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THOMAS L. WHIGHAM
  EL COMERCIO Y LOS CONFLICTOS FLUVIALES (1780-1840) - Por THOMAS WHIGHAM - Año 1999


EL COMERCIO Y LOS CONFLICTOS FLUVIALES (1780-1840) - Por THOMAS WHIGHAM - Año 1999

EL COMERCIO Y LOS CONFLICTOS FLUVIALES (1780-1840)

TRADICIÓN Y DESARROLLO EN EL ALTO PLATA


THOMAS WHIGHAM


Profesor de Historia Latinoamericana

Universidad de Georgia

Athens, Georgia EE.UU.


Editorial EL LECTOR

www.ellector.com.py

Tapa: CA’AVO-GOIRIS

Asunción – Paraguay

1999 (158 páginas)

 


INDICE

PRESENTACIÓN

EL COMERCIO Y LOS CONFLICTOS FLUVIALES

La dimensión geográfica

Las divisiones sociales

Los primeros años

El periodo virreinal

Tabla 1.1: Promedio De Exportación Anual De Asunción, 1788-92

Independencia

La Ocupación De Corrientes Por Los Artiguistas

La Conexión Con Pilar Del Ñeembucú

Tabla 1.2: Exportaciones De Pilar Del Ñeembucú

El  Comercio De Itapúa

Tabla 1.3: Exportación De Itapúa, 1826-39

Ajustes y Limitaciones: El Comercio De Corrientes

Tabla 1.4: El Comercio En El Río Paraná, Provincia De Corrientes, 1825-43

 

EL CRECIMIENTO DEL COMERCIO (1840-1865)

El régimen de Carlos Antonio López

Las rebeliones y reconciliaciones en el Este

El Río Paraná y el Conflicto de la libre Navegación

La Intervención anglo-francesa: repercusiones en el Alto Plata

Confrontación a lo largo del Río Uruguay, 1845-1852

El logro de la Libre Navegación

El Nuevo Paraguay

Tabla 2.1.: Valor del Comercio Paraguayo, 1851-61 (en pesos fuertes)

La apertura del Mato Grosso

Corrientes en 1850

Antecedentes de la Guerra: principios de 1860

El torbellino

 

CONCLUSIÓN

        



EL COMERCIO Y LOS CONFLICTOS FLUVIALES (1780-1840)

La dimensión geográfica

Las divisiones sociales

Los primeros años

El período virreinal

Independencia

La ocupación de corrientes por los artiguistas

 

 

El presente trabajo representa una nueva versión de los dos primeros capítulos de un estudio publicado anteriormente en inglés, The Politics of River Trade. Tradition and Development in the Upper Plata (Albuquerque: University of New Mexico Press, 1991)  Es una traducción al castellano de dicho estudio, pero incluye también correcciones y ampliaciones que no se había publicado en la edición norteamericana.

En la preparación de esta versión, conté con los consejos y ayuda de varios estudiosos: Frederick Bowser, Lyman Johnson, Steve J. Stern y Jerry W. Cooney, cuya valiosa contribución para la realización de este proyecto agradezco sinceramente. Extiendo mi agradecimiento también a Tulio Halperín-Donghi, Alberto Rivera, Ernesto J.A. Maeder, Juan Carlos Herken Krauer, y Domingo Rivarola, así como a Betty Flores de Talavera, Carlos Palma, y Milda Rivarola, quienes tuvieron la gentileza de leer el nuevo manuscrito, ayudándome con la traducción y señalando ciertos puntos claves de estilo y de contenido empírico.

Deseo agradecer igualmente al personal de varios archivos, bibliotecas e institutos históricos donde trabajé en el curso de mis investigaciones: el Archivo Nacional de Asunción, el Archivo General de la Provincia de Corrientes, el Archivo General de la Nación (Buenos Aires), el Archivo del Banco de la Provincia de Buenos Aires, el Archivo Histórico y Administrativo de la Provincia de Entre Ríos, Arquivo Histórico do Rio Grande do Sul (Porto Alegre), Museo Mitre, Instituto de Investigaciones Geo-Históricas (Resistencia), el Nettie Lee Benson Library de la Universidad de Texas y el Centro Paraguayo de Estudios Sociológicos.

Finalmente, agradezco a aquellos que con su presencia y apoyo personal siempre me han prestado atención y amistad, tanto en los momentos difíciles como en las conversaciones diarias: a mi esposa, Marta Carolina Fernández Bogado y a mis hijos Alex y Nicholas, que me demostraron paciencia, comprensión y amor cuando más lo necesitaba.

Los estudios más recientes sobre la América Latina del siglo pasado indican que la vida económica no se vio muy afectada por la independencia. Los británicos, que controlaban el comercio internacional, reemplazaron a los españoles como jefes supremos del continente. Ellos fortalecieron los vínculos de América Latina con la economía mundial, pero tratándola como socia desigual, útil únicamente como abastececedora de materia prima a fábricas y puertos europeos.

Los latinoamericanos permanecieron subdesarrollados. Una élite de comerciantes locales y terratenientes se adueñó de los escasos beneficios remitidos al Nuevo Mundo, gastándolos en artículos de lujo importados, mientras las masas continuaron viviendo en la pobreza. Al final, la relación de dependencia del continente con Gran Bretaña determinó la estructura interna de la sociedad latinoamericana y aseguró su continuo subdesarrollo.

Este escueto análisis de la evolución de la América Latina en la primera fase del período nacional fue objeto de muchas deliberaciones durante dos décadas.1 Las críticas -tanto de la izquierda como de la derecha- encontraron deficiencias a este paradigma de dependencia en términos de metodología histórica. Sin embargo, pocos críticos han proporcionado datos empíricos para contradecir uno de los aspectos claves de este argumento, que explica las limitaciones históricas de cualquier desarrollo autónomo en la América Latina.

En los capítulos siguientes, examinaré si el desarrollo logrado a nivel local fue una opción real para una región frecuentemente citada por los teóricos de la dependencia como la excepción que confirma la regla. ¿Fue en realidad una excepción? Las políticas económicas nacionalistas de gran escala generalmente responden a una necesidad de comercio interregional inmediata ¿Era siquiera posible una fórmula de desarrollo orientada a la exportación, dado el grado de desorden político? Si no fue así, ¿qué alternativas tenían los comerciantes y los gobiernos de la América Latina?

La zona geográfica que trataré es el Alto Río de la Plata (o Alto Plata), una región que hoy abarca el Paraguay, las provincias argentinas de Corrientes y Misiones y las fronteras limítrofes del Brasil. Es un área alimentada por grandes ríos que unen la región con mercados externos. En tiempos de conflicto, los ríos se convertían en barreras más que en puentes; el Alto Plata se encerraba en sí mismo, algunas veces con resignación y otras con alivio.

La historia de la economía altoplatense durante el siglo XIX ha tenido una importancia sorprendente en la literatura histórica moderna. Según los investigadores que trabajan dentro del paradigma de la dependencia, el Paraguay gozaba de un desarrollo económico autónomo que promovía la justicia social y permitía un mayor grado de defensa de la soberanía nacional entre 1811 y 1870. Afirman que el Paraguay fue un caso especial en esa región, en la que fuerza del mercado Atlántico terminó socavando la manufactura local y promoviendo las exportaciones rurales.

A fin de analizar esta tesis, el Paraguay debe ser colocado en su mayor contexto histórico y geográfico, lo que también permite examinar mejor el desarrollo de toda la región altoplatense. Al ampliar el enfoque más allá de las fronteras nacionales se nos presentan ciertos problemas de investigación. La historiografía platense está dominada por perspectivas nacionalistas que oscurecen el fenómeno regional y a veces es difícil restaurar las desgastadas estructuras de una historia compleja. Sin embargo, esta perspectiva global ofrece al lector una mayor amplitud y una conceptualización más significativa en términos de tendencias históricas.

La referencia a las estructuras regionales nos permite preguntarnos si el desarrollo en el Plata se debió más a la demanda extracontinental que a las propias necesidades de los mercados de América Latina. Cabe indagar si, al cubrir estas necesidades mediante el intercambio interregional, se crearon las bases para el crecimiento económico.2 O si, en cambio, el desarrollo fue generado desde adentro como lo sugieren los teóricos de la dependencia.

El Alto Plata nunca constituyó una región coherente del tipo frecuentemente encontrado en la historia de la América Latina. No era provincia, distrito, ni subdivisión política de una zona más amplia. Después de 1810, sus partes constitutivas no tenían un gobierno, sino varios. Además, los prejuicios localistas eliminaron tendencias que de otro modo podrían haber fortalecido una integración regional. No obstante, el Alto Plata puede ser analizado como una extensión geográfica de relaciones económicas3

Lo que Corrientes y el Paraguay tenían en común en este sentido fue la relación desfavorable con las Provincias del Sur, y especialmente con Buenos Aires. Los vínculos comerciales con los porteños fueron mucho más cruciales para el desarrollo económico del Alto Plata, que cualquier contacto con Europa. Por su ubicación geográfica, Buenos Aires controlaba el acceso a las provincias ribereñas. La ciudad porteña también constituía el mayor mercado en el sur del continente. Pese a sus ventajas, el comerciar con Buenos Aires y las “provincias de abajo” tenía un precio político que muchos consideraron inaceptable en el nordeste.

Al rechazar la dominación porteña, los gobiernos del Alto Plata intentaron salvaguardar sus propios intereses económicos, buscando a menudo soluciones mercantilistas. El mercantilismo, con su obsesión por las exportaciones, su premisa de una demanda inelástica y su énfasis en los plazos del comercio -en oposición al volúmen-proporcionó adecuadas y convenientes justificaciones a los regímenes políticos conservadores. En tiempos de incertidumbre, estos gobiernos optaban por priorizar la adquisición de metálico por sobre cualquier otro objetivo económico. La peculiaridad de estas tentativas proporciona un enfoque central al estudio sobre el comercio y el desarrollo económico altoplatense.

En este trabajo exploraré el comercio externo de la región desde el comienzo de las Reformas Borbónicas, en 1780, hasta el fin de la Guerra de la Triple Alianza, en 1870.  Estas dos fechas son excelentes hitos. Las Reformas Borbónicas, ideadas para modernizar el comercio en todo el imperio español, hicieron posible un eficiente desarrollo económico en el Alto Plata. El conflicto de la Triple Alianza, por otro lado, vió al Brasil, la Argentina y el Uruguay unir sus fuerzas militares contra el Paraguay, en una desesperada campaña que casi destruyó todo el progreso económico que la región había logrado en ese interregno. Tocaré el tema del comercio interno sólo en cuanto clarifique al panorama más ampliamente.

En contraste con las hipótesis anteriormente planteadas del Alto Plata como una región estancada, las evidencias aquí presentadas muestran una región de verdadero potencial, revelado intermitentemente por una próspera economía de exportación. Sin embargo, este potencial fue intensa y reiteradamente interrumpido por los políticos. La habilidad de los comerciantes y los gobiernos del Alto Plata para persistir frente a estas tribulaciones, constituye una aventura en el verdadero sentido del término, una aventura que ofrece deducciones importantes para los estudios del desarrollo económico  en la América Latina y otros lugares.

 


EL COMERCIO Y LOS

CONFLICTOS FLUVIALES

(1780-1840)

 

Es preciso confesar que los paraguayos y correntinos son unidos entre sí...

no son tan ladrones, borrachos y jugadores,

sino conocidamente más económicos, instruídos y aplicados.

Félix de Azara

 

La peculiaridad histórica del Alto Plata se debe en gran medida a su falta de acceso al mar. La desfavorable posición geográfica de la región en relación a sus mercados externos, impidió permanentemente aprovechar la notable productividad de sus praderas y bosques. Por lo tanto, cualquier estudio sobre el comercio de la región altoplatense necesariamente debe centrarse en sus grandes ríos: el Paraguay, el Uruguay y el Paraná. Al proporcionar una salida hacia Buenos Aires y el Océano Atlántico, estas vías fluviales constituían la clave del desarrollo económico del Alto Plata.

A lo largo de su historia, los líderes de la región temieron que cualquier cierre de estas vitales arterias de comercio los condenara a un mayor aislamiento; y como el comercio del Alto Plata no funcionaba en un vacío político, con bastante frecuencia los eventos políticos abrían o cerraban los ríos, frustrando el potencial económico de la región.

El comercio del Alto Plata gravitó entre dos extremos, dependiendo del paso del río o libre de trabas. Cuando los ríos estaban abiertos, la región participaba activamente de un comercio que la conectaba con la mayor parte de Sudamérica. Pese a que la variedad de sus productos se limitaba al tabaco, cuero, madera y el aromático té denominado yerba mate, siempre existió una gran demanda exterior para estos productos. Tanto los comerciantes locales como los extranjeros estaban generalmente dispuestos a invertir e incorporarse al comercio. Sin embargo, cuando los ríos estaban cerrados, el Alto Plata se convertía en un grupo de entidades aisladas e independientes que exhibían poca necesidad de comerciar incluso entre sí. Esta estructura semi-autárquica encontraba defensores entre los pequeños granjeros y campesinos de la región, así como el comercio abierto tenía apoyo entre los comerciantes y grandes terratenientes.

Los habitantes del Alto Plata sabían que el flujo del comercio sin restricciones río abajo, dependía sobre todo de la disposición favorable de una potencia externa: Buenos Aires. La ciudad portuaria constituyó el principal mercado del Alto Plata, una realidad tan ineludible como agraviante. Por otra parte, la ubicación de Buenos Aires en la desembocadura del Río de la Plata dio a sus propios comerciantes y autoridades fiscales el control sobre el comercio de entrada o salida de las provincias del Litoral.

