omoirũmantéva

Mymbami kirỹi oyoyavegua, mocõi pycasu!

Asu jha acatúa guio pe ne ñuaũojhavi'uséva,

Tẽra umi ipepópe ipiro'yrãvevuimi oipeyu.

 

Sapy'areí peteĩpanambi jha'eño catúva,

Pe nde pyti'a mbyte ñuaũre icatu ogueyy.

Jha'e mbojhupa nde rupytységui oveve pucúva,

Che ágãoryrýiva jha ojhetũséva nde pire poty.

 

 

            TYVYTA YASY PYAJHU

 

Che ñe'ãyvágape roguerecóva mbyya ñemóirõ

Jha rojhavi'úva che ñe'ẽyvotýpe, co'ẽyú ryke.

Ñasaindy resápe che rembe ipotýva nde réra ajheñóirõ,

Aipe'apaitévo pyjhare jhovýpe che ágãrokẽ.

 

Embopiro'ýna nde pep o yvytúpe che recovemĩme,

Rejhechacuaárõche rapýva jhina mborayjhu rata,

Yvate overávo yasy oyoguáva cuña morotĩme,

Eyumi eipe'ávo che py'a ruguágui kerasy rupa.

 

Nde yurupytéicha purajhei kyrỹime amongaraíta

Ajha'arõitéva che rape pajhápe ne ma'ẽjhypy.

Ayajhusetégui jhataindy jhovýpe ndéve añesũmĩta,

Nde pype ajhechágui che recove yára tyvyta yasy.

 

Ani remyasẽtei ne ro'yrõñañáme ñe'ẽyvoty yára,

Reyu jha ovevéne che angata maymárõmomboyry oho,

Jha yvoty okýne ñande guarajháipi, che moirũhá ára,

Nerejhenduséirõiro nde apysápe tyre'ỹajhõ.

 

 

            CHE YVOTY MOMBYRY

 

Che angapýgui aipo'o

Co'ãmborayjhu poty

Jha péina yvytu pepo

Nde ári ojhomíva oity.

Jhypy jha ipy'ỹivé,

Jheta che ajhõñemi

Jhendive cuéra oveve

Ojho ne myangecoimi.

 

Nde rerami omboyegua,

Ndé Sofia, che ñe'ẽ,

Jha'eñónte omojhe'ẽ

Che purajhei poriajhu.

Agãoime che mborayjhu

Ichupe omongaraí,

Che cuairũre ojhaí,

Mandu'a ombopyajhu.

 

Ne corasõrovetã

Jhe'i jhaguãicha neí,

Ani remboty jhatã;

Jazmin ryacuãvu reí

Mitacuña paraguai

Reco marangatumi,

Che recove oicarãi

Ne pore'ỹkirirĩ.

 

 

 

 

CARLOS MIGUEL JIMÉNEZ 

EN LA PLUMA DE SUS CONTEMPORANEOS

 

 

            "NO SABÍA HERIR NI CON UN PÉTALO DE FLOR..."

 

            Por JOSÉ D. PORTILLO

 

            Poeta, escritor y glosista de rara fecundidad y de resonante fama. Nació en Pilar un 5 de julio bañado de hermoso y claro sol tropical. Como don inapreciable de las Musas trajo en la diestra una invisible arpa de oro, al dirigir sus primeros pasos por los caminos de la vida.

            Estudió con aprovechamiento notable bajo la dirección del gramático paraguayo Don Delfín Chamorro y otros consagrados maestros que fueron moldeadores de su sólida y maciza capacidad intelectual.

            Otrora fue periodista batallador y valiente. Sus artículos envueltos en la llama de la indignación patriótica taladraban la frente de los déspotas.

            No aceptó prebendas de nadie. Sirvió, siempre con desinterés, al pueblo y llegó también a conocer los días prolongados y nostálgicos del proscripto.

            Dilata su campo de creaciones, recibiendo el aplauso de sus compatriotas y el Profesor chileno Don Alonso de María lo consagra "el primer exponente de la generación lírica del Paraguay".

            Sus inspiraciones poéticas fulgen con el "brillo fugaz de un meteoro" y canta las glorias nacionales con el orgullo del paraguayo bien nacido.

            El pulido vaso de cristal de su ardiente corazón no anida rencor alguno, ni ha salpicado las turbias aguas del egoísmo.

            De sus labios surge como una "mansa surgente" la sonrisa amplia y acogedora para todos sus hermanos.

            No sabe herir "ni con un pétalo de flor" a la "Hija excelsa de la patria", pero sabe pintar con destellos rubendarianos su belleza incomparable, su tradición autoctonista, su viacrucis doloroso y sus mañanas lucientes de esperanzas infinitas.

            La conciencia de Carlos Miguel Jiménez es insobornable. Jamás le deslumbró el oro del poderoso.

            Creemos que en la actualidad es el único que comparte con Emiliano R. Fernández la mayor cantidad de grabaciones en disco, pese a que no van muchos años de haber surgido en el firmamento poético. Una prueba más de su asombrosa fecundidad mental.

            La Revista YSYRY, manantial inagotable del cancionero nativo, se honra en difundir su reciente y admirable producción patriótica "Por una pacifista democracia en flor", que es la exclamación de ¡basta! a todos los desaciertos ocurridos en tierra paraguaya y el preludio de un amanecer de gloria para esta Patria sufrida que espera de todos sus buenos hijos trabajar por su grandeza y bienestar y no por su aniquilamiento y destrucción.

 

            Asunción, Mayo de 1948.

