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UBALDO CENTURIÓN MORÍNIGO

  HUGO RODRÍGUEZ-ALCALÁ Y LA VIDA INTELECTUAL DEL PARAGUAY, 1993 - Por UBALDO CENTURIÓN MORÍNIGO


HUGO RODRÍGUEZ-ALCALÁ Y LA VIDA INTELECTUAL DEL PARAGUAY, 1993 - Por UBALDO CENTURIÓN MORÍNIGO

HUGO RODRÍGUEZ-ALCALÁ Y LA VIDA INTELECTUAL DEL PARAGUAY

Por UBALDO CENTURIÓN MORÍNIGO

Segunda Edición corregida y actualizada

Se terminó de imprimir el 15 de octubre de 1993 en la

Editora Paraguaya S.R.L. (EDIPAR).

Paraguarí 964 c/ Tte. Fariña – Teléf. 44-7334

Asunción – Paraguay



 

 

 

A MANERA DE PRÓLOGO

Al revisar libros, papeles y artículos sobre la obra literaria de Hugo Rodríguez-Alcalá

he hallado estas opiniones transcriptas a modo de proemio para su breve antología poética.

 

Mi querido y admirado poeta: La dicha apenas dicha está muy bien dicha, con transparente fluidez y a muy variados niveles de expresión... Su libro se lee con gran placer, y en seguida convence este Decir de la dicha serena... ¿Cómo teme usted que se llame realista su poesía, que lo es deveras? ¡Los “Rumores del patio”, “Higuera y parra”, “La parra”, evocación precisa y mágica —a través de los recuerdos, de su niñez! Todos estos poemas dicen, existen, con gran eficacia. Pura magia.

Jorge Guillén, Málaga, 1970

Con El canto del aljibe, Hugo Rodríguez-Alcalá, ampliamente conocido como ensayista y crítico, obtiene puesto distinguido entre los poetas de nuestra América.

Luis Leal

University of California,

Santa Bárbara, 1974.

En La dicha apenas dicha... todo, paisajes del Norte y del Sur, viajes y recuerdos, la vida, en fin, se le vuelve dicha al poeta, una dicha suave y tierna, aun si se trata de describir la muerte de un ocaso o el advenimiento del otoño, de rememorar su Paraguay natal o de vivir su lejanía de viajero en las calles de Londres o de Roma.

La Nación, Buenos Aires, 1968

Sin duda, el libro Palabras de los días es uno de los más importantes entre los poéticos de Hugo Rodríguez-Alcalá, si no el que más, y donde la nostalgia por su infancia perdida (y a diario recuperada) se expresa con muy pensada unidad estructural y con calidad y emoción difícilmente superadas en sus anteriores libros. Muchas veces se ha dicho, a propósito de la poesía de Rodríguez- Alcalá, que es “sencilla”. ¡Lagarto...! Hay que ponerse en guardia. Si sencillez indica comprensión, podríamos estar de acuerdo, aunque no toda la poesía de Rodríguez-Alcalá es comprensible; si sencillez alude a pobreza de mundo propio, de estilo propio, no debe aceptarse el término. Pobreza por renuncia a lo que no se dice sino excediendo, de acuerdo. Pobreza por impotencia expresiva y no alcanzar las uvas del lujo retórico, de ningún modo. La poesía de Rodríguez-Alcalá está escrita a costa de mucho truco desechado. En sus versos se ve el corte, y corte que es poda, no fea mutilación...

Manuel Mantero, University of Georgia, 1980

No hace mucho tiempo tuve el placer de leer uno de los más recientes libros poéticos de Hugo Rodríguez-Alcalá, Palabras de los días. De aquella primera lectura conservo una atmósfera gratísima, hecha de mediodías y parras, de soles e higueras, de patios, evocaciones y brillos que el tiempo no venció. Ese mundo sensual y como dormido que es la infancia recordada del poeta — materia de Palabras... y de otros poemas del autor— me captó al instante sumergiéndome en sus estampas desuna infancia que, a fuerza de personal, de ser la infancia del poeta Hugo Rodríguez- Alcalá, se erigía en imagen de la Infancia. Si me viera obligado a cifrar en pocos ejemplos aquella faceta del libro que más caló en mi sensibilidad en dicha primera lectura, citaría los siguientes versos:

La higuera abrillantada, con hormigas ciegas de sol y hambrientas, por sus ramas.

En la tierra bermeja, reventones, yacen higos maduros casi negros...

Una lectura más reciente del libro de Hugo Rodríguez-Alcalá, me permitió apreciar en sus versos la presencia de un tema nuevo con respecto a la poesía anterior de este autor; un tema que se repite, además, en un libro último todavía inédito: El portón invisible. Quizá convenga, para entendernos desde ahora, llamar a este nuevo tema “el exilio del tiempo”. En esta denominación confluyen dos elementos que dicho tema articula: el sentimiento de ser un exiliado de la juventud, y el pensamiento de la propia muerte que ya se otea en el horizonte y que trae consigo un exilio más inquebrantable que los que el poeta había atravesado hasta ahora: el exilio de la vida.

Emilio Barón-Palma

Almería, España

(1982)

Toda la obra de Hugo Rodríguez-Alcalá es un bello y profundo canto elegiaco. Aún en los arpegios donde se entreveran dicha y melancolía, Hugo está destacando, sin proponérselo quizá, la oposición inmanente a todo lo vivo y la inevitable coincidencia de lo opuesto, coincidentia oppositorum. Si la dicha para nuestro poeta es un estado existencial como la angustia lo fuera para Sartre, cabe afirmar que su espíritu se afinca con ahínco en ambas modalidades existenciales para resolverse en inconfundible vibración lírica. Porque Hugo Rodríguez-Alcalá siente en entrañada encarnación el amor y la nostalgia de lo suyo, y por lo suyo me refiero a su terruño y a su ámbito, puede contarlo con viril contención. Porque sabe irreparable su pérdida del tiempo perdido, puede salir en su búsqueda y llorarlo en un dulce lamento elegiaco que queda reverberando en el aire después que el silencio ha caído como empolvado celaje sobre el alma.

Celia Correas de Zapata

California State University

San José, California.

1974

Esta de Hugo Rodríguez-Alcalá es la poesía que responde a los postulados de Juan de Mairena. Tiene grandeza y sencillez al mismo tiempo. Y la poderosa sugestión de contagiarnos el amor por todas las cosas buenas que nos rodean, y de descubrirnos la hermosura allí donde no alcanzan a verla el común de los hombres...

Alberto Arbonés

LA PRENSA, Buenos Aires

1968

 

 

Aproximarse a la vida, al pensamiento y a las emociones de Hugo Rodríguez-Alcalá es descubrir un mundo personal fascinante, en el que los sueños no mueren, en el que el sentimiento sigue gestando poemas, en el que una intensa pasión por la belleza desplaza preocupaciones por nimiedades y en el que la esperanza no se rinde ante las amargas visiones de los que contemplan angustiados y descreídos el rumbo de la humanidad.

Este preclaro escritor es doctor en Derecho y Ciencias Sociales y doctor en Filosofía y Letras.

En prestigiosas universidades norteamericanas, se dedicó a la enseñanza durante casi cuarenta años. Dejó en esos altos centros de formación académica, el recuerdo de un hombre erudito, afable, de un espíritu sensible, abierto hacia los valores de la cultura universal.

Autor prolífico, escribió unos cuarenta libros: de crítica, como El Arte de Juan Rulfo, Sugestión e Ilusión, Historia de la Literatura Paraguaya, Narrativa Hispanoamericana; de ficción, como Relatos de norte y sur; de poesía como El Canto del Aljibe, El Portón Invisible, Terror bajo la Luna, San Bernardino, historia, imagen y poesía, libro que incluye un ensayo histórico de su hermana Beatriz Rodríguez Alcalá de González Oddone.

En 1937 publicó Horas líricas, con prólogo de Enrique Bordenave y epílogo de Justo Pastor Benítez. Y en 1938, lanzó Estampas de la Guerra, obra que trasunta su condición de excelente cronista de la dolorosa conflagración acaecida en tierras chaqueñas. El prólogo escribió Cecilio Báez y el epílogo, Josefina Plá.

La trayectoria universitaria de Hugo Rodríguez-Alcalá alcanzó los más elevados títulos y conquistó numerosos y merecidos premios. En Estados Unidos, logró la más encumbrada jerarquía académica; Profesor por encima del escalafón.

Fundó y dirigió el Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de California, Riverside. En la capital mexicana, le confiaron la dirección del Centro de Estudios de la Universidad de California (1972-1974).

Importantes publicaciones literarias de América y Europa han dado a conocer trabajos suyos de indiscutible valor.

Antologías mundialmente respetadas por su rigor y sentido de la excelencia, han incorporado ensayos, cuentos y poemas de Hugo Rodríguez-Alcalá.

Colaborador infatigable de la revista Cuadernos Americanos, Don Jesús Silva Herzog le decía a nuestro distinguido hombre de letras, en febrero de 1980, que entre 1954 fecha de la primera colaboración de don Hugo y la fecha de la carta del ilustre poeta, dos escritores sudamericanos batían el record en lo que se refiere al número de colaboraciones en dicha revista: Felipe Cossío del Pomar, peruano, y Hugo Rodríguez-Alcalá, este paraguayo de lúcida visión ecuménica.

El hijo de Don José Rodríguez-Alcalá y Doña Teresa Lamas es Presidente de la Academia Paraguaya de la Lengua Española. Integró el Jurado del Premio Cervantes para honor de nuestro país.

Desde el año 1983, dirige el Taller Literario Cuento-Breve donde ha descubierto promisorios valores literarios y donde alienta a quienes comprenden que la palabra es un excelso instrumento de comunicación espiritual. En ese Taller don Hugo es el maestro que orienta, el amigo que afectuosamente estimula en el ámbito de la creación intelectual, el erudito que enseña sin arrogancia, el hombre que impulsa en la búsqueda de caminos innovadores, el intelectual inquieto que acerca con probidad y entusiasmo al universo espiritual de célebres autores.

Manifiesta Ignacio Galbis: “Don Hugo Rodríguez-Alcalá, vástago de una distinguida familia paraguaya —sus padres fueron escritores, su hermana Beatriz es historiadora y su hermano Ramiro un eminente jurista, agregamos nosotros— demostró una precoz vocación literaria. Se crió entre intelectuales y sus compañeros de estudios serían más tarde figuras señeras de las letras asunceñas, tales como Augusto Roa Bastos, Herib Campos Cervera y José Antonio Bilbao”.

Hugo Rodríguez-Alcalá no hace un disfrute egoísta de su sabiduría. Lo que conoce, lo que le llega al alma transmite con el sentido edificante del preceptor generoso. Por eso, viéndolo siempre enseñar sin mezquindad, con entrañable vocación de maestro, creemos que bien podría repetir él lo de Séneca en sus Epístolas a Lucilio: “Yo quiero derramar en tu alma, todo lo que yo sé, y me alegro de conocer una cosa para tener el placer de enseñártela. No me gusta la ciencia, si he de guardarla sólo para mí”.

Esta representativa figura de nuestra cultura no sólo es un pensador destacado; es también un ser dotado de extraordinaria calidad humana, un hombre que no se aferra a esquemas fríos o deshumanizadores, un hombre permeable a emociones que trasuntan un intenso vivir de todo lo humano.

La producción intelectual de Hugo Rodríguez Alcalá no está teñida de amargas contemplaciones, no refleja dudas que conducen al desconcierto o decepciones que minan las fuerzas del espíritu.

Por eso, dice Eduardo Neale Silva, Profesor Emérito de la Universidad de Wisconsin: “Hugo sabe que todo hombre está en constante proceso de autocreación, dentro de una persistente problematicidad. Posee, sin embargo, la maravillosa cualidad de poder mirar el mundo con optimismo, a pesar de saber que la indagación de primeras causas lleva inevitablemente a la incertidumbre. Su poesía no es sino el asombro de quien se ve como ser mortal y limitado frente a la grandiosidad del cosmos y sus insondables misterios”.

Hugo Rodríguez-Alcalá está en constante crecimiento espiritual e intelectual. Se supera día a día este devorador de libros que ama a la poesía y a la filosofía, este espíritu selecto que tanto ha cosechado en el campo de la literatura abrazada por él con entrañable vocación, con persistente entusiasmo creador.

De ahí que afirme el mencionado catedrático de la aludida Universidad norteamericana: “Rodríguez-Alcalá ha vivido constantemente dominado por insaciables ansias de saber. El dominio de un horizonte es para él motivo de nuevas incursiones intelectuales. Finísimo observador, se detiene a veces en detalles al parecer minúsculos, que luego le sirven de trampolín para nuevos logros. Durante los años que me cupo en suerte tratarlo, le vi a menudo poseído de sus nuevos hallazgos. Hugo está entre aquellos hombres, cada día menos comunes, que tienen la capacidad de entusiasmarse ardorosamente con ideas, aunque no tengan aplicación ‘práctica’. Siempre habré de recordar el entusiasmo con que leía o releía páginas de Ortega y Gasset en voz alta, no como lector desprevenido, sino con la atención puesta, por una parte, en la argumentación; por otra, en las palabras y frases felices”.

Durante el largo tiempo que vivió fuera del país, este gran escritor nacional nunca dejó de pensar en la patria y mucho escribió acerca de nuestra historia cultural.

Los círculos intelectuales norteamericanos lo despidieron con tristeza y gratitud cuando los dejó para retornar a nuestra tierra después de décadas de dar continuos testimonios de la profundidad de su pensamiento, de la fecundidad de su pluma y de la inalterable dignidad de su vida.

Dijeron de él, que en todas las actividades intelectuales se destacó “como figura de primera magnitud”, pero que la poesía es la gran pasión de su vida, el manantial de donde brota serena y emocionada a la vez la “palabra de los días”.

Reintegrado a nuestro ambiente cultural ha sabido y sabe estar presente allí donde se exalta la obra vivificante y renovadora del espíritu, allí donde con las faenas de la inteligencia se busca engrandecer a la Nación.

Lejos de toda vanidad por los galardones conquistados en el extranjero, luce una admirable sencillez y a todos brinda cortesía, amabilidad, natural dación para tornar grata y armoniosa la convivencia. Su ser espiritual no conoce lo que es la envidia, o el estéril egoísmo.

Cuando descubre una rica poesía o una prosa limpia en un novel autor habla a sus colegas de su hallazgo y a ese creador que se inicia en las letras le da el espaldarazo de un formidable acicate.

El Profesor Rodríguez-Alcalá tiene agudas reflexiones sobre la literatura paraguaya del siglo XX, siglo en el que según él nos dice “se afirma el ensayo, se inician el cuento y la novela y se cultiva una lírica historiable”.

Bien se ha dicho que “la literatura es el eco y el reflejo de la vida”. En la literatura está la voz encendida de un pueblo, está el alma y están las motivaciones superiores de una raza. Sus manifestaciones alcanzan ponderables alturas, cuando encuentran el oxígeno de la libertad, ese preciado bien que le hacía expresar a Víctor Hugo: “la libertad es en la filosofía la razón, y en el arte, la inspiración”.

El que ama a las letras, el que las cultiva con honestidad, el que las prestigia con su ingenio, las eterniza con su genio o las dignifica con el amor a las justas causas de la humanidad, no se frustra en el aislamiento sino que traspasa fronteras por el milagro universal de la palabra. Es por ello por lo que un filósofo griego decía: “El literato es el único que goza de la prerrogativa de no ser extranjero en medio de extranjeros”.

Este intelectual de renombre que tanto ha defendido en el mundo el prestigio literario del Paraguay, también ha contribuido a la defensa de su Patria en las horas difíciles y dramáticas de la guerra.

