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GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA (BRASIL - ARGENTINA - URUGUAY contra PARAGUAY) 1865 - 1870
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GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA (BRASIL - ARGENTINA - URUGUAY contra PARAGUAY) 1865 - 1870


Datos Generales

ANTECEDENTES Y CAUSAS DE LA GUERRA CONTRA LA TRIPLE ALIANZA



Fuente: INTERNET


Varias fueron las causas que condujeron a la guerra, entre ellas la ambición de los países vecinos que deseaban apoderarse de territorios de legítima pertenencia paraguaya.

Argentina deseaba negociar el reconocimiento de la independencia nacional pretendiendo todo el Chaco, mientras que Brasil quería los territorios al este del río Paraguay, norte del Apa y este de las Cordilleras. Finalmente, la incalificable conducta del general uruguayo Venancio Flores que, por diversas ambiciones, se convirtió en instrumento de la Argentina y del Brasil transformando en enemigo al Uruguay, generando así la guerra contra la Triple Alianza.

Por Lic. Paola Dalles

paoladalles@yahoo.com



CUESTIONES DE LÍMITES


Antes de que falleciera Don Carlos, ya habían vencido los plazos de los acuerdos internacionales sobre las cuestiones de límite: el Tratado Berges-Paranhos con el Brasil, y el Vázquez-Guido con la Argentina, firmados en 1856. En el Brasil dominaba el liberalismo, que actuaba duramente contra el régimen político imperante en el Paraguay y que pretendía seguir penetrando en el territorio situado en el noreste paraguayo. Las relaciones con la Argentina se trató de solucionar a través de la venida del doctor José Mármol al Paraguay. Pero el diplomático argentino alegó que, como casi toda la documentación se hallaba en Buenos Aires, el gobierno paraguayo debía enviar a sus delegados a esa ciudad a tratar la cuestión de límites. Francisco S. López no respondió a esa propuesta. El problema no resuelto de límites alteraba las relaciones del Paraguay con ambos Estados y fue una de las causas que condujeron a la guerra.



LA DOCTRINA DEL EQUILIBRIO


Don Carlos Antonio López tenía una política reservada en cuanto a las cuestiones de límites, ya que evitó participar en los asuntos del Río de la Plata, fiel a la doctrina de no intervención; sin embargo, su hijo Solano López dio un giro a esta situación: creyó que llegó el momento de participar en dichos asuntos, pues según él, esto afectaría los intereses económicos y políticos del Paraguay. Esto implicaba una doble tarea: solucionar los pleitos territoriales y mantener el equilibrio de fuerzas entre los vecinos, el Brasil y la Argentina. Solano López opinaba que si se alteraba la paz en uno de estos países o si ambos se aliaban, la independencia paraguaya estaría en peligro y su avance económico se truncaría.



REVOLUCIÓN CIVIL EN EL URUGUAY


La ocasión de imponer la nueva doctrina del equilibrio se presentó en abril de 1863, cuando el general uruguayo Venancio Flores, jefe del Partido Colorado de su país, inició una revolución con la ayuda del partido gobernante de Buenos Aires en contra del Partido Blanco a cargo del entonces presidente del Uruguay, Bernardo Berro. El presidente uruguayo pidió al Paraguay que lo ayudara en la defensa de su gobierno, enviando a Octavio Lapido, quien reveló al Presidente paraguayo las intenciones argentinas de reconstruir el antiguo virreinato. Solano López estaba dispuesto a ayudar al gobierno blanco del Uruguay, pues este permitiría poner en marcha su nueva política de equilibrio, dando al Paraguay el mismo estatus regional que poseían la Argentina y el Brasil. Montevideo significaba, además, el acceso paraguayo al mar, su inclusión en la economía internacional y la liberación de la dependencia comercial con Buenos Aires.



INCONVENIENTES ENTRE EL URUGUAY Y EL BRASIL


Bajo el gobierno del Partido Colorado, se habían establecido en el norte del Uruguay empresas agropecuarias de terratenientes brasileros. Al subir el Partido Blanco al poder, los brasileños fueron despojados de su bienes y expulsados del territorio uruguayo. En consecuencia, en 1864 el Imperio exigió sanciones a los funcionarios uruguayos que habían maltratado a sus ciudadanos, demandando indemnizaciones para los mismos, con la amenaza de una intervención armada en caso del rechazo por parte de los blancos. Ante esta situación, una nueva misión diplomática uruguaya, a cargo del doctor Antonio Vázquez, llegó al Paraguay denunciando las advertencias del Imperio.



APOYO DEL PARAGUAY AL GOBIERNO BLANCO

El 4 de agosto de 1864, Saraiva dio un plazo de seis días al presidente Aguirre para el cumplimiento de las exigencias brasileñas. Amenazó con la entrada de tropas imperiales, en caso de que rstas fuesen denegadas. El gobierno blanco rechazó el ultimátum, con la seguridad que contaría con el respaldo paraguayo. En efecto, Francisco S. López, envió una nota al ministro del Brasil Viana de Lima, el 30 de agosto de ese año, protestando contra cualquier intervención armada en territorio uruguayo, pues se atentaría contra el equilibrio de los Estados del Río de la Plata, y el Paraguay recurriría a la guerra, si Brasil no atendía su advertencia.



INVASIÓN DEL TERRITORIO URUGUAYO POR TROPAS BRASILERAS

El 12 de octubre, el general brasileño José Luis Mena Barreto se apoderó de la ciudad de Melo, en el Uruguay. Entre el 9 y 10 de noviembre, Francisco S. López recibió la noticia de la efectiva ocupación militar del Uruguay y ordenó el 11 de noviembre de 1864 la captura del Marquês de Olinda; al día siguiente, el vapor paraguayo Tacuarí apresó al navío brasileño, que subía por el río Paraguay, llevando a bordo al coronel Federico Carneiro de Campos, quien fue hecho prisionero. Con esta situación, la guerra abierta había comenzado.

Publicado el 27 de Setiembre del 2010

Fuente en Internet: www.abc.com.py/ ABC COLOR




LOS ANTECEDENTES DE LA GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA

Por RICARDO CABALLERO AQUINO

La Guerra Grande fue la culminación de la disputa de ve­cinos entre España y Portugal que se inició incluso antes del Tratado de Tordesillas del 7 de junio de 1494 y fue evolucio­nando hacia el Tratado de Madrid o de Permuta jesuita de 1750 y su corolario en el Tratado de San Ildefonso de 1777, en cuyo "intercambio" el Brasil recibió e inmediatamente ocu­pó su parte sin entregar la suya a pesar del solemne com­promiso. España, que había firmado los tratados de buena fe, nombró inmediatamente los demarcadores de la permuta quienes se trasladaron a la región solo para constatar que los portugueses jamás irían a nombrar los suyos por lo que los demarcadores eligieron volver a España ante la opción de lle­gar a viejos y morir en Paraguay, cosa que los talentosos téc­nicos ingenieros Ramón de César, Juan Francisco de Aguirre ni Félix de Azara tuvieron como plan de vida. Fue pintoresco cuando el canciller Celso Amorim se pasaba gritando a los paraguayos "pacta sunt servanda" (los tratados se respetan) en uno de los frecuentes conflictos sobre Itaipú, pues los he­rederos de Tordesillas siempre carecieron de los escrúpulos que les impidieran firmar tratados solemnes con el explícito propósito de nunca cumplir su parte.

Otros diferendos fueron pavimentando la historia de los vecinos ibéricos en Sudamérica, la invasión napoleónica de España, camino a Portugal, hizo migrar a la familia real de Lisboa a Río de Janeiro; la extemporánea codicia de Carlota Joaquina de Borbón, esposa del portugués João VI, de apro­piarse del Paraguay mientras su hermano Fernando VII anda­ba preso en el castillo de Valençay del promiscuo y revolucio­nario obispo Charles Maurice de Talleyrand. Después hubo confrontaciones limítrofes frecuentes y escaramuzas menores donde el Dr. Francia llegó a utilizar feroces guerreros indí­genas Mbayá para expulsar portugueses de su territorio has­ta que la guerra finalmente fue batallada por los herederos hispano-lusitanos teatralizada como una partida de ajedrez caótica donde los contendores cambiaban de bando sin aviso previo.

Partida España sin retorno en 1811, la Independencia tuvo que ser birlada de su heredera putativa, las Provincias Unidas del Río de la Plata, donde lo único verdadero reflejado en el nombre era la ubicación geográfica. El Brasil, pasado el antojo del adelanto de herencia borbónica en vida del monarca, se convirtió en el mejor amigo de la naciente República del Pa­raguay. Cuando nadie en el mundo se animaba a tener rela­ciones con la Provincia Rebelde para no incomodar a Buenos Aires, el Imperio nombró cónsul a Manoel Correa da Cámara en 1828 y se mostró dispuesto a reconocer la independencia, algo que al sombrío Dr. Francia no le llenó de euforia ni le quitó el sueño. El propio Simón Bolívar se preocupó de ayu­dar a Buenos Aires a recuperar su escindida provincia aun­que el propósito primordial del Libertador era hacer valer ese apelativo con el prisionero Aimée Bompland, y para lograrlo, Bolívar hizo planes militares que a Francia le hacían sonreír porque en los primitivos mapas de la época los ríos Bermejo y Pilcomayo tenían todo el aspecto de ser vías de comunicación fluvial navegables. Francia que había dicho en un arrebato de arrogancia que si el Papa venía a Paraguay lo nombraría su capellán personal, posiblemente pensó que Bolívar podía llenar el papel de edecán militar o palafrenero.

Al inicio de la era lopista de clausurar el aislamiento in­ternacional, el Brasil fue nuevamente la primera potencia en reconocer la recientemente proclamada por acta independen­cia paraguaya y envió al diplomático José Antonio Pimienta Bueno como prueba de admitir la entidad soberana paragua­ya en 1844. En un supremo gesto de amistad, nombraron a don Carlos Antonio como miembro del Instituto Imperial de Historia e Geografía de Río de Janeiro, un verdadero espalda­razo académico formidable para el gobernante paraguayo en momentos en que se hallaba discutiendo límites y soberanía con la Argentina en las páginas de El Paraguayo Independiente. Para dar mayor prueba de buena voluntad, admitió como ca­dete en la Escola Naval da Marinha a Benigno, hijo segundo del presidente.

Seguidamente, Don Carlos abandonó lo mejor de la po­lítica exterior francista que consistió en la neutralidad y prescindencia absoluta del Paraguay en los conflictos regio­nales, tomando así un pasito más hacia la futura conflagra­ción general. Los puertos pronto se abrieron al comercio y el Paraguay cambió abruptamente de política exterior al salir a buscar reconocimiento internacional de su independencia aunque primero debió intentar restablecer las relaciones co­merciales. El dictador Rosas recibió dos misiones paraguayas y a pesar de que "no reconocía ni desconocía la Independen­cia," consintió en otorgar licencias a los extranjeros que qui­siesen comerciar con el Paraguay en buques de bandera ar­gentina. Lógicamente, Rosas rehusó firmar convenio alguno con el rebelde Paraguay. Precisamente, este acercamiento a Buenos Aires movió al Brasil a comisionar al enviado especial Pimienta Bueno quien el 14 de setiembre de 1844 procedió a reconocer oficialmente en nombre del Emperador la indepen­dencia paraguaya. Fue la primera gran victoria diplomática de López. Previamente, en 1843, Bolivia y Chile habían reco­nocido la independencia paraguaya pero, por el poco peso regional de ambos, el impacto de su reconocimiento no podía compararse con el brasileño. Alentado por la respuesta impe­rial, que incluyó un pacto defensivo, y por las cavilaciones de Rosas que juraba respetar la independencia paraguaya pero decía no poder reconocerla, López abandonó la política de celosa neutralidad del Dr. Francia en los asuntos internos de sus vecinos y firmó con la Provincia de Corrientes un Trata­do de Navegación el 2 de diciembre de 1844. Furioso por la provocación, Rosas clausuró los puertos de la Confederación a los barcos de bandera paraguaya.

En el ínterin, el Brasil abogaba ya por el reconocimiento de la independencia paraguaya en Europa y por la intervención de Inglaterra y Francia en el Río de la Plata para garantizar la libre navegación de los ríos y así proteger la soberanía de Paraguay y Uruguay. Una vez decidido en Europa el envío de una expedición anglo-francesa al Río de la Plata, López de nuevo abandonó el otro pilar de la política del Dr. Francia de no involucrarse militarmente en la región al ofrecer fuerzas combatientes para cooperar con la intervención de los buques europeos poniendo su, ejército a disposición del Emperador del Brasil. Este no llegó a hacer uso de la oferta pero la misma despertó el interés de los franceses.

Al enfrascarse en un naciente armamentismo, incluyendo el restablecimiento del servicio militar obligatorio al que la población paraguaya estuvo acostumbrada en toda la Colo­nia en su condición de marca militar del imperio español, Ló­pez demostró no poseer las dotes de estadista del Dr. Francia. Al nombrar comandante militar a su hijo de 19 años, Francis­co Solano, comenzaba a insuflar en éste ínfulas de guerrero y sed de glorias marciales sin medir su verdadero limitado poderío.

El bloqueo porteño a la navegación paraguaya surtía sus efectos al paralizar el comercio de este país. López entonces halló conveniente entrar en una alianza militar con Corrientes el 11 de noviembre de 1845 por la que se comprometió a coo­perar con la provincia argentina en una guerra contra Rosas. En un irónico juego de palabras a ser reeditado por la Triple Alianza, Don Carlos Antonio aseguró que " la guerra no era contra el pueblo ni contra la Confederación Argentina sino contra Rosas'. Aprovechando la debilidad del dictador por­teño en las fronteras de la Confederación donde el generalísi­mo entrerriano justo José de Urquiza prácticamente lideraba un gobierno autónomo en la Mesopotamia de los ríos Paraná y Uruguay, a más de la esta sí provincia rebelde de Corrientes que en cierta medida soñaba con reeditar la experiencia para­guaya de desprenderse de la Confederación, López declaró la guerra a Rosas el 4 de diciembre de 1845. En ese mismo mes, tropas paraguayas al mando de Francisco Solano cruzaron el Paraná y se pusieron a las órdenes de las autoridades mili­tares correntinas. Estos soldados bisoños, de escasa prepara­ción y anticuadas armas, fueron presa fácil de las intrigas de los correntinos, duchos en cambiantes situaciones políticas. Al no tener causa clara por la cual pelear se amotinaron y pidieron regresar al Paraguay. López, padre como hijo, cons­cientes del mal paso dado, arrestaron a los cabecillas y los fu­silaron delante de las tropas pero prontamente las retornaron al país sin disparar un tiro ante el enemigo, el 15 de agosto de 1846. El Paraguay, no obstante, había adquirido estatura internacional ya que los propios Estados Unidos de América se habían ofrecido mediar en el conflicto con Rosas. El esqui­vo reconocimiento de las potencias, sin embargo, tenía que esperar la aquiescencia argentina.

De modo a negociar desde una posición de poder, el Pre­sidente López ordenó la ocupación militar de las Misiones entre el Paraná y el Uruguay. La expedición esta vez, sin em­bargo, fue comandada por el coronel ingeniero Franz Wisner von Morgenstern, un militar húngaro, egresado de la céle­bre Escuela de Minas del Imperio Austro-Húngaro que había sido contratado a prestar servicio al Paraguay durante la ex­pedición anterior a Corrientes. Las fuerzas cruzaron el Paraná el 27 de junio de 1849. Como Wisner insistía más en acciones defensivas que ofensivas, el general Francisco Solano López llegó hasta su Cuartel General y lo relevó del mando. Inme­diatamente, López hijo dio un adelanto de lo que sería su esti­lo de comando militar en la Guerra de la Triple Alianza entre 1865 y 1870. Dado que el 14 de julio de 1849, las tropas para­guayas habían sido sorprendidas por el enemigo y dispersa­das, los jefes de la tropa derrotada, Francisco Meza y Juan de Dios Acosta, fueron fusilados por orden del general López. La siguiente edición el periódico El Paraguayo Independien­te, portavoz oficial de la familia presidencíal justificó las ejecuciones afirmando que, "Un oficial paraguayo debe morir persuadido de que huyendo no salva su miserable vida." En parte, López había osado enviar las expediciones por­que Rosas tenía sus propios problemas enfrentando un blo­queo marítimo por parte de una escuadra anglo-francesa. Pero culminado este, Rosas persuadió a la Legislatura de Bue­nos Aires que le otorgue poder "para disponer sin limitación alguna de todos los fondos, rentas y recursos de todo género de la Provincia hasta tanto se haga efectiva la reincorporación de la Provincia del Paraguay a la Confederación Argentina." La autorización fue otorgada el 18 de marzo de 1850. López les había tomado el gusto a las cuestiones bélicas y mientras se preparaba para defenderse de la expedición de Rosas, tuvo tiempo de informarse de que los brasileños estaban aden­trándose en territorio en litigio al sur del Río Blanco por lo que envió una expedición que luego de corta lucha expulsó a los brasileños del promontorio denominado Pan de Azúcar el 14 de octubre de 1850. Para el 25 de diciembre siguiente el Paraguay firmaba un acuerdo de mutua asistencia con el Brasil contra Rosas o sus aliados orientales del Uruguay. Para regocijo de López, Urquiza, a quien Rosas había ordenado atacar al Paraguay, se puso de acuerdo con el gobernador de Corrientes y decidieron por el contrario derribar a Rosas.

Don Carlos Antonio no desperdiciaba una sola oportuni­dad de involucrarse en aventuras militares y prometió enviar tropas para auxiliar a Urquiza en la guerra contra Rosas. Las negociaciones de las bases de dicho auxilio duraron más que el mismo gobierno de Rosas ya que en la batalla de Caseros, el 3 de febrero de 1852, este cayó vencido y tomó camino al exilio en Inglaterra junto a su leal hija Manuelita y el marido de esta, Máximo Terrero. Urquiza reemplazó a Rosas como director provisional de la Confederación y Encargado de las Relaciones Exteriores. Fiel al entendimiento con López, Ur­quiza envió a Santiago Derqui en Misión Especial para re­conocer la Independencia paraguaya lo que ocurrió ante el regocijo de la población asuncena el 17 de julio de 1852. Antes del reconocimiento se firmó un Tratado de Amistad, Nave­gación y Límites. Por medio de él, el Paraguay renunciaba a toda soberanía sobre al territorio de las Misiones en la mar­gen izquierda del río Paraná -de difícil defensa y colonización por los paraguayos por el complicado cruce del Paraná- y por su parte, la Confederación Argentina reconocía al río Bermejo como fronterizo con el Paraguay y de navegación común.

López no se sentía muy compungido de ceder a la Argen­tina un territorio que no podía defender ni poblar, sobre un río de escasa navegabilidad e importancia comercial como el Paraná. En cambio, se sentía satisfecho con lograr que el río Paraguay fuese prácticamente un río interior con ambas márgenes bajo su control. Sin embargo, ni bien acordó este tratado, encontró que el Bermejo estaba muy al norte y exi­gió una zona neutral entre este y la confluencia del Paraguay con el Paraná frente a Paso de Patria. Esa exigencia impidió la ratificación del Tratado por el Congreso argentino y de he­cho se convirtió en fuente de conflictos hasta que el final de la Guerra de la Triple Alianza azuzó la ambición territorial argentina que reclamó como suyo todo el Chaco Boreal desde el Bermejo hasta la Bahía Negra.

Por unos pocos kilómetros de esteros, López casi perdió la mitad de su patrimonio territorial. Empero, el reconocimien­to argentino de la independencia nacional allanó el camino para que Inglaterra hiciera lo mismo y firmara un tratado de libre navegación y amistad. Pronto, Estados Unidos, Italia y Francia emulaban a la Gran Bretaña. En momentos en que el pensamiento liberal ganaba adeptos en la Argentina y el Bra­sil, los ríos interiores se abrían a la libre navegación.

El Paraguay estaba listo para la gran empresa moderni­zadora que los primeros europeos contratados por López lo persuadieron como factible. Así, a escasos meses de inau­gurarse la libre navegación, Francisco Solano y su hermano Benigno se embarcaron para Europa en 1853 con abundante dinero para ordenar la construcción del vapor a ruedas Ta­cuarí que, con sus maquinistas ingleses los traerán de vuel­ta junto a los primeros técnicos contratados por el Gobierno para iniciar una limitada industrialización que el embajador británico I. MacDermott, en un valioso análisis del estado de las ciencias y la tecnología en el Paraguay de la época lopista denominara: "un esfuerzo por ponerse al día con [la tecno­logía d]el pasado". Basta con leer críticamente el análisis de MacDermott para corroborar que la industrialización para­guaya era germinal y primitiva. Había escaso poder hidro energético, limitada provisión de mineral de hierro, dificulta­des para transportar la madera dura que reemplazaba al coke o carbón de piedra, y, sobre todo, mientras esforzadamente se producía de acuerdo a cánones desactualizados, la industria bélica británica, alemana y norteamericana experimentaban una verdadera revolución en el diseño y la fabricación de ar­mas, proyectiles y corazas.

Estaba volviéndose necesario el fusil de retrocarga y la ar­tillería montada en piezas fundidas por separado. Los pro­yectiles se volvieron cónicos y los tubos cañón rayados exten­dieron el alcance, la letalidad y la potencia de los impactos. Sé impone un exceso de fantasía populista para concluir que el programa lopista constituyera una competencia para In­glaterra o un mal ejemplo regional. Argentinos y brasileños tenían en ese momento millares de técnicos ingleses en sus barcos, en sus fábricas y en sus arsenales. De hecho, MacDer­mott se mostró sorprendido ante la escualidez de los núme­ros de técnicos en los proyectos paraguayos. En un irónico revés en materia de empleo público versus empresa privada, MacDermott nos cuenta que en 1855, la construcción por una compañía privada del Ferro Carril Oeste de Buenos Aires exi­gió contratar 160 técnicos ingleses para las primeras seis mi­llas, mientras que toda la línea de Asunción a Paraguarí, de 45 millas, comenzó con 16 ingenieros ingleses y concluyó con tan solo la mitad de ellos a cargo de los trabajos. Claro que el Estado paraguayo se manejaba, en efecto, como una empresa privada de propiedad de los López.

Si bien inmerso en escaramuzas y ruidos de sables con sus vecinos, la guerra para el viejo López era una posibilidad re­mota o por lo menos evitable después de los primeros des­pliegues y amagues. La centena de técnicos ingleses y euro­peos contratados para trabajar en el país eran más bien parte de un proyecto pacífico de desarrollo de los recursos natura­les y del comercio, aunque la gran resistencia paraguaya a la Triple Alianza se debió en gran parte al incansable trabajo de los extranjeros para la provisión de armas, municiones y ac­cesorios. Algunos de ellos, como el coronel Jorge Thompson, tomaron posiciones de combate y de comando de fuerzas combatientes del lado paraguayo donde se destacó como he­roico defensor de posiciones rodeadas de enemigos como el caso del destacamento de la fortaleza de Angostura en 1868.

Entre 1851 y 1860, el Paraguay triplicó sus exportaciones, calculándose su ganancia neta en 577.512 libras esterlinas, monto del cual salieron los fondos para el pago de la con­tratación de técnicos. Se sabe que todo el comercio exterior paraguayo estaba monopolizado por López y que todos los buques a vapor de su flota de ocho unidades eran a rueda de paletas, excelentes para el comercio pero pésimos para la guerra por su vulnerabilidad al tener las calderas encima de la línea de flotación. Por ende, la conclusión de MacDermott sobre el plan de modernización lopista es insuperable: "El viejo López no trajo a los británicos y a los otros extranjeros para prepararse para una guerra: ellos estaban acá para desarrollar los recursos de él y para volverlo rico".

A partir de López se estableció una doctrina gubernativa paraguaya por la cual se difuminan los límites entre la pro­piedad estatal y la personal del gobernante de turno. Nada ilustra mejor dicha doctrina que un folleto editado por la Sub Secretaría de Informaciones y Cultura de la dictadura del ge­neral Alfredo Stroessner, auto canonizado como seguidor de los López. El tema era la edificación del palacio de residencia "privada" de Francisco Solano:

Los materiales utilizados para la construcción de aquella singular residencia fueron nacionales y algunos extranjeros. Se refiere que las piedras de sus cimientos traídos desde el pueblo de Altos y Emboscada, donde existían canteras del Estado, los ladrillos se trajeron de las olerías públicas de Ta­cumbú, los hierros de la Fundición de Ybycuí ("La Rosada") y el maderamen de los bosques y obrajes de Yaguarón y del Ñeembucú. Los trabajos de carpintería se hicieron en los Ta­lleres del Estado y los constructores y albañiles eran princi­palmente soldados.

Todo hace suponer que las fastuosas residencias de los de­más miembros de la familia López, impresionantes todavía siglo y medio más tarde, tuvieron análogos proveedores, in­genieros, constructores y albañiles.

Los López codiciaban reconocimiento y respeto de parte de los gobiernos de la región. Se mostraban quisquillosos en los detalles y no dudaban en actuar enérgicamente, desairando a diplomáticos y cancelando negociaciones en forma abrupta. Uno de esos incidentes relativos a la libre navegación de los ríos interiores como el Paraguay, estratégicamente importan­te para la provincia imperial del Mato Grosso, culminó en el envío de una poderosa escuadra brasileña compuesta por 20 cañoneras y 120 bocas de artillería que, al mando del almi­rante Pedro Ferreira de Oliveira, cruzó amenazante las aguas de Buenos Aires y de la Confederación Argentina sin siquiera solicitar permiso. Los dos gobiernos argentinos protestaron y pidieron explicaciones, pero se cuidaron de poner obstáculos. El almirante Ferreira, sin embargo, al llegar a territorio para­guayo fondeó su escuadra y solicitó permiso para llegar hasta Asunción. Se le autorizó a venir en una sola embarcación a lo que accedió neutralizando así el poder disuasivo de su mi­sión. Obviamente, el Brasil de aquel entonces le temía más al Paraguay que a la Argentina.



Días antes de la llegada de esa escuadra, el buque de ex­ploración de la Marina de los Estados Unidos Water Witch, a cargo de un capitán novato e interino, ignoró una comunica­ción de alto sin traducción al inglés desde la guarnición pa­raguaya de Itapirú. El navío norteamericano se sentía seguro por encontrarse en el canal de navegación de un río interna­cional ese 1° de febrero de 1855. No se podía argüir zonas de exclusión en un río cuyas costas bañan más de un país. Siguió una andanada de artillería que hizo blanco en el buque a va­por norteamericano, causando averías y un marinero muerto por los disparos de la batería de Itapirú. El incidente origina­rá el envío de una escuadra naval norteamericana para exigir reivindicaciones, pero en 1859. Ya en Asunción el almirante Ferreira, los López se las ingeniaron para negociar sin conce­der mucho en materia de límites con el enviado brasileño lo que ocasionó malestar en Río de Janeiro desde donde debió venir a negociar el propio ministro de Relaciones Exteriores, el futuro Vizconde de Río Branco, José María da Silva Paran­hos en 1856. Como una manera de ganar tiempo, las discu­siones substantivas de límites se prorrogaron por seis años. Poco después, ya como producto de una visión miope, las negociaciones limítrofes con la Argentina también sufrieron una prórroga de seis años haciendo obligatoria la discusión simultánea o por lo menos en el mismo año con el Brasil. En ambos casos, los negociadores juraban ambicionar arreglos pacíficos, pero amenazaban tener igualmente la capacidad de defender sus reclamos por medio de la fuerza.

En donde la guerra no era una simple amenaza sino una realidad cotidiana era en el conflicto entre la Provincia de Buenos Aires, gobernada de hecho por el caudillo Bartolomé Mitre, y la Confederación Argentina, gobernada por Urquiza. Al prepararse para enfrentar una vez más a los porteños, Ur­quiza solicitó apoyo militar paraguayo. López prefirió man­tenerse neutral en el único conflicto que le hubiera asegurado un aliado fiel en la Argentina. Carlos Antonio López era también consciente de que tenía una gran deuda de gratitud con Urquiza por haber impedido que la expedición naval nor­teamericana punitiva por el bombardeo al Water Witch llegara a disparar un solo tiro. Urquiza había estado en Asunción en visita oficial en 1859 y logró persuadir a López de que las 19 cañoneras norteamericanas con 257 oficiales y 2.400 infantes de marina iban a entrar en acción mortífera contra el Para­guay. Ante esa amenaza, López hizo concesiones y pagó una indemnización de 10.000 dólares para los familiares del ma­rinero muerto. Era la política favorita del viejo López, la de llegarse a un paso del abismo de la guerra para retroceder en la última etapa pre marcial haciendo concesiones a quienes lo amenazaban a cambio de alguna fórmula que lo ayuda­ra a disfrazarlas ante su obediente opinión pública. Urquiza, además, había cumplido con su promesa de reconocer la in­dependencia paraguaya y lo hizo a escasos meses de la caída de Rosas. Como aliado, Urquiza cumplió con lo acordado y siempre demostró buena voluntad.

Las hostilidades de la guerra civil argentina, mientras tan­to, se habían iniciado y Urquiza tenía en jaque a Mitre en el puerto de Palermo. Francisco Solano, impresionado honda­mente por el papel estelar y el resultado en prestigio personal de la mediación de Urquiza en Asunción, logró la venia de su padre para hacer lo mismo en este conflicto y cometió la peor torpeza de su carrera de hombre de Estado, la firma del Pacto de San José de Flores el 11 de noviembre de 1859 que le birló a Urquiza la victoria militar de la batalla de Cepeda y permitió que Mitre del borde de la derrota se afianzase en Buenos Aires al sellar la endeble unidad argentina bajo ga­rantía paraguaya.

La mala fe del gobierno bonaerense hacia el Paraguay le permitió a Mitre desentenderse mientras Francisco Solano, que estaba siendo despedido como héroe por el Pacto recien­temente firmado, a bordo del Tacuarí, el buque insignia pa­raguayo, fue atacado por cañoneras británicas en la rada del puerto. Humillado, López debió hacer el viaje de retorno por tierra. Los británicos presionaron así para obtener la libera­ción de un sujeto de pasaporte uruguayo y británico, Santiago Canstatt, condenado a muerte en Paraguay por conspira­ción contra el Supremo Gobierno. Mitre ni siquiera tomó nota de este acto de agresión en sus aguas territoriales contra un diplomático acreditado ante su gobierno.

De hecho, la firma del Pacto de San José de Flores no solo no trajo la paz, sino que fue una magistral movida de Mitre para impedir que el Paraguay intervenga militarmente a fa­vor de su aliado natural en el conflicto, Urquiza. Como las diferencias entre Buenos Aires y las provincias interiores era substantiva y debía resolverse bélicamente, Urquiza incluso había antes enviado a Asunción a su agente Baldomero Gar­cía prometiendo reconocer las máximas aspiraciones limítro­fes del Paraguay a cambio de la ayuda militar. Urquiza con el reconocimiento de la Independencia ya había dado amplias muestras de ser confiable en cuanto al Paraguay.

Pero López se mantuvo neutral y deseoso de demostrar su valía a Buenos Aires cuya prensa, instigada por Mitre, lo presentaba como cacique de una toldería, y, de ese modo, el Pacto de San José de Flores fue absolutamente contraprodu­cente para el Paraguay. El mismo le otorgó a Mitre el tiempo necesario para recomponer sus filas y vencer a Urquiza en la Batalla de Pavón, el 17 de setiembre de 1861, donde habían combatido como la doble alianza, Mitre y el general urugua­yo Venancio Flores. Pronto, Francisco Solano se encargaría de hacer tríplice esta alianza. Su papel como diplomático media­dor había obtenido el escuálido resultado de fortalecer a sus enemigos a expensas de sus aliados. Solano no había estu­diado "El príncipe" del diplomático renacentista Nicolás de Maquiavelo.




TRATADO SECRETO DE LA TRIPLE ALIANZA

Art. 1. La República Oriental del Uruguay, Su Majestad el Emperador del Brasil, y la República Argentina contraen alianza ofensiva y defensiva en la guerra provocada por el Gobierno del Paraguay.

Art. 2. Los aliados concurrirán con todos los medios de que puedan disponer, por tierra o por los ríos, según fuese necesario.

Art. 3. Debiendo las hostilidades comenzar en el territorio de la Rca. Argentina o en la parte colindante del territorio pa­raguayo, el mando en jefe y la dirección de los ejércitos alia­dos quedan a cargo del Pdte. de la Rca. Argentina y general en jefe de su ejército, brigadier don Bartolomé Mitre. Las fuerzas navales de los aliados estarán a las inmediatas órdenes del Vice Almirante Vizconde de Tamandaré, comandante en jefe de la escuadra de S.M. el Emperador del Brasil. Las fuerzas terrestres de S.M. el Emperador del Brasil formarán un ejérci­to a las órdenes de su general en jefe, el brigadier don Manuel Luis Osorio. A pesar de que las altas partes contratantes es­tán conformes en no cambiar el teatro de las operaciones de guerra, con todo, a fin de conservar los derechos soberanos de las tres naciones, ellas convienen desde ahora en observar el principio de la reciprocidad respecto al mando en jefe, para el caso de que esas operaciones tuviesen que pasar al territorio oriental o brasileño.

Art. 4. El orden interior y la economía de las tropas que­dan a cargo exclusivamente de sus jefes respectivos. El suel­do, provisiones, municiones de guerra, armas, vestuarios, equipo y medios de transporte de las tropas aliadas serán por cuenta de los respectivos Estados.

Art. 5. Las altas partes contratantes se facilitarán mutua­mente los auxilios que tengan y los que necesiten, en la forma que se acuerde.

Art. 6. Los aliados se obligan solemnemente a no deponer las armas sino de común acuerdo, y mientras no hayan de­rrocado al actual gobierno del Paraguay, así como a no tratar separadamente, ni firmar ningún tratado de paz, tregua, ar­misticio, cualquiera que ponga fin o suspenda la guerra, sino por perfecta conformidad de todos.

Art. 7. No siendo la guerra contra el pueblo paraguayo sino contra su gobierno, los aliados podrán admitir en una legión paraguaya a todos los ciudadanos de esa nación que quisieran concurrir al derrocamiento de dicho gobierno y les proporcionarán los elementos que necesiten, en la forma y condiciones que se convenga.

Art. 8. Los Aliados se obligan a respetar la independencia, soberanía e integridad territorial de la Rca. del Paraguay. En consecuencia el pueblo paraguayo podrá elegir el gobierno y las instituciones que le convengan, no incorporándose ni pidiendo el protectorado de ninguno de los aliados, como re­sultado de la guerra.

Art. 9. La independencia, soberanía e integridad territorial de la República serán garantizadas colectivamente, de con­formidad con el artículo precedente, por las altas partes con­tratantes, por el término de cinco años.

Art. 10. Queda convenido entre las altas partes contratan­tes que las exenciones, privilegios o concesiones que obten­gan del gobierno del Paraguay serán comunes a todas ellas, gratuitamente si fuesen gratuitas, y con la misma compensa­ción si fuesen condicionales.

Art. 11. Derrocado que sea el gobierno del Paraguay, los aliados procederán a hacer los arreglos necesarios con las au­toridades constituidas, para asegurar la libre navegación de los ríos Paraná y Paraguay, de manera que los reglamentos o leyes de aquella República no obsten, impidan o graven el tránsito y navegación directa de los buques mercantes o de guerra de los Estados Aliados, que se dirijan a sus respectivos territorios o dominios que no pertenezcan al Paraguay, y tomarán las garantías convenientes para la efectividad de dichos arreglos, bajo la base de que esos reglamentos de política fluvial, bien sean para los dichos dos ríos o también para el Uruguay, se dictarán de común acuerdo entre los aliados y cualesquiera otros estados ribereños que, dentro del término que se conven­ga por los aliados, acepten la invitación que se les haga.

Art. 12. Los aliados se reservan concertar las medidas más convenientes a fin de garantizar la paz con la Rca. del Para­guay después del derrocamiento del actual gobierno.

Art. 13. Los aliados nombrarán oportunamente los pleni­potenciarios que han de celebrar los arreglos, convenciones o tratados a que hubiese lugar, con el gobierno que se establez­ca en el Paraguay.

Art. 14. Los aliados exigirán de aquel gobierno el pago de los gastos de la guerra que se han visto obligados a aceptar, así como la reparación e indemnización de los daños y perjuicios causados a sus propiedades públicas y particulares y a las personas de sus ciudadanos, sin expresa declaración de guerra, y por los daños y perjuicios causados subsiguientemente en vio­lación de los principios que gobiernan las leyes de la guerra. La Rca. Oriental del Uruguay exigirá también una indemnización proporcionada a los daños y perjuicios que le ha causado el gobierno del Paraguay por la guerra a que la ha forzado a entrar, en defensa de su seguridad amenazada por aquel gobierno.

Art. 15. En una convención especial se determinará el modo y forma para la liquidación y pago de la deuda proce­dente de las causas antedichas.

Art. 16. A fin de evitar discusiones y guerras que las cues­tiones de límites envuelven, queda establecido que los aliados exigirán del gobierno del Paraguay que celebre tratados de­finitivos de límites con los respectivos gobiernos bajo las siguientes bases: La República Argentina quedará dividida de la República del Paraguay, por los ríos Paraná y Paraguay, hasta encontrar los límites del Imperio del Brasil, siendo éstos, en la ribera derecha del río Paraguay, la Bahía Negra. El Impe­rio del Brasil quedará dividido de la República del Paraguay, en la parte del Paraná, por el primer río después del Salto de las Siete Caídas que, según el reciente mapa de Mouchez, es el Igurey, y desde la boca del Igurey y su curso superior hasta llegar a su nacimiento. En la parte de la ribera izquierda del Paraguay, por el río Apa, desde su embocadura hasta su na­cimiento. En el interior, desde la cumbre de la sierra de Mba­racayú, las vertientes del Este perteneciendo al Brasil y las del Oeste al Paraguay, y tirando líneas, tan rectas como se pueda, de dicha sierra al nacimiento del Apa y del Igurey.

Art. 17. Los aliados se garanten recíprocamente el fiel cum­plimiento de los acuerdos, arreglos y tratados que hayan de celebrarse con el gobierno que se establecerá en el Paraguay, en virtud de lo convenido en este tratado de alianza, el que permanecerá siempre en plena fuerza y vigor, al efecto de que estas estipulaciones serán respetadas por la Rca. del Paraguay. A fin de obtener este resultado, ellas convienen en que, en caso de que una de las altas partes contratantes no pudiese obte­ner del gobierno del Paraguay el cumplimiento de lo acorda­do, o de que este gobierno intentase anular las estipulaciones ajustadas con los aliados, las otras emplearán activamente sus esfuerzos para que sean respetadas. Si esos esfuerzos fuesen inútiles, los aliados concurrirán con todos sus medios, a fin de hacer efectiva la ejecución de lo estipulado.

Art. 18. Este tratado quedará secreto hasta que el objeto principal de la alianza se haya obtenido.

Art. 19. Las estipulaciones de este tratado que no requie­ran autorización legislativa para su ratificación, empezarán a tener efecto tan pronto como sean aprobadas por los gobier­nos respectivos, y las otras desde el cambio de las ratifica­ciones, que tendrá lugar dentro del término de cuarenta días desde la fecha de dicho tratado, o antes si fuese posible.

En testimonio de lo cual los abajo firmados, plenipotencia­rios de S.E. el Presidente de la República Argentina, de S.M. el Emperador del Brasil y de S.E. el Gobernador Provisorio de la República Oriental, en virtud de nuestros plenos poderes, firmamos este tratado y le hacemos poner nuestros sellos en la Ciudad de Buenos Aires, el 1° de Mayo del año de Nuestro Señor de 1865.

C. DE CASTRO

J. OCTAVIANO DE ALMEIDA ROSA

RUFINO DE ELIZALDE.



PROTOCOLO

SS. EE. los Plenipotenciarios de la República Argentina, de la República Oriental del Uruguay, y de S. M. el Empera­dor del Brasil, hallándose reunidos en el Despacho de Nego­cios Extranjeros, han acordado:

1°) Que en cumplimiento del Tratado de Alianza de esta fecha, las fortificaciones de Humaitá serán demolidas, y no será permitido erigir otras de igual naturaleza, que puedan impedir la fiel ejecución de dicho Tratado;

2°) Que siendo una de las medidas necesarias para garan­tir la paz con el gobierno que se establecerá en el Paraguay, el no dejar allí armas o elementos de guerra, los que se encuen­tran serán divididos por partes iguales entre los aliados;

3°) Que los trofeos y botín que se tomen al enemigo serán divididos entre los aliados que hagan la captura;

4°) Que los jefes de los ejércitos aliados concertarán las medidas para llevar á efecto lo aquí acordado.

Y firmaron este Protocolo en Buenos Aires el 1° de Mayo de 1865.

CARLOS DE CASTRO,

F. OCTAVIANO DE ALMEIDA ROSA,

RUFINO DE ELIZALDE.

Fuente: LAS CAUSAS DE LA GUERRA. Por RICARDO CABALLERO AQUINO. Colección 150 AÑOS DE LA GUERRA GRANDE - N° 01 © El Lector (de esta edición). Director Editorial: Pablo León Burián. Asunción – Paraguay. Setiembre, 2013 (104 páginas)



LA MARINA DE GUERRA ALIADA - GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA

Por CÉSAR CRISTALDO


Bien es conocido que todo el peso del sostenimiento de la Guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay fue llevado por el Imperio del Brasil, tanto en dotación de hombres, logís­tica, el financiamiento como toda la estructura bélica que los aliados utilizaron en la guerra. En ese contexto se menciona que casi la totalidad de la flota aliada estaba integrada por los navíos de la imponente escuadra imperial. Es más, en la única prueba de combate donde entró en acción un buque argentino fue en el Paso de Cuevas, en 1865, después la armada argentina pasó desapercibida. A continuación se mencionan los buques que conformaron aquella soberbia flota aliada:


Escuadra Imperial del Brasil

NOMBRE/ TIPO/ DESPLAZAMIENTO/ PROPULSIÓN

-AMAZONAS-Acorazado-1.800 Ton.      -Vapor

- COLOMBO-Acorazado-858 Ton.-Vapor

- CABRAL-Acorazado-858 Ton.-Vapor

- BARROSO-Acorazado        -1.354 Ton.-Vapor

- TAMANDARÉ-Acorazado-775 Ton.-Vapor

- Río DE JANEIRO-Acorazado-775 Ton.-Vapor

- PRINCESA DE JOINVILLE-Acorazado-s/d.-Vapor

- FORTE DE COÍMBRA-Bombardera-338 Ton.-Vapor

- PEDRO ALFONSO-Bombardera-338 Ton.-Vapor

- IPIRANGA-Cañonera-350 Ton.-Vapor

- MAGÉ-Cañonera-350 Ton.-Vapor

- IGUATEMI-Cañonera-400 Ton.-Vapor

- ARAGUAIA-Cañonera-400 Ton.-Vapor

- ARAGUARY-Cañonera-400 Ton.-Vapor

- IVAHAY- Cañonera-400 Ton.-Vapor

- MEARIM-Cañonera-415 Ton.-Vapor

- ITAJAHY-Cañonera-415 Ton.-Vapor

- IBICUÍ-Cañonera-415 Ton.-Vapor

- TIETÉ-Cañonera-415 Ton.-Vapor

- IGUREI-Cañonera-s/d.-Vapor

- BELMONTE-Cañonera-s/d.-Vapor

- TAQUARI-Cañonera-s/d.-Vapor

- UNIAO-Cañonera-s/d.-Vapor

- URUGUAY-Cañonera-s/d.-Vapor

- TRAMANDAHY-Cañonera-s/d.-Vapor

- RECIFE-Corbeta-s/d.-Vapor

- PARANAHYBA-Corbeta-602 Ton.       -Vapor

- BRASIL-Corbeta-1.518 Ton.        -Vapor

- BEBERIBÉ-Corbeta-1.518 Ton.-Vapor

- HERVAL-Corbeta-1.444 Ton.-Vapor

- JEQUITINHONHA-Corbeta-637 Ton.-Vapor

- GREENHALG-Corbeta-s/d.-Vapor

- MARACANÁ-Corbeta-s/d.-Vapor

- ONZE DE JUNHO-Aviso    s-/d.-Vapor

- CHUM-Aviso-s/d.-Vapor

- VOLUNTARIOS DE LA PATRIA-Aviso -s/d.-Vapor

- GENERAL OSORIO-Aviso-s/d.-Vapor

- SILVADO-Monitor Acorazado-350 Ton.-Vapor

- PARA-Monitor  Acorazado-342 Ton.-Vapor

- Rio GRANDE DO SUL-Monitor  Acorazado-342 Ton.     -Vapor

- CEARÁ-Monitor Acorazado-342 Ton.-Vapor

- PIAUHY-Monitor Acorazado-342 Ton.-Vapor

- SANTA CATARINA-Monitor Acorazado-342 Ton.-Vapor

- ALAGOAS-Monitor Acorazado-342 Ton.-Vapor

- LIMA BARROS-Monitor Acorazado-1.702 Ton.-Vapor

- DUQUE DE SAXE-Transporte-s/d.-Vapor

- APA-Transporte--s/d.-Vapor

- MARCILIO DÍAZ-Transporte-s/d.-Vapor

- ISABEL-Transporte-s/d.-Vapor

- SALGO-Transporte-s/d.-Vapor

- PRESIDENTE-Transporte-s/d.-Vapor

- SUZAN BEARNH-Transporte-s/d.-Vapor

- WITH INCH-Transporte-s/d.-Vapor

- ANHAMBAY-Buque  Fluvial-s/d.-Vapor

- ANTONIO JOAO-Buque Fluvial-s/d.-Vapor

- JAURÚ-Buque Fluvial-s/d.-Vapor

- MARQUÉS DE OLINDA-Buque Fluvial-198 Ton.-Vapor

- LINDÓIA-Chata artillada-s/d

- RIACHUELO-Chata astillada-s/d

- CUEVAS-Chata artillada-s/d

- JACOBINA-Chata artillada-s/d


ESCUADRA NAVAL ARGENTINA

La Marina de Guerra argentina entró en operaciones en la batalla de la ciudad de Corrientes, el 25 de mayo de 1865. Los barcos que participaron en aquella batalla fueron el PAMPERO y el PAVÓN. Posteriormente, el 12 de agosto de 1865 al mando directo de Luis Py y llevando la insignia del coronel José Murature fue el único buque de guerra argentino que, integran­do la División Brasileña, participó del combate de Paso de Cuevas, última acción de combate contra otras naciones de la Armada Argentina hasta la Guerra de Malvinas.

Cada barco demoró en pasar alrededor de media hora, recibiendo de las baterías paraguayas un promedio de 20 impactos cada uno. EL GUARDIA NACIONAL iba en la quinta posición de la línea aliada, inmediatamente después del AMA­ZONAS, buque insignia de Barroso. Murature, para demostrar el valor de sus hombres, demoró el paso y durante tres cuar­tos de hora se cañoneó con las baterías paraguayas. Tras efec­tuar 38 disparos y conseguir silenciar momentáneamente la batería de la playa, prosiguió su camino.

El parte del almirante brasileño hizo específica mención a la actuación del GUARDIA NACIONAL: "Este vapor pasó con toda bizarría, sin dejar de hacer fuego con toda su artillería, contestan­do así al que recibía, con lo cual me dejó muy satisfecho. Nuestros buques pasaron todos contestando el fuego hecho desde las baterías, cumpliendo en tal forma con su deber". Francisco Manuel Barro­so, Comando de la la División de la Escuadra del Brasil en el Río de la Plata. A bordo del vapor AMAZONAS, Rincón del Soto, 13 de agosto de 1865.

Los buques argentinos fueron:

NOMBRE/TIPO/DESPLAZAMIENTO/PROPULSIÓN

- PAMPERO-Cañonera-s/d.-Vapor

- PAVÓN-Cañonera-s/d.-Vapor

- CAAGUAZÚ-Cañonera-s/d.-Vapor

- GUARDIA NACIONAL-Cañonera-549 Ton.-Vapor

- GUALEGUAY-Vapor Mixto-80 Ton.-Vapor

- 25 DE MAYO-Vapor Mixto-110 Ton.-Vapor

- BUENOS AIRES-Vapor Mixto-s/d.-Vapor

- LIBERTAD-Vapor Mixto-s/d.-Vapor

- CHACABUCO-Corbeta-1670 Ton. -Vapor


LAS ACCIONES PREVIAS

EL SUCESO DEL PARAGUARI EN MONTEVIDEO

Poco antes de culminar el periodo gubernamental del pre­sidente de la República Oriental del Uruguay don Bernardo Berro, se produjo un incidente en el puerto de Montevideo, que casi desembocó en un conflicto entre el Paraguay y el Gobierno uruguayo. Coincidentemente se encontraba en el puerto de Montevideo el vapor nacional PARAGUARÍ, que con­ducía a bordo a varios desterrados uruguayos; fue detenido y revisado por las fuerzas uruguayas, hecho que motivó el disgusto del Gobierno paraguayo.

Mientras en Asunción se oían voces de protestas ante la actuación poco feliz de las fuerzas militares uruguayas, en contra del vapor nacional PARACUARÍ; el nuevo mandatario uruguayo Atanasio Aguirre, dirigió una carta al presidente paraguayo general Francisco Solano López, comunicándole su ascensión a la primera magistratura del Uruguay y su in­tención de continuar con las gestiones iniciadas por su pre­decesor para encontrar un convenio perdurable con el Para­guay. En su contestación, el presidente paraguayo general Francisco Solano López, lamentó el incidente del PARACUA­RÍ, y declaró "que mientras no le fuera proporcionada la precisa satisfacción que había solicitado, las relaciones con el Uruguay se suspenderían". Las explicaciones del canciller Herrera fueron insuficientes. Finalmente el impasse entre ambos países fue superado.


LA CAPTURA DEL MARQUÉS DE OLINDA

La noticia de la invasión brasileña al territorio uruguayo llegó a conocimiento del presidente paraguayo, general Fran­cisco Solano López, con la respuesta del general Justo José de Urquiza, a sus últimas sugestiones. Éste no creyó oportuno ningún pronunciamiento contra Buenos Aires, pero volvió a hacer efectivas sus declaraciones contra el Imperio del Brasil. Después de algunas indecisiones, y no enteramente satisfe­cho con las promesas del general Urquiza, "de dudosa autenti­cidad"... al decir del historiador paraguayo Efraím Cardozo, el Gobierno paraguayo decidió iniciar las hostilidades con el Imperio del Brasil.

La decisión estaba en manos del presidente López. La con­dición de la protesta del 30 de agosto de 1864 estaba cumpli­da. El Imperio del Brasil desoyó el reclamo paraguayo e inva­dió el territorio del Uruguay, hecho que el Paraguay, según lo había anunciado en la nota-protesta del 30 de agosto de 1864, no consentiría y consideraría "Casus Belli", la invasión imperial al Uruguay.

En esos días arribó a Asunción el diplomático uruguayo José Vázquez Sagastume. El Presidente paraguayo invitó al ministro uruguayo para que se trasladara al Cuartel General del ejército paraguayo creado en Cerro León, a fin de infor­marle oficialmente sobre la invasión del territorio de su pa­tria. El Campamento Cerro León estaba ubicado en un lugar cercano al pueblo de Paraguarí.

En la madrugada del 11 de noviembre de 1864 fondeó en Asunción el barco brasileño MARQUÉS DE OLINDA que hacía regularmente el servicio de cargas y pasajeros entre Montevi­deo y Corumbá, con escalas en Buenos Aires y Asunción. Por­taba 198 toneladas, navegaba al mando del teniente Manuel Luis da Silva Santos, con 43 hombres de tripulación y traía como pasajeros al coronel Federico Carneiro de Campos, re­cién designado presidente de la Provincia de Mato Grosso, diez militares brasileños y el nuevo cónsul general argentino Adolfo Soler y dos colonos italianos. Horas después llegó a la capital, procedente del Campamento de Cerro León el tenien­te coronel Antonio de la Cruz Estigarribia, con las órdenes escritas del Presidente de la República general Francisco S. López, para impedir la salida del buque brasileño o capturar­lo allí donde se encontrara.

Se dispuso que el TACUARÍ, buque insignia de la escuadra naval paraguaya, zarpara el 12 de noviembre a la 6 y 30 de la tarde, al mando del teniente 1° de marina Remigio Cabral. El ministro de Guerra y Marina, coronel Venancio López, orde­nó que otro buque de la flota, el Río APA al mando del alférez 1° de marina Toribio Pereira, acompañara al TACUARÍ con un cañón a bordo, para el caso de que el MARQUÉS DE OLINDA opusiera resistencia. El MARQUES DE OLINDA fue alcanzado en ese mismo día, a las 11 en punto, en el paraje Curuzú Chicá, actual Puerto Antequera. Allí paso el comandante Remigio Cabral una intimación escrita para que se detuviera y vol­viera en el acto a Asunción. El comandante brasileño quiso contestar la nota paraguaya, pero su escrito no fue acepta­do a bordo del TACUARÍ. Volvió entonces la proa y escoltado siempre por los dos barcos paraguayos desanduvo el camino, navegando hacia Asunción donde llegaron a las 10 y 45. Allí quedo bajo la custodia de los cañones del TACUARÍ.

La nota paraguaya en la que se argumentaba la ruptura de las relaciones oficiales de los gobiernos del Paraguay y del Imperio del Brasil, fue entregada por el ministro de Relacio­nes Exteriores del Paraguay, don José Berges al ministro re­sidente del Imperio del Brasil César Sauvan Vianna de Lima, quien contestó la misma al día siguiente, solicitando los pasa­portes correspondientes de él, su familia, y del personal de la legación, con el fin de abandonar el país, por el inicio de las hostilidades.


OPERACIÓN NAVAL EN PAYSANDÚ

Una fuerte escuadra naval al mando del almirante Taman­daré, llegó a Montevideo a mediados de 1864, con el fin de advertir y presionar al Gobierno uruguayo, para que cumpla con los pedidos de satisfacciones exigidos por el Brasil a di­cho gobierno, por los atropellos que sufrían en territorio uru­guayo los súbditos brasileños. Y en los primeros días del mes de setiembre de 1864, el buque de guerra uruguayo VILLA DEL SALTO, fue atacado, sin existir una declaración de guerra por un barco de guerra imperial.

La primera operación naval del conflicto platino aconteció el 4 de diciembre de 1864, cuando una división de la Marina de Guerra brasileña integrada por las corbetas BELMONTE, RE­CIFE y PARANAHIBA y las cañoneras IVAHY y ARAGUAIA, al man­do del almirante Joaquim Marques Lisboa, Barón de Taman­daré, después de un recio bombardeo de la plaza, éste ordeno el desembarco de las fuerzas brasileñas que iniciaron el sitio de Paysandú. A bordo del buque RECIFE en esa oportunidad se trasladó un contingente de fusileros de la Infantería de Ma­rina que al mando de los tenientes Da Silva Freitas y Antonio Manuel Perdigão Fernándes desembarcó en vanguardia al sur de Paysandú. Los buques brasileños permanecieron en el área apoyando las operaciones del sitio hasta la caída de la plaza el 2 de enero de 1865, donde el coronel Leandro Gómez y sus tropas fueron fusilados. Con éstos hechos el Imperio del Brasil pisoteaba el tratado de 1850, que le obligaba a salva­guardar la independencia del Uruguay y no invadirla.

Fuente: LAS BATALLAS NAVALES (GUERRA DE LA TRIPLE ALIANZA). Por CÉSAR CRISTALDO DOMÍNGUEZ - Colección 150 AÑOS DE LA GUERRA GRANDE - N° 10 © El Lector (de esta edición). Asunción – Paraguay, Noviembre, 2013 (130 páginas)



DESPACHO PRIVADO DEL MARQUES DE CAXIAS, MARISCAL DE EJÉRCITO EN LA GUERRA CONTRA EL GOBIERNO DEL PARAGUAY, A S.M. EL EMPERADOR DEL BRASIL, DON PEDRO II (CAXIAS DESCRIBE Y ALABA AL PARAGUAYO, Y RENUNCIA)

Cuartel General en Marcha en Tujukue - 18 de noviembre de 1867

Majestad:

Después de besar respetuosamente la mano Imperial de V.M., paso a cumplir con su augusta orden de informar a V.M. por vía privada, de la situación e incidentes más culminantes de los ejércitos imperiales, y de manera precisa que VM. Me ha encargado.

No obstante el esfuerzo destinado en formar la conciencia de las tropas, de que el lamentable acontecimiento de

Tujuti fue favorable para nuestras armas, por tener el pequeño resto de nuestras fuerzas en aquel campo restablecido la posesión de las posiciones perdidas en manos del enemigo, durante el combate, tales han sido sus efectos, como ya tuve la honra de informar a V.M. que es moralmente imposible sofocar la profunda conmoción que ese deplorable acontecimiento produjo y aún está produciendo en nuestras tropas.

Los gloriosos e importantes acontecimientos que por su parte coronaron nuestras armas en Vanguardia y nos dieron la ocasión de realizar la ejecución de nuestro gran pensamiento, de nuestra gran operación militar y nuestro gran paso estratégico de sitiar completamente al enemigo por agua y tierra, como el más eficaz, el más poderoso y el único medio de vencerlo, haciéndole rendirse por falta de vivieres, por falta de municiones y por falta de todo recurso de que se provea con su comunicación con el resto del país, ha servido, no hay duda, de un admirable y prodigioso estímulo para nuestras fuerzas. Después de cortar la línea telegráfica en su curso desde Villa del Pilar, después de tener cortada la comunicación terrestre del enemigo, sobre la parte oriental del río Paraguay, y llegar hasta la margen izquierda de este río y establecido en un punto de la fuerte de batería, de nuestros mejores cañones, como tengo oficial y particularmente informado de todo eso a V.M., era natural que hubiese un gran y universal regocijo en todo el Ejército, en que participamos, al más alto grado, sus jefes, porque creíamos, ciertamente, que no más de cuatro o seis, y cuando mucho, ocho o diez días, serían únicamente necesarios para que López se rindiese incondicionalmente con todo su ejército.

El contraste de Tujutï fue adormecido por esta inesperada y felicísima perspectiva, pero me es pesaroso tener que informar a V.M. que si grande fue la esperanza, el ánimo y la satisfacción de los ejércitos imperiales del que tengo la gran honra de ser su comandante en jefe y en GRADO AUN MAYOR FUE SU CRECIENTE DESILUSIÓN Y SU DESMORALIZADOR DESALIENTO, CUANDO SE VIÓ POR HECHOS PRÁCTICOS DE LAMENTABLES EFECTOS Y CONSECUENCIAS, QUE EL ENEMIGO (PARAGUAY) NO SOLO CONSERVA SU VIGOR, DESPUES DE TANTOS DIAS DE CERRADO SITIO, SINO QUE, BURLANDO NUESTRAS ESPERANZAS Y NUESTROS MEDIOS, abrió un camino grande y largo de comunicación por la parte del chaco, que se encuentra protegido y fuera del alcance de nuestras armas.

(...) Todos los encuentros, todos los asaltos, todos los combates existentes desde Coímbra y Tujutï, MUESTRAN Y DEMUESTRAN, DE UNA MANERA INCONTESTABLE, QUE LOS SOLDADOS PARAGUAYOS ESTÁN CARACTERIZADOS POR UNA BRAVURA, POR UN ARROJO, POR UNA INTREPIDEZ Y POR UNA VALENTÍA QUE RAYA LA FEROCIDAD, SIN EJEMPLO EN LA HISTORIA DEL MUNDO.

Cuando estos soldados eran reclutas, esas cualidades ya las tenían y se habían adiestrado de una manera sorprendente. Hoy esos soldados reúnen a esas cualidades la pericia militar adquirida en los combates; su disciplina proverbial de MORIR ANTES QUE RENDIRSE Y MORIR ANTES DE CAER PRISIONEROS. Porque TIENEN ESA ORDEN DE SU JEFE, había AUMENTADO por la moral adquirida, ES NECESARIO DECIRLO, PORQUE ES LA VERDAD, EN LAS VICTORIAS, LO QUE VIENE A FORMAR UN CONJUNTO QUE CONSTITUYE ESOS SOLDADOS EN UN SOLDADO EXTRAORDINARIO, INVENCIBLE, SOBREHUMANO.

LÓPEZ tienen también el DON SOBRENATURAL DE MAGNETIZAR A LOS SOLDADOS, INFUNDIÉNDOLES UN ESPÍRITU QUE NO SE PUEDE EXPLICAR SUFICIENTEMENTE CON LAS PALABRAS: EL CASO ES QUE SE VUELVEN EXTRAORDINARIOS, LEJOS DE TEMER EL PELIGRO, ENFRENTANDO CON UN ARROJO SOPRENDENTE, LEJOS DE ECONOMIZAR SU VIDA, PARECE QUE BUSCAN CON FRENÉTICO INTERÉS Y OCASIÓN DE SACRIFICARLA HEROICAMENTE Y VENDERLA POR OTRA VIDA O POR MUCHAS VIDAS DE SUS ENEMIGOS. Todo eso hace que, ante los SOLDADOS PARAGUAYOS, no sean garantía la ventaja numérica, la ventaja de elementos y las ventajas de posición: TODOS ES FACIL Y ACCESIBLE PARA ELLOS. A estas circunstancias que son de inestimable importancia, se une un fenómeno verdaderamente SORPRENDENTE. El número de los soldados de LÓPEZ es incalculable, todo cálculo a este respecto es falible, porque todos los cálculos han fallado. LÓPEZ tiene un gran de fuerzas en su cuadrilátero de Paso Puku, tiene fuerzas fuera de estas posiciones; tiene fuerzas en el interior de la República; tiene fuerzas en el Alto Paraguay; tiene fuerzas estacionados en varios campamentos como Asunción, Cerro León y otros; y tiene fuerzas en el Chaco Y TODA ESAS FUERZAS SON UNA MISMA EN SU VALOR, EN SU ENTUSIASMO Y SU DISCIPLINA Y MORAL; Y TODAS ESAS FUERZAS NO SON DE SOLDADOS SIN ARMAS, DE ARMAS SIN SOLDADOS, SINO DE FUERZAS TANTO AL N (NORTE) COMO AL S (SUR); AQUI Y EN TODAS PARTES, AYER Y HOY YA SE HAN EXPERIMENTADO. ESAS FUERZAS TAMPOCO SON DE HOMBRES DESNUDOS Y HAMBRIENTOS, SINO DE HOMBRES, NO OBSTANTE MAL VESTIDOS, ROBUSTOS, DE SOLDADOS QUE SEAN DE NUEVE PALMOS O DE CINCO, TODOS SON UNO.

Vuestra Majestad, tiene a bien encargarme muy especialmente del empleo del oro, para, acompañado al sitio, solucionar la campaña del Paraguay, que viene haciéndose demasiado larga y cargada de sacrificio y aparentemente IMPOSIBLE por la acción de las armas, pero el oro, Majestad, es RECURSO INEFICAZ CONTRA EL FANATISMO PATRIO DE LOS PARAGUAYOS desde que están bajo el MIRAR FASCINANTE Y EL ESPÍRITU MAGNETIZADOR DE LÓPEZ. Y es PRECISO CONVENCERSE, pues será crasa necedad mantener todavía lo contrario, que: LOS SOLDADOS, O SIMPLES CIUDADANOS, MUJERES Y NIÑOS, EL PARAGUAY TODO CUANTO ES ÉL Y LÓPEZ, SON UNA MISMA COSA, UNA SOLA COSA, UN SOLO SER MORAL E INDISOLUBLE; LO QUE VIENE A DAR COMO RESULTADO QUE LA IDEA PROCLAMADA DE QUE GUERRA ES CONTRA LÓPEZ Y NO CONTRA EL PUEBLO PARAGUAYO, NO SOLO ES ASAZ QUIMERA, SINO QUE, COMPRENDIENDO ESE PUEBLO DE QUE LÓPEZ ES EL MEDIO REAL DE SU EXISTENCIA, SE COMPRENDA TAMBIEN QUE ES IMPOSIBLE QUE LÓPEZ PUEDA VIVIR SIN EL PUEBLO PARAGUAYO, Y A ÉSTE SEA IMPOSIBLE VIVIR SIN LÓPEZ, Y ES AQUÍ, MAJESTAD, UN ESCOLLO INSUPERABLE, UN ESCOLLO QUE POR SI MISMO QUIEBRA Y REPELE EL VERBO DE LA GUERRA DEL PARAGUAY, EN LA CAUSA Y EN LOS FINES.

Y es aquí lo que muestra la lógica de que es imposible de vencer a LÓPEZ, y que es imposible el triunfo de la guerra contra el Paraguay; porque resulta insostenible de que se hace contra LÓPEZ, y que en vez de ser una guerra que apunte hacia la meta de legítimas aspiraciones, sea una guerra determinada y terminante de destrucción, de aniquilamiento.

Esto muestra, incuestionablemente, que no tuviéramos doscientos mil hombres para continuar la guerra al Paraguay, habríamos en caso de triunfo, conseguido reducir a cenizas la población entera; y esto no es exagerado, porque estoy en posesión de datos irrefutables que anticipadamente prueban que, si acabásemos de MATAR A LOS HOMBRES, tendríamos que COMBATIR CON LAS MUJERES, que reemplazarán a éstos CON IGUAL VALOR, con el mismo ardor marcial y con el ímpetu y la constancia que inspiran el ejemplo de los parientes queridos y nutre la sed de venganza. Y sería ADMISIBLE un posible triunfo SOBRE UN PUEBLO DE ESA NATURALEZA?. Podemos, acaso, contar con elementos para conseguirlo, y si aún lo consiguiésemos, cómo lo habríamos conseguido?. Y, después qué habríamos conseguido?. Cómo habríamos conseguido, fácil es saber, tomando por exacto e infalible antecedente del tiempo que tenemos empleado en esa guerra, los inmensos recursos y elementos estérilmente empleados en ella; los muchos millares de hombres también estérilmente sacrificados en ella, en una palabra, los incalculables e inmensos sacrificios de todo género que ella nos cuesta; y si todo eso no haya dado por resultado más que nuestra abatida situación, cuanto tiempo, cuántos hombres, cuántas vidas y cuantos elementos y recursos precisaremos para terminar la guerra, ESTO ES, PARA CONVERTIR EN HUMO Y POLVO TODA LA POBLACION PARAGUAYA, PARA MATAR HASTA EL FETO DEL VIENTRE DE LA MUJER Y MATARLO NO COMO FETO, AUNQUE COMO UN ADALID. Y lo que tendríamos conseguido, también es difícil decir: sería sacrificar un número diez veces mayor de hombres de los que son los paraguayos, sería sacrificar un número diez o veinte veces mayor de mujeres y niños de lo que son los niños y mujeres paraguayas; sería sacrificar un número cien mil veces mayor de toda clase de recursos de lo que son los recursos paraguayos; sería conquistar no un pueblo, pero un vasto cementerio en que sepultaríamos en la nada toda la población y recursos paraguayos y cien veces más la población y recursos brasileños. Y que seríamos sobre un vasto cementerio? SERÍAMOS LOS SEPULTUREROS QUE TENDRÍAN QUE ENTERRAR LAS CENIZAS DE NUESTRAS VÍCTIMAS, que responder a Dios y al mundo de sus clamores, y más que esto, desaparecida la población paraguaya, desaparecida la nación paraguaya y desaparecida en proporción equivalente la población Brasileña, quien sería, sino, única y exclusivamente el Brasil el responsable delante de las naciones extranjeras de los inmensos daños causados con esta guerra y a sus súbditos (...)

Todas estas consideraciones y otras que aún omito, por dejarla a la ilustrada interpretación de V. Majestad, ME HACEN INSISTIR EN LA IDEA DE LA PAZ.

A la PAZ CON LÓPEZ, la paz, Imperial Majestad, es el único medio salvador QUE NOS RESTA. LÓPEZ ES INVENCIBLE, LÓPEZ PUEDE TODO; y sin la paz, Majestad, TODO ESTARÁ PERDIDO, y antes de presenciar ese cataclismo funesto, estando yo al frente de los ejércitos imperiales, SUPLICO A V. MAJESTAD LA ESPECIALÍSIMA GRACIA DE OTORGARME MI DIMISIÓN DEL HONROSO PUESTO QUE V. MAJESTAD METIENE CONFIADO.

Entiendo cumplidos mis altos deberes, de mariscal y comandante en jefe de los ejércitos de V. Majestad, de leal súbdito de V. Majestad, de las calificadas dignidades que me ligan a la casa imperial, y de mi lealtad de ciudadano, ruego a V. Majestad, quiera dignarse recibir en buena hora mi exposición privada.

Hago sinceros votos por la augusta vida de V. Majestad, por la excelente salud de la familia imperial, y el acierto del Gobierno Imperial de V. Majestad.


Beso la Imperial mano de V. Majestad.

El Maqués de Caxías (Luis Alves de Lima e Silva)

Del libro GENOCIDIO AMERICANO. LA GUERRA DEL PARAGUAY,

De Julio José Chiavenato-Pags. 205 al 209 y 223




SANIDAD MILITAR - HOSPITALES DE CAMPAÑA

Por LUIS VERÓN


En el frente de operaciones existieron hospitales en diver­sos puntos: Paso Pucú, Humaitá, además de otros pueblos y ciudades, como Concepción, Villa Rica, Luque, Villeta, Cerro León, Encarnación, Piribebuy -de trágica historia-.

Para tener una idea de aquellas trágicas jornadas que le cupo vivir al pueblo paraguayo, apelamos a un dramático relato del farmacéutico inglés George Masterman sobre la situación sanitaria durante la Guerra de la Triple Alianza, dice que los enfermos "eran enviados a Cerro León, general­mente para morir".

"No era medicamentos, sino comida apropiada lo que faltaba, y los pacientes de disentería alimentados exclusivamente con carne hervida no tenían muchas posibilidades de salvarse [...]. Hubo tam­bién epidemias de sarampión, neumonía, viruela y de cólera [...]. La mortandad causada por cada una de ellas fue espantosa; antes de que ninguna batalla seria fuera dada en el país, los paraguayos habían perdido 50.000 hombres en los hospitales.

"Ellos llegaban, pobre gente, en vapores semi destartalados des­de el frente, luego de una travesía de tres o cuatro días [...]. La con­dición en la cual llegaban era espantosa, más allá de toda expresión, y yo veía sus sufrimientos con una indignada piedad que frecuente­mente me abrumaba por completo.

"Todos casi desnudos, con las heridas descubiertas, sucios y hambreados, y tan desnutridos que una vez muertos se secaban casi sin descomposición  [...].  Ya­cían durante una semana a veces, o hasta morir, en el suelo; pero na­die oyó nunca una voz de queja, soportaban todo con un heroísmo silencioso, lo que provocó nuestra profunda simpatía".

Durante el conflicto siguió funcionando el hospital de Humaitá, establecido algún tiempo antes del conflicto y de donde salieron la mayoría de los médicos y cirujanos que tan heroica actuación tuvieron en la atención de los heridos y enfermos durante la guerra.

Este hospital atendía al cercano campamento de Paso de Patria, donde llegaron a revistar 12.000 hombres.

El hospital de Humaitá se hallaba a bastante distancia de los cuarteles y a retaguardia de las baterías costeras. Cuando este punto cayó en poder de los enemigos, quedó convertido en hospital de los aliados. Después de la guerra siguió en ser­vicio, pues, cuando se imponía la revisión de buques o cua­rentenas, el puerto de Sanidad era punto obligado para estos menesteres.

Poco antes de la guerra también fue habilitado un hospital en Concepción, que estuvo atendido por los cirujanos Cirilo Solalinde y Wenceslao Velilla.

Otro importante hospital fue establecido en el campamen­to Cerro León, lugar al que eran trasladados mediante el ferrocarril los convalecientes del Hospital Militar de Asunción, para su correspondiente reposo y recuperación.

La leva masiva hacia el frente sur desocupó de reclutas los numerosos pabellones del campamento Cerro León, y los mismos fueron destinados a hospital de enfermos y recupe­ración de heridos.

En 1866 a poco de iniciarse la contienda otros ingredientes se sumaron al conflicto, como el caso de la disentería, luego el cólera, muchas veces más implacables que las propias balas enemigas.

A raíz de estas situaciones, solo en el campamento Cerro León más de 3.000 enfermos eran atendidos. Para la manu­tención de estas personas -anteriormente los soldados ins­truidos-, se faenaban 23 reses diarias y se consumían más de 2.000 kilos de maíz. Caravanas de carretas traían hasta el campamento mandioca de Pirayú y naranjas de Itá, Yaguarón y Piribebuy.

A legua y media al sur de Humaitá también funcionó un hospital conocido con el nombre de Méndez, donde fueron tratados los heridos de la batalla de Curupayty y, luego, fue importante -así como los otros hospitales de campaña y de Asunción- para el tratamiento de los enfermos de cólera y otras epidemias.

Cuando la campaña de Mato Grosso, se había instalado un pequeño hospital en Corumbá.



Durante la ocupación de Uruguayana, en 1865, se instaló un hospital en la catedral de esa ciudad.

Cuando se hizo inminente la invasión aliada aquende el río Paraná, el mariscal López ordenó el traslado de los ser­vicios sanitarios al campamento de San Fernando, sobre el río Tebicuary, a pocos kilómetros de su confluencia con el río Paraná. En tanto, se instaló un gran hospital entre Paso Pucú y Humaitá, que llegó a albergar a más de 2.000 enfermos y he­ridos. Para ello fueron construidas una docena de casas bien hechas, con techos de paja.

En esta época, la Sanidad del Ejército disponía de una En­fermería en cada división para la atención de heridos y enfer­mos leves.

La carencia de medicamentos fue salvada con las recetas preparadas con plantas medicinales conocidas en el país.

Cuando el Ejército se replegó hacia Itá Ybaté, el Gobierno dispuso que varias casas de la ciudad de Villeta hicieran las ve­ces de hospitales de sangre. También se instaló un hospital en la zona de Cumbarity, aunque, por la situación de asedio de las fuerzas aliadas, este nosocomio no pudo cumplir gran papel. Luego de las batallas de la campaña de Pikysyry, los enfer­mos debieron ser trasladados al campamento Cerro León, y de allí a Caacupé y Piribebuy. Este último estuvo dirigido por los cirujanos Wenceslao Velilla y Esteban Gorostiaga.

Este hospital, según una crónica del periódico ESTRELLA, marchaba muy bien en los días en que la ciudad de Piribe­buy fungía de capital de la República, ente marzo y agosto de 1869: "su excelente localidad unida a un buen régimen higiénico­médico y a un aseo esmerado, ha puesto ya casi a todos los heridos en estado de volver al palenque de la guerra, en breve, pues les veremos completamente recuperados. Los demás enfermos son pocos y con­valecen rápidamente".

Agregaba el suelto periodístico: "La salud pública es satis­factoria: en el pueblo no se experimenta ninguna enfermedad epi­démica, habiéndose notado solamente en estos días algunos resfríos, debido a las variaciones atmosféricas".

Los medicamentos utilizados para el tratamiento prove­nían de plantas medicinales como borraja, ajenjo, ruda, yer­babuena, manzanilla, etc.

Al culminar la sangrienta batalla que tuvo lugar el 12 de agosto de 1869 en Piribebuy, por orden del conde D'Eu el hos­pital fue incendiado y murieron quemados muchos enfermos y heridos, además de algunas enfermeras, como Francisca Yegros de Yegros. Misma suerte corrió el hospital de Caacupé, donde murieron quemados y carbonizados enfermos y heridos.

Este villorrio estaba poblado por muchas mujeres y niños y, "el espectáculo más lamentable se ofrecía allí -dice Juan Cri­sóstomo Centurión-:

"Mujeres, niños y viejos, cuya nutrición exclusiva era la harina extraída de la palmera macauba, presentaban el aspecto de esquele­tos ambulantes y habían llegado al último estado de debilidad y ane­mia. Además, existía un inmundo depósito de heridos y enfermos, intitulado hospital -a cargo del italiano Doménico Parodi-, dentro del cual 600 infelices respiraban el aire infectado por putrefacción de 30 cadáveres insepultos".

Otro hospital destruido, poco antes, fue el ubicado en la planta siderúrgica de El Rozado, en Cordillerita, Ybycuí.

Con la destrucción de estos, desaparecieron los hospitales de sangre que funcionaron durante la Guerra contra la Triple Alianza.

Un improvisado hospital del que se tiene noticia es el que se instaló en Sanja hû, cerca de Panadero, donde quedaron unos 700 enfermos al cuidado de algunas mujeres, mientras los restos del Ejército nacional se dirigía a su holocausto fi­nal. Estos desgraciados, después, sucumbieron todos de in­anición. Los blanquecidos huesos de aquellos desgraciados y de sus cuidadoras fueron encontrados años después, cuando la expedición demarcadora de límites pasó por el lugar en su trayecto de exploración y definición de los límites entre el Brasil y nuestro país.



LAS ENFERMERAS

El papel desempeñado por las mujeres en la atención de enfermos y heridos fue de gran importancia. Sus delicadas manos, sus atentos cuidados y sus oraciones y voces de con­suelo fueron bálsamos para los dolientes en aquellas doloro­sas jornadas.

En los hospitales asunceños actuaron Casiana Decoud, Do­lores Ángela Ayala, Concepción Espínola, Delos Ángeles Romero, Dolores Cáceres, Bonifacia Almirón, Francisca Acosta, Francisca Sosa, Raimunda Pérez, Juana Duarte, Basilia Acos­ta, Dolores Ibarra, Lucía Torres, Josefina Antonia Mendoza, Bienvenida Cáceres, Del Carmen Vázquez, Candelaria Du­rán, Petrona Encina, Magdalena Gayoso, María Soto, Dolores Caballero, María Antonia Domínguez, Candelaria Valiente, Leona Soria, Carlota Mendoza, Trifona Caballero, Serapia Gill, Claudia Benítez, Antonia Moreno, Brígida Marecos, Ignacia Gómez, De los Ángeles López, Dolores Fernández, Teodora Mongelós, Aniceta Acevedo, De los Ángeles Silva, Petrona Amarilla, Germana Riquelme, Teodora Bogado, De Jesús Alfaro, María Ana Benítez, Emeteria Cañete, Eufrasia Castillo y Marcelina Samaniego.

También actuaron en Asunción Juana Cañete, Natividad Gill, Juana María Céspedes, Juana Villalba, Candelaria Mora­les, Felipa Ramos, Del Carmen Olmedo, Escolástica Balbue­na, De los Ángeles García, Hermenegilda Pereira, Manuela Ganzó, Gertrudis Arce, Tomasa González, Facunda Verdún, María Salinas, Juana Romero, Josefa Arce, Magdalena Ruiz Díaz, Andresa Aquino, Benita Santos, Juana Beatriz Ramí­rez, Cándida Sánchez, Pascuala Vera, Polonia Serrano, Brí­gida González, Bernarda Oliva, Estanislaa Encina, Rosalía Mongelós, Pascuala Echagüe, Rosa Isabel Frutos, Patrocinia Mongelós, Tomasa Medina, Salvadora Encina, justa Rejala, Nicanora Aguirre, Elizarda Maldonado, Leonora Chaparro, Rafaela González, Asunción Ayala, Antonia Ocampos, Josefa Recalde, Dolores Benítez, Ángela Giménez, Francisca Aram­burú y Luisa Antúnez.

Otras enfermeras que sirvieron en Asunción fueron Juana López, Serapia Bogado, Isidora Rivas, Inocencia Vallovera, Salvadora Caballero, Petrona Castelví, Juana Machaín, Mer­cedes Tobal, Saturnina Montiel, De los Santos Regis, Simeona

Riquelme, Petrona Chamorro, Teresa Sánchez, Eusebia Jac­quet, Victoria Riquelme, Encarnación Insfrán, Petrona Mieres Tránsito Aramburú y Salvadora Caballero.

Estas mujeres atendieron a los heridos y enfermos en los diversos hospitales asunceños hasta febrero de 1868, en que se ordenó el abandono de la capital paraguaya y el inicio del duro calvario que sufrió el pueblo paraguayo y su ejército en armas.

En los hospitales de campaña, de Paso Pucú, Humaitá, San Fernando, Villeta, Cerro León, Caacupé y Piribebuy, actua­ron Francisca Yegros de Yegros -muerta carbonizada en el incendio del hospital de Piribebuy-, Francisca Ortiz, Ventu­ra Aquino, Teresa Díaz, Manuela Enciso, Cleofa Fernández, Leocadia Cáceres, María Cardozo, Ninfa Ortiz, Rosa Marecos, Cecilia Pavón, Ramona González, María José Delgado, Petro­na Servín, Isabel Rodríguez, Estefana Rolón, Dolores Garay, Magdalena Urán, De Jesús Cáceres, María Inés Godoy, Isabel González, Anastasia Sanabria, Trinidad Alcaraz, Jacinta Cen­turión, Del Pilar Marecos, Toribia Vallejos, Petrona Benítez, Lucía López, Ana Amarilla, Eugenia Quintana, Genoveva Pa­redes, Felicia Filártiga, Gregoria Guerreño, Rosario Coronel, Josefa Rolón, Dolores Lobardo, Tránsito Ferreira y Dominga Encina.

También actuaron como enfermeras Francisca Leguiza­món, Matilde Morinigo, Ricarda Fernández, Del Carmen Al­mada, Martina López, Leonarda Benítez, Nicolasa Álvarez, Cándida Verón, Dorotea Martínez, Celestina Arza, Margarita Molinas, Joaquina Benítez, Lucía Fernández, Agustina Mar­tínez, Pascuala Fernández, Ignacia Martínez, Petrona Arella­no, Inocencia Ocampo, Rosario Vera, Fermina Espínola, Del Rosario Samaniego, Silveria Penayo, Andrea Rojas, Valentina Veloso, Mercedes Veloso, Pabla Payourín, Rosario Ayala, Ber­narda Ayala, Rita Samaniego, Del Pilar Salinas, Rosa Barrios, Dionisia Vargas, Liberata Vargas, Tomasa Giménez, María Careaga, Isabel Coronel, Valentina Ruiz Díaz, Ramona Are­llano, Eduvigis Duré, Concepción Chávez, Evarista Gómez, Ramona Coronel, Del Tránsito Gómez, Nicolasa Piris, Luisa Piris, Dionisia Fernández, Antonia Martínez, Felicia Gómez, Isidora Contreras, Juliana Fuentes y Cecilia Giménez.

Estas fueron las 202 heroicas mujeres que actuaron en la retaguardia restañando heridas y consolando a los valientes héroes de aquellas horas trágicas de la guerra.





Fuente: EL SERVICIO DE SANIDAD (TRIPLE ALIANZA). Por LUIS VERÓN. Colección 150 AÑOS DE LA GUERRA GRANDE - N° 08 © El Lector (de esta edición). Asunción – Paraguay. Setiembre, 2013 (112 páginas)




RUGIDOS DE LEONES - Declarado OBRA ÚTIL para los SS. JJ. y OO. de las FF.AA. de la Nación

por el Comando en Jefe de las mismas (Orden General N° 59 de fecha 18 de Julio de 1968)

Dibujos de Walter Bonifazi - Escritos de JUAN A. MEZA

Impreso en Artes Gráficas Zamphirópolos - Asunción - Paraguay - Diciembre 1968




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