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MANUEL DOMÍNGUEZ (+)
  EL PARAGUAY - Conferencia del doctor MANUEL DOMÍNGUEZ


EL PARAGUAY - Conferencia del doctor MANUEL DOMÍNGUEZ

EL PARAGUAY

Conferencia pronunciada

por el doctor MANUEL DOMÍNGUEZ

Círculo de la Prensa de Buenos Aires

 

Se dice y se repite que el Paraguay es un país pequeño, hablando geográficamente. Todo depende de la unidad de la medida. No es pequeño un país que es casi tan grande como la Francia continental y donde no hay una pulgada de tierra que no sea pro­digiosamente fértil.

Cuenta casi con un millón de habitantes, pu­diendo contener su territorio 60 millones.

Pero dejando generalidades, voy, rectilíneo, a los datos concretos que quiero hacer valer. Son cifras de la estadistica comparada, las siguientes:

Hay en Alemania 146 idiotas por cada diez mil, habitantes; en Inglaterra 129; en los Estados Unidos 153; en el Paraguay ese porcentaje sólo alcanza a 9.

Es caso único. Ningún país ofrece cifra tan mínima.

Y lo propio sucede con otras afecciones orgáni­cas. Así, en España hay 148 ciegos por cada cien mil; en el Paraguay, donde el uso del anteojo es menos frecuente que en otras partes, apenas los ciegos lle­gan a 44. El porcentaje de sordomudos en Suiza sube a 245; en el Paraguay no excede de 39.

Otro dato es el relativo a la tragedia ineluctable. El promedio anual de defunciones por cada mil habitantes es 22 (y una fracción) en casi todos los países; en el Paraguay ese promedio oscila entre 15 y 16. La probabilidad de la vida resulta allí mayor que en otras partes y así las cifras vienen a confirmar el aserto categórico de Azara: El Paraguay es el país más sano del mundo.

Y abreviándolo todo, voy a otras cifras intere­santes. En España había 48.000 penados por cada mi­llón de habitantes, en 1885, y en Francia, por tiempo en que empezaba nuestra guerra, 13.000; en el Para­guay apenas 67 en el, casi millón de habitantes con, que contaba. Es cosa jamás leída en tratados de esta­dística, pero se tenía ya su impresión general. De­mersay, asombrado, había dicho antes, que en el Pa­raguay los crímenes eran casi desconocidos. La misma impresión se lee en Bonpland dirigiéndose a Hum­boldt. Bermejo y Amerdan repitieron lo propio. Wisner computó cifras constantes en papeles oficiales y llegó a la suma apuntada, 67, y cincuenta años des­pués de Demersay, el Coronel Centurión decía, sus­pirando, que el Paraguay era el pueblo más virtuoso del mundo. Y ahora mismo apenas si tenemos 600 detenidos, casi todos por causas correccionales.En relación, el Paraguay es el país donde hay mayor nú­mero de hombres de bien. La bondad del pueblo se transparenta también en el trato que daba a los es­clavos, otro asombro de Azara, Rengger, Demersay, y en su hospitalidad gentil, sin igual en el se­gún todos los testimonios: El Paraguay era el único país americano que concedía pensiones a los emigrados políticos que, perseguidos en su patria, se refu­giaban en él.

Y los fenómenos sociales indicados, escasez de afecciones orgánicas congénitas, promedio favorable de la vida, han de tener sus causas, y creo encontrar­las en condiciones geográficas, meteorológicas, telú­ricas. El buen sentido está diciendo que fenómenos sociales tan extraordinarios han de estar en alguna relación con fenómenos físicos también extraordina­rios, entre los cuales anoto los que indico sin tardanza.

La altura del Paraguay sobre el nivel del mar varía de 80 a 500 metros, una de las más adecuadas para el desarrollo integral de la economía fisiológica y psíquica. Cuerpo y espíritu ganan en fuerza a esa altura (Antro-Geografía de Ratzel). Generalmente pasan inadvertidas estas cosas.

Estudios modernos, además, dan en concluir que acaso en ninguna otra región haya tanto hierro, man­ganeso y arsénico esparcidos en el suelo y disueltos en agua como en el Paraguay, y esos minerales, asi­milados con los alimentos, incluso el agua, mantienen el equilibrio celular que dice un científico francés, defendiendo el organismo contra enfermedades y fa­tigas.