“Antes de cumplir los dieciocho años, —dice Justo Pastor Benítez— Hugo Rodríguez-Alcalá vistió el uniforme verde-olivo y partió para la Guerra del Chaco. Frutos de la vida de campamento fueron dos libros de versos: Estampas de la Guerra (1939) y A la sombra del pórtico (1942). Su Horas líricas, libro de redacción anterior a la de los nombrados, obtuvo el premio del Ministerio de Educación (1939). Hacía también periodismo en aquellos años y llegaba a la redacción de El Diario con unas cuartillas temblorosas. La forma de sus versos era de puro estilo peninsular, trovas, sonetos, romances, a veces con un dejo de romanticismo. Se ajustaba mucho a las reglas. Sólo veinte años después logró libertarse de esas formas tradicionales y escribir poesías cristalinas, casi etéreas, a la manera de Juan Ramón Jiménez o de Antonio Machado”.

Cuando esto escribía el autor de El Solar Guaraní, Hugo Rodríguez-Alcalá estaba consagrado a sus quehaceres intelectuales en los Estados Unidos de América, abarcando lúcidamente lo universal sin perder la substancia que le dio su tierra natal.

Decía Justo Pastor Benítez: “Hoy es titular de una cátedra de literatura española e hispanoamericana en la Universidad de Washington. El ambiente norteamericano, donde permanece hace unos veinte años — (era el año 1961) — no ha deformado su contextura hispánica en tierra guaraní. Es un scholar sin darse áire de dómine. Sigue escribiendo en castizo español, asomado siempre hacia el panorama hispanoamericano”.

“Desde su iluminado mirador difunde los valores de su raza y de su pueblo, haciendo conocer al Paraguay”.

Villarrica tiene especiales y sensibles repercusiones en su alma. En varios poemas evoca con cariño y nostalgia a esta ciudad que debiera declararlo hijo dilecto por todo lo que el poeta le cantó como si entre ambos existiera un vínculo espiritual indestructible. Villarrica está en la poética de Hugo Rodríguez-Alcalá con el acento del amor y del recuerdo emocionado.

En su meduloso estudio “Hugo Rodríguez-Alcalá: La pureza recuperada”, dice Juan Manuel Marcos: “El poema Villarrica fue escrito en 1962. Aparece en La dicha apenas dicha, de 1967; en Palabras de los días, de 1972; en El canto del aljibe de 1973.

“El tiempo” es de 1926; pero sobre todo, son los nueve años del poeta. El “espacio” es Villarrica, un pueblito campesino, donde Hugo Rodríguez-Alcalá y sus hermanos pasaban los veranos. El “personaje” central es el poeta, el poeta-niño. A primera vista, el poema presenta varios “motivos”. Uno de ellos podría constituir la imagen, lenta, nostálgica, aromada, del pueblito, esa “ciudad”... circunvalada por el campo, invadida por el campo.

“Está amaneciendo en la aldea. Y con el sol, suben hasta ella los carreteros, las marchantes del mercado. El pueblito se llena de colores y fragancias”.

“La ciudad” empieza a vibrar con su música cotidiana...

La invaden las carretas con sus frutos: sus sandías lustrosas, sus melones fragantes.

“En ese sentido, el motivo no equivale simplemente al paisaje.

El paisaje es —como en tantos poemas de Rodríguez-Alcalá— Villarrica. Pero el motivo es “Villarrica amaneciendo”. La elección del poeta no ha sido gratuita; él “necesitaba” que amaneciera en la Villarrica de este poema”.

Escribiendo como poeta, Hugo Rodríguez Alcalá vuelca lo más genuino y vibrante de su ser. Nació poeta, vivió y vive poeta alzando irreprimibles la pureza y la hondura de sus versos en un mundo crudamente materialista.

La gran Josefina Plá expresa: “La trayectoria lírica de Hugo Rodríguez-Alcalá se inicia tempranamente. De años adolescentes aún es su poema dramático —o breve drama poético— LA DANZA DELA MUERTE. Y recordemos, con vividos perfiles de fotografía, el instante en que el poeta de veinte años nos visitó en la Redacción de EL DIARIO de Asunción—único lugar en el cual en esos ajetreados días podía encontrárseme— llevando bajo el brazo los originales de sus Estampas de Guerra. Poemas, escritos con la memoria en carne viva todavía, pues el poeta, casi un niño, aún, había estado en el Chaco y lo que escribió era testimonio filtrado por sentidos y ánimo. Cuando se escriba a fondo la historia de nuestra poesía, esos poemas juveniles y primerizos tendrán un lugar entre los que iniciaron en esa década el despojo de la retórica y reclamaron para la poesía la desnudez del grito”.

Josefina Pía considera que todos los libros de poemas del brillante exponente de la generación del 40 reflejan una unidad que no siempre se logra en poesía, sin alterar la substancia. De ahí que haya afirmado nuestra escritora insigne: “Unidad que, no sólo lo es de actitud espiritual; trasciende a la forma. Por eso quizá, lo que se diga de uno de sus libros, puede valer para la obra conjunta, porque entrar en cada uno de ellos es entrar en una estancia de un mismo palacio, aunque cada una con su propia atmósfera, con sus paisajes vistos desde más altas ventanas; y también con sus fantasmas únicos. No se repiten: se explican uno al otro”.

Hugo Rodríguez-Alcalá nos recibe cordialmente en su hermosa residencia para iniciar unas conversaciones sobre su vida, sobre su obra y para conocer su opinión acerca de la literatura paraguaya del presente siglo.

Nos hace pasar a la sala de la casa y allí vemos que las paredes están cubiertas de pequeños retratos, por fotografías de familiares y amigos, por fotografías que recuerdan sus entrevistas con personalidades de todo el mundo durante su larga permanencia en los estados Unidos de América. Junto a estos testimonios de una vida intensamente vivida vemos pergaminos, diplomas, cartas de grandes escritores que elogian los trabajos literarios de este paraguayo que ha alcanzado dimensión internacional a modo de reconocimiento de su talento y del valor de sus creaciones espirituales tan llenas de originalidad y de cálidas vibraciones humanas.

—Antes de conversar, tendrá que escucharme. Yo soy esencialmente poeta.

Sobre una mesa, están sus libros a los que parece más entrañablemente ligado. Recoge uno de ellos, guarda silencio por algunos segundos, se transforma como si estuviese ante un multitudinario auditorio y comienza a leer este poema épico de su autoría, con maravillosa emoción:


LOS BISABUELOS

a Vicente Lamas Carísimo


El cañoneo, el humo,

la confusión, los ojos


desorbitados de un caballo

yacente allí, en el pasto


con el pescuezo

cercenado...


Algo también a él lo ha golpeado

En el hombro. En el vientre. En una pierna.


El no lo sabe bien.

Cae en tierra y la siente


caliente con la sangre

de un hombre joven todavía


que lo mira,

que acaso quiere hablarle,

y que a su lado expira.


Comprende ahora que era su destino

morir allí como ese hombre anónimo

sobre el estremecido campo al rojo.


Y ve correr su sangre abrillantada

por un leve declive —pasto y fango—

hacia el vecino cuerpo ya insensible.

— ¿Quién sería—preguntase—ese hombre

que me ha mirado tan extrañamente?


Durante todo el día

el cañoneo continúa.


Bajo el lívido incendio del crepúsculo

y unidos por su sangre endurecida,

quedan los dos cadáveres.


Ni los ferrados cascos

de la caballería que, a la fragua

del cañón, precipita su martirio;


ni el incesante fuego

que acribilla las ciénagas heladas

hendiendo cuajarones de escarlata,

los separó en la muerte hasta el silencio

final de la batalla.


Ni uno ni otro intuyó al cerrar los ojos

el misterioso sino de su estirpe.

El sino que eligió la hora más roja

para el primer encuentro de sus sangres.

*

Años después el hijo del primero

y la hija del segundo se encontraron

Asunción renacía

tras el tiempo del éxodo

y el horror del saqueo.

Las sangres confundidas

en la batalla enorme


reconociéronse al mirarse

en la esperanza de una vida nueva.


Y, acaso, sobre el campo de batalla,

aún sembrado de lanzas y fusiles


y de rotas espadas,

en fantasmal coloquio,


los bisabuelos se explicaron

el misterioso sino de su estirpe.


California, 1970


Es verdad. Estamos ante un hombre esencialmente poeta. Poeta de la belleza, del canto suave, de la candidez de un niño, un poeta que se aproxima tenuemente a todo lo humano y en cuyos versos no hay dejos de amargura ni apocalípticas visiones.

En 1938 ya decía la incomparable Josefina Plá: “De casta le viene al galgo ser corredor”. Dos plumas de las que fluye un fino castellano: José Rodríguez Alcalá, Teresa Lamas Carísimo, no han de extrañar el castizo proverbio que ya nos sugería su común retoño, Hugo, cuando sus catorce años- hace siete- irumpían por vez primera en la prensa con el ímpetu profuso e inconcreto de la extrema adolescencia.”

Cuando hace poco tiempo, en la presentación del libro El ojo del bosque, preguntamos a Josefina Plá pué opinaba de Hugo Rodríguez-Alcalá nos dijo: “Es una figura imprescindible de la Incultura paraguaya”.

Ya los versos del adolescente repercutían conmovedoramente en el exterior.

Al entrar a la residencia del autor de El Portón invisible vimos un cuadro que contiene un viejo y amarillento recorte periodístico El Liberal. Es el escritor chileno Carlos Grez Pérez que felicita a Hugo Rodríguez-Alcalá por lo que escribió en ese periódico sobre Curupayty y que cree que el autor de tan hermosos versos en que campean fulgores de subyugante leyenda es un intelectual maduro. El Liberal aclara que el escritor aún no ha cumplido los 17 años y agrega que ante estos éxitos literarios del adolescente hay que esperar “una óptima cosecha en la hora de la maduración”.

Sigue nuestra conversación:

-Usted sabe que muchos de mis poemas están inspirados en viejas fotografías de la familia. Fíjese en esta fotografía: mi hermano Hiram camina por una calle de Villarrica, se observa el portón de la casa de un tío y aparecen también casonas llenas de historia de esa ciudad que tanto ha penetrado en mi corazón. Bueno, esta antigua fotografía dio nacimiento a estos versos:

 

 

EL PORTÓN INVISIBLE

 

...Ed io nom so chi va e chi resta...

E. Móntale


En la fotografía busco el alto

portón, aquel portón de nuestro patio


para ver si es que puedo introducirme

en secreto, y quedarme allí, temblando,


en espera de cosas abolidas.

Mas la fotografía sólo muestra


el muro de ladrillo, a mano izquierda,

y a la mano derecha, esas casonas


que hoy como ayer están allí, en silencio,

proyectando sus sombras en la acera.


Un muchacho moreno, muy delgado,

con ágil paso avanza junto al muro.


Ese muchacho es hoy un blanco abuelo

que habrá olvidado acaso aquella siesta


en la calle desierta, bajo un cielo

ardoroso de enero o de febrero.


—Muchacho: date vuelta; retrocede;

ve si puedes llegar hasta el portón


y abrirlo para mí. Tuya es la hora

de esa remota siesta. Deja abierto


el antiguo portón ahora invisible.

Yo habré de entrar para quedarme a solas


en el patio, mirando a todos lados,

andando de puntillas hacia el fondo…


Tú seguirás marchando mientras tanto

Por la calle soleada y silenciosa.


Yo, sin hacer ruido, al poco rato,

saldré a la calle que ahora es toda tuya


y cerraré con llave, para siempre,

el portón de tu infancia y de mi infancia.


17 de junio, 1972


¿Que representa para Ud. Villarrica, tan aludida en numerosos poemas suyos?

Siendo niño viajaba a Villarrica, donde tenía unos tíos maravillosos, el tío Manuel y el tío Tom. Villarrica es para mí la infancia que sale hacia el mundo.

Recuerdo los domingos tan serenamente tranquilos. Escuche este poema:


DOMINGOS

 

a Graciela Delgado Holiday


... luoghi noti

se non chefatti irreali...

M. Luzi


Los domingos había allá una calma

nunca recuperada en otros pueblos.


La palabra añoranza acaso tenga

el sabor de esa dicha irrecobrable.


El color de la vida era el celeste

del cielo abanderado de su pueblo.


En la plaza los árboles brillaban bajo el sol eucarístico,

en el aire


vibrante de campanas y estriado

por vuelos de paloma.

Mi mundo estaba en una esquina blanca

de calles silenciosas. Las calzadas


temblaban al pasar de los jinetes.

No se oían carretas. Los domingos

descansaban los bueyes en el campo.


En la esquina sombreada por ovenias

los tíos patriarcales, sosegados,


ya desaparecidos hace tiempo

de sus casonas de emparrados patios,


se reunían y hablaban y reían

felices, a la sombra en sus sillones,


con la paz del domingo en la mirada,

y eternos en la fuga de las horas.


18 de octubre, 1973


El poeta que selló un amor purísimo con Villarica, hoy la visita y la encuentra tan cambiada. Ya casi nada queda de aquellas casonas frente a las cuales jugaba alegremente el niño. Desapareció la serena placidez de otros tiempos, ese silencio que decía tantas cosas. Y el ritmo agitado y febril de un nuevo tiempo hasta “ha espantado hacia arriba al cielo”.

Instalado en la realidad que ha esfumado imágenes y vivencias entrañablemente sentidas, pareciera que el poeta hace hablar con lágrimas a la nostalgia:


LA VILLARRICA DE MIS TIEMPOS ERA...


La Villarrica de mis tiempos era

verde, muy verde gracias a las verdes


verdísimas ovenias que sombreaban

sus dormidas aceras.


La Villarrica de mis tiempos era

roja, muy roja porque sus calzadas de tierra carmesí

cuando llovía convertíanse en púrpura arcillosa


La Villarrica de mis tiempos era

muy azul, muy azul, porque su cielo


descendía muy cerca de los techos:

lo horadaban las torres de la iglesia.


La Villarrica de mis tiempos era

blanca, muy blanca porque sus casonas


acumulaban calles centenarias

y el aire estaba blanco de palomas.


la Villarrica de mis tiempos era

lo que nunca será sin sus ovenias,

sin sus rojas calzadas hoy de asfalto;

nunca ha de ser azul como antes era


porque el estruendo de los autobuses,

porque el bramido de sus mil camiones


y el estridor de las motocicletas,

espantan hacia arriba al cielo plácido


y éste ya no desciende sobre el pueblo

como un inmenso manto azul celeste.


3 de marzo, 1987


Josefina Plá dice: “Hugo Rodríguez-Alcalá va al Chaco. Allí el adolescente confronta su concepto épico, nacido del flanco de la ‘ Marcha Triunfal’, con la realidad roja y negra de la guerra...” Hugo Rodríguez-Alcalá se queda pensando como si se agolpasen en su recuerdo tantas imágenes, hechos, instantes con relámpagos de gloria y muerte de aquella epopeya de mayúscula grandeza.

Admira a Estigarribia, admira su entereza, su inteligencia, su valor y su serenidad imperturbable.

Toma su libro Terror bajo la luna y nos lee su oda dedicada al glorioso soldado:


ODA A ESTIGARRIBIA

 

a Manuel Abelardo Rodríguez

El general Freydenberg, delegado

 francés, un poco sorprendido por el

aplomo con que yo hablabá del

enemigo, me dijo que la guerra

tenía sus mudanzas y que no se

podían predecir con exactitud

todas las contingencias. Pero mi fe

en el inminente descalabro del enemigo

era tan profunda, que le respondí:

“No dude usted, General; la

destrucción del ejército boliviano

es una operación matemática”


José Félix Estigarribia


I

Estigarribia enciende un cigarrillo.

El único que fuma en la jornada.


Mira en su derredor, imperturbable.

