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JOSÉ GABRIEL ARCE FARINA
  YATAY (GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA), 2013 - Por JOSÉ ARCE FARINA


YATAY (GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA), 2013 - Por JOSÉ ARCE FARINA

YATAY (GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA)

Por JOSÉ ARCE FARINA

Colección 150 AÑOS DE LA GUERRA GRANDE- N° 11

© El Lector (de esta edición)

Director Editorial: Pablo León Burián

Coordinador Editorial: Bernardo Neri Farina

Director de la Colección: Herib Caballero Campos

Diseño y Diagramación: Denis Condoretty

Corrección: Milcíades Gamarra

I.S.B.N.: 978-99953-1-434-7

Asunción – Paraguay

Esta edición consta de 15 mil ejemplares

Noviembre, 2013

(104 páginas)



SOLDADOS PARAGUAYOS HERIDOS, PRISIONEROS DE LA BATALLA DE YATAY, 1892

Óleo sobre tela de CANDIDO LÓPEZ

40 x 70 cm. - Colección Museo Histórico Nacional - República Argentina




INTRODUCCIÓN

El Paraguay, en la etapa ofensiva de la guerra contra los ejércitos de la tríplice, buscó con la ocupación de los puestos militares brasileños, al norte del río Paraguay, la zona de Corrientes y más al sur del río Uruguay, encarar una campaña expedita que le permitiese tomar contacto con caudillos leales a su causa, en las provincias argentinas contrarias a Buenos Aires, y con la resistencia del Partido Blanco uruguayo, acosado por el Brasil y desalojado del poder por el caudillo colorado Venancio Flores y sus adláteres. Esta situación, según la estrategia lopista, permitiría reforzar su vanguardia y obtener éxitos militares, de manera a compeler tratativas de paz con los gobiernos de Argentina y Brasil, sorprendidos por la maniobra ejecutada.

Una formidable columna expedicionaria de diez mil combatientes, de las distintas armas, fue disciplinada y entrenada por el mayor Pedro Duarte, a principios de abril de 1865. Después del traslado de este cuerpo al campamento de Pindapoy, fue comandado por el teniente coronel Vicente Estigarribia, hombre de muy poca instrucción, como la mayoría de los oficiales paraguayos que, en aquella época, no accedieron a una formación calificada en la ciencia militar, ni tuvieron participación relevante en acciones bélicas que pudiesen granjearles algún tipo de experiencia en el campo de Marte. Un grupo de oficiales argentinos habían adquirido experiencia militar en Europa, probado su eficiencia en trances internos y, los más veteranos, actuado décadas atrás en los conflictos con el Brasil. El imperio brasileño contaba con una oficialidad instruida convenientemente y con armamento moderno, recién adquirido. La Banda Oriental aportó el ejército más modesto de la campaña.

En los primeros meses de 1865, la columna expedicionaria paraguaya del río Uruguay pisó suelo extranjero y fue avanzando paulatinamente hacia el sur, por un lado, el grueso de esa tropa, en la margen brasileña de dicho río y el llamado "destacamento Duarte", en la margen argentina; acompañados, ambos frentes, por una dotación de canoas que circulaban a la par, cubriendo los pasos entre ambas fuerzas.

Se sucedieron varias escaramuzas, pero la más importante fue sin duda la del Mbutuy. El valiente capitán José López, liderando una patrulla de cuatrocientos efectivos, fue cercado por el enemigo, con fuerzas superiores, y tras once cargas de los aliados no pudieron arrancar la entereza y arrojo del soldado guaraní. Los paraguayos rompieron el cerco y dispersaron a las fuerzas enemigas que dejaron decenas de muertos en ese pequeño teatro. Atrás habían quedado los enfrentamientos en Corrientes y la célebre batalla de Riachuelo.

Los aliados desanduvieron para permitir a los paraguayos internarse en su campo. La vieja estrategia del repliegue momentáneo, para volver sobre los pasos y volcar la furia incontenible. Y así fueron acumulando fuerzas los enemigos en Concordia. Recibieron a mercenarios y esclavos, mercachifles y exconvictos, señoritos y nobles; por diversos motivos, se juntaron, para traer la guerra contra el Gobierno del Paraguay.

El presidente Francisco Solano López, mariscal de los ejércitos del Paraguay, al principio, dio instrucciones militares al comandante Estigarribia desde Asunción, luego desde Humaitá. La distancia entre el cuartel general y el teatro de operaciones era enorme y complicó el éxito de la empresa. López no se decidió a trasladarse hasta Corrientes para comandar en persona a sus soldados y evitar el desenlace: el descalabro total de la columna expedicionaria y el principio del fin de la derrota de las armas paraguayas.

Yatay, el 17 de agosto de 1865, fue el rudimento del ocaso guaraní. La valentía probada del mayor Pedro Duarte no fue suficiente para frenar la arremetida de la vanguardia de Venancio Flores. La vacilación y la conducta ladina del teniente coronel Antonio Estigarribia constituyeron la gollería en la que los aliados satisficieron sus ansias acometedoras y sus deseos de exterminio. Su falta de iniciativa, su incapacidad de leer la dinámica de los acontecimientos, las órdenes y contraórdenes extemporáneas, dadas por el mariscal López, lo llevaron a la encerrona en Uruguayana, la engañifa o ratonera, como llamaban los jefes aliados. Los enemigos abandonaron dicho sitio, días atrás, dejando adminículos y víveres a "disposición" de los paraguayos. La columna de Estigarribia acampó en la ciudad, faltando a las órdenes de su mariscal de no perder mucho tiempo en el lugar, sino hacerlo solo para aprovisionarse.

Hacía un mes de la tragedia de Yatay, de la desgraciada acción de los vencedores, que asesinaron a los heridos paraguayos y se repartieron a los prisioneros como botín; inclusive, muchos fueron obligados a combatir contra su patria.

El comandante Estigarribia, persuadido, amenazado, consciente de su error, resolvió capitular y entregar su espada sin desenvainar, su pistola sin percutir, sus espuelas limpias de la sangre de un bayo desbocado por el tronar de la pólvora, sin dar una sola orden de carga sobre el enemigo hostil de la jornada.

Así concluyó el capítulo de la campaña expedicionaria al Uruguay y lo más granado del ejército paraguayo cayó prisionero de los aliados, de una victoria sin palmas, de unos vítores extranjeros sin emociones verdaderas.


CONTENIDO

Prólogo

Introducción

Capítulo I

El Inicio de la Campaña hacia el Uruguay

Capítulo II

Hacia El Sur

Capítulo III

En tierras enemigas

Capítulo IV

La Heroica Batalla de Yatay

Capítulo V

La Rendición de Uruguayana

Conclusión

Cronología

Fuentes consultadas

El autor



CAPÍTULO I

EL INICIO DE LA CAMPAÑA HACIA EL URUGUAY


LA MOVILIZACIÓN. EL CAMPAMENTO DE PINDAPOY.

EL EJÉRCITO PARAGUAYO DEL SUR EN CAMINO AL URUGUAY


Trascurridos los veintisiete días de abril, de 1865, en plena campaña ofensiva de la Guerra contra la Triple Alianza, el presidente Francisco Solano López dispuso la preparación de un ejército instruido y disciplinado en los campos del Pindapoy, a cargo del entonces mayor del ejército Pedro Duarte. Esta fuerza constituía el contingente militar del Alto Paraná, comandado en jefe por el teniente coronel Antonio de la Cruz Estigarribia, cuyo fin apuntó a la ofensiva de Río Grande del Sur. Las tropas que ascendieron a casi 10.000 combatientes provenían de los poblados aledaños a la Villa Encarnación, el mayor Duarte asumió la titánica tarea de preparar a este formidable cuerpo de combatientes que tuvo un trágico destino en el proceso de la campaña ofensiva de la Guerra contra la Triple Alianza.

Un inspector militar de nombre Francisco Cárdenas fue enviado por López hasta el Pindapoy, para informarle sobre los avances obtenidos por el nuevo cuerpo de combatientes, instruidos para entrar en acción en Río Grande del Sur. En el documento denominado "Oficio de Francisco Cárdenas a Francisco Solano López, Presidente de Paraguay, N° 3922, del catálogo Barón de Río Branco", se lee:

“¡Viva la República del Paraguay!

Excelentísimo Señor

Con el más profundo respeto participo a V.E. haber recibido el oficio de V.E. de fecha 21 del corriente, en que V.E. se ha dignado haga verificar la orden dada por V.E. al Comandante Estigarribia, para que [...] su campo de Pindapoy entre en operaciones [...] la Provincia del Río Grande, con arreglo a las sabias instrucciones que V.E. le había dado, y que el Mayor Duarte tiene que continuar marchando en esta banda del Uruguay.

Satisfecho de la resolución de V.E. para la marcha del Comandante Estigarribia con la División de su mando a operar sobre la provincia referida, no puedo menos que felicitar a este Jefe que encamina bajo su orden una juventud ardorosa, convertida de amor patrio, devoción, lealtad y entusiasmo, que va a recoger laureles que añadir a los tantos ya reportados por otras expediciones que V.E. ha de soltar en tiempos oportunos. Teniendo fe también en el feliz éxito de las operaciones del Mayor Duarte, que se guiara de las mismas sabias instrucciones de V.E.

Aprovecho en cumplir exactamente la responsable orden [roto] recogiendo los enfermos de Pindapoy a esta Villa para que tanto de esta como de los enfermos que entran aquí retire para su vecindad con licencia de cuatro meses o tres a los que merezcan esta consideración por la clase de enfermedades que demande una larga convalecencia, a excepción de los individuos de la caballería a quienes procurará asistir en esta, para formar a los que vayan convaleciendo Escuadrones de esta arma con arreglo a la orden suprema de V.E. transmitida por el Señor Comandante Estigarribia, distanciando físicamente de la Caballería a los que entienda que no puedan servir en mucho tiempo. Los enfermos que quedasen en el hospital de mi cargo serán tratados con particular esmero.

En mérito de la misma orden de V.E. he encargado este punto al Alférez Mateo Duarte, y he parado a despedirme del Comandante Estigarribia ayer día 24 del corriente, recibiendo al mismo tiempo de él las instrucciones que V.E. ha encargado de que me comunique.

A la misma fecha de ayer he regresado para estar a dedicarme a las órdenes de V.E.

También he recibido del Señor Comandante Estigarribia la orden de cubrir las guardias de San José y Candelaria de Infantería, teniendo a cada guardia un piquete de caballería compuesto de doce hombres.

Este mismo día he despachado la guardia [roto] de la misma guardia a la trinchera de San José a relevar al Comandante de dicho punto el Alférez ciudadano José Paiva, quien mañana el 26 pasará a presentarse con la tropa a su cargo al Comandante de la división de operaciones sobre el río Uruguay para completar esta incursión y dejarlo en la guardia de San Carlos, según la orden que he recibido de él para este efecto.

El Teniente de Infantería ciudadano Francisco Bazán también ya lo tengo despachado con veinte y cinco de tropa a la Candelaria a relevar al Comandante de ella, el Alférez Alonso López, quien deberá también para mañana con la tropa a su cargo a presentarse al Señor Comandante Estigarribia.

El Teniente Bazán también tiene a su cuidado los dos piquetes del paso de Candelaria a derecha e izquierda cubiertos con veinte hombres de la misma arma.

También he despachado este día a cargo del Alférez Félix Vargas doscientos catorce individuos de tropa, cien de ellos separados por mitad de los batallones Ne 8 y 41, soldados los más alentados para poder reemplazar a aquellos que no puedan seguir la marcha; ciento siete de los infantes que han estado en esta del Batallón NB 16 y siete convalecidos del Batallón Ne 32 incorporarse a los cuerpos.

Todos los soldados que prometen los [roto] Comandante Estigarribia.

Igualmente me ha ordenado para establecer en el campo de Pindapoy una pequeña avanzada de Caballería de Candelaria, y quedo en cumplir puntualmente todas las órdenes que he recibido de V.E. y del Señor Comandante Estigarribia para los servicios patrios.

La tropa de mi mando queda guardando esta frontera bajo la más estricta vigilancia y me dedico desde luego en tenerlos bajo el mejor pie de guerra, preparándome con ella a reforzar cualquier necesidad que hubiese.

Dios guarde la importante vida de V.E. por muchos años".



La prensa porteña publicó en aquel tiempo, como lo hará en el transcurso de los combates, que era cuestión de semanas finiquitar el expediente, atendiendo a las poderosas fuerzas militares que se organizaban en la ciudad de Corrientes y en los campos brasileños del sur. Sin embargo, varios meses pasarían antes de las primeras batallas.

