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RAFAEL ELADIO VELÁZQUEZ

  HISTORIA DE LA CULTURA EN EL PARAGUAY - Por RAFAEL ELADIO VELAZQUEZ - Año 1966


HISTORIA DE LA CULTURA EN EL PARAGUAY - Por RAFAEL ELADIO VELAZQUEZ - Año 1966

BREVE HISTORIA DE LA CULTURA EN EL PARAGUAY

 

por RAFAEL ELADIO VELAZQUEZ

 

Asunción-Paraguay, 1966

 

Editôra Lítero-Técnica, Curitiba, Paraná, Brasil

 

 

 

 


 

 

INDICE :

BIBLIOGRAFÍA GENERAL;

CAPÍTULO I: AMÉRICA Y LA CULTURA GENERAL;

II: LOS GUARANÍES;

III: LA LEGISLACIÓN DE INDIAS;

IV: LA EDUCACIÓN Y LAS LETRAS EN LOS PRIMEROS AÑOS COLONIALES;

V: ACCIÓN CULTURAL DE LAS ÓRDENES RELIGIOSAS;

VI: LOS JESUITAS Y LA CULTURA PARAGUAYA;

VII: LOS COMUNEROS DEL PARAGUAY;

VIII: ÚLTIMOS DÍAS COLONIALES EN EL PARAGUAY;

IX: LA ÉPOCA DE LA INDEPENDENCIA;

X: LA ÉPOCA DE DON CARLOS ANTONIO LÓPEZ;

XI: LA EDUCACIÓN EN LA ÉPOCA DE LOS LÓPEZ;

XII: LA POST-GUERRA;

XIII: LA CULTURA DE POST-GUERRA;

XIV: HASTA LA GUERRA DEL CHACO;

XV: LA EDUCACIÓN EN EL PERIODO 1900-1935;

XVI: VIDA CULTURAL HASTA LA GUERRA DEL CHACO;

XVII: ARTES Y LETRAS DE NUESTRO TIEMPO;

XVIII: LAS CIENCIAS Y EL ENSAYO EN EL SIGLO XX;

XIX: LA EDUCACIÓN EN LOS ÚLTIMOS AÑOS.

 

***

 

CAPITULO XI

 

LA EDUCACION EN LA ÉPOCA DE LOS LOPEZ

 

Instrucción primaria. Enseñanza media y superior.

Acción cultural de Bermejo. Otros centros educacionales.

Estudiantes paraguayos en Europa.

Artesanos y técnicas extranjeros.

 

INSTRUCCION PRIMARIA

Los sucesores del Dr. Francia pusieron el mayor empeño en incrementar la educación primaria y en restaurar los estudios superiores, suprimidos en 1822. El Congreso de 1841, primero que se reunía en un cuarto de siglo, adoptó expresas disposiciones en la materia. El gobierno consular decía que "la falta de capacidades civiles para elevar a la República al rango a que le llaman su posición y el destino es otro motivo, poderoso para restablecer los elementos de ilustración enteramente extinguidos". D. Carlos Antonio López dedicó siempre especial atención al fomento de la instrucción pública.

La Escuela Central de Primeras Letras siguió a cargo de Téllez. A1 jubilarse éste en 1843, lo sucedió en el empleo el maestro Antonio María Quintana, de cuyos métodos docentes y nivel científico, no muy superiores a los del siglo anterior, el coronel Centurión de amena noticia en sus "Memorias". El establecimiento recibió mayor asistencia oficial y en i842 se impartía en él enseñanza gratuita a doscientos treinta y tres niños y adolescentes. Quintana era también músico y sus alumnos constituyeron un coro que actuó en público, contribuyendo a la difusión del conocimiento del Himno Nacional.

Después de 18b0, funcionaba una escuela en cada parroquia de la capital.

Igualmente, se fomentó la educación primaria en las villas y partidos campesinos. Según informaba el Presidente López en Mensaje de 1857, 16.755 niños concurrían a 408 escuelas elementales, sustentadas por el Estado y por los padres de familia beneficiados con su acción. Moreno dice que en 1862, funcionaban 435 escuelas, con 24.524 alumnos, y Pérez Acosta da una lista de setenta maestros de primeras letras que, en vísperas de la guerra, ejercían la docencia en cuarenta poblaciones del interior.

Los encargados de algunas de estas escuelas de primeras letras dictaban también clases de nivel más elevado. Así, tenemos noticia de Mariano Antonio López que se desempeñaba como maestro de latinidad en Villa Rica, y años más tarde hallamos referencia a la misma materia en la escuela de Villeta.

 

II. ENSEÑANZA MEDIA Y SUPERIOR

El Congreso Nacional reunido en marzo de 1841 dispuso la creación de un colegio secundario para la formación del clero, para cuyo funcionamiento debía construirse las instalaciones necesarias.

En cumplimiento de esta resolución y como base para una ulterior ejecución íntegra de la misma, el gobierno consular decretó, el 30 de noviembre de ese año el establecimiento de la Academia Literaria que debía iniciar sus clases el 9 de febrero inmediato. El plan de estudios comprendía Latinidad, Idioma Castellano, y Bellas Artes, Filosofía Racional, Teología Dogmática, Historia Eclesiástica y Oratoria Sagrada. Inicialmente, sólo fueron provistas las dos primeras de las cátedras mencionadas que se confiaron a los P.P. Marco Antonio Maíz, simultáneamente director del instituto, y José Joaquín Palacios, de los cuales hemos dado noticia en el capítulo anterior. El catedrático de latinidad debía dictar a sus alumnos una conferencia semanal sobre los elementos de la religión cristiana, y el de idioma castellano y bellas letras, otra sobre "los derechos y deberes de un hombre social".

"Las clases de latinidad sostenidas en esta capital para maestros particulares se reunirán en la Academia Literaria con todos sus alumnos bajo la inmediata orden del director interino", rezaba la última de las cláusulas del decreto que venimos glosando.

En noviembre de 1842, los cónsules informaban al Congreso el desenvolvimiento satisfactorio de la casa de estudios, a la que concurrían ciento cuarenta y nueve jóvenes, de los cuales veintitrés eran internos, y anunciaba la próxima habilitación de la cátedra de Filosofía, lo que se cumplió en 1843.

Consagrado Obispo Auxiliar el P. Maíz, lo reemplazó interinamente en la dirección el P. Miguel Albornoz, antiguo dominico enclaustrado por el Dr. Francia, que ya enseñaba Filosofía. Fallecido el mismo prelado en 1848, se encargó de la cátedra de Latinidad Juan de la Cruz Velázquez, seglar, que había sido alumno del Real Colegio Seminario de San Carlos en la época de la Independencia, y a su vez, en sustitución de éste, que había pasado a ejercer funciones judiciales, otro seglar, Domingo Viveros, eran en 1856 preceptor interino de Latinidad.

Entre los primeros jóvenes que se inscribieron en la Academia se contaba con Francisco Solano López, hijo del cónsul al que se debía la fundación. Más su permanencia habrá sido corta, pues en 1843 cumplía ya una misión diplomática en Buenos Aires y dos años después mandaba el ejército expedicionario destacado en Corrientes. Todos los sacerdotes ordenados por el Obispo López hasta la inauguración del Seminario Conciliar en 1859, con excepción de algunos antiguos religiosos exclaustrados necesariamente debieron pasar por las Aulas de la Academia Literaria. Sin embargo, la formación recibida en las mismas no era completa y los aspirantes al orden sagrado ampliaban sus conocimientos bajo la dirección personal del ya citado jefe de la Iglesia y de su auxiliar, y más tarde, del P. Gaspar Téllez, hijo del maestro de ese apellido y Rector de la Catedral, que los instruían, en Teología, Moral, Derecho Canónico y Liturgia.

Entre 1846 y 1850, fueron ordenados los P.P. Juan Francisco Zayas, Manuel Antonio Adorno, muerto por el enemigo en Ceno Corá. Manuel Antonio Palacios, premiado con medalla de oro en 1844, más tarde Obispo y fusilado en 1868, Jaime Antonio Corvalán, en 1862 canónigo, también fusilado, Pedro Pablo Benítez, Francisco Ignacio Maíz, caído en la defensa de las trincheras de Piribebuy. Manuel Vicente Moreno, Administrador Eclesiástico en 1873, José Ramón González, ultimado en Cerro Corá, Ramón Ferriol, Daniel Sosa, premiado como el mejor alumno de su promoción, José María Velázquez y Eugenio Bogado, más tarde Rector del Seminario y Deán, fusilado en 1868. El P. Gaona da noticia de cincuenta y tres sacerdotes ordenados hasta 1858, cincuenta y uno de los cuales deben haber sido alumnos de la institución. Entre ellos figuran dos Obispos, cuatro Administradores de la Diócesis, cuatro dignatarios del Senado Eclesiástico, cinco capellanes que perecieron en combate o a manos del enemigo, tres miembros de la Convención Nacional Constituyente de 1$70 y tres indios guaraníes, oriundos de las antiguas reducciones de Tobatí, Itá y Yaguarón, respectivamente.

Por espacio de una década, la Academia Literaria fue el único centro permanente de enseñanza media. Mas, a partir de la apertura del cursa de matemáticas establecido en "Zeballos-cué" y de las escuelas superiores que lo siguieron, quedó cada vez más reducida a la sola función preparatoria de la formación del clero. Finalmente, en 1859 se erigió el Seminario Conciliar. Primer Rector del mismo y catedrático de Prima de Teología Moral y Vísperas de Cánones designaron al P. Fidel Maíz, varias veces mencionado, que también daba lecciones de Oratoria Sagrada y Liturgia, en tanto que las clases de Latinidad, Idioma, Castellano y Moral Cristiana las dictaba el P. José del Carmen Moreno, aún no ordenado en ese momento, a quien cocaría morir valientemente en el combate de Ytororó. Encarcelados ambos sacerdotes en 1862, el Rectorado pasó al P. Eugenio Bogado que lo ejerció hasta la desaparición del instituto, a fines de 1866 o comienzos de 1857.

Entre los catedráticos que se incorporaron después de su fundación al cuerpo docente del Seminario, cabe recordar al canónigo Justo Román, a los P.P. Bonifacio Moreno y Francisco Solano Espinoza y al diácono Roque A. Campos, después sacerdote. Las últimas ordenaciones las llevó a cabo el Obispo Palacios, en el campamento de Paso Pucú, en febrero de 1868.

La caída de Rosas y el consiguiente acceso del Paraguay a la libre navegación de los ríos abrieron amplias posibilidades de desarrollo en todos los órdenes. El Presidente López se apercibió de la conveniencia de contratar profesares extranjeros, así como también de que la labor de los mismos solamente daría fruto satisfactorio si los alumnos beneficiados con ella poseían una adecuada base previa de conocimientos. Con esta mira, en 1852 dispuso que en la antigua chacra del patricio Juan Valeriano de Zevallos, en Tapuá, se concentrase un grupo de adolescentes seleccionados en las escuelas de primeras letras. Con ellos, se organizó un curso preparatorio de matemáticas, a cargo del joven Miguel Rojas, formado en la Academia Literaria.

El año siguiente, estos alumnos, a los que ahora se incorporaba en el mismo nivel el propio preceptor Rojas, fueron trasladados a la capital para la fundación de una Escuela de Matemáticas, instituto superior especializado, cuya dirección se confió al francés Pedro Dupuy (1816-1887), que comenzó enseñando lo más elemental de la Aritmética, para pasar de inmediato al Algebra y la Geometría. Es suyo el mérito de haber difundido el sistema métrico decimal en el Paraguay. La escuela funcionó hasta la llegada del literato español Ildefonso Bermejo, en 1855.

Por esos años, el ya mencionado P. Fidel Maíz y Bernardo Ortellado, antiguos alumnos ambos de la Academia Literaria, teman una Escuela de Latinidad. Los más aventajados de entre sus discípulos pasaron en 1856 al Aula de Filosofía organizada por Bermejo.

También en 1850 y costeada por el Fisco, había funcionado una escuela o cátedra de Derecho Civil y Político, a cargo del Dr. Juan Andrés Gelly, y en 1862, Zenón Ramírez, juez de lo criminal, dictaba un curso de Práctica Forense, para curiales y otros auxiliares de la justicia. Ramírez, que integró la Convención Nacional Constituyente de 1870 y más tarde el Senado, falleció en la indigencia, a comienzos del presente siglo, siendo portero de la Universidad de Asunción.

 

III. ACCION CULTURAL DE BERMEJO

El general López, durante su estada en Europa, contrató al periodista y escritor español Ildefonso Antonio Bermejo (1820-1892), que permaneció en el Paraguay de 1855 a 1863, dedicado a la enseñanza y a la promoción de las actividades culturales.

Con los mejores de entre el medio centenar de discípulos de Dupuy, Bermejo formó una Escuela Normal en unas casas antiguas situadas donde hoy está el Departamento de Policía. Algún malestar suscitado entre los alumnos de más edad, por sus métodos y exigencias, fue reprimido con el enrolamiento de los menos disciplinarios en la marina de guerra.

Esta escuela de Bermejo, que funcionó solamente un año, era preparatoria del instituto secundario que él proyectaba.

En efecto, con los jóvenes de mayor aprovechamiento de este plantel y de la ya citada Escuela de Latinidad de Maíz y Ortellado, se organizaba a comienzos de 1856 el Aula de Filosofía. Su amplio plan de estudios; novedoso para la época y el lugar, comprendía Gramática Castellana, Lógica, Historia Sagrada y Profana, Cosmografía, Geometría, Literatura, Moral y Teodicea, Catecismo Político, equivalente de la actual Educación Cívica. Derecho Civil, francés y Composición Literaria. Todas estas materias las enseñaba el propio Bermejo que dictaba los apuntes en clase, y el sistema expositivo era el de preguntas y respuestas, esencialmente mnemónico.

Los primeros exámenes públicos del Aula de Filosofía los presidió personalmente D. Carlos Antonio López, acompañado del Obispo, de los ministros y de los más altos dignatarios civiles y militares. De este curso, cinco alumnos distinguidos fueron enviados como becarios a Gran Bretaña, de donde algunos regresaran en 1863 con acrecentado caudal de conocimientos.

