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EMILIANO R. FERNÁNDEZ (+)
  1º DE MARZO - Polca de EMILIANO R. FERNÁNDEZ


1º  DE MARZO - Polca de EMILIANO R. FERNÁNDEZ

1º  DE MARZO


Polca de EMILIANO R. FERNÁNDEZ


 

1º  DE MARZO

Co che purajhéipe jhi'änte amombe'u paraguay poräme

jha oiméva oicove ñande ru yma toyapysaca

tambopu diana tojhendu oïva co ñane retäme

mba'épa jha’e añatöi yave co che mbaraca


Péina che tapyi amboyeguapa cinta tricolorpe

amomaiteívo primero de marzo co'ëyu pyta

che irü che rovái rombo viva mi pe Solano López

León intachable ojhacjhu vaecue Paraguay retä


Ojhua’ï vaecue mbojhapy tetä ñane jhundipaávo

lanza ipópe cuera bayonetaita jhatiái rei

oñepysänga Tuyutime oikevo ñorairö recávo

upépe ojhecha mba'épa ovale raza guaraní


Jha Solano López cuimba'e añete jheta ojhacjhúva

rovy'a vaerä ndeichagua yvy ári oimerö mocoi

cóina purajhéi che py'a mbyrépe ndéve añongatu

primero de marzo co nde tyvy ári este día jheñói


Viva el Paraguay péina asapucái ä Chaco  ruguápe

ayapo jhaguä López rape cuegui purajheirä mi

opoi yvytúre oguajhë jhaguä amo Cerro Corápe

sepultura ari oijhare jhina Ñande Carai


Jha ciento nueve año omboty este día ico'ëvo

del año setenta en Cerro Corá pe ñorairo jhague

upérö ye López jhenda blanco ári jheta odefendévo

iyespada ipópe jha ibandera guype al galope osë


Ocumpli iley Vencer o Morir tupi renondépe

coronel ta'yra iyykere osë Resquin avei

cambáre ocopi tatati apytépe jheta racjhupápe

no pensai la vida ome'ëtajha no mbyasyi voi


Jhi'änteva chéve cada oguajhë primero de marzo

che yurúgui osë ñe'ë iporäva iporavo pyre

apaga jhagua ñande debejha a los veteranos

umi ñande ru ñande tricolor defende jhare

Tuyuti Curupa'yty

Estero Bellaco lta Ybate

Ytororö Cerro Corá

Solano López upépe oime.



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1º  DE MARZO

 

Intérprete:  FRANCISCO RUSSO

Material: RAZA PARAGUAY PURAHÉI




Fuente:

CANCIONES PARAGUAYAS DE AYER Y DE HOY - TOMO I

Recopilación:

MARIO HALLEY MORA

y

MELANIO ALVARENGA

Ediciones Compugraph,

Asunción-Paraguay 1991 (192 pág.)

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LECTURA RECOMENDADA:

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LOS PÁJAROS NOCTURNOS

Poesías y cuentos de

SANTIAGO DIMAS ARANDA

© SANTIAGO DIMAS ARANDA

Editorial Manuel Ortiz Guerrero,

Tapa: Soledad Dávalos

Asunción-Paraguay 2008


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CUENTOS DE SANTIAGO DIMAS ARANDA


FLORENCIA

La madre solía decirle "hija de bendición", y ella no lo olvidó. A pesar de los percances que padeciera en su vida, siempre salía bien parada y siempre estaba de buen humor. Cuando nació, en la casa estaba hospedada una brasileña llegada con los invasores de la post guerra. Esa mujer, que nada tenía con los agresores de la contienda, dueña de haciendas en su país, al ver a la recién nacida tan adorable niña y muy desprotegida, pidió emocionada ser su madrina de bautismo. Ella misma le dio por nombre Florencia y le donó un par de vacas para que fuera, según dijo, el comienzo de una fortuna para la niña. Y así sucedió después. Las vacas se multiplicaron y proveían a la niña de todo para su crianza y educación. Y fue más. Siendo ya adulta, buenas cabezas de ganado se le habían sumado, lo suficiente para sostener su economía y a la vez criar y educar a sus propios hijos. A todos los vio crecer, les dio títulos y les ayudó a ser personas útiles. Hoy, esos hijos la recuerdan con admiración.

Florencia fue madre soltera. Su hombre murió en plena guerra, aunque no en combate. Fue asesinado cuando viajaba de regreso a su hacienda de Perulero, un lejano lugar situado al pie del Yvytyruzú a cinco leguas de Villarrica. Lo llamaban Don José, poseía una buena educación y una moderada fortuna consistente en campos y montes, una cabaña bien organizada para todo trabajo agroganadero. Renombrado en el lugar por ser hombre cabal y serio, Don José merecía respeto. Conoció a Florencia cabalgando por los caminos del trabajo. Alejada ella de su casa por la acción de un padre desalmado, buscaba un punto de apoyo para afianzar su vida. Don José la invitó a ser compañera de viaje. Poco tiempo después le dio el primer hijo. No se casó con ella porque Florencia no era mujer de exigir casamiento. Estuvieron juntos muchos años formando una pareja excelente. Lo asesinó alguien que jamás hubiese podido ser como él. Además, la falta de una justicia digna facilitó el crimen.

