GUANTES BLANCOS RUTEROS
GUANTES BLANCOS RUTEROS
Virginia se había endomingado para el acto de clausura del Curso de Cooperativas que le había correspondido coordinar; se veía linda y elegante y al recibir la remuneración jamás imaginada le pareció vivir por primera vez la vida independiente a la que siempre aspiro. Colocó los billetes en el bolsillo interior de su abrigo de paño azul y luego descendió gozosa las escaleras.
-En la cartera llevare solo lo necesario para pagar al niño que me cuida el coche en el estacionamiento -se dijo a sí misma.
Al entrar a la noche una garúa helada le empapó el rostro; entonces apuró el paso para llegar a su diminuto coche Starlet rojo, de segunda mano, que lavado y lustrado lucía como el mejor de los alazanes.
La playa de estacionamiento ya estaba desierta y el niño cuidador no aparecía por ninguna parte. Al prender la radio escuchó: -Temperatura: 5 grados. -¡Uyy, que frío!
Encendió la calefacción y dirigió el coche hacia la avenida principal.
Los rayos de los faros de luz tajaban la noche fría dándole un tinte lívido. La joven giró el dial de la radio hasta ubicar la emisora que transmitía música en stereo y al dejarse contagiar por el ritmo aceleró la marcha. Debía recorrer veinte kilómetros para llegar a la casa, que acababa de ocupar en una nueva urbanización, arbolada con jacarandaes.
Salió del radio urbano y carreteó por la ruta. Mentalmente comenzó a trazar su agenda para la semana: actualizar su registro de conductor, escribir a las maestras rurales que le habían saludado por su cumpleaños, redactar la conferencia que debía dictar acerca de la pervivencia del idioma guaraní...
Acababa de cruzar el semáforo del kilómetro 5 canturreando la melodía de "Despierta mi Angelina" cuando, de pronto vio emerger de la fría oscuridad una docena de policías, con cascos y bastones fosforescentes, semejantes a extraterrestres enguantados de blanco. El más alto de ellos con gestos ampulosos le indicó que se encostara.
-Señorita, el faro derecho de su coche no alumbra.
-¡Qué raro!, hasta hace un rato alumbraba -atinó a decir ella.
-¡Registro! -exigió el policía con recia voz y cara de piedra.
-¡Zaz! Justo lo que temía que me sucediera -pensó Virginia, mientras con estudiados ademanes dejaba ver el contenido de su vacía billetera al sacar el documento requerido.
El policía observó el registro y dirigiendo la mirada hacia ella le dijo: -La multa por registro vencido es de ciento cincuenta mil guaraníes.
-¿Puede hacerme la boleta para pagarle mañana? Ahora estoy sin dinero.
El policía la miró detenidamente y después respondió: - No tenemos boleta para registro vencido.
Virginia entendió que se trataba de una vulgar coima, oculta detrás de los guantes blancos y, decidida a defenderse apeló al habla popular: -Dame na la dirección de tu oficina o sea de tu casa para llevarte el dinero mañana... ¿Cómo te llamas?
-Inspector Ramírez. Dame aunque sea treinta y cinco mil.
-¡E'a na! Ya te dije que estoy sin dinero.
-Y para que salís sola y sin dinero a esta hora -insistió el hombre.
-Soy maestra y los sueldos de los maestros están todos bloqueados en los bancos intervenidos, por eso me rebusco en varias partes y salgo a enseñar. ¿Sos el jefe?
-¡No! El jefe es el coronel Giménez Romero.
-¡Ahh! El pikó está entonces en la Dirección de Transito...
-Le conocés!
-Sí, le conocí cuando enseñe en el Chaco.
-Y ahora, ¿dónde enseñás?
-En varias partes, porque pagan mal y atrasado... I poí... la piola...
-Así... nomas luego es...
-Inspector, decime ahora donde querés que te mande el dinero porque mañana, sin falta, voy a cobrar mi sueldo en el diario donde trabajo como periodista.
El policía quedó perplejo. Hubo un largo silencio durante el cual Virginia rezaba.
-Y.. llevá nomas tu registro. Cuando puedas llamale a mi jefe y decile que fui correctazo contigo en la ruta.
-¿Cual es su teléfono? Espera voy a anotar. ¡Ay! no encuentro mi bolígrafo.
-Usa el mío, señorita.
-Dicta nomas, ya.
-088-9951.
-Mañana mismo le voy a llamar; perdé cuidado, che karaí.
-¡Señorita!, metiste mi bolígrafo en tu cartera, no lleves na, es el único que tengo.
-¡Perdón! Cuando cobre te voy a regalar otro bien chuchi.
-Circulá nomas ya, profesora. ¡Chau!
-¡Adiós!
Aunque la temperatura había bajado a tres grados Virginia sintió que sudaba acalorada.
Por el espejo retrovisor vio que el inspector detenía a otro automovilista y le tuvo lastima. -"¡Ojala que tenga más suerte que conmigo!".
Después de renovar su registro compro una lapicera fosforescente y se la remitió al Inspector Ramírez, con atentos saludos. Cuando él la recibió sonrió y dijo: -Una verdadera experta en la forma de mentir en ruta...
Fuente:
TALLER CUENTO BREVE
Editorial Arandurã ,
Asunción-Paraguay
Octubre 2005 (179 páginas)
(Espacio del Taller Cuento Breve, donde encontrará mayores datos
del taller y otras publicaciones en la
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