El poder de los porteños para abrir o cerrar el comercio externo del Alto Plata y su deseo de controlarlo según sus intereses, incitó una enemistad permanente en el nordeste. Estas tensiones alteraron las relaciones con Buenos Aires durante todo el período colonial, mientras el problema de la libre navegación proporcionaba un contexto para los intentos de reconciliación después de la independencia.

 

LA DIMENSIÓN GEOGRÁFICA

 

El sistema del río Paraná-Paraguay corre hacia el sur, a lo largo de la mitad oriental de una extensa y baja planicie, en su rumbo al mar. A diferencia del Mississippi, al cual se asemeja mucho en su ubicación continental, el Paraguay-Paraná obtiene la mayor parte de su caudal de la parte oriental de su cuenca. Muy al nordeste, una extensa red de riachuelos originados en las cordilleras brasileñas de Minas Gerais alimentan al Alto Paraná.

Este turbulento río corre tan rápidamente en su profundo canal que los barcos que lo remontan río arriba deben bordear sus costas para evitar la fuerza de la corriente. Al sur de su gran curva al oeste, cerca de Candelaria, el río tiene casi dos kilómetros de ancho, pero es menos profundo río abajo, desde los Saltos del Apipé hasta el delta, ofreciendo obstáculos para el paso durante toda el año.

El fangoso Paraná, con su curso poco profundo, sinuoso y cubierto de islas, ofrece una vía poco favorable para la navegación. La costa oriental, ubicada en la parte inferior de Corrientes, no se presta al establecimiento de puertos. Algunos trechos de la misma son altos y bien demarcados, pero los pantanos impiden el contacto entre los centros poblados de la provincia de Corrientes y el canal principal del río. La costa occidental, extendida hasta Santa Fé, está generalmente inundada y las poblaciones de ese lado del río se ubican a cierta distancia de las aguas. Como arteria comercial, el Paraná ofrece relativamente poco acceso a los territorios circundantes, y esa es su principal desventaja.

El color rojizo del Río Paraguay lo asemeja mucho al Paraná. Fluye desde la orilla de la meseta de arenisca del Mato Grosso, hacia una planicie tan llana que el río inunda sus costas en todo su curso hacia Asunción y aún más abajo. Al sur de Asunción, inmensos esteros caracterizan la costa oriental del río. Un profundo afluente, el Río Tebicuary, proporciona un paso hacia la zona central del Paraguay a través de estos terrenos pantanosos.

Los ríos Paraguay y Paraná combinan su caudal para establecer el ritmo anual del sistema del Plata. Las grandes crecidas que tienen su nacimiento en el Alto Paraná en los meses de enero y febrero, llegan a Santa Fe a principios de abril. El Paraguay alcanza su máximo nivel en Asunción en el mes de mayo y este caudal alcanza el Paraná a fines del mismo mes, prolongando el período otoñal de las crecientes. Durante la temporada lluviosa, desde noviembre a enero, el caudal del Alto Paraná se une al del Paraguay para producir extraordinarias crecidas en el sur.4

Las características hidrográficas del Río Uruguay difieren marcadamente de las del Paraná; la única similitud consiste en que ambos ríos tienen un salto como barrera para la navegación. Durante el período que tratamos, los bancos de arena del Río Paraná en Apipé  interferían poco en el comercio río abajo y los principales puertos estaban ubicados muy por debajo del salto.

Por otro lado, el Uruguay tenía extensos saltos en Mbutuí, situado entre Itaqui y São Borja, y en Santa Rosa, justo sobre la ciudad de Salto. La sucesión de cascadas fue el principal obstáculo para el desarrollo inicial e interfirió enormemente en el paso regular del río. Las cascadas no creaban problemas insuperables durante la estación lluviosa, cuando el río estaba alto. Pero durante la estación seca las mercancías debían ser descargadas en un extremo de los saltos y vueltas a cargar a bordo de otro barco al otro extremo opuesto, un procedimiento costoso dinero y tiempo.5

Una característica peculiar del Río Uruguay es la repentina alza y baja del nivel de sus aguas, que influye en la navegación a lo largo de todo su curso. Muchos de los puertos de ese río fueron construídos en arroyuelos afluentes para compensar los efectos de estas bruscas fluctuaciones.

 

LAS DIVISIONES SOCIALES


El aislamiento del Alto Plata y su número relativamente escaso de colonos europeos, dió como resultado un completo mestizaje de españoles e indígenas guaraníes para mediados del siglo XVI. A fines del siglo XVIII, en un esfuerzo por regular el continuo mestizaje, él gobierno virreinal reconoció seis categorías raciales separadas, cada una con sus propios deberes y prerrogativas socioeconómicas.

El más pequeño de estos grupos era el de los blancos europeos (peninsulares), quienes no constituían más del 1 por ciento del total de la población. Estos individuos eran funcionarios de la Corona o comerciantes. Sobre todo, desempeñaban un papel burocrático en la sociedad altoplatense, haciéndo sentir la limitada presencia de España y Buenos Aires en una región que de otra manera quedaría totalmente aislada. Ellos recaudaban impuestos y diezmos y gobernaban en nombre de la Corona.

Generalmente, los “blancos” locales, que constituían la mayor parte de la población, despreciaban a los peninsulares. Denominados criollos o españoles americanos, los blancos americanos de nacimiento eran en efecto más mestizos que blancos y ascendían en 1780 a unos 58.000 individuos, haciendo un 55 por ciento del total de la población del Paraguay y un 60 por ciento de la de Corrientes6. Eran ganaderos y granjeros con cultivos de autocosumo de la región, pobladores fronterizos que repelían las incursiones de portugueses e indígenas, manteniendo al Alto Plata como parte del reino de España. Algunos criollos tenían encomiendas otorgadas por la Corona, lo que les daba control sobre la mano de obra indígena. En teoría, eran también responsables de la asimilación de los indígenas a la sociedad colonial.

 

Sin embargo, con el otorgamiento de encomiendas o sin él, pocos criollos podían alardear de cuantiosos bienes materiales. Su producción agropecuaria contribuía al comercio exterior con tabaco, cueros y algunos productos obtenidos del ganado, aunque en general tenían poco interés en este comercio y preferían una vida auto-suficiente y libre de los problemas causados por las relaciones económicas con los habitantes del sur del río.

El gobierno colonial dividió a la población indígena del Alto Plata en tres grupos: originarios, mitayos e indígenas criollos. De los tres grupos, los originarios eran inferiores en número. Estos indígenas residían permanentemente en estancias de algún encomendero y eran obligados a realizar cualquier tarea que les impusieran, les gustara o no, sin distinción de edad, sexo u otras atribuciones.

Aunque la posición legal de estos indígenas se asemejaba mucho a la de los esclavos, existía un importante factor atenuante:debido a que compartían el mismo espacio con su patrón (vecino feudatario), los indígenas se hispanizaban, siéndoles eventualmente más fácil obtener una orden legal que los inscribiera en la lista de blancos. Debido a esto, la categoría de originario empezó a desaparecer a fines de la era colonial. Quedaban sólo 753 originarios, apenas el 1 por ciento de la población del Paraguay, cuando el comisionado de frontera español Félix de Azara pasó por la región en 1780.7 Los documentos oficiales de Corrientes omiten el término originario y puede afirmarse que para entonces este grupo de indígenas ya no existía al sur del Alto Paraná.

 

La categoría indígena más numerosa (de unos 27.970 individuos en el Paraguay de 1780) eran los mitayos, que vivían en pueblos alejados, bajo el cuidado de un administrador real. Los mitayos se dividían respectivamente en tres grupos: los que habían estado bajo la supervisión de los jesuítas hasta 1767 y habitaban las Misiones; los que estaban bajo tutela de los franciscanos en los pueblos correntinos de Itatí y Santa Lucía; y los que habían sido gobernados por los Dominicos o clérigos laicos en nueve villas al este del Paraguay central. Estas últimas comunidades prestaban regularmente sus servicios a los encomenderos o al gobierno colonial.

El último grupo de pobladores indígenas, los indígenas criollos, parece haber constituído una categoría residual de nativos que vivían en algunas comunidades de españoles como Villarrica, Corrientes y Asunción, pero no estaban bajo el dominio de ningún encomendero. Presumiblemente, estos individuos constituían el 3 por ciento de la población, trabajando como jornaleros, cultivadores y a veces como estibadores.

La última categoría étnica oficial mencionada en los documentos coloniales altoplatenses era la de los negros o pardos. Estos individuos, tanto esclavos como libres, fueron importantesactores de la economía en el ámbito urbano. En Asunción ellos eran casi mayoría, mientras que en el Paraguay en conjunto, según Azara, la gente de color constituía casi el 12 por ciento de la población (unos 10.480 individuos). En Corrientes, el porcentaje parece haber sido un poco más alto.8 Los negros se desempeñaban como sirvientes, mensajeros y artesanos. En los pueblos paraguayos de Areguá y Tabapy, los negros eran esclavos o amparados (esclavos que no podían ser vendidos) de las órdenes religiosas.

Los grupos de indígenas “salvajes” como los Payaguá, Guaicurú y Toba, debido a que raras veces participaban en la economía altoplatense, no figuraban en las categorizaciones coloniales; quizás sumaban unos 20.000 o 30.000 individuos a la población del Alto Plata, de acuerdo con lo registrado por Azara. Esto da una cifra total de casi 150.000 habitantes en toda la región, es decir, un 50 por ciento más que la población de la provincia de Buenos Aires en la misma época, lo que nos da cierta idea sobre la capacidad productiva de la región del nordeste.9

 

LOS PRIMEROS AÑOS


El proceso colonizador en el Alto Plata tuvo para relación con el comercio inicialmente debido al escaso potencial comercial existente en la región. Antes del siglo XVIII, el imperio español consideraba a todo el Río de la Plata como región periférica, apenas digna de los fondos necesarios para mantenerlo. Los pueblos de Corrientes, Goya e incluso Asunción permanecieron como meros puestos fronterizos de la Corona española, rodeados por un vasto desierto.

El apoyo externo para la defensa de la región fue prácticamente inexistente. Los habitantes tenían que proveerse de sus propias monturas y armas y sólo excepcionalmente se les pagaba por sus servicios. Como consecuencia, los buques que navegaban los ríos de la región se veían forzados a navegar en convoyes para protegerse de los asaltos de indígenas ribereños.

La ausencia de protección adecuada, si bien limitó el comercio, favoreció sin embargo una actitud de autoconfianza entre los paraguayos y correntinos, acostumbrados a pensar a sí mismos como distintos de la gente de las provincias de abajo. Esta percepción de unidad, alentada por el uso generalizado del idioma guaraní, tuvo grandes consecuencias en la región.

Pese a que la historia política nunca favoreció la creación de un estado hispano-guaraní en el Alto Plata, la vida allí siempre estuvo impregnada de cierto sentido de unidad sociocultural.

La falta de metales preciosos en la región obligó al Alto Plata a sufrir doscientos años de desidia imperial, tiempo durante el cual la economía regional apenas salió del nivel de subsistencia. El trueque dominaba el mercado. La riqueza y la posición social estaban determinabas no tanto por la posesión de tierras como por el acceso a la mano de obra indígena. Al principio este acceso se logró por medio de un sistema indígena de compromisos recíprocos, y a partir de 1550 coactivamente, a través de la encomienda.

En ese proceso se desarrolló una élite regional, que en apariencia no se diferenciaba mucho de los pequeños agricultores y ganaderos. En el Paraguay, esta élite criolla estaba compuesta por familias relacionadas y emparentadas entre sí, que remontaban sus orígenes a los conquistadores del siglo XVI. Estos incluían a los Bogarín, Yegros, Benítez, Iturbe, Cabañas, Ampuero y Montiel. La pertenencia a la élite implicaba control de cargos en el Cabildo de la ciudad de Asunción, la posesión de una graduación en la milicia o de una encomienda. En la escasamente poblada Corrientes, la situación era apenas distinta. Los lotes de tierra siguieron siendo pequeños en ambas provincias.

Los campesinos diferían de la élite en escasos elementos. Se casaban con miembros de su propia casta y casi nunca se aventuraban más allá de las fronteras del Alto Plata. Raras veces cuestionaban las decisiones de los tradicionales dueños del poder. Hombres y mujeres crecían en este ambiente de monotonía y aislamiento, con un intenso sentimiento xenofóbico que pocas veces se veía activado por visitas de forasteros. Sin embargo, con todo su conservadurismo innato, la sociedad altoplatense podría responder a los desafíos comerciales cuando ellos surgiesen.

La ruptura del aislamiento se dió a fines del siglo XVII. El elemento más significativo en este proceso fue el desarrollo de la demanda externa de la yerba mate. A principios de ese siglo, el Paraguay exportaba al Brasil cereales, azúcar y vino en pequeñas cantidades, pero la falta de rutas ribereñas directas limitaron el comercio entre las dos colonias.10 La yerba proporcionó una base más estable al crecimiento, porque el Paraguay y las misiones jesuíticas se habían constituido por mucho tiempo en los únicos productores del “té del Paraguay”. En estas áreas la yerba servió incluso como principal medio de intercambio, preferible a cualquier otro producto, excepto la moneda de plata.

Como en el siglo XVII aumentó la demanda de yerba, los productores altoplatenses utilizaron su posición monopólica para superar los altos costos del transporte. Los puertos de Asunción, Candelaria y Concepción abrían una vía de acceso relativamente fácil por el Paraná-Paraguay a los mercados de Buenos Aires y Montevideo (el comercio con el segundo mercado fue inicialmente mucho mayor que con el primero). Los mayores consumidores del remoto Tucumán y Potosí también eran abastecidos por medio de estos ríos, siendo la yerba transbordada en la ciudad de Santa Fé.