Y el Dr. Bertoni, que estudia nuestra raza y nuestro medio desde hace 25 años, duda que haya otro país donde la, atmósfera sea tan pura y tan trans­parente como en el Paraguay, y se sospecha entonces que el fuego de nuestro sol, aparte de su poder bac­tericida y terapéutico, ha de ejercer su fuerza actí­nica con más eficacia que en otras partes sobre el to­rrente de la sangre y, probablemente, sobre el torren­te de las ideas. Es seguramente otra de las causas del natural despejo de todo paraguayo. Luz es vida y también función cerebral, inteligencia. Si el carbón de piedra retiene y atesora fuerza solar en sus mo­léculas inertes, ¿por qué el cerebro, espejo vivo y má­gico del mundo, no ha de llevar también sol acumu­lado entre sus células, luz de ideas, el sol más o me­nos radiante de la patria?

¿Y las lluvias? En Asunción 1.500 milímetros por año, cifra que va creciendo hasta exceder de 2.000 en el Alto Paraná. Nunca he podido sacarme de la cabeza la intrépida afirmación de Novicow; ¡si el pluviómetro no marcara 1.000 milímetros en Inglaterra, otra sería la historia de Gran Bretaña! En el Paraguay, además, el drosómetro enseña que por cada metro cuadrado caen por año, 200 a 240 milí­metros de rocío, equivalentes al 10 por ciento de las lluvias, otro caso extraño, único en el mundo, el 95 por ciento de las lluvias vaya acompañado de descar­gas eléctricas. Es el país donde más truena y relam­paguea, y ello hizo decir chic el Paraguay es la re­gión más electrizada de la tierra. ¿Y quien no sabedesde las experiencias de Hedsman que la electricidad desarrolla la arquitectura orgánica; el esqueleto, armazón de la fuerza y la belleza? ¿Las corrientes electricasno son medios curativos? Tanto ozono, oxígeno concentrado, después de cada descarga eléctrica vigoriza el organismo. Estoy por creer que la electricidad de cada zona geográfica, tiene mucho que ver con labravura de sus habitantes, con su ímpetu, con la rapidezdel pensamiento. En el Paraguay, aparte de lo expuesto, no hay temblores de tierra, ciclones ni hu­racanes. El pampero llega allí, dice el Dr. Bertoni, en forma de brisa suave.

Pero los fenómenos arriba indicados no dicen, o dicen relación muy lejana, con la bondad de la raza o sea con la ausencia casi completa de criminales. Es difícil consentir que la moral humana dependa direc­tamente del hierro o del relámpago. Algún sociólogo nos diría que en el Paraguay hay pocos criminales porque la población es poco densa, otro que la causa ha de consistir en la difusión de la enseñanza prima­ria en un país donde no había analfabetos antes de la guerra, o en el factor económico, allí donde la lu­cha por la vida es tan fácil, y seguramente todos ten­drían un poco de razón.

Es verdad que en un país tan fértil la curva de la criminalidad ha de ser necesariamente muy pe­queña, pero la diferencia entre 67 y 13.000 es tan grande, caso tan singular en el mundo, quizá desde que existen agregados humanos, que, sin negar las causas señaladas, cabe completarlas con otra que enuncio en seguida. La índole suave de la raza o sea su bondad congénita pide una explicación en cierto modo estética. Tomando mis precauciones, haré todo lo posible por dejarme entender y por - abriros las perspectivas en que se empeña mi propósito.

Comprimiendo ideas de Goethe, Rambosson, Max Müller, Renan, esparcidas en diferentes libros, sostengo que ciertos instintos y el rumbo de ciertos pensamientos, dicen relación con el ambiente y hasta con el aspecto general de cada zona geográfica. Si el medio contribuye a la belleza física, cosa indudable, ¿por qué no ha de contribuir a la belleza moral?

¡Hay una armonía secreta entre la Naturaleza y el alma! El espíritu se tiñe, en cierto modo, con el color del paisaje, risueño, sombrío o melancólico. Se­ría difícil negar que un cielo siempre luminoso sus­cita percepciones también luminosas, predisponiendo tal vez a la bondad con dar el consentimiento alegre de la vida. Dependemos de los lugares por el espí­ritu, el humor y las pasiones, ya decía La Bruyére, y el gran historiador de la literatura inglesa insinúa que hay regiones privilegiadas donde está como fue­ra de lugar el instinto feroz y sanguinario.