Una de las primeras actividades ordenadas por el teniente coronel Estigarribia fue la conformación de un destacamento de exploración conformado por 200 infantes, liderados por tres oficiales, sumado a dos escuadrones de caballería, los cuales contaban con 240 hombres y tres oficiales. Este destacamento, mandado por el mayor Duarte, tuvo la misión de internarse convenientemente en dirección del río Uruguay, para cerciorarse del número de la tropa aliada y la estrategia y táctica del comando enemigo.

El mayor Pedro Duarte, instruido suficientemente por Estigarribia, en lo posible debía evitar un enfrentamiento con el enemigo, sobre todo si era numeroso. Si la situación se tornaba imposible, su misión era la de ganar tiempo y despachar una comunicación urgente a la comandancia del sur, para que el teniente coronel Estigarribia, con un desprendimiento del grueso de su ejército, acuda a ocupar la frontera del Uruguay. Estas órdenes eran dadas por el presidente López muy lejos del teatro de operaciones, en el que la dinámica de los acontecimientos experimentaba cambios repentinos.

En cumplimiento de esa tarea el mayor Duarte inició su marcha hasta Santa María, abandonando el campamento de Pindapoy, todo esto transcurridos los cinco días de mayo de 1865.

En su edición habitual del sábado 6 de mayo de 1865, EL Semanario, extractado de la obra de Efraím Cardozo, Hace IOO Años, publica un editorial bajo el título de "Los esfuerzos por la paz y la necesidad de la guerra". Entre otras consideraciones, decía:

"La guerra se ha hecho una dolorosa necesidad para la república. Ha llegado la ocasión solemne de ponerse a prueba nuestro patriotismo; bastante ya lo habíamos mostrado; pero falta dar término a la obra, falta hacer los últimos esfuerzos para reprimir a los que han querido ser nuestros enemigos, para garantizar una paz estable, para ocupar el rol que nos corresponde entre las repúblicas americanas. Hasta hoy el mundo ignora nuestro poder y nuestras fuerzas, porque siempre habíamos conseguido llevar una vida laboriosa y pacífica, con nuestros esfuerzos en conservar y fortalecer los vínculos de amistad con los pueblos extranjeros, y por la unidad y armonía inconmovibles que han sido la gran virtud de los hijos de este suelo".

En el momento de iniciado el conflicto bélico entre la República del Paraguay y la tríplice, los brasileños mantenían en territorio uruguayo un poco más de 13.000 efectivos militares de ocupación. Luego de la campaña del Uruguay, en la que el Brasil imperial ayudó a derrocar al gobierno blanco legítimamente constituido, el general Mena Barreto pidió su relevo y en su reemplazo fue nombrado el general Manuel Osorio. Así mismo, en el sur del Brasil, los Braganza mantenían casi 14.000 combatientes, en total superaban los 27.000 soldados listos para el fuego. Simultáneamente se inició la leva para conformar otras legiones que se incorporarían a la guerra contra el Paraguay, en su mayoría conformadas por esclavos afroamericanos, mercenarios y aventureros.

Los argentinos, superando con mucho sacrificio las controversias entre unitarios y federales, iniciaron una movilización acelerada para incorporar combatientes. Los primeros en ser movilizados pertenecieron a los efectivos de la Guardia Nacional del interior, específicamente correntinos y entrerrianos, no superaban los 10.000 reclutas. El compadre del presidente López, capitán Justo José de Urquiza, lideró a la guardia de Entre Ríos, en tanto que el general Nicanor Cáceres comandaba en jefe a la caballería de Corrientes. En la capital argentina fueron movilizados cuatro batallones; cuatro en la provincia bonaerense; en las mencionadas provincias de Corrientes y Entre Ríos, cuatro en total; en tanto que en las restantes provincias argentinas un batallón. Efraím Cardozo, en su obra citada, refiere que: "Como cada batallón debía constar de 500 plazas, el efectivo de la Guardia Nacional movilizado totalizaría 9.500 hombres. Este efectivo se sumaría al ejército de línea, que constaba, en el momento de romperse las hostilidades, de seis batallones de infantería, nueve regimientos de caballería, con 575 oficiales y 7.931 plazas. La República Argentina pues se presentaría en el frente de operaciones con cerca de 26.000 soldados".



El caudillo oriental colorado, general Venancio Flores, quien dirigió una revolución contra el gobierno blanco de su país, apoyado por el gobernante porteño Bartolomé Mitre y por el emperador esclavista Pedro II, aportó el menor cuerpo militar de la alianza. Los uruguayos fueron distribuidos en tres regimientos de caballería, un escuadrón de artillería y dos grupos de infantería. El grueso total del ejército del Uruguay en campaña contaba con aproximadamente 2.850 efectivos.








CAPÍTULO IV

LA HEROICA BATALLA DE YATAY


Orden del mariscal López para que ambas columnas paraguayas se presten auxilio militar. La indiferencia del comandante Estigarribia a las peticiones de ayuda del mayor Duarte. La marcha de la vanguardia aliada hacia los campos del Yatay. La heroica batalla de Yatay. El deshonor aliado.

El mariscal Francisco Solano López ordenó al teniente coronel Estigarribia que en caso de un ataque enemigo con fuerzas muy poderosas, tanto la columna principal como el destacamento Duarte se dieran apoyo, cruzando parte o gran parte de sus efectivos y equipos hada una u otra margen. El alférez Domingo Lara fue destacado por el mayor Duarte, al día siguiente de conocer la situación de peligro que se cernía sobre sus filas, junto a Estigarribia para ponerle al tanto de los acontecimientos y solicitarle auxilio. Duarte mandó recomendar a su comandante que de noche, y en el más absoluto silencio, haga pasar a la otra margen a tan siquiera la mitad de sus efectivos con parte de la artillería para reforzar sus líneas. Una línea de canoas fue ofrecida a Estigarribia para el efecto.

El mayor Pedro Duarte empezó a tomar decisiones urgentes aguardando el desenlace. Como primera medida trasladó a sus hombres en el punto ubicado entre los ríos Yatay y Ombucito, lugar en el que inició trabajos de fortificación. Los enfermos y heridos de gravedad quedaron a convalecer en Restauración.

El mariscal López envió al comandante del ejército del sud, general Resquín, las nuevas disposiciones en cuanto a la defensa y ataque, a más de comentarios sobre los últimos sucesos. En relación con el posible ataque de los aliados por Misiones agregó: "No quiero entrar en la apreciación de las dificultades que tal propósito les traería porque V. conoce lo que es la frontera de la Encarnación por donde se propone atacarnos, y diré solamente que siempre he considerado posible ese proyecto no porque ofrezca ventajas positivas al enemigo sino porque puede ilusionar a los riograndenses por la proximidad de nuestras fronteras y al general Mitre, comandante en jefe de los aliados, seguir las trazas del general Belgrano en el año II de su invasión del Paraguay, porque para ese mandatario, es Belgrano la figura más culminante de aquella época, y no será mucho que quiera imitarlo, salvo que le quepa la misma suerte que a su émulo".

En la misma comunicación a Resquín, se mostraba contrariado debido a las decisiones asumidas por Estigarribia en el curso de los acontecimientos y por la falta de un contacto fluido con éste.

El día 11 de agosto se hizo efectiva la presencia del alférez Domingo Lara, en el cuartel general de Uruguayana, para trasladar al comandante Estigarribia el pedido del mayor Duarte de auxilio de tropa ante la inminente llegada de la vanguardia aliada a la zona. Se daba así cumplimiento a las instrucciones del mariscal de auxilio mutuo entre ambas columnas, en caso de extrema necesidad. Las 18 canoas estaban preparadas en la costa a cargo del alférez Pedro Lugo.

El comandante Estigarribia se reunió con el alférez Lara y le espetó duras recriminaciones contra el mayor Duarte. En la sala de reuniones se hicieron presentes los uruguayos del Partido Blanco, Pedro Sipitria y Justiniano Salvanach; acompañó con rostro adusto el padre Ignacio Duarte las aseveraciones de Estigarribia. Duarte fue acusado de actuar con benignidad en relación a los enemigos, de no tomar actitudes enérgicas, de no responder con la mayor resolución ante las aberraciones cometidas por los aliados, producto de su excesivo apocamiento. Sin lugar a dudas los términos utilizados para increpar eran insumos ofrecidos por sus "colaboradores más cercanos" que citamos con antelación. Al punto llegó Estigarribeña de decir que si Duarte no estaba a la altura de los acontecimientos lo relevaría, poniendo a alguien más "corajudo" en esa jefatura.

Los refuerzos, alegó el comandante Estigarribia, solo serán enviados una vez que se compruebe, por exploradores de su confianza, que estaban próximas las fuerzas aliadas. Los enviados tuvieron que esperar tres días para cruzar hacia el campamento de Duarte, a orillas del Yatay, debido a las intensísimas lluvias caídas en la región.

El terrible temporal que azotó en aquellos días de agosto entorpeció la marcha de la vanguardia aliada, por lo que debió acampar en la costa del río Miriñay. Hasta ese lugar se trasladó un ayudante del general Paunero, a fin de coincidir en el día y la hora de reunión para combinar ambas fuerzas.

Hacia la primera mitad del mes de agosto de 1865, en Concordia, finalizó el proceso de concentración de fuerzas aliadas, las mismas que lucharían bajo las órdenes de Bartolomé Mitre, en la primera etapa de la guerra.

Para el 12 de agosto se hizo presente el teniente Joaquín Guillen, en el campo de Restauración, al frente de 450 soldados de infantería y caballería, con el propósito de fortalecer las columnas del sur, esto, por orden del mariscal López. Cinco alféreces integraban la tropa, uno de ellos con 100 soldados estaba destinado a dar apoyo al destacamento Duarte, el resto operaría en la zona de Uruguayana. El teniente Guillén fue portador de una fuerte suma de dinero para compra de vestuarios y equipos para la tropa.

El mariscal López estaba seguro del éxito de la empresa. Por un lado se contaba con el dominio del territorio correntino, la escuadra brasileña no podía intervenir ni cortar la red de suministro, en los sitios de Santa Lucía y San Roque se imponía la presencia paraguaya. Por el otro, con la ocupación de los poblados se capturó importante reserva de ganado vacuno y caballar, esto hacía suponer a López que había llegado el momento de ponerse personalmente al frente y dar el golpe de gracia a la tríplice.

Los aliados necesitaban caer sobre las columnas paraguayas con una fuerza demoledora, ya que en igualdad de condiciones no soportarían un combate regular por la disciplina militar que caracterizaba al ejército paraguayo. El grueso de los soldados aliados se componía de gauchos, exconvictos, esclavos y mercenarios; su técnica de lucha asemejaba la de las antiguas montoneras y al bruto manejo de las armas blancas. El general Wenceslao Paunero era el único jefe que se tomó su tiempo para organizar, disciplinar y afianzar sus unidades de combate, es por ello que fue destacado a apoyar al ejército de vanguardia aliado.

El estado mayor paraguayo no accedió a la información sobre el papel que el general Paunero desempeñaría junto a Venancio Flores, esta fue guardada celosamente por los correntinos. Más bien manejaban el dato de que los generales Cáceres y Hornos se encontraban fortaleciendo sus cuerpos de combate con la llegada de importantes*refuerzos. Tal es así que el comandante paraguayo Bruguez, en la avanzada de la posición de Corrientes, fue reforzado, en la creencia de que amenazaban sus flancos y corría el riesgo de ser atacado por fuerzas superiores.

Hacia el 13 de agosto de 1865, a tan solo tres días de marcha del destacamento Duarte, cerca del arroyo Santa Ana, conferenciaron el jefe de la vanguardia aliada general Venancio Flores y el comandante del primer cuerpo del ejército argentino, general Wenceslao Paunero. Duarte avanzaba en los trabajos de atrincheramiento sobre el río Yatay, en el lugar conocido como Ombucito. Los oficiales aliados que encabezaron esa fuerza de 12.000 combatientes, de las tres armas, eran los generales Flores, Paunero, Madariaga y los coroneles Payva y Reguera. Apoyaban a este ejército 32 piezas de artillería de distintos calibres. Por su parte el destacamento Duarte alcanzaba 3.000 hombres y no poseía bocas de fuego.