Aparte de sus obligaciones docentes, Bermejo tuvo a su cargo la redacción del "Semanario", fundó "El Eco del Paraguay" y animó a sus alumnos a redactar "La Aurora", donde daban a conocer sus producciones en poesía, narrativa y ensayo. También con jóvenes del Aula de Filosofía, organizó la primera compañía teatral de aficionados de carácter estable.

El año de su venida al Paraguay, Bermejo había publicado en Madrid "La capa del rey García", novela histórica, y después de su muerte apareció su "Historia anecdótica y secreta de la Corte de Carlos IV", así mismo en la capital española. En Asunción, estrenó en 1858 "Un paraguayo leal", drama en verso en dos actos, y "Un sombrero y una Llave", en tres actos, y en 1862 se editó aquí su libro sobre "La Iglesia Católica en América".

Colaborador de importantes periódicos madrileños y hombre de mundo, gravitó notoriamente en el desarrollo cultural del Paraguay y en la difusión del conocimiento de las corrientes estéticas e ideológicas de la época. Aunque de importancia secundaria entre los escritos de su patria se hallaba incorporado a la vida intelectual española de mediados de siglo XIX con vinculaciones en la política, en la prensa y en el ambiente del teatro. Estas circunstancias Io jerarquizan con relación a los demás extranjeros que por entonces prestaban servicios en el Paraguay y le otorgan cierta preeminencia sobre ellos. Era un europeo culto que impulsó a sus alumnos a ponerse al día en el conocimiento del mundo de su tiempo y al cultivo de las letras.

Generalmente no se guarda un buen recuerdo de Bermejo, debido a que años después de su regreso a Europa publicó "Episodios de la vida privada, política y social de la República del Paraguay", obrita en la que hace burla del país, de sus costumbres y de sus gobernantes. Sin embargo, ocho años de labor sostenida en la instrucción pública, la prensa y el teatro y en la promoción de las actividades del espíritu, compensan lo negativo de su actuación y arrojan un saldo a su favor.

 

IV. OTROS CENTROS EDUCACIONALES

Los jesuitas, que habían sida restablecidos en Buenos Aires en 1835, no quisieron doblegarse a la imposición de Juan Manuel de Rosas de colocar su retrato en los altares, por lo cual éste los expulsó de sus dominios. Cuatro de los proscriptos, los P.P. Bernardo Pares,

Anastasio Calvo, Fidel López y Manuel Martos, bajo la dirección del primero de ellos, abrieron en Asunción en 1843 un Instituto de Moral Universal y Matemática, de muy corta duración. Entre sus alumnos figuraron los hijos del entonces Cónsul López.

El maestro Juan Pedro Escalada continuó enseñando primeras letras y hasta tres años de latinidad. El P. Palacios, hasta la apertura de la Academia Literaria, tuvo un grupo permanente de alumnos particulares de filosofía y retórica. Dionisio Lirio, librero español que en su patria había sido militar, y Manuel Pedro de Peña también se dedicaban a la docencia en sus respectivos domicilios, y subsistió la escuelita del maestro Cañete, de tiempos de Francia.

Después de 1850, jóvenes formados en la Academia Literaria y en las sucesivas escuelas de Dupuy y Bermejo sostuvieron también centro privados de educación. Tal es el caso de Silvestre Yegros, maestro en las cercanías de Itauguá, que contó centre sus discípulas al coronel Centurión, y de Carlos Riveros y el diácono José Aniceto Benítez, ordenado sacerdote en 1860, que enseñaron latinidad, y de otros cuya enumeración alargaría innecesariamente el presente estudio.

El arquitecto Ravizza montó una escuela de dibujo lineal y geométrico y percibía por ello un sueldo del Estado, en tanto que el músico Dupuis, como ya hemos visto, adiestraba a los componentes de las bandas militares, gestión que anteriormente había estado a cargo de los hermanos Benjamín y Felipe González, y logró formar meritorios discípulos. Ana Moonier de Dupuy, esposa del matemático de ese apellido, fue en 18531a primera profesora de plana que actuó en Asunción.

Hubo extranjeros que enseñaban sus lenguas maternas. En diversos años y con duración no muy prolongada, funcionaron cinco escuelas privadas de niñas, de otras tantas señoras francesas. La esposa de Bermejo, Purificación Jiménez, española como su marido, publicó un "Catecismo de los deberes domésticos de das madres de familia" .

En 1865, el alemán Gustavo Mackensen anunciaba en el "Semanario" que podía dar a domicilia o en el suya propio clases de francés, alemán, latín, griego, botánica, aritmética, álgebra y contabilidad, y el italiano Enrique Tuvo, tomaba pupilos para el aprendizaje de las primeras letras, del francés y de la enseñanza comercial.

Estas escuelas particulares por lo general no pasaron de cursos circunstanciales y poco numerosos, equivalentes de los que hoy dictan aquéllos que preparan alumnos aplazados. En más de un caso, los referidos maestros particulares no eran otra cosa que osados que explotaban su condición de europeos.

 

V. ESTUDIANTES PARAGUAYOS EN EUROPA

En 1854, cuando el general López regresó de su misión diplomática en Europa, dejó una escuela naval francesa a los jóvenes Nicanor Sánchez y Domingo Antonio Ortiz. Este último, se incorporó más tarde a la marina de guerra paraguaya, tuvo destacada actuación durante la contienda de 1864-70 y alcanzó el grado de capitán de fragata. Restablecida la paz, fue delegado demarcador de límites con el Brasil y jefe de la expedición naval que desalojó a los usurpadores bolivianos de Bahía Negra.

En 1858, como ya hemos referido, se seleccionó a cinco jóvenes, cuatro de ellos alumnos distinguidos del Aula de Filosofía para ir a Gran Bretaña a prepararse para la carrera diplomática. Se llamaba Juan Crisóstomo Centurión, Gerónimo Pérez, Cándida Bareiro, Andrés Maciel y Gaspar López. Permanecieron cinco años en ese país, adquiriendo cultura general y formación jurídica a. Bareiro alcanzó a ser Presidente de la República en 1878 y falleció en el ejercicio del cargo, en 1880. Centurión (1840-1902) llegó a coronel durante la guerra, fue herido en Cerro Corá y después ocupó altos cargos públicos. Publicó cuatro volúmenes de "Memorias", de extraordinaria importancia en la historiografía paraguaya, una novela y diversos artículos, estudios y ensayos.

Otros ocho jóvenes viajaron ese mismo año, también a Gran Bretaña, para especializarse en carreras técnicas. De vuelta en el país, prestaron útiles servicios en los arsenales, el ferrocarril y la marina.

El 1863, viajó un grupo de treinta y nueve becarios, de los cuales tres debía estudiar Derecho, treinta iniciaron su aprendizaje de ingeniería mecánica y seis iban destinados a la Escuela Militar francesa de Saint Cyr, cuyos cursos uno solo de ellos pudo aprobar. Otros dos jóvenes, Emilio Gill y Hermógenes Miltos, viajaron por su cuenta a Europa e ingresaron en la misma institución castrense. Años antes, Adolfo Saguier había cursado estudios, sin beca, en Francia y Gran Bretaña.

Los estudiantes de Derecho se destacaron en distintos órdenes de actividades: Juan Bautista Delvalle regresó en 1867 por Bolivia y se incorporó al ejército en campaña; ya coronel, murió a manos del enemigo, después de haberse rendido, a fines de febrero o comienzos de marzo de 1870 Miguel Palacios presidió la Convención Nacional Constituyente y se desempeñó posteriormente como Senador y Ministro de Relaciones Exteriores. En cuanto a Aurelio García Corvalán, encauzó en Europa su vocación artística y lo hemos recordado entre los primeros pintores del Paraguay; se le atribuyen dos retratos del Mariscal López que se conservan. Los tres murieron en plena juventud.

Los que iban a perfeccionarse en mecánica fueron colocados en astilleros y otros establecimientos británicos, en los cuales lograron su formación práctica en máquinas a vapor, fundición, herrería, calderería y otras especialidades técnicas. Algunos pudieron regresar antes de la guerra y sirvieron con abnegación y eficacia. De los demás, afirman varios autores que perecieron en Europa o en Montevideo, adonde algunos alcanzaron a llegar. No sería difícil, sin embargo, que hubieran sobrevivido sin retornar al país: artesanos y técnicos expertos, habrán encontrado posibilidades de progresar en ambas márgenes del Océano.

Emilio Gill, que vino hacia 1867 con correspondencia de la Legación en París, desvió su itinerario y pasó a Buenos Aires, sin entregar el envío ni incorporarse al servicio de la República. Restablecida la paz, fue sucesivamente, en rápida sucesión, Jefe de Policía, Ministro de Hacienda y General de Brigada. Murió trágicamente en 1877.

Tal es a grandes rasgos la historia de los primeros cincuenta y seis jóvenes paraguayos que fueron enviados a Europa para aumentar sus conocimientos, de acuerdo a lo resuelto por el Congreso Nacional de marzo de 1844.

 

VI. ARTESANOS Y TÉCNICOS EXTRANJEROS

Desde 1852, al allanarse el acceso del Paraguay a la navegación oceánica a través del estudio platense, el Presidente López buscó la cooperación de técnicos extranjeros, tanto para promover las actividades productivas, como para estimular desarrollar las aptitudes naturales de los trabajadores paraguayos.

Con ingenieros y artesanos ingleses, se instalaron el arsenal de Asunción, la fundición de hierro de Ybycuí, el ferrocarril y se organizó la marina mercante y de guerra. En las gradas del referido arsenal, fueron construidos el "Yporá", el "Correo", el "Salto del Guairá", el "Río Apa" y otros vapores y embarcaciones menores. Capitanes y maquinistas ingleses los tripularon inicialmente. Jefe del arsenal y astillero era el ingeniero John W. Whitehead, por espacio de una década, y lo sucedió su colega John Nesbit, que acompañó al ejército en la retirada de las Cordilleras. George F. Morice fue el primer capitán del “Tacuarí”. Al frente de la fundición de Ybycuí se sucedieron varios técnicos ingleses y en los trabajos de tendido de las vías férreas tuvo la responsabilidad directiva el ingeniera George Paddison, llegado al país en 1858. Todos estos ingenieros, fundidores, maquinistas, oficiales de marina y auxiliares técnicos formaron un nutrido y eficiente núcleo de aprendices criollas, a las que se sumarian luego los jóvenes becarias que retornaban de Gran Bretaña.

Mención especial merece el ya recordado ingeniero Jorge Thompson, colaborador de Paddison en el ferrocarril. Durante la guerra sirvió en el cuartel general y alcanzó el grado de teniente coronel. Tuvo el mando del reducto de Angostura durante la batalla de las Lomas Valentinas y se rindió el 30 de diciembre de 1868. Después, publicó "Guerra del Paraguay",

En 1864, llegó a Asunción el ingeniero alemán Roberto von Fisher Treuenfeldt, contratado para el tendido de las primeras líneas telegráficas. El 16 de octubre de ese año, a los tres meses escasos de haber sido desembarcados los materiales, era transmitido el primer mensaje telegráfico de la historia paraguaya, entre Asunción y Villeta. La línea se extendió pronta hacia el Sur hasta Humaitá y alcanzó las avanzadas paraguayas durante la contienda. Treuenfeldt y su lugarteniente Hans Fish formaron un numeroso equipo de telegrafistas, entre los cuales se destacaba el pintor Saturio Ríos que ideó simplificaciones del equipo transmisor. De regreso en Alemania, Treuenfeldt por espacio de medio siglo llevó a cabo proficua labor divulgadora de todo lo concerniente al Paraguay.

En la sanidad militar, prestaron servicios los doctores Banks, Barton, Skinner, Fox y Stewart y el farmacéutico Masterman, autor de `Siete años de aventuras en el Paraguay". Otro farmacéutico, Porter C. Bliss, se dedicó a la literatura y al periodismo y publicó ataques a la triple alianza. Los discípulos de estos profesionales se desempeñaron como Cirujanos y Practicantes en los hospitales de sangre y de la retaguardia, y uno de ellos, Justo P. Candia, ejerció la medicina y fue Cirujano Mayor del ejército hasta treinta y cinco años después de restablecida la paz.

Gradualmente, los paraguayos formados por ellas y otros igualmente capacitados fueron tomando la conducción de los servicios referidos. En la construcción de los terraplenes ferroviarios y tendidos de los rieles trabajaron los "chaflaneros" bajo el comando del entonces teniente Elizardo Aquino, que por un tiempo interinó la jefatura de la fundación de hierro de Ybycuí. Maquinistas nativos conducían los trenes y el mayor José María Bruguéz, más tarde general, tenía la dirección superior de tan importante medio de comunicación. Los capitanes Gill, Meza y Cabral y los tenientes Ortiz y Herreros recibieron de Morice y sus coterráneos el mando de los buques mercantes y de guerra, y el capitán Julián Insfrán tuvo a su cargo la mencionada fundición de Ybycuí durante la guerra, hasta su muerte a manos del enemigo.

BIBLIOGRAFIA

La misma del capítulo anterior, más las obras que se mencionan a continuación.

Juan Crisóstomo Centurión, "Memorias”.

Fidel Maíz, "Etapas de mi vida”.

Silvio Gaona, "El clero en la guerra del 70”.

 

 

 

 

CAPITULO XIV

HASTA LA GUERRA DEL CHACO

 

Vida cultural hacia 1900. La revolución de 1904. Hasta la guerra del Chaco.

El Instituto Paraguayo. Instituciones y revistas culturales. El periodismo.

 

I.         VIDA CULTURAL HACIA 1900

Los años corridos desde la terminación de la guerra hasta los albores del nuevo siglo no fueron fecundos en el campo de las letras. Los intelectuales de ese tiempo, tuvieron que dedicar de preferencia sus energías a la satisfacción de las más apremiantes necesidades de la República. Machaín, Aceval, Centurión, Decoud, Caminos, Collar y sus contemporáneos se vieron absorbidos por la función administrativa, la magistratura judicial, la cátedra, el periodismo y el quehacer político. Pocas eran las horas libres que podían dedicar a la creación literaria, a la investigación científica o a discutir sobre problemas de diversa índole y poner por escrito los resultados de sus reflexiones.