Es el fin del almuerzo. Ya ha dispuesto


hasta en nimios detalles la batalla  

inminente. Sereno y minucioso,


desde el amanecer sobre los mapas,

ha anticipado albures y sorpresas,


y ha movido en su mente Divisiones,

Regimientos, Patrullas, que él desprende


de duras Unidades veteranas,

que urden el ajedrez de sus victorias.


En su vasto problema matemático,

las incógnitas surgen como opciones.


II

Es hora del paseo cotidiano

y su mirada alerta al grupo grave


de militares jóvenes que acechan

la mínima expresión del hombre plácido.


Se levanta. La selva acaso espere

que él su espinosa sombra por las sendas


con ágil paso vaya interrogando.

Sabe que el General la siente, viva,


como animado ser; que él, sólo, intuye,

en voces misteriosas su mensaje.


Sabe que el Jefe es el Predestinado

que ha de dar a sus lindes nuevos hitos.


Atrás, muy lejos, todo un pueblo, tenso,

en ciudades, aldeas y villorrios,


contempla imaginariamente el cuadro.

Hay angustia, inquietud, recelo, miedo


en madres silenciosas que en los campos

labran la tierra del soldado ausente.


El siente esas miradas maternales

que el peligro mortal hace magnéticas.


III

Más de una vez vencido, el enemigo

persevera tenaz: vuelve, a la lucha.


Ha vaciado sus minas. Montes de oro

salpicados de sangre, ha convertido


en inmenso arsenal. Hombres de bronce

han arrojado el pico en las cavernas


húmedas de sus lágrimas y, juntos,

en muchedumbre armada hasta los dientes,


envuelta en resplandor de bayonetas,

bajan del Altiplano. En la vanguardia

las cremalleras de artillados carros,

atronando quebradas y angosturas,


triturando la piedra estremecida,

ahora muerden heridas en los llanos,


y ahora ensanchan picadas en la selva.

escoltando este alud desde la altura,


en ominoso vuelo entre las nubes,

un enjambre de cóndores metálicos


en fragor que ensordece el infinito,

oscurece la tierra con sus sombras.


IV

El General ha dicho: —"En dos semanas

toda esa muchedumbre será mía;


todos sus armamentos, de mi Ejército”.

De corcho el casco, verde la guerrera,


de un verde desteñido como el verde

de los sedientos árboles, el jefe


pasea largamente por la selva:

en este dominado laberinto,


los presagios descifra del Destino.

Únicos signos de su jerarquía,


dos estrellas pequeñas en los hombros

y el homenaje militar del bosque.


El polvo opaca las polainas pardas

que años largos atrás le protegían


en sus expedientes por los montes.

Silencioso, evitando las espinas,


él séquito jadea tras el procer.

En la distancia rueda; un trueno inmenso.


El ausculta el tremor del bosque, y dice:

—Volvamos. Hay un parte de victoria:


ya el enemigo, roto, se deshace.

Hay órdenes que dar. Gracias, señores.


—      Un crítico de su obra dice que usted es el poeta de la reivindicación de la dicha. ¿Qué es la dicha para Hugo Rodríguez-Alcalá?

—      Lea el prólogo de mi libro La dicha apenas dicha. Con ello quise decir la felicidad apenas expresada.

—      Esa obra la publicó Camilo José Cela.

Así es. Camilo José Cela es encantador, un gran escritor, muy ameno. Me honro con su amistad.

—      Otro crítico de su labor de poeta manifiesta que quizá Palabras de los días sea su mejor libro.

—      Quizá haya dicho eso porque no leyó El portón invisible.

—      ¿Ama especialmente a ese hijo espiritual suyo?

—      Mire, todos son muy parecidos...

—      Sabemos que hace pocos días Josefina Plá descubrió su libro Quince ensayos y quedó muy impresionada. Dijo que escribiría un comentario porque encontró el trabajo sumamente valioso.

Quince ensayos es la revisión continental de la literatura. Sostengo en sus páginas que estamos criticando a los que fueron nuestros grandes escritores en los años 20 y 30 para levantar nuevas figuras.

—      ¿Cuál fue el primer libro que publicó en los Estados I nidos.?

Federico de Onis publicó mi libro Alejandro Guanes: Vida y obra. Fue mi carta de ciudadanía. El libro fue muy favorablemente comentado.

—      En su ascendente carrera literaria creo que mucho Significo Misión y pensamiento de Francisco Romero con prólogo de José Ferrater Mora.

—      Ese libro me abrió muchas puertas. Es que lo que se escribía sobre Francisco Romero enseguida se publicaba.

—      Ferrater Mora lo elogiaba mucho...

—      Ferrater Mora fue mi gran maestro en la Universidad de Princeton. Asistí a sus clases de Filosofía de la Historia. Era Brillante y de una abrumadora erudición. Hablaba un inglés perfecto.

—      ¿Y sus encuentros con Julián Marías?

—      Hablé varias veces con él. Es un gran discípulo de Ortega, es trabajador infatigable. Julián Marías es el que mejor aprendió las lecciones del maestro. Su hijo Javier es un excelente novelista.

—Juan Ramón Jiménez le expresó a Ud. en una carta: “Usted es un poeta y si a usted le satisface que un viejo aspirante a poeta, enamorado de la belleza se lo diga, se lo digo. Tiene usted el latido y el acento y se mueve en la atmósfera de los auténticos poetas...”

—      Tuve con Juan Ramón Jiménez una intensa relación epistolar. Hablé con él en Miami. Fue nuestro único encuentro pero verdaderamente inolvidable.

—      Su sensibilidad de poeta caló hondo en el espíritu de Juan Ramón Jiménez.

—      El poeta debe ser artífice de sí mismo. Lo que recibe de Dios o de algo superior es decisivo pero él tiene que guiarse a sí mismo para encontrar lo más profundo que hay en su espíritu y en el mundo que lo rodea.

—      ¿Alguna anécdota del poeta Rodríguez-Alcalá.?

—      En Estados Unidos, poco antes de regresar a la Patria, tuve un sueño extraordinario. Me levanté sobresaltado a las 3 de la mañana y me puse a escribir un poema sobre la base de lo soñado. Ese poema es “Extraña visita”. Al amanecer, sonó el teléfono. Un profesor universitario norteamericano me anunciaba que me ofrecerían un homenaje de despedida y que le gustaría que en esa ocasión leyese algún poema mío. Le manifesté: “Ya lo tengo listo. Acabo de terminarlo.” Fui al emotivo acto, me encontré con 80 personas y leí aquel fresco producto de la madrugada:


EXTRAÑA VISITA


Fue el regreso de toda la familia

al pueblo y a la casa de los tíos.


Después de tantos años, la visita

la hacíamos los muertos y los vivos.


A nadie este prodigio sorprendía.

No existía la muerte entre los míos,


porque o los muertos no se habían muerto,

o los vivos vivían otra vida;


o quizás, todos éramos espectros

volviendo a una soñada Villa Rica


El pueblo era un milagro de hermosura:

había un resplandor sobre las casas


y una alegría y una paz profunda

en verdes patios de sombrosas parras.


¿Era un día domingo en primavera?

¿Era el pueblo de antaño u otro pueblo?


Imposible decirlo. Era y no era.

Su extraña maravilla era lo cierto.


Por un zaguán de cal reciente entramos.

Vimos la galería —enjalbegada


también con cal reciente— acogedora.

La parra y los rosales en el patio


resplandecían bajo luz dorada.

Todo estaba en su sitio como otrora.


El gran perro ladró un instante y luego

sumiso y manso meneó la cola.


Era el Pampa, mi amigo de otro tiempo.

Cantaban los canarios en sus jaulas.


En el aro de hierro el papagayo

las palabras de siempres mascullaba.


Nosotros, dando voces, avanzamos.

Mas nadie respondía a nuestras voces


sino los ecos que en las vastas salas

oscuramente repetían nombres.

¿Dónde estaban los tíos? Nos miraban

curiosos, sus retratos taciturnos,


desde un día de bodas muy lejanas,

y sus miradas eran de otro mundo.


¿Nadie estaba en la casa? No importaba.

Ya vendrían más tarde. Nos reunimos


en el patio, y sentados en los bancos

conversamos los padres y los hijos.


Y estábamos alegres porque estábamos

juntos allí, los muertos y los vivos,


como si nunca hubiera habido muertes

ni aun la de aquellos que se habían ido


y dejado la casa abandonada 

aunque limpia y hermosa: el patio, verde;


blanca la galería, pura el agua

del hondísimo pozo, y las alcobas


recién barridas, con sus anchas camas

tendidas; y, con rosas, los floreros.


—Este racimo es para ti: el más grande—

dijo un hermano muerto, y sonriendo


puso el racimo en manos de mi padre.

Cantaban los canarios en las jaulas.


Mascullaba el pintado papagayo

su escaso repertorio de palabras.


¿Dónde estaban los tíos? ¿No vendrían

felices de encontrarnos en su casa


sin previo aviso nuestro, y la familia

renovaría entonces los coloquios


hacía tanto tiempo suspendidos?

La dicha familiar cesó de pronto.


Se oyó una voz en el zaguán vacío:

la voz no era de nadie, pero alguien


invisible volvía del olvido

oscureciendo de terror el aire.


26 de febrero, 1981


 

—      En uno de sus libros Ud. dice que la aparición de lo que puede llamarse una literatura paraguaya es un acontecimiento tardio...

—Así es, sobre todo si se compara la evolución cultural de este país con la de otros del continente. Una historia de la literatura paraguaya debe registrar muchas obras y autores del tiempo de la conquista y de la Colonia; pero desde la Conquista, iniciada en 1537, y durante la Colonia y hasta después de la Independencia en 1811 y, aún después, aún durante el siglo XIX, no se puede hablar de la existencia de una generación literaria activa, creadora y digna de llevar el nombre de generación literaria.

Se escribieron, sí, obras valiosas durante la Colonia y antes y después de la guerra de 1864 a 1870; pero la labor literaria en el Paraguay era antes de 1900 un fenómeno esporádico.

¿A qué se debe este retraso en comparación con lo acontecido en México, Colombia, Argentina, etc.? Se lo explica con varias razones: el Paraguay cuya capital fue llamada con justicia la Capital de la Conquista y Madre de Ciudades —madre de la segunda Buenos Aires, nada menos—, perdió su importancia política y administrativa a comienzos del siglo XVII. La Provincia Gigante de la Indias fue dividida entonces por la metrópoli. Asunción quedó reducida a un pequeño puerto fluvial, remoto del mar. Como en el Paraguay, a despecho de ilusionadas y alucinadas búsquedas, nunca se hallaron metales preciosos, la Provincia desde el siglo XVII sufrió una marginación casi total, convertida ahora en una región mediterránea en el corazón de la América del Sur. La marginada provincia ansiaba tener una universidad.

Vanamente se postuló en Asunción el establecimiento de una universidad. El Paraguay — se arguyó — si quería una universidad, debía costeársela. En 1754 una verdadera cruzada popular allegó los recursos necesarios para establecer la anhelada institución.


¿Y qué aconteció?. La Corona decidió que el dinero allegado se invirtiese no en una universidad sino en un seminario.

Años después -en 1788- otra verdadera cruzada popular volvió a allegar fondos para llevar a cabo el proyecto. El Rey de España se mostró conforme; pero el virrey residente en Buenos A es más quería una universidad a orillas del Plata que en la lejana Asunción a orillas del Paraguay. “Terminó la edad colonial”— escribe el historiador Efraim Cardozo—sin que Asunción viera cumplida su antigua aspiración.

Al fin, en 1890, a los setenta y nueve años de la independencia, fue fundada la Universidad de Asunción. Varios de sus primeros profesores fueron maestros de la Generación de 1900.

Dos atroces guerras habían casi exterminado las clases altas del Paraguay durante el siglo XVIII y el siglo XIX, respectivamente. La revolución de los comuneros que fue una verdadera guerra — duró desde 1717 a 1735—, y la guerra de la Triple Alianza, desde 1864 a 1870..La mejor juventud pereció o se malogró en ambas sangrientas contiendas. La larga dictadura del Dr. Francia mantuvo al país aislado del resto del mundo desde 1814a 1840.

Durante el régimen de terror del Dr. Francia la literatura era imposible. El país estaba amordazado.

Pero en el último tercio del siglo XIX dos fundaciones culturales tuvieron una trascendencia extraordinaria. Ya se mencionó la creación de la Universidad en 1890. Ahora bien, en 1877 se había fundado el Colegio Nacional, institución ejemplar de segunda enseñanza que preparó a la élite intelectual joven para acceder a la universidad.

—      Mucho le debe la cultura paraguaya al Colegio Nacional.

—      Fue el Colegio Nacional semillero de bachilleres cultos, laboriosos, patriotas, donde profesores extranjeros y paraguayos, entre estos últimos figuraba el Dr. Cecilio Báez, ejercieron una rígida disciplina. El Colegio Nacional dejó para siempre en sus egresados una homogénea impronta educativa. Parejo papel aglutinante y formador tendrá el Instituto Paraguayo, establecido 1895, entidad que publicó una famosa revista, la mejor que hasta la fecha ha tenido el Paraguay. En el último cuarto del siglo XIX se formaron los que serían los miembros de la Generación de 1900.

Esta es la generación de los fundadores de la cultura moderna en el Paraguay.

Salvando la debida distancia, se puede decir que Cecilio Báez (1862-1941) asumió en su generación un papel semejante al de Unamuno en la de 1898. Báez era un sabio de cultura enciclopédica, filósofo positivista, jurista eminente, doctor en ciencias naturales y gran erudito en saberes de historia de América y del mundo. Báez nace casi dos lustros antes que los hombres de 1900. Precoz como serían precoces sus discípulos, ejerce la docencia, como queda dicho, en el Colegio Nacional y luego en la universidad.

 

Liberal spenceriano — “Spenceriano hasta la médula de los huesos” solía decir de sí mismo —, fue un apasionado defensor de las libertades cívicas. Amaba la verdad con el fervor de un genuino filósofo liberal y por ello fue duro al enjuiciar a su país renaciente de la catástrofe de 1864 a 1870.

El Paraguay, víctima de secular tiranía, clamaba con severidad elocuente, debía abominar de los tiranos de su pasado, especialmente del Mcal. Francisco Solano López, a quien acusaba de ser un monstruo, de haber conducido a su país a la ruina.

El intransigente nacionalismo de 1900, surgido entonces como reacción a la derrota infligida por la Triple Alianza, tuvo en Báez un crítico implacable. Báez pugnaba por la reconstrucción y redención de su patria predicando el evangelio de la libertad por un lado y el odio a la tiranía, por otro.

—“Yo digo” —aseveraba—“que la verdad debe decirse aun contra el crédito del propio país, porque ésta es la manera de servirle y de corregir sus errores”.

En esta frase está todo Báez. Famosa es la polémica del a o 1902 con uno de sus ex discípulos, con Juan E. O' Leary, figura señera del nacionalismo, el cual consagró su larga vida y su extensa obra a exaltar las glorias nacionales y a exaltar al Mcal. López. López era, según O' Leary, el máximo héroe del Paraguay. Báez, como ya se ha dicho, execraba al dictador que comandó en jefe las fuerzas paraguayas contra la Triple Alianza.

La juventud estudiosa mostró vivo interés en la prédica de Báez, en su apostolado de la libertad; pero O'Leary y sus adeptos ganaron la partida. Y es que el nacionalismo operaba como una forma vehemente de consolación para el pueblo vencido. Y la interpretación de la historia patria por O' Leary se convirtió en algo así como un credo, un dogma patriótico indiscutible. Entre creer que los ejércitos de la Guerra Grande habían sido comandados por un monstruo o por un gran héroe, se optó por la segunda creencia.