Entre 1655 y 1675, la exportación anual de la yerba altoplatense, ascendió de unas escasas 2.500 arrobas a más de 26.000.11 La fama del té se difundió finalmente a otras partes del continente, y hacia 1700 ganó popularidad en Quito y Santiago de Chile. Para entonces, el total de yerba exportada desde el Alto Plata había aumentado a 50.000 arrobas anuales.12

La yerba mantuvo su preeminencia en el comercio de exportación de la región hasta el final de la era colonial. Aunque este producto permitió al Alto Plata una amplia participación en la economía de la América Hispánica, las condiciones para el comercio interno siguieron siendo difíciles durante la mayor parte del siglo XVIII. La indiferencia del gobierno fue el principal impedimento. La administración colonial del Plata, como en otras partes del Nuevo Mundo, se preocupó más de la generación de fuentes de ingresos fiscales para la defensa que de promover el comercio.

Una característica especialmente perjudicial de esta actitud poco visionaria, fue la puesta en funcionamiento del Puerto Preciso de Santa Fé. El gobierno había construido el Puerto Preciso en 1662, para que la ciudad incrementara sus fondos destinados a adquirir armas para repeler los ataques indígenas. Con ello, los santafecinos pudieron grabar con impuestos a todo el tráfico procedente del Paraguay y Corrientes. También podían forzar la venta de las mercaderías altoplatenses a precios de mercado en Santa Fe, aún cuando estas mercaderías estuviesen destinadas a Buenos Aires.

Desde el punto de vista del Alto Plata, el puerto preciso era un símbolo de la indiferencia española. Lo que inicialmente fue una medida fiscal para asegurar la defensa de la frontera, permaneció en vigor mucho tiempo después que la amenaza de los indígenas se apaciguara, indiferente a las consecuencias comerciales negativas para el Alto Plata. Con el puerto preciso, apenas sobrevivieron algunos comercios irregulares entre el Alto Plata y Las Conchas, el punto de desembarco en el límite norte de Buenos Aires. Algunos comerciantes, especialmente en la ciudad porteña, percibieron que podían obtener beneficios substanciales del comercio directo con Corrientes y Paraguay, pero sus presiones sobre las autoridades coloniales no obtuvieron exito.13

 

EL PERÍODO VIRREINAL


El gobierno hizo escasas reformas económicas y administrativas antes de 1776, año en que la Corona, como parte de un extenso conjunto de reformas borbónicas, ordenó la creación del virreinato de La Plata. Anteriormente, todos los territorios de América del Sur, desde Panamá hasta la Patagonia, estaban unidos dentro del imponente virreinato del Perú, con centro administrativo en Lima. El foco económico de esta anterior subdivisión era el enorme complejo minero del Potosí en el Alto Perú.

Esta inmensa empresa abarcaba no solamente la minería y el procesamiento de minerales, sino también el transporte y el abastecimiento a los mineros, lo que puso a Potosí en contacto regular con muchas partes del Plata. A partir de estas conexiones se desarrolló un próspero tráfico ilegal de plata, vino, mulas y otros productos comerciales. Las autoridades no pudieron hacer frente a este flujo de contrabando. En los períodos en que la Corona sufría la disminución de plata al este de Potosí, con la consecuente pérdida de ingresos, aceptaba lo inevitable y otorgaba permisos a particulares para embarques de artículos importados desde Montevideo y Buenos Aires hasta el Alto Perú y por la exportación de plata que pagaba el quinto real.

Se estableció entonces el virreinato platense, que incluía a Potosí dentro de sus límites. La creación de esta unidad administrativa implicó el reconocimiento por parte de España del potencial económico que representaba esa ignorada parte del imperio, así como la voluntad del gobierno de defender dicha región contra la invasión extranjera. También supuso el surgimiento de Buenos Aires como el principal emporio del Plata (pese a la superioridad geográfica de Montevideo) y centro de la modernización de toda la región. De ahí en adelante, Buenos Aires actuó como catalizadora de la transformación económica de Corrientes y el Paraguay.

Otros cambios en el comercio colonial confirmaron a Buenos Aires como el principal mercado en la parte meridional de América del Sur. Contribuyó a ello la adopción en 1778 de una política de comercio libre como eje del comercio imperial. No se debe confundir estas medidas con el libre cambio de los años posteriores, esta política fue creada para proporcionar ingresos a Madrid, no necesariamente a través de nuevos impuestos, sino por medio del aumento del volúmen total de transacciones con las colonias.

La nueva política promovió el comercio racionalizando los impuestos, dando fin al viejo sistema de licencias, y permitiendo el intercambio directo y abierto entre las diferentes regiones del imperio.Esto fue particularmente significativo para el Alto Plata, porque permitió a los comerciantes del norte responder a la creciente demanda externa de sus frutos de exportación. En 1780, el puerto preciso de Santa Fe fue abolido, eliminándose así uno de los últimos obstáculos para la apertura del comercio fluvial.

Ciertos productos como la madera, el cuero y por supuesto, la yerba mate, respondieron en forma espectacular. La cantidad de yerba altoplatense que llegaba a Buenos Aires en 1781 ascendía a 114.000 arrobas. Ocho años más tarde, esta cifra había aumentado a 188.215 arrobas.14 No solamente crecieron las tradicionales fuentes de producción de yerba en el Paraguay para hacer frente a la nueva demanda, sino que las comunidades guaraníes de las Misiones, ahora bajo administración secular (luego de 150 años de dominación jesuítica), abandonaron prontamente su economía de autosubsistencia en favor de la explotación de yerba orientada al comercio exterior.

En el Alto Plata, el nuevo comercio estuvo mucho tiempo confinado a los puertos de Asunción, Corrientes y Concepción, este último importante sólo como puerto para la yerba en tránsito. Candelaria, puerto jesuítico del Alto Paraná, perdió su importancia después de la expulsión de la orden religiosa en 1767 y de la subsiguiente disminución de su población indígena.

Asunción era el principal puerto del Paraguay. Ubicado en un protegido recodo del Río Paraguay, cerca de su confluencia con el Pilcomayo, la ciudad era también el puesto de avanzada español más antiguoen la región, ya que había sido fundada en 1537. En 1782 tenía apenas unos 5.000 habitantes, de los cuales 2.703 eran negros, esclavos o libres15.  Once años más tarde, la población había aumentado a 7.088, indudablemente como resultado de una migración interna estimulada por la creciente prosperidad comercial.16 Allí el comercio era aparentemente muy activo; en 1798, soló la exportación de yerba desde el puerto de Asunción ascendió a más 200.000 arrobas.17

Aunque el comercio de la capital del Paraguay era impresionante, Asunción seguía siendo una comunidad rústica. Los edificios del gobierno eran sencillos, de adobe y vigas de madera. Rara vez se utilizaba el hierro como material de construcción. A diferencia de la mayoría de las ciudades hispano-americanas, Asunción no estaba organizada en base al trazado cuadricular. Sus calles de tierra se extendían en forma irregular desde una plaza central dominada por las oficinas del Cabildo, una pequeña Catedral y la Casa de Gobierno.

Los muelles y otras instalaciones portuarias eran inicialmente construcciones precarias, hechas de cualquier madera disponible. Debido a los bancos de arena y las periódicas inundaciones, los muelles permanentes resultaban poco prácticos para los asuncenos. Los estibadores transbordaban la carga a la costa en pequeños esquifes o balsas.

Los indígenas peones o los esclavos negros debían transportar luego las mercaderías en carretas tiradas por bueyes a la aduana, para ser pesados y gravados, y de allí los embarques eran enviados al mercado, depósito o residencia del consignatario. A excepción del  contrabando, cargado clandestinamente en barcos que pasaban a cierta distancia de la ciudad, todo el tráfico fluvial altoplatense era manejado rutinariamente de esta manera.

A diferencia de Asunción, el pequeño puerto norteño de Concepción era de reciente fundación. Construído en 1773 como baluarte contra las incursiones portuguesas en la región, Concepción estaba asentada en una planicie a pocos metros de la costa del río. En 1793, la población de la ciudad ascendía a 1.551 personas, la mayoría de ellas dedicadas al comercio de la yerba.18

Concepción estaba situada al final del camino que conducía a los yerbales del este y en consecuencia, era el primer eslabón de una larga cadena de producción y consumo que conducía a Buenos Aires y a otros lugares más distantes. Debido a que los yerbateros locales necesitaban de carne para el sustento y cueros para empacar, los colonos trajeron grandes hatos de ganado a Concepción en 1780. Los animales se reprodujeron y pronto dicho puerto empezó también a exportar cuero.

La ciudad de Corrientes está situada en un acantilado justo debajo del punto donde los ríos del Alto Paraná y Paraguay se unían para formar el Paraná. La elevación de la ciudad sobre la costa del río le dió un aspecto diferente al de Asunción o Concepción. A diferencia de Asunción, Corrientes tenía calles ordenadas de modo regular, aunque toscas y fangosas. Sus edificios públicos eran modestos, incluso para el nivel altoplatense. La única excepción fue la antigua escuela de los Jesuitas, de sólida construcción, con techo de tejas y dos patios interiores. Después de 1772, este edificio albergó la oficina del Cabildo, la Real Renta de Tabaco (estanco), la Tesorería y la oficina postal, además de una escuela primaria.19

A diferencia de Asunción, donde una amplia bahía protegía el área del muelle de la rápida corriente del canal principal del Paraguay, el puerto de Corrientes estaba situado sobre la ribera natural del río. Esta falta de protección no significó sin embargo un problema para el tráfico comercial, debido a que un lugar de anclaje permitía el acceso a la costa del río, donde los buques estaban libres de las corrientes.

A pesar de que en el siglo XVIII había muelles temporarios, en Corrientes el proceso de descarga comúnmente era realizado en canoas.20 El puerto carecía de un pilastras apropiadas y de muros de contención eficientes y tenía limitado espacio en sus escasos depósitos. En cuanto al volúmen y composición de su población, Corrientes era similar a otros lugares del Alto Plata. El número total de habitantes - indígenas, negros, mestizos y blancos- era de 4.500 en 1793.21

Estas tres ciudades funcionaron como los principales centros de comercio del Alto Plata hasta fines del período colonial. Grupos de comerciantes formados por inmigrantes vascos y catalanes fueron transformando las somnolientas villas coloniales en bulliciosas comunidades urbanas. Los comerciantes peninsulares formaron una nueva élite, con liquidez de capital y acceso al apoyo gubernamental.

En conjunto, tenían un nivel de instrucción medio, aunque algunos conocían las obras del pensador español Gerónimo de Uztáriz sobre el mercantilismo, así como las doctrinas fisiocráticas de los franceses. Muchos habían pasado cierto tiempo en Buenos Aires, Montevideo y otras áreas de la América Hispánica, y comprendían profundamente las condiciones en las cuales trabajaban. Tenían, sobre todo, deseos de asumir riesgos. Cada rubro del comercio altoplatense dependía de la concesión de créditos a los clientes grandes y pequeños, y ésto colocaba a los comerciantes en una posición difícil, como acreedores o deudores. Pero en algunos casos hacían fortunas considerables.

El más exitoso entre ellos fue Joseph Coene de Ghent, un hombre que había vivido en América del Sur una década antes del establecimiento del virreinato. Contrajo nupcias con una mujer de la tradicional élite paraguaya y obtuvo una encomienda de indígenas. Coene dirigió una de las casas comerciales más grandes de Asunción: comercializaba vino, perfumes y otros artículos de lujo y exportaba yerba y tabaco por su propia cuenta a las provincias de abajo.

En 1804, al llegar a la edad de sesenta y cinco años, Coene hizo un inventario oficial de sus posesiones, que incluían “tres estancias con ganado, una casa, una granja, un barco que realizaba viajes comerciales a Buenos Aires y cuarenta esclavos”.22 Legó su habilidad mercantil a su hijo Manuel, quien también se distinguió como comandante de la milicia en 1790. Josefa, la nieta de Coene, se casó con Fernando de la Mora, otro miembro de la élite criolla y una importante figura en la lucha por la independencia del Paraguay.23

La carrera de Coene fue excepcional entre los comerciantes del Alto Plata. En general éstos no lograron romper la clara brecha social que los separaba de la vieja élite. La influencia de los recién llegados provenía de su ubicación preeminente en la estructura comercial, pero paradójicamente, esta era también su mayor debilidad. Debido a que el poder de los comerciantes se basaba en un modelo de comercio específico con la capital virreinal, tuvieron poco apoyo cuando dicho modelo fue disuelto. Además, como eran tantos los comerciantes de origen extranjero, éstos no creaban compromisos de largo plazo con los intereses de la región sino sólo con sus propios intereses comerciales mezquinamente concebidos. Esto los convirtió finalmente en blancos fáciles para sus oponentes políticos en la primera época independiente.

Los comerciantes contaban entre sus adversarios no solamente a los pequeños ganaderos y agricultores, sino también a algunos miembros de la vieja élite criolla. Aunque no se debe exagerar la enemistad entre la vieja élite y los grupos de comerciantes, ya que ambos grupos no siempre se oponían. Algunos individuos nacidos dentro de la élite tradicional se beneficiaron bastante con la nueva conexión mercantil, al diversificar sus actividades económicas, comprar tierras e invertir fuertemente en el comercio de la yerba. Sin embargo, otros criollos no pudieron adaptarse a las cambiantes circunstancias o simplemente tuvieron menos suerte. Estos últimos temían que los comerciantes socavaran su secular autoridad en el Alto Plata.

El desencuentro entre los comerciantes peninsulares y los criollos ya establecidos de antaño fue contraproducente para ambas grupos. En ciertos asuntos, como el deseo de un comercio abierto, ambos compartían una perspectiva común, pero la competencia se originó en la disputa por el poder político en la región. Los comerciantes tácitamente reconocían la autoridad de Buenos Aires debido a sus tratos comerciales con las provincias del sur y tendieron a considerar a los locales como “parientes pobres”.