Para 1900, sin embargo, se observaba un notable incremento cultural. El Instituto Paraguayo había abierto su tribuna y las páginas de su revista a Cecilio Báez, Manuel Domínguez, Manuel Gondra, Fulgencio R. Moreno, Guido Boggiani y otros muchos, Zubizarreta, Jordán, Olascoaga, Abente Lago y los sabios Hassler, Bottrell y Elmassian se sumaban a ellos en el menester de enseñar, clasificar la flora, la fauna y el reino mineral, estudiar las parcialidades indígenas, debatir temas económicos y sociales, y comenzar a buscar la realidad del pasado en sus fuentes documentales, sin perjuicio de componer poesía y colaborar en la prensa.

En esos años de transición de un siglo a otro, Báez y Domínguez se habían constituido en las luminarias del pensamiento paraguayo, en tanto que a Gondra se le reconocía su calidad de maestro de la juventud. Junto a ellos, Moreno, Audibert, Emeterio González y López Decoud, así como los ya recordados médicos, Insfrán, Velázquez, Duarte y Peña, sostenían la vida cultural. Más jóvenes, pero comenzando ya a destacarse en la prensa, la cátedra, la judicatura y la política, cabe mencionar a Juan Cancio Flecha, Antolín Irala, Francisco C. Chaves, Antonio Sosa, Adolfo R. Soler, Eusebio Ayala y Manuel Franco, reformador éste de los planes de la enseñanza media. Más o menos contemporáneos de los mencionados, Juan E. O’Leary e Ignacio A. Pane eran poetas que surgían y escritores de pluma polémica.

En Villarica también se desarrollaba notable actividad cultural. Se editaban periódicos. Desde 1890, funcionaba un Colegio Nacional y eran sus catedráticos los pedagogos Simeón Carísimo, Atanasio Riera y Ramón I. Cardozo y el gramático Delfín Chamorro. Extranjeros cultos, cómo los doctores Nicolás Sardi y Enrique Bottrell, completaban el ambiente intelectual, y también moraba allí Gregorio Benítez, dedicado a sus trabajos históricos.

 

II.        LA REVOLUCIÓN DE 1904

La revolución liberal de 1904, a la que se sumaron prominentes colorados, como Manuel Domínguez y Arsenio López Decoud; y que terminó con el “Pacto de Pílcomayo”, en virtud del cual se reconocía la conservación de las carteras del Interior y de Justicia al gobierno derrocado y se respetaba la integridad del Parlamento, en el que aquél tenía la mayoría, determinó el ascenso a la primera fila de la vida pública de una nueva generación.

Llegan a la responsabilidad directa de la conducción superior de la sociedad Adolfo Riquelme, fundador de “El Diario”, Félix Paiva, tratadista de Derecho Constitucional, Teodosio González, autor del Código Penal, Cleto J. Sánchez, educador y promotor del Instituto Paraguayo, Ramón Lara Castro y Belisario Rivarola, periodistas estos dos últimos, y los poetas Ricardo Marrero Marengo, Francisco Luis Bareiro, Liberato Rojas y Alejandro Guanes, todos ellos menores de treinta y cinco, años. Se afirma el magisterio de Gondra, en tanto que Domínguez y Moreno entran a integrar el personal de la Cancillería para la atención de la cuestión de límites con Bolivia, y O’Leary se define como el reivindicador de la figura histórica del Mariscal López.

Bastante más jóvenes, en torno todos ellos de los veinte años, pero desde entonces en la vida política y cultural del país, cabe recordar a Gomes Freire Esteves y Carlos García, periodista fogosos, enfrentados en 1906 en un duelo fatal para el segundo de ellos, y a Modesto y José P. Guggiari, Eligió Ayala, Juan León Mallorquín, Eduardo López Moreira, José P. Montero, Luis A. Riart, Eladio Velázquez, Isidro Ramírez y varios otros que hacen política, profundizan el estudio de las ciencias jurídicas y sociales, forman parte del Poder Judicial y se dedican al periodismo, sin perjuicio de incursionar algunos de ellos en la poesía.

Muy poco después, Eloy Fariña Núñez se da a conocer como poeta.

Por entonces también, se incorporan a la vida cultural el insigne polígrafo español Viriato Díaz Pérez (1875-1958), animador de todas las actividades del espíritu, el ensayista y revolucionario Rafael Barret, el economista ruso Rodolfo Ritter y el periodista argentino José Rodríguez Alcalá.

De la misma época es Herib Campos Cervera (1879-1922).

Dos diplomáticos extranjeros, el peruano Carlos Rey de Castro y el boliviano Emeterio Cano, también participan del quehacer intelectual paraguayo.

Todos ellos contribuyeron a dar impulso a la cultura paraguaya.

Adolfo Posada y Vicente Blasco Ibánez, que visitaron el Paraguay en esa época, pudieron percatarse del notable adelanto cultural.

 

III.      HASTA LA GUERRA DEL CHACO

El período de 1908 al 12 es de inestabilidad y culmina en larga guerra civil. Pero desde este último año, merced a una política de paz, sin venganzas y de acceso de oficialistas y opositores a la función pública, a la tribuna, a la judicatura, a la prensa y al efectivo control parlamentario, se afirman las instituciones y se perfecciona la convivencia política entre los paraguayos

En 1915, se funda la Escuela Militar para afirmar el carácter profesional y apartadista del Ejército.

Se publican revistas literarias y de difusión cultural: ‘‘Crónica”’, vocero del modernismo, de 1913 al 15; “Revista del Paraguay”, para cubrir el claro dejado por la “Revista del Instituto Paraguayo”; “Ariel” y otra posterior de los estudiantes de Derecho, que dan comienzo al mismo tiempo a la edición de una importante biblioteca de autores nacionales.

Gondra, Domínguez, O’Leary y Pane son los pensadores que más influyen por entonces en las generaciones jóvenes, en tanto que Manuel Franco, sienta escuela de acrisolada honestidad en la gestión gubernativa y Cecilio Báez sigue en su rol de puntal de la Universidad.

En la década del 12 al 20, se forman estudiosos de las ciencias sociales, ensayistas y literatos, como Juan Vicente Ramírez, Adriano Irala, Juan Stefanich, Federico García, Justo Pastor Benítez, J. Natalicio González, Enrique Bordenave, Justo Prieto y Anselmo Jover Peralta, muchos de los cuales llevan al libro o a la monografía breve sus conocimientos y sus inquietudes.

Entre los militares y desde muchos años antes, se destaca por su cultura y por su versación profesional Manlio Schenom (1879-1997), primer Director de la Escuela Militar, y revistan otros oficiales formados en Chile y la Argentina y perfeccionados en Europa.

Manuel Ortiz Guerrero y José Asunción Flores, creador éste de la guarania, se inician también en tan fecunda década.

A la docencia universitaria se incorporan Paiva, Eusebio Ayala, Antolín Irala y Pane, en Derecho, y en Medicina doctorea paraguayos reemplazan a los extranjeros de los primeros tiempos: de este modo, ocupan las cátedras Luis E. Migone, Esteban Semidei, Justo P. Vera, Juan Benza y otros. Pedro Bruno Guggiari (1885-1933), formada en Alemania, inicia la enseñanza superior de la química. Los pintores Juan Samudio y Pablo Alborno, así como también el italiano Héctor Da Ponte, y el escultor Francisco Almeida, perfeccionados todos en Francia e Italia, dan vida a las artes plásticas, en tanto componen y ejecutan música el guitarrista Agustín Barrios y el violinista Femando Centurión de Zayas. En este periodo, Arturo Alsina, Luis Ruffinelli, Eusebio A. Lugo y otros comienzan a dar a las tablas sus obras dramáticas.

Los diez años anteriores a la guerra del Chaco ven madurar a los jóvenes de la década precedente, y dan lugar a que surja una generación poderosamente influenciada por las nuevas comentes estéticas y sociales.

La poesía post-modernista, en plena evolución, y las nuevas corrientes estéticas hallan expresión en las revistas “Juventud” y “Alas”, que se suceden como tribunas de una misma generación a partir de 1923.

La polémica histórica y las luchas ideológicas se desarrollan sin trabas, al amparo de un efectivo sistema de garantías para la expresión del pensamiento, pese a que durante un año, de 1922 a 1923, se ha librado cruenta guerra civil en buena parte del territorio nacional. Hace su aparición el comunismo, que desplaza y absorbe a las aún no asentadas corrientes anarquistas que impulsara Rafael Barret antes de 1910, y otras tendencias también extremistas, aunque de derecha, hallan voceros y propagadores. Los partidos tradicionales, por su parte, actualizan sus idearios, y el debate parlamentario completa la formación de sus dirigentes. Numerosos periódicos, de la más diversa orientación, llegan al público paraguayo.

Para la formación de los cuadros superiores de las instituciones armadas, capitanes y jefes jóvenes son becados, a Europa, se contratan sucesivas misiones militares de instrucción y se establece la Escuela Superior de Guerra.

En las vísperas mismas de la contienda chaqueña, las luchas ideológicas y sociales han de desembocar en el campo de la violencia, sin que llegue por eso a estallar la guerra civil, ni a anarquizarse o sectarizarse el Ejército.

Tal la situación general en 1932.

 

IV. EL INSTITUTO PARAGUAYO

Fundado en 1895, en las circunstancias que hemos referido, el Instituto Paraguayo agrupaba al mundo intelectual de la época —graduados universitarios, bachilleres, periodistas, extranjeros ilustrados— y promovía actividades culturales.

Su tribuna de conferencias fue ocupada por los paraguayos y extranjeros de mayor relevancia.

Desde 1896 hasta 1909, apareció la “Revista del Instituto Paraguayo”, al frente de la cual se sucedieron Manuel Gondra, Cleto J. Sánchez, Guido Boggiani, Belisario Rivarola y Viriato Díaz Pérez. Ha sido ésta la más trascendente de las realizaciones en su género en nuestra patria. En sus páginas es posible hallar casi toda la producción científica y humanística del Paraguay de fines del siglo XIX y comienzos del XX.

Colaboraban allí Decoud, Godoi, Centurión, Domínguez, Báez, Gondra, Moreno, López Decoud y los extranjeros que se incorporaban a nuestra vida cultural, como Boggiani, Hassler Bertoni y Rey de Castro. Hasta Ricardo Palma, desde el Perú le hizo llegar la primicia de algunas “Tradiciones” aún inéditas. También se dieron a conocer poemas de Guanes, Pane y O’Leary.

La revista publicó, por entregas sucesivas o en tirada aparte, obras extensas y completas, entre las que cabe recordar los “Comentarios” de Alvar Núñez Cabeza de Vaca; “Los pájaros del Paraguay”, de Félix de Azara; “Veinte años en un calabozo”, de Ramón Gil Navarro, con prólogo de Manuel Domínguez; “Los límites del Paraguay”, de Juan León Mallorquín; “Cartas polémicas sobre la guerra del Paraguay”, cruzadas entre Bartolomé Mitre y Juan Carlos Gómez; “La cuestión monetaria en el Paraguay”, de Rodolfo Ritter; y la ya mencionada “Colección Garay” de documentos históricos, así como también capítulos sueltos de “El evangelio de los pueblos libres”, de José Segundo Decoud.

También se exhumó “Camire”, novela nacional que habría sido traducida del francés en 1811, y se dieron a conocer crónicas y documentos antiguos sobre la campaña militar de los comuneros de 1724, los estudiantes paraguayos en la Universidad de Córdoba, el Célebre informe del gobernador Pinedo acerca de la pobreza de la provincia y la opresión de los indios, las actas del Congreso Nacional de 1841, la nomenclatura urbana en 1849, las “Cartas históricas” de Peña, las protestas de las Repúblicas del Pacífico con motivo de la publicación del tratado secreto de la triple alianza y muchas otras fuentes históricas de similar interés.

La revista desapareció en 1909 porque sus promotores y redactores no pudieron seguir dedicándole su tiempo deludo a que habían llegado a las más altas funciones en la conducción de la sociedad paraguaya en todos los órdenes.

El Instituto Paraguayo no se limitó a su revista y a su tribuna de conferencias. Organizó una sección de esgrima y gimnasia, con sala de armas y otras instalaciones. Habilitó una biblioteca y archivo histórico, y mantuvo activo canje con publicaciones y entidades culturales de todo el mundo. Para la sección de música, fue contratado el maestro Miguel Morosoli, se organizaron cursos del más alto nivel y se llegó a contar con orquesta y estudiantina. En sus clases de dibujo y pintura se formaron muchos artistas plásticos. Se dictaron también cursos de otras especialidades de innegable utilidad social, tales como telegrafía, fotografía, contabilidad y lenguas vivas (inglés, francés e italiano). La promoción y orientación de estas actividades, que no fueron todas simultáneas, corrió en gran medida a cargo de Cleto J. Sánchez (1867-1938) y Juan Francisco Pérez Acosta (1873-1968).

Desde 1905, el Instituto desenvolvió su acción en un edificio de su propiedad, cedídole por el Estado, y por espacio de cuarenta años ejerció efectiva influencia en el desarrollo de la vida cultural, hasta que en 1933 se fusionó en el Gimnasio Paraguayo para dar nacimiento a una nueva asociación, el Ateneo Paraguayo.

 

V.        OTRAS INSTITUCIONES Y REVISTAS CULTURALES

En 1914 y con la participación principal de jóvenes que habían cursado sus estudios en Europa, se fundó el Gimnasio Paraguayo, asociación cultural de objetivos similares a los del Instituto y que ese mismo año comenzó a publicar sus “Anales”.

En 1933, como llevamos referido, el Instituto Paraguayo y el Gimnasio Paraguayo se fusionaban dando nacimiento al Ateneo Paraguayo, de notable influencia en el desarrollo de las letras, que subsiste en nuestros días.

Debe mencionarse también la acción divulgadora y de promoción de las actividades del espíritu desarrollada por el Centro de Estudiantes de Derecho en la época de la cual nos venimos ocupando: además de su ya mencionada revista, tomó a su cargo la edición de una biblioteca de autores paraguayos, empresa que permitió la aparición de obras de notable interés.