El alto mando aliado desconfiaba en el éxito de su empresa por dos razones fundamentales, temían que Estigarribia, desde Uruguayana, acuda en auxilio de Duarte y que desde Corrientes, los efectivos paraguayos caigan sobre las fuerzas que se estaban organizando en Concordia, a las órdenes de Mitre. No en vano Flores insistía en la necesidad de que el grueso del ejército, organizado en Concordia, salga a batirse con las columnas paraguayas.

A la fecha 13 de agosto el comandante Estigarribia no respondía a los pedidos de auxilio formulados por el mayor Duarte. Los alféreces comisionados no podían retornar a Restauración por las fuertes lluvias caídas. Los generales brasileños Cadwell y Canabarro hostigaban permanentemente en la zona y se les sumaban refuerzos. Hasta ese momento se podía abandonar el encierro de Uruguayana, existía capacidad militar para ello, sin embargo, Estigarribia permaneció inmóvil.

Al día siguiente, el mayor Pedro Duarte, desesperado por la situación, insistió con el comandante Estigarribia en el envío de refuerzos. El jefe de Yatay invocaba las órdenes del mariscal López las cuáles indicaban que ante casos de peligros extremos, como en efecto estaba ocurriendo, las columnas debían darse apoyo militar.

En sus memorias, el mayor Duarte refiere que este insistió ante el comandante Antonio Estigarribia, en que “un fuerte ejército" se le viene encima, que ese ejército se compone, en su mayor conjunto de tropas veteranas sostenidas por 24 piezas de artillería (eran 32); le dice que él no podrá resistir con 3.200 hombres, que no tiene el apoyo de un solo cañón, aquel avance irresistible; le muestra con colores sombríos su crítica situación y concluye pidiéndole los regimientos de caballería 31 y 33 y dos batallones de infantería, asegurándole la victoria, o en caso contrario le augura un desastre, porque le será imposible no solo contrarrestar el empuje del numeroso ejército enemigo, sino de poder ejecutar en ese caso su retirada".

Al final de la jornada del 14 de agosto, retornó el alférez Lara al sitio de Yatay, con la respuesta dada por el comandante Estigarribia al pedido de apoyo militar. Duarte recibió turbado la información, que su comandante no reputaba como verdaderas las partes de los exploradores, sobre la concentración de fuerzas enemigas poderosas, que se dirigían al encuentro del destacamento Duarte. Ordenaba el envío de expertos de mayor confianza para investigar.

Lara trasladó fielmente lo expresado por Estigarribia a su jefe: "Dígale al mayor Duarte que si está con ánimo caído, venga a hacerse cargo de las fuerzas de Uruguayana, que yo iré a librar la batalla''.

No obstante, el mariscal López fue informado por Estigarribeña sobre la llegada de fuerzas enemigas muy superiores contra el destacamento Duarte, sin embargo, puso en tela de juicio la veracidad de los informes aportados por los exploradores: "Si esta noticia fuera cierta mandaré al mayor Duarte, al otro lado del Uruguay, fuerzas de infantería y artillería suficientes para batir al enemigo con ventaja... Ordené al mismo mayor (Duarte) que mande exploradores de suma confianza con el fin de espiar la columna enemiga y puedan comunicarnos todos aquellos datos que puedan ser de interés, para de este modo disponer yo que pasen a aquella margen del Uruguay fuerzas suficientes que unidas a las del mayor Duarte, puedan derrotar con ventaja a los enemigos".

El terrible temporal hizo imposible que Duarte, pueda organizar ese día a sus nuevos exploradores, para un segundo informe de la situación de las fuerzas enemigas. El terreno era un verdadero lodazal. El río Yatay se encontraba inundado, el terreno en las peores condiciones, en esa situación el destacamento Duarte esperó la llegada de las fuerzas del caudillo oriental Venancio Flores, decidido a no rendirse.



Finalizado el temporal Duarte cumplió las órdenes del comandante Estigarribia y despachó a cuatro exploradores "de confianza", para comprobar la llegada de las fuerzas enemigas. Dos cayeron prisioneros y los otros pudieron escapar, llegando hasta Duarte para informarle que los aliados se encontraban en la costa del arroyo Miriñay, a corta distancia, en tanto que los correntinos en las cercanías del arroyo Capií-quisé. Era tarde. Aguardar a que un enviado de Duarte a Uruguayana acerque el informe "veraz" a Estigarribia, que este disponga el número de combatientes que cruzarán a la otra orilla, más el traslado de la artillería, demoraría bastante tiempo. Bajo el lema de "vencer o morir" los soldados del destacamento Duarte se aprontaron a resistir la embestida del enemigo.

El 15 de agosto, al clarear el día, el general Venancio Flores ordenó la marcha de su ejército hacia los campos del Yatay, a fin de buscar batirse con los paraguayos. Se comunicó con Mitre Y le informó sobre el trayecto que le demandaría llegar hasta Restauración y sobre la fecha probable de la batalla: 17 de agosto. Flores se tenía una fe ciega, auguraba un triunfo inminente.

Duarte con toda la fuerza paraguaya del destacamento, pudo ensayar un repliegue rebasando el río Uruguay, a fin de sumarse a la columna principal. Decidió quedarse en su sitio y defender la dignidad de las armas nacionales. El día previo a la batalla se dedicó a dar las órdenes para la defensa a los más de 3.000 combatientes, sin el concurso de tan siquiera una boca de fuego para repeler al enemigo. A espaldas del destacamento Duarte el río Yatay estaba completamente inundado.

El historiador Cardozo refiere sobre los preparativos para la defensa:

"El destacamento tenía dos guardias avanzadas, una en el camino de la costa del Uruguay para asegurar las comunicaciones con Uruguayana, y la otra en dirección a Mercedes, cada una de 125 hombres. A primera hora ambas guardias dieron parte, casi simultáneamente, de que aparecían en uno y otro sector, fuertes columnas enemigas de las tres anuas. Duarte ordenó que se reunieran las dos guardias y personalmente acudió con 350 infantes y 100 de caballería para dirigir una descubierta. Dejó el resto del destacamento al mando del teniente Cirilo Patiño.

Fue destacada en dirección del enemigo una guerrilla de 24 hombres con 12 de reserva. Los aliados hicieron lo mismo pero con mayor efectivo, por lo cual el mayor Duarte aumentó las guerrillas con 400 hombres. El enemigo envió un regimiento y nuevamente el destacamento de avanzada paraguaya fue reforzado con 300 hombres. Parecía inminente la batalla y ambas partidas se tirotearon intensamente, pero el general Flores no dio la orden de ataque. Conseguido por el mayor Duarte su objetivo de reconocimiento de las fuerzas enemigas, ordeno la retirada de la infantería, quedando en observación la caballería''.

Tras el reconocimiento del campo enemigo, Duarte se encontró en su campamento con "visitantes ilustres", que se llegaron desde el campamento de Uruguayana. Entre ellos se encontraban el oriental Pedro Sipitria, el padre Duarte y el teniente Guillen. Estos individuos traían consigo algunos papeles para compartir y se ofrecieron a comunicar a Estigarribia el parte verbal de Duarte. Aduciendo falta de tiempo, el mayor Duarte argumentó que si querían ayudarlo esa misma noche se traslade el comandante con todos sus hombres hasta el sitio de Yatay, que más tarde habría tiempo para las comunicaciones por escrito.

El alférez Lugo, hasta último momento, dispuso las 18 canoas para que el comandante Estigarribia ordene el traslado de sus hombres, a fin de dar apoyo a Duarte. Sin embargo, Duarte mandó redactar el pedido de auxilio y comisionó al cabo Nicanor García a Uruguayana. Todo pedido fue inútil.

En Humaitá, el mariscal López se informó en esos días de los movimientos del ejército enemigo, por medio de espías y desertores, hasta ese momento desconocía que Paunero y Flores se encontraban en tránsito para batirse con la columna paraguaya. Con fecha 16 de agosto expresó en una comunicación al general Resquín: "Con tal motivo se presume que la situación de Entre Ríos será menos favorable para los aliados, en cuanto se dice que el general Paunero, evitará el tránsito de aquella provincia, cruzando el Uruguay arriba para buscar el Estado Oriental, así parece en efecto; pues que más bien el general Flores debiera buscar a Paunero avanzando, y no éste retrocediendo. Estas consideraciones dan lugar a diferentes cálculos más o menos probables, y aunque todo puede suceder, nosotros no debemos fiarnos en conjeturas y suposiciones, mientras no tengamos la verdad de las cosas".

En la misiva de López se establecían, a su vez, los movimientos que debería operar el ejército nacional. Tal es el caso de Resquín, quien debía trasladarse desde el sitio de Quevedo hasta otro más apropiado para la defensa. El mayor Cabral fue instruido sobre la importancia de ocupar mejores campos para el pastado de la caballería.

Finalizaba la carta de López a Resquín, sobre el cuidado que debían tener los soldados paraguayos, de no destruir la propiedad y los bienes del enemigo durante las ocupaciones realizadas, para despedirse solicitando a su comandante más datos para tomar la decisión definitiva de trasladarse hasta Corrientes.

El 17 de agosto de 1865, en las cercanías del arroyo Yatay, se produjo una de las batallas más épicas de la Guerra Grande y de mayor deshonor para el ejército aliado, por su accionar contra los prisioneros paraguayos; algunos corrieron la mala suerte de ser asesinados salvajemente contradiciendo toda convención internacional, toda norma jurídica estipulada en el Derecho de Gentes y, en relación a otros, distribuidos en batallones enemigos para luchar contra su propio pueblo.

El mayor Pedro Duarte fue nombrado comandante del destacamento paraguayo que contó en sus filas con 3.020 combatientes; esta fuerza carecía de artillería, y se enfrentó al numeroso frente de vanguardia al mando del general oriental Venancio Flores; en total fueron 12.000 hombres que recibieron el apoyo de 32 bocas de fuego.

Para apoyar el contingente de hombres del caudillo Flores, el general Madariaga cubrió la retaguardia paraguaya al mando de 2.000 jinetes, esto hizo que todo escape fuera nulo, situación que fue aprovechada por el general oriental para intimar rendición al mayor Duarte, que la resistencia sería estéril ante la superioridad de su ejército. Duarte, como en la mayoría de los casos similares en los pasajes de la Guerra Grande, respondió que su misión era combatir hasta obtener el triunfo de sus armas o perecer con el último de sus hombres.

En relación con la estrategia de defensa del mayor Duarte, Efraím Cardozo en su obra Crónicas de la Guerra de 1864- 1870, refiere cuanto sigue:

"El mayor Duarte estableció su línea de batalla en la pendiente de una loma que desciende hacia el Yatay, cubierto su frente por las compañías de cazadores desplegados en guerrillas y abrigado detrás de unas zanjas transformadas en trincheras que ocupaban la parte alta de la cuchilla. Eran los batallones de infantería 24 y 16, al mando de los tenientes Zorrilla y Patiño. El mayor Duarte se puso personalmente al frente de la caballería pues el jefe del regimiento 26 teniente Elias Cabrera abandonó el campo antes de iniciarse la acción, inducido por el coronel uruguayo Orrego, y el jefe del otro regimiento, teniente Brítez, salió en persecución del fugitivo, abandonando también a sus tropas ".



BATALLA DE YATAY

El combate se cree comenzó pasadas las 10 horas de la mañana, dándose la orden a la artillería aliada que atacó con furia las posiciones paraguayas. Esa fue la antesala para que la infantería comandada por el célebre coronel León Palleja, ensayando un trote rápido, entonando canciones patrióticas, chocara contra el ánimo de los paraguayos que, con vítores a la patria y a su mariscal, rechazaron en varias ocasiones a los infantes uruguayos.

Los paraguayos fueron sitiados por la maniobra envolvente, por el noreste de sus posiciones, ensayada por los generales Suárez y Madariaga, en tanto que las tropas argentino- brasileñas al mando del general Paunero hicieron lo propio por el flanco derecho. La tenaza quedó cerrada.