 

 

 

            EL ACIAGO DESTINO DEL POETA

 

            Por ANTONIO PECCI

 

            Un día lo vi parado en la vereda, en una calle cualquiera de esas enjazminadas, que él con pluma maestra había cantado. Parado es una manera de decir. Temblequeaba apoyado en su bastón, "hueso y piel doblando hacia la tierra", como lo describe Roa a su Macario, sin coro de chicos que le grite, pero seguido de un perro callejero, vagando en el sopor de la siesta. Así lo he visto a Carlos Miguel Jiménez. "Es ése", me decía un amigo. Imposible de creer, pensé que se trataba de una equivocación. Alguien que había creado versos tan hermosos como los de "Alma Vibrante" o "Ángel de la Sierra" no podía estar así desharrapado, vestido con una ropa que hacía años había dejado de ser presentable, con el aspecto de un mendigo cuyas canas se respetan.

            Era ese el creador de páginas memorables como "Flor de Pilar" o de "Mi Patria Soñada", el inspirador con Flores, Pérez Cardozo y Francisco Alvarenga, de todo un movimiento en favor de la música paraguaya en pleno Buenos Aires.

            Resultaba difícil acreditar que ese ser sumido en la marginalidad total, hubiera podido impulsar a artistas tan ponderables como los Hermanos Cáceres, Agustín Barbosa, los Hermanos Larramendia y tantos otros a quienes ilustraba en largas clases, en su voluntario exilio bonaerense, sobre la historia y la identidad de la música nacional. Aquel a quien el maestro Flores confiaría el pedido de traducción de los versos de "Nde Ratypykua" de su colega y amigo Félix Fernández. El deseo de Flores era grabarlo en castellano para facilitar su difusión internacional, y quién si no el pulcro poeta pilarense era el más indicado para "llevar con la mayor fidelidad al castellano todo el contenido, el panorama, el paisaje y la dulzura de dicha obra poética".

            Y sin embargo, no cabe duda, es él. Deambulando por las calles de Asunción, arrimándose a las oficinas de APA, donde con burocrática indiferencia le niegan el pago de sus derechos. Como a tantos autores.

            Su vida ha sido pródiga en acontecimientos, su vejez no lo será tanto.

            Desde muy joven ha pulsado la lira en su natal pilar. Pronto se traslada a la Capital, donde comparte la bohemia junto a otros jóvenes músicos. Luego será la Guerra del Chaco y un poco después el anhelado viaje a la capital porteña, donde se reunirá con los grandes de la música que deleitan a la próspera burguesía argentina, con los sones nativos. Allí palpará de cerca el nacimiento de todo un movimiento musical latinoamericano de raíz telúrica, encabezado entre otros por don Atahualpa Yupanqui.

            Se afanará con pasión en la producción de nuevas páginas poéticas y participará en la producción de memorables discos, registrándose su voz en "Che lucero Aguai'y", donde explica el proceso de rescate de esta hermosa composición del siglo pasado, de la autoría del vate popular Juan Manuel Avalos, apodado "Kangue Herrero".

            El fin de la Segunda Guerra Mundial, el ascenso de Perón al poder, los rápidos cambios políticos en el Paraguay, la muerte de Agustín Barrios, son hechos que se suceden con creciente velocidad. A la muerte del guitarrista sanjuanino escribe una página poco conocida, "La guitarra Barrios", en que dice: "Ahora ya no la pulsa su romántico dueño/ que en el último puerto ancló con su bandera/. Y llora en su silencio que su amante muera/ allá por el lejano jardín salvadoreño".

            En los años 50 se instalará nuevamente en Asunción. Su salud declina. Su pluma también. El destino aciago que pesa sobre tantos artistas lo acompaña. Se lo ve solo en bares y fondines de Barrio Obrero, donde habita en un pequeño rancho de adobe.

            Olvidado de todos, muere en los años 70, ante la indiferencia de muchos de su colegas y la inacción oficial.

            Muere pobre, sin dejar bienes, mientras sus canciones recorren el mundo y nuevas generaciones lo redescubren con singular devoción.

 

 

 

INDICE

 

PROLOGO, de Gilberto Ramírez Santacruz

 

CARLOS MIGUEL JIMENEZ

SEÑOR DE FLORECIDAS PALABRAS

 

POEMAS EN CASTELLANO:

La Venus Cobriza

Las Hijas del Pueblo

En mi prisión de esmeralda

Florecita de mi cielo

Ángel de la sierra

Muchachita Campesina

Herencia de Tribu

Palomita de mi valle

A mi rosa dormida

Kurupa'yty

Golondrina Fugitiva

Mi hoguera ante tu nieve

Aurora

Virgen del arroyo

Mi patria soñada

Paloma de Asunción

Alma vibrante

Mi serenata arribeña

Mi estrellita blanca

La Guarania

La Virgen del cerro azul

Flor de Pilar

Despierta María Esther

La nueva corona

Capital guaraní

Penumbra

Virgen y Flor

Jasy Jatere

Yo soy solo para ti

Nanawa

 

POEMAS EN GUARANI:

Ñande Corochiré

Nde pyti'a poty

Tyvyta yasy pyajhu   

Co'ẽpotyyú

Ne mba'eramínte

Che yvoty mombyry

Che symi marangatúpe

Tetãrayhú taipoty

Ocaraygua aca sa'yyú

Che ruguy rapo guive

Ocaraygua mborayjhu

 

CARLOS MIGUEL JIMENEZ EN LA PLUMA DE SUS CONTEMPORANEOS:

No sabía herir ni con un pétalo de flor - Por José D. Portillo

¡Qué claridad en sus versos! - Por Antonio Zuchini Rojas

Sobre su tumba jamás cabrá la mentira - Por Basilides Brítez Fariña

Ética y estética de un poeta democrático - Por Rudi Torga

El aciago destino de un poeta - Por Antonio Pecci.

 

 

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