Presidente de la República y varias veces Ministro de Estado, Cecilio Báez se apartó durante muchos años de la vida política enteramente consagrado a sus cátedras universitarias. Los azares de la historia lo llaman ya en edad muy avanzada, a desempeñar un papel importantísimo como Canciller de la República en 1937. En su carácter de Canciller le tocó firmar el Tratado de Paz con Bolivia.

Báez conserva hasta sus últimos días una asombrosa lucidez y una memoria no menos asombrosa.

Jamás, ni como profesor universitario ni en el desempeño de altos cargos en el gobierno del país, necesitó apuntes para exponer doctrinas, citar autores, libros, fechas, sucesos. Era un hombre erguido, de majestuosa presencia, siempre vestido de negro en invierno y en verano, la camisa blanca de pechera y cuello almidonados, imponía la sujeción, el respeto al maestro venerado, al más alto exponente de la cultura nacional.

Dejó tras sí una vastísima obra de centenares de volúmenes, de ensayos y artículos. Su último libro, aparecido en 1940, poco antes de su muerte, Bosquejo histórico del Brasil, “está inspirado” —dice en la advertencia— “en el espíritu internacional y muy particularmente en el sentimiento de confraternidad americana. No es la historia de sus rivalidades con otras naciones, ni de sus conflictos armados, sino de los esfuerzos por él desplegados para desenvolverse y realizar la cultura humana en el espacio físico donde desarrolla sus actividades vitales”.

Basta citar tres de sus obras para indicar el sentido de su inspiración de doctrinario liberal y de jurista: Ensayo sobre la libertad civil (1893), La tiranía en el Paraguay (1903), Ensayo sobre el doctor Francia y la dictadura en Sudamérica (1910) y Filosofía del Derecho (1929).

El nombrado vencedor de Báez en la polémica de 1902, Juan E. O' Leary, campeón del nacionalismo triunfante, escribió de sí mismo: “He querido ser, ante todo, el animador y he buscado en la historia el eslabón roto de la cadena para restablecer la continuidad de nuestra existencia, la reintegración de nuestra personalidad esencial. Para devolver a la nacionalidad su fe perdida, para unificar su conciencia, para curarla de su derrota y de su derrotismo he roto, al decir de un gran escritor, el pacto infame de hablar a media voz, y he gritado, con la arrogancia del que no tiene de qué

avergonzarse, la gran verdad de nuestra historia, batiendo la frente a la impostura y reivindicando todos nuestros títulos de gloria. Claro está que al dar el primer paso en este camino, me encontré con la figura gigantesca del Mariscal López”.

—      O' Leary reivindicó la memoria de López y el sentimiento de derrota de nuestro pueblo convirtió en una orgullosa y altiva postura nacionalista...

—      O' Leary fue el escritor de 1900 que no cesó en su afán de glorificar la figura del Mariscal López hasta que lo vio convertido, en el fervor de su pueblo, en el más grande de sus héroes.

—      ¿Qué más se puede decir acerca de esta generación de tan altos valores?

—      Ningún miembro de esta generación nacido en el Paraguay escribió cuentos y novelas. Hubo sí tres extranjeros, identificados con los hombres de 1900 en muchos aspectos. Estos tres hicieron narrativa de ficción: dos argentinos y un español. Martín de Goycoechea Menéndez (1877-1906) obtuvo gran éxito en sus relatos de inspiración nacionalista, glorificadora de las virtudes paraguayas. José Rodríguez-Alcalá (1883-1958) es autor de la primera novela paraguaya, Ignacia (1905), novela de crítica social. La crítica era algo que el Paraguay entonces no podía tolerar: le aconsejaron al autor que buscara sus temas en la historia. En cuanto al español Rafael Barrett, que defendió con energía a Rodríguez-Alcalá y lo felicitó por inspirarse en la realidad actual, no logró éxito, el éxito que merecía como maravilloso prosista y narrador de talento. Y es que Barrett no se inspiraba en la historia, no glorificaba al Mariscal López ni a los heroicos combatientes de la Guerra Grande. Sólo muchos años después sería maestro de escritores aún futuros.

Si la historiografía paraguaya fue definitivamente fundada por esta generación que aportó un nuevo estilo, una manera más ágil y artística de escribir, la poesía tuvo dos notables representantes en Alejandro Guanes (1872-1926) y en Eloy Fariña Núñez (1885- 1929).

Guanes es autor de un poema famosísimo titulado “Las leyendas” y por él es recordado y con él su nombre se identifica. Guanes escribió otros muchos poemas admirables, de refinada belleza y magistral artesanía literaria como “Domingo de Pascua” y “Re-cuerdos”.

Ahora bien, “Las leyendas”, inspiradas por el caserón de sus antepasados, tiene un carácter generacional en el sentido de evocar un tiempo heroico que fascinaba a la élite intelectual. Aparte de este sentido generacional, y, debe agregarse, nacional, la elegía al caserón de los Guanes es una elegía al Paraguay del tiempo de la epopeya, de altísimo valor estético.


Caserón de añejos tiempos, el de sólidos sillares

con enormes hamaqueros en paredes y pilares,

el de arcaicas alacenas esculpidas, ¡qué de amores,

qué de amores vio este hogar!

el que sabe de dolores y venturas de otros días

estructura singular,

viejo techo ennegrecido, ¡qué de amores y alegrías

y tristezas vio pasar!


Solemne y triste es el tono de este poema con rimas internas amén de las usuales. Esta composición sigue siendo hoy a casi un siglo de su publicación una de las mejores de la lírica paraguaya.

Benjamín de la generación, a Eloy Fariña Núñez le tocó ser el cantor de la patria al celebrarse el centenario de la Independencia en mayo de 1911. Fariña Núñez se propuso —dice él mismo en el prólogo de su obra— “encerrar al Paraguay en su canto”. Por eso el poema, en versos endecasílabos blancos, dividido en cuarenta partes, es un elogio de la tierra nativa en todos sus aspectos. Titulase el poema “Canto Secular”.

Fariña Núñez, modernista refinado, es no sólo autor de este canto que perpetúa su memoria sino de sonetos de forma muy cuidada. Uno de sus sonetos más memorables está dedicado al General José Díaz, vencedor de Curupayty, la batalla más grande de la guerra de 1864 a 1870.

La generación de 1900 contó con muchas figuras muy distinguidas en múltiples empresas. Ignacio A. Pane (1879-1920), el primer sociólogo paraguayo, fue también poeta y fogoso periodista. Los mejores estadistas de la historia del país pertenecen a esta generación. Eusebio Ayala (1875-1942) y Eligió Ayala (1879-1930) no eran deudos pese al mismo apellido e idénticas iníciales; pero son hermanos en la gloria política. Ambos fueron los grandes forjadores de la victoria del Chaco; Eusebio Ayala ejerció la presidencia con ejemplar honradez, inteligencia y energía durante el conflicto .armado; Eligió-Ayala, fallecido dos años antes de la guerra triunfal, preparó el país, saneando las finanzas y comprando armamentos. Los dos fueron también hombres de pluma, doctos en temas político-sociales.

Todos los hombres de 1900 se destacaron como estudiosos y divulgadores de ideas. Ninguna otra promoción anterior se constituyó como un grupo tan compacto de intelectuales cuya labor se desarrollara con un conocimiento tan cabal de las ideas de su tiempo. Tanto en literatura, como en derecho, en filosofía, en economía, antropología, etnografía, etc., demostraron una lucidez intelectual hasta la fecha no superada.

Después del 1900 una literatura paraguaya en el marco de una sólida cultura, fue labor hacedera. Los fundadores habían desbrozado el camino y enseñado a pensar y sobre todo a escribir en una prosa modernizada, clara y lúcida.

O’Leary fue también poeta. En 1902 publicó en estrofas sáficas su canto al indio guaraní titulado “¡Salvaje!”:


En las entrañas de la selva virgen

la luz espera en su dormir de siglos,

último resto de una raza altiva

¡el indio bravo!


Todo el dolor de su indomable raza

se reconcentra en su pupila negra,

meditabunda, de siniestro brillo

llena de odios!


Este poema fue entusiastamente celebrado por Salvador Rueda y numerosos comentadores nacionales y extranjeros. En su vasta obra de ensayista p historiador se destaca El libro de los héroes que tiene el encanto de un volumen de cuentos heroicos; esta obra es de 1922. Muy conocida es su biografía del General Caballero: El centauro de Ybycuí (1920). De 1930 es su Apostolado patriótico.

Además de O’Leary, los escritores de mayor éxito fueron los que halagaron el orgullo nacional y devolvieron al país vencido un sentimiento de dignidad y esperanza. Deben estudiarse las obras de un fino estilista, el Dr. Manuel Domínguez (1869-1953), de Fulgencio R. Moreno (1872-1933), el más cabal historiador de su generación; Blas Garay (1873-1899), el autor de la primera historia del Paraguay; de Manuel Gondra (1872-1927), intelectual de cultura excepcional. Gondra consagró los mejores años de su vida a la política criolla, en la cual no pudo terminar su mandato las dos veces que ejerció la presidencia. Fuera de su país, sí, fue afortunado y aclamado como un grande hombre. En Santiago de Chile, durante la Quinta Conferencia Panamericana, propuso e hizo aprobar la convención de arbitraje que lleva su nombre. En aquel ilustre areópago la figura procer de Manuel Gondra descolló conforme a su verdadera grandeza intelectual y moral.

La Generación de 1900, que debe llamarse con justicia la fundadora de la alta cultura en el Paraguay, no fue, salvo excepciones, una pléyade de literatos puros. Todos ejercieron el periodismo, todos fueron grandes estudiosos y sembradores de ideas. Se consagraron a estudios históricos porque el quehacer generacional era reivindicar a la patria vencida y vilipendiada por sus enemigos en décadas recientes. Y es porque la historia de la catástrofe de 1864 a 1870 obsesionaba al Paraguay de comienzos del siglo XX y aún al Paraguay de nuestros días.

La generación confirió al oficio de escritor, de intelectual, un prestigio social cuya trascendencia iba a ser decisiva. Después de 1900, tras el magisterio de 1900, ya era posible, repitamos, una literatura paraguaya en los diversos géneros.

—      ¿Y su opinión sobre el ensayo y la historia en el Paraguay?

—      Durante la segunda década del siglo en curso surge una promoción de ensayistas nacidos entre 1894 y 1898, cuyas mayores figuras son Pablo Max Ynsfrán, Justo Pastor Benítez, J. Natalicio González y Justo P. Prieto. Entre estos escritores descuella no un universitario sino un militar, el coronel Arturo Bray, intelectual de formación diferente aunque de inspiración afín a la

de los ya nombrados.

Los temas de estos ensayistas se reducen en el fondo a uno solo: el Paraguay. Pero ahora, al revés que en 1900, más que el Paraguay heroico de la epopeya de 1864 a 1870, interesa su cultura, su vida política y social, el sentido de su historia y sus posibilidades como nación independiente en el concierto de los países iberoamericanos.

El crítico dominicano Max Henríquez Ureña, hablando de uno de ellos —de Justo Pastor Benítez—, dice confirmando lo indicado acerca del magisterio de la generación de 1900: En Benítez “se prolonga la tradición de cultura que representan Manuel Domínguez, Cecilio Báez y Manuel Gondra; de Gondra tiene la generosidad espiritual, de Cecilio Báez la devoción por la cultura, de Manuel Domínguez la brillantez del estilo”.

Pablo Max Ynsfrán (1894-1972) es autor de una obra histórica monumental: La expedición norteamericana contra el Paraguay (1858-1859) y es editor de las memorias del Mcal. José Félix Estigarribia, aparecidas primero en inglés y luego en traducción española de su autoría; Marshal Estigarribia’s Memoirs of the Chaco War 1932-1935. Mucho del talento literario de Ynsfrán resplandece en las memorias del héroe victorioso del Chaco. Hasta hoy éste es el mejor o uno de los mejores libros publicados sobre la contienda del Chaco.

La obra del ya nombrado Justo Pastor Benítez consta de varios volúmenes y de centenares de ensayos y artículos. Entre sus libros se destacan la biografía del Dr. Francia, la de Carlos Antonio López y la del Mcal. Estigarribia. Su Formación social del pueblo paraguayo mereció el elogio de “admirable ensayo” de parte de Gilberto Freyre. Benítez era un notable orador, un prosista de enérgica y poética prosa.

J. Natalicio González (1897-1966), discípulo de Juan E. O’Leary, «braza el nacionalismo del maestro y exalta la figura ya entonces mítica del Mcal. López, en una prosa refinada, modernista, nietzscheana, como puede verse en su libro El Mcal. López y otros ensayos. Su obra maestra no es, sin embargo, de carácter puramente histórico ni literario, sino un grueso volumen titulado Geografía del Paraguay, libro que atesora una ingente multitud de saberes expuestos en un lenguaje hermoseado por el talento de quien era también poeta y narrador.

Como fundador de dos editoriales y de una revista llamada Guarania, una de las mejores que tuvo el Paraguay, difundió nacional e internacionalmente los valores de la patria.

Justo P. Prieto (1897-1982) es como Cecilio Báez un universitario de vocación, un docto profesor de sociología, disciplina esta que ejerció con autoridad y que le permitió estudiar con hondura la realidad paraguaya. En su obra más conocida, La Provincia Gigante de las Indias. Análisis espectral de una pequeña nación mediterránea, Prieto postuló que el Paraguay fuera en América otra Suiza, desentendiéndose de su nacionalismo fanático y convirtiéndose en una tierra de paz, en un estado de neutralidad perpetua.

Es autor de dos biografías, una de Augusto Comte (1944) y otra de Eusebio Ayala (1950).

 

 

Arturo Bray (1898-1982), militar como ya se ha anticipado, es un escritor en que las armas y las letras jamás entraron en conflicto. Su autobiografía titulada Armas y letras, en tres tomos (1981), apasionada y apasionante, no siempre veraz, deleitó a todo el país cuando se publicó póstumamente. El libro gustó a todos, repitamos, sin distinción de banderías políticas, y eso que Bray tuvo una actuación pública enérgica, que le conquistó desde 1931 hasta el fin de la década de los treinta no pocos enemigos.

Como “hijo del 1900”, Bray es autor de un libro histórico- biográfico sobre el Mcal. López. Curiosamente, Bray, militar, culto y sabedor de su oficio, no hace ninguna crítica seria a la evidente ineptitud de López como fraguador militar responsable de descabelladas campañas.

En el primer decenio del siglo nacen, en una tercera promoción siguiente a la derrota de 1870, unos escritores que darían lustre a las letras nacionales. Entre ellos debe destacarse el hecho de que esta promoción cuenta con el primer gran novelista del Paraguay, Gabriel Casaccia.

En Carlos Zubizarreta (1900-1972) hay una conjunción del hombre de letras puro —sus cuentos dan testimonio de sus dotes de creador literario—, y del historiador. En 1940 da a luz a sus Acuarelas paraguayas, muy bellas estampas de los usos y costumbres del pueblo. Este es más el libro de un poeta que de un sociólogo o folklorista, cuyos cuadros de fiestas y ceremonias populares tienen intenso colorido local.

En 1961 publica Zubizarreta, asunceño distinguido, Historia de mi ciudad, libro comparable, en cuanto a dotes artísticas, a sus Cien vidas paraguayas, de 1964. Zubizarreta, tocante a estilo, fue el mejor discípulo paraguayo de Valle-Inclán, bien que este discipulado adolezca de cierta afectación en el lenguaje.