El mayor Duarte con resolución y bravía encabezó la caballería hacia el flanco derecho de los aliados, con tanta fortaleza que hizo retroceder al contingente allí instalado de manera desordenada. Los jinetes paraguayos, ante el desconcierto de los soldados aliados, dieron muerte a muchos de ellos; sin embargo, atendiendo al gran número de efectivos, pudieron organizarse y retomar sus posiciones antiguamente conquistadas. En esa situación se enfrentaron a los paraguayos en combate cuerpo a cuerpo, simultáneamente Duarte volvió a embestir contra las tropas enemigas de Suárez hasta desbordarlas completamente y conseguir que las mismas se tornen en retirada. Sin embargo, esto no duraría mucho, ya que el desconcierto y la división de la caballería de Duarte que perseguía a los que huyeron, permitieron que las tropas aliadas venidas en auxilio forzaran el ala comprometida y por su tremenda superioridad numérica lograran copar el campo paraguayo. El comandante Duarte cayó prisionero y fue conducido hasta el general Paunero; sin embargo, ante la ausencia de su jefe, los soldados paraguayos siguieron combatiendo hasta el final de sus fuerzas, con todo tipo de elementos que les sirviera de armamento. Muertos por cientos, llevados a los límites de sus fuerzas, los combatientes guaraníes seguían peleando bajo su bandera, sin embargo, la superioridad aliada finalmente concluyó su cometido. Fue una carnicería, los paraguayos eran enlazados por los jinetes riograndenses como novillos y arrastrados frente a la soldadesca enemiga, muchos fueron pasados a degüello por los gauchos uruguayos, nadie intentó huir ganando las aguas del Yatay, combatieron hasta el final, hasta el descalabro de la columna paraguaya. Un último grupo de combatientes cayó prisionero al filo de las 12:30.

En sus memorias, el mayor Duarte refirió la naturaleza del combate y la suerte corrida por él, en calidad de prisionero:

"Al día siguiente, 17 de agosto, al amanecer mismo, apareció la columna enemiga, trayendo por delante una gran guerrilla dispersada a la que contesté con otras mías, y pude sostenerme así hasta medio día. A las doce y media nos trajo el ataque general, al cual no pudimos resistir por la gran superioridad que tuvieron, tanto en hombres como en armamentos; pues nosotros no teníamos ni una pieza de Artillería, y nuestros fusiles eran de chispa (El fusil de chispa es un arma sin estrías, de corta efectividad, no más de cincuenta metros. El proceso de carga y disparo demoraba un tiempo valioso, que ponía en desventaja al ejército paraguayo. El ejército aliado utilizó armas de repetición, de largo alcance y de efectividad hasta cien metros); ellos por supuesto de mejor sistema y con numerosa Artillería. Allí tuve la desgracia de caerme prisionero y de serme llevado a la presencia del General Don Venancio Flores, quien me ha insultado groseramente con palabras descorteses y hasta me ofreció cuatro balazos, pero le contesté, entre ese gentío de aquel momento que recibiría como dirigida de su mano (el público aplaudió mi contestación y creo haber sido salvo de aquella pena, mediante el Coronel oriental Magariño, quien me ha ofrecido la garantía de mi vida en el campo de la batalla, y también el General Paunero; quienes hablaron en voz baja a Flores. Después de eso me hizo varias preguntas, pero con moderación, y yo le contesté conforme á sus preguntas en términos educados.- Estuve dos y medio días sin probar alimento en la guardia de un señor Sargento mayor de apellido Retolaza, rodeado de 12 centinelas; a la tarde, del tercer día, recibí orden para acompañarlo al coronel oriental don Goyo Castro, quien con un oficial y seis de tropa, se hizo cargo de mi individualidad y tomamos el camino de la Concordia, (pueblo entrerriano) en donde se hallaba el Presidente de la República General Don Bartolomé Mitre, quien entonces mandaba en Jefe el ejército aliado. Al siguiente día, que fue el 23 de Agosto, sin verlo al señor Mitre, me hizo embarcar en el vapor «Pavón» y el 25 del mismo partimos para Buenos Aires. El 28 me llevaron al Parque, en la casa del coronel Martínez, Ministro de Guerra y Marina, y el 30 me hizo trasladar al cuartel del Retiro. Me tuvieron allí, noventa y dos días, preso. Durante ese tiempo se me pasó la suma de un peso fuerte diario. Tuve varias visitas de amigos y a la vez tentaciones, entre otras. Primeramente, del comisario de guerra entonces, Don Santiago Albarracín, quien, me ofreció un sueldo de ciento ochenta pesos de Buenos Aires, para que fuera con el ejército aliado de baqueano, rechacé modestamente la oferta. Pocos días después, volvió a ofrecerme, para que me hiciera reconocer en mi clase, como jefe de la nación y al mando de un cuerpo de línea, en la frontera del sud. Esta vez me enojé y respondí con insolencia y no volvió más (a insistir). Después hice una solicitud al gobierno, (entonces se hallaba en ejercicio el Vicepresidente Don Marcos Paz) para que me diera de día la puesta franca, a fin de poder trabajar y alcanzar siquiera para cubrir la vergüenza y otras necesidades urgentes para vivir: Entonces me remitió 6 camisas, 6 calzoncillos, 3 sábanas y 3 toallas; más tarde vinieron un sastre, un zapatero y un sombrerero a tomarme las medidas, los cuales me hicieron un traje a mi elección”.

El campo de Marte, finalizada la batalla de Yatay, arrojó la cifra de 1.700 soldados paraguayos muertos y 500 heridos, los demás prisioneros maniatados. En el lado de los aliados se advirtieron 318 bajas y 220 heridos.

El mayor Duarte fue recibido por un exultante general Venancio Flores que lo llenó de improperios y amenazó con ejecutarlo, a lo que Duarte respondió que recibiría la muerte como de sus propias manos, estas palabras granjearon la simpatía y los vítores de los que observaban el episodio, ante semejante acto de heroísmo. Finalmente, a instancias del coronel Magariño, Duarte salvó la vida.

Otra nota triste significó el degüello de orientales del Partido Blanco que adhirieron a la causa paraguaya, estos perecieron por orden de su compatriota Venancio Flores.

El general Flores comunicó inmediatamente al comandante de las fuerzas aliadas, general Bartolomé Mitre, sobre el resultado de la batalla: "No ha sido posible, Excmo. Sr. General evitar el derramamiento de sangre; los enemigos han combatido como bárbaros. Tal es el fanatismo y barbarie que les ha impreso el déspota López y sus antecesores tiranos; no hay poder humano que los haga rendir y prefieren la muerte cierta antes que rendirse".

El general Wenceslao Paunero hizo lo propio, comentando lo acontecido en la siguiente misiva: "El combate ha sido una verdadera carnicería, que el general Flores, ni yo, ni nadie hubiera podido evitar, puesto que el enemigo no se rendía y hacía fuego desesperadamente sobre nosotros, de que han resultado algunas pérdidas sensibles que quizá no hubiéramos sufrido con una fuerza superior en línea. Es un suceso que no cabe en la cabeza el que una fuerza de tres mil hombres sin artillería osase hacer frente a la nuestra, resignándose a un sacrificio estéril, dando por única razón que no tenían órdenes para retirarse. Esto me lo ha dicho el jefe superior Duarte, que fue tomado por la tropa del batallón 6 de línea".

En filas aliadas se contó con que los uruguayos sufrieron mayor mortandad en la batalla, este hecho determinó que el general Flores ordenase la distribución de los prisioneros paraguayos que pasaron a formar parte de los batallones orientales y argentinos, estos últimos a cargo del general Paunero. Los brasileños decidieron trasladar a los prisioneros a Río de Janeiro de donde llegaron versiones que los mismos fueron distribuidos entre los miembros de la corte imperial como peones de estancia, personal doméstico o para trabajo de fuerza en las obras públicas de gobierno.

El caudillo Flores, fiel a su tradición gauchesca, se comportó como un perro de la guerra, pasando por alto el Derecho de Gentes, insultando con desparpajo al jefe paraguayo hecho prisionero, ofreciéndole varios tiros por su insolencia, recibiendo la respuesta de un caballero como Duarte, quien le espetó que no esperaba menos viniendo de su parte. Luego de ese escenario dantesco, el ejército aliado se extralimitó con los prisioneros paraguayos, cometiendo todo tipo de atropellos y bellaquerías.



La prensa londinense, específicamente el Evening Star, del 24 de diciembre de 1865, se hizo eco de Yatay con estas palabras:

Decapitación de prisioneros paraguayos.

"Yatay es un nombre que recuerda un sentimiento de horror a todos los que han visto el campo de batalla después del 17 de agosto. ¡Era un espectáculo horrible! Mil cuatrocientos paraguayos yacían allí sin haber recibido sepultura: los más de ellos tenían las manos atadas y la cabeza destroncada. ¿Cómo había sucedido esto? Es que habían sido prisioneros y, después de haber sido desarmados, fueron degollados y abandonados en el campo de batalla, mientras que los más jóvenes fueron distribuidos como esclavos entre los jefes”.

Los mismos portadores de la civilización, aquellos reivindicadores de la libertad y del imperio de la razón, se comportaron como los heraldos de la barbarie. Eran las hienas de la comarca que aullaban sobre los girones de un pueblo vencido en las armas, pero invencible en el pundonor y la dignidad. Prisioneros enviados a Río de Janeiro y distribuidos entre los señoritos de la corte para esclavizarlos en sus extensas haciendas. Los colorados uruguayos mandados por Flores cometieron el crimen de enrolar a los paraguayos bajo la bandera escarlata sangrienta, de modo que vengan a combatir contra su patria.

A instancias del coronel Magariño, el mayor Duarte salvó la vida, este fue conducido fuertemente custodiado a Buenos Aires donde guardó reclusión en el cuartel de Retiro, casi cien días. Luego obtuvo su libertad y quedó en dicha ciudad, atendido por el gobierno argentino en sus necesidades básicas.

En el periódico mitrista LA Nación Argentina, de fecha 24 de agosto de 1865, se pudo leer con respecto a la batalla:

"Los enemigos son valientes personalmente, pelean hasta el último trance, y se rinden mucho menos, prefieren morir con las armas en la mano [...]; y cuando las filas se deshacen, 1% caballería nuestra llena su misión, acabando con los que quieren rendirse".

El recordado diplomático paraguayo Gregorio Benítez (1834-1909) elogió el desempeño del mayor Pedro Duarte en estos términos: “La conducta del mayor Duarte ha sido elogiada por todos los que han tomado parte en el combate de Yatay. Se le veía recorrer su línea de batalla, proclamando a sus tropas; donde el peligro era más inminente, allí estaba él, hasta que un movimiento de conversión, ejecutado por la línea de ataque del enemigo, al mando del bravo jefe argentino coronel Arredondo, hoy general, le cortó con una parte de su infantería [...] Indudablemente, el primer ejército del mundo, mandado por el más hábil y más valiente general, no habría aceptado el combate de Yatay, que ha sido un sacrificio estéril de vidas; más que estéril, estúpido; pero cuando no hay inteligencia, ni sentimiento de sus deberes, de su dignidad y del honor de la causa, cuya defensa se le confía, como es el caso del comandante Estigarribia, no es posible esperar un procedimiento que armonice con los derechos de su causa y la exigencia de la humanidad".



CAPÍTULO V

LA RENDICIÓN DE URUGUAYANA


La encerrona de Uruguayana. Intimaciones enemigas al comandante Estigarribia. La conferencia aliada del 12 de setiembre para organizar el ataque. Capitulación paraguaya. Nota del 20 de noviembre de 1865 escrita por el mariscal López al general Bartolomé Mitre.


El teniente coronel Antonio de la Cruz Estigarribia, al frente de una división de 7.500 hombres, llegó finalmente hasta Uruguayana, luego de bordear ampliamente el río Uruguay. En la orilla derecha se produjo el desastre de Yatay, en que un destacamento de 2.500 hombres bajo las órdenes directas del mayor paraguayo Pedro Duarte, sufrió los embates de un ejército enemigo que lo cuadruplicaba en número.

Estigarribia faltó a su compromiso como jefe y como camarada, desoyendo las órdenes del mariscal López de no acampar en Uruguayana y haciendo caso omiso al pedido de auxilio de su subalterno Duarte, que reclamaba el envío de fuerzas y artillería, a fin de resistir a la poderosa vanguardia aliada.

Puerilmente se dejó envolver por un formidable ejército de 20.000 combatientes, de las armas de infantería, caballería y artillería, hasta su deshonrosa capitulación ocurrida el 18 de setiembre de 1865, un mes después de la fatídica jornada de Yatay.

Una de las páginas más oscuras de la historia militar paraguaya se escribió en el campo de Uruguayana. El jefe de un granado ejército se rindió a las maquinaciones urdidas por el enemigo, ante sus vagas promesas y discursos relumbrones.

Estigarribia tenía todo para avanzar sobre campo enemigo y alcanzar territorio oriental. El enemigo no se decidía del todo a atacar las columnas paraguayas sin completar la leva general que se estableció en los tres países. La estrategia era atacar con fuerzas muy superiores para asegurar la victoria. La columna paraguaya perdió un tiempo precioso permitiendo a los aliados reforzarse en sus líneas.