Y una de esas regiones privilegiadas es el Para­guay. Sitios hay allí que parecen hechos para reali­zar los sueños de la mayor felicidad posible.

Con la red innumerable de sus ríos y arroyos cristalinos, es seguramente el país mejor regado del Universo y, en consecuencia, el 70 por ciento de su superficie oriental está revestido de bosques. ¡Los bosques del Paraguay! Aparte de su valor comercial incalculable y de sus plantas providenciales que al­gún día serán el asombro de la botánica médica, en ellos y en el azul infinito de su cielo descansan retina y fantasía. Las pasiones humanas -ambiciones desen­frenadas, odios y rencores taciturnos- se atenúan en aquel Edén. El espíritu agitado, a la larga, por ley de adaptación estética, acaba por calmarse y ajustar­se con la placidez de la selva, "pensativa en su si­lencio, soberana en su recogimiento". Diría -dije­ que la ira humana se adormece entre selvas y coli­nas esbeltas que en sus aves y sus vientos parecen tener voces religiosas. Figuraos aquella impresión es­tética, placidez transmitida y conservada por heren­cia, durante siglos, y tendréis quizá -una de las causas determinantes, más decisiva, de la índole suave de la raza.

Castelar habló de las pintadas selvas del Para­guay, sin haberlas visto, por supuesto. Hay que verlas y descansar en ellas para sentir su atracción hechi­cera y graduar su acción como sedante de las pasio­nes humanas. Artigas, por ironía contra su pasado tempestuoso, se hizo filántropo en el Paraguay, en las serranías eternamente verdes donde vivía. (Falta un libro que se intitule: El color verde y el azul en su relación con la salud y la placidez del espíritu.)

Otro caso típico que recordé en cierta ocasión a los orientales es el de Bonpland. Nuestro cautivo se identificó de tal suerte con el ambiente de las misio­nes, que ya no quiso alejarse de él ni cuando Hum­boldt y su patria le llamaron. El gran botánico había caído en las redes de la selva encantada. El Dr. Fran­cia, misántropo de dudoso gusto, tuvo que echarle por la fuerza. ¡En fin, no creo exagerar nacía con decir que las selvas melódicas de mi patria, con su poder estético indefinible, contribuyen a la bondad de su raza porque envuelven y se apoderan del hombre con caricias de mujer!

Pero si bien el medio explica muchas cosas, sin embargo no explica todas. Por ejemplo en nuestro caso, bondad no excluye bravura en elementos étni­cos, otro tema que en seguida dilucido.

Dos corrientes humanas se encontraron y cruza­ron en el Paraguay: la guaraní y la europea.

De la primera me limito a decir con el Dr. Ber­toni, que ha contribuido para la humanidad con plantas medicinales y de cultivo más que otras razas de Europa. ¿De dónde vino el guaraní, inteligente, observador? No se sabe. Acaso algún continente su­mergido oculte el misterio. Cada raza es como la "Noctiluca Miliaria", que tampoco sabe de dónde viene ni a dónde va, ni por qué brilla un instante fugitivo en el Océano.

Cuanto a la corriente europea, se sabe que con Mendoza y en las expediciones posteriores vinieron al Paraguay sajones de la Alta y Baja Alemania, fla­mencos, ingleses, portugueses, genoveses y españoles de los cuatro ámbitos de la península, desde el anda­

luz hasta el cántabro bravío. Y es de notarse que el Paraguay, al revés de casi todas las otras provincias, no fue poblado por galeotes. Allí se dio cita la más alta nobleza de Europa, atraída por el fascinante nom­bre de Río de la Plata, en una época en que la no­bleza representaba la mayor potencia física y mental. ¡Flor de Raza!

Para dar la sensación de su naturaleza férrea, excepcional, conviene fijarse en lo que hizo cualquie­ra de ellos: sea Nufrio de Chaves.