Por su parte, a los criollos altoplatenses les disgustaba el rol relevante que los comerciantes tenían en la economía regional y en particular su influencia sobre los burócratas de la Corona. Esta competencia mantuvo a los dos grupos dominantes del Alto Plata efectivamente divididos y la confrontación se intensificó después de la independencia, bajo el gobierno de la imponente figura de José Gaspar de Francia.

Como hemos visto, la liberalización del comercio en los ríos dio gran ímpetu a las exportaciones altoplatenses desde la década de 1780. La tabla 1.1 revela una diversificación mayor de exportaciones desde Asunción durante estos años que a principios del siglo. Por ejemplo, a fines de 1740 el único producto exportado de manera regular de la capital del Paraguay era la yerba -alrededor de 40.000 arrobas por año en este período.24

Cuarenta años más tarde, las exportaciones de yerba de la Asunción habían aumentado a más de 195.000 arrobas por año, que se cotizaban al doble de su valor local en Buenos Aires, donde la yerba se vendía a tres pesos la arroba. El mercado de exportación paraguayo también se había diversificado al incluir sogas y piolas, azúcar, dulces, algodón, cuero, tabaco, sal, aguardiente y todo tipo de productos de madera. El comercio beneficiaba al Paraguay en casi 172.000 pesos anuales, un monto bastante considerable. Pero era solamente una fracción de lo que podría haber alcanzado si la infraestructura comercial fuera más flexible.



El mismo modelo comercial continuó en el nuevo siglo. Existía una lista de exportación bastante completa hacia 1800. Como podría suponerse, la yerba predominaba, con unas 218.000 arrobas despachadas en dicho año. En 1800 también se registró la exportación de 16.000 arrobas de cascara de curupay, 1.576 arrobas de azúcar, 1.432 de miel, 1.264 de dulces y pequeñas cantidades de madera, cuero, naranjas, sal, artículos de cerámica y almidón.25 Como el tabaco era monopolio de la corona, no se otorgaban guías para su venta fuera del Paraguay, por lo tanto se lo excluía de los cómputos. Probablemente unas 18.000 arrobas de tabaco, incluyendo cigarros, eran legalmente embarcados desde el Paraguay en esa época.26

En Corrientes se dió un aumento similar en el comercio. Los registros indican que entre 1792 y 1797, un promedio de cuarenta buques mercantes partían anualmente de Corrientes rumbo a puertos de las provincias de abajo, Estos buques transportaban cargamentos de cuero, algodón, maderas, miel y otros productos alimenticios. La cáscara de curupay -de la que se extraía el ácido tánico para curtir cueros- se convirtió en el principal rubro de exportación de Corrientes. Este resultó tan popular en las curtiembres de Buenos Aires, que en 1797 recibían casi 20.000 arrobas de esa provincia.27

El cuadro de importación era más variado, con ropas de lana de Inglaterra y Holanda, ponchos de Córdoba, vinos españoles, perfumes y herramientas que encabezaban la lista de artículos embarcados hacia el Alto Plata. Normalmente, los comerciantes usaban facturas y libranzas (o cartas de crédito) para facilitar la venta de estos productos en Corrientes y Asunción. Se consideraba normal un aumento del 20 al 80 por ciento sobre los precios de origen.

Sin embargo, cuando se daba un exceso de mercaderías en depósito, los comerciantes tenían que bajar sus precios drásticamente, perdiendo así una buena parte de su inversión. Aun en los mejores tiempos, el mercado de importación era riesgoso. El crédito y la confianza nacida del parentesco y las relaciones sociales no compensaban fácilmente los riesgos del comercio. El crecimiento económico en la región existía, pero era decididamente frágil.

No obstante, los comerciantes en el Alto Plata consideraron la primera década del nuevo siglo como un período de grandes oportunidades.

La demanda de productos del nordeste había aumentado de modo continuo en Buenos Aires y los créditos se otorgaban libremente en el norte, para asegurar negocios cada vez más arriesgados. Las guerras napoleónicas expusieron la capital virreinal a los comerciantes de países neutrales. De esto vino un gran aumento de su actividad comercial. La situación se tornó más favorable cuando los británicos invadieron Buenos Aires en 1806, permitiendo experimentar a la ciudad porteña, por primera vez, los beneficios de un comercio verdaderamente libre.

Al integrar Buenos Aires a la economía Atlántica en el mismo carácter que cualquier puertoeuropeo, se realizó la completa integración comercial del Alto Plata con el resto del virreinato. Ya antes, desde la década de 1790, como resultado de la política monopólica de la Real Renta del Tabaco, el dinero metálico se había convertido en una parte importante de la vida económica de la región. En ciertos lugares la moneda tomó categoría de fetiche.

Los campesinos, que poco tiempo antes estaban fuera de la economía de mercado, ahora exigían moneda a cambio de sus productos y servicios.28 Preferían el pago en efectivo a los pagos en yerba, que después de todo se descomponía fácilmente al sol tropical. La gente empezó a convertir sus casas en almacenes de ventas al por menor en algunos de los pueblos más remotos. La ansiedad con que muchos campesinos abrazaron el nexo capitalista, respalda la idea de que aún en el Alto Plata el espíritu mercantil era parte de la mentalidad de la gente.

Todos comprendieron que Buenos Aires era clave para el desarrollo regional. Aunque pequeño comparado con los europeos, el mercado porteño promovió eficazmente la modernización de las provincias del Litoral, absorbiendo la mayor parte de las exportaciones altoplatenses. Los comerciantes porteños y los prestamistas eran conscientes de su rol fundamental en este negocio y actuaron de acuerdo con ello. Las ganancias de la yerba eran tan altas que el Consulado de Buenos Aires y el Virrey consideraron aconsejable nombrar, en 1806, a un representante en la lejana Concepción.

Aproximadamente en esta época, las autoridades españolas informaron por primera vez sobre cierto comercio de contrabando de cuero y sebo en una pequeña estancia a cincuenta y dos leguas de Corrientes, en la confluencia del Río Paraná y el Riacho de Goya. Con estos obscuros comienzos nació el pueblo de Goya y se desarrolló rápidamente hasta convertirse en el principal centro comercial del sur de Corrientes. 29

Estos procesos sirvieron para sacar al Alto Plata de su aislamiento. La administración de los Borbones, profundamente interesada en la expansión del comercio, terminó con la indiferencia de años anteriores. Las vinculaciones comerciales, legales y de contrabando, comenzaron a unir entre sí a la región y garantizar la afluencia de ganancias.

Sin embargo, el desarrollo económico tenía su precio. Ya se mencionaron las frustraciones de las élites criollas; sus tribulaciones y ansiedades eran similares a las de los chacareros, para quienes esa liebre de “prosperidad” era tan atractiva como desconcertante. Aunque podían obtener una serie de costosos artículos de lujo no disponibles hasta ese entonces, los campesinos altoplatenses debían a menudo sacrificar gran parte de lo que era socialmente significativo para ellos.

Los hombres jóvenes trabajaban siete meses al año en los yerbales, lejos de sus familias, con el consiguiente efecto desestabilizador sobre la comunidad. Los pueblos de indios, en par licular, mostraron poco entusiasmo en cambiar su modo de vida precapitalista, por la incertidumbre de la economía de mercado. En consecuencia, pese a compartir beneficios materiales globales, mucha gente en el Alto Plata estaba incómoda con su nuevo papel económico.

El desarrollo orientado hacia el exterior también implicaba asimetrías obvias en las provincias de abajo. El Alto Plata ejercía sólo una mínima influencia sobre las condiciones del comercio fluvial. Como primer ejemplo, en los últimos años antes de la independencia los comerciantes de Asunción trataron de elevar el precio de sus exportaciones y crear un monopolio legal sobre la yerba, similar al del tabaco.

Los comerciantes asuncenos esperaban así poder desplazar la creciente influencia de los especuladores de yerba en Concepción, y acumular nuevas ganancias a expensas de los consumidores porteños. El gobierno virreinal, presionado por el Consulado de Buenos Aires, rechazó este plan, y los esfuerzos de los paraguayos quedaron frustrados.30

Los porteños tenían, además de la confianza del virrey, el capital en metálico para comerciar. Los comerciantes de Buenos Aires siempre tenían más influencia sobre las autoridades que aquellos del Alto Plata, lo que disgustaba no sólo a los comerciantes sino a todos los estamentos de la sociedad del nordeste, y contribuyó a incrementar el ya profundo sentimiento de suspicacia y celos hacia la ciudad porteña. La rivalidades político-económicas que marcaron los primeros tiempos de la era nacional, estaban ya presentes en muchos sentidos durante las décadas finales del período colonial.


NOTAS

1 Para tener una idea de conjunto sobre esta literatura, ver Ronald H. Chilcote, «Dependency: A Critical Synthesis of the Literature», Latin American Perspectives I (1974), Críticisms 4-29; C. R. Bath y D.D. James. «Dependency Analysis of Latin America: Some Criticims, Some Suggestions», Latín American Research Review II (1976), 3-54; y Tulio Harperín Donghi, «Dependency Theory and Latin American Historiography», Latin American Research Review 17 (1982): 115-30. Para una crítica a la aplicabilidad histórica del modelo de la dependencia, ver D.C.M. Platt, «Dependency in Nineteenth Century Latin America: An Historian Objects», Latin American Research Review 15 (1980), 113-30.

2. Al sostener esta tesis, tenemos una deuda intelectual con Carlos Sempat Assadourian, cuyo El Sistema de la Economía Colonial. Mercado interno, regiones y espacio económico (Lima, 1982) ha vuelto a trazar los parámetros analíticos de la historia económica de América Latina. Ver también a Steve J. Stern, «Feudalism, Capitalism, and the World-System in the Perspective of Latin America and the Caribbean», American Historical Review 93:4 (October  1988), 829-72.

3.      Para una brillante discusión sobre este concepto de región, Ver Eric Van Young, «Doing Regional History: Methodological and Theoretical Considerations», trabajo leído ante la Séptima Conferencia de Historiadores Mexicanos y Norteamericanos, Oaxaca, México, 23-26 de octubre de 1985.

4Clifton B. Kroeber, The Growth of the Shiping Industry in the Rio de la Plata Region, 1794- 1860 (Madison, 1957), págs. 10-12.

5. Con respecto al problema de los saltos del Río Uruguay, ver Gabriel Carrasco, Cartas de Viaje por el Paraguay, los territorios nacionales del Chaco, Formosa y Misiones y las Provincias de Corrientes y Entre Ríos (Buenos Aires, 1889), págs. 191-93; de las dos formaciones, el que se halla más al sur hoy día se ha convertido en una grande entidad hidroeléctrica binacional llamado Salto Grande.

6. Estas cifras no son precisas debido a que no se han realizado censos confiables en ningún lugar del Alto Plata, excepto en las antiguas misiones Jesuíticas, en cualquier época a fines del período colonial. Odin Alf Toness, «The Political and Social History of a Paraguayan Town», tésis doctoral, Universidad de Illinois (Urbana, 1973), 42-45, utiliza a Félix de Azara y señala totales que pueden ser levemente más bajos. Las cifras correntinas, basadas en materiales de censos incompletos, fueron proporcionadas por Ernesto J.A. Maeder, Historia Económica de Corrientes en el período virreinal, 1776-1810 (Buenos Aires, 1981), págs. 103-13.

7Toness, «Political and Social History», ver también James Schofield Saeger, «Survival and Abolition». The Eighteenth-Century Paraguayan Encomienda», The Americas 38:1 (Julio 1981): 59-86.

8 Maeder, Historia económica, pág. 128.

9 Jonathan Brown, A Socioeconomic History of Argentina, 1776-1860 (Cambridge, 1979), pág. 222.

10 Juan Carlos Garavaglia, «Un capítulo del mercado interno colonia: el Paraguay y su región (1537-1682)», Nova Americana I (1978), 29-30.

11 Estas cifras están basadas en recibos de Santa Fé y son incompletas para todo el tráfico de rióabajo. Juan Carlos Garavaglia, «El mercado interno colonia y la yerba mate (siglos XVI-XIX)», NovaAmericana 4 (1981), 29-30

12La demanda chilena por la yerba altoplatense siguió elevada durante todo el siglo XVIII. Para un ejemplo de un embarque particularmente grande de yerba, ver Guía de José Coene  (2.832 arrobas de yerba con destino a Santiago de Chile). 4 de junio de 1784, Archivo Nacional de Asunción, Sección Nueva Encuadernación (ANA-NE) 3337, item nro. 173.

13. Con respecto al puerto preciso, ver Oscar Luis Ensinck, «El puerto preciso de la ciudad de Santa Fé. Proceso histórico», Anuario. Facultad de Derecho. U. N. Rosario, 5 (1983): 139-204.

14.    Ibid.; ver también Libros de aduana de Buenos Aires. Archivo General de la Nación (AGN) XIII-35-3-1; 35-3-5; 35-4-1; 35-5-4; y 35-11-5 [Mario Pastore ha señalado el problema que se presenta al analizar las estadísticas comerciales de los siglos XVIII y XIX. Estas cifras han sido examinadas la mayor parte de las veces sin sentido crítico, y sin ningún reparo a problemas de transcripción e iterpretación. Sin embargo, aunque falten exactitud en muchos casos, las cifras siguen siendo útiles en indicar tendencias de desarrollo y caída en el mercado de exportación. Ver Pastore, «Trade Contraction and Economic Decline: the Paraguayan Economy under Francia, 1810-1840,» Journal of Latin American Studies 26 (1994), 539-595.1

15.Juan Francisco de Aguirre, «Diario del capitán de fragata de la Real Armada Don...» Revista de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires 17-20 (1949-51), sin paginación.