Muerto Don José, Florencia quedó en la cabaña con sus tres hijos pequeños. Como única opción posible, buscó refugio en la ciudad. Felizmente, había estudiado en su adolescencia. Era una profesora de letras y manualidades. Por primera vez debió poner en práctica sus conocimientos. Vendió unas vacas y compró una casa modesta y una máquina de coser. Así comenzaba su nueva vida. Se hizo maestra particular y trabajó al servicio de la población aledaña. En poco tiempo, Villarrica resultó ser para ella un buen amparo.

Los niños crecían y la lucha por subsistir se hacía más dura. Florencia ponía mucha fe en sus hijos y en si misma... En esa forma lograba alivio a la difícil vida. Más aún por estar el país en guerra. Florencia no se abatía. Íntimamente convencida de ser la hija de bendición que la madre le decía, hizo del afán su arma. La casa que había comprado resultaba pequeña. Empezó a faltarle espacio para sus menesteres. Y empezó a buscar alguna forma de ampliarlo. Haciendo conjeturas al respecto, comenzó a investigar acerca de un baldío que había en la adyacencia y por momentos llegaba a la conclusión de que el mismo estaba desocupado, y ya casi protestaba porque eso no podía ser. Andando en esas disquisiciones, de pronto llegó a su casa un hombre extraño que decía ser funcionario municipal. Y hablando del tema que a ella le interesaba, le dijo ser el propietario del terreno contiguo, ofreciéndole en venta de inmediato a cambio solamente de cinco vacas. Florencia no pensó mucho para expresarle su interés. Pocos días después ya un trato se formalizó, entregando ella la paga y recibiendo el certificado de transferencia del terreno. Entonces ella le puso contenta. Inmediatamente lo mandó a alambrar y lo llenó de cultivos y animales domésticos. Así, prontamente, el terreno se sumaba al hábitat familiar. Luego, el hecho trascendió, y otro individuo igualmente desconocido para ella, la visitó. El hombre tenía aspecto de buena persona. La saludó, y enseguida le dijo: Señora, conocí a quien fuera el propietario del terreno de acababan de venderle. Se llamaba Juan Barreto, falleció hace tres meses y no dejó hijos ni heredero alguno que pudiera venderle la propiedad en buena ley. Yo soy procurador, agregó, y puedo prestarle mi servicio si usted me necesita. Florencia se asustó, pero logró contenerse. Solo le dio las gracias y lo despidió. Sin embargo corrió de inmediato a la Municipalidad buscando una  aclaración. Y aprovechó para presentar una solicitud de arrendamiento, por las dudas, para asegurar la tenencia del terreno de cualquier manera.

Entretanto pasaron los días y ella esperaba el resultado de su gestión. Inesperadamente, el procurador la volvió a visitar, ya esta vez con mayor amabilidad, para ofrecerle su colaboración a fin de ayudarle a resolver el enredo en la que la veía metida. Pero ella, prudentemente, seguía dándole las gracias sin decirle nada sí ni no. El hombre, ya casi seguro de lograr su amistad dada la coyuntura, se mostró de pronto frustrado, sin ganar más que un trato amable. En pocos días más. Florencia recibió una nota de la Municipalidad. En primer lugar, le aclaraba que el terreno solicitado era de propiedad Municipal. Y en segundo lugar, le pedía que pasara a completar los requisitos para optar al usufructo del mismo. Florencia, ya casi segura de obtener la venia comunal, continuó adelante. Ya segura, una vez más debía dar la razón a su madre muerta. Ella, Florencia, era hija de bendición. Su derecho a la supervivencia era reconocida por la autoridad municipal. Y bien, aquel pues era otro tiempo, y punto.


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POSHONTÓ

La barraca lindante con la Catedral, callejón de por medio, morada de esclavos en la época colonial y acantonamiento militar durante la guerra grande, estaba en partes cubierta por tejados de increíble data, y empedrado el piso con laja negra de origen desconocido. Fue convertido a fines de siglo en depósito de todo lo imaginable que los clérigos de la parroquia necesitaban poner a recaudo, a fin de ocultar sus fechorías de la curiosidad popular.