Efraím Cardozo, nacido en 1906, historiador precoz, supera a todos los historiadores paraguayos en la magnitud y calidad de su obra, vista ésta desde un doble punto de vista: el rigor de la información erudita, y la limpidez del estilo. Sin duda el primer historiador de su país en ofrecer una interpretación espiritualista, Cardozo afirma que lo decisivo en el devenir histórico del Paraguay no es la economía, ni la raza ni otros factores naturales: sólo la idea de Dios y la idea de libertad explican el verdadero sentido de la formación y desarrollo de la nacionalidad paraguaya. Esta teoría espiritualista se expone en uno de sus libros magistrales: El Paraguay colonial (1959). Acaso su obra maestra de erudito, de investigador histórico y de analista de fenómenos sociales sea su Historiografía paraguaya (1959), obra de que sólo apareció un gran tomo.

Julio César Chaves (1907-1989) el máximo biógrafo del Dictador Francia, titula su obra El Supremo Dictador. Biografía de José Gaspar de Francia, obra sin la cual hubiera sido acaso imposible la novela YO EL SUPREMO de Augusto Roa Bastos. Roa Bastos se apropia el texto histórico de Chaves y lo transfigura merced a su prodigiosa imaginación y a su estilo poético. Como biógrafo y crítico a la vez, debe mencionarse su espléndido Itinerario de Antonio Machado (1966).

Otro historiador de mérito de la misma promoción es Hipólito Sánchez Quell nacido en 1907, cuyo mejor libro Estructura y función del Paraguay colonial (1944) se enriquece con sentido dramático bajo la influencia de la historiografía europea coetánea. Críticos e historiadores de la literatura paraguaya han consagrado estudios de dos promociones modernistas. Como el Modernismo, a excepción de los citados Guanes y Fariña Núñez, de la generación de los fundadores, no ha tenido representantes en verso comparables en mérito a los prosistas coetáneos, y como vamos de vuelo, sobrevolaremos un lapso de unos veinte años de historia literaria, para ocuparnos de la renovación literaria de la década de los 40. A quien le interesa lo omitido en esta conversación puede recurrir a mi Historia de la literatura paraguaya (1970) en dos ediciones, una mexicana y otra española.

—      Desde su óptica, ¿cómo nació y quiénes afirmaron más vigorosamente el Grupo del 40 que aún gravita con singular fuerza creadora en la cultura actual?

—      Durante la quinta década del siglo se produce en el Paraguay un movimiento de renovación literaria cuyos logros todavía ejercen influencia en las letras paraguayas. Téngase en cuenta que al Grupo del 40 pertenecen Josefina Plá, Augusto Roa Bastos, José Antonio Bilbao y otros escritores como Oscar Ferreiro, José María Rivarola Matto que continúan su obra iniciada hace medio siglo, y obtienen premios y honores nacionales e internacionales.

A partir de la década del 40 la periodización literaria se establece por decenios, según un criterio vigente y por todos aceptado. Así se habla de una Promoción de 1950, una de 1960, una de 1970. Hoy nos detendremos en la década de 1960. Esta periodización, aunque no ortodoxa conforme a las más difundidas teorías de las generaciones literarias, tiene no obstante cierta justificación plausible, porque década tras década se comprueba la aparición de figuras literarias que exhiben una especial afinidad “generacional”.

Josefina Plá (1909), Hérib Campos Cervera (1908-1953) y Augusto Roa Bastos (1917) constituyen el triunvirato renovador inicial. En torno a estos tres escritores se agrupan los demás escritores de la promoción. Josefina Plá y Hérib Campos Cervera predican solos en un comienzo y, luego, Roa Bastos, el evangelio de la vanguardia. Josefina Plá es autora de un verdadero manifiesto renovador cuyas ideas glosadas por Campos Cervera y Roa Bastos logran en poco tiempo una difusión que llamaríamos nacional.

Lo que estos tres autores postulan es una poesía muy vinculada al surrealismo. Pronto se une a ellos un muchacho mucho más joven, Elvio Romero, nacido en 1926, llamado a ser el más fecundo e internacionalmente el más famoso de los poetas paraguayos.

Campos Cervera, aunque mucho menos fecundo que sus colegas, impresionaba por su talante de poeta puro. Daba la impresión de que por su boca hablaba la poesía nueva. Tenía sólida cultura literaria, era matemático y leía constantemente obras de filosofía. Su biblioteca de “autores nuevos” estaba generosamente a disposición de sus amigos y discípulos. Pocos poemas suyos, muy bien elaborados, le dieron gran predicamento. Fallecido en 1953, dejó un solo poemario que perpetúa su nombre: Ceniza redimida (1950). Algunos poemas suyos se incluyeron en antologías continentales, y fueron estudiados en universidades norteamericanas y europeas. Su composición más conocida es “Un puñado de tierra”. Este poema y otros como “Sembrador” y “Hachero” pertenecen al repertorio de hábiles recitadores hoy en día y su impacto emocional en los diversos auditorios sigue siendo tan poderoso como hace cuarenta años.

Una personalidad tan rica y compleja como la de Josefina Plá, escritora de notable fecundidad, merecería un homenaje muy especial. Ella se anticipó a todos los del Grupo del 40 publicando en la década anterior un poemario, El precio de los sueños y, como periodista y crítica literaria dando a conocer autores de que apenas se tenían vagas noticias en el Paraguay. Josefina Plá, ante todo poetisa, es además autora teatral, narradora, historiadora del arte, profesora de literatura y también ceramista distinguida que formó a discípulos de mérito.

Su obra poética cuenta con numerosos poemarios como Invención de la muerte (1965), Satélites oscuros (1966), La nave del olvido (1985), La llama y la arena (1987). Entre la aparición de estos libros, hay varios más como La raíz de la aurora (1960), Rostros en el agua (1963) y sus Treinta mil ausentes, larga elegía a los caídos en la Guerra del Chaco (1985) acaso el mejor de sus

libros poéticos.

Su magisterio literario tuvo muy en cuenta la psicología del público a quien se dirigía: en una sociedad “historicista” apoyó ella sus argumentos renovadores en la historia de las diversas artes; poetisa surrealista en los años 40, lejos de desdeñar la razón tan vilipendiada por los surrealistas, expuso con su poderosa inteligencia una multitud de “razones” que hicieron convincente su apostolado. En esto se diferenciaba de Campos Cervera y del mismo Roa Bastos que en los años 40 asumían ante el fenómeno poético una actitud “mística”, considerándolo inefable, esto es, irracional, indefinible.

Augusto Roa Bastos que se inició como poeta, estaba llamado a ser el gran cuentista y novelista de la literatura paraguaya; el máximo escritor que en 1989 gana en España el Premio Cervantes. En su primera etapa imita Roa a los poetas del Renacimiento español; en los años 40, la lectura de Alberti, Neruda y Lorca, lo deslumbra. Cuando se consagra a la narrativa de ficción amplía  considerablemente sus intereses intelectuales y bajo múltiples influencias escribe Hijo de Hombre (1960), obra notable que le gana nombradía continental, pronto traducida a varias lenguas. Las  traducciones de esta novela fueron un éxito literario y aún crematístico. Su última novela hasta la fecha es Vigilia del Almirante (1992).

En Roa puede verse algo así como la culminación de los esfuerzos literarios del siglo XX en el Paraguay. Es él el continuador y el transfigurador de la imagen del Paraguay que crearon generaciones anteriores. De los hombres de 1900 aprovecha la lección humanitarista de Rafael Barrett; en Justo Pastor Benítez y en Julio César Chaves halla motivos esenciales para crear su  personaje más célebre: el Dr. Francia, personaje que aparece ya admirablemente caracterizado en su primera novela -Hijo de Hombre y que luego asumirá papel protagónico en Yo el Supremo.

Elvio Romero (1926) recientemente publicó sus poesías completas, recopilación de 12 poemarios. Poeta lírico y poeta social es r| cantor del pueblo humilde del Paraguay, del campesino labrador, del labrador que como soldado combate por la libertad. A lo largo de los años estos temas se multiplican y nos ofrece una visión alucinante de la realidad del país. Como artífice del verso, tiene poemas que son un verdadero tour de forcé de maestría técnica. Ya en el comienzo de su carrera recibió el espaldarazo de Rafael Alberti, de Nicolás Guillén, de Gabriela Mistral, de Miguel Ángel Asturias, de Pablo Neruda. Pero su éxito, en cierto punto más insólito, consiste en que las ediciones de sus libros se agotan en poco tiempo.

Un cuadro completo del Grupo del 40 exigiría un estudio en profundidad de otros autores entre quienes sobresalen José Antonio Bilbao (1919) y Oscar Ferreiro (1922).

—      ¿Cuál es su concepto sobre la obra de Casaccia?

—Durante la década del 40 madura el estilo de Gabriel Casaccia (1907-1980). Casaccia no pertenece al Grupo del 40; toda o casi toda su obra fue escrita en la Argentina. Nunca participó de las tertulias de Josefina Plá, Campos Cervera y Roa en la Asunción de

la quinta década del siglo.

Pero es precisamente en 1940 el año en que publica su novela Mario Pareda, obra muy superior a las anteriores y desde la cual se encamina hacia su definitiva plenitud, doce años después. En 1948 da a luz un tomo de cuentos titulado El Guajhú. Su primer gran triunfo, no obstante, se verifica en 1952, que es el año de La Itabosa, admirable novela pronto traducida al francés y celebrada

internacionalmente. Vienen después La llaga (1964), Los exiliados (1966), Los herederos (1973), Los Huerta (1981).

La narrativa de crítica social de alto vuelo, la que constituye todo un mundo novelesco, halla por fin en Casaccia su gran inventor. En efecto, con La Babosa y las novelas que le siguen, Casaccia incorpora la narrativa de su país a la mejor de Hispanoamérica. En Madrid apareció en 1991 una nueva edición de La Babosa, novela escogida por el Instituto de Cultura Hispánica para representar al Paraguay con motivo de la celebración del Quinto Centenario del Descubrimiento.

— ¿Cómo conceptúa a la generación del 50?

- La promoción de 1950, constituida en su mayoría por discípulos del P. Alonso de las Heras, se caracteriza, en la lírica, por una inspiración nostálgica y melancólica. Esta nostalgia está elocuentemente expresada en el título de un libro de José-Luis Appleyard (1927): Entonces era siempre. “Entonces” significa el tiempo feliz de la niñez. Appleyard logra fama desde muy joven, merced al poemario ya citado, fama que se consolida en 1965 con la publicación de El sauce permanece y otros motivos. Poeta exquisito, en plena juventud es ya un maestro del verso. Escritor fecundo, ensayista, narrador, periodista, ha tenido también éxito en el teatro. Apenas hay alusiones cultas en este cultísimo poeta. Sus poemas fluyen sin ningún alarde de erudición. Su mundo poético es transparente como el agua de un arroyo nativo: y esa transparencia permite ver en el fondo dorado del arroyo, las que llamaríamos guijas relucientes, esto es, los símbolos creados por su fantasía nostálgica y melancólica.

José María Gómez Sanjurjo (1930-1988) podría ser llamado “el poeta puro”. Nostálgico y melancólico como destacado representante de su promoción, su poesía, de tan sutil parece abandonar el mundo de los sentidos y ascender hasta un trasmundo de ensoñación en que los seres y las cosas esfuminan sus contornos reales hasta convertirse en vagorosas emanaciones del alma melancólica del burdo. Su libro Poemas (1978) lo consagró como uno de los más intensos líricos de su país.

Ricardo Mazó (1927-1987) halla su mejor expresión en el poema breve, muy breve, al que infunde una emoción profunda. No se afanó en el arte de la poesía como otros tantos poetas paraguayos, aunque estaba muy bien dotado para la lírica. Tanto es así que según corrió la voz hace unos años, Mazó había quemado un poemario suyo ya publicado. Dejó tras sí, no obstante, una serie de poemas de antología y es considerado uno de los maestros de su promoción. Se destacaron dos poetas y narradores: Carlos Villagra Marsal (1932) y Rubén Bareiro Saguier (1930).

Ramiro Domínguez (1929), precocísimo poeta, abandonó la poesía muy joven tras dar a luz una serie de poemarios henchidos de talento. Consagrado a la docencia universitaria, optó por ser ante todo un sabio humanista; y, en efecto, Domínguez descuella como uno de nuestros eruditos de más amplios saberes.

Entre los escritores que florecen en los años cincuenta debe mencionarse a José María Rivarola Matto (1917) y Mario Halley Mora (1936). Rivarola Matto publica en 1952 una novela que se aparta de la tradición idealizadora iniciada en el 1900. Como autor teatral tuvo mucho éxito en Asunción y Montevideo con su comedia El fin de Chipi González, obra traducida al inglés y al francés. Posteriormente se ha dedicado a la metafísica y está meditando sobre los problemas del tiempo, tema sobre el cual ya tiene publicado un libro.

Mario Halley Mora, uno de los más fecundos escritores paraguayos, ha descollado como autor teatral, cuentista y novelista.

Acaso su mejor obra narrativa sea Los hombres de Celina. Por primera vez Asunción tiene en Halley Mora su verdadero novelista, un observador sagaz de todas las clases sociales, incluso las más Infimas. Carlos Garcete (1918) cuentista y autor dramático, ha publicado La muerte tiene color y El collar sobre el río (1987).

—Ud. ha dicho que los escritores de la promoción del 60 son lodos poetas críticos.

—Son poetas metafísicos, influidos por el existencialismo. Entre los de mayor cultura y talento sobresalen Francisco Pérez Maricevich (1937), autor de Axil (1960), Paso de hombre (1963) y otros poemarios. Metafísico es Pérez Maricevich en el sentido dado a John Donne y sus discípulos por armonizar la emoción más intensa con el intelectualismo lúcido.

Sus estudios críticos sobre literatura paraguaya gozan de predicamento y son de calidad excelente.

Roque Vallejos (1943), en Pulso de sombra (1961) y en Los Arcángeles ebrios (1964) se manifiesta poeta metafísico de muy concentrada expresión.

En poemas breves, pero no por breves menos grávidos de emoción y de intuiciones filosóficas, Vallejos revela la hondura de su estro poético, tal como en sus obras en prosa despliega desde su primera juventud una asombrosa variedad de saberes. Lector apasionado de libros de filosofía, la crítica literaria del Paraguay tiene en Vallejos un pensador que plantea sus problemas con lúcido rigor filosófico. Su último poemario, Tiempo baldío, es de 1989.

Cuando le hablamos de Cuadernos Americanos, revista de la que fue constante colaborador a lo largo de décadas, Hugo Rodríguez-Alcalá nos lleva a su biblioteca y nos muestra docenas de números de la publicación. En ninguno de esos números falta un artículo suyo.

—      ¿Y sus demás libros dónde están, Profesor? Esta es una biblioteca pequeña...

—Diez y seis mil volúmenes obsequié a la Universidad de California y retorné al Paraguay.

—      ¿Está arrepentido de eso?

—Sí, estoy arrepentido.

Vemos obras de Ray Verzasconi y David Foster con ex alumnos del maestro paraguayo. “Son hombres eruditos”, dice el preceptor.

—      Usted, cuando habla de los intelectuales jóvenes de nuestro país, se refiere frecuentemente a Helio Vera...

—      Es un buen escritor. Tiene un libro de cuentos en el que el relato “La consigna” es verdaderamente espeluznante. Helio Vera es uno de nuestros mejores cuentistas. Yo lo llevé al Taller Literario Cuento-breve y recogió los más laudatorios conceptos. Las escritoras y el Embajador de México me dijeron: “Tiene cuentos a la altura de Borges...”

Este prolífico creador, actúa objetivamente en función de crítico. No hay fobias ni pobreza espiritual que lo llevan a omitir a un autor o a minimizar obras de alta jerarquía.

No es como algunos seudo-críticos que corroídos por el egoísmo silencian valiosas trayectorias de la inteligencia o que sin espacio para la generosidad en el alma son incapaces de alentar una promisoria vocación intelectual.