16 Félix de Azara, Descripción e historia del Paraguay y del Río de la Plata, 2 vols. (Madrid, 1849), 1:329.

17 Ibid, 1:70. Otra fuente registra 330.480 arrobas exportadas. Ver Registro de Despacho de Guías. 29 de Diciembre de 1798, ANA-NE 80.

18 Azara, Descripción e historia, 1:329.

19. Ernesto J.A. Maeder, Historia económica, pág. 121.

20. Ernesto J.A. Maeder, «La ciudad de Corrientes descripta por viajeros y cronistas entre 1750 y 1828», Nordeste 1 (1960): 83-112.

21. Azara, Descripción e historia, 1:335, 344.

22.Jerry W Cooney, «Foreigners in the Intendencia of Paraguay», The Americas 39 (Enero 1983): 347-48.

23.Ibid., ver también Expediente de José Coene. Asunción, 4 de abril de 1807, ANA-Sección Propiedades y Testamentos (SPT) 839.

24Juan Carlos Garavaglia, Mercado interno y economía colonial (México, 1983), pág. 81 80

25Libro de asiento de guías para el año de 1800. ANA-NE 3360.

26Richard Alan White, Paraguay 's Autonomous Revolution, 1810-1840 (Albuquerque, 1978), pág. 226. Los registros del estanco indican un total levemente más bajo.

27 Maeder, Historia económica, págs. 274, 297.

28.Ver Manuel García de Arce a Cristóbal de Aguirre. Villarrica, 18 de diciembre de 1793. Archivo del Banco de la Provincia de Buenos Aires (ABPBA) 031-2-1, nro. 24. Debe observarse que por entonces, los pagos de impuestos se efectuaban comúnmente en monedas. Ver Actas del cabildo de Asunción. 22 de abril de 1793, ANA-Actas del Cabildo.

29Hernán Félix Gómez, La ciudad de Goya (Buenos Aires, 1942), pág. 31

30.Kroeber, Shipping Industry, pág. 31.


 


 

 

ANTECEDENTES DE LA GUERRA: PRINCIPIOS DE 1860


Carlos Antonio López murió en 1862, habiendo sobrevivido a Pujol sólo trece meses. Estos dos hombres habían dado a los estados del Alto Plata un hábil liderazgo -aunque extraño en ocasiones- y protagonizaron la transición de esta región desde una situación primitiva y aislada hasta una relativa prosperidad. Para los paraguayos en particular, las relaciones comerciales se habían reestablecido con Corrientes, Buenos Aires y Montevideo y trataban de extenderse hasta Europa.

Los acuerdos de 1852 no sólo abrieron los ríos Paraná y Paraguay sino también crearon las condiciones para un crecimiento sostenido en el Alto Plata. La autosuficiencia y el proteccionismo habían cedido ante un modelo de crecimiento económico basado en la estabilidad de los mercados de las provincias de abajo. Tanto como durara el auge de la vida en Buenos Aires, habría demanda de la madera alto-platense. La yerba de la región seguiría mitigando la sed de los consumidores porteños y la demanda de cueros nordestinos siguió estable en las curtiembres de Buenos Aires y Montevideo. López y Pujol vieron todo esto muy claramente y ajustaron sus políticas para obtener ventajas del favorable comercio.

Existían pocas razones para suponer que estas tendencias cambiarían después de 1862. En el Paraguay, Carlos Antonio López fue sucedido por su hijo mayor, Francisco Solano López (1826-70). Como principal beneficiario de las concesiones paternas, el joven López tenía todas las ventajas materiales que su país podía ofrecerle. Muy indulgente en todos los aspectos, era arrogante, vanidoso y tenía ideas marcadas acerca de las relaciones de rangos y clases sociales.179 Se consideraba un genio de la milicia, una autoestima que traería trágicas consecuencias.

En lo relacionado a la economía, López fue quizá más astuto que su padre. Había visitado Europa en 1853-54, trayendo consigo algunas buenas ideas para promover el comercio paraguayo. Por ejemplo, trató de diversificar el mercado de exportación subsidiando los embarques de ultramar de los productos nacionales. Uno de esos productos era el algodón, cuyo desarrollo López consideró su objetivo clave. Luego del bloqueo de los puertos del sur de los Estados Unidos después de 1861, los británicos clamaron por otras fuentes de provisión de algodón. López trató de satisfacer esta demanda, aumentando la cosecha paraguaya por medio del uso de semillas norteamericanas y nuevas técnicas.180 Pero él tenía pocas posibilidades para explotar nuevos mercados. En los demás aspectos, Francisco Solano López continuó la política de comercio de su padre.

Corrientes no se encontraba muy bien después que Pujol dejó el gobierno en 1859. Como parte de la Confederación argentina, la provincia fue alcanzada por los grandes conflictos políticos de la nación. Buenos Aires se había separado de la Confederación sólo un año antes de la batalla de Caseros, dejando a las otras trece provincias, entre ellas Corrientes, seguir a Urquiza y al ideal del federalismo. La libre navegación de los ríos se había logrado, pero esto no resolvía por sí sólo la ubicación de la ciudad-puerto dentro de la Confederación. Buenos Aires y el Litoral continuaban inmersos en un conflicto.

El objetivo de Urquiza durante la década del ‘50 fue orientar el comercio de las provincias del Litoral, especialmente el de Rosario, a través de los puertos del Río Paraná. El éxito obtenido fue insuficiente para compensar la falta de acceso de la Confederación al mercado porteño, floreciente gracias a la creciente demanda europea por la lana. Resultaba difícil atraer las embarcaciones extranjeras hacia el Paraná, ya que los comerciantes podían tratar con Buenos Aires y ahorrarse el gasto extra por el viaje río arriba.

Los porteños también tenían suficientes garantías para obtener préstamos europeos, mientras que el Gobierno de la Confederación apenas lograba equilibrarse y sobrevivir. Para hacer frente a este desafío fiscal, Urquiza bajó los aranceles de importación, pero esto tampoco funcionó. Hacia finales de la década, él estaba desesperado y listo para recurrir a la fuerza.

El conflicto entre Buenos Aires y la Confederación dejó al Alto Plata en desventaja. Para que los ríos se mantuvieran abiertos, era necesario que la región estuviese en buenas relaciones con ambas partes. Los correntinos habían visto que su participación en el comercio porteño casi se había duplicado en 1850 y nadie deseaba que esta tendencia se revirtiera. Los paraguayos, satisfechos con su nueva prosperidad, también querían evitar cualquier repetición de las hostilidades. Cuando estalló el primer acto de violencia entre la Confederación y Buenos Aires en 1859, fue la mediación paraguaya la que contuvo y calmó momentáneamente la crisis.

Pujol se puso del lado de la Confederación, pero no funcionó como marioneta de Urquiza. Más que nada, representaba al igual que su predecesor la independencia de los intereses comerciales de Corrientes, los de los propietarios de astilleros, inmigrantes e los inversores potenciales de la provincia. Algunos hacendados - partidarios de la economía abierta lo secundaron en su acción. Otros, como Nicanor Cáceres (1812-70) del distrito ganadero de Curuzú Cuatiá, se mantuvieron recelosos, pero cuando Rosas salió de escena, estos hombres encausaron su lealtad hacia el caudillo Urquiza.

Desde la independencia, las autoridades provinciales del puerto de Corrientes siempre trataron de someter las zonas de haciendas del sur a la política fiscal del gobierno. Ellos habían logrado algún progreso bajo el gobierno de Pujol, pero a muchos hacendados todavía molestaba el favoritismo otorgado a los comerciantes y empresarios extranjeros. Si estas tendencias no cambiaban, el poder político de los hacendados sin duda se habría eclipsado. La disputa entre Buenos Aires y la Confederación dió nuevas esperanzas a Cáceres y a otros caudillos rurales. La división resultante en la sociedad política de Corrientes generó las condiciones de una nueva inestabilidad en la provincia, durante la década del ‘60.

Pujol, promovido a senador nacional, dejó el Gobierno a José María Rolón (1826-62), un clérigo de mediocre talento y escasa imaginación que procedió a revertir las anteriores políticas económicas. En vez de alentar la industria de la yerba mate por medio de subsidios o permisos a costos reducidos, Rolón la obstaculizó con nuevos impuestos.181

Restauró el pasaporte interno, haciendo de su carencia un serio crimen. También restringió la venta de caballos fuera de la provincia y en todos los casos posibles, trató de restaurar las estructuras administrativas y fiscales vigentes antes de Pujol.182 En esta tarea, tuvo constante apoyo de Cáceres y otros jefes rurales, que se oponían a los comerciantes correntinos. Estas actitudes eran bastante irracionales, dado que los hacendados obtenían ganancias de la economía más abierta mantenida después de 1852. Sin embargo, ellos sospechaban que los comerciantes no defenderían los intereses del campo. Lamentablemente para Corrientes, este conflicto local fue rápidamente absorbido -y transformado- por el mayor conflicto existente entre Buenos Aires y la Confederación.

El panorama político del Plata tomó un nuevo aspecto en septiembre de 1861, cuando la milicia porteña venció a las tropas de la Confederación en la batalla de Pavón, provincia de Buenos Aires. Aunque Urquiza mantuvo intacto su territorio, sus fuerzas no vencieron a las tropas porteñas y él decidió abandonar la campaña. Urquiza se retiró a Entre Ríos, a reflexionar sobre su mala suerte y esperar tiempos mejores. Pero incluso en su retiro mantuvo una gran influencia política sobre el Litoral.

La batalla de Pavón marcó la asunción al poder en la Argentina de Bartolomé Mitre (1821-1906), gobernador de Buenos Aires. Hombre de letras como de espada, Mitre explotó astutamente las dificultades en Corrientes, para labrarse una base de apoyo personal en el Alto Plata. Después de Pavón se aseguró rápidamente la presidencia y desde dicha posición, trató de manipular la política nacional a favor de los intereses porteños. Sin embargo, Mitre tenía una visión más amplia que Rosas o Urquiza sobre el futuro de la Argentina. Como el historiador canadiense H.S. Ferns explica,

“La importancia económica de la victoria del General Mitre, consistió en el reconocimiento de las ventajas que las clases mercantiles y terratenientes podrían obtener en traer capital y trabajo de Europa, siendo ambos de bajo costo comparados con el capital y el trabajo disponibles en la Argentina. Se asumía correctamente que ambos fluirían al Río de la Plata si se les ofrecía seguridad y la seguridad era efecto de acciones políticas. Una vez que la Argentina mostrara su capacidad para proteger las vidas de los inmigrantes extranjeros y pagar un arancel fijo a los intereses y deudas por costos de servicios, tanto trabajadores como inversores vendrían, los primeros particularmente de España e Italia, y los segundos principalmente de Gran Bretaña, deseosos de probar suerte en la Argentina.” 183

Para que el proyecto de Mitre se realizara, él debía eliminar cualquier rival posible, en torno a quien la oposición provincial pudiera alinearse. Y tuvo que hacerlo rápidamente, antes que sus enemigos en el Litoral pudieran reagruparse.

El Alto Plata sintió inmediatamente el efecto de la ascendencia de Mitre. En Corrientes, Rolón renunció en diciembre de 1861 ante la presión de los liberales urbanos que habían respaldado a Mitre contra Urquiza. Rolón fue reemplazado por dos mitristas, José Pampín (1861-62) y Manuel Ignacio Lagraña (1862-1865). En medio de la confusión política, estos dos hombres trataron de incrementar el comercio correntino a través de vínculos más estrechos con Buenos Aires.

Para facilitar  el proceso Lagraña bajó el impuesto a la yerba, aunque no lo abolió; abrió una serie de rutas hacia los yerbales; mientras se establecían varios molinos en Misiones. Promovió también el cultivo del algodón y del tabaco en Corrientes, distribuyendo semillas y tierras gratuitamente a los agricultores interesados.184

Pese a estos progresos, ni Pampín ni Lagraña lograron ganarse la simpatía de los ganaderos del sur de la provincia. Bajo el liderazgo de Cáceres, quien pasó parte de esa década en el exilio, este poderoso sector siguió oponiéndose a cualquier vínculo con Mitre y los porteños. En Entre Ríos, el enfadado Urquiza dió su tácito apoyo a esta oposición. Así, en vísperas de la Guerra de la Triple Alianza en 1864, Corrientes aún estaba dividida políticamente, con empresarios liberales orientados hacia un crecimiento económico con miras al exterior enfrentados a caudillos afectos a una tradición mercantilista y a gobiernos de facto.

 

 

EL TORBELLINO


Los sucesos que finalmente provocaron la guerra son bastante conocidos. El gobierno brasileño tenía dificultades desde mucho tiempo atrás con el Uruguay, un país cuya élite de hacendados respaldó en reiteradas ocasiones a los rebeldes de Río Grande do Sul. Aparte de esta enemistad, ciertos terratenientes brasileños tenían propiedades en ambos lados de las fronteras del Brasil-Uruguay, sin molestarse en obtener títulos claros y legales sobre los mismos. A principios de 1860, confusas demandas y contrademandas dieron origen a una gran disputa internacional que el Brasil quiso resolver por la fuerza. Sin embargo, los uruguayos tenían algunos aliados.

Ni el Dictador Francia ni Carlos Antonio López se habían preocupado mucho por la lejana Banda Oriental y nunca pensaron intervenir en los asuntos uruguayos, a favor de una causa u otra. Sin embargo, el joven López estaba convencido que la posición política del estado oriental estaba íntimamente ligada al Paraguay. Por medio de canales diplomáticos, hizo saber que su Gobierno no aprobaría ninguna interferencia externa en los asuntos del Uruguay. Este argumento era una interpretación completamente nueva -y a la vez equivocada- del equilibrio de poder en el Plata.