La fuerza expedicionaria del río Uruguay fue dividida en dos columnas, sobre la margen derecha con 2.500 hombres a cargo del mayor Duarte; en la orilla izquierda, compuesta de 7.500 combatientes a cargo del teniente coronel Estigarribia. Efímeros combates se sucedieron, como la batalla del Mbutuy, en la que se destacó el capitán José del Rosario López, frente a las fuerzas superiores de los generales brasileros Canabarro y el barón de Yacuhí. Al margen de dichas escaramuzas no apeligraron en gran medida la marcha de las columnas.

El teniente coronel Estigarribia cayó en la ratonera del general Canabarro, el cual, días antes del arribo de los paraguayos, ordenó abandonar la ciudad a los vecinos del pueblo y a los 8.000 soldados que lo defendían. Su plan consistía en algo simple, que los paraguayos ingresen en la ciudad desguarnecida, se acomoden, e iniciar la contramarcha y envolverlos, de manera que no escape ni siquiera un alfiler.

La columna paraguaya ingresó a Uruguayana y se encontró con un considerable botín abandonado, el cual consistía en miles de arrobas de tocino, otros tantos de fariña, diez mil quintales de galleta y abundante tela para confección de uniformes.

Gregorio Benítez en su obra LA Guerra del Paraguay, opinó al respecto:

"Ocupada Uruguayana por la división paraguaya, y destruida la columna de Duarte en Yataí, el 17 de agosto, los generales aliados comprendieron la conveniencia y necesidad de llevar rápidamente sus ejércitos a la orilla del Uruguay frente a Uruguayana, a fin de libertar lo más pronto posible a la provincia brasilera de Río Grande de la ocupación de las fuerzas paraguayas. Efectivamente, los generales Mitre, Osorio y Flores, al frente de los ejércitos coaligados de sus respectivas naciones, marcharon a la costa del Uruguay, a establecer el bloqueo fluvial y terrestre en torno a Uruguayana. El ejército de la Triple Alianza no bajaba de 20 mil hombres de las tres armas, con un considerable tren de artillería, que constaba de 50 piezas, más los numerosos cañones de la escuadra imperial".

El grueso de la columna expedicionaria del Paraguay estaba estructurado de la siguiente manera:

Batallón número 14, con 700 plazas, comandado por el teniente Saturnino Mereles.

Batallón número 15, con 610 plazas, comandado por el capitán Ignacio Campusano.

Batallón número 17, con 754 plazas, comandando por el capitán Diego Alvarenga.

Batallón número 31, con 440 plazas, comandando por el capitán Ibáñez.

Batallón número 32, con 680 plazas, comandando por el capitán Avalos.

Batallón número 33, con 676 plazas, comandando por el capitán Pérez.

Total, infantería, 3.860 plazas.

Regimiento número 27, con 440 plazas, comandado por el mayor José del Rosario López.

Regimiento número 28, con 475 plazas, comandado por el capitán Centurión.

Regimiento número 33, con 485 plazas, comandado por el teniente Manuel Coronel.

Total, caballería, 1.400 plazas.

Escuadrón de artillería, con 115 plazas, capacidad de fuego: 1 obús de a 5 pulgadas y 4 piezas de campaña de 4, comandado por el teniente Ignacio Pereira.

Estado mayor, personal de canoas, parque militar, 285 plazas.

El teniente coronel Estigarribia cometió el grave error de recibir comunicaciones de los miembros de la Legión Paraguaya, grupo de exiliados paraguayos que junto a los miembros de la tríplice trajo la guerra contra su propia patria. Juan Francisco Decoud, integrante de una familia que guardó encono especial contra el doctor José Gaspar Rodríguez de Francia y los López, febril activista de la legión, trató de convencer por todos los medios al comandante paraguayo para que abandone las armas y pacte "honrosamente" con el enemigo. Entre otras ofertas, lo animaba a acompañarlo en la empresa "civilizadora" que libertaría a su patria sumida en un letargo.

Al final del día, el 19 de agosto de 1865, el caudillo Venancio Flores despachó una intimación para Estigarribia. En la misiva le ofrecía todo tipo de garantías, siempre y cuando deponga las armas y se rinda en el perentorio plazo de 8 días.

El oriental Flores utilizó a un prisionero de guerra paraguayo, de gracia José Zorrilla, para acercar la comunicación. Amenazó con bombardear la plaza si la respuesta de Estigarribeña era negativa. La encerrona de la columna paraguaya era total.

El comandante paraguayo en un principio permaneció incólume, se negó a capitular respondiendo a la intimación de Flores en estos términos:

"Uruguayana, agosto 20 de 1865.

Señor General don Venancio Flores

Anoche recibí su nota fechada en ese día, que me ha entregado el teniente prisionero de guerra, José Zorrilla, quien entregará a Vuestra Excelencia esta contestación.

Me he impuesto detenidamente de la precitada nota, a fin de contestarla como debe el militar de honor, a quien el Supremo Gobierno de su patria confía un puesto delicado. En consecuencia, debo declarar a Vuestra Excelencia, que como paraguayo, como militar y como soldado que defiende la causa de las instituciones, de la independencia de su patria, y cuyo gobierno está resuelto a mantener a todo trance la integridad de las Repúblicas del Plata, y su equilibrio, no puedo ni debo aceptar las proposiciones de Vuestra Excelencia.

Aun suponiendo que, como Vuestra Excelencia dice en su nota que contesto, estoy perdido y no debo esperar protección de los ejércitos del Paraguay, el honor y la obediencia a las órdenes del Supremo Gobierno de mi patria, me mandan morir antes que entregar las armas que nos confiara Su Excelencia el señor mariscal presidente de la República, para defender los sagrados derechos de tan noble causa, a un enemigo extranjero. Los jefes, oficiales y tropa de la división que comando, son de mi mismo modo de pensar, y están decididos a sucumbir todos en el campo, antes que aceptar una proposición que deshonraría y llenaría de eterna infamia el nombre del soldado paraguayo. Contento con la posición modesta que ocupo en mi patria, no quiero honras ni glorias, que han de ser adquiridas con mengua para mi patria, y con provecho de unos cuantos mal avenidos paraguayos, votados al servicio de la conquista extranjera.

Como yo, toda la división de mi mando ansiamos el momento de probar a Vuestra Excelencia que el soldado paraguayo, ni cuenta el número de sus enemigos, ni tampoco transige con ellos, cuando defiende tan nobles y caros derechos.

Dios guarde a Vuestra Excelencia.

Antonio Estigarribia".

Simultáneamente a la contestación de la intimación, Estigarribeña dio órdenes para proseguir con las tareas de fortificación. Los comerciantes de la ciudad sitiada contaban con 40 días de provisiones, hasta tanto lleguen refuerzos o en su defecto rendirse a los enemigos en condiciones dignas.

Venancio Flores, una vez al tanto del contenido de la respuesta del comandante paraguayo, dio instrucciones a su tropa para que trasvasen el río Uruguay y se ubiquen en la orilla izquierda. Dicha orden fue cumplida, completando el traslado total de los efectivos, el 28 de agosto. Su estrategia fue asegurar la encerrona paraguaya, valiéndose de la escuadra imperial y de los ejércitos de tierra aliados.

No tardaron los jefes de la tríplice en caer en conflictos por el mando, Flores, arrogándose la comandancia de los ejércitos en el territorio de Río Grande del Sur, ordenó al barón de Porto Alegre que instalara sus líneas en un punto del territorio en conflicto. El general brasileño no tomó en cuenta la orden del caudillo oriental, reclamando para sí la comandancia, por tratarse de territorio del imperio, y por haberse pactado así en el tratado de la alianza. Acto seguido hubo una acalorada discusión entre el general Flores y los jefes brasileros Tamandaré y Porto Alegre, el primero amenazó con acudir solo a batirse con los paraguayos y destruir la plaza, contaba el oriental con 5.500 combatientes.

La bravuconada de Venancio Flores no duró mucho. Los jefes brasileños manifestaron que no necesitaban auxilio extranjero para expulsar de sus tierras a los invasores. El oriental reconoció su exabrupto y se disculpó, se limaron asperezas y se prosiguió a redactar la segunda misiva a Estigarribia, en estos términos:

"Cuartel general, frente a Uruguayana, setiembre 2 de 1865

Al Señor Comandante en jefe del Ejército paraguayo, en operaciones sobre la costa del Uruguay, coronel don Antonio Estigarribia.

Los abajo firmados, representantes del ejército aliado de vanguardia, cumplen un alto deber dirigiéndose a Vuestra Excelencia con el objeto que esta nota expresa, esperando confiadamente que Vuestra Excelencia prestará a la consecución de él, la cooperación que su posición y deberes le imponen.

Antes de romper las hostilidades para que estemos prontos sobre el pueblo de la Uruguayana, ocupado por las fuerzas de su mando, no dejaríamos llenadas debidamente las prescripciones más sagradas de la civilización si no le hiciésemos presente nuestro sincero deseo de evitar las grandes e inútiles desgracias que ocasionaría la resolución de sostenerse en esa plaza, en que Vuestra Excelencia ha estado hasta el presente...

No queremos ser, en lo más mínimo, responsables del sacrificio de los soldados que obedecen a Vuestra Excelencia, sacrificio tan estéril en la situación que la suerte de la guerra les ha deparado, como inhumano también; porque solo es permitido combatir cuando existe alguna probabilidad de triunfo, o cuando alguna ventaja puede asegurarse a la causa que se defiende.

Vuestra Excelencia se encuentra, a juicio de los abajo firmados, en un caso extremo, en el cual solo puede esperarle un fin desgraciado si persistiese en rechazar las proposiciones honorables que le dirigimos...

No podemos menos de hacer presente a Vuestra Excelencia que ninguna razón justa puede impulsarle a derramar la sangre de sus compatriotas por una causa reprobada y puramente personal. ..Es también una razón poderosa que aumenta la responsabilidad de Vuestra Excelencia siempre que insista en .defenderse en esa plaza, contra el ataque que lo llevaremos, apoyados en 20 mil hombres, y 50 piezas de artillería, sin contar los numerosos refuerzos que vienen sucesivamente llegando...

Acompañamos para su conocimiento las bases de arreglo que hemos confeccionado, y constan del pliego adjunto, firmado también por nosotros.

Bases de convenio.

1° El jefe principal, oficiales y demás empleados de distinción, saldrán con todos los honores de la guerra, llevando sus espadas; y podrán trasladarse al punto que fuere de su agrado, siendo de la obligación de los que suscriben, suministrarles los auxilios necesarios al efecto.

2° Si eligiesen para su residencia algunos puntos del territorio de cualquiera de las naciones aliadas, será de la obligación de los gobiernos de ellas, atender a la subsistencia de los expresados jefes y oficiales paraguayos, durante la guerra, hasta su terminación.

3° Todos los individuos de tropa, de sargento abajo inclusive, quedarán prisioneros de guerra, bajo la condición de que serán respetados en sus vidas, alimentados y vestidos debidamente, durante el periodo de la guerra, de cuenta de los mismos gobiernos.

4° Las armas y demás pertrechos bélicos, pertenecientes al ejército paraguayo, serán igualmente entregados a la disposición del ejército aliado.

Venancio Flores. Vizconde de Tamandaré. Barón de Porto Alegre. Wenceslao Paunero".

El comandante Estigarribia y su ejército, sitiados en la ratonera de Uruguayana, recibía la propuesta de un convenio sobre bases a tener en cuenta, considerando el jaque al que estaba expuesto. Sucesivas comunicaciones enviadas a López para referirle lo acontecido fueron tomadas por el enemigo.

El jefe paraguayo, respaldado intelectualmente por el cura Blas Duarte y los orientales del Partido Blanco, Salvañach y Sipitria, quienes se encontraban a su lado, respondió la segunda nota de intimación aliada, acudiendo a pasajes heroicos de la historia universal, como en el caso de Leónidas el defensor de las Termopilas, que ante su sitiador y la amenaza de enviarle flechas que oscurezcan el cielo, atinó a responder que: "Mejor, combatiremos en la sombra". Finalizó su réplica Estigarribeña con estas palabras: "Si el destino nos prepara una tumba en esta ciudad de Uruguayana, nuestros compatriotas honrarán la memoria de los paraguayos que hayan muerto, combatiendo por la causa de la patria, después de haberse negado a entregar al enemigo el estandarte sagrado de la libertad nacional".

Nuevamente los legionarios Iturburu y Juan Decoud, bajo bandera de parlamento, se acercaron para tratar de convencer a Estigarribia de aceptar una "capitulación honrosa". Los términos específicos de la reunión secreta no se dieron a conocer, lo que motivó el enojo de los jefes y colaboradores del comandante paraguayo.

El general Bartolomé Mitre, temeroso de un desplante de los brasileros, tomó la decisión de ir hasta Uruguayana, se embarcó y arribó a ella el 10 de setiembre. Sus temores se hicieron patentes, cuando el Barón de Porto Alegre no aceptó que un general argentino comande en jefe a las tropas en territorio brasileño.

Al día siguiente, el 11 de setiembre, llegó el emperador brasileño Pedro II, acompañado de sus yernos, el Conde d' Eu y el duque de Saxe. Todos los políticos, militares y nobles, en sus grados y dignidades, conferenciaron el 12 de setiembre para tratar un plan de ataque y eligieron al emperador Pedro II, como general en jefe del ejército aliado, apostado en Uruguayana.

El teniente coronel Estigarribia, días antes, intentó audazmente una huida, forzando la línea de los sitiadores, pero persuadido por sus colaboradores se dio para atrás.

El 17 de setiembre se volvió a convocar a los jefes de alianza, a fin de iniciar los preparativos para el ataque general del día siguiente. Al clarear el día, las tiendas de campaña debían estar levantadas, los soldados debían portar picos, escaleras y otras herramientas para el asalto y los brasileños debían ubicarse a la derecha, los argentinos en el centro y los uruguayos a la izquierda del campo de batalla.

Se puso en marcha el ejército aliado y poco después del mediodía del 18 de setiembre se detuvieron muy cerca de la plaza de Uruguayana y despacharon a unos efectivos portando el ultimátum para Estigarribia. Le daban un plazo de dos horas para aceptar la capitulación o darían la orden para desatar el infierno.

El comandante Estigarribia intentó, a través de correspondencias rápidas, abrir el diálogo para realizar proposiciones dignas, a lo que el Barón de Porto Alegre le exigió que se rinda sin condiciones, atendiendo a que no fueron tomados en cuenta los puntos del convenio arrimado por la tríplice en fecha pasada.

Finalmente Estigarribia respondió con una escueta nota, a último momento, en estos términos:

"El comandante en jefe de la división paraguaya ofrece rendir la plaza de la Uruguayana bajo las condiciones siguientes: 1“, el comandante de la fuerza paraguaya entregará la división de su mando, desde sargento inclusive abajo, guardando los ejércitos aliados para con ellos, todas las reglas que las leyes de la guerra prescriben para con los prisioneros; 2° los jefes, oficiales y empleados de distinción saldrán de la plaza con sus armas y demás bagajes, pudiendo elegir el punto adonde quieran dirigirse, debiendo el ejército aliado mantenerlos y vestirlos mientras durase la presente guerra, si eligieran otro punto que el Paraguay, debiendo ser de su cuenta, si prefiriesen este último punto, dirigirlos; 3° los jefes y oficiales orientales que están en esta guarnición al servicio del Paraguay, quedarán prisioneros de guerra del imperio, guardándoseles todas las consideraciones a que sean acreedores..."

El ministro de guerra del imperio, el señor Muñiz da Silva Ferraz, respondió a la nota de pedido del jefe Estigarribia:

"Por parte de los jefes de las fuerzas aliadas, en respuesta a las proposiciones hechas a los mismos jefes, se declara que la 1° y 3° son aceptadas, sin restricción alguna. En cuanto a la 28, aceptada con la siguiente restricción: los oficiales entregarán sus armas y tendrán el derecho de elegir un lugar para su residencia, menos el territorio del Paraguay.

El apenado episodio concluyó con la entrega, de parte de Estigarribia, de su espada y revólver al señor Ferraz.

Seguidamente, se produjo el desfile de las tropas paraguayas rendidas, un ejército formidable entrenado y disciplinado, tiempo atrás, por el valiente mayor Pedro Duarte, un hombre a la altura de lo que la patria necesitaba en esos difíciles momentos.

Al final de esa jornada, los paraguayos fueron repartidos entre los aliados, los de tez oscura fueron a parar a las haciendas de los ricos jefes aliados, como peones; otros a engrosar filas enemigas, para llevar la guerra contra su país; los que se negaron a las arbitrariedades de la tríplice, sufrieron todo tipo de tormentos hasta la muerte.

El mariscal Francisco Solano López, indignado hasta las lágrimas, escribió un epitafio en el que resume la amarga capitulación:

"...Pero es con la más grande extrañeza que acabo de ver que el enemigo publica la rendición de la división ligera, que, bajo las órdenes del teniente coronel Estigarribia, recorría las costas del Uruguay, y que se había entregado sin tirar un tiro, el día 18 del pasado mes de setiembre en la Uruguayana. Esta desgracia es la consecuencia del olvido de todos los deberes del soldado y del ciudadano, y de la infracción de mis órdenes".

A la suerte corrida por los prisioneros paraguayos, por el desconocimiento total de las leyes marciales, el mariscal Francisco Solano López, recriminó duramente al general Bartolomé Mitre, en la nota del 20 de noviembre de 1865, desde Humaitá:

"A S.E. el Presidente de la República Argentina, Brigadier General D. Bartolomé Mitre, General en Jefe del Ejército Aliado de la misma República, de la del Uruguay y del Imperio del Brasil.

Como General en Jefe de los Ejércitos aliados en guerra con esta República, tengo el honor de dirigir a V. E. la presente.

En la imperiosa necesidad en que algunas veces se hallan los pueblos y sus gobiernos de dirimir "entre sí por las armas las cuestiones que afectan sus intereses vitales, la guerra ha estallado entre esta República y los Estados cuyos Ejércitos V.E. manda en jefe.

En tales casos, es de uso general y práctico entre las naciones civilizadas atenuar los males de la guerra por leyes propias, despojándola de los actos de crueldad y barbarie que deshonrando la humanidad estigmatizan con una mancha indeleble a los jefes que las ordenan, autorizan, protejan o toleran, y yo lo había esperado de V.E. y sus aliados.

Así penetrado y en la conciencia de estos deberes, uno de mis primeros cuidados, fue ordenar la observancia de toda la consideración con que los prisioneros de cualquier clase que sean fuesen tratados y mantenidos con respecto a sus graduaciones, y en efecto han disfrutado de las comodidades posibles y hasta la libertad compatible con su posición y conducta.

El Gobierno de la República ha dispensado la más sana y amplia protección, no solamente a los ciudadanos argentinos, brasileros y orientales que se hallaban en su territorio o que los sucesos de la guerra habían colocado bajo el poder de sus armas, sino que ha extendido esta protección a los mismos prisioneros de guerra.

La estricta disciplina de los Ejércitos paraguayos en el territorio argentino y en las poblaciones brasileras así lo comprueban, y aun las familias y los intereses de los individuos que se hallaban en armas contra la República, han sido respetados y protegidos en sus personas y propiedades.

V.E. entre tanto iniciaba la guerra con excesos y atrocidades, como la prisión del agente de la República en Buenos Aires, ciudadano Félix Egusquiza; la orden de prisión y consiguiente persecución del ciudadano José Rufo Caminos, Cónsul General de la República cerca del Gobierno de V.E. y su hijo D. José Félix, que tuvieron que asilarse a la bandera amiga de S.M. Británica; la secuestración y confiscación de los fondos públicos y particulares de aquellos ciudadanos, ya sea en poder de ellos mismos o en depósitos en los Bancos; la prisión del ciudadano Cipriano Ayala, simple portador de pliegos; el violento arranque de las armas nacionales del Consulado de la República, para ser arrastradas por las calles; el público fusilamiento de la efigie del Presidente de la República y el consiguiente arrojo que de esa efigie y del Escudo Nacional se hizo al Río Paraná en pública expectación en el puerto de la ciudad del Rosario; el asesinato atroz cometido por el General Cáceres en el pueblo de Saladas, con el subteniente Marcelino Ayala, que, habiendo caído herido en su poder, no se prestó a llevar su espada contra sus compañeros, y el bárbaro tratamiento con que ese mismo General acabó los días del también herido alférez ciudadano Faustino Ferreira en Bella Vista; la bárbara crueldad con que han sido pasados a cuchillo los heridos del combate de Yatay, y el envío del desertor paraguayo, Juan González, con especial y positiva comisión de asesinarme, no han sido bastante a hacerme cambiar la firme resolución de no acompañar a V.E. en actos tan bárbaros y atroces, ni pensé jamás que pudieran encontrarse nuevos medios de crímenes para enriquecer las atrocidades e infamias que por tanto tiempo han flagelado y deshonrado ante el mundo las perpetuas guerras intestinas del Río de la Plata.

Quise todavía esperar que en la primera guerra internacional como esta, V.E. sabría hacer comprender a sus subordinados que un prisionero de guerra no deja de ser un ciudadano de su patria, cristiano, y que como rendido deja de ser enemigo ya que no supo hacer respetar de otro modo los derechos de la guerra, y que los prisioneros serían por lo menos respetados en su triste condición y sus derechos de tal, como lo son ampliamente en esta República los prisioneros del Ejército Aliado.

Pero es con la más profunda pena que tengo que renunciar a estas esperanzas ante la denuncia de acciones todavía más ilegales como atroces e infames que se cometen con los paraguayos que han tenido la fatal suerte de caer prisioneros en poder del Ejército Aliado.

Tanto los prisioneros hechos en varios encuentros de ambas fuerzas como notablemente los de Yatay y los rendidos de la Uruguayana, V.E. ha obligado a empuñar las armas contra su patria, aumentando por millares con sus personas el efectivo de su Ejército, haciéndolos traidores para privarles de sus derechos de ciudadanía y quitarles la más remota esperanza de volver al seno de su patria y su familia, sea por un canje de prisioneros o por cualquier otra transacción, y aquellos que han querido resistirse a destruir su patria con sus brazos, han sido inmediata y cruelmente inmolados.

Los que no han participado de tan inicua suerte han servido para fines no menos inhumanos y repugnantes, pues que en su mayor parte han sido llevados y reducidos a la esclavitud en el Brasil, y los que se prestaban menos por el color de su cutis para ser vendidos, han sido enviados al Estado Oriental y las Provincias Argentinas de regalo como entes curiosos y sujetos a la servidumbre.

Este desprecio no ya de leyes de la guerra, sino de la humanidad, esta coacción tan bárbara como infame que coloca a los prisioneros paraguayos entre la muerte y la esclavitud, es el primer ejemplo que conozco en la historia de las guerras, y es a V.E., al Emperador del Brasil y al actual mandatario de la República Oriental, sus aliados, a quienes cabe el baldón de producir y ejecutar tanto horror.

El Gobierno paraguayo por ninguno de sus actos, ya sea antes o después de la guerra, ha provocado tanta atrocidad. Los ciudadanos argentinos, brasileros y orientales han tenido toda la libertad de retirarse con sus haberes y fortunas de la República y del territorio argentino, ocupado por sus ejércitos, o de permanecer en ellos conforme les conviniere.

Mi gobierno así respetaba las estipulaciones convenidas en los pactos internacionales para el caso de una guerra, sin tener en cuenta que esos pactos hubiesen expirado, considerando solo esos principios como de interés permanente, de humanidad y de honor nacional. Jamás olvidó tampoco el decoro de su propia dignidad, la consideración que debe a todo gobierno y al jefe del Estado aunque en actual guerra, para tolerar insultos al emblema de la patria de los aliados, o el fusilamiento del de V.E. o el de sus aliados, en efigie y mucho menos podría acompañarles como medio de guerra en el empleo de algún tránsfuga argentino, oriental o brasilero para asesinarlos en sus campamentos. La opinión pública y la historia juzgarán severamente esos actos.

Las potencias aliadas, pues, no traen una guerra como lo determinan los usos y las leyes de las naciones civilizadas, sino una guerra de exterminio y horrores, autorizando y valiéndose de los medios atroces que van denunciados y que la conciencia pública marcará en todos los tiempos como infames.