Grupos o peñas de gente de letras hallaron medio de expresión en las revistas "Crónica”, en la década del 10 al 20, y “Juventud” y “Alas”, en la inmediatamente posterior.

En 1913 y con ánimo de cubrir el claro producido por la desaparición de la “Revista del Instituto Paraguayo”, Ramón Lara Castro y Viriato Díaz Pérez publicaron la “Revista del Paraguay”. Aunque de corta vida fue ella de alta jerarquía intelectual, tanto por su contenido, como por la relevancia nacional e internacional de sus colaboradores.

En 1915, apareció “Letras”, de Enrique Bordenave y Manuel Riquelme, y poco después, “Pórtico”, de Federico García (1892-1922) y Anselmo Jover Peralta.

Conviene recordar, asimismo, los “Anales de la Universidad Nacional”, con artículos de reconocido valor científico, y la “Revista de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales” que por muchos años ilustró a profesionales y estudiantes.

En 1921, se fundaba la Sociedad Científica del Paraguay que editaría con regularidad la “Revista de la Sociedad Científica del Paraguay”, muy cotizada en Academias y Universidades de Europa y América. Naturalistas y antropólogos han publicado en sus páginas valiosas colaboraciones.

Andrés Barbero, Emilio Hassler, Carlos Fiebrig, Pedro Bruno Guggiari, Guillermo Tell Bertoni, Luis E. Migone y Tomás Osuna, entre otros, han contribuido a dar vida a la institución y a encauzarla. Después de la guerra se sumaron a ellos o los fueron sustituyendo con el correr de los años Juan Boggino, Gustavo González, Ricardo Boettner, Claudio Pavetti, Branislava Susnik y muchos más. Merced a la generosidad de los hermanos Barbero, la Sociedad cuenta con un espacioso y moderno local propio.

En 1929, la institución habilitaba su Museo de Historia Natural y Etnográfico, hoy Museo “Andrés Barbero”. Sus colecciones etnográficas, reunidas y ordenadas por el antropólogo alemán Max Schimidt (1879 1951), son de notable importancia y han merecido elogios de hombres de ciencia extranjeros que las inspeccionaron

En 1920, comenzaba a aparecer la revista “Guarania" que, dirigida por J. Natalicio González, ha vuelto a publicarse en diversas épocas, en Asunción y más tarde en Buenos Aires. Ha sido una publicación de índole cultural y con colaboradores en diversos países americanos.

Publicaciones de origen militar, de esta época, son entre otras “El memorial del Ejército”, la “Revista de la Escuela Militar”, la “Revista del Regimiento de Infantería No. 1” y la “Revista Militar”. Las dos primeras de ellas fueron dirigidas y orientadas por el después general Manlio Schenoni, ya recordado.

Centurión menciona ochenta y dos revistas, casi todas ellas de vida efímera, aparecidas entre 1913 y 1936, y su lista no es completa (1).

 

VI.      EL PERIODISMO

Durante el primer tercio de nuestro siglo, hasta la guerra del Chaco, las más diversas tendencias políticas y sociales hallan su medio de expresión en la prensa. Desde “Germinar’, de orientación anarquista, hasta “Los Principios”, hoja católica; desde “El Diario”, que aparece por espacio de treinta y seis años, hasta el semanario que muere al primer numeró, vasta es la variedad de ideologías y modalidades que hallamos en el periodismo paraguayo, nutrido con el talento de los hombres más significativos de ese tiempo.

Centurión anota los nombres dé ciento sesenta y dos diarios y semanarios, de diversa duración e importancia, que aparecieron, en Asunción y en las principales poblaciones del interior, de 1900 a 1936 (2).

En la primera década, entre otros periódicos, se publicaron “‘La Democracia”, fundada en 1884 y desaparecida en 1904, "El Cívico", dirigido por Adolfo R. Soler, hasta 1908, y “El País", de Francisco C. Chaves, de 1901 a 1905. En 1900, Enrique Solano López, con la cooperación de Juan E. O’Leary e Ignacio A. Pane, editó “La Patria”.

El 1º de junio de 1904 comenzó a aparecer “El Diario”. Integraban el núcleo fundador Adolfo Riquelme, Félix Paiva, Ramón Lara Castro, Cleto J. Sánchez, Eduardo Schaerer, Juan F. Pérez Acosta, Adolfo Aponte y Gualberto Cardús Huerta y el primero de ellos tuvo a su cargo la dirección. Esta hoja subsistió hasta 1940. Por largos años le correspondió el decanato de la prensa diaria y alcanzó una posición muy destacada en la misma.

Tuvo “El Diario” el servicio telegráfico más completo y el sistema de impresión más rápido y moderno, habiendo sido sus talleres los primeros que contaron con linotipos en el país. En sus páginas se publicaban varias secciones permanentes y entre sus redactores figuraban el poeta Alejandro Guanes, José Rodríguez Alcalá y el francés Jean Paul Casabianca. Su edición dominical contenía habitualmente colaboraciones de mérito y promovió “El Diario” numerosas iniciativas de interés general, entre las cuales cabe recordar la fundación de la Liga Paraguaya de Fútbol.

Después del a guerra civil de 1904, a los periódicos que acabamos de mencionar se sumaron “Alón”, a cargo, de Carlos García, y “El Liberal”, de Gomes Freire Esteves, cuyos respectivos directores sostuvieron una polémica de trágicas consecuencias!" “La Ley”, de Alejandro Audibert, y “Los Sucesos”, de Eugenio A. Garay, eran hojas opositoras. Desde 1908 y por diez años, el sacerdote Heriberto Gamarra publicó “Los Principios”.

Entre 1910 y 1920, de los muchos diarios y semanarios que comenzaron a publicarse entonces, cabe recordar a “El Nacional”, a “El Tiempo”, de Antonio Sosa, a “General Caballero”, que dirigía Juan Manuel Frutos, y a “Colorado”, a cargo de Eugenio A. Garay, todos ellos de oposición.

Durante las luchas cívicas de 1911, de enfrentamiento contra el régimen militar de coronel Jara, cupo un rol sobresaliente a “El Diario”, cuyo redactor responsable era Ramón Lara Castro, y a “El Nacional”; dirigido entonces por Gomes Freire Esteves. El grupo fundador de este último periódico comprendía a intelectuales de diversa militancia política, aunque más tarde se definió en el orden partidario al asumir su dirección Carlos Luis Isasi.

Algo posteriores, pero de esta misma década, fueron “Patria”, en cuya dirección se sucedieron Telémaco Silvera e Ignacio A. Pane, “La Prensa”, de Antonio Sosa, “La Reacción”, de Federico García y Tomás Ayala, y “La Tribuna" redactada por Alejandro Guanes.

En la década del 20 al 30 y hasta la guerra del Chaco, los periódicos paraguayos perfeccionan sus servicios informativos, refuerzan sus plantillas de redacción, modernizan sus equipos impresores y entran en una puja para aumentar sus respectivos tirajes y el número de sus lectores, al propio tiempo que conceden mayor importancia a la publicidad como fuente de recursos.

“El Diario”, decano ya de todos ellos, se mantiene a la cabeza en materia de innovaciones. El elenco fundador se ha alejado, pasando la hoja a ser propiedad de Eliseo Da Rosa. A Guanes, se suman Pablo Max Ynsfrán, Anselmo Jover Peralta y Roque Gaona, en el consejo de redacción.

Desde 1921, aparece “El Liberal”, de los hermanos Manuel y Eduardo Peña; y en 1923, “El Orden”, fundado por Gualberto Cardús Huerta, que en 1935, al adquirirlo Policarpo Artaza, se convertirá “El País” y con esta denominación ha de perdurar hasta nuestros días. El 31 de diciembre de 1925, Eduardo Schaerer comienza a editar, “La Tribuna”, único diario paraguayo que ha logrado aparecer por espacio de cuarenta años sin interrupciones. Todos los periódicos mencionados en este párrafo responden entonces a diversas tendencias del Partido Liberal.

Desde 1926, la Liga Nacional Independiente, grupo apartidista cuyos principales orientadores son Juan Stefanich y Adriano Irala, publica “La Nación” que se convertirá pronto en órgano definidamente opositor.

En los años finales de la década, "La Opinión" y Unión”, representan las dos tendencias que por entonces se manifiestan en el Partido Colorado, y sigue apareciendo “La Prensa”.

Numerosos periódicos, casi todos ellos de corta duración y de reducido tiraje, han aparecido en Villarrica, Concepción, Pilar y otras poblaciones del interior. Para no recargar indebidamente la presente reseña, recordaremos del periodo que aquí estudiamos a “El Orden”, editado en Villarrica en 1916, y a “El Surco”, que aparece allí desde 1924 y es hoy el decano de la prensa campesina. “Correo del Norte”, de Concepción, fundado en 1921, subsistió por espacio de muchos años, y de la década anterior fueron “El Municipio” y “El Derecho”. “El Nacional” y “La Constitución” figuraron entre las manifestaciones de la prensa pilarense.


BIBLIOGRAFIA

Justo Pastor Benítez, "El solar guaraní.

Benítez, “Algunos aspectos de la literatura paraguayo”.

Gomes Freire Esteves, "Historia contemporánea del Paraguay".

Efraím Cardozo, “Paraguay Independiente”.

Enrique Solano López, “El periodismo en el Paraguay”, en el “Álbum Gráfico de la República del Paraguay”

Ignacio A. Pane, "Intelectualidad paraguaya”, en el álbum citado.

Juan F. Pérez Acosta, “Núcleos culturales del Paraguay Contemporáneo”.

Evaristo Fernández Decamilli, "Apuntes sobre el periodismo en Villarrica’’.

Arturo Bray, “Hombres y épocas del Paraguay"

Colección de la "Revista del Instituto Paraguayo”.

Colección de la “Revista del Paraguay”.

Colección de "Crónica”,

Colección de la “Revista de la Sociedad Científica del Paraguay".

Colecciones de periódicos de la época.



NOTAS

(1) Carlos R. Centurión, “Historia de la Cultura Paraguaya”, II, pag, 396.

(2) Ibíd., I, pág. 355, y II, págs. 51 y 390.



 

CAPITULO XV

LA EDUCACIÓN EN EL PERIODO 1900-1935

 

La instrucción primaria y normal. La enseñanza media y profesional. Institutos privados.

Las escuelas de comercio. La Universidad. Establecimientos militares de enseñanza.

Profesores contratados y becarios paraguayos en el exterior.

 

I.         LA INSTRUCCIÓN PRIMARIA Y NORMAL

Desde comienzos del presente siglo, pese a todas las alternativas de nuestro desenvolvimiento político y económico, la instrucción pública ha ido en sostenido incremento.

El sistema de escuelas graduadas, con maestros diplomados o asimilados a ellos, fue desalojando a las anteriores, de aula única y a cargo de preceptores improvisados, de ninguna formación pedagógica. De las escuelas normales que se abrían, iba egresando el personal docente capacitado y las escuelas superiores de las cabeceras de partidos, así como también las medias y elementales de barrios y compañías rurales, ponían la instrucción primaria al alcancé de la niñez paraguaya,

En 1901, había 25.137 alumnos inscriptos en las escuelas de toda la República. En 1910, eran 52.000, y en 1930, 108.222 (1). En 1910, alcanzaba a 428 el número de escuelas del Estado y a 41, el de las particulares (2). En 1920, funcionaban 583 escuelas públicas, con un total de 1.154 secciones (3), y en 1932, eran 768 las escuelas primarias del Estado, casi todas

de doble turno, con 1.524 secciones, y 59 las privadas (4). En 1900, enseñaban 557 maestros, en su inmensa mayoría sin título habilitante; en 1910, 987; y en 1930, 2.452, entre las cuales era ya crecida la proporción de poseedores de diploma profesional (5).

En todo este proceso de fomento educacional, han tenido favorable incidencia la creación del Consejo Nacional de Educación, dispuesta en 1899, y la Ley de Educación Obligatoria, de 1909.

Como ya hemos referido, la formación profesional de los maestros comienza en 1896, con el establecimiento de dos Escuelas Normales, masculina y femenina respectivamente, unificadas en 1909 en un instituto de alto nivel científico y de coeducación de los sexos.

Los mejores egresados de las primeras promociones de maestros pudieron seguir cursos de perfeccionamiento y obtener títulos de mayor categoría en el extranjero, especialmente en la Escuela Normal de Paraná (República Argentina). Mas, en la segunda década de nuestro Siglo se habilitaba el ciclo superior del Profesorado y el centro formativo central pasaba desde 1919 a denominarse Escuela Normal de Profesores “Presidente Franco”, como homenaje al extinto gobernante que llevara adelante la iniciativa y al eminente educador que había reformado los planes de la enseñanza media.

Al mismo tiempo y de modo gradual, se fue extendiendo la enseñanza normal al interior y para 1920 funcionaban escuelas de esta especialidad en Villarrica, Pilar, Concepción, Encarnación, Barrero Grande (hoy Eusebio Ayala) y San Juan Bautista de las Misiones, de nivel elemental las cuatro últimas, pero que más tarde alcanzaron categoría superior.

Todas las escuelas normales tenían anexas una o dos secciones primarias completas, las cuales funcionaban como cursos de aplicación de aquéllas y se hallaban atendidas por el personal docente más capaz de la época.

Los planes y métodos de la educación primaria, establecidos en 1896 sufrieron reformas en 1915 y 1922, en esta última oportunidad conforme a las más modernas corrientes pedagógicas. También en 1922 se revisaron las bases y los procedimientos de la enseñanza normal. Más ésta recibiría su orientación definitiva con la reforma de 1933 que mantuvo su vigencia por espacio de un cuarto de siglo. A partir de esa fecha, toda escuela normal contaba con un curso preparatorio; con cuatro años más de aprendizaje teórico-práctico, se alcanzaba el título de Maestro Normal, y con la aprobación de otros tres años adicionales de estudios, se llegaba a Profesor Normal, cuyo diploma habilitaba para el ingreso en la Universidad, para el ejercicio de la cátedra secundaria y para el desempeño de las funciones directivas de la instrucción pública.