Como tal equilibrio no existía más que en la imaginación de López, no existía ninguna amenaza posible a dicho equilibrio inexistente. Si había un poder preeminente en la gran región era claramente el del Brasil. Desde la derrota de los Farrapos, el imperio había seguido una clara política de expansión territorial, en sus fronteras del sur. Los problemas de límites entre el Paraguay y el Brasil, que databan del tiempo de la colonia, habían resurgido durante la época de Carlos Antonio López. Sin embargo, por medio de las negociaciones, él logró postergar cualquier confrontación.

Su hijo soñaba con hacer del Paraguay el gran árbitro de América del Sur, en una postura que lo enfrentaría con los estados vecinos. Aún cuando López fuese sincero en su visión de las realidades políticas, cualquier cosa que fuera más allá de un ataque retórico contra el poderoso imperio parecía absurdo y no fue tomado en cuenta por todos los observadores. Los brasileños simplemente ignoraron la amenaza paraguaya y lanzaron contra el Uruguay una intervención militar.

López respondió enfurecido con una movilización general, enviando sus tropas río arriba hacia el Mato Grosso. Unos meses más tarde, al tratar de forzar el paso al sur hacia el Uruguay por territorio correntino, López también provocó la enemistad de la Argentina. Terminó yendo a la guerra contra ambos países y por último contra el Uruguay, que para entonces estaba ya bajo el control de las fuerzas pro-brasileñas.

Para mantener el modelo de desarrollo autónomo coherente en el Paraguay, los escritores dependentistas como Trías y José Alfredo Fornos Peñalba han retratado la Guerra de la Triple Alianza como una conspiración preparada por Gran Bretaña y sus mandatarios locales, para destruír una economía alternativa que amenazaba al orden capitalista de Sudamérica. Eduardo Galeano, una figura más propia en la literatura latinoamericana que en la historia, proporciona un convincente resúmen de las tesis dependentistas sobre esta guerra:

“El comercio británico no escondía su procupación (por el Paraguay), no solamente porque este último bastión de resistencia nacional en el corazón del continente se presentaba invulnerable, sino también y en especial por el peligroso ejemplo que la obstinación paraguaya daba a a sus vecinos. El país más progresista de Latinoamérica estaba construyendo su futuro sin la inversión extranjera, sin los préstamos británicos y sin la bendición del libre comercio.” 185

Esta habría sido, según sostenían, la causa fundamental del conflicto, con dinero británico y el apoyo político acordado en favor de los aliados. Sin embargo, los paraguayos no eran obstinados ni particularmente progresistas en sus relaciones con la amplia economía regional. Realmente, no existía una contradicción estructural entre la economía del Paraguay y la de los países vecinos que tuviera que resolverse por medio de la guerra.

Para 1860, casi nada quedaba de la economía cerrada en la región. El proteccionismo había sido desechado, los impuestos en general se habían reducido y los productos de fabricación europea, bienes de capital y las casas comerciales detentadas por europeos se habían convertido en las principales figuras económicas en Buenos Aires, Corrientes y Asunción.

En cuanto a los británicos, ellos ya habían comprendido que el mercado paraguayo era demasiado pequeño para justificar una atención significativa. Algunos bancos británicos otorgaron préstamos al Brasil y la Argentina, para financiar la expansión militar en los pasos iniciales de la guerra, pero esta fue una especulación privada hecha con la esperanza que el conflicto terminara con una rápida victoria de los Aliados. Cuando los meses se alargaron en años, los banqueros se arrepintieron de su entusiasmo inicial. Los políticos de Westminster, por su parte, se mantuvieron completamente indiferentes en cuanto a quien ganaba o perdía la guerra.186

Irónicamente, los partidarios del dependentismo aceptaron las versiones fantasiosas de los propagandistas de Mitre y los aliados, según las cuales su guerra contra López dió como resultado la apertura de los ríos. Esto es absurdo, dado que los ríos ya estaban en ese momento abiertos a todo el tráfico que pudieran albergar. Mitre, político consumado y el principal defensor del a guerra, tuvo razones para agradecer a López su temerario ataque en 1865.

Después de todo, la ocupación de Corrientes dejó a las provincias del Litoral sin alternativas y en manos del liderazgo porteño. Buenos Aires podía contar con los armamentos brasileños  para proseguir una guerra a la que, de otro modo, muchos líderes del interior de la Argentina se habrían opuesto. El argumento de que Mitre fue a la guerra para destruir la amenaza planteada por el modelo de gobierno estatista, tampoco se basa en la comprensión exacta del proceso.187

Mitre atacó al autoritarismo del régimen de López, porque esta característica política paraguaya no era aceptable para la opinión pública europea. Mitre quería atraer a los inversionistas potenciales que se hallaban a lo largo del Atlántico, con la idea de que solamente le motivaba vencer a la tiranía. Sin embargo, su verdadero objetivo era el de consolidar el gobierno porteño en la Argentina y anexar todo lo que pudiera del Paraguay, pero esta meta la escondió cuidadosamente tras un disfraz de liberalismo.

Durante los primeros meses de guerra, el comercio permaneció tranquilo excepto en el Mato Grosso. Inmediatamente después de la captura del buque brasileño Marqués de Olinda, en noviembre de 1864, López envió unos 3.500 hombres por agua y otros 2.500 por tierra a tomar la región del sur del Mato Grosso, hasta Corumbá. Esta expedición tuvo éxito. Luego de tomar los principales centros de la provincia -en algunas semanas de campaña-el ejército paraguayo envió al sur una gran reserva de material militar hallada en Coimbra, Miranda, Albuquerque y Corumbá.

Estos armamentos y municiones resultaron importantes para el ejército paraguayo, pues básicamente ellos constituyeron los únicos aprovisionamientos militares que López recibió después de 1864. Durante la campaña del Mato Grosso los paraguayos capturaron varios buques mercantes, convertidos después en buques de guerra. Unicamente una embarcación extranjera, el buque británico Ranger, tuvo permiso para descender desde el Mato Grosso y sólo porque los británicos decidieron venderlo a López.188

El pequeño comercio del Mato Grosso se desintegró rápidamente bajo la ocupación paraguaya. Un observador que en ese entonces vivía en Asunción, resaltó lo siguiente sobre la comunidad mercantil del Mato Grosso

“Todos los extranjeros [que los paraguayos] encontraron fueron tomados prisioneros, luego desposeídos de todo lo que poseían; estos eran principalmente alemanes, italianos y franceses. He visto a mucha gente que pocas semanas atrás habían sido millonarios comerciantes o terratenientes, pobres y trabajando como obreros o pidiendo limosna en las calles.” 189

Satisfecho con su fácil victoria en el norte y sin reflexionar, López dirigió su atención hacia Corrientes. El líder paraguayo creyó que el separatismo provincial impediría que los argentinos respondieran seriamente hasta después que él derrotara a los brasileños en el Uruguay. López creía contar particularmente con Urquiza y consideró erróneamente gire el entrerriano rechazaría la petición porteña de un frente unido.

En abril de 1865, una pequeña flota paraguaya capturó el puerto de Corrientes y en cuestión de días López desembarcó la mejor parte de su ejército en dicho lugar. Sus tropas marcharon hacia el sur en dos columnas, una a lo largo del río Uruguay y otra a lo largo del Paraná.

Para todos los intentos y propósitos, la campaña del Río Uruguay ya había empezado en enero, cuando las fuerzas expedicionarias de 10.000 paraguayos cruzaron el Río Paraná hacia Misiones, preparándose para un posible avance hacia el sur. A fines de abril, la columna empezó a marchar. Los habitantes de Corrientes, en la margen derecha del Río Uruguay, huyeron despavoridos ante el avance del ejército de López. El 10 de mayo, cuando los paraguayos entraron en Santo Tomé, encontraron abandonado el lugar, “excepto unas pocas familias y comerciantes, la mayoría de los cuales eran extranjeros”.190 Los comerciantes aparentemente obtuvieron ventaja de estas circunstancias y se apropiaron de un buen número de ganado y caballos abandonados por los hacendados correntinos fugitivos.

A principios de junio, las tropas de la avanzada del ejército paraguayo cruzaron el Uruguay por São Borja y rápidamente consolidaron una cabeza de puente. Al llegar a la ciudad, los oficiales paraguayos dijeron a los ciudadanos locales que López esperaba la ayuda de Urquiza en Entre Ríos, lo cual permitiría a sus tropas dividirse y emprender la toma de Montevideo y Porto Alegre. 191 Desafortunadamente, la ayuda de Urquiza nunca llegó.

Cuando los paraguayos emprendieron la ofensiva hacia el sur, perdieron contacto con la base de aprovisionamiento de Encarnación. Ellos necesitaban grandes cantidades de forraje, lo quel causó una rápida destrucción de todo lo logrado en la región desde 1852. En el proceso, los frutales fueron destruídos y los ranchos fueron saqueados.192 Al final, las columnas de paraguayos avanzaron hasta Uruguayana, donde fueron interceptados por las fuerzas Aliadas en agosto. Luego de un sangriento enfrentamiento en la margen derecha del río, los comandantes paraguayos decidieron que su situación no tenía salida y se rindieron. A partir de esto, la cuenca del Río Uruguay ya no desempeñó ningún papel en el conflicto.

La suerte de la columna de paraguayos en el Paraná también fue deprimente. López había sobreestimado la posibilidad de ayuda de Urquiza y los aliados correntinos. En efecto, seis días después del ataque en Corrientes, Urquiza envió una carta a Mitre ofreciéndole su total apoyo contra los invasores."' Toda la nación se reorganizó bajo el liderazgo de Buenos Aires, lo que facilitó a Mitre sellar una impopular alianza con el Brasil. De modo intermintente, hubo disensión en varias provincias de la Argentina durante la guerra, pero Mitre ganó suficiente tiempo para lograr ventaj a sobre los paraguayos haciéndoles recruzar el Paraná.

La ocupación de Corrientes no honró a los paraguayos. Los correntinos entraron en guerra con poco temor de los soldados paraguayos, dándoles en muchas ocasiones la bienvenida. 194 En contrapartida, las tropas de López no se desempeñaron con mucha distinción. Saquearon las estancias de Goya y Bella Vista, destruyendo lo que no podían llevar. Los inmensos hatos de ganado de la provincia fueron sacrificados, para evitar que cayeran en manos de los Aliados, dejando “al país por millas a la redonda blanqueados por los huesos”. 195

Los establecimientos comerciales de la provincia, incluso aquellos de propiedad extranjera, no tuvieron mejor suerte. Los pueblos correntinos del interior recibieron un trato brutal y los testigos registraron múltiples atrocidades. 196 Las curtiembres, tiendas de ventas minoristas, muelles y edificios del Gobierno en Goya, Bella Vista y Empedrado fueron saqueados e incendiados.

El pueblo de Corrientes logró mejores condiciones en medio de la ocupación. López había enviado de Asunción a su ministro de Relaciones Exteriores, José Berges, a organizar un régimen provisional con la ayuda de tres colaboradores correntinos. Este grupo logró controlar la situación y detuvo el saqueo efectuado por las tropas paraguayas. Se pagaron reparaciones a los comerciantes más importantes del pueblo: por ejemplo, T.H. Mangels, un tendero inglés, recibió de López un total de 10.000 pesos por los abusos que había sufrido. 197

Otros fueron menos afortunados. Se ordenó a los correntinos que aceptaran dinero paraguayo, evaluado en treinta y cuatro pesos la onza de oro."' Algunos comerciantes se negaron a considerar estos billetes como válidos, hasta el día en que el comandante paraguayo ordenó la detención de una comunidad completa de indígenas del Chaco por rehusarse a tomar el dinero a cambio de forraje para caballos y leña. Los hizo fusilar a todos, en presencia de los comerciantes. '99 No hubo más resistencia de parte de los tenderos, pero estas acciones despertaron poca confianza en que la administración paraguaya daría continuidad al libre comercio, que para entonces era ya una meta sin esperanzas.

Los detalles de la campaña militar en Corrientes se conocen bastante bien. Los paraguayos siguieron marchando hasta Goya sin encontrar mucha resistencia, salvo unos escasos y breves ataques hechos por la caballería del Gral. Cáceres. Un exitoso ataque de los aliados contra el puerto de Corrientes, a fines de mayo, originó un repliegue momentáneo de las fuerzas paraguayas. Después, el Mcal. López decidió capturar o destruir la flota brasileña, que remotaba el río cerca de Bella Vista. El resultado fue la desastrosa batalla de Riachuelo, que dió por fin a cualquier esperanza de López de obtener una victoria rápida y decisiva.

Unos meses más tarde, al recibir la noticia de la rendición de Uruguayana, el mariscal ordenó el retroceso de sus tropas hacia las posiciones fortificadas de Humaitá. De ahí en adelante, la guerra continuó en territorio paraguayo.

Los aliados usaron la provincia de Corrientes como zona de preparación para su invasión al Paraguay, y las múltiples necesidades de aprovisionamiento de ese ejército dieron un renacimiento al comercio de esta región del Alto Plata. Pero era un fenómeno poco sequilibrado: las ropas y herramientas alcanzaban altos precios y tenían mucha demanda, pero casi no podían obtener frutos correntinos. Una gran proporción de la población rural había sido dispersa o muerta, y quedaban pocos campesinos para colectar algodón o tabaco.