Sustanciando trabajos anteriores y empeñado en no fatigaros presento velozmente, de un solo rasgo, sus hazañas principales: Natural de Trujillo, herma­no de un confesor de Felipe II, viene con Alvar Nú­ñez, explora Curitiba y cala el territorio hasta llegar a la Asunción.

Pero su destino no era descansar, y en seguida va remontando el río hasta el Puerto de los Reyes. Repite el anterior viaje, explora el N. O., se incluye en el Pilcomayo, que abre paso a sus canoas hasta cerca de Potosí, retrocede y ya se interna por San Fernando, camino del Perú. Desde el Guapay va a Lima con cuatro hombres y de allá emprende el viaje de retorno. ¡De Lima a Asunción, a pie! -dice René Moreno-. Se casa con Elvira de Mendoza, de la pode­rosa familia de los Manríquez de Lara, persigue sin cesar a Abreu hasta vengar en él la muerte de su suegro, se interna de nuevo en el Chaco corriendo 200 leguas desde San Fernando, vuelve, y, centella de la conquista, cae al Este sobre la provincia del Guaira, la somete, la empadrona, vence a los portugueses y, sobre la marcha, funda con otros la Ciudad Real, cerca de la estupenda catarata.

Pero su destino no era descansar. .. y ya está cortando de nuevo el río Paraguay con 23 barqui­chuelos; oye el cuento de Eldorado, y persiguiendo esta pompa irisada, fantasma que siempre le llamaba y huía siempre, llega por segunda vez al Guapay; funda allá la nueva Asunción en recuerdo de la capi­tal de la conquista, a donde volaban las saudades del héroe ¡y otra vez a Lima! Vuelve con el título de Teniente Gobernador, funda Santa Cruz de la Sierra y no tarda en estar en Asunción. Enloquece con sus relatos al vecindario y con media población retorna a su provincia; funda, de paso, una reducción, vence a los chiriguanas en veinte encuentros... y una siesta empezaba a reposar en una hamaca, pero su destino no era descansar... hasta la muerte, porque un ca­cique alevoso le descarga un terrible golpe que hace saltar su cráneo a pedazos.

¡Así acabó Chaves! Sin contar la travesía del Océano, en diez y seis expediciones aquella flecha humana había recorrido 5.600 leguas. No hay explo­radores modernos del África tenebrosa, Stanleys ni Livingstons capaces de repetir aquel esfuerzo sobre­humano... Ni el Nautilus de Julio Verne. Y tanto o más que Chaves corrieron Garay, Irala y sus hues­tes de acero.

Hablando de estas cosas, la otra noche, con un amigo ilustre, convinimos en que la historia de estos países está aún sin escribirse. Sólo tenernos libelos. . .

La conquista está esperando al historiador de sus ha­zañas, a un psicólogo y artista que después del tra­bajo de la crítica que ordena y depura, ejercida a la manera del Dr. Fregeiro, nos ofrezca el punto de vista de la imaginación sobreexcitada de los héroes, amantes del oro y de la gloria, corriendo en pos de sus quimeras, y sepa intuir un estado de espíritu dis­tinto del nuestro, transportándonos al alma de los actores. Pensando en la naturaleza metálica de aque­llos conquistadores y usando una frase sonora de Castelar, escribía que, en honor a la verdad, no sa­bía yo de Argonautas mitológicos, ni de persas que pasaron como una manada de chacales, ni de griegos que pasaron como una bandada de águilas, ni de cuer­dos ni de locos, que hubiesen realizado en el planeta los milagros de energía que realizaron los conquis­tadores formidables del Río de la Plata.

Y preguntaba: ¿Dónde están los Garay, Chaves, Irala y sus soldados incomparables?

Algún poeta nos diría que se encuentran en la estancia luminosa de los héroes, pero nosotros, con más precisión y tal vez con más poesía, diríamos que se encuentran en nosotros mismos, vale decir, en las entrañas de la raza. Y allí están, fisiológicamente, virtualmente.