Entre los pedagogos que influyeron más notoriamente en el desenvolvimiento y progreso de la enseñanza primaria y normal, corresponde tener presentes a Manuel Amarilla, Adela y Celsa Speratti, Estanislao Pereira, Ernesto Velázquez, Josefa Barbero, Juan R. Dahlquist (argentino), Catalina Q. de Domínguez, Concepción Silva de Airaldi. Manuel W. Chaves, Manuel Riquelme, Ramón I. Cardozo, Inocencio Lezcano, Aparicia Frutos, María Felicidad González y Carmen Garcete. Posteriores a ellos son Rosa Ventre, Máximo Arellano, María Rodiño, Emilio Perreira, Lidia Velázquez, Adolfo Avalos, Gaspar N. Cabrera, Espíritu Núñez Riera y Emiliano Gómez Ríos, todos los cuales alcanzarían funciones de responsabilidad en los años inmediatamente anteriores a la guerra del Chaco. Otros dignos y sacrificados educadores cumplían su cometido en ciudades, villas y pueblos del interior.

Manuel Amarilla (1864-1918), que obtuvo su título de Profesor Normal en Buenos Aires, promovió en 1895, desde la presidencia del Consejo Superior de Educación, la apertura de las dos primeras Escuelas Normales. Su acción resultó también decisiva para el establecimiento y difusión de la enseñanza graduada. En la primera década del siglo, desempeñó las funciones de Director General de Escuelas y ocupó cátedra, de su especialidad en institutos de formación del magisterio:

Adela Speratti (1865-1902), formada por educadoras norteamericanas en la Escuela Normal de Concepción del Uruguay (Entre Ríos), ejerció la docencia en la Argentina y en 1890 regresó a nuestro país. Primera directora de la Escuela Normal de Maestras, hasta su temprana muerte fue el alma de esta institución, a la que contribuyó a darle el alto nivel pedagógico que desde el primer momento tuvo. Su hermana, Celsa Speratti de Garcete (1868-1938) fue su principal colaboradora y por breve lapso la sucedió en las funciones directivas.

Ramón I. Cardozo (1876-1943), dedicó más de cuarenta años a la actividad docente, a la cual se incorporó antes de obtener su diploma de maestro. En Villarrica, de donde era nativo, ejerció por casi un cuarto de siglo cátedras en el Colegio Nacional y en la Escuela Normal, de la que fue también Director y reorganizador.

En 1921, el Presidente Gondra lo llamó a la capital para confiarle la Dirección General de Escuelas que llevaba aneja la dignidad de Presidente del Consejo Nacional de Educación. Permaneció trece proficuos años en tan relevantes funciones y su labor alcanzó notable trascendencia.

A Cardozo se debe la reforma de la enseñanza del año 1922. Difundió él entre sus subordinados el conocimiento de las nuevas corrientes pedagógicas, especialmente el de la llamada escuela activa, para cuyo efecto fundó la revista “La nueva enseñanza’’ y habilitó en el local del Consejo de su presidencia una biblioteca pedagógica con un régimen de préstamos a domicilio para los docentes. Promovió, además, los planteles experimentales y fue el primero en aplicar el sistema de “test” y en llevar a cabo mediciones antropométricas en las escuelas del Paraguay. Obra suya fue, también, la reforma de la enseñanza normal de 1933.

Entre sus publicaciones, se cuentan “Educación panamericana”, “Pestalozzi y la educación contemporánea", “Proyecto de legislación escolar", "Reforma escolar" y “Nueva orientación de la enseñanza primaria”, reeditadas estas dos en su libro "Por la educación común’’, así como también tres volúmenes de "Pedagogía de la escuela activa”. Fue autor, asimismo, de tres tomitos de “El Paraguayo”, manual de aprendizaje de la lectura para los primeros años de la escuela elemental.

Catedrático de Historia del Paraguay, Cardozo dejó, como resultado de sus investigaciones, “El Guairá” y “Melgarejo”, dos obras originales y bien documentadas.

Como representante paraguayo, concurrió a conferencias internacionales de educación.

Manuel Riquelme (1885-1961), maestro diplomado en Asunción, completó su formación en la Escuela Normal de Paraná, donde obtuvo los títulos de mayor jerarquía que otorgaba ésa institución.

En el orden directivo de la educación, fue Director de la Escuela Normal de Profesores “Presidente Franco”, Director General de Escuelas y Secretario del Ministerio de Instrucción Pública. Enseñó Filosofía, Psicología y disciplinas afines en la Escuela Normal y en el Colegio Nacional. Organizó la primera Escuela de Humanidades y tomó parte en la fundación de la segunda de ellas, antecedentes ambas de la' actual Facultad de Filosofía, y en los últimos años de su vida rigen la Universidad Popular, instituto privado de divulgación de nivel superior.

Desde la Dirección General de Escuelas y otros cargos, Riquelme influyó en la reforma de los planes de enseñanza, en el establecimiento de consejos regionales de educación y en la fundación en localidades del interior de las ya mencionadas escuelas normales elementales.

Entre otras publicaciones suyas, recordaremos “Reforma del plan de estudios de las Escuelas Normales", “Filosofía y educación", “Educación romántica” y “Lecciones de Psicología”: Tres de sus libros, “Esfuerzo”, “Aspiración” y “Solidaridad”, sirvieron por varios años de textos de lectura en las escuelas primarias.

María Felicidad González, discípula de las hermanas Speratti, completó el profesorado, con honores, en Paraná, en 1907. Ejerció, la cátedra de Pedagogía y durante muchos años fue Directora de la Escuela Normal de Profesores “Presidente Franco”. Colaboró en las publicaciones especializadas de la época y entre sus trabajos citaremos “Misceláneas paidológicas” y "Organización escolar”. Actuó en los movimientos feministas e integró la delegación paraguaya a la VII Conferencia Panamericana, celebrada en Montevideo en 1933: es la primera mujer que en América ha tomado asiento en una reunión internacional de esa categoría.

Entre las publicaciones de orientación para educadores, cabe recordar la “Revista de Instrucción Primaria”, del Consejo de Educación, y “La Enseñanza”, de la Asociación Nacional de Maestros, dirigidas ambas por Juan R. Dahlquist, y “La Nueva Enseñanza”, ya mencionada, que fundó Ramón I. Cardozo cuando era Director General de Escuelas.

 

II.        LA ENSEÑANZA MEDIA Y PROFESIONAL

Hasta la habilitación del correspondiente curso en el Colegio de San José, en 1908, la enseñanza media se hallaba exclusivamente a cargo de institutos oficiales en la capital y en el interior.

Regía desde 1904 el llamado Plan Franco, elaborado por Manuel Franco (1870-1919), entonces Rector del Colegio Nacional, y aprobado por la Ley de Enseñanza Secundarias. En virtud del mismo, el ciclo del bachillerato duraba seis años y comprendía de manera equilibrada, las humanidades, las ciencias exactas, físicas y naturales y las lenguas vivas. Alcanzó su vigencia hasta 1931 y en el transcurso de la misma se incorporaron al sistema los primeros establecimientos privados.

El Colegio Nacional, fundado en 1877, seguía siendo el más importante centro formativo de la juventud: el nivel de la enseñanza; la jerarquía moral e intelectual de sus profesores y el número de sus alumnos le asignaban de modo indiscutible esa situación. Además y a partir de 1906, comenzó la construcción de un moderno y amplio local destinado a sustituir a las antiguas viviendas adaptadas para la enseñanza. Un gabinete de física, otro de ciencias naturales y un laboratorio de química, además de la biblioteca, completaban el material didáctico. La Biblioteca Nacional que por mucho tiempo ocupara parte del edificio del Colegio se trasladó a instalaciones especialmente erigidas para el efecto, en la misma manzana, donde hoy tiene su asiento el Archivo Nacional.

Durante el primer tercio del siglo, Juan Cancio Flecha, Manuel Gondra, Inocencio Franco, Cleto Romero, Manuel Domínguez, Manuel Franco, Cleto J. Sánchez, Juan E. O’Leary, Emeterio González, Ignacio A. Pane, Estanislao Pereira, Eligió Ayala, Viriato Díaz Pérez, Pedro Bruno Guggiari, Gustavo Crovato, Tomás Osuna, Juan B. Nacimiento, Manuel Riquelme y Juan Vicente Ramírez, entre muchos otros igualmente meritorios, tuvieron a su cargo el rectorado del instituto o ejercieron la cátedra, con dignidad y saber.

En 1931, siendo Justo Pastor Benítez ministra de instrucción pública, el plan de estudios secundarios sufrió profunda modificación: se cambió el orden de las materias, fueron suprimidas algunas y agregadas otras y su extensión total se redujo a cinco años. Para el ingreso de los bachilleres en la Universidad, se requería la aprobación previa de un curso preparatorio especializado.

El plan de 1931 dio lugar a objeciones y un Congreso de Educadores, reunido en 1939 por convocatoria del Ministerio de Instrucción Pública, recomendó su reforma. Tomando como base las deliberaciones de dicha asamblea, se formuló un nuevo plan, cuya aplicación comenzó en 1940. Guardando en general similitud con, el Plan Franco, contemplaba los adelantos de la ciencia pedagógica y el notable desarrollo de los conocimientos humanos.

La enseñanza profesional, además de los cursos especializados del Instituto Paraguayo ya mencionados y que gozaban de subvención oficial, se impartía en la Escuela Nacional de Agricultura, dirigida sucesivamente por Moisés S. Bertoni, por Anastasio Fernández y por otros técnicos paraguayos, y asentada en Santísima Trinidad, y en las Escuelas Agropecuarias Regionales, de nivel más elemental, que fueron estableciéndose en Villarrica, Concepción, Caazapá y otros puntos del interior. Poco después de la guerra, comenzaba el experimento pedagógico de las Escuelas Vocacionales, institutos formativos de dirigentes de la educación rural, que funcionaron en Yaguarón, Ybytimí, San Juan Nepomuceno, Capitán Bado y otras poblaciones.

Los institutos militares y las escuelas de comercio, que son objeto de apartados especiales del presente capítulo, también deben ser tenidos en cuenta al hablar de la enseñanza media y profesional de esta época.

 

III.      INSTITUTOS PRIVADOS

En julio de 1904, con autorización de S. S. León XIII y por gestiones del Obispo Bogarín, sacerdotes vascos franceses abrían en Asunción el Colegio de San José, primero de los institutos privados que establecería cursos secundarios. Sus promociones de bachilleres han egresado de manera ininterrumpida desde 1913.

El Colegio de San José, desde sus años, iniciales, influyó notoriamente en la vida religiosa y cultural de la República.

A los P.P. Tounedou, Losthe, Cestac, Chenu, Bellocq, Pucheu, Saubatte. Noutz y otros sacerdotes y legos franceses de grandes servicios, se han sumado españoles, latino-americanos y paraguayos, éstos ya después de la guerra del Chaco.

El Colegio de San José promovía el cultivo de las letras entre sus alumnos, los familiarizaba con la cultura francesa y europea en general y les proporcionaba una sólida formación católica. Desde 1909, ha funcionado una Academia Literaria, que sostuvo publicaciones de interés, y en la década siguiente se fundaba la Asociación de Ex-Alumnos. Desde los primeros años de su acción en el Paraguay, los religiosos de esta casa de estudios prepararon manuales explicativos de las diversas materias de los planes primario y secundario, de innegable utilidad para los estudiantes.

La antigua Escuela Alemana, transformada en Colegio Alemán, también estableció desde 1934 cursos de bachillerato, en tanto que la Escuela Italiana “Regina Elena”, habilitada por la colectividad de ese origen en 1908, introdujo idéntica innovación en la misma década del 30 al 40.

Poco después de 1920, una misión privada norteamericana organizaba el Colegio Internacional, pronto trasladado a amplias y funcionales instalaciones. Su curso secundario fue inaugurado en 1927 y los primeros bachilleres obtuvieron sus diplomas cuando ya se libraban las batallas iniciales de la guerra del chaco. Este instituto fomentó grandemente la práctica de los deportes y, entre otras novedades, se le debe la introducción del básquetbol en el Paraguay.

Monjas salesianas dirigen desde 1900 el Colegio de María Auxiliadora, que por un tiempo mantuvo cursos de comercio y ha dedicado especial atención a la enseñanza normal.

Religiosas españolas establecieron en 1915 el Colegio Teresiano que al cabo de unos años agregó la enseñanza secundaria a la primaria con la que había comenzado su acción. .

La Compañía de Jesús volvió al Paraguay en vísperas de la guerra del Chaco y abrió de inmediato el Colegio Cristo Rey.

Los Colegios de la Providencia y Monseñor Lasagna, de fines del siglo anterior, también acrecentaron sus planteles.

Diversas escuelas primarias particulares, laicas las unas y confesionales las otras funcionaban en la capital y en el interior: en 1910, su número alcanzaba a 41.

Para la época de la guerra del Chaco, merecían especial mención en el interior, el Instituto San José y una escuela femenina, ambos en Concepción y pertenecientes a la orden salesiana, la cual también sostenía una importante Escuela Agrícola en Ypacaraí.

En 1933, la inauguración del Secretariado Paraguayo de Niñas, abría nuevas posibilidades para la formación profesional de la mujer.

Para los institutos secundarios privados regía el sistema de incorporación a un establecimiento oficial de idéntico nivel: catedráticos de éste, con calidad de interventores, tomaban los exámenes finales de cada curso a los alumnos de aquéllos. El procedimiento se mantiene en general hasta nuestros días.

 

IV. LAS ESCUELAS DE COMERCIO

Mención especial merecen las Escuelas de Comercio que por espacio de más de cincuenta años sirvieron de centros formativos de Contadores Públicos y Peritos Mercantiles.

La primera de ellas se constituyó como Centro de Contabilidad en la década inicial del presente siglo, por iniciativa del Centro de Empleados de Comercio y para proporcionar formación profesional a los socios de esta entidad gremial. Su vida y crecimiento se debe principalmente a la acción sostenida y abnegada del brasileño .Jorge López Moreira y del paraguayo Alfonso B. Campos (1881-1961).