Los bueyes que se empleaban para transportar la yerba de Misiones estaban siendo usados para fines de transporte bélico. Sólo las estancias del extremo oriente escaparon a los estragos de las tropas paraguayas, todas las demás habían sido quemadas y su ganado, requisado.200 Algunos estancieros, entre ellos Cáceres, obtenían grandes ganancias de la demanda de carne de los aliados. También lo hizo Urquiza, quien decidió permanecer lejos de la guerra, descansando en su estancia de Entre Ríos. Como observó un oficial inglés que servía en el ejército de López:

“Cuando los aliados invadieron el Paraguay (en 1866, el Gral. Urquiza) envió unos cientos de hombres, que se amotinaron a bordo de los vapores y el grupo fue despedido. Envió también algunos cañones viejos que anteriormente había retirado de Buenos Aires. Durante el resto de la guerra no se oyó más de este personaje sino como abastecedor de grandes cantidades de caballos y vacas, haciéndose inmensamente rico con este negocio”.201

En general, el comercio correntino benefició sólo de paso a la provincia durante la guerra. Algunas mercaderías eran traídas de Buenos Aires y Montevideo y vendidas a los aliados, pero Corrientes ganó poco con este negocio. Algunos comerciantes extranjeros  llegaron al puerto de Corrientes durante este período, pero a la manera de los estafadores norteamericanos (carpetbaggers), sólo para sacar provecho del pueblo. El Censo de 1869 anotó 415 individuos en el sector del comercio, de los cuales 181 eran extranjeros, incluyendo tres suizos, un austríaco y hasta un mexicano.202 El número de comerciantes correntinos no puede desglosarse, ya que están englobados en la categoría “argentinos”.

Este término “argentino” denota una consecuencia importante de la guerra. Corrientes había sido atacada desde varias direcciones, y los correntinos eran incapaces de expresar una opinión independiente de la de Buenos Aires. Ciertamente, Cáceres y Urquiza seguían ejerciendo cierta influencia en la provincia gobernada por autoridades títeres, y en general, la población correntina se mantenía hostil a Mitre.

Pero los correntinos no estaban en posición de enfrentarse a Buenos Aires, y en 1868 Mitre usó el pretexto de las disensiones internas para echar al gobernador “cacerista” Evaristo López, remplazándolo por una persona más cercana a la Buenos Aires. En octubre de 1869, Santiago Baibiene, el más decidido de los mitristas correntinos, fue nombrado gobernador. 203 La victoria de Buenos Aires completa.. Corrientes nunca más pudo acercarse al Paraguay en busca de alguna alianza regional en el Alto Plata. De allí en adelante, Buenos Aires y su versión de la nacionalidad argentina se impusieron en Corrientes.

Si la situación de Corrientes era mala, la del Paraguay se acercaba a la catástrofe. En este estudio no corresponde examinar los acontecimientos ocurridos después de 1865. En resumen, después del repliegue paraguayo a Humaitá, los aliados sometieron a las fuerzas paraguayas a un completo estrangulamiento por bloqueo, sólo interrumpido cada tanto por batallas sangrientas.

Todo comercio exterior era imposible. Unos escasos barcos extranjeros llegaron río arriba al Paraguay, en el primer año del conflicto, tratando de evacuar sus connacionales: el italiano Príncipe Oddone, el francés Decidée, y los ingleses Dotterrel y Flying Fish

Estos fueron prácticamente los únicos barcos llegados a Asunción durante toda la guerra. Algunos comerciantes bolivianos llegaron a la capital paraguaya en 1867, pero su influencia comercial fue mínima. Cuando los aliados tomaron la ciduad, dos años más tarde, la encontraron abandonada, y en marzo de 18701a muerte de F.S. López puso fin al conflicto.

La guerra que López engendró en nombre de un concepto abstracto - el “equilibrio del poder” - llevó la población altoplatense a la catástrofe. Para que la región prosperara, debía aumentar su comercio con Buenos Aires y otros puertos de las provincias de abajo. Era necesario competir intensamente en el comercio de la yerba, el tabaco y los cueros. Debía atraer el capital extranjero, para desarrollar una sólida economía. La guerra tornó imposible todo esto.

López se presentó como el símbolo palpable de la causa nacional, y en eso radicó la gran tragedia del Paraguay.  La opción fue trágica para sus habitantes: debían elegir entre él o la inmolación. Excepto algunos miembros de la élite paraguaya refugiados en Buenos Aires -y que consecuentemente pelearon del lado de los aliados- la mayoría de los paraguayos siguó a López al apocalipsis. Los campesinos, convertidos en soldados, obedecían sin dudarlas órdenes más absurdas de sus oficiales.

Los resultados fueron terribles: unas 220.000 personas murieron de enfermedades, hambruna o en las batallas. De una población sobreviviente de menos de 450.000 personas, sólo 28.000 eran hombres en edad adulta, y en la inmediata posguerra la relación demográfica de mujeres a hombres era de cuatro a uno. Pasaron décadas antes que el balance entre sexos se restableciera.204

El golpe dado al Alto Plata por la guerra impidió cualquier renacimiento del exitoso comercio del pasado. La expansión porteña había llegado a su apogeo, y aunque los brasileños no permitieron la anexión del Paraguay a la Argentina, tampoco hicieron nada respecto a los territorios al sur del Alto Plata. Por su parte, Corrientes nunca pudo lograr un rol político autónomo e independiente de Buenos Aires. El desarrollo económico llegó de la mano de la conexión comercial porteña, pero sus perspectivas eran infinitamente menores a las de antes. El comercio tardó bastante en recuperarse. Los ríos, que durante tanto tiempo fueron el factor clave en la expresión de la identidad del Alto Plata, ya sólo servirían para la definición de fronteras.

 

NOTAS


179. " E. Bradford Burns ha sostenido que Francisco Solano López defendió un estilo de vida viable, igualitario y tradicional en el Paraguay. Pero López menospreciaba a la población rural al considerarla retrasada y sin esperanzas. En ningún momento él se consideró a sí mismo como un hombre de «pueblo». Muy por el contrario, era un enamorado de todo lo europeo e importaba grandes cantidades de lujosas mercaderías extranjeras. Dió a sus sastres los reglamentos para copiar la última moda parisiense y hablaba el francés siempre que le era posible. López incluso trató, por medio de su amante Eliza Lynch, de volver a crear un club para la sociedad de Asunción, una tentativa que acarreó cierta oposición en todos los afectados. Por ejemplo, en un baile organizado por López en 1864, no había escasez de trajes importados para las damas de la clase alta, pero los retoques eran casi imposibles de realizar, porque había solamente dos máquinas de coser en la ciudad. Esto apenas presenta una descripción del “equibrado desarrollo económico”. López nunca tuvo tal proyecto en su mente y menos lo tenían las élites asuncenas. El Paraguay de López, en resúmen, tuvo en sí poco de la «democracia inorgánica» de Burns. Ver Bums, «Me Implication of Modernization in Nineteenth Century Latin America», en Virginia Bernhard, ed., Elites, Masses and Modernization in Latin America, 1850-1930 (Austin y Londres, 1979), págs. 68-70. Con respecto al aparente consumo de las élites paraguayas en los años '50 y '60, ver Caio Senior, «El último baile del Mariscal», Hoy (Asunción), 4 de diciembre de 1988; y especialmente Ildefonso Bermejo, Vida paraguaya en tiempos del viejo López (Buenos Aires, 1973), passim.

180Los fabricantes de textiles británicos nunca consideraron un sustituto adecuado al algodón paraguayo, a pesar de los esfuerzos realizados por López. Los paraguayos llegaron a imprimir extensos artículos sobre el cultivo del algodón, en el diario del estado, e incluso compraron 400 copias de un panfleto titulado Manual para el cultivo del algodón, para distribuirlos a los agricultores. Ver Juan José Brizuela a Francisco Sánchez. Montevideo, 15 de enero de. 1803, ANA-CRB 1-30,22, 1, nro. 1.

181. Dos reales la arroba fue el impuesto asignado a toda la yerba que crecía en la provincia. Ley del 5 de abril de 1861. Registro oficial de la provincia de Corrientes del año de 1861 (Corrientes, 1886), pág. 30.

182 Decreto del 23 de septiembre de 1861. Ibid., págs. 131-32; Decreto del 4 de noviembre de 1861. Ibid., págs. 139-40.

183 H. S. Ferns, Britain and Argentina in the Nineteenth Century (Oxford, 1960), pág. 329.

184Mantilla, Crónica histórica, 2:270-73.

185 Galeano, Open Veins, pág. 210. para mayor información sobre la tesis de la conspiración británica, ver Trías, El Paraguay de Francia, en passim; León Pomer, La guerra del Paraguay. Gran Negocio (Buenos Aires, 1968); y José Alfredo Fornos Peñalba, «The Fourth Ally: Great Britain and the War of the Triple Alliance», Disertación doctoral, Universidad de California (Los Angeles, 1979). En un curioso giro de ironía, la noción de la conspiración británica también ha encontrado respaldo entre los escritores revisionistas argentinos de la derecha. Ver José María Rosa, La guerra del Paraguay y las montoneras argentinas (Buenos Aires, 1964); Ortega Peña-Duhalde, Baring Brothers y la historia política argentina (Buenos Aires, 1968); y David Peña, Alberdi, los Mitristas y la guerra de la Triple Alianza (Buenos Aires, 1965).

186Juan Carlos Herken Krauer y María Isabel Giménez de Herken, Gran Bretaña y la guerra de la Triple Alianza (Asunción, 1982).

187 F.J. McLynn, «The Causes of the War of the Triple Alliance: An Interpretatiom>, InterAmerican Economic Affairs 33:2 (1979): 21-43; ver también Diego Abente, «The War of the Triple Alliance: Three Explanatory Models:, Latin Anierican Research Review 22:2 (1987): 47-69.

188El Semanario, 4 de febrero de 1865. Las intenciones paraguayas por mantener el libre acceso comercial de barcos de naciones amigas al Mato Grosso, fue garantizada por el Ministro de Relaciones Exteriores José Berges en 1864, pero nunca se actuó conforme a ello. Berges a Charles Washburn. Asunción, 17 de noviembre de 1864, ANA-CRB 1-22, 11, 1, nro. 456

189George Frederick Masterman, Seven Eventful Years in Paraguay (Londres, 1870), págs. 98-99.

190. Efraím Cardozo, Hace cien años, 13 vols. (Asunción, 1967-83), 2:21.

191Walter Saplding, A Invasão Paraguaia no Brasil (Sao Paulo, 1940), pág. 328.

192João Pedro Gay, Invasao Paraguaia na Fronteira Brasileira do Uruguai (Caxias do Sul, 1980), pág. 98-103.

193 Urquiza a Mitre, Concepción del Uruguay, 19 de abril de 1864, citado en Pelham Horton Box, The Origins of the Paraguayan War (Nueva York, 1967), pág. 268.

194. Wenceslao Paunero a J. A. Gelly y Obes. Campos de Pessoa, 18 de junio de 1865, AGN-Documentos de la Biblioteca Nacional (DBN) 15.537, legajo 758.

195A.J. Kennedy, La Plata, Brazil, and Paraguay during the Present War (Londres, 1869),pág. 36-37.

196Kennedy resalta que «la descripción de la campaña paraguaya en Corrientes se parece a una incursión de diablos, porque no había oposición, ni pelea que excitara su furia; todo fue hecho a sangre fría, bajo la dirección personal e inmediata de López». Ibid., pág. 37. Para más testimonio sobre la conducta de los paraguayos, ver Richard F. Burton, Letters from the Battlefields of Paraguay (Londres, 1870), págs. 261-62.

197. Burton, Letters from the Battlefields, pág. 285. Robert Billinghurst, escapó hacia el sur antes que tratar con los oficiales paraguayos, muchos de los cuales eran sus amigos personales.

198 El Independiente (Corrientes), 18 de mayo de 1865.

199. Mantilla, Crónica histórica, 2:278.

200Cien mil cabezas acompañaron a los paraguayos en su repliegue a Humaitá. Ver Thompson, The War in Paraguay, pag. 97.

201.Ibid, pag. 64.

202  AGN Censo 1869, legajos 210-212.

203 F.J.McLynn, “The Corrientes Crisis of 1868”, North Dakota Quaterly, 47:3 (Sununer, 1979), pp. 45-58.

204 Charles Kolinski, Independence or death! The history of the Paraguayan War. (Gainsville, 1965) p. 198.

 

 

 

 

CONCLUSIÓN

 

The carry on their lives of altérnate violence

 and lethargy with a pleasurable

contempt for outside opinion.

 

Katherine Anne Porter

 

El Alto Plata tomó una ruta difícil hacia su desarrollo económico. Pese a la riqueza de sus recursos naturales, la región estaba presa de su política y de su geografía. El bienestar económico del Alto Plata dependía de su acceso a mercados en las provincias de abajo, particularmente el de Buenos Aires. Pero la política hizo casi imposible ese acceso.

En las últimas décadas del período colonial esta región vivió un boom exportador. El rápido crecimiento estuvo asociado con las políticas de la reforma Borbónica y con la actividad de capitalistas peninsulares, la primera élite mercantil de la región. Estos comerciantes introdujeron dinero en el Alto Plata, abriéndolo a la economía monetaria. También aportaron tecnología e instituciones de crédito. La influencia de estos comerciantes sobre los oficiales reales -entre ellos el propio Virrey de Buenos Aires- prometía aún mayor éxito económico en el futuro.

El resultado fue espectacular: las exportaciones de yerba mate altoplatense excedieron las 150.000 arrobas anuales y la región entera -no sólo los comerciantes- se benefició con ello. El deseo de aumentar las ganacias hizo que los chacreros abandonaran los rubros de autoconsumo para engancharse como yerbateros, vaqueros, jornaleros o estibadores del puerto. Los que quedaron en sus chacras también se beneficiaron del creciente comercio con el cultivo de tabaco de exportación. Llegaron nuevos inmigrantes y ganaron posiciones como artesanos, pulperos, carpinteros de ribera, etc. El final de la colonia fue la edad de oro para el Alto Plata.

