YACY YATERÉ
Cuento de LENI PANE
YACY YATERÉ
La siesta era pesada y silenciosa. Solo se oía a la distancia algún ocasional trajinar dentro de la casa. El calor y la hora de la digestión inducían a los mayores al descanso. Luisito, obligado por su tía Amalia, se había acostado en la hamaca para dormir la siesta. Sin embargo sus seis años se rebelaban ante tal disposición, pues sus energías y sus ganas de jugar le eran arrebatados por el capricho de la tía.
El sol brillaba hacia el campo y relucía en los maizales. Luisito miraba la lejanía e imaginaba la infinidad de juegos con que podría solazarse, y hasta le parecía escuchar que alguien a lo lejos le llamaba:
-¡Luisitoo! ¡Luisitooo!
Se levantó de la hamaca despacio, no se puso los zapatos para no hacer ruido y mirando de reojo a la tía Amalia que dormitaba en la otra hamaca transitó de puntillas el largo corredor hasta llegar al césped, de allí hasta el alambrado que dividía la casa del campo fue un trayecto rápido.
-¡Luisitoo! ¡Luisitoooo!
Corrió por el campo y ya cerca de los maizales escuchó un silbido, lo que hizo que el niño imaginara la cercanía de otro niño con el que podría jugar.
Se internó entre los maizales y el silbido se hizo más cercano; caminó hacia el sonido y a poco se encontró con un hermoso niño blanco y rubio que estaba sentado en el suelo entre las plantas. Vestía muy pocas ropas, su blancura brillaba al sol como sus rizos rubios y tenía en sus manos un bastoncito dorado que brillaba como el oro del collar de la tía Amalia.
Le llamó a Luisito por su nombre y le invitó a sentarse con él sobre la hierba verde. Le mostró el bastoncito dorado, le permitió jugar con él y le invitó a beber miel de una taza dorada.
Luisito estaba maravillado, la belleza del niño, su amabilidad, la tarde estival y la aventura se conjugaban en un todo perfecto y armonioso.
Luisito se sentó al lado del niño rubio, y bebió complacido la dulce miel.
Desapareció al instante el maizal y la tarde amarilla para dar lugar a una casa palaciega en donde no estaba la exigente tía Amalia sino juguetes, golosinas y miel por doquier. Jugó Luisito con el niño por largo rato hasta que sintió sueño, por lo que se recostó en un sillón aterciopelado y se durmió.
La tía Amalia se despertó de la siesta y vio con angustia que el niño no estaba en la hamaca. Lo buscó por toda la casa y alertó a los que servían en ella. Se dispersaron hacia el campo con la tía Amalia, quien entró en los maizales. Caminaron y caminaron. Un silbido extraño e insistente los acompañaba. Al caer la tarde en el borde del campo, un montículo de tierra se dibujaba angulosamente y allí acostado sobre la roja tierra se hallaba muerto Luisito.
Al llegar la tía Amalia hasta el cuerpecito yacente, los silbidos eran tan fuertes que todos los escuchaban, y al levantar con sus manos el cuerpo del niño una voz, lejana y cercana al mismo tiempo, decía:
-¡Yacy Yateré! ¡Yacy Yateré!
Fuente:
(CUENTOS Y POEMAS PARA NIÑOS Y ADOLESCENTES)
Editado con el auspicio del FONDEC
QR Producciones Gráficas S.R.L.,
Diciembre, 2002 (210 páginas).
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