Cuando le hablamos de ciertos eruditos que se creen únicos forjadores del acervo cultural de un país, eruditos cuya sapiencia está afeada por una triste y patológica mezquindad, nos dice Hugo Rodríguez-Alcalá: “Es que algunos tienen demasiado distante el cerebro del corazón”.         »

Poetas y prosistas paraguayos y otros breves ensayos es un elocuente testimonio de cómo Rodríguez-Alcalá más se detiene en su crítica en lo valioso de una obra que en sus aristas que ofrecen reparos.

Por eso, él ha dicho: “Tocante a la crítica misma de poetas y prosistas, me han guiado la convicción de que la crítica literaria “es una forma de la literatura cuyo objeto es la literatura” y, siempre, el propósito de exaltar cualidades valiosas más que el de señalar deficiencias. De aquí que circule por estas páginas una corriente de cálido entusiasmo panegírico que, en mi país, me ha sido censurado, al paso que en otros países ha sido calificado de generosidad intelectual. Acaso el reparo sea menos justo que el elogio en la apreciación de mi labor y mis designios críticos; acaso, debido a una larga carrera académica, padezca y o de un furor paedagogicus. No lo sé, pero esta conjetura halagüeña acaso justifique lo que pueda juzgarse exagerado”.

En América Latina hay ciertos cenáculos literarios exclusivos y excluyentes en los cuales sus integrantes se alaban recíprocamente pero nada dicen de los méritos intelectuales de quienes no pertenecen a tan privilegiados y cerrados círculos.

Jorge Luis Borges sufrió muchas veces la omisión deliberada de los egoístas al punto de que una escritora argentina llegó a decir: “Si no hubiese sido ciego, le hubiesen arrancado los ojos”.

Una Nación debe valorar aquello que es el producto del ingenio, de la imaginación o del talento de sus hijos y debe hacer conocer esas creaciones en el plano internacional.

“Los franceses —expresa Jorge Edwards— han sido maestros para poner de relieve sus propios valores artísticos e intelectuales. Han practicado desde épocas pretéritas algo que llaman “mise en valeur” y que consiste en destacar lo bueno, en señalar los aspectos

positivos de una obra por encima de los negativos. Siempre, claro está, que la obra tenga esos aspectos positivos. En sus páginas sobre Francisco de Goya, Ortega y Gasset observaba que si Goyn hubiera sido francés, su pintura se habría difundido por el mundo cien años antes”.

No ataquemos sañudamente lo nuestro cuando tiene irrecusable valor y en vez de esa acción destructora propiciemos una noble tarea de promoción de aquellas inteligencias que dan luz y vigor a la cultura nacional.

Como dice ese gran escritor que es el autor de Persona non grata, los latinoamericanos “muy rara vez practicamos el arte de la ‘mise en valeur’ porque somos, por el contrario, maestros consumados en el de la demolición”.

Invita Edwards a reflexiones profundas, a autocríticas necesarias cuando afirma: “El respeto de otros países por sus intelectuales, sus escritores, sus artistas, tiende a transformarse entre nosotros en maledicencia, sarcasmo, escepticismo invencible”.


Tiene razón Hugo Rodríguez-Alcalá cuando condena la actitud de quienes callan méritos ajenos por una terrible pobreza de espíritu. Y habla de esto con autoridad moral, porque él siempre se ocupó en el exterior de nuestras producciones intelectuales con orgullo, con amplitud y con justo reconocimiento del esfuerzo y de la capacidad de los animadores de nuestro desenvolvimiento cultural.

—      Ha viajado mucho, Profesor.

-        Viajé mucho y siempre gratis porque la Universidad me pagaba los pasajes. Ello me permitió asistir a importantes reuniones internacionales en Europa y América. Conocí a Federico de Onis, de la Revista Hispánica Moderna, quien, lamentablemente, se pegó un tiro en Puerto Rico; a Pedro Salinas, gran poeta; a Rodríguez Moñino, español, erudito; a Spender, poeta británico; a Vargas Llosa. Mi primer encuentro con el escritor peruano fue en California, donde dio una conferencia, respondiendo a una invitación que le formulé.

— ¿Es cierto que Vargas Llosa le expresó: “Vengo a dictar esta conferencia muy complacido porque me invitó el autor del libro El arte de Juan Rulfo?

— Es cierto.

— ¿Y Galbis, quien dijo que usted se destacó en todas las actividades como figura de primera magnitud, pero que la poesía es la pasión de su vida?

— Es un cubano, excelente persona, muy. aristocrático, el más vasco de los vascos del mundo.

José Ferrater Mora, prologuista de Misión y pensamiento de Francisco Romero, dice que el intelectual paraguayo, obrando muy acertadamente en el difícil papel de intérprete de un filósofo, supo analizar, organizar, enjuiciar y comparar. “He mencionado cuatro de las operaciones —agrega— que el autor del presente libro, el profesor Hugo Rodríguez-Alcalá, ha ejecutado sobre el pensamiento filosófico dé Francisco Romero. Las ha ejecutado como sólo puede hacerlo el que reúne varias condiciones: conocer a fondo el filósofo de que trata, conocer (más aún, estar inmerso en), la tradición de que el filósofo ha partido y que ha contribuido a engrandecer, estar alerta a las otras filosofías que el filósofo ha podido rozar o de que ha podido nutrirse. Estas condiciones las reúne el autor de este libro. Reúne, por supuesto, otras: extrema pulcritud, completa honestidad intelectual, grata claridad, pero éstas son tan obvias a la lectura que apenas es menester ponerlas de relieve”.

Ferrater Mora asegura en el proemio comentado que el lector no hallará fastidio ni arbitrariedad al leer las páginas de una obra que considera “el primer trabajo a fondo y completo que se escribe sobre Francisco Romero”.

Con Misión y Pensamiento de Francisco Romero, Rodríguez-Alcalá no solo realizó una lúcida interpretación de las idean fundamentales del autor de Teoría de Hombre, sino también demostró el rigor de su método para estudiar temas capitales de la filosofía contemporánea.

“Supo partir de lo local para alcanzar lo universal”, aseveró Ferrater Mora.

—      ¿Qué es la poesía...?

—      No he teorizado nunca sobre el tema. Todas las teorías las he olvidado. Para mí es una forma de escritura en que se manifiesta la emoción ante todas las cosas. Sino hay emoción, no hay poesía,

Un poema debe tener una visión clara de lo que el poeta evoca y lo que evoca debe estar empapado en un sentimiento genuino.

—      ¿A qué edad escribió su primer poema?

—      A los seis años. Mi primer libro Horas líricas apareció en 1937.

Publicaba mis trabajos literarios, los domingos, en El Liberal. Allí estaban Efraím Cardozo, Josefina Plá y Carlos Mersán. Este último y yo escribíamos bajo el título de “Plumas jóvenes”.

—      El Dr. Mersán me dijo que a esa columna le puso tal denominación el legendario Eugenio A. Caray, expresando: “A estos jóvenes que comienzan a escribir hay que crearles espacio”.

—      En la cuestión poética mucho me animó el Padre Noutz, en el Colegio San José.

 

 

 

En Estampas de la Guerra, de H R-A, está la impronta de Inertes emociones, del dolor con que el niño actor de la tragedia presenciaba escenas de heroísmo que culminaban en el aterrador silencio de la muerte, de la angustia con que veía empaparse de sangre cada intenso drama personal, de la protesta que le saltaba del alma ante lo inmenso del sacrificio colectivo en aras de un ideal irreductible.

“Asistimos, en su libro —dice Justo Pastor Benítez— a una grandiosa escena, para contemplarla, no en su totalidad épica, sino en episodios, en rincones sugestivos, llenos de dolor, de amor, de emoción”.

“Poeta de los pequeños actos que preparan los grandes hechos, cantor del episodio humilde, pero trascendente, su obra tiene lampos de luz, de gracia, de simpatía”.

Para Enrique Bordenave, Estampas de la Guerra es la obra breve e intensa de Hugo Rodríguez-Alcalá en la que “hallará el hombre de después, el aspecto humano, el sentido de dolor y de angustia que crispó los puños y estremeció los nervios de una generación. El ha capturado la belleza o la tristeza y el horror de instantes que fueron muriendo ante sus ojos asombrados. Y lo ha hecho con simple naturalidad de privilegiado, sin esfuerzo y sin tendencias, para desahogar la amargura que sobró en su corazón y para dar salida a su poder de crear belleza y despertar ensoñación”.

La obra, que exalta la grandeza de un heroísmo sublime, que se nutre de perplejidad ante el esfuerzo sobrehumano para que no sea arriada una impoluta bandera de justicia, fue reeditada en 1985. El poeta expresa en el prólogo:

“Después de casi medio siglo

de publicarse mis Estampas

hoy reaparecen corregidas

y me halaga creer que, mejoradas.

Acontecíame que, al corregirlas,

no me sentía solo ante la máquina.

Me parecía que un adolescente

a mi lado, invisible, se instalaba.

Cuando yo repudiaba alguna estrofa,

cambiaba u omitía unas palabras,

tenía la impresión de que el muchacho

se ofendía y que, a veces, protestaba”.


—      ¿Qué aprendió básicamente de su madre y de su padre?

—      De mi madre y de mi padre, el idioma. Mi madre tenía una vocación literaria profundísima. Durante cincuenta años fue la dama intelectual del Paraguay, sin rival.

Mi padre escribió la primera novela paraguaya, Ignacia, en 1905. Otro libro suyo, El Paraguay en marcha, apareció en 1907. Improvisaba discursos, con mucha elocuencia.

—      ¿Qué hizo después de la Guerra del Chaco?

—      Después de la guerra, terminé mis estudios secundarios y fui a la Facultad de Derecho a iniciar mi carrera universitaria. Mi compañero de estudios era César Ferreira Caballero, muy disciplinado. Culminé la carrera en seis años. Recuerdo que había huelgas a cada rato.

—      Su tesis doctoral presentó en 1943. ¿Qué tema abordó.?

—      Ocho filósofos y la teoría del Estado era el título de la tesis, que defendí con éxito a pesar del trato poco amistoso que me dio en la ocasión un profesor que integraba el tribunal examinador y que estaba enojado conmigo porque cuantío dio una conferencia sobre Ortega y Gasset, muy superficial, escribí un comentario en el que hice entrever todo lo que debió decir y no dijo el disertante acerca del pensamiento del insigne maestro español. El catedrático, molesto por aquel artículo, me ametralló con preguntas y más preguntas, pero salí muy bien de aquella difícil prueba.

Después, en cierto sentido ejercí mi profesión de abogado. En 1943 fui nombrado Secretario Judicial del Superior Tribunal de justicia, integrado por Hernán Sosa, Bestard y Chiriani.

Desde 1937 trabajé en El Diario como redactor junto a Pablo Max Ynsfrán y Justo Pastor Benítez.

—      Usted pertenece a la generación del 40...

—      Sí, pertenezco. Una generación que tenía como figuras ejemplares a Josefina Plá y Roa Bastos y que reunía a valores como Oscar Ferreiro, José Antonio Bilbao, José María Rivarola Matto, I vivió Romero.

—      ¿Cómo ve a la literatura paraguaya de hoy?

—      La literatura paraguaya está en plena fermentación. Surgen nuevos valores. La literatura animada por mujeres está en pleno auge. Se destacan ex alumnas como Renée Ferrer de Arréllaga, Raquel Saguier, Dirma Pardo de Carugati...

—      ¿Qué le enseñaron sus largos años de permanencia en los Estados Unidos de América?

—      Allí he seguido un doctorado en Filosofía y Letras y he publicado muchos libros. He conocido a la gente más ilustre del hispanismo internacional. He alternado con todas las lumbreras de aquella época: Américo Castro, Jorge Guillén, Camilo José Cela, Francisco Ayala, José Ferrater Mora, Angel del Río.

—      ¿Qué opina de la literatura latinoamericana?

—      He defendido firmemente a sus grandes exponentes. Recuerdo que eran terriblemente criticados Rómulo Gallegos, Eustacio Rivera, Ricardo Guiraides y Mariano Azuela. Hice una severa revisión de la crítica y los dejé bastante en ridículo a los que* negaban sus méritos literarios. Mostré las flaquezas de sus argumentos y denuncié lo que era todo un parricidio literario, o sea matar a los que venían antes.

—      Usted es un apasionado lector de Ortega y Gasset...

—      Ortega fue un gran escritor, un sabio eminente. Se le ha criticado que fuera un modernista, un retórico, pero él ha enseñado a mucha gente a escribir con claridad y con elegancia. Decía el insigne pensador: “Claridad, hasta el frenesí de la claridad”.

Fue mi maestro, sigue siendo mi maestro...

—      ¿Qué más puede relatarnos de su experiencia en los Estados Unidos de América.?

—      En Estados Unidos, todas las cosas son admirables. Admirable el sistema político, admirable su organización social; acaso más admirable que muchos otros aspectos, la Universidad norteamericana. Hasta una Universidad de ese país que tenga 5.000 estudiantes ya es envidiada en cualquier parte del mundo. Disponen de extraordinarias bibliotecas, hay rígida disciplina de estudio.

—      Usted, indiscutiblemente, ha triunfado en ese medio difícil por lo altamente competitivo. En Estados Unidos recibió numerosos homenajes y galardones que prueban la magnitud de sus éxitos...

—      Me entregaron en 1969 el diploma: “El conferenciante erudito del Profesorado”, alta distinción de la Universidad de California.

En 1965 se publicó en Méjico El arte de Juan Rulfo.

—      Ese libro está totalmente agotado.

—Sí, ha tenido mucho éxito. Lo han comentado muy elogiosamente Manuel Duran, Américo Castro, Ferrater Mora y otros críticos muy respetados.        »

—Significa mucho que haya llegado a profesor por encima del escalafón...

— Eso es equivalente a tres ascensos por encima del escalafón. O sea, en la carrera docente de 25 ascensos, logré tres más, no por In antigüedad sino por las obras publicadas.

—      ¿Otros premios conquistados?

—      La Fundación para las Humanidades y las Artes de Washington, distrito de Columbia, me dio un premio que consistía en todo mi sueldo de un año completo (unos 50.000 dólares), para que no enseñara y me consagrara a escribir un libro. Fruto de esos afanes fue Historia de la literatura paraguaya (1969).

Años después, el Instituto de las Artes Creativas me dio una beca con pasaje de ida y vuelta, viático y sueldo especial para pasar tres meses en Villarrica y escribir un libro de poemas. Gracias a esa oportunidad, nació El portón invisible.

Acerca de ese libro, Hugo Rodríguez-Alcalá recibió una conceptuosa carta de Inés Field, escritora argentina distinguida de ascendencia británica. Escribe en Letras de Buenos Aires comentarios muy valorados con relación a libros en prosa y en verso que aparecen en el continente.

He aquí los laudatorios conceptos de Inés Field:

“Buenos Aires

12/2/1990

Dr. Hugo Rodríguez-Alcalá.

Muy apreciado amigo mío:

Terminaba mi lenta lectura de Poetas y Prosistas, de disfrutar sus comentarios y sus breves ensayos, tan sabios, tan vitales, tan reveladores de la personalidad del autor, cuando me llegó por los aires ese regalo, esa bellísima joya que es El Portón Invisible. No puede imaginarse cuánto le agradezco su envío.

Qué tremenda sensibilidad se necesita para convertir impresiones de la infancia y la adolescencia en una realidad eterna, y qué maravilla poder hacérnosla sentir a los demás de una manera tan honda. El poema homónimo es extraordinario —dramatizado como está por una leve acción— y “Domingos” y “Elegía” y “El escenario” y “El lapacho al pie del cerro” - del que caían a la sombra lila/flores de un rosa pálido, en silencio”; y “Rumor del Paraíso” y “Crepúsculo en el patio” y “La Parra”, lejano cielo verde sobre el mundo; y “Mirando casas”: “...temiendo que si vuelvo los ojos al asiento vecino, yo, que segundos antes viajaba solo, ahora/tenga la compañía turbadora de un niño”. En fin, una belleza de punta a punta.