Esta región había tenido hasta entonces un rol periférico en la economía sudamericana; ahora las exportaciones regionales  llegaban no sólo a los consumidores del estuario sino hasta los de países andinos. En esta nueva circunstancia, las élites tradicionales del Alto Plata -terratenientes, encomenderos y estancieros- debieron compartir su poder regional con los comerciantes. Muchos de ellos éstos últimos lograron establecer relaciones provechosas, pero en general las élites altoplatenses estaban distanciadas de los recién llegados, que no eran del todo aceptados por la sociedad local. La prosperidad local enmascaró relativamente esta división, que sin embargo siguió existiendo.

Sin duda, se requería armonía política para sostener el crecimiento económico en el Nuevo Mundo, y en ausencia de ella el comercio, las inversiones de capital y otras actividades económicas no podían desarrollarse. Las regiones políticamente estables después de su independencia -como Chile- ganaron muchas oportunidades comerciales. Pero fueron más comunes las experiencias del Alto Plata, donde los desacuerdos políticos generaban la destrucción de las burocracias y de las estructuras de crédito, el subsiguiente colapso económico y finalmente el repliegue hacia formas más primitivas de organización, como el mercantilismo y el trueque.

Los inicios del período nacional en el Alto Plata vieron la extensión o la restauración de actitudes y prácticas coloniales. Esto satisfizo a muchos sectores conservadores de chacreros o de la tradicional élite rural, que temían tanto las tendencias centralistas de los revolucionarios porteños como a los realistas locales. Ninguna tendencia política pudo ganar confianza entre los pueblos del nordeste. Las guerras civiles que se sucedieron después de 1811 generaron aún más aislamiento en la región.

¿Cómo sobrevivieron los comerciantes altoplatenses entre tantas limitaciones? Gracias a su habilidad natural. Para enfrentar los desafíos presentados por las guerras civiles del sur, los comerciantes establecieron nuevas rutas que evitaban las zonas de conflicto, y con frecuencia falsificaban los documentos de lugar de origen de las mercancías. Abandonaron las perspectivas del comercio de ultramar y de larga distancia y se limitaron a mercados cercanos como Montevideo y Buenos Aires. Esto les permitía una modesta ganancia y mantuvieron sus actividades dentro de los límites permitidos por la realidad política. Aún así, la posición de los comerciantes correntinos continuó  siendo riesgosa.

Los gobiernos del Paraguay y Corrientes hicieron grandes esfuerzos para promover el comercio y obtener sus beneficios, manteniendo estos intercambios cuidadosamente subordinados a todos los objetivos políticos. Las contradicciones entre estos dos objetivos eran inevitables. En Corrientes, el gobierno reflejaba una dispareja combinación de políticas liberales y prácticas de mercado conservadoras. A diferencia de muchas provincias argentinas, esta provincia evitó el largo ciclo de regímenes militares conducidos por caudillos. Esto dejó las riendas del poder del Estado en manos de una élite de comerciantes estabilizados y de hacendados que trataron de mantener a flote el comercio correntino.

En esto, ellos tuvieron cierto éxito entre 1820 y 1830. Sin embargo, sólo hicieron progresos menores en las tres cuestiones prioritarias: la protección a las industrias artesanales locales; la prohibición a la descontrolada inundación de productos extranjeros en los mercados provinciales y una permanente apertura del canal argentino a los buques comerciales extranjeros.

Buenos Aires, que por razones egoístas tenía poco apego a los anhelos mercantilistas de las provincias del litoral, se opuso a lo tres proyectos Debido a tales diferencias, por mucho tiempo, Corrientes se alejó de esta inicial postura proporteña y como el siglo pasaba lentamente, se convirtió en un franco partidario de la autonomía provincial. Esto a su vez, transformó a Corrientes en un campo de batalla, y solamente a fines de 1840 se restauró la estabilidad económica.

En el Paraguay, Francia restringió el comercio externo a dos puertos periféricos, el de Itapúa y Pilar. Limitando los contactos externos, el Dictador controlaba cuidadosamente el cobro de impuestos, obedeciendo a un clásico principio mercantilista. Irónicamente, esta escrupulosa inspección no evitó la presencia extranjera, ya que en las dos localidades (la brasileña y la correntina) los comerciantes dominaban el panorama. La correcta relación de Francia con estos comerciantes reveló que él no era indiferente al comercio, pero que consideraba más importante la política.

Francia no era Bonapartista, un popular revolucionario protosocialista ni el fundador de un modelo de desarrollo alternativo para el Paraguay. El gobernó su país según las líneas patrimoniales, como un apto administrador Borbónico. Reglamentó estrictamente el comercio para fortalecer su régimen, pero dejó de lado la estructura básica de la sociedad paraguaya. De esta manera, él aseguró la independencia de su país, aunque a un alto precio. El paternalismo de Francia fue un obstáculo para el desarrollo económico.

Por supuesto que el Dictador podía justificar su peculiar absolutismo con el largo período de paz que había logrado para el Paraguay, mientras el resto del Plata se hundía en ríos de sangre, debido a los conflictos internos y la crisis internacional. Sin embargo, la paz no era una garantía para el progreso. El Paraguay experimentó escaso desarrollo hasta después de la muerte de Francia; la autosuficiencia tan frecuentemente elogiada en la literatura dependentista no substituyó satisfactoriamente al desarrollo económico.

El aislamiento del Alto Plata a principios del siglo XIX se debió más al estado desordenado en que se encontraba la política platense que a la terca actitud de Francia. En consecuencia, Buenos Aires trató de desempeñar un papel hegemónico en el Litoral. Las provincias respondieron tratando a la nación argentina como una superestructura creada por los porteños para mantener sus privilegios económicos. Entre estas dos posiciones existía poco espacio para un termino medio. Buenos Aires continuó controlando las aduanas y explotando sus beneficios en el mercado mundial. El Alto Plata continuó aislado, pero preservó de modo fortuito la mayoría de los contactos comerciales existentes durante el período virreinal.

Los habitantes de la región tuvieron escasas dificultades para adaptarse a las mínimas condiciones de contacto con el exterior. La fertilidad del suelo prometía un satisfactorio nivel de vida, y la ausencia de mayores conflictos de clases garantizaba un tranquilo e inactivo ambiente social. Si esto era suficiente para mucha gente, no podía sin embargo ser catalogado como progreso. No existían mecanismos que alentaran al crecimiento económico.

Los gobiernos de la región rehusaron políticamente abrir el comercio a las provincias de abajo. Por lo tanto, la población del Alto Plata tuvo pocas oportunidades de conseguir mercancías del exterior y debía conformarse con artículos de producción local. La población no bastaba para formar un gran mercado, y en consecuencia, con el correr del tiempo la habilidad de los comerciantes nativos decayó. El desarrollo económico significativo debía esperar otros tiempos.

La ruptura del aparente aislamiento sobrevino sólo a fines de la década del ‘40, con el bloqueo anglo-francés a Buenos Aires. Con la caída de Rosas en 1852, los comerciantes extranjeros entraron - como nunca antes- en gran número en el Alto Plata, trayendo consigo una enorme cantidad de mercaderías y nuevas perspectivas al comercio fluvial. Con los ríos abiertos y la Argentina finalmente resignada a la independencia paraguaya, las oportunidades para el comercio parecieron substanciales. En cuestión de meses, las exportaciones altoplatenses se cuadruplicaron.

Estos acontecimientos llevaron a un cambio económico básico en la región. Los granjeros y hacendados -acostumbrados a largos años de aislamiento- se movieron rápidamente para producir cultivos de renta. Poco quedó del desgano inicial por participar en una economía más amplia.

Igual que antes, la yerba llevó la delantera, aunque nunca recuperó la posición predominante que alguna vez ocupó. La yerba brasileña había alcanzado logros impresionantes en Buenos Aires desde 1820 y ninguna importación desde el Paraguay pudo batir este competidor. Los consumidores porteños se habían acostumbrado al producto brasileño más barato.

Pese a saber de que la yerba paraguaya era superior en calidad, se mostraron reacios a aceptar su alto precio. El Gobierno de Asunción nunca comprendió que la demanda de la yerba era relativamente flexible, y que sin una política de precios más moderados, poco progreso podía hacerse en los mercados de las provincias de abajo, ni en los antiguos mercados coloniales de Chile.

El tabaco era otro tema. Con este producto, el Alto Plata tuvo la posibilidad de expandir su participación en el mercado de Buenos Aires, sin la pesada carga de la interferencia del Estado. Con la apertura de los ríos, los cosecheros paraguayos se apresuraron en proporcionar tabaco, el principal cultivo de renta de la región. Por lo menos en dos ocasiones, durante la década del ‘50, la exagerada producción para la exportación motivó una fuerte caída del cultivo de rubros de autoconsumo y fue remediado solamente con la acción directa del Gobierno.

Sin embargo, estas auspiciosas perspectivas para el productor individual no suponían automáticamente un panorama de exportación equilibrado. Otros productos como la madera y el cuero (así como el sebo, naranjas y piezas de alfarería) causaron poco impacto en el potencial de exportación de la región. No obstante, a estas exportaciones menores les habría ido mejor si la política oficial en el Alto Plata hubiera mostrado mayor comprensión de las prácticas comerciales modernas.

El gobierno del Paraguay no manifestó ningún entusiasmo por el libre comercio. Ansioso por salvaguardar el sector estatal del mercado de exportación, Carlos Antonio López legalizó las vagas nociones de Francia sobre la autoridad del Estado en el comercio. Creó monopolios del Gobierno sobre la exportación de la yerba y la madera y mantuvo altos costos para las guías de importación-exportación. Mientras Francia había limitado intencionalmente sus vínculos comerciales con el exterior, López hizo alarde de un programa de modernización basado en las ganancias de los emprendimientos comerciales del Estado.

A pesar de los defectos y la falta de perspicacia de este programa, la nueva actitud fue notablemente diferente. A diferencia de su predecesor, López insistió en que el comercio externo debía ser alentado, porque éste directamente beneficiaba al fisco. Sin embargo, su terca insistencia en las políticas mercantilistas impidió el surgimiento de una clase de comerciantes nativos, salvo los miembros de su propia familia. Para Carlos Antonio López, el mercantilismo era menos una ideología que un vehículo para disfrazar su nepotismo. El Paraguay habría experimentado mayor desarrollo económico si el Estado no se hubiera inmiscuido con tanta frecuencia en el comercio.

En Corrientes, el gobierno de Pujol rechazó el mercantilismo de López y dió en cambio la bienvenida a un mercado más amplio, estableciendo escasos controles sobre el comercio. Pujol tenía buenas relaciones con los comerciantes extranjeros y con los políticos nacionales e incluso patrocinó un proyecto de colonización de franceses en el norte de su provincia. Este último esfuerzo fue un franco reconocimiento de que Corrientes necesitaba superar su escasez de trabajo. La buena voluntad de Pujol para trabajar con el gobierno nacional garantizó a los correntinos una pequeña participación en el tranquilo comercio ribereño durante toda la década del ‘50.

El comercio regional registró un activo tráfico durante los primeros años de la siguiente década. Los comerciantes, funcionarios gubernamentales, cultivadores, hacendados y los habilitados estaban de acuerdo con esta tendencia. Nadie reclamó volver a una “economía cerrada”. En efecto, los habitantes del Alto Plata empezaron a diversificar su producción; el algodón volvió a cultivarse como cosecha rentable y se fundaron curtiembres y saladeros. Fueron creadas industrias totalmente nuevas, tales como las de destilación de naranjas y licores de palma. En todo sentido, la región se había embarcado hacia el desarrollo económico, donde el comercio exterior proporcionaba el catalizador necesario.

La guerra de la Triple Alianza fue un momento decisivo en la historia del Alto Plata. La interpretación dependentista sobre este conflicto retrata un Paraguay valiente defendiendo su autonomía económica (y su vía alternativa hacia el desarrollo) de los voraces capitalistas del Brasil y Buenos Aires, manipulados por los británicos. No existió tal autonomía. Hacia 1860 el Paraguay -como el resto del Plata- dependía casi completamente del mercado porteño, y nadie, menos aún Francisco Solano López, quería ver violentado a largo plazo ese valioso vínculo comercial. El Mariscal pensó que lograría la adhesión de argentinos y uruguayos opuestos a Mitre y vencería a los brasileros con una corta campaña militar. Con una victoria fácil, él podría lograr su ambición. López calculó mal, y ese error condujo la región al desastre.

El comercio del Alto Plata en el período de 1780-1870 fue muy influido por factores distintos a la oferta y la demanda. Bajo circunstancias normales, la región gozaba de un mercado estable, incluso próspero, en las provincias de abajo. Pero las circunstancias raras veces fueron normales a mediados de 1810, y el tejido meticulosamente construído para el comercio interregional no resistió los reiterados conflictos políticos. Los vínculos comerciales que respaldaron el crecimiento económico en el Alto Plata fueron repetidamente obstruídos, dejando a los gobiernos de la región pocas opciones, salvo la del extremo conservadurismo fiscal.

El desarrollo nunca fue generado internamente. El verdadero cambio económico sólo sobrevino a fines del siglo XIX, cuando la demanda Norte-atlántica, acompañada por masivas transferencias de capital y tecnología, transformaron el comercio regional, vinculándolo aún más directamente con el mercado porteño y logrando grandes beneficios a lo largo del camino. A la larga, la integración del Alto Plata dentro de la configuración más amplia del desarrollo de Latino América fue solamente cuestión de tiempo.


 



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