En efecto, Iralas, descendientes del gran con­quistador, figuran en nuestra política, nuestro foro, nuestras cátedras, y Arias que vienen de Hernanda­rias, llenan Villarrica. El príncipe y Almirante Andrés Doria, que tanto ruido causó en el siglo XVI, está representado en los Dorias de San Pedro. ¿Y pa­ra qué ir tan lejos? El General Garmendia confiesa su abolengo en un Torres de Vera y Aragón y un Ponce de León, colateral remoto del romántico des­cubridor de la Florida, vive en Corrientes, el mismo que en una de nuestras revoluciones se señaló por su arrojo temerario. En nuestro excepcional medio bio­lógico, es increíble la persistencia de la sangre y de los caracteres. Después de siglos, el conquistador está en sus descendientes; su energía imponderable con­tinúa latente esperando la ocasión de manifestarse. "La estructura del botón de un árbol contiene toda la vegetación."

Y así aquellos conquistadores, inmortales en sus descendientes, empujaron con su heroico espíritu los grandes acontecimientos de nuestra historia.

Estarían en su audacia emprendedora en los primeros mestizos que fundaron siete ciudades, desde Santa Cruz de la Sierra hasta Buenos Aires y desde Concepción del Bermejo a la Ciudad Real, siete an­torchas encendidas en los desiertos para iluminar casi medio Continente.

Estarían también en los paraguayos que en 1640 expulsaron a los jesuítas, 117 años antes de que Europa pensara en hacerlo. En aquel tiempo se ne­cesitó en Francia toda la vehemencia de un Pascal para atacar de palabra a los dictadores de la Cristian­dad, siguiéndose, dice Macaulay, una larga y extraña lucha del genio contra el poder. Pero Macaulay mu­rió sin saber que un acta que custodia nuestro Ar­chivo decía, sencillamente, que en vista de haberse apoderado los jesuítas de la mayor parte de las ri­quezas de la provincia y de no hacer otra cosa que "tiznar el candor de la religión", el Cabildo los ex­pelía "como fueron expelidos del cielo -reza el tex­to- Luzbel y sus secuaces". Arte a un lado, este gesto es más concluyente que las célebres Provinciales de Pascal.

El paraguayo, descendiente de grandes hom­bres, libre de presiones feudales, se manifestaba en la plenitud de su naturaleza superior.

Estarían también en los Comuneros, que inicia­ron la primera revolución americana. Sus principios eran muy claros y son muy conocidos.

La soberanía reside en el común;

La razón priva sobre toda autoridad; Los pueblos no abdican su soberanía.

Hobbes inculcaba en Europa que todo gobierno es necesariamente absoluto y los paraguayos respon­dían desde sus selvas que todo poder es necesaria­mente limitado, noción hoy elemental en la ciencia política.

Y con estos principios por bandera corrieron a las armas, con la entereza con que los Chaves iban, impertérritos, a conquistar dorados impalpables. Due­lo de una idea democrática ... Como en la parábola del sembrador, el grano cayó entre espinas y las es­pinas le ahogaron. Los comuneros lucharon como leones y murieron como mártires, dice Estrada. Sucumbieron en la demanda, destino de los precurso­res. 5u gloria está en que dejaron entrever la emanci­pación americana, en la lontananza profética. Cuan­do se escriba la historia de nuestro Cabildo, se verá que era como nuestro árbol de Guernica a cuya som­bra centenaria fue germinando poco a poco la flor del sentimiento nacional, que viene de oscuras leja­nías, de los confines de la historia.

Y volviendo a tomar el hilo principal, continúo diciendo que los conquistadores estarían también, de manera indefinible, en los mil episodios, mil cen­tellas del valor emancipado de la idea de la muerte, fondo psicológico de la raza, patentes en la guerra ¡en nuestra guerra!, donde fuimos dignos contendo­res los unos de los otros, porque llevábamos la misma sangre, savia de gigantes. Estarían, por ejemplo, en los argentinos que a pecho franco corrieron al asalto del Boquerón, entre torbellinos de fuego y de me­trallas y en los paraguayos que dieron los combates de siete días de las Lomas Valentinas, combates sin comer y sin dormir y ¡sin un minuto de flaqueza!, cosa -decía al General Garmendia- que no he leído en Iliadas, ni en historias, ni en novelas. La fibra in­mortal de nuestra estirpe es fibra de Encéfalo, que no quebranta ni la derrota, ni el hambre, ni el mar­tirio.