La Escuela de Comercio "Jorge López Moreira”, así llamada en homenaje a su fundador, pronto rebasó sus objetivos iniciales y amplió las bases de su enseñanza. Desde los comienzos contó con apoyo oficial y se le permitió utilizar las instalaciones del Colegio Nacional. Fue nacionalizada poco antes de la guerra del Chaco.

Con el correr del tiempo, creció el número de escuelas de comercio, casi todas de propiedad privada, en Asunción y en el interior. Contribuyeron ellas eficazmente a facilitar el acceso a la educación secundaria a los jóvenes desprovistos de recursos, pues su enseñanza habilitaba desde el primer curso para el ejercicio de empleos remunerados. Se les debe, también, la formación de una clase media intelectual en las ciudades y pueblos del interior muy útil en todos los órdenes de la vida paraguaya.

 

V. LA UNIVERSIDAD

Como hemos visto, en 1900 la Universidad Nacional comprendía las Facultades de Derecho y Ciencias Sociales y de Ciencias Médicas, el Colegio Nacional de la capital y los cuatro institutos secundarios del interior, estos últimos con solamente los tres primeros años del plan de estudios

La facultad de Derecho y Ciencias Sociales, con sus cursos de abogacía y de notariado, fue ampliando y modernizando el campo de su enseñanza, con materias nuevas como la Sociología y la Historia Diplomática.

El gran vacío producido por los sucesivos fallecimientos de Benjamín Aceval y de Ramón Zubizarreta, acaecidos respectivamente en 1900 y 1902, fue llenado con la incorporación a la docencia de Cecilio Báez, Manuel Domínguez, Teodosío González, Antolín Irala, Emeterio González, Félix Paiva, Federico Codas, y otros hombres de estudio diplomados en la propia Facultad. En años posteriores, se incorporarían a la cátedra Eusebio Ayala, Ignacio A. Pane, Eladio Velázquez, Enrique Bordenave, Luis De Gásperi, Luis A. Argaña, Justo Prieto y otros profesores más jóvenes. Varios de los aquí mencionados serían autores de tratados y manuales de las disciplinas de su especialidad.

De la Facultad de Ciencias Médicas, en 1904 egresaban los primeros doctores. Para 1909 alcanzaría su húmero a 38, siendo los primeros de la lista en orden cronológico Andrés Barbero, Eduardo López Moreira, Juan Romero y Manuel Pérez. Por su parte, José P. Montero, diplomado en Buenos Aires, organizaba con grandes sacrificios la Maternidad y la Escuela de Obstetricia, de notable transcendencia social.

Clausurada en 1909, la Facultad fue reabierta en 1916, reorientada pocos años después por una brillante misión de profesores franceses, a los que se sumarían italianos y alemanes, reforzada con la nacionalización del Hospital de Clínicas y la fundación de institutos especializados, y nueva y definitivamente organizada en 1932.

Después del núcleo fundador de Velázquez, Insfrán, Duarte y Peña, fueron catedráticos el ya mencionado Montero y Luis E. Migone, Justo P. Vera, Ricardo Odriosola, Esteban Semidéi, Alejandro J. Dávalos y otros médicos, perfeccionadas casi todos ellos en los principales centros científicos de Europa. En la década del 30, les sucedieron Carlos Gatti, Julio Manuel Morales, Gustavo González, Pedro De Felice, Manuel Giagni, Ramón Doria, Manuel Riveros, Juan Max Boettner y otros catedráticos más jóvenes, algunos de los cuales permanecen en nuestro tiempo en la función docente.

La antigua Escuela de Farmacia recibió notable impulso y elevó el nivel de su enseñanza con el concurso de Pedro Bruno Guggiari (1885-1933J y Gustavo Crovato, formados en universidades europeas, a los que se sumaría más tarde Ricardo Boettner, y ha servido de base a la actual Facultad de Química

Aunque la ley fundacional de 1889 disponía la creación de una Facultad de Matemáticas, ello no tuvo efecto. En 1921, con la dirección del capitán de navío Elías Ayala, se establecía la Escuela de Agrimensura, y en 1926, con el concurso de ingenieros paraguayos formados en Europa y Estados Unidos y de emigrados rusos zaristas, inauguraba sus actividades la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas, con cursos de ingeniería civil y agrimensura. Aconteció esto en la presidencia de Eligió Ayala y siendo Adolfo Aponte ministro de instrucción pública. Durante la primera década de actividades de la institución, ejercieron el decanato Juan B. Nacimiento, Albino Mernes y Francisco Fernández.

En 1931 y dependiente de la Facultad de Derecho, se disponía la habilitación de la Escuela Libre de Ciencias Políticas y Económicas, base de la futura facultad, y poco después la Escuela Libre de Humanidades, dirigida por Manuel Riquelme servía de antecedentes a la Facultad de Filosofía. También es de entonces la Escuela de Odontología, anexa a la Facultad de Ciencias Médicas, que no llegó a funcionar por el estallido de la guerra.

El gobierno de la Universidad estaba a cargo de un Rector, a la vez Presidente del Consejo Secundario y Superior, y dependía directamente del Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública.

En 1929, se dictó la Ley N°. 1.048, de Autonomía Universitaria. Profesores, alumnos y egresados no docentes concurrían a la formación del Consejo Superior Universitario, presidido por el Rector. Similar principio se aplicaba para el régimen interno de las diversas Facultades, y se reglamentaba la carrera docente, al mismo tiempo que se establecía la ciudadanía universitaria.


VI.      ESTABLECIMIENTOS MILITARES DE ENSEÑANZA

En 1897 y en usufructo de becas ofrecidas por el gobierno de Chile, se trasladó a ese país un grupo de jóvenes destinados a seguir la carrera de las armas. Gozaba entonces la escuela militar chilena de prestigio continental y habían intervenido en su orientación calificados instructores del Ejército Imperial Alemán. Los oficiales paraguayos formados en Chile, sumados a un grupo más reducido de egresados de los institutos militares y navales de la Argentina, introdujeron en el Ejército y en la Marina las concepciones tácticas, las normas de organización y los métodos de instrucción de mayor aceptación en esa época.

En 1905 y con la dirección del entonces mayor Manlio Schenoni, graduado en Chile, se organizó la primera Escuela Militar. Aunque de corta duración, sirvió para formar un grupo de oficiales profesionales de larga actuación en las instituciones armadas.

En 1908, se habilitaba la Escuela Naval de Mecánicos que funcionó varios años y proporcionó técnicos a la Armada y a las industrias privadas.

En 1915, en la misma época que se promulgaba la Ley de Servicio Militar Obligatorio, se disponía la fundación de la Escuela Militar. Ejercía entonces la Presidencia de la República Eduardo Schaerer y era Ernesto Velázquez su ministro de guerra y marina. La dirección del instituto le fue confiada al Coronel Schenoni, autor del plan de estudios y orientador de la formación de los oficiales por espacio de varios años. A éste lo sucedieron hasta la guerra del Chaco los mayores José Félix Estigarribia, Camilo Recalde y Arturo Bray.

Objetivo esencial de la Escuela Militar era la afirmación de un cuadro profesional de oficiales capaz y apartidista. El nivel de la enseñanza se mantuvo alto: Además de los militares que tenían a su cargo las cátedras profesionales y la instrucción, profesores civiles de jerarquía reconocida dictaban clases de humanidades y ciencias. La primera promoción de tenientes egresó en 1917, y para 1932 los graduados de la institución constituían buena parte de los cuadros medios y subalternos de las fuerzas armadas.

En 1914 y a cargo de Silvio Pettirossi, se había dispuesto la apertura de una Escuela de Volación, malograda por la muerte de aquél cuando piloteaba precisamente el aparato destinado a la institución.

La Escuela de Aviación Militar, establecida en Campo Grande hacia 1927, contó con el concurso sucesivo de instructores franceses y argentinos y sirvió de base para la Aeronáutica Militar.

Poco después se fundaba la Escuela de Especialidades de la- Armada, con asiento en los Arsenales de Guerra y Marina, en Puerto Sajonia, para la formación de expertos maquinistas, mecánicos, electrotécnicos y automovilistas. Años más tarde se inauguraría la Escuela de Artes y Oficios de la Armada.

En 1928, con gran concurrencia de estudiantes universitarios y secundarios y bajo la dirección del entonces mayor Camilo Recalde, comenzó a funcionar la Escuela de Oficiales de Reserva.

En 1931 y 1932, con el concurso de una misión militar argentina encabezada por el coronel Abraham Schweitzer, desarrolló sus actividades la Escuela Superior de Guerra que nucleó a capitanes y jefes jóvenes para habilitarlos para las funciones de Comando y Estado Mayor.

Además, se dictaron los reglamentos de las diversas armas y servicios y se los mantuvo actualizados, al propio tiempo que se estimulaba a los oficiales a publicar estudios de carácter profesional. .

Corresponde recordar también en la presente reseña la Escuela de Policía, organizada en 1930 para el adiestramiento de la oficialidad y tropa de los cuerpos de seguridad, y la Escuela de Aprendices Músicos, de la misma repartición, que por años desarrolló interesante acción y contó con la dirección de maestros de banda italianos y paraguayos.

 

VII.     PROFESORES CONTRATADOS Y BECARIOS PARAGUAYOS EN EL EXTERIOR

Desde la contratación de Ildefonso A. Bermejo, hace ya más de cien años, han actuado profesores y misiones culturales y técnicas extranjeras en nuestro país. Con la cooperación de docentes europeos y americanos, se pudieron fundar el Colegio Nacional, el Seminario, la Escuela de Derecho y la Universidad Nacional. Zubizarreta, Olascoaga, Vallory, Anisits, Elmassian y Bertoni ocuparon la cátedra, fundaron institutos especializados, trazaron planes de estudios y participaron de la orientación de la enseñanza en los últimos años del siglo pasado y en los iniciales del presente.

Instructores militares de diversa procedencia actuaron en el Paraguay en el período del cual nos estamos ocupando. Una comisión de jefes y oficiales alemanes, para el adiestramiento de la oficialidad y la tropa, prestó útiles servicios, aproximadamente entre 1910 y 1914. Para el perfeccionamiento de los oficiales del Ejército y la Aviación, en 1927 fue contratada una misión militar francesa. Ya nos hemos referido a la misión argentina que tuvo a su cargo la Escuela Superior de Guerra hasta la iniciación de las hostilidades en el Chaco.

Entre 1927 y 1931, cumplió tareas de reorganización y enseñanza en la Facultad de Ciencias Médicas una muy calificada misión francesa. La encabezaba el académico Henri Roger, Decano de la Facultad de Medicina de París y catedrático de fisiología, y formaban parte de ella los profesores Lefas, Py, Delamare, André y Gery. Además, actuaron en idéntico menester y en la misma época, los italianos Gaetano Martino, más tarde ministro de relaciones exteriores en su patria, y Claudio Natale, y otros destacados hombres de ciencia. Todos ellos eran verdaderos maestros, de sólida preparación y de aptitudes docentes. Su labor fue de gran utilidad y contribuyó al alto nivel que caracteriza a los estudios médicos en el Paraguay.

El naturalista alemán Carlos Fiebrig fue contratado para organizar y dirigir el Jardín Botánico y Museo de Historia Natural, que en los años inmediatamente anteriores a la guerra del Chaco alcanzó notoria importancia. Precursores suyos en el cultivo, y enseñanza de las ciencias naturales habían sido el húngaro Daniel Anisits, los suizos Emilio Hassler y Moisés S. Bertoni y el paraguayo Teodoro Rojas. Fiebrig publicó monografías especializadas y formó aventajados discípulos en el Paraguay.

Para la enseñanza de las lenguas vivas en los institutos secundarios, fueron contratados en diversas épocas profesores europeos.

Aunque no vinieron expresamente para el efecto, deben ser recordados los emigrados rusos… los ingenieros y matemáticos Conradi, Sispanov, Krivosheim, Bobrovsky y otros, que con su cooperación hicieron posible el funcionamiento regular de la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas.

En el período al cual hacemos referencia, todos estos con tratos de técnicos y catedráticos extranjeros debían ser costeados con los recursos financieros del Estado Paraguayo.

Igualmente y desde los comienzos del siglo XX hasta el estallido de la segunda guerra mundial, existió un sistema de becas para estudiantes y graduados paraguayos, financiado íntegramente con fondos del tesoro nacional.

En 1903 y previo concurso, fueron comisionados a Italia los primeros estudiantes de bellas artes: los pintores Juan Samudio y Pablo Alborno y el músico Fernando Centurión de Záyas.

Por ley del 1º. de agosto de 1905, se reglamentó el régimen de concesión de becas para cursar estudios medios y superiores en el exterior, y por resolución ministerial del 5 de abril de 1906, se acordó ayudar con el pago de pasaje a los estudiantes paraguayos que viajaban sin beca a completar su formación. En ambos casos, se estableció un sistema de fianzas y de control, para evitar que el fisco resultara defraudado.

Al amparo de estas disposiciones libérrimas, médicos y abogados fueron a perfeccionarse en los más afamados centros científicos europeos, estudiantes más jóvenes cursaron las carreras de medicina, arquitectura y finanzas o se especializaron en bellas artes y humanidades en Francia, en tanto que otros seguían ingeniería en la misma Francia, en Gran Bretaña y en Bélgica, química y medicina en Alemania, odontología, agronomía e ingeniería mecánica, civil, electrotécnica y naval en los Estados Unidos.

De los 38 primeros doctores en medicina, para 1911, 21 habían sido becados para cursos de dos años de perfeccionamiento en Europa, y más tarde siguió en vigencia el sistema. Para el mejor egresado de la Facultad de Derecho, también existía la bolsa de viaje a París.

En las Universidades de Buenos Aires y Montevideo, hubo siempre gran número de becarios paraguayos que estudiaban medicina, odontología, química, ingeniería, arquitectura, agronomía, veterinaria y otras carreras.