Hasta el loro y su aro y la botella aislante se sumergen en la poesía con ese increíble “pregunten al silencio/en que se hundió la casa”.

El portón invisible ha nacido clásico y para siempre. Pienso, de verdad, que con el tiempo llegará a todas las literaturas del mundo y que no morirá nunca.

Usted acaba de universalizar a Villarrica en el tiempo y en el espacio. Creo que, si Dios me concede unos años más, iré a conocerla.

Lo felicito, poeta, por ese Portón Invisible que lleva a la inmortalidad.

Con mucho afecto.

»

Inés Field”

Retornamos al tema de los galardones.

—En Asunción también obtuvo un premio importante, Profesor.

—Así es. Me otorgó el galardón el Ministerio de Educación, en 1937, estando al frente de dicha institución Juan Francisco Recalde. El premio consistió en la publicación de mi libro Horas líricas.

—Volviendo a Estados Unidos: el Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de California cumplió un papel destacadísimo bajo su dirección, maestro...

—Ese Departamento lo fundé por encargo de las autoridades de la Universidad, en 1963, y poco después fue conocido en Estados Unidos. Allí disertaban las mejores inteligencias, en inglés y en castellano.

Hugo Rodríguez-Alcalá es el primer paraguayo que ha publicado un libro sobre paraguayos en los Estados Unidos. Ha sido el crítico gracias a cuya obra se proyectaron a las antologías de la literatura hispanoamericana, Alejandro Guanes, Hérib Campos Cervera, Augusto Roa Bastos, Elvio Romero y otros.

Luego volvemos a hablar de la infancia del autor de El portón invisible, de su juventud, de sus estudios en Asunción.

— ¿Quiénes fueron sus grandes profesores en la Facultad de Derecho?

— De Gásperi, Cecilio Báez, Luis A. Argana, Sapena Pastor, Víctor B. Riquelme.

— ¿Puede referirse a otros estímulos a su carrera literaria y docente?

—      El Vice-Canciller de la Universidad de California Dr. T.P. Jenkin me escribió en marzo de 1967, diciéndome “aunque lo que esperábamos de Ud. era mucho, la celeridad de sus logros ha excedido nuestras esperanzas”. En la misma carta, el Canciller

Ivan Hinderaker agrega a mano: “quiero sumar a esta carta mis felicitaciones y mis gracias por la excelente labor que Ud. esta haciendo”.

Luego vemos un diploma en el que se lee: “Educadores Sobre salientes de Estados Unidos. Esto es para certificar que Hugo Rodríguez-Alcalá ha sido seleccionado como Educador Sobresaliente de América en 1971 en reconocimiento de sus contribuciones al progreso de la educación superior y de servicio a la comunidad. Gilbert Beers. Director”.

—      ¿Y esta carta de Lanin A. Gyurko?

—      Es un profesor de la Universidad de Harvard. Me dice en la carta: “He leído con gran interés su libro El arte de Juan Rulfo y estimo que marca una nueva altura de erudición, perceptividad y penetración crítica. El Prof. Raimundo Lida recientemente me ha prestado su conferencia “La novela reciente de Hispanoamérica y sus críticos”, y me siento confortado por su aproximación ecléctica y objetiva para resolver la polémica entre lo experimental contra lo tradicional, lo regional contra lo universal. Cómo quisiera un ejemplar del folleto de esta conferencia. Gracias por la consideración de este pedido y por su brillante contribución hecha a la erudición hispanoamericana”.

El talentoso y respetado intelectual argentino Angel Mazzei publicó en “La Nación”, el 21 de enero de 1990, un conceptuoso artículo con relación al libro Poetas y prosistas paraguayos de Hugo Rodríguez-Alcalá. Expresa Mazzei: “La visión del profesor y la del crítico —vigilada siempre de cerca por el poeta— sintetizan el carácter de este nuevo libro de Rodríguez-Alcalá. Realiza una permanente labor en libros y artículos que mantiene, airosamente, las dos líneas fundamentales. La actitud y la aptitud del profesor se dirigen a obtener la máxima claridad en la exposición, ordenada siempre como una lección de pasos precisos, pero a la vez abierta —como debe ser— hacia la experiencia ajena, que complementa el enfoque, porque éste es, ante todo, un punto de partida para la incitación al ahondamiento individual. Se cumple así la primera condición metodológica de mostrar, iluminar el camino y de invitar al lector, casi al oyente, dado el tenor comunicativo de la prosa a realizar su propio itinerario”.

Nos fijamos, posteriormente, en otros trabajos críticos que ponderan la difusión de la cultura paraguaya por parte del poeta Paraguayo en el exterior. Tras casi cuarenta años de permanencia en los Estados Unidos, volvió a nuestro país atraído por el imán de la Patria.

— Soy un paraguayo absoluto. Otros se quedan afuera después de decir que es grande el Paraguay.

En medio de añoranzas y viviendo siempre con intensidad vital, eI pensador paraguayo reflexiona, siente, lee y escribe.

Gabriel Casaccia, en la Navidad de 1978, le envió una fotografía en colores de la calle principal de Areguá, con estas fiases de La llaga que él mismo copió al dorso: “La recorrió a pie bajo su sombrilla, por la calle principal, cubierta de yuyos. No se veía un alma. El sol voraz lamía con sus lenguas de fuego las puertas y ventanas cerradas. El silencio, la soledad y el calor de la siesta extendíanse por todo el pueblo”.

Hugo Rodríguez-Alcalá acaba de terminar este poema dedicado ni célebre autor de La Babosa:


LA CALLE PRINCIPAL A MEDIA SIESTA


La calle principal (como la sueña

el novelista acerbo), a media siesta:


Su largo y ancho ámbito respira,

pueblerina, apacible mansedumbre;


una humildad que sabe ser amable,

amable y dulce en su sosiego cálido.


La calle principal sube a la loma

y se detiene ante la iglesia blanca,


y baja lentamente de la loma

hasta llegar al lago: allí difunde


el son de las campanas que ha escuchado

 y lleva luego a lo alto un son de aguas.


Hagamos alto en esta calle sola:

A la derecha vemos una acera


—que se diría nunca transitada—

y una verja de hierro. Detrás de ella


un espacioso corredor callado.

Es la fachada de una gran casona:


una vivienda en que no vive nadie,

en que no vive nadie sino el sueño


de otro tiempo mejor: una nostalgia

de antiguos días prósperos, de mozas


vestidas de percal y muselina,

que los domingos iban a la iglesia

—la iglesia de la loma—¡tan gentiles!,


tocadas de mantilla o tul diáfano,

bajo cuyo misterio sus miradas


ardían en relámpagos esquivos

ante la admiración de los varones.


Ha tiempo que se fueron esas mozas

y ni sus hijas ni sus nietas nunca


vienen al pueblo tan feliz otrora;

nadie entra en estas casas señoriales


sumidas en un sueño melancólico,

en el silencio cruel del abandono.

***

Cerradas puertas y ventanas, mudas,

todas las casas saben un lenguaje


que comprenden los árboles, los pájaros

y el mismo cielo azul que está tan alto:


preguntan, se preguntan si habrá alguien

que regrese, que oree las alcobas,


que traiga del jardín abandonado

un ramo de claveles o de rosas,


que hoy, en arriates que no cuida nadie,

piadosamente abren sus corolas.

***

En esta calle, árboles muy viejos,

pintados a la cal sus rudos troncos,


dialogan en diálogo secreto

con la brisa viajera. Se resignan


a estar allí evocando días muertos

y esperando, esperando que la vida


que fue en el pueblo música y amores

de juventud gozoza ya abolida,


vuelva a traer su ruido y resucite

todo el ardor que se ha llevado el viento.

***

El final de la calle es invisible:

el resol esfumina la distancia.


En los patios guardados por la verjas

que inútilmente yerguen lanzas negras,


los mangos de follaje verde oscuro

y tan tupido que ni el sol ni lluvias


pueden filtrarse entre el verdor compacto:

los mangos dicen un adiós callado


a sus frutos dulcísimos, que caen

en madurez ya próxima a la muerte


y, dorados, se pudren en la tierra.


En un primoroso álbum de extraordinario valor histórico, la escritora Beatriz Rodríguez-Alcalá de González Oddone sintetizó magistralmente la historia de San Bernardino, dando vida y emoción al relato al influjo de los hermosos recuerdos de la infancia. Y tras la crónica de los orígenes y el desenvolvimiento de la villa, está la transparente lírica de Hugo Rodríguez-Alcalá para cantar la fundación mítico-histórica de San Bernardino; para evocar a las cinco primeras familias, a las que “convertirán en Paraíso el litoral de un lago con su cerro”; para extasiarse ante los cerros de “curvas suaves y graciosas bajo su verdeoscuro terciopelo”; para resaltar el arduo esfuerzo de los pioneros; para evocar los certeros vaticinios del astrólogo Bauer “de ojos azules y barba de herrumbre”; para impedir que el olvido devore la grácil imagen del “kiosko de los enamorados”, desde donde “era hermoso mirar venir la lancha que, poco a poco, en el resol de fuego, se perfilaba en la argentada lámina abriendo el agua con su combo seno”; para situarse imaginariamente de nuevo ante las casillas del baño (1929, 1930, 1931...) de donde “salían jóvenes bañistas con mallas que hoy serían tan honestas como para cubrir carnes de monja”; para recorrer otra vez las galerías bulliciosas del Hotel del Lago, “más que un hotel, la cándida ilusión de un romántico castillo”; y para decirle al San Bernardino nuevo que cubrió de febril progreso los vastos recintos de una ingenua alegría, de una enamorada contemplación de una Naturaleza ayer virgen y hoy salvajemente agredida por imperdonables poluciones:

“El pueblo es hoy ciudad—ciudad se llama— y, como tal, muchos comercios tiene.

Y       tiene restaurantes muy lujosos y riqueza y confort en los hoteles

El lago sigue siendo el mismo lago, y el cielo el mismo cielo azul celeste.

Pero el misterio de las casas viejas, aquel estar soñando como ausentes,

en los vastos solares, silenciosas, esto, las casas nuevas, no lo tienen.

—      ¿Qué puede decirnos de su inicio en la docencia?

—      Comencé a enseñar inglés en 1945, en Asunción. En el 46 enseñé literatura hispanoamericana en la Facultad de Humanidades. Y desde esa época hasta 1983, la materia citada en último término. Sobre la literatura de Hispanoamérica dicté también cursos de verano. He trabajado mucho...

—      Ud. ha defendido el aporte de nuestra centenaria Universidad Nacional a la cultura y al desarrollo del país...

-        Sus logros han sido valiosos. Una Universidad pobre, sin bibliotecas, pero con personalidades fuertes.

Progresa intelectualmente el que se consagra a la autoeducación. El que quiere conseguir libros, los consigue...

—      El Taller Literario Cuento Breve tiene en Ud. un inmenso aliento, un formador de gran jerarquía intelectual...

-        El Taller desenvuelve sus actividades con mucho éxito. Han salido escritoras como Dirma Pardo de Carugati, Lucy Mendonca de Spinzi, Neida Bonnet de Mendonca, Luisa Moreno de Gabaglio y tantas otras. En 10 años, el Taller ha publicado 5 libros colectivos y las talleristas ocho volúmenes. Han ganado más de 25 premios nacionales y extranjeros.

—      Y usted en ese lapso, publicó diez libros...

-        Así es. Todos los días me paso leyendo y escribiendo...

—      Su labor en la Academia Paraguaya de la Lengua Española es brillante y de suma eficacia...

-        En 1989, me hice cargo de la Presidencia de la Academia. No tenía local, ni Secretaria, ni teléfono, ni libro de actas. No tenía historia, no tenía dinero. Y hoy tiene local propio, salones alfombrados, muebles finos, computadora, máquina de escribir eléctrica, biblioteca.

El Rector de la Universidad Nacional, el Profesor Luis H. Berganza, me ayudó mucho para dar impulso a la Academia. Es un hombre trabajador, sensible, decente, y sabe estimular los afanes intelectuales. Es un realizador nato, no se queda en abstracciones estériles. Si todos los políticos fueran como él, lo que sería este país...

—      ¿Nunca se dedicó Ud. a la política?

-        Nunca.       

—      Recuerda alguna anécdota de Cecilio Báez?

— Le contaré una. Cecilio Báez estaba muy enfermo, era el año 1940. Lo llevaron a un sanatorio ubicado en Azara y Tacuary, y allí lo encontré al ilustrísimo anciano, muy disminuido. Lo visitaba todos los días. Pasó el tiempo y se curó. Un día en casa suena el timbre, abro la puerta y lo tengo ante mí a Cecilio Báez. Subió dificultosamente la escalera de mármol y me dijo: “Vengo Hugo Rodríguez-Alcalá a traerle mi último libro: Bosquejo histórico del Brasil. Tan decaído estaba físicamente, pero seguía produciendo. Poco tiempo después fallecía este ejemplar mentor de la juventud paraguaya.

—      ¿Es Ud. optimista?

—      He sido siempre optimista. Pero hoy debo hacer una revalorización de mi optimismo para confirmarlo o para matizarlo.

—      ¿Cuál es el secreto del éxito?

—      Trabajar todo el día, y todos los días, hasta conseguir lo que uno quiere.

—      ¿Qué es el fracaso?

—      Una oportunidad gracias a la cual uno medita sobre sus limitaciones y se prepara para no tener otro fracaso. Hay que avanzar por medio del “trial and error”. (Ensayos y errores).

—      ¿Qué consejo daría a los escritores jóvenes?

—      Que estudien mucho, libros viejos y libros nuevos. Que estén al día de lo que pasa en el mundo. Si es poeta que Conozca la tradición de la poesía española y que se las arregle para conocer la poesía de todos los tiempos. O sea, que busquen ser cultos.

—      ¿Qué proyectos acaricia a esta altura de su fecunda vida?

—      Me gustaría escribir un nuevo libro de poesías. Quiero también publicar mi Autobiografía, trabajo que ya he comenzado.

—      ¿Cómo definiría Hugo Rodríguez-Alcalá a Hugo

Rodríguez-Alcalá?

—      Como alguien que hubiera querido ser mucho más de lo que

es.

La alegría es la gran fuerza que impulsa la existencia de este poeta que no se deja abatir por muy crudas realidades de nuestro mundo.

No renuncia a su fe en la potencialidad del hombre, no se entrega a las disolventes prédicas del pesimismo. El niño de Villarrica sigue en su alma como el guardián de su siempre fresca espontaneidad, de su pureza incontaminable.

En La dicha apenas dicha, que dedicó a su madre al cumplir ésta ochenta años, dice este profesor de optimismo y de esperanza irreductible: “La Alegría carece de objeto o motivo consciente. Esto la distingue de su contrario la Angustia en tanto que perspectiva metafísica: la primera totaliza, embellece, ensancha la visión del alegre y las cosas así se integran en una totalidad exaltadora; la segunda tiende a concentrarse en un solo objeto al que aniquila, y esta aniquilación parcial le sirve de punto de partida para una aniquilación omnímoda. La Alegría, por el contrario, parece coincidir con la gracia”.

“El dichoso— sin saberlo él mismo casi siempre— se halla dotado de una lucidez cuya luz proviene de —o simplemente es gratitud hacia lo creado. En suma, tiende amorosa, agradecidamente, hacia la fuente misma de la creación y con aquélla declara a ésta ‘buena’. Y luego recuerda a José Ferrater Mora, el amigo siempre presente en sus cálidas evocaciones, quien una vez le dijo con la substancia de la filosofía tan dominada por él: ‘No hay razón por la que la alegría no sea asimismo un temple de ánimo existencial’. Me parece que José Gaos había ya expresado su sorpresa ante el carácter unilateral de los ‘temples’ existenciales más extendidos, y se había preguntado si no podrían introducirse otros ‘temples’ mire los cuales el de la alegría es ciertamente fundamental”.