Y la conclusión de todo es muy sencilla, casi tri­vial, desde Augusto Comte. Los muertos, dueños de nuestro destino, nos gobiernan. Están en nosotros, en el alma ancestral que dice Le Bon. Este filósofo concreta su pensamiento afirmando que "en la bata­lla del Marne, tanto como el ejército de los vivos, peleaba por la Francia el infinito ejército invisible de los muertos". En el fonógrafo ancestral cada ge­neración, al lado de las notas legadas, registra sus no­tas propias, las cuales van repercutiendo en la poste­ridad, integrando el ritmo de la vida.

Y así se explica la tendencia que nos lleva siem­pre a considerar como propias acciones memorables de nuestros antepasados, y es que estos antepasados es­tán presentes en ciertas zonas secretas del espíritu, donde duermen los impulsos que se despiertan y sal­tan sobre el engranaje de nuestro egoísmo diario, en los grandes momentos místicos de la patria.

Y se aclara una idea tantas veces repetida: La patria es la historia de la patria, concepto que está en la prosodia de Lamartine y también en un célebre discurso de Aristóbulo del Valle: "No es sólo el cielo que nos cubre y la lengua que hablamos. Consiste también en las tradiciones de la historia, en los in­fortunios del pasado, en las victorias y los contrastes de nuestras armas, en los grandes hombres y en las muchedumbres anónimas que siguen la bandera na­cional cantando el himno de sus glorias."

Voy a concluir. He tratado de explicar lo que es el Paraguay por el medio y por la raza. Ningún historiador se ha fijado en que había allí, desde el coloniaje, cinco blancos por uno de color y en las de­más provincias veinticinco de color por uno blanco, dato significativo para quienes, opinando con Gobinau, creen que allí donde domina la raza de la auro­ra estará siempre el eje de la historia.

Y definitivamente, acabé de hacer el elogio de mi patria. No digo que sea un pueblo de ángeles. Sólo afirmo que le favorece singularmente el promedio ge­neral. El pueblo más sano y, más bueno, aparte de su valor serenamente formidable en la guerra... Mis ci­fras restan todas las objeciones.

Ya sé que se han dicho algunas cosas malas del Paraguay. ¿De qué pueblo no se dicen? Mas, con­viene recordar que "entre el amigo que elogia o per­dona y el enemigo que denigra, el primero está más cerca de la verdad y de la justicia que el segundo." Y dentro de esta regla de crítica, el que tiene la palabra estaría del mismo modo en la verdad, como ahora, cuando hace años, con un entusiasmo juvenil hacía también el elogio de esta hermosa Nación Ar­gentina. Decía:

Hay en nuestra América del Sur una nación donde fueron y van las razas a cruzarse para realizar, en la orilla del gran rio, no se qué cálculo de la his­toria. La familia humana ubicada en tan admirable posición geográfica, está llamada a un destino pro­digioso. En la orilla del Plata ha de operarse la tras­mutación de las ideas, decía un profeta, nuestro Sar­miento, y digo "nuestro" porque hombres como Sarmiento y Alberdi que dilataron las fronteras del pensamiento americano, son tan vuestros como nues­tros.

Y el ojo argentino está hecho a la grandeza, pronunció Lugones, esteta de locución fosforescente, y la verdad es que concibo el alma argentina grande como su Río de la Plata. Lo fue en los días de la Independencia cuando caminaban sus legiones de cli­ma en clima e iban a libertar hermanos, a quebran­tar cadenas. Lo fue también, después de Caseros, cuando dictaba su Constitución "para todos los hom­bres del mundo", concepto infinitamente humano que escapó al genio anglo-sajón, y labios argentinos dijeron que "la victoria no da derechos", fórmula quizá del orden jurídico futuro. Y, en fin, pregun­taba. ¿Qué sería de algunos de los pueblos sudame­ricanos, si por un cataclismo inesperado se apagase, de repente, este radiante fanal de Buenos Aires? ¡Quedaría poco menos que a oscuras! Un agregado humano tan grande implica un poder económico que se mide por su ámbito, selección mental extraordi­naria y toda clase de garantías. Es riqueza, inteligen­cia y libertad.

Fuente: EL PARAGUAY SUS GRANDEZAS Y SUS GLORIAS. Por MANUEL DOMÍNGUEZ © MANUEL DOMÍNGUEZ (h.). Editorial AYACUCHO. Buenos Aires – Argentina, Noviembre 1946 (254 páginas)



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