En la tercera década del novecientos, nuevamente se avizoraba una guerra, la del Chaco. Y la vieja Europa, atestada de resabios bélicos, se apresuró a colocarnos sus máuseres y sus víckeres de ocasión, especiales para armara los países pobres. Nunca se había pensado, hasta entonces, que la decrépita echumbre, escondrijo de intimidades inconfesables, podría servir de arsenal. Pero lo fue, si bien por poco tiempo. Pronto fueron descubiertos los amplios terrenos semiboscosos y prolongados hasta la misma playa del río, cuya generosa extensión, serviría para el movimiento de materiales y vehículos. Allá pues, fue a parar el arsenal. Rápidamente la barraca fue remodelada, por así decirlo. Sucedía que el país había progresado bastante en materia de delincuencia, o sea asesinatos, abigeatos, etc. Y la mejor ubicación encontrada para instalar una prisión digna resultó ser la barraca contigua al mundo eclesial. Los viejísimos ventanales del contorno, guarnecidos de rejas, fueron eliminados y sus hierros convertidos en una intrincada verja de seguridad, dividiendo el patio y convirtiéndolo en un largo calabozo de extremo a extremo. El pozo quedó como estaba, pero la letrina también sufrió un cambio. Al socavón ciego le fue adosada una larga y profunda canaleta cruzada por tablones como posaderas para sentarse a defecar.

Traspasando la base del murallón, la canaleta desembocaba en el río por una abertura algo menor que el grosor de un hombre. Y si nadie se fugaba a través de ella era por respeto al oscuro líquido que dejaba correr.

A partir de su nuevo destino, la barraca pasó a denominarse un tanto pomposamente Cárcel Pública. Por ella habían de pasar numerosos personajes de ponderable relevancia política y humana.

Los presos se guarecían bajo los tejados podridos, hacinados contra el murallón del fondo. En el centro del patio - calabozo, bajo soles y lunas, y entre lonas y cartones, pervivía un anciano de origen polaco, preso por estupideces que habría proferido contra las autoridades, mal aconsejado por la borrachera. Se apellidaba Pakulski, y estaba metido en su pocilga desahuciado por los compañeros. Constantemente violado hasta el punto que caminaba como si tuviera un hueso en el ano, acabó por apartarse de ellos, rechazando a escobazos el intenso acoso. Pakulski, Pacuchi en el lenguaje carcelario, componía zapatos y fabricaba suecos de madera, utilizando rudimentales herramientas improvisadas en la prisión y materiales recuperados en las calles por su mujer, procurándose de ese modo el misérrimo sustento para sí y su familia, oriunda de las veredas. La mujer lo visitaba llevándole trozos de tablas y retazos de cueros, todo reciclado. También le llevaba alcohol de quemar que le donaban los almaceneros. Con el alcohol él preparaba los tintes para sus trabajos, y preparaba además una bebida extraña que llamaba poshontó, especial para emborracharse, dormir días enteros y olvidar la inhumana condición en que existían en ese sepulcro de seres vivos.

Cierta noche, el segundo año de presidio, Pakulski murió. Su cadáver quedó allí durante un par de días, sin que se lo pudiera llevar al cementerio por falta de un cajón. Por fin pudo encontrarse alguien capaz de donarlo. La solidaridad se hizo cuando la noticia de la muerte cundió. El cajón, de lo más rústico, y bastante más grande que su medida entró en la cárcel, y mientras duró un increíble trámite burocrático, cargaron en él el cadáver, y ya se alistaba para salir cuando se produjo cierto conato de amotinamiento, razón que demoró la salida, y al cajón con el muerto adentro lo dejaron en el cobertizo en tanto se pacificaran los ánimos, y recién entonces lo llevaron al carro municipal que debía transportarlo. Finalmente fue cargado y el lento viaje se inició. Luego de media hora, y habiendo alcanzado una zona boscosa del camino, el carrero cayó en la cuenta de que algo raro ocurría en la parte de atrás, Paró las mulas, se subió a ver qué pasaba, y cuanta fue su sorpresa cuando encontró el cajón abierto y vacío, entrando entonces a pensar que el tal Pacuchi no estaría enteramente muerto, de tal modo que pudo escapar. Dio media vuelta y regresó a la cárcel, donde inmediatamente lo apresaron por embustero. El jefe de los guardias ordenó una acabada investigación del hecho, y al rato pudo ser encontrado el auténtico Pakulski bien muerto y tirado entre viejos trastos, en un rincón de la barraca. Se pasó lista a los más de doscientos presos, constatándose que el personaje faltante era el secretario del partido Comunista, Antonio Gamarra, un preso recomendado, a quien Pakulski había cedido su lugar, facilitándole la huida. Cargaron entonces, nuevamente, en el cajón el cadáver ya bastante descompuesto, y el carrero, puesto en libertad volvió a retomar su camino. El más importante de los comunistas del país, preso por ser tal, recuperó en tan pintoresca forma su libertad para continuar, desde la clandestinidad, dirigiendo la lucha del país contra la dictadura.



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 IMÁGENES DE NUESTRO HERMOSO PARAGUAY

Fotografía de FERNANDO ALLEN



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