Llegamos al final de nuestras largas e interminables conversaciones con este intelectual esclarecido que tras prolongada ausencia volvió a esta tierra de su nacimiento, de su bullicio de niño y de mis ideas juveniles. La Patria lo ha recuperado íntegramente paraguayo. No se ha extranjerizado, no han corroído extraños medios su identidad medular. Sigue sintiendo paraguayamente nuestras cosas pero su pensamiento se ha universalizado.

Continúa viviendo, soñando y escribiendo con la dicha, ese valioso bagaje que lo acompaña desde la infancia aún viva y anhelante en sus versos incorruptibles.

No matemos la dicha que quiere crecer en nuestros corazones, porque de lo contrario todo será para nosotros negro abismo.

Lo dice el poeta cotidianamente deslumbrado ante la vida:


Un no saber decir

por qué la risa brinca;

Un no poder vivir

sino con muchas vidas

y un sentir en la propia

demasiada ufanía.

Un ser y no ser viento,

ave, luz, flecha o brisa

o llamas que devoren

el mundo, de alegría.

Y un sentirse infinito

en su pequeña vida:

he aquí que otra vez llega

la abrumadora dicha”.

 

 

 

 

 

APÉNDICE


CARTA DE GABRIEL CASACCIA SOBRE “LA DICHA APENAS DICHA”


Buenos Aires, 11 de febrero de 1968

Sr. Hugo Rodríguez-Alcalá

3827 Gates Place

Riverside, California 92504

U.S.A.


Mi muy estimado amigo:

Le agradezco que me haya hecho conocer LA DICHA APENAS DICHA. Es una prueba más de su talento literario y de la intensidad de su curiosidad intelectual que no deja género ni rincón de las letras por recorrer. Y siempre lo hace con maestría y facilidad. Se ve que la disciplina y el rigor de las tareas profesorales no han conseguido ni siquiera mellar la sensibilidad y la riqueza emocional del lírico que hay en usted.

Es usted un nostálgico de nuestro país y de los recuerdos y sensaciones que él ha dejado en su infancia y tal vez en los comienzos de su adolescencia. Todas las poesías reunidas bajo el título “Sur” no son sino un canto a ese pasado, un llamado a ese mundo que por rara paradoja se acerca más a uno a medida que pasan los años. Bien podrían llevar el título de Nostalgias. “La Casona”, “El lago”, “Villarrica... ”. A mí no me cuesta seguirlo por ese su mundo nostálgico y poético como si fuera el mío, porque yo también guardo un mundo así, un mundo ya imposible de recobrar (no lo consiguió ni el genio de Proust, y eso que vivió agónico e insomne por recuperarlo); podría seguirlo, como por un camino conocido, por esas “blandas huellas entrelazadas, como de serpientes”, que va dejando su bicicleta “en la madrugada fresca” de

Villarrica. Y usted en su “bicicleta va al encuentro del campo, de la aurora”, y de esas sensaciones perdidas que vuelven a florecci líricamente en sus versos. Es tan hondo en usted ese sentimiento y aparece tan a menudo que en California “Mirando casas”, in-conscientemente las traslada a los patios y bajo las tejas de las casonas de nuestra tierra. Esa poesía es una de las más hermosas de su colección. La imagen del hombre que, enternecido por el recuerdo, vuelve hacia el niño que gozó de esas “siestas antiguas” y anduvo por esos patios “tibios del alto sol”.

Sus más recientes poesías, fechadas en 1966, como “Primavera, otra vez”, “A mediodía”, “El mensajero”, conservan la plenitud de las épocas más lejanas; y se ve que ni la aridez de otras tareas ni el tiempo han disminuido su inspiración. Al contrario, son claras, sentidas con ritmo y fuerza interior. Espontáneas y sencillas, defectos tal vez para algunos, para aquellos que gustan de la poesía hermética o alusiva o muy pensada. Pero a esos usted ya les ha salido al paso con “Primavera, otra vez”; allí se explica y justifica el tono y el carácter de su lírica. “La pluma, sola, empieza a escribir versos” —dice usted. La verdadera razón del poeta, del escritor. Necesidad ineludible de expresarse, de volcarse hacia afuera.

LA DICHA APENAS DICHA no sólo demuestra sus dotes de poeta sino la seriedad y profundidad de su formación intelectual, que abarca disciplinas tan variadas. Usted no es un intelectual improvisado y que confía todo a sus condiciones naturales. Aquí diríamos que no es un escritor “hecho a dedo”, sino formado a través del estudio metódico y constante y con amplitud universal. Ha sabido usted aprovechar su tiempo y el ambiente de estudio en que actúa. No es que yo niegue la existencia de los genios naturales no, no los niego, pero creo que Goethe sin el método, el largo estudio y sus conocimientos filosóficos hubiera sido la mitad del

Goethe que conocemos. Ya lo conozco como poeta, como cuentista, y como crítico y tengo entendido que también ha hecho estudios filosóficos. Para mí la obra de un escritor adquiere verdadera densidad cuando de ella trasciende un fondo metafísico o religioso.

Mis felicitaciones son dobles, para usted y para su señora madre por sus ochenta años, que espero los siga cumpliendo tan felices como hasta hoy.

Reciba un abrazo de su amigo.

Gabriel Casaccia

Soldado de la Independencia 1490, P. 11 Dto. A

Buenos Aires, Argentina.


Buenos Aires, 3 de marzo de 1993

Dr. Hugo Rodríguez-Alcalá


ASUNCIÓN

Muy estimado amigo:

También yo me felicito porque nuestra correspondencia, iniciada a raíz de la publicación del libro sobre el V Centenario, me ha permitido este amistoso intercambio con alguien como Ud., a quien sólo conocía y valoraba por sus trabajos críticos.

Me habla Ud. de su retiro en algunos aspectos, con motivo de su jubilación. Sin embargo, su nombre es lo bastante conocido como para tener todas las puertas abiertas, y además, preside la Academia de Letras Paraguaya de manera que tampoco veo que haya abandonado el escenario.

Quiero hablarle, ante todo, del placer que me ha proporcionado la lectura de su libro El ojo del bosque, del cual disfruté en el campo de una amiga —durante mis vacaciones—, quien también es excelente escritora, además de Secretaria General de nuestra Academia: Jorgelina Loubet.

Su libro es variado y atrapa, no sólo por esa diversidad de temas y situaciones, sino por la sabia construcción que Ud. emplea, de modo que en cada caso consigue el deseado “efecto”, ya por sorpresa, por compasión, o por gracia. Algo que es esencial —por lo menos para mí—en todo buen cuento. Desde el triste y solitario destino de “El curador perpetuo” (una víctima de la obsesión autoritaria del padre), pasando por la ejemplar depuración a la que asistimos “En el despacho del Ministro”, el chasco y la sátira de “La espía”, el coraje de “El dragón cautivo” ante el odio del dictador, el odio indestructible, casi palpable en “El as de espadas”, la cómica frustración de “Canas al aire”, hasta la poética recreación de una vivencia infantil de “El ojo del bosque”, todos tienen un absorbente interés. Y no sigo enumerando para no fatigar algo que, como autor, Ud. conoce bien.

Pero si ellos me atraparon, más aún me ocurrió con sus “Historias de soldados”, quizá porque la Guerra del Chaco, a la que pertenecen muchos de esos relatos y estampas, fue una impresión imborrable, vivida a distancia en mi niñez. No podía sino conmoverme la hombría ejemplar del oficial de “La muerte ganada”, la abnegación infinita del asistente de “La cantimplora”, o la bella muestra de solidaridad humana de “Diálogo en el monte”. En la Argentina, salvo algunas páginas de Roa Bastos, no tenemos al alcance literatura paraguaya que hable de esa guerra en que dos pueblos hermanos fueron víctimas. Quizá por eso mi interés se mantuvo más despierto.

Reciba de nuevo mi agradecimiento por todas sus atenciones, y de nuevo mis plácemes por su libro. Un cordial saludo.

Federico Peltzer

(De la Academia Argentina de Letras)


 

COMENTARIO DE JOSEFINA, PLÁ

EN TORNO A UN LANZAMIENTO

 

Decía alguien, en un corrillo, en el aula magna de la Universidad Nacional, terminado el acto de lanzamiento del trabajo que sobre la personalidad literaria del Dr. Hugo Rodríguez-Alcalá ha publicado el Dr. Ubaldo Centurión Morínigo: “De cuántas cosas nos enteramos, ahora, que no sabíamos”. Ante la observación hecha por otro de los presentes, de que la revelación era un poco, si no tardía, retrasada, respondió un tercero: “¿Pero acaso no está ahí la lista del Taller de Cuentos Breves para calificar ya en sí mismo una personalidad y una obra?”... A lo que, no resistiendo al prurito de meter la cuchara, dijimos: “Ese es solo uno de los aspectos de esta personalidad. Además, no todo el mundo lee libros, aunque sean enjundiosos; o precisamente por eso mismo; porque lo enjundioso debe hacer pensar, interesar; y el interés, tan elevado en bancos y financieras, es bastante bajo en los lugares donde la conversación no versa sobre cuentas corrientes o beneficios en los cambios; y más bajo quizá en estos últimos...”. Y algunos de los presentes cabecearon, asintiendo...

Si bien Hugo Rodríguez-Alcalá ha demostrado, en esta fase concreta de su vida restituida al terruño, su capacidad creando “ambiente” en uno de sus aspectos más difíciles, el de suscitar clima creativo en un medio indeciso en elecciones (no nos referimos a lo político), no cabe duda de que la evacuación del talento de este escritor, durante décadas previas, es algo sólidamente levantado en el exterior sobre una incesante y consciente labor literaria. La labor mayoritaria de “puesta en valor” de la cultura patria.

Ahora bien, el gran drama en el desarrollo de esta cultura ha constituido, desde la inauguración del proceso, en una doble contradicción, o, si se quiere, contrasentido. Ya nos hemos referido a ello alguna vez (No querríamos detenernos a pensar cuántas veces aún habremos de recordarlo).

Los escritores y artistas que han trabajado dentro del país no han visto su obra trasponer la frontera; los que han trabajado fuera, mostrando la efectividad de sus dotes, su voluntad constructiva, no han sido conocidos en su país... o se los ha menospreciado. Podríamos citar casos flagrantes. El caso de un noble literato, Casaccia... públicamente insultado, es significativo.

Un erudito investigador, sesudo —se necesita serlo para dedicarse a recordar lo que la gente se empeña en olvidar—, Francisco F. Feito, se ha dedicado a la investigación y recensión de la obra llevada a cabo, y solo mediante la pluma, por el Dr. Viriato Díaz Pérez (quien simultáneamente irradió cultura desde las aulas durante cincuenta años...). ¿Quién localmente conoce esa labor, que no es solo erudita, modelo de investigación y análisis, no solo modelo de estilo, es capaz por sí misma de calificar a un escritor?

Se dirá: los “cultos” la conocen. Pero los realmente cultos son muchísimos menos de los que se podría esperar; y los más de ellos no han tenido ocasión de conocer a fondo esa obra. Se argüirá:

Viriato Díaz Pérez murió hace siete lustros; era otra la disposición de ánimo colectiva. Ahora tenemos la respuesta evidente a esta objeción, frente a un valor actualísimo: Hugo Rodríguez-Alcalá, en vida plena que Dios conserve, ha realizado durante medio siglo casi obra valiosa, ininterrumpida... Y, sin embargo, desconocida en su mayor parte por sus compatriotas.

Y no será menester insistir en que “interpretar” una obra no es fácil, aun conociéndola; el factor más difícil de salvar es el desconocimiento, con la concomitante ausencia de la inclinación a establecer una escala de valores que permita dar el lugar debido a los que lucharon toda su vida por la puesta en valor de esta literatura.

Sin desmerecer a nadie -—precisamente, de eso se trata, de que no desmerezca nada que tiene merecimiento; y que no quede esto en juego de palabras— queremos precisar;

El homenaje a Hugo Rodríguez-Alcalá, del que fue ocasión y eje el lanzamiento del trabajo del Dr. Centurión Morinigo, se constituyó como tal en sus dimensiones y acción y reacción por la asistencia a él del núcleo juvenil, buscando el contacto necesario y siempre diferido por un lado; y por el otro el mantenimiento, en el entorno, de un clima a través de las personas de aquellos en quienes ya apuntan las canas. Creemos que, como iniciativa, el trabajo del Dr. Ubaldo Centurión Morínigo merece comentario aparte.

Hemos dicho más de una vez y la repetiremos más veces todavía, si Dios no se sirve remediarlo, que el gran contrasentido o juego irónico que acompaña esta literatura parece consistir en que sus cultores, si trabajan dentro del país, no trascienden al exterior; y si trabajan fuera—hecho frecuente—, no franquean las fronteras de su patria.

Este hecho o situación bifronte se repite y se ha repetido ya tantas veces, que resulta imposible negar su existencia, por un lado, y, por otro lado, su repercusión negativa en el desarrollo cultural colectivo. Para los que trabajan intrafronteras, la consecuencia r*t el estrangulamiento de su obra. Para los que trabajan en el exterior, el dolor de sentir que el país en el cual viven los conoce —-si lo merecen, claro— pero los desconoce el propio país, aquel * si cual son ciudadanos...

Indudablemente el mejor conocimiento —y reconocimiento— a que una obra puede aspirar está en que esa obra “circule”, que ella sea conocida como cuerpo édito, si se trata de un libro; leída, asimilada por la acquiescencia o el repudio, únicas formas concretas y positivas de ese conocimiento, ya que él supone la incorporación de sus posibilidades experienciales al mundo íntimo del lector. Esto, dice Perogrullo, no puede obtenerse sino a través de la lectura; y es sabido también cuán escaso imán existe localmente para ese ejercicio libresco, que supere lo frívolo, lo sensacional o lo pornográfico, para decirlo francamente. Aunque también interviene para coartar la inclinación a la lectura el factor crematístico (los libros se han vuelto manjar de millonarios).

Y así se instala nuevamente el contrasentido: porque los ricos, en general, no gustan de leer. Han sabido hacerse ricos: ¿qué otra cosa mejor que esta pueden enseñarles los libros? (Hay excepciones, pero son pocas... Una encuesta sobre los volúmenes que se reúnen en la biblioteca de las llamadas hermosas residencias resultaría ilustrativa).

Y bien: el autor del opúsculo lanzado en la Universidad Nacional (Facultad de Derecho y Ciencias Sociales), y que nos ocupa, se ha propuesto “hacer leer” a la gente, o por k> menos a un cierto sector de ella, para que si no conoce en sí misma y in extenso la obra del autor dado, tenga al menos una información sobre ese autor, y quizás, Dios quiera, un estímulo para informarse más ampliamente. En cierto modo establecer para el escritor una a manera de “cédula de identidad” que le vincule al mundo interior de sus conciudadanos.

En pequeña escala, también efímera, inevitablemente, cumplen función semejante —abreviada al límite y de escasa huella, pero necesaria, esta, y estimable— los reportajes; pero el reportaje es efímero en su efecto. No se le toma en general como una invitación a más amplios encuentros con el autor entrevistado; son como una ocasión anecdótica para la emoción pronto olvidada. El relato biográfico carece en sí mismo del relieve para ello requerido, ya que lo importante es la obra, y no el autor; lo que se busca es encontrar el interés hacia esa obra y no precisamente hurgar en la intimidad del escritor, salvo en los casos de las personalidades del área literaria mundial; casos en los cuales lo “sensacional” tiