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R. ANTONIO RAMOS (+)
  LA CORTE DE LISBOA EN AMÉRICA - Por R. ANTONIO RAMOS)


LA CORTE DE LISBOA EN AMÉRICA - Por R. ANTONIO RAMOS)
LA CORTE DE LISBOA EN AMÉRICA
 
 
 
 
 
LA CORTE DE LISBOA EN AMERICA

Como consecuencia del tratado de Fontainebleau, firmado el 27 de octubre de 1807, entre España y Francia, los ejércitos de Napoleón invadían a Portugal y al año siguiente a España.

La Corte de Portugal de acuerdo y con el apoyo de Inglaterra se trasladó al Brasil. (1) Ejercía entonces la regencia de ese reino el Príncipe Don Juan, por imposibilidad de su madre, la Reina loca Doña María I. Don Juan estaba casado con la Princesa Carlota Joaquina de Borbón, hija primogénita de Carlos IV, hermana del Príncipe de Asturias, después Fernando VII de España. La Princesa acompañó a su esposo en el viaje a América. Marido y mujer, sin embargo, no se entendían, sus relaciones estaban lejos de ser cordiales y afectuosas. La corte lusitana con 15.000 personas dejó las costas de Europa el 29 de noviembre de 1807.

Caio de Freitas, en su obra sobre Canning y el Brasil, en la que estudia la influencia de la diplomacia inglesa en la formación de este país, expresa que «el traslado de la corte al Brasil tuvo como resultado inmediato, una súbita eclosión de las secretas ambiciones del Príncipe Regente, «En el sentido de compensar con las ventajas de una política expansionista que podría ofrecerle la América del Sur, los perjuicios resultantes de la ocupación por los franceses de su reino en Europa»,(2)

En el largo e incómodo viaje Don Juan trató en secreto con Rodrigo de Souza Coutinho, después conde de Linhares, la «posibilidad de intentar un golpe de fuerza inmediata en el Río de la Plata». La empresa era delicada, pero el plan maduró durante la travesía. Nada detuvo en el Príncipe Regente «aquella invencible sed de acción, aquella devoradora ansia de realizar con urgencia un acto de agresión política que tuviese la virtud de desvanecer con el éxito, que juzgaba cierto, la melancólica impresión que causara su fuga de Portugal». (3)

Tal era el propósito del Príncipe Regente cuando llegó a Río de Janeiro y tal la política de penetración en el Río de la Plata, que su influyente y dinámico ministro Sousa Coutinho iba a poner en práctica. Don Juan apenas puso pie en tierra y todavía bajo la influencia del fatigoso viaje, «ya cuchicheaba con Linhares – afirma Pedro Calmón – la conquista de las posesiones españolas». (4)

El traslado de la corte portuguesa causó inquietud y alarma en el Río de la Plata. Santiago de Liniers, el 19 de febrero de 1808, poco menos de un mes antes de la llegada de Don Juan a Río de Janeiro, comunicó confidencialmente la noticia al gobernador del Paraguay, Manuel Gutiérrez Varona, ordenándole que tomase «las medidas de precaución en esa Frontera para evitar cualquier sorpresa... sin publicar el motivo y objeto de ellas, y de un modo que no causen desconfianza, ni temor» en la provincia y en la frontera. Con ese motivo, el gobernador, en nota muy reservada del 16 de marzo, comunicó, a su vez, al comandante de Villa Real, José de Espínola, el contenido del oficio de Liniers, recomendándole que con la «reserva que se manda, tome pr. su parte las medidas, o medios que encuentre más oportuno para averiguar por conducto de los Indios, o de otro equivalente, si los portugueses hacen algunos movimientos, o si se reunen Tropas en los puntos de la Frontera» y comunique las noticias en la brevedad posible. También le ordenó que le remita «prontamente» una relación de las armas y municiones disponibles en el distrito, «con expresión de su calidad y clase» y «de la Gente con que se podrá contar en caso de ataque, sin que para esto haya reunión, llamamiento, ni otras disposiciones que indiquen novedad». Igualmente le pedía que le informase «qe. camino oculto, o senda han abierto los portugueses al Guachié, para estraher Ganados de los Campos y Estancias de esos vacinos.»(5)

El 17 de marzo, Gutiérrez Varona contestó el oficio de Liniers, destacando la responsabilidad que significaba la defensa de las dos extensas fronteras: la del Uruguay y la del norte. Refiriéndose a la primera agregaba «qe. los Portugueses estaban reuniendo Tropas, disciplinándolas diariamente, en el manejo del Fusil..., atrincherándose y haciendo Quarteles en la Vanda Oriental del Uruguay: estos movimientos me han puesto en el mayor cuidado, y se aumenta progresivamente a proporción que considero el estado de indefensión en que me hallo». Para poder organizar la defensa solicitó los recursos necesarios, porque «yo no puedo – expresaba – responder al Rey de esta Prova, y mucho menos de la de Misiones; comprometiéndome únicamente, como me comprometo a tomar un Fusil y de este modo ó de otro qualqa, derramar la última gota de mi sangre pr. el Rey y pr. la Patria, pero sin ser responsable de lo qe. no puedo defender ni conservar si los enemigos me atacan». Ha dado instrucciones que redoblen el «celo y vigilancia» en la frontera. (6)

Indudablemente que la inquietud de las autoridades españolas era fundada, dada la rivalidad entre las dos coronas y teniendo en cuenta la ambición acariciada por la corte de Lisboa de extender sus dominios hacia el Río de la Plata y en las regiones del alto Paraguay. Los sucesos posteriores justificaron los recelos de Liniers.

El 7 de marzo de 1808, Don Juan llegó a Río de Janeiro. Y el 13, seis días después, ya Sousa Coutinho dirigía un mensaje a las autoridades de Buenos Aires, en el que ofrecía «a nombre de su soberano, tomar el Cabildo y Pueblo de la Ciudad de Buenos Aires y todo el Virreynato bajo su Real protección». Los términos del documento eran cordiales, pero encerraban también «una velada amenaza bajo la forma de una advertencia», «un verdadero ultimátum», porque si las propuestas eran rechazadas su S.A.R. se vería «obligado a obrar de común acuerdo con su poderoso aliado y con los grandes y fuertes medios que la Providencia depositó en sus reales manos...». (7) A este mensaje siguió una carta al mismo cabildo de la Princesa Carlota Joaquina «en la que hacía valer sus derechos». (8)

Las gestiones de Sousa Coutinho no pararon aquí. Aprovechó la presencia del conde Luis de Liniers, hermano de Santiago, para enseñarle el mensaje del 13 de marzo y explicarle los propósitos de la política portuguesa, que buscaba una aproximación «para evitar que los españoles de Buenos Aires fuesen molestados por los ingleses, ya que un ataque de Inglaterra contra el Río de la Plata sería grandemente perjudicial a1 intercambio comercial de los dos países», y manifestarle que «una demostración de buena voluntad de parte del gobierno de Buenos Aires, sería que soldados portugueses fuesen admitidos a en algunos puntos estratégicos del virreinato». Terminó Sousa Coutinho pidiendo al conde de Liniers «que aceptase la misión de completar las negociaciones con las autoridades de Buenos Aires». (9)

Además de estas gestiones fue enviado al Río de la Plata el brigadier Joaquin Javier Curado, en misión confidencial. Este debía ver si el gobernador de Montevideo tendría voluntad «de entregarse al dominio de S.A.R. y pintándole las tristes consecuencias de una inútil resistencia, le hará los mayores ofrecimientos de parte de S.A.R., contando que él entregue luego la plaza y demás territorios, pudiendo Vm., en el caso de hallar buenas disposiciones, reclamar después tropa de Río Grande y de San Pablo, para cuyo efecto lleva las advertencias competentes...». (10)

El cabildo de Buenos Aires rechazó las proposiciones de la nota del 13 de marzo y dispuso que el virrey, Santiago de Liniers, «tomase las medidas conducentes a la seguridad de las provincias, vengando y castigando el temerario arrojo con que un príncipe fugitivo, esclavo del gabinete de Saint James, atacaba su honor y su lealtad, para desagraviar así los vejámenes irrogados al soberano español y a su poderoso aliado el emperador Napoleón». Liniers, llevado por su entusiasmo, hasta pensó invadir Río Grande del Sur, con un ejército de 2.000 hombres. Elío le convenció de la inconveniencia de esta «calaverada.» (11)

La misión Curado tampoco tuvo éxito. Sousa Coutinho insistió estérilmente sobre que «la unión sería conveniente contra una posible invasión francesa». A su regreso el comisionado propuso la adopción de la fuerza para solucionar la cuestión, agregando que debía avisarse a los del Río de la Plata «de la necesidad de ocupar sus tierras, para impedir que las ideas anárquicas los arruinasen... El Príncipe y Don Rodrigo aceptaron el plan...» En consecuencia, el brigadier Curado fue enviado a fines de 1808 con tropas de San Pablo a Río Grande del Sur. (12)
Pero Sousa Coutinho al tomar estas determinaciones no se había asegurado el apoyo inglés, no previó el «veto» de Strangford, que anularía esta primera tentativa de la política expansionista del Príncipe Regente. (13)

En el mes de abril, Sousa Coutinho comunicó a Hill, encargado de la legación inglesa, «la esperanza de poder inducir a las colonias españolas a que se declarasen a favor del Príncipe Regente, el cual, por ese medio, se convertiría en el único soberano del inmenso continente sudamericano. El gobierno portugués, adelantó Sousa Coutinho, intentaría alcanzar sus objetivos por medios pacíficos, pero si su esfuerzo fracasase, sería solicitada la asistencia de Inglaterra para que esta idea se ejecutase por la fuerza. » (14) Hill comunicó la novedad a su gobierno, solicitando las instrucciones correspondientes.

El 22 de julio de 1808 llegó a Río de Janeiro Percy Clinton Sidney Smythe, sexto vizconde de Strangford, ministro plenipotenciario de S.M.B., que desempeñara el mismo cargo en Lisboa, habiendo intervenido eficazmente en el traslado de la Corte portuguesa al Brasil. En Río de Janeiro sería un activo defensor de los intereses británicos y un ejecutor decidido de la política de Canning. Sousa Coutinho le comunicó los propósitos de la Corte de posesionarse de los dominios españoles del Río de la Plata y las medidas de fuerza adoptadas, como consecuencia del fracaso de los medios pacíficos. El ministro portugués agregó, que su gobierno disponía de los siguientes efectivos: 4.500 soldados en San Pablo; 3.000 en Río Grande; 1,500 en Santa Catalina; 2.000 en Río de Janeiro; 3.000 en Minas Geraes. «La ejecución del proyecto obedecería al siguiente plan; en primer lugar, los paulistas tomarían Asunción, Corrientes, y las Misiones y se reunirían enseguida a las fuerzas de Santa Catalina y de Río Grande para un ataque a Montevideo. En cuanto esas maniobras se llevasen a cabo en tierra, el almirante Sir Sidney Smith con la escuadra inglesa desembarcaría 2.000 hombres de la guarnición de Río de Janeiro y ocuparía el Río de la Plata, cortando, inmediatamente, las comunicaciones entre Montevideo y Buenos Aires». El ataque sería para mediados de noviembre. (15)

Por estas informaciones que Strangford comunicó a Canning, el 25 de julio de 1808, tres días después de su llegada, se puede apreciar la audacia del plan de la corte portuguesa. Tanto el Príncipe Regente como Rodrigo de Sousa Coutinho estaban decididos a llevar adelante esta política de penetración. Pero Strangford tampoco se atrasaba, pues en la misma comunicación informó confidencialmente a su canciller, que había manifestado al almirante Smith que si «la expedición se realizase y se viese coronada con el éxito, seria altamente deseable que se retuviese para S.M.B. ya sea Buenos Aires o Montevideo». (16)

Mientras tanto en España se desarrollaron en el mes de mayo de 1808 los sucesos de Bayona. Carlos IV y Fernando renunciaron sus derechos a la corona española a favor de Napoleón. Este, por su parte, impuso el cetro de Carlos V a su hermano José, entonces Rey de Nápoles. Estos hechos y sus consecuencias influyeron en las relaciones de España con Portugal e Inglaterra. La Gran Bretaña que apoyaba a Portugal frente a las pretensiones de Francia, de enemiga se convertía también en aliada de España.

Canning, por tanto, desaprobó enérgicamente las decisiones del Príncipe Regente, comunicadas a Strangford por intermedio del secretario de Estado. El canciller británico recriminó a su ministro en Río de Janeiro por «no haber observado a Sousa Coutinho cuando éste le habló sobre la cuestión», agregando que habiéndose adoptado el proyecto sin comunicar al gobierno británico, «Inglaterra se reservaba el derecho de aprobarlo o desaprobarlo» y que la actitud de la Corte portuguesa demostraba una «falta absoluta de confianza en el gobierno británico», revelando, por otra parte, «estar tan seguro que Inglaterra pudiese prestar cualquier auxilio para la ejecución de ese plan». En la misma nota del 2 de setiembre de 1808, Canning prosiguió expresando categóricamente: «no es necesario informar a V.E., que en el estado actual de las relaciones del gobierno de S.M.B. con España no puede él pensar en ningún designio hostil a la paz y a la independencia de los dominios españoles en América del Sur. En esas condiciones, por tanto, V.E. deberá insistir con vehemencia, junto al ministro portugués, en el sentido de que sean suspendidas las nuevas medidas a tomarse con ese objetivo y que sean respetados en las colonias sudamericanas los lazos de interés mutuo y de amistad por los cuales estaban unidos en Europa, España y Portugal». (17)

El 25 de noviembre Canning amplió la nota anterior, refiriéndose concretamente a la Princesa Carlota Joaquina. Decía el canciller británico: «nada podrá ser más fútil que la tentativa llevada a efecto por Don Juan para extender su dominio hasta la América española, así como la manera de conducirla. Inglaterra es especialmente contraria a cualquier pretensión de Don Juan a la regencia de España por conducto de su esposa». (18)

Los sucesos europeos de Bayona y sus consecuencias en las relaciones internacionales de España, Portugal, Francia e Inglaterra, influyeron en la orientación de la política portuguesa en el Río de la Plata, dando lugar, a lo que acertadamente Roberto Etchepareborda llama, la «segunda operación» de Sousa Coutinho «para obtener el dominio de las ricas posesiones españolas». (19) La Corte de Río de Janeiro cambió de procedimiento. Al medio de la fuerza reemplazó otro de mayor flexibilidad. De la violencia planteada directamente se recurrió al recurso de las negociaciones. Esta orientación sirvió de fuerte estímulo a las pretensiones de la princesa Carlota Joaquina, cuya ambición y temperamento singular, la llevarán a mezclarse en intrigas, acciones y reacciones, no siempre elevadas, con el objeto de suceder a su hermano en el dominio de las colonias españolas de América. A esta aspiración dedicó todas sus energías, desarrollando una actividad sorprendente por su intensidad y vigor. Es que «Doña Carlota Joaquina, afirma Qliveira Lima, nunca se resignó a ser aquello para lo cual había nacido: una Princesa consorte. Se sentía con sobrada virilidad para ser ella el Rey». (20)

A esta política respondieron los cuatro «Manifiestos» en los cuales la princesa Carlota Joaquina y su sobrino el Infante Don Pedro Carlos denunciaban y protestaban contra los sucesos de Bayona y reclamaban sus derechos para suceder a la dinastía borbónica en las colonias americanas, como miembros que eran de esa dinastía, residentes en América y libres de la dominación francesa. Uno de los «Manifiestos» fue dirigido al propio Príncipe Regente, quien respondió prometiendo «su apoyo a las reclamaciones de la Princesa y del Infante Don Carlos», constituyendo su respuesta otro de los «Manifiestos». El almirante Sir Sidney Smith también prestó su conformidad a los documentos. (21)

Carlota Joaquina se dedicó desde entonces a desarrollar
una actividad intensa, escribiendo a las colonias españolas y manteniendo contacto con ellas por intermedio de agentes de su confianza. En esta tarea tuvo la colaboración decidida del almirante Smith, quien, desde un principio, tomó partido a favor de la Princesa.

El apoyo del Príncipe Regente no era incondicional. Iba sólo hasta donde le permitiría llevar adelante su política en el Río de la Plata. En este sentido, las pretensiones de Carlota Joaquina servirán como un medio para dar realidad y consistencia a esa política. No entraba en los cálculos de la Corte que la Princesa pudiera erigirse en un poder capaz de contrarrestar el del Príncipe Regente. Entre marido y mujer existía una indudable divergencia en la orientación de sus decisiones. Pedro Calmón deja claramente establecida esta diferencia, cuando escribe, que la princesa Carlota Joaquina entendía que le correspondía «la administración de las colonias españolas, en nombre de su hermano Fernando VII, por ser ella la única persona de la sangre de éste que pasara a América; y Don Juan quería solamente aumentar sus dominios de Brasil, como los reyes, sus antepasados. En todo caso, – agrega el ilustre publicista – concordaban en una acción común que obligara a Buenos Aires a someterse a la protección luso-inglesa». (22)

Lord Strangford, por su parte, expresó a Canning, en oficio del 24 de agosto de 1808: «S.A.R. parece firmemente resuelto sólo sobre un punto y V.E. puede quedar con la certeza de que todas sus vistas y todos sus deseos están dirigidos hacia la realización de ese objetivo. Me refiero al proyecto de extender el Imperio portugués en América hasta el Río de la Plata y de recuperar los territorios que habían sido cedidos por tratado a Francia o a España. Esos son asuntos sobre los cuales el espíritu de S.A.R. está tan seriamente inclinado que llegó a asegurarme que el fracaso de la misión Curado le había dado el mayor placer, ya que esa circunstancia le dejaba en libertad para obtener por la fuerza lo que no le había sido posible conseguir por medios más suaves. El deseo del Príncipe parece ser el de romper con las colonias españolas, no con el propósito de evitar por la fuerza que caigan en manos de Francia sino con el de extender sus dominios y estoy plenamente convencido de que no se sentirá arrepentido si el efecto producido por las últimas proclamaciones fuesen de tal naturaleza que le de razones aparentemente para iniciar las hostilidades contra aquellas colonias». (23)

La comunicación del ministro inglés era terminante y de su testimonio no puede dudarse. La dualidad de la política de Don Juan era patente. En ella cayó enredada las pretensiones de Carlota Joaquina, quien en los momentos culminantes de sus gestiones encontró la oposición decidida del Príncipe Regente. De ahí la expresión de la princesa, refiriéndose a Don Juan: «en estos negocios tiene dos caras».

Carlota Joaquina remitió a Liniers los «actos públicos» – los manifiestos con nota del 27 de agosto de 1808. Le recordaba al virrey de Buenos Aires su «fidelidad y particular adhesión» a Carlos IV y demás miembros de la familia real y la esperanza de que proseguirá «en la misma exactitud» de acuerdo con sus méritos y servicios. Terminaba expresándole que será de su «aprobación» una contestación. (24) Los mismos documentos fueron también enviados a Cornelio de Saavedra, Manuel Belgrano, Bernardino Rivadavia, Martín de Alzaga, Javier de Elio y otros. (25) Belgrano figuró poco después entre los patricios argentinos que pidieron la regencia de Carlota Joaquina.

Liniers contestó a la Princesa el 13 de setiembre de 1808. La nota, redactada en términos respetuosos y cordiales, pero categóricos, dejaba claramente consignado el sentimiento del virrey y de los círculos oficiales. Luego de referirse a la llegada del enviado francés marqués de Sassenay, del rechazo de éste, de la llegada de Goyeneche, de la jura a Fernando VII, de las propuestas del brigadier Curado, que hubiera considerado como «una formal declaración de guerra sino fuesen las comunicaciones de la Princesa», Liniers terminó expresando: «En quanto al tenor de las Proclamas de V.A.R. y del Sr. Infante D. Pedro, tengo el honor de contestarle, que después de haber jurado la Magestad del Sr. D. Fernando VII, y reconocida la Junta Suprema de Sevilia, quien lo representa, nada se puede innovar a nuestra presente constitución...». (26)

En esa época Manuel Belgrano comenzó sus trabajos para «fundar un Gobierno Nacional, con absoluta independencia de España». Pensó en una monarquía constitucional, a cuya cabeza estaría la Princesa Carlota Joaquina. Decía en sus Memorias: «Entonces fue que no viendo yo un asomo de que se pensara en constituirnos, y si, los americanos prestando una obediencia injusta a unos hombres que por ningún derecho debía mandarlos, traté de buscar los auspicios de la Infanta Carlota, y de formar un partido a su favor, oponiéndome a los tiros de los déspotas que celaban con mayor anhelo para no perder sus mandatos; y lo que es más para conservar la América dependiente de España aunque Napoleón la dominara; pues a ellos les interesaba poco y nada, ya sea Borbón, Napoleón u otro cualquiera si la América era Colonia de España». (27)

Belgrano encontró apoyo en patriotas como Juan José Castelli, Vieytes, Pueyrredón, los Passos y Nicolas Rodriguez Peña, en Río de Janeiro, Saturnino Rodríguez Peña, quien desde allí estaba en comunicación con Francisco de Miranda, también adhirió al plan. (28)

El grupo encomendó la misión de hacer conocer sus propósitos al italiano Felipe Contucci, personaje intrigante y sin escrúpulos, pero inteligente y de amplias vinculaciones en el Río de la Plata y Río de Janeiro. Sujeto de «misteriosas actividades», servía indistintamente a la corte portuguesa, a la Princesa Carlota Joaquina y a los patriotas argentinos. Roberto Etchepareborda, erudito historiador, ha estudiado acabadamente, en dos interesantes trabajos, las aventuras y gestiones de este agente múltiple. (29)

Belgrano y sus amigos reconocían los derechos de la Princesa y pedían el envío del Infante Pedro Carlos con amplios poderes para representarla. Para evitar agitaciones y asegurar la recepción, sugerían también que el viaje del Infante estuviese respaldado por ocho o diez mil hombres. (30)
Pero antes de pasar adelante conviene recordar que los patriotas argentinos, al recurrir a Carlota Joaquina, buscaban instaurar con ella una monarquía constitucional. «Ardían de entusiasmos cívicos, dice Pedro Calmón en su libro sobre Don Juan VI. En el fondo se valían de la pretendiente para romper con la metrópoli. Querían una monarquía liberal. En esto es que divergían inconciliablemente. Mejor seria si se escuchasen, pero se repelerían. El régimen liberal horrorizaba a la Infanta como un sacrilegio, un parricidio, un desvarío de la plebe; no cedería una sola pulgada los derechos divinos». Nunca admitirá la constitución. (31)

Por otro lado, los círculos allegados a la Princesa no veían con simpatía el viaje del infante Don Pedro Carlos. El almirante Smith era de los que se oponían al traslado del sobrino de la Princesa. (32)

Contucci en Río de Janeiro entregó las comunicaciones de las cuales era portador. Saturnino Rodríguez Peña comunicó esta novedad al Precursor Francisco de Miranda. Los oficios estaban dirigidos al «Príncipe Regente, a la Princesa del Brasil e Infanta de España, D. Carlota Joaquina, al Infante de España D. Pedro Carlos y al Ministro de Negocios Extranjeros. »

En el fondo las propuestas traídas por Contucci no fueron del pleno desagrado del gobierno portugués, que alimentaba siempre la intervención en el Río de la Plata. D. Juan, si bien concordaba con el viaje del Infante D. Pedro Carlos, cambió de parecer cuando supo la oposición de Lord Strangford.
También el almirante Smith se opuso al plan de Buenos Aires, pero insistió, «en favor de la partida de la Infanta». (33)

Carlota Joaquina, con el apoyo del almirante Smith, prosiguió intentando trasladarse al Río de la Plata. Insistió y recurrió a todos los recursos a su alcance. El 19 de noviembre de 1808, en carta a su esposo, el Príncipe Regente, solicitó nuevamente la autorización correspondiente para emprender el viaje proyectado. Don Juan negó el permiso «sin que hubiese obtenido para eso la aprobación del gobierno británico», pero tenía en cambio, la influencia cercana de Lord Strangford. No faltan autores que sostienen que el Príncipe dio la autorización solicitada. Pero aunque fuese así, la revocó después. (34)

Con su carta del 26 de noviembre de 1808, Don Juan daba un corte radical a las pretensiones de su esposa. Decía: «La Princesa no ignora la parte que tomo en lo que puede interesar a la Princesa como a mis hijos. Por este motivo no debe admirarse que le diga que sobre sus intereses con los españoles del Río de la Plata, de la América Española, nada puede hacer u obrar sin mi consentimiento o sin estar de acuerdo con el gobierno establecido en España o con S.M.B., y debe creer que en su oportunidad nada le dejaré ignorar para que la Princesa tome entonces las medidas sabias, prudentes y que no comprometan la dignidad e intereses de mi Real Corona. Estos son mis sentimientos que servirán de norma a su conducta». (35)

Por su parte Canning, desde Londres, el primero de marzo de 1809, escribía a Strangford que Inglaterra no podría «pensar en ninguna medida que tuviese por objeto una interferencia en la situación de los dominios españoles en América», teniendo en cuenta la «perfecta unión y amistad», felizmente existente entre «S.M.B. y el gobierno de España que actuaba en nombre de S.M. el Rey Fernando VII». (36)

«Estaba ganada, como dice Caio de Freitas en su bien informado estudio, la batalla con Doña Carlota Joaquina. El gran sueño de la formación de un imperio Borbón-Braganza en América entró en colapso, fracasando así la segunda tentativa de la corte portuguesa de obtener por medios pacíficos la posesión de la Banda Oriental». (37)

A este desenlace no fue extraño el influyente Lord Strangford. La resolución definitiva del Príncipe Regente sobre el viaje de la Princesa fue seguida por la remoción de Sir Sidney Smith por orden de su soberano. También Inglaterra influyó para el alejamiento de José Presas, secretario de Carlota Joaquina, a cuya pluma debió la Princesa la redacción de los principales documentos que abonaron sus pretensiones.
Después del fracaso de sus gestiones en Río de Janeiro, Felipe Contucci volvió a Buenos Aires, donde llegó en marzo de 1809. Desde allí continuó su correspondencia con la Princesa y el conde de Linhares, sin descuidar los contactos con sus amigos argentinos. Al servicio de las pretensiones de la Corte portuguesa y de Carlota Joaquina dedicó nuevamente sus actividades, pero otra vez sin éxito, hasta 1810.

Durante su permanencia en esta ciudad no dejó de recomendar una solución por la fuerza (38) y de insistir en el traslado de la Princesa al Río de la Plata porque «así se cortarán de golpe todas las intrigas...». (39) En oficio del 24 de mayo de 1809 decía al conde de Linhares: «Cuantos entran al Partido de reconocer a S.A.R. la Princesa Nuestra Señora por Regente de estos Dominios, proceden bajo el concepto de que la España y su constitución van a revivir en este suelo; pues de otro modo no se acomodan; porque la preocupación de nación limítrofe está arraigada, y necesita tiempo para vencerla». Con esta información, comenta Etchepareborda, quedaban «confirmados los ideales emancipadores del grupo motor revolucionario». (40 )

El 16 de junio, tanto el conde de Linhares como al Príncipe Regente, reiteró el pedido del traslado de Carlota Joaquina. A Don Juan decía «que es necesario que S.A.R. la Princesa Mi Señora venga en persona a ocupar la Regencia de estos Dominios» y para impresionar al Ministro de Relaciones Exteriores con la amplitud de sus «planes hegemónicos», escribía a éste: «Este aparato de la Majestad impondrá como es debido a todos estos habitantes y tranquilamente revivirá la Monarquía Española en el Continente Americano, para ser un día, ayudada de las luces de V.E. un imperio formidable, en que cuantos lo habiten formarán una sola y única familia... Parece que éstos son los intereses de ambos estados que ha de llegar tiempo que no sea más que uno y en verdad ésta es obra que está en las manos de V.E., que lo ha de inmortalizar entre nosotros. » Estimó, además, que la Princesa debía apoyarse en su viaje en un ejército de diez mil hombres. (41) Nuevamente la recomendación de la fuerza. Pero de esta vez su visión adquirió un carácter más amplio, pues habló de la «sola y única familia» y de los «verdaderos intereses de ambos estados» que con el tiempo no serán «mas que uno». Esta gran empresa de la formación de un «imperio formidable» estaba «en las manos» del conde de Linhares, cuya realización inmortalizaría al hábil canciller.
Los patriotas argentinos, por su parte, no se dejaron estar. Enviaron a Juan Martín de Pueyrredón para gestionar el traslado de Carlota Joaquina, pero la misión tampoco tuvo éxito. (42) Y Contucci, siguiendo el hilo de sus contactos, informó a Francisco de Miranda sobre los proyectos a favor de los derechos de la Princesa, que provocó la indignación del glorioso Precursor. (43)

Con estas acciones y reacciones, intrigas, denuncias, recelos e intentos de predominio, se inició el «año decisivo» de 1810, con la expulsión de Contucci el 13 de enero.
 

* * *
 
En Río de Janeiro, desde mediados de 1809, se encontraba el marqués de Casa Irujo, como ministro plenipotenciario de España, cuya misión «tenía que ser forzosamente la preservación de la integridad de los dominios de su amo salvándoles de la codicia portuguesa y de la atracción ejercida por el espejismo de la independencia». Allí observó las maquinaciones y el desarrollo de la política portuguesa, conoció de cerca a los personajes reales y a los que rodeaban con su influencia a la Corte, y desde allí se comunicó con las autoridades españolas de Buenos Aires y Asunción, actuando de acuerdo con las circunstancias e inspirándose en su leal saber y entender.

E1 29 de abril de 1810 dirigió una nota reservada al virrey de Buenos Aires, Baltazar Hidalgo de Cisneros, informándole que entre el Príncipe Regente y su esposa Doña Carlota Joaquina no existía ninguna armonía; que al Príncipe dirigía un triunvirato formado por el favorito, «una especie de Godoy», Francisco Lovato, el secretario de Estado conde de Linhares y el ministro inglés Lord Strangford; que hacia dos años que el gobierno portugués tuvo proyectos hostiles contra las posesiones españolas del Río de la Plata; que con las tropas reunidas en Río Grande perseguía «algún objeto de grande importancia»; que esas tropas se mantenían allí con el conocimiento de Inglaterra las cuales se retiraran con la menor indicación de la misma Inglaterra; que Lord Strangford, creyendo servir los intereses de su país, daba la mano a ciertos proyectos del conde de Linhares; que no obstante las protestas de amistad, éste procuraba aumentar las tropas aludidas; que la princesa veía estas maniobras del conde de Linhares, a quien aborrecía «de muerte»; que el príncipe deseaba «evidentemente la posesión de la orilla izquierda del Río de la Plata». (44) El 5 de mayo Casa Irujo confirmaba a Cisneros lo del apoderamiento de la margen septentrional del Río de la Plata, teniendo en cuenta «el descaro con que se protege y defiende a los prófugos de Buenos Aires, sin duda porque esperan llegará el día en que puedan hacer uso de ellos». (45)

El 25 de mayo de 1810 fue depuesto en Buenos Aires el virrey Cisneros, creándose en su reemplazo una Junta presidida por Cornelio de Saavedra. Con las tendencias de la revolución, «el expediente Carlotino, – afirma Etchepareborda – pierde ahora su razón de ser». Los patriotas siguen otra orientación y los «Carlotistas porteños», los antiguos comitentes de Felipe Contucci, «pronto, en los fragores del nuevo que hacer y en plena lucha, olvidarían esas miras, para volcarse en el ancho camino de la Patria nueva». (46)

Pero la corte portuguesa no renunció a sus pretensiones: la ocupación de las posesiones españolas y la regencia de la Princesa Carlota Joaquina. Lord Strangford sintetizó claramente en tres puntos la política agresiva del conde de Linhares, expresando:

«1º Que los cambios políticos que han ocurrido en Buenos Aires causan grandes inquietudes a S.A.R. quien no puede mirarlos más que como un comienzo de una revolución que podrá extender sus llamas hasta los territorios limítrofes de S.A.R. y que S.A.R., se vea en la necesidad absoluta de tomar rápidas medidas para contrarrestar el avance del mal que cree que lo amenaza.

«2º Que S.A.R. ha creído que para esto era necesario convertirse en dueño del territorio que se extiende de un lado desde la frontera brasileña hasta la ribera septentrional del Río de la Plata y del otro hasta la ribera del Paraguay.

«3º Que como medida de precaución ulterior, es esencial que S.A.R. la Señora Princesa del Brasil se encargue de la Regencia de las Posesiones españolas y que S. M. sancione esta iniciativa de S.A.R » (47)

Lord Strangford manifestó su oposición a esta política que peligraba los lazos de alianza y amistad entre las dos coronas y agregó que en el caso de que la Corte portuguesa ocupara por la fuerza los dominios españoles protestaría «solemnemente contra esta incitativa». (48)

Así como la llegada de la Corte portuguesa al Brasil produjo inquietud en el Río de la Plata, así también la revolución de 1810 en esta zona de los dominios españoles no dejó de preocupar al gobierno de Río de Janeiro. «Don Juan escribe – el barón de Río Branco – mandó después reunir en las fronteras de Río Grande un ejército de observación, compuesto de tropas de líneas y de milicianos gauchos y también de algunos regimientos en Santa Catalina y de San Pablo. El capitán general de Río Grande del Sur, Diego de Souza, después conde de Río Pardo, espíritu esclarecido y hombre de rara energía, elevó ese ejército al más alto grado de instrucción y disciplina, y lo preparó para el buen éxito que obtuvo en las campañas siguientes». (49)

La junta de Buenos Aires trató que las provincias reconociesen su autoridad e invitó a éstas a enviar sus diputados al congreso general que debía celebrarse en la antigua capital del virreinato para fijar los destinos del Río de la Plata. El Paraguay contestó al llamado con el congreso del 24 de julio de 1810, que resolvió el reconocimiento y jura del consejo de regencia, legítimo representante de Fernando VII; guardar fraternal armonía con Buenos Aires; y la formación de una junta de guerra «en atención a estarnos acechando la Potencia vecina». (50) Esta potencia era Portugal. El Cabildo en el «Manifiesto» que se leyó luego de iniciarse el congreso expresaba para abonar el fundamento de esta última decisión: «Pero como nos hallamos tan cercanos de una potencia que observa los momentos de tragarse esta preciosa y codiciada provincia, y sabemos que tiene sus tropas sobre el Río Uruguay; no distante del Paraná nuestra frontera, si os parece será bueno, para precaver sus intentos armar inmediatamente la numerosa juventud de la provincia, no mas por ahora, hasta el número de cinco a seis mil hombres, del mejor modo que se pueda, con armas de fuego, hasta donde alcansen las que hay; los demás, con la artillería, con lanzas, y de otras maneras adecuadas a nuestra situación». (51)

Velasco tomó las medidas para poner a la provincia en condiciones de defensa, pero estos preparativos no estaban dirigidos a contrarrestar «la invasión de la potencia vecina (el Brasil) como se anunció en la arenga del Cabildo, sino para resistir a los designios de la Junta Provisional de Buenos Aires, y evitar la unión de ambas provincias». (52) El peligro portugués era el pretexto para armar a la provincia. Velasco poco después solicitó la ayuda lusa. La actitud del gobernador español ya entonces dio lugar a dudas. Mariano Antonio Molas se pregunta si por qué Velasco que mostró tanto celo en el congreso del 20 de julio que se jurase al consejo de regencia, como depositario de la autoridad de Fernando VII, y que el Paraguay no se dejase subyugar por nadie que no fuese su legítimo soberano, «no fortificó las dos fronteras nuestras, a saber el Paraná al sud y el río Apa al norte, y las dejó francas para que libremente sin oposición ni recelo pudiesen entrar cuando quisiesen los portugueses a posesionarse de esta provincia». (53)

Buenos Aires por su parte resolvió someter al Paraguay por la fuerza, destacando una expedición militar al mando de Manuel Belgrano, que debía imponer la autoridad de la Junta porteña. El peligro puso en pie de guerra a la provincia y dio motivo a Velasco para solicitar la ayuda portuguesa.

Mientras tanto Diego de Sousa continuaba con sus tropas concentradas en las fronteras de Río Grande del Sur. Este jefe del ejército portugués era un «leal sostenedor de los derechos eventuales de la Infanta» Carlota Joaquina y su posición favorable a este respecto puede verse en la carta al conde de Linhares, del 16 de diciembre de 1810. (54)

Las instrucciones dadas por el mismo conde de Linhares a Diego de Souza preveían el caso de una solicitud de ayuda. Para cuando ésta se produjese, rezaban concretamente dichas instrucciones: «que aun en el caso de serle pedido auxilio en la forma que ya le ordené por las autoridades, Gobernador o Cabildo de Montevideo, establecidas por el Señor Rey Fernando VII, Vm, no marche ni avance en su socorro sino cuando conozca que esa solicitud no es fantástica, sino que procede de una gran mayoría del pueblo español, el que realmente reconozca la proclamación de los derechos eventuales de S.A.R. la princesa Nuestra Señora, pues que de otro modo sería no sólo una temeridad el atacar, sino que sería hasta contrario a la buena fe que S.A.R. profesa, hallándose ligado por vínculos de amistad y alianza con Sus Majestades Británica y Católica.» (55) Efraím Cardozo agrega que el pedido formal era un requisito reputado por Lord Strangford como «indispensable para consentir la intromisión militar portuguesa en los dominios españoles». (56) Diego de Souza debía poner en conocimiento de los gobernadores de Montevideo y Paraguay que tenía autorización de entrar con sus tropas, en los territorios respectivos, toda vez que sus autoridades le requiriesen. (57)

Por su parte el conde das Galveias, ministro de marina y ultramar del Príncipe Regente, en nombre de éste, ordenada a Diego de Souza que combatiese a los revolucionarios de Buenos Aires que amenazaban la Banda Oriental y el Paraguay. En oficio del 30 de enero de 1811 decía el aludido ministro portugués, que era constante a S.A.R. el recelo que inspiraba el régimen revolucionario de Buenos Aires, «que no encubre sus pérfidas y futuras intenciones contra el gobierno de Río Grande y el país de Misiones»; que era necesario impedir que la Junta porteña «tome ascendiente y predominio en los territorios aquende el Uruguay, comprendiendo Montevideo, y en el Paraguay, desde Santa Fe hasta Corrientes, Candelaria y Asunción, regiones casi limítrofes del país de Misiones y de Mato Grosso; y aun más, vigilarla para «poner un límite a su desenfrenada ambición, que amenaza el reposo y la futura tranquilidad de toda la América meridional»; que S.A.R. tenia noticias ciertas que Belgrano, había avanzado hasta Santa Fé con 1300 a 1500 hombres y que Rocamora se encontraba con 600 hombres en la frontera de Misiones; que el gobernador del Paraguay esperaba en una región intermedia, entre Asunción y Corrientes, «el ataque de los revolucionarios de Buenos Aires que también amenazan Montevideo y su territorio aquende el Uruguay». En consecuencia, continúa la nota: «Su Alteza Real ordena que V.S., tomando en consideración todo lo que acabo de referirle y uniendo en su reflexión todo lo que en esta materia le tengo escrito de orden del mismo Augusto Señor, proceda luego a hacer reconocer por todos los medios a su alcance, en primer lugar cuál es la fuerza real de los revolucionarios de Buenos Aires sobre los diversos puntos del Paraguay y del país de Misiones. En segundo lugar, si reuniendo Su Alteza Real Mayores fuerzas en el país de Misiones, se podría dar por aquel lado, con probabilidades de éxito, golpes decisivos, que con gloria de sus Reales Armas asegurasen la tranquilidad de toda su frontera, y que, extendiéndose al Paraguay y Uruguay, los librase de todo peligro de Buenos Aires, que podía intentar alguna cosa por aquel lado, salvando al mismo tiempo a los dos gobernadores de Montevideo y del Paraguay. En tercer lugar, si la fuerza que Su Alteza tiene actualmente en Río Grande, juntamente con las milicias de la Capitanía, es suficiente para realizar estas grandes vistas de que tanto depende la futura tranquilidad y felicidad de los vasallos de Su Alteza Real en Río Grande, y en el país de Misiones. En cuarto lugar si cuál sería el plan más conveniente, ofensivo o defensivo, para asegurar la independencia del territorio de Montevideo y del Paraguay, y librarlos de la opresión con que los amenazan los habitantes de Buenos Aires. Y de todo esto V.S. dará la más circunstanciada cuenta para que pueda elevar sin pérdida de tiempo, a la Real Presencia». (58) En el mismo oficio, S.A.R. autorizaba también a Souza a hacer retirar de la frontera de Misiones a Rocamora y hasta de atacarlo si éste se resistiese a «una justa reclamación», recomendándole especialmente que en el caso de atacar lo hiciese con fuerzas superiores como para tener la mayor probabilidad de alcanzar la victoria, ya que de los golpes «felices y decisivos... depende muchas veces la suerte de la campaña» en las guerras revolucionarias.

Linhares se escudaba en los derechos eventuales de la Princesa Carlota Joaquina para dar curso a su política de intervención, tal como se desprende de sus instrucciones a Souza. Pero el reconocimiento de esos derechos eventuales era sólo un motivo aparente. La realidad de la política de la corte portuguesa estaba expresada en la nota en que el conde das Galveias transmitía a Souza las órdenes del Príncipe Regente. En ella se hablaba claramente de la independencia de Montevideo y del Paraguay, para salvarlos de la opresión de Buenos Aires. En otros términos, evitar la reconstrucción del virreinato.

Por su parte el conde de Linhares se dirigió a la Junta de Buenos Aires, el 30 de mayo de 1811, contestando una comunicación de ese gobierno. Por encargo del Príncipe Regente escribía para manifestar la «real sensibilidad» con relación «a los infelices acontecimientos que está desolando el Virreinato de Buenos Aires, particularmente el Paraguay y ahora mismo el territorio del Uruguay». Aunque Buenos Aires aceptó la mediación que le ofreció S.A.R. y hallándose la frontera brasileña expuesta «a la horrible anarquía revolucionaria» que agita el Uruguay y habiendo el virrey Elío pedido el auxilio que el príncipe Regente debe a su aliado, S.M. Católica, S.A. Real no puede negar ese auxilio, salvo que la Junta porteña se muestre inclinada al restablecimiento de la paz y a la cesación de todas hostilidades, la que conduciría a un entendimiento pacífico con la metrópoli y en consecuencia con S.M. Católica. «S.A. Real, – agregaba el secretario de Estado – deseando hacer saber la justicia y la moderación con que procede, propone de nuevo su mediación con estas simples condiciones: Que la paz sea restablecida en el territorio del Uruguay, quedando sujeto al virrey Elío; que se levante el bloqueo de Buenos Aires y se reconozca la libertad de comercio; que el Paraguay quede sujeto al Gobernador Velasco y el resto del Virreinato a la Junta de Buenos Aires; y finalmente que se nombren comisarios con plenos poderes para tratar con España a cuya aprobación debe someterse este ajuste, declarando S.A. Real, al mismo tiempo, que si la Junta accediese a los términos expresados, sus tropas no auxiliarán al Virrey Elío y que el auxilio se dará solamente en el caso de un rechazo». (59)

Si bien en esta nota, redactada con habilidad política y diplomática, no se hablaba de la independencia del Uruguay y Paraguay, como en la dirigida por el conde das Galveias a Souza, se consignaba, en cambio, claramente, que ambos territorios debían quedar separados de la influencia de la Junta de Buenos Aires. Eso era lo fundamental para la Corte portuguesa, sobre todo en lo que se refería al Paraguay, país sobre el cual no tenía los propósitos ostensibles de incorporación como sobre el Uruguay. Fomentó su independencia como consecuencia de sus tendencias contrarias a la unidad del antiguo virreinato, Pereira Pinto llama a esto «la sensata política internacional de Portugal». (60) El Brasil no se apartó de esta orientación.

Buenos Aires tampoco permitiría que el Paraguay cayese bajo la dominación de los portugueses. Así dio a entender la Junta porteña a Celedonio José del Castillo, al contestar a éste una comunicación sobre los recelos que se tenía en la provincia de una invasión lusa so «pretexto de libertar al Sor Velasco». Decía la Junta de Buenos Aires, que por auxiliar al Paraguay «contra las asechanzas de los Portugueses, correrán nuestras tropas llenas de entusiasmo a unirse a los Bravos Paraguayos para partir con ellos el honor de la victoria.» (61)
 
La acción de los ejércitos revolucionarios de Buenos Aires impulsó a las autoridades españolas a recurrir a la ayuda portuguesa. El peligro de la invasión de Belgrano al Paraguay movió al marqués de Casa Irujo a «solicitar del conde de Linhares, el 16 de enero de 1811, el pronto envío de 500 o 600 hombres al Paraguay para que se pusiesen a las órdenes de Velasco». (62) También Elío cuando después pidió tropas portuguesas, lo hizo en el concepto de que estas estuviesen «con entera sujeción y arregla» a sus órdenes, «pues de otra manera – expresaba – ni debo ni puedo admitirlos». (63) Para justificar su actitud escribió a Carlota Joaquina; «El Supremo Cansejo de Regencia acaba de prevenir a este gobierno, que en el extremo caso de ver la inminente pérdida, y riesgo de entregar la plaza, ocurra a los auxilios y fuerzas que logre obtener de los portugueses.» (64)

 
Fuente:


Autor: ANTONIO RAMOS

Publicación conjunta de

CONSELHO FEDERAL DE CULYURA E DO

INSTITUTO HISTÓRICO E GEOGRÁFICO BRASILEIRO

Rio de Janeiro - Brasil (1976)


 

 
 
 
 
 

 

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