En 1903, un pequeño grupo de jóvenes paraguayos fue comisionado a seguir sus estudios en el Colegio Militar de la Argentina. De 1905 a 1914, otros capitanes y mayores completaron su formación en academias y unidades de combate del Ejército Imperial Alemán, en tanto que por esos mismos años oficiales subalternos eran enviados en misión de estudios a Chile. Después de la primera guerra mundial y hasta, 1932, oficiales subalternos eran becados en Chile y la Argentina, en tanto que jefes recién promovidos a esa categoría recibían destinos en Francia, Italia y Bélgica: los mayores. Estigarribia, Ayala, Irrazábal, Fernández, Recalde y Delgado, que ocuparían los más altos mandos durante la contienda chaqueña, tuvieron entonces la oportunidad de ampliar sus conocimientos y recoger las experiencias de los vencedores de la reciente guerra mundial.

También clases e individuos de tropa fueron enviados a la Escuela de Mecánica de la Armada, de Buenos Aires.


BIBLIOGRAFIA

Cecilio Báez, "Historia de la instrucción pública en el Paraguay” y “Breve noticia sobre la instrucción pública nacional” (ambas, en el "Álbum Gráfico de la República del Paraguay ”).

Báez, “La instrucción pública en el Paraguay ” (en su “Resumen de la historia del Paraguay ”).

Emilio Uzcátegui, “Panorama de la educación paraguaya”.

Santiago Sánchez, “Estadística educacional del año 1955".

Amadeo Báez Allende, ‘‘Reseña histórica de la Universidad Nacional”.

R. Monte Domecq, "La República del Paraguay en su primer centenario”.

Años 1900/36 - Registros Oficiales, Mensajes Presidenciales. Memorias del Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública.


NOTAS

(1) Santiago Sánchez, “Estadística educacional del año 1955" pág. 21.

(2) “Álbum Gráfico de la República del Paraguaya”, pág. 282.

(3) Mensaje del Presidente Gondra al H. Congreso Nacional (Abril de 1921), pág. 63.

(4) "La Educación y la Justicia en los años 1932-33”, pág. 36.

(5) Sánchez, op. cit., pág. 29.



CAPITULO XVI

VIDA CULTURAL HASTA LA GUERRA DEL CHACO

 

El modernismo en las letras. Nuevas corrientes literarias. La novela y el cuento.

El teatro. El teatro en guaraní Historia e historiadores. La creación musical. Las artes plásticas.

La actividad editorial.

 

I.         EL MODERNISMO EN LAS LETRAS

El romanticismo perdura en el Paraguay hasta bien entrado el siglo. Un precursor del modernismo es Francisco Luis Bareiro (1879-1930), aunque retraído y de producción muy corta. Generalmente se considera que la obra poética de Juan E. O’Leary, autor de “Salvaje”! y de sonetos y elegías, señala la transición del romanticismo al modernismo.

A esta última corriente estética la combatió Manuel Gondra, con criterio académico, en una muy difundida crítica a Rubén Darío, varias veces publicada.

El argentino Martín Goyeoechea Menéndez y el español Rafael Barret, que vivieron en el país en la primera década del presente siglo, influyeron en la difusión y afirmación del modernismo. En esta época, es de notar la importancia que en el ambiente culto, paraguayo se atribuye a Rueda y a Villa-espesa, desproporcionada con su real trascendencia en las letras hispánicas: quizá se debiera, ello a la acción de su amigo Viriato Díaz Pérez.

El gran poeta del primer cuarto de nuestro siglo es Alejandro Guanes (1871-1925), representante ya del modernismo, pese a su actitud romántica en muchos casos. Su producción se dispersó en periódicos y revistas, pero quedó en gran parte salvada merced al mucho espacio que José Rodríguez Alcalá le dedicó en su “Antología Paraguaya”, publicada en 1911. Once años después de su muerte, muchos poemas de Guanes fueron recopilados en un volumen apaisado que se denominaba “De paso por la vida”. De su producción poética, gozan de especial celebridad “Las leyendas”, de gran vigor expresivo y de métrica singular, la traducción de “Ulalume” de Poe, “Allan Cardec” y “A mi Cristo”. .

En 1911, con su “Canto secular”, aparece y se destaca Eloy Fariña Núnez (1885-1929), educado y residente en la Argentina. Su obra poética es definidamente modernista.

Otros poetas de la época son Ignacio A. Pane, autor de “La mujer paraguaya”, Ricardo Marrero Marengo, Roberto A. Velázquez, Luis y Víctor Abente Haedo y el sacerdote Manuel Gamarra, todos ellos ya fallecidos.

El grupo nucleado en “Crónica”, que aparece de 1913 a 1915, concreta más claramente la tendencia modernista. De entre ellos, son poetas Pablo Max Ynsfrán y Guillermo Molinas Rolón (1889-1945), muy revalorizado después de su muerte. También publicaba versos en “Crónica” Silvio A. Macías (18§9- 1947). Pueden ser filiados con este círculo, aunque no tuvieron parte en la mencionada revista, Leopoldo Ramos Giménez, autor de un “Canto a las palmeras de Río de Janeiro”, Facundo Recalde (1896-1969) y Manuel Ortiz Guerrero (1897-1933).

Ortiz Guerrero goza hasta hoy de inmensa popularidad. Su obra poética acusa influencias rubendarianas. Aquejado de un terrible mal que lo obligaba a aislarse, siguió escribiendo y montó una pobrísima-imprenta, para editar personalmente sus obras y ganarse el sustento. Su poema “Loca” le dio prestigio en su juventud y los títulos de sus volúmenes de versos son “Surgente”, “Nubes del Este”, “Pepitas”. Escribió también teatro y es autor de la letra de “India”, la más célebre de las guaranias, con música de José Asunción Flores.

Guanes, Fariña Núñez y Ortiz Guerrero son los poetas de más asentado prestigio de este período.

 

II.        NUEVAS CORRIENTES LITERARIAS

Las corrientes post-modernistas se dejan percibir en los poetas de la revista “Juventud”, fundada en 1923 por Raúl Battilana (1904-1924), Heriberto Fernández (1903-1927), Pedro Herrero Céspedes (1902—1924) y Carlos Zubizarreta (1904-1972). Fernández, que falleció en París, publicó en esa ciudad “Voces de ensueño” y “Visiones de églogas”, en tanto que sus “Sonetos a la hermana” no fueron editados hasta treinta años después de su muerte.

Pertenecen al mismo círculo Vicente Lamas, que ha publicado un tomo con el título de “La senda escondida”, José Concepción Ortiz (1900—1973), autor de “Amor de caminante”, y Herib Campos Cervera (1908-1953, de "Ceniza redimida'' y de "Hombre secreto”, pequeño volumen editado en 1966. Ellos y otros jóvenes que compartían sus tendencias estéticas publicaron “Alas”, nueva revista que sustituía a “Juventud”.

Es de esta misma promoción, aunque de bastante más edad, Julio Correa (1890-1953), de versos de vigoroso contenido social, fundador además del teatro en guaraní.

Corresponde igualmente recordar, por razones cronológicas, en este apartado a Francisco Ortiz Méndez, laureado como “Poeta de la ciudad de Asunción” en los juegos florales en 1930, y al sacerdote francés Marcelino Noutz (1892-1963), autor de canciones épicas de hondo sentido patriótico y de gran popularidad, así como también a las poetisas Ida Talavera de Fracchia, de gran delicadeza en el sentimiento y en la expresión, que escribe en español y en guaraní, Enriqueta Gómez Sánchez, ya fallecida, y Dora Gómez Bueno de Acuña.

De los poetas post-modernistas anteriores a la guerra del Chaco, el que influye de manera perceptible en las generaciones siguientes es Herib Campos Cervera, también vinculado a los artistas plásticos.

 

III.      LA NOVELA Y EL CUENTO

En 1906, el argentino José Rodríguez Alcalá publica “Ignacia”, la primera novela paraguaya. Algo posterior es Juan Stefanich, autor de “Aurora”, novela de contenido telúrico.

En la cuentística, debemos anotar “Las vertebras de Pan”, de Eloy Fariña Núñez, pequeño volumen aparecido en 1914, los “Cuentos y parábolas”, de Natalicio González, y dos series de “Tradiciones del hogar”, de Teresa Lamas Carísimo de Rodríguez Alcalá. Anterior a todos ellos es “El dolor paraguayo”, de Rafael Barret, serie de cuentos breves de intención realista, editada en Montevideo en 1911.

Poco antes de la guerra del Chaco, comienza a escribir Benigno Casaccia Bibolini, más conocido como Gabriel Casacci, autor de las novelas “Hombres, mujeres y fantoches” y “El Bandolero” y otros tomos de cuentos. Como su obra se extiende hasta nuestros días, hemos de dedicarle más espacio en capítulos posteriores.

Prosistas del grupo de “Crónica” eran Leopoldo Centurión (1893-1922) y el italiano Roque Capece Faraone (1894-1928), criado en el Paraguay.

Ni la novela, ni el cuento, han sido géneros muy cultivados antes de 1930.

Durante la guerra del Chaco, ella se convierte en tema de la narrativa y un librero emprendedor, Santiago Puigbonet, se hace editor de varios volúmenes de impresiones y relatos de combatientes y de hombres de la retaguardia. El P. José D. Molas sacerdote salesiano, escribe “Polvareda de bronce", Arnaldo Valdovinos, “Bajo las botas de la bestia rubia” y “Cruces de quebracho”, Rigoberto Fontao Meza, "Infierno y gloria" y José S. Villa rejo, “Ocho hombres".

 

IV.      EL TEATRO

Hacia 1906, el español Victoriano Abente y Lago, que no debe ser confundido con su hermano Victorino, compone una zarzuela que no llega a representarse.

En 1906, Alejandro Guanes (1871 —1925) compone y estrena “La Cámara oscura” en una sala de Asunción.

Eloy Fariña Núñez ya recordado como poeta y cuentista, fue también autor dramático. Son de su pluma “Entre naranjos”, tragedia, “El santo y el soñador”, drama, “La ciudad silenciosa”, comedia, y otras piezas, todas perdidas.

Más el teatro paraguayo llevado a las tablas toma cuerpo a partir de 1910 y más especialmente después de 1920.

Del grupo, de “Crónica” y de su generación, son autores dramáticos Leopoldo Centurión y Manuel Ortiz Guerrero. Centurión escribe, dos comedias, “El final de un cuento” y "La cena de los románticos;”, en tanto que a la pluma de Ortiz Guerrero se deben “Eireté”, “La conquista” y otras composiciones en verso. Leopoldo Ramos Giménez, en esa misma época, destaca la explotación de los trabajadores de los yerbales en su drama “La inquisición de oro”.

Posteriores a 1920, Luis Ruffinelli y Arturo Alsina escriben teatro y lo hacen representar.

Ruffinelli estrenó en 1924 “Sorprendidos y desconocidos”, comedia de intención moralizadora, y dos años después obtenía notable éxito con su drama “Victoria”. Durante la guerra del Chaco, llevó a escena una sátira de actualidad, “La conciencia Juridica del barrio”. Más tarde incursionó, con "Guariniro", en el teatro en guaraní.

Alsina, argentino de nacimiento, pero consubstanciado con todo lo paraguayo, presentó al público en 1926 su drama “La marca de fuego”, al que siguieron “Flor de estero”, “Evangelista”, “El derecho de nacer”, “Intruso” y otras comedias dramáticas. Se ha dedicado también al teatro radial.

Son contemporáneos suyos Eusebio  A. Lugo (1890-1953), Demetrio Morínigo, Pedro Juan Caballero (1900-1946), Facundo Recalde y Miguel Pecci Saavedra (1890-1963).

Alsina, Caballero y Lugo tentaron la organización de una Compañía Paraguaya de Dramas y Comedias (1).

Roque Centurión Miranda (1900-1960), actor y escritor dramático viajó por España y Francia, tentó la fundación del “Elenco Paraguayo”, primera compañía estable de comedias, y fue el alma de la Sociedad de Actores Teatrales Paraguayos. Trató de establecer una escuela de actores y se dedicó a la enseñanza de las diversas artes del ritmo.

Durante la guerra, escribió con Josefina Pla “Episodios Chaqueños” y los estrenó. No era su primera obra, pues en 1926 había llevado a las tablas la comedia “Cupido sudando”. Recorrió el frente con su arte, y de sus experiencias chaqueñas nació “Tuyú”, drama en guaraní. De su actuación posterior, nos ocuparemos en los capítulos que siguen. También por entonces, Josefina Pla compuso           la comedia dramática “Víctima propiciatoria”. Ambos autores iniciaron en esa época el radio-teatro en el Paraguay.

 

V.        EL TEATRO EN GUARANI

Los precursores del teatro en guaraní son Francisco Martín Barrios y Félix Fernández, pero su auténtico e indiscutido fundador es el ya mencionado Julio Correa.

Con la cooperación de Roque Centurión Miranda, el cómico Melgarejo y otros autores y actores, Correa sostuvo y dio vida al teatro en guaraní, hasta imponerlo de modo irreversible en nuestras letras.

La obra de Correa se inicia en 1931 con el drama “Sandía yyygüí”, estrenado en Luque, y se extiende hasta su muerte. De tendencia realista, Correa reproducía de preferencia el medio rural y ponía de manifiesto con, rasgos acusados sus problemas sociales. Nueve dramas, “Sandia yvygü”, “Guerra ayá”, “Terejhó yevy frente-pe”, “Yvy yara”, “La culpa del bueno”, “Carú pocá”, "Peischa guarante”, “Pleito riré”, “Po’á nda ya yocoi”, y cinco comedias, entre las que cabe recordar “Caraí Ulogio", “Honorio causa”, de actualidad política en 1945, y “Sombrero caá”, constituyen el repertorio del teatro de Correa. Debemos agregar a éstos “Ñane mba-éra-ín”, sainete en guaraní que en un volumen prologado por Arturo Alsina apareció en 1965.

Publicó también un pequeño tomo de versos, “Cuerpo y alma”.

Su teatro es eminentémente popular y goza de general aceptación.

Hemos mencionado igualmente “Guariniro”, de Luis Ruffinelli, y los “Episodios chaqueños”, bilingües, de Josefina Pla y Centurión Miranda, así como también "Tuyú", totalmente en guaraní, de este último.

 

VI.      HISTORIA E HISTORIADORES

A Audibert y Garay, iniciadores de la investigación histórica a fines del siglo XIX, suceden Cecilio Báez, Manuel Domínguez, Fulgencio R. Moreno y Manuel Gondra, que hallarán medios de Expresión en la “Revista del Instituto Paraguayo”, en la “Revista del Paraguay”, en los periódicos de la época, en la tribuna de conferencias y en el libro y el folleto. Todos ellos manejan las fuentes con criterio científico y dedican preferente atención a la búsqueda de argumentos favorables a los derechos del Paraguay sobre el Chaco.

Cecilio Báez (1862-1941), jurista, sociólogo e historiador, el primero de los polígrafos paraguayos, fundó las cátedras de Sociología e Historia Diplomática en la Facultad de Derecho, casa en la cual enseñó en distintas épocas casi todas las materias del plan de estudios.

En el orden histórico, Báez es autor de “La tiranía en el Paraguay”, “Ensayo sobre el doctor Francia”, “Resumen de la historia del Paraguay”, que incluye una historia de la educación, “Cuadros históricos y descriptivos del Paraguay”, “Historia colonial del Paraguay y Río de la Plata”, “Historia diplomática del Paraguay” (2 tomos) y “Bosquejo histórico del Brasil”, obra escrita cuando contaba ya casi ochenta años. La lista de sus publicaciones se extiende desde 1886 hasta 1940.

Manuel Domínguez. (1867-1935), llamado “el abogado de la Patria” por Centurión, fue Director del Archivo Nacional e inició la publicación de los fondos documentales del mismo. Es autor de “La Sierra de la Plata”, “La fundación de la Asunción” y otras monografías reunidas en un volumen con el título de “El alma de la raza”, “El Paraguay, sus grandezas y sus glorias”, “El Chaco Boreal”, “Nuestros pactos con Bolivia” y una serie de más de diez muy bien fundamentados folletos comprobatorios de los derechos del Paraguay sobre el Chaco. Desempeñó la cátedra en el Colegio Nacional y en la Facultad de Derecho y su influencia moral fue grande sobre la juventud paraguaya.

Manuel Gondra (1871-1927), humanista y maestro de la juventud, dirigió la “Revista del Instituto Paraguayo” y publicó artículos históricos y críticos y alegatos sobre límites, en parte reunidos después de su muerte en “Hombres y letrados de América”. Dirigió por años la política internacional paraguaya y tuvo influencia principal en él planteamiento de la defensa jurídica e histórica del Paraguay en el Chaco.

Un historiador rigurosamente científico fue Fulgencio R. Moreno (1872-1933). Produjo “Estudio sobre la Independencia del Paraguay”, en el que atribuye especial importancia a los factores económicos, “La ciudad de la Asunción”, “La extensión del Paraguay al Occidente de su río”, “El problema de las fronteras” y una “Geografía etnográfica del Chaco”, inserta en sus alegatos en el conflicto con Bolivia, además de artículos y ensayos breves. Por largos años, integró el personal de la Cancillería para atender la cuestión del Chaco.

Juan E. O'Leary (1880- 1969), reivindicador de la figura histórica del Mariscal López, ha ejercido gran influencia ideológica y es autor de "La guerra de la triple alianza" inserta en el “Álbum Gráfico de la República del Paraguay", "Nuestra epopeya”, "El Mariscal Solano López", “El libro de los héroes", “El Paraguay en la unificación argentina", "Los legionarios”, "El centauro de Ybycuí" y otros libros.

Como la labor historiográfica de Justo Pastor Benítez, J. Natalicio González, Juan F. Pérez Acosta, Ramón I. Cardozo y otros autores se extiende hasta bastante después de la guerra del Chaco, nos ocuparemos de todos ellos en el capítulo XVIII.

Héctor F. Decoud (1855-1933) publicó “La Convención Nacional Constituyente y la Carta Magna de la República", “La masacre de Concepción", “Una década de vida nacional", ‘‘Los emigrados paraguayos en la guerra de la triple alianza”, “Elisa Lynch de Quatrefages", “La revolución del comandante Molas” y otras monografías.

Ya en vísperas de la guerra con Bolivia, Efraím Cardozo se daba a conocer con su primer libro, “El Chaco y los Virreyes”.

 

VII.     LA CREACION MUSICAL

Han sido sucesivamente centros promotores de la enseñanza de la música el Instituto Paraguayo, el Ateneo Paraguayo y la Escuela Normal de Música. No debe olvidarse la labor formativa de la Banda de la Policía, que en el primer tercio de nuestro siglo estuvo bajo la dirección de los maestros Nicolino Pellegrini y Salvador Dentice: en su serio adquirieron las primeras nociones de música compositores y ejecutores de mérito.

En la enseñanza de la música, se destacaron desde comienzos del siglo el italiano Nicolino Pellegrini, maestro de banda, y el argentino Miguel Morosoli, profesor contratado por el Instituto Paraguayo, y los paraguayos Fernando Centurión de Zayas, compositor y violinista, formado en Europa, y Leopoldo Elízeche. Más tarde, la tarea pasa a manos del alemán Alfredo Kamprad (1893-1961) y el paraguayo Remberto Giménez, violinista ambos y perfeccionado el segundo en Alemania. Giménez es fundador de la Escuela Normal de Música.

Enrique Marsal, ya fallecido, Ana Brun de Guggiari, también compositora, Francisco Marín Nogueras, Susana Elizeche de Codas, Amelia González Navero de Rodríguez y Leonor Aranda comenzaron su labor docente en los años inmediatamente anteriores a la guerra del Chaco.

Mención especial merece Gustavo Sosa Escalada, concertista y profesor de guitarra, de notable actuación a comienzos del siglo.

La enseñanza del canto se ha difundido más tarde: hacia 1920 abrió su Academia de Arte Lírico la princesa rusa Nadine Tumanoff y en la década siguiente fundaba Sofía Mendoza la Escuela Normal de Canto.

Entre los compositores de música de cámara, debemos recordar al ya citado Fernando Centurión de Zayas (1885-1938), autor de “Marcha heroica”, “Serenata guaraní” y otras composiciones, y a Remberto Giménez, de “Rapsodia paraguaya”, para orquesta, de "Yopará", para banda, y de motivos populares, así como también del arreglo del Himno Nacional que se halla en vigencia desde 1933.

En la música de cuerdas, debe ser mencionado en lugar preferente Agustín Barrios (1885-1944), maestro de la guitarra, compositor y ejecutante. Son suyas “La catedral”, “Allegro sinfónico”, “Un sueño en la floresta”, “Jha che valle”, “'Danza paraguaya” y otras melodías. Un compañero suyo, Dionisio Basualdo, ha formado aventajados discípulos.

La Guarania, iniciada con “Jejuí”, en 1925, por José Asunción Flores (1904-1972), autor de “India” en colaboración con Manuel, Ortiz Guerrero “Kerasy”,“Arribeño”,“Nerendape ayú”,“ Ñasaindype”, “Mburicaó” y otras composiciones, ha encontrado numerosos cultores y goza del favor popular. El arpista Félix Pérez Cardozo (1910-1952) alcanzó también alto nivel en la creación musical. Fue autor del arreglo hoy difundido de “Güyrá campana” y de “Lejos de tí”, “Tren lechero” y otras polcas Herminio Giménez ha sido uno de los primeros en difundir la música paraguaya en el exterior Son suyas “Mi oración azul”, “Lejanía’’, “Tapé guazú”, “El canto de mi selva” y otras guaranias, polcas y canciones.

 

VIII.   LAS ARTES PLASTICAS

Juan Samudio (1879-1936) y Pablo Alborno (1877-1958) viajaron a Italia en 1903 y dedicaron toda su vida a la pintura.

Samudio es el más vigoroso de los artistas plásticos paraguayos de orientación académica y el más original y permeable a las nuevas corrientes. En Europa fue premiado en exposiciones y, de regreso en el país, ejerció la docencia y colaboró con la Municipalidad de Asunción en el trazado de parques y jardines. Cuadros suyos se conservan en el Musco Godoi y en colecciones particulares. Sus paisajes en general son muy bien logrados.

Alborno, igualmente de orientación académica, se sintió atraído por la riqueza de nuestra flora y ella constituyó la temática de casi toda su producción. Se le debe además la iconografía de los Próceres de la Independencia más difundida. Sus lapachos en flor se han popularizado grandemente. Se ha dedicado también a la historia del arte y a la antropología.

El italiano Héctor Da Ponte también se dedicó a la pintura y a la enseñanza del dibujo y disciplinas afines.

Modesto Delgado Rodas fue otro discípulo de las academias italianas. Sus cuadros se han exhibido en Europa y en diversos países americanos.

Jaime Bestard (1892-1965), que permaneció en París toda una década, se vinculó con las corrientes post-impresionistas, para pasar al academismo desde su regreso al Paraguay. Aunque su especialidad es el paisaje, ha preparado una exposición de cuadros históricos sobre temas de la Independencia, que contó con el patrocinio del Instituto Paraguayo de Investigaciones Históricas.

Roberto Holden Jara, más joven que los anteriores, es también de orientación académica y usa un procedimiento de su invención, llamado “agua-pastel” Tiene cabezas de indios muy bien logradas.

"En Holden Jara, en Jaime Bestard y en Delgado Rodas escribe Justo Pastor Benítez— ya están la nota paraguaya, un destello de arte nacional. Ya no son "manchitas” de exposición, cuadros imitados de ajena procedencia, habilidad de discípulo sino creaciones de sabor nativo, pinceladas de artistas de entilo propio”.

Entre los dibujantes, debemos tener presentes a Miguel Acevedo (1889-1915), original ilustrador de "Crónica”, que estuvo poco tiempo en París y murió muy joven, a Juan Sorazábal (1901-1914), del grupo de la revista “Juventud”, radicado por muchos años en Buenos Aires, que reprodujo tipos rurales paraguayos con hondo realismo, y a Andrés Guevara (1903-1963), identificado con las más modernas corrientes estéticas, que se formó en el Brasil y trabajó desde su juventud en diarios y revistas de Buenos Aires

Andrés Campos Cervera (1888-1937) estudió en España, Francia e Italia, Fue pintor de las nuevas corrientes plásticas, pero se dedicó después con exclusividad a la cerámica, adoptando el seudónimo de Julián de la Herrería. Con su definida orientación estética y con su dominio de la técnica, Campos Cervera ha elevado a la cerámica, de manifestación de artesanía, a expresión de arte puro. Merced a él y a sus discípulos, la cerámica es una de las artes plásticas en las cuales el Paraguay puede preciarse de haber alcanzado más originalidad.

Escultores anteriores a la guerra del Chaco, Francisco Almeida (1882-1960), discípulo de las academias de Francia e Italia, y Vicente Pollarolo (1905-1963), también formado en Italia, son autores de diversos monumentos de factura académica en la capital y pueblos del interior.

 

IX.      LA ACTIVIDAD EDITORIAL

Aproximadamente a partir de 1895, vale decir desde la época de la aparición de la “Revista del Instituto Paraguayo”, el negocio editorial prospera y cobra impulso en el Paraguay.

Comienzan la serie, a fines de la pasada centuria, la librería de Uribe y los Talleres Nacionales de H. Kraus, modernos éstos para su tiempo y estrechamente vinculados con la producción histórica, jurídica y literaria. Ya en nuestro siglo y por más de treinta años, los talleres gráficos de “La Mundial”, a los que se suman los de “La Colmena” y más tarde la librería de Puigbonet y otras firmas de plaza, producen ediciones bien presentadas y comparables con las extranjeras corrientes.

Participan de la actividad en diversas épocas y con trascendencia variable la Escuela Tipográfica Salesiana, la tipografía de Quell, la de Zamphirópolos, los talleres de los periódicos y la imprenta de la Escuela Militar.

Por esos mismos días, la Imprenta Nacional, dependiente entonces del Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública, moderniza sus instalaciones, agiliza su organización y después de 1920 ha de alcanzar su más alto nivel de eficiencia. Mensajes presidenciales y memorias de los ministerios y otras reparticiones oficiales, diarios de sesiones de las cámaras legislativas, publicaciones forenses, códigos y leyes nuevas, gaceta y registro oficiales, además de manuales de enseñanza media y universitaria, salen de sus prensas con presentación decorosa y a bajo costo.

Todo el copioso material de divulgación de la causa del Paraguay en su litigio y posterior contienda armada con Bolivia fue editado en los talleres de la Imprenta Nacional.

Aparte de las reediciones de los “Mensajes” de Carlos Antonio López y del “El Paraguayo Independiente”, allí se imprimen libros y folletos de Domínguez, Báez, Moreno, Gregorio y Justo Pastor Benítez, Ramón I. Cardozo, Manuel Riquelme, Juan Max Boettner y otros historiadores, naturalistas, pedagogos y jurisconsultos. Para estimular a los autores nacionales, se reglamenta un sistema de publicación gratuita de sus obras de interés general, así como también otro de impresiones con grandes descuentos en los precios, y se los aplica sin discriminaciones.


BIBLIOGRAFIA

Justo Pastor Benítez, “Algunos aspectos de la literatura paraguaya”.

Benítez, “El solar guaraní".

José Rodríguez Alcalá, “Antología paraguaya".

Hugo Rodríguez Alcalá, “Historia de la literatura paraguaya".

Sinforiano Buzó Gómez, “Índice de la poesía paraguaya

Josefina Pla, “Literatura paraguaya en el siglo XX” (en “Aspectos de la cultura paraguaya”).

Varios autores, “Pequeño diccionario de la literatura paraguaya”, publicado parcialmente en “Comunidad”.

Carlos R. Centurión, “Historia de la cultura paraguaya", II.

Colección de "Crónica’', 1913-1915.

Francisco Pérez . Marcevieh. "La poesía y la narrativa en el Paraguay”, (Asunción 1959).

Miguel Ángel Fernández, "La plástica paraguaya moderna’’ (en "Aspectos de la cultura paraguaya”).

Memorias del Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública (varias).

Memoria de la Imprenta Nacional correspondiente a los años 1933 y 1934.



NOTAS

(1) Jorge Aguadé, “Crónica y reflexiones sobre el homenaje a Don Arturo Alsina” (En “ABC Color”, 19-1-1975).

 

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Asunción – Paraguay. Agosto 2010

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