Traída la guerra por V.E. y sus aliados en el terreno en que aparece, consciente de mis deberes y de la obligación que tengo en el mando supremo de los Ejércitos de la República, haré de mi parte que V.E. cese en esos actos que mi propia dignidad no me permite dejar continuar, y al efecto, invito a V.E. en nombre de la humanidad y del decoro de los mismos aliados, a abandonar ese carácter de barbarie de la guerra, a poner a los prisioneros de guerra paraguayos en el goce de sus derechos de prisioneros, ya estén en armas, esclavizados en el Brasil, o reducidos a servidumbre en las Repúblicas Argentina y Oriental, a no proseguir a ningún acto de atrocidad, previniendo a V.E. que su falta de contestación, la continuación de los prisioneros en el servicio de las armas contra su patria diseminados en el Ejército Aliado o en cuerpos especiales, la aparición de la bandera paraguaya en las filas de su mando o una nueva atrocidad con los prisioneros, me han de dispensar de toda la consideración y

miramientos que hasta aquí ha sabido tener, y aunque con repugnancia, los ciudadanos argentinos, brasileros y orientales, ya sean prisioneros de guerra o no, en el territorio de la República, o en los que sus armas llegasen a ocupar, responderán con sus personas, vidas y propiedades a la más rigurosa represalia.

Esperando la contestación de V.E. en el perentorio término de treinta días, en que será entregada en el Paso de la Patria.

Dios guarde a V.E. muchos años.

Francisco S. López".

Los países que conformaron la alianza cargarán con la ignominia y el deshonor, por el trato prodigado a los heridos paraguayos de Yatay, ultimados como bestias y cercenados como ganado, faltando a los más elementales códigos de guerra. El espíritu "lusitano" (esclavista e invasor) del Brasil y la conducta "gauchesca" de los oficiales orientales, administrados en Uruguayana, contra soldados rendidos constituirán, en la región, la enseñanza indeleble de lo que nunca deberá repetirse entre naciones que desean alcanzar las aquiescencias de la civilización y los axiomas de la democracia.

En la actualidad, los gobernantes de Argentina, Brasil y Uruguay, tímidamente, se refirieron a la empresa genocida de sus ancestros. El segundo país es el menos turbado. Para superar las heridas del pasado, la autocrítica se constituye en el mejor bálsamo. Un reconocimiento solidario, de la deuda histórica de estos tres países, permitirá superar los obstáculos que nos impiden avanzar como países hermanados ante el concierto de las naciones.



PERFIL DEL MAYOR PEDRO DUARTE, HÉROE DE YATAY

ASCENDIDO A GENERAL DE DIVISIÓN PEDRO DUARTE (7-JULIO-1887)


San Juan Bautista del Ñeembucú, 29 de junio de 1829.

Contando con 15 años ingresó como recluta en la guarnición de Pilar. Luego de siete años como soldado raso llega a cabo, en enero de 1855, ascendió a sargento, revistando en el Regimiento No. 1.

Siendo alférez, el 7 de diciembre de 1857 es llamado a formar parte del cuerpo de edecanes del general Francisco Solano López. Con el rango de teniente acompañará a Solano López en 1859 en las históricas negociaciones del Pacto de San José de Flores.

En el año 1860 es designado comandante del piquete de Dragones del Regimiento Escolta Presidencial, y hacia el año 1862 alcanzó el grado de capitán; a partir de allí, es enviado a ocupar la comandancia de la guarnición militar de Encarnación. Al frente de dicha comisión le ocupará enrolar y entrenar a un ejército de 10.000 efectivos, esto ocurrirá en mayo de 1864, a meses del inicio de las hostilidades con la tríplice.

Iniciada la Guerra contra la Triple Alianza partió del campamento de Pindapoy, el 5 de mayo de 1865, al frente de las unidades de vanguardia de la columna mandada por el Tte. Coronel Antonio de la Cruz Estigarribia rumbo al Uruguay.

Le tocó actuar en la célebre batalla a orillas del río Yatay, al frente de 3.000 combatientes, en inferioridad de condiciones ante una fuerza tremendamente superior de 12.000 aliados esto ocurrió el 17 de agosto de 1865. Fue tomado prisionero mientras combatía. Los paraguayos dejaron 1.700 muertos.

Luego de su prisión en Buenos Aires, retornó al país y llegó al grado de general, ocupando también la cartera de Guerra y Marina.

Dejó de existir en el año 1903, en la ciudad de Asunción.



CONCLUSIÓN


La batalla de Yatay es parte dolorosa de la historia sudamericana por cómo actuaron los jefes aliados contra los prisioneros, faltando a las convenciones internacionales, por más mínimas que hayan sido, en aquella segunda mitad del siglo XIX.

En el Derecho de Gentes, vigente en aquella época, en cuanto a "las capitulaciones de las plazas que se rinden", constituían unas de las primeras clases entre los convenios que celebraban los enemigos durante la guerra, aunque fuese de forma tácita. Por el mismo derecho, el comandante de plaza, teniente coronel Antonio de la Cruz Estigarribia, se encontraba revestido naturalmente de todo el poder de decisión en el momento de capitulación, hecho que no se discutió. Lo discutido fue su actuar irresponsable y hasta cobarde en los momentos decisivos.

Un general sitiador está obligado a garantizar la vida, la religión, las exenciones, ofrecer escolta y paraje seguro a los prisioneros del ejército capitulado, mantenerlos a cuenta del Estado, hasta tanto culmine el conflicto. La situación llegó al límite con la suerte sufrida por los paraguayos, algunos esclavizados, otros obligados a combatir contra sus propios hermanos. Los heridos fueron rematados en el campo de batalla.

Para el año 1864, el derecho humanitario del oeste europeo, consensuado en la Primera Convención de Ginebra, ya fijó algunos artículos considerados la piedra angular en la materia, como en aquel recordado enunciado sobre los soldados heridos y los enfermos que están fuera de la batalla: "...deben ser tratados con humanidad y, en particular, no deben ser muertos, heridos, torturados o sometidos a la experimentación biológica (...) que los soldados heridos y los enfermos deben ser recogidos, atendidos y protegidos, aunque también pueden llegar a ser prisioneros de guerra".

La campaña ofensiva de la Guerra contra la Triple Alianza se constituyó en un rosario de errores por parte del mando paraguayo. Bajo el pretexto de una guerra relámpago y apostando siempre al factor sorpresa, se dejó en evidencia la falta de conocimiento del terreno y la improvisación en todos los órdenes, dejando, en la mayoría de los casos, que el heroísmo suplante a la ciencia militar.

Los nombres del capitán José López y del mayor Pedro Duarte, sumados a los de tantos protagonistas anónimos de esas primeras batallas, forman parte de esa galería de titanes que hicieron frente a un poderoso "Goliat", de fuentes inacabables, que se afanó en escarmentar a un pequeño país, el mismo que pretendió impugnar el modelo político y económico del establishment aliado.

Las actuales generaciones, despojadas de sectarismo y espíritu de revancha, deben aprender la lección más difícil que nos tocó enfrentar como nación y seguir avanzando en integración, con los demás países, priorizando nuestras coincidencias y superando nuestros enconos. 



CRONOLOGÍA


27 de abril de 1865      

Se moviliza, disciplina y entrena, por orden del presidente Francisco Solano López, a un ejército de 10.000 combatientes, provenientes de las zonas aledañas a la villa Encarnación. En el campamento de Pindapoy se concentra dicha fuerza, con el propósito de marchar sobre el territorio de Río Grande del Sur. Lo manda en jefe, a la columna expedicionaria del sur, el teniente coronel Antonio de la Cruz Estigarribia.

5 de mayo de 1865

El teniente coronel Estigarribia ordenó al mayor Pedro Duarte, oficial a su mando, organizar un destacamento de 240 soldados, ingresar a territorio aliado, para cerciorarse de la situación de las fuerzas enemigas.

24 de mayo de 1865

El jefe de la columna expedicionaria del sur recibió instrucciones del mariscal López, sobre la estrategia militar a ser empleada en campo aliado. Se puso en marcha días después.

7 de junio de 1865

Se produjo el empalme entre la columna de Estigarribia y el destacamento Duarte, a la altura del poblado de San Alonso.

9 de junio de 1865

El mariscal López instaló su cuartel general en junio de Humaitá.

18-19 de junio de 1865

Primer desbande en masa de soldados argentinos contrarios a la guerra del Paraguay.

25 de junio de 1865

Batalla de Mbutuy.

3 de julio de 1865

Desbande de soldados entrerrianos en las cercanías del arroyo Basualdo.

12 de julio de 1865

El capitán paraguayo José Zorrilla y 200 jinetes julio de      dieron un golpe al enemigo, en un choque a orillas del arroyo Guaviramí; cayeron 80 prisioneros enemigos.

15 de julio de 1865

El mariscal López dio instrucciones a Estigarribia, para que abandone su acantonamiento en Itaquy y se dirija hasta el norte del río Ybycuí.

18 de julio de 1865

La vanguardia aliada compuesta por 9.500 combatientes, al mando del caudillo oriental Venancio Flores, partió desde la Villa Concordia rumbo al teatro de operaciones.

3 de agosto de 1865

La división del comandante Estigarribia emprendió su marcha hacia Uruguayana. El mayor Pedro Duarte acampó en el pueblo de Restauración. 

5 de agosto de 1865

El comandante Estigarribia, junto a su columna, llego a las puertas del pueblo de Uruguayana, encontrando el lugar abandonado.

7 de agosto de 1865

Se realizaron obras de vigorización de las defensas de Uruguayana. Estigarribia tenía expresas órdenes de mariscal López, de no acampar en el lugar.

9 de agosto de 1865

Se produjeron escaramuzas entre las avanzadas correntinas y el destacamento Duarte, en las cercanías del puente del arroyo Capií-quisé

11 de agosto de 1865

El alférez Domingo Lar a se presentó ante el comandante Estigarribia, portando el pedido de auxilio del mayor Duarte, ante la inminente llegada de la vanguardia enemiga. El teniente coronel Estigarribia se mostró indiferente a la solicitud.

13 de agosto de 1865

Reunión de la plana mayor del ejército de vanguardia aliado, cerca del arroyo Santa Ana, para tratar sobre el ataque al destacamento Duarte.

15 de agosto de 1865

El general Venancio Flores ordenó la marcha de su ejército hasta los campos del Yatay.

17 de agosto de 1865

Épica batalla de la Guerra contra la Triple Alianza en las cercanías del arroyo Yatay. 

12 de setiembre de 1865

Reunión de los máximos jefes de la alianza para tratar sobre el ataque contra los paraguayos en Uruguayana. El Emperador Pedro II fue elegido comandante en jefe para esa maniobra.

18 de setiembre de 1865

Capitulación del ejército paraguayo en Uruguayana, sin disparar un solo tiro.



FUENTES CONSULTADAS

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Canard, Benjamín y otros. Cartas sobre la Guerra del Paraguay. Ed. Academia Nacional de la Historia. Buenos Aires. 1999. Pp. 198.

Cardozo, Efraím. Hace 100 años: crónicas de la guerra de 1864-1870. Tomo II. Ed. Emasa. 1971.

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García Mellid, Atilio. Proceso a los falsificadores de la Historia del Paraguay. Ed. Theoria. Buenos Aires. 1963. Pp. 1083. Guido y Spano, Carlos. Proceso a la Guerra del Paraguay. Ed. Caldén. Buenos Aires. 1968. Pp. 222.

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EL AUTOR

José Gabriel Arce Fariña nació en Asunción, en 1978. Concluyó sus estudios secundarios en el Colegio Nacional de E.M.D. Presidente Franco. Es Licenciado en Historia por la Universidad Nacional de Asunción y Especialista en Docencia de la Educación Superior por la Universidad Católica "Nuestra Señora de la

Asunción". Además cuenta con di- plomados en Educación y Trabajo por PRODEPA- OEI y en Metodología de la Investigación Educacional, por el Centro de Formación Profesional de Santiago de Chile. Ejerció la docencia en instituciones de enseñanza secundaria de Capital, departamento Central y Chaco. Ocupó los cargos de Vicedirector de Secundaria en el Colegio Internacional, Director General del Instituto de Formación Profesional Kolping y Director General del Colegio Nacional de la Capital "General Bernardino Caballero". Fue docente de la UNA en la cátedra de Historia de las Ideas Políticas II, de la carrera de Ciencias Políticas. Actuó como enlace parlamentario entre el MEC y la Honorable Cámara de Senadores. Miembro del Movimiento Literario "Generación del 90" y de la Sociedad de Escritores del Paraguay (SEP). Autor de las siguientes obras: Coloquio en

Madrugada. Poesías y Cuentos: 1998-2005; Roberto L. Petit: El joven Luchador por la Reforma Agraria (2009); Ricardito Bragada: teórico social del republicanismo paraguayo (2011), Natalicio González, el Presidente Lírico, de la Colección Protagonistas de la Plistoria de Editorial El Lector y ABC Color (2011) y "La Revolución de febrero de 1936", de la colección Guerras y Violencia Política en el Paraguay de Editorial El Lector y ABC Color (2013) y Ciríaco Duarte, e! obrero literato, de la Colección Nombres que hicieron historia, de Editorial El Lector y ABC Color (2013)





ARTÍCULOS PUBLICADOS EN EL DIARIO ABC COLOR SOBRE EL LIBRO



El Mcal. Francisco Solano López tuvo su responsabilidad en la derrota de Yatay

y la debacle de Uruguayana./ ABC Color




LIBRO SOBRE CAMPAÑA DE URUGUAYANA APARECE HOY

En el inicio de la Guerra contra la Triple Alianza, el mariscal López mandó un ejército para atacar a fuerzas brasileñas.

En su avance en territorio uruguayo, el sargento mayor Pedro Duarte, convencido del inevitable choque contra las fuerzas de la vanguardia aliada comandada por el general Venancio Flores, se dispuso a combatir en los campos aledaños al arroyo Yatay. Era el 17 de agosto de 1865.

José Arce Farina detalla qué pasó entonces.

–¿Qué medidas tomó Duarte ante la inminencia del combate?

–Estableció su línea de batalla en la pendiente de una loma que desciende hacia el arroyo Yatay, cubierto su frente por las compañías de cazadores desplegados en guerrillas y abrigado detrás de unas trincheras que ocupaban la parte alta de la cuchilla.

–¿Cuál era la fuerza paraguaya?

–Los batallones de infantería 24 y 16, al mando de los tenientes Zorrilla y Patiño. Duarte comandó la caballería. Los paraguayos eran 3.000 combatientes; los aliados, 12.000. Los primeros sin ninguna pieza de artillería, los enemigos apoyados por 32 bocas de fuego.

–El final fue trágico, ¿verdad?

–Al final de la batalla quedaron 1.700 paraguayos muertos y más de 500 heridos.

–En el libro se afirma que Estigarribia no ayudó a Duarte, ¿por qué?

–Desde la encerrona en Uruguayana el comandante Antonio de la Cruz Estigarribia cambió radicalmente de conducta. Recibió en varias ocasiones la visita de miembros de la Legión Paraguaya con propuestas de capitulación.

–¿Era un hombre influenciable?

–Su chatura intelectual hizo que un grupo de “asesores” compuesto por el sacerdote Ignacio Duarte y dos uruguayos al servicio de las armas paraguayas, Pedro Sipitria y Justiniano Salvanach, influenciaran en sus decisiones.

–Y desoyó las órdenes del mariscal López, ¿no?

–El mariscal López ordenó que ambas columnas, la de Duarte y la de Estigarribia, se dieran auxilio en caso de complicaciones. El mayor Duarte solicitó ayuda en reiteradas ocasiones ante el avance enemigo en Yatay, invocando la orden del mariscal. Todos sus pedidos, curiosamente, fueron desoídos por Estigarribia.

–¿Qué sucedió con los prisioneros paraguayos tras la batalla de Yatay?

–Los heridos fueron rematados por orden del sanguinario caudillo uruguayo Venancio Flores, sin miramiento de las convenciones que tratan sobre vulnerados en combate. Los restantes sobrevivientes fueron vendidos como esclavos u obligados a combatir contra su patria.

–¿Qué pasó con Duarte?

–Fue llevado prisionero a la Argentina, no sin antes, recibir todo tipo de improperios y amenazas de muerte por parte del comandante oriental.

–¿Qué consecuencias tuvo para el desarrollo ulterior de la guerra el fracaso de la campaña de Uruguayana?

–Esta campaña marcó el derrotero de las armas paraguayas y la culminación de una primera fase que pretendía, descabelladamente o no, llevar una campaña relámpago apelando al factor sorpresa y a la incipiente organización de las fuerzas aliadas.

–¿Por qué no resultó?

–Porque hubo un rosario de errores en todos los ámbitos.

Publicado en fecha 17 de Noviembre de 2013

Fuente en Internet: www.abc.com,py




LA BATALLA DE YATAY FUE UNA TRAGEDIA PARA EL PARAGUAY

La de Yatay fue la primera gran batalla terrestre en la Guerra de la Triple Alianza. Se desarrolló el 17 de agosto de 1865 a orillas del arroyo del mismo nombre, en las cercanías de Paso de los Libres, provincia de Corrientes. Aquello fue verdaderamente trágico para el Paraguay. Uno de los culpables fue Francisco Solano López, quien lanzó a sus tropas a una aventura de la que no podían salir bien libradas.

“Yatay” es, justamente, el título de libro que describe esta dolorosa experiencia bélica, que comenzó a mostrar cuán distante estaba nuestro país de las posibilidades de triunfar ante la tríplice.

La obra del historiador compatriota José Arce Farina aparecerá con el ejemplar de nuestro diario el domingo 17, como undécimo título de la colección “A 150 años de la Guerra Grande”, de ABC Color y El Lector.

Tras la declaración de guerra a la Argentina, López envió sobre territorio argentino dos columnas: una, comandada por Wenceslao Robles, ocupó la ciudad de Corrientes el 14 de abril de 1865; la segunda, formada por unos 12.000 hombres y comandada por el teniente coronel Antonio de la Cruz Estigarribia, se dispuso atacar territorio brasileño sobre el río Uruguay.

López ideó que la columna del río Uruguay fuera la más importante, ya que su objetivo era evitar el expansionismo del Imperio del Brasil; la columna que debía atacar Corrientes estaba destinada más bien a distraer al ejército argentino y asegurar las comunicaciones del Paraguay con el océano Atlántico.

López cambió de planes y ordenó que dos tercios de las fuerzas fueran destinados a invadir Corrientes, con la idea de atacar desde allí territorio uruguayo.

En tanto, el 1 de mayo se firmaba el Tratado de la Triple Alianza.

Estigarribia había entrado en territorio brasileño el 11 de junio, día en que la escuadra paraguaya era derrotada en Riachuelo.

Cruzó el Uruguay y se apoderó en São Borja, de donde se dispuso a seguir su marcha por la orilla brasileña del río, mientras el mayor Pedro Duarte lo hacía por la izquierda con una pequeña columna.

Estigarribia se apoderó de Uruguayana el 5 de agosto. De allí debería marchar sobre Alegrete, Río Grande, para atacar al ejército brasileño. Mientras, Duarte con su pequeña columna de 3.000 hombres, le cuidaba la espalda en Paso de los Libres, frente a Uruguayana.

La operación resultó un suicidio. Ya se habían concentrado en Concordia fuerzas aliadas muy superiores. El 17 de agosto, el uruguayo Venancio Flores, con 10.200 hombres y 32 piezas de artillería, se lanzó contra Duarte. Este lo esperó en Yatay; donde hubo una carnicería de paraguayos: 1.700 muertos, 300 heridos y 1.200 prisioneros. La debacle se completaría luego con la rendición de Estigarribia en Uruguayana.

Luego de la derrota de los paraguayos en Yatay, Flores declaró: “Los paraguayos son peores que salvajes para la pelea, prefieren morir antes que rendirse…”.

La mayor parte de los prisioneros paraguayos fueron degollados en un crimen de guerra que quedó impune. Los soldados sobrevivientes fueron alistados en los batallones del ejército aliado, obligándoseles así a ir contra su patria.

Publicado en fecha 15 de Noviembre de 2013

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PRIMEROS CRÍMENES DE LA GUERRA PASARON EN YATAY

NUEVO LIBRO HABLA SOBRE AQUELLA BATALLA CRUCIAL

“Yatay” es el nombre del undécimo libro de la Colección “A 150 años de la Guerra Grande”, y aparecerá el domingo 17 con el ejemplar de nuestro diario.

La obra fue escrita por José Arce Farina y relata los pormenores de aquella batalla y los crímenes de guerra perpetrados por los brasileños.

Arce Farina explica en su volumen todo lo acontecido con los prisioneros paraguayos de Yatay que fueron salvajemente decapitados en violación de las disposiciones que entonces reglamentaban el tratamiento a los capturados en la guerra.

El autor explica con claridad lo acontecido entre julio y septiembre de 1865 en las márgenes del río Uruguay, donde un importante ejército paraguayo se perdió, una parte de él combatiendo con fiereza hasta la muerte; el otro, rindiéndose compelido por el hambre y la desesperación de verse rodeado por un ejército muy superior en número y armamentos.

De acuerdo con lo que señala José Arce Farina en su libro, el Paraguay, en la etapa ofensiva de la guerra contra los ejércitos de la tríplice, buscó con la ocupación de los puestos militares brasileños, al norte del río Paraguay, la zona de Corrientes y más al sur del río Uruguay, encarar una campaña expedita que le permitiese tomar contacto con caudillos leales a su causa, en las provincias argentinas contrarias a Buenos Aires, y con la resistencia del Partido Blanco uruguayo, acosado por el Brasil y desalojado del poder por el caudillo colorado Venancio Flores y sus adláteres.

Esta situación, según la estrategia lopista, permitiría reforzar su vanguardia y obtener éxitos militares, de manera a impulsar tratativas de paz con los gobiernos de Argentina y Brasil, sorprendidos por la maniobra ejecutada.

Arce Farina relata en su obra que una formidable columna expedicionaria de diez mil combatientes, de las distintas armas, fue disciplinada y entrenada por el mayor Pedro Duarte, a principios de abril de 1865.

Después del traslado de este cuerpo al campamento de Pindapoy, fue comandado por el teniente coronel Vicente Estigarribia, hombre de muy poca instrucción, como la mayoría de los oficiales paraguayos que, en aquella época, no accedían a una formación calificada en la ciencia militar.

Estos comandantes tampoco habían tenido participación relevante en acciones bélicas que pudiesen granjearles algún tipo de experiencia en el campo de Marte.

Un grupo de oficiales argentinos había adquirido experiencia militar en Europa, probado su eficiencia en trances internos y, los más veteranos, actuado décadas atrás en los conflictos con el Brasil. El imperio brasileño contaba con una oficialidad instruida convenientemente y con armamento moderno, recién adquirido. La Banda Oriental aportó el ejército más modesto de la campaña.

Publicado en fecha 12 de Noviembre de 2013

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DERROTA DE YATAY, OTRO PASAJE DE LA GUERRA EN LA COLECCIÓN

La Colección “A 150 años de la Guerra Grande”, de ABC Color y la editorial El Lector, presentó ayer su décimo título, “Las batallas navales”, del escritor compatriota César Cristaldo. Esta fue una exhaustiva descripción del accionar de la Marina de Guerra en la contienda.

Si bien su configuración fue bastante pobre en buques y armamentos en comparación con la estructura fluvial del enemigo, la fuerza naval paraguaya cumplió un papel importante en la contienda que duró desde noviembre de 1864 hasta el 1 de marzo de 1870.

Hoy el público en general tiene en su poder un libro que le da a conocer lo realizado en la guerra por la Marina nacional, un Arma que aguantó cuanto pudo en lo estrictamente bélico, pero que también tuvo su importancia sustantiva cuando se debió transportar materiales y hombres a puntos cercanos al río Paraguay.

“Las batallas navales” fue una nueva notable contribución de la colección de libros de ABC Color y El Lector a la historiografía de nuestro país, y más específicamente a la que guarda relación con la Guerra de la Triple Alianza.

YATAY

La de Yatay fue una batalla emblemática por lo que significó para las posibilidades futuras del Paraguay nada más al inicio de la contienda. La misma es narrada en el libro titulado justamente así, “Yatay”, escrito por el joven historiador compatriota José Arce Farina. Este será el capítulo número once de esta colección y aparecerá con el ejemplar de nuestro diario el domingo 17 de noviembre.

Al respecto, el doctor Herib Caballero Campos, director de la colección, expresa que “Yatay” es un libro en el cual el joven autor describe la primera gran batalla en la que las tropas paraguayas recibieran una derrota y demostrarían la valentía y el coraje que les caracterizaría durante toda la Guerra de la Triple Alianza.

El conflicto iniciado a fines del año 1864 entre el Paraguay y el Imperio del Brasil tuvo como causa la invasión de las tropas imperiales al territorio uruguayo. Como consecuencia de aquella invasión, el mariscal Francisco Solano López envió una expedición compuesta por dos columnas rumbo al Uruguay con el fin de apoyar a las tropas del gobierno blanco de dicho país.

Las instrucciones eran precisas –según Caballero Campos, en su prólogo a la obra de Arce Farina–, pero las condiciones del camino, el desconocimiento del terreno al cual se dirigían las tropas paraguayas fue uno de los principales obstáculos.

Publicado en fecha 11 de Noviembre de 2013

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