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SUSANA GERTOPÁN

  7285 - Cuento de SUSANA GERTOPÁN


7285 - Cuento de SUSANA GERTOPÁN

7285

Cuento de SUSANA GERTOPÁN

 

 

SUSANA GERTOPÁN : Una de las más nuevas componentes del Taller Cuento Breve. En sus cinco años de participación en las clases de lectura, escritura y crítica, ha logrado una serie de cuentos que enfocan diversos temas. Algunos han sido publicados en la prensa local y ahora por segunda vez, se incluyen dos cuentos suyos en un libro del Taller.

 Es miembro activo del Club del Libro N° 1 y ha intervenido en cursos en distintos talleres y seminarios de literatura. Es también miembro de la Sociedad de Escritores del Paraguay.

 

 

 

7285

 

Llegó al aeropuerto con el tiempo justo para despachar las maletas, verificar el pasaje y tomarse una taza de café. Compró algunas revistas y esperó. Una voz de mujer anunciaba por medio de los parlantes la partida del vuelo 428 con destino a Madrid y escala en Rio de Janeiro.

 

Mientras el resto de los pasajeros terminaba de despedirse de sus familiares o amigos entre abrazos, lágrimas y buenos deseos, ella se detuvo en la fila, junto a una pareja; él partía y ella lo cubría de besos; otra mujer, ya mayor, se aferraba a su hijo, llenándolo de bufandas. Una vez pasada la aduana, ya dentro del avión, la azafata la acompañó al lugar que indicaba el pasaje.

 

Acomodó su bastón bajo el asiento y aguardó, ansiosa como los demás. Al lado, el lugar estaba vacío: lamentó la ausencia de otro pasajero; le asustaba no tener con quién compartir el miedo a volar.

 

Luego de las indicaciones de asegurarse los cinturones, el avión despegó. Unos minutos después la azafata ofrecía bebidas; ella transpiraba, tensa, dentro del abrigo azul y rechazó el ofrecimiento. Después de algunas horas que le parecieron días, el avión aterrizó en Rio. Los pasajeros, en su mayoría, se renovaron: entre ellos subió una delegación de estudiantes que alborotó el avión. Una mujer ocupó el asiento de al lado; ella suspiró hondo, con alivio.

 

-¿Estás cómoda?

 

-Sí, gracias.

 

¿Cómo te llamas?

 

-Helena; ¿y usted?

 

-Raquel. Y vos, ¿sos brasilera?

 

-No, nací en la Argentina, ¿y usted?

 

-Yo soy paraguaya, paraguaya naturalizada - recalcó Raquel.

 

La voz del comisario de a bordo interrumpió el diálogo, indicando la continuación del vuelo; antes de los deseos de buen viaje, Helena quedó dormida.

 

Raquel, envidiosa de aquel sueño, volvió la cabeza y dirigió una mirada a las nubes que esquivaban el sol. Cerró los ojos: el pánico regresaba.

 

Es la pesadilla que sigue acosándome los sueños azotando mi vida. Todos pensábamos que no vendría, era todo tan lejano pero la guerra llegó y no se fue, no tiene fin dentro de mí, como la misma muerte mientras dura la vida. Quiero matar el dolor que llevo adentro pero los recuerdos no mueren. Fui arrancada de los brazos de mi madre bajo la mirada resignada de mi padre, grité una y mil veces, pero mi voz no tuvo eco como la de los otros. Los hombres fueron separados de las mujeres, los niños de las niñas, las madres de sus hijos. Luego, la brusquedad de un cuerpo buscando el mío con todo el peso de asco, terror, arrancándome la ropa, destrozándome, como fiera ensañada con su víctima para finalmente devorarla. Ahora un ser vivo crece, late, a consecuencia de ese horror. Le tengo asco, siento que no me pertenece, quiero desprenderlo de mi vientre; pero no puedo; tengo miedo, lástima. En medio de la oscuridad percibo la calma del agua. Estaba en un barco, no sabía qué hacia ahí, cómo había llegado. Tenía frío, hambre, y eso me hizo sentir que vivía. Mi vientre se agrandaba día a día, con la poca fuerza que me sostenía empujé a una niña. Cuando llegamos al puerto de Buenos Aires, al bajar nos revisaban todo lo que llevábamos, sacándonos lo poco de valor; mi único equipaje era un bultito con vida.

 

Los números que nos habían tatuado en el brazo eran nuestros pasaportes. Preguntaban de dónde veníamos, aunque no era necesario; eso se notaba en la calvicie de los hombres, en la tos de los tísicos, en las muecas de dolor de las mujeres, en el olor a muerte que traían los niños.

 

Sobre el tablón había sopa, café. La voz de una mujer me hablaba en un idioma desconocido, inentendible. Ella me llevó a un lugar, después a otro, por fin, cuando recuperé mis fuerzas y mis sentidos, empecé enloquecidamente a buscar mi bultito; ese que tanto había odiado; ahora lo extrañaba, ¡era mío!, ahí estaba mi hija, me pertenecía.

 

Después todo se volvió búsqueda: ¿dónde la dejé? ¿Quién querría aquel cuerpito sucio, flaco, mal habido?

 

Un pozo de aire cortó su sueño. Tocó el timbre y pidió un vaso de agua. Helena ojeaba unos apuntes.

 

-¿Qué harás en España, Helena?

 

-Voy a completar mis estudios, gané una beca; estoy haciendo una investigación social, además, hace un tiempo busco a una persona, en realidad es un número, 7285: pertenece a mi madre. Ella, sabe, era judía y estuvo en un campo de concentración.

 

Raquel enterró las uñas en la palma y cerró los ojos. No necesitaba mirar su brazo.

 

Fuente:


TALLER CUENTO BREVE

Dirección y prólogo: HUGO RODRÍGUEZ-ALCALÁ

© Taller Cuento Breve


QR Producciones Gráficas

Asunción – Paraguay,

Mayo de 1995 (194 páginas).
 
 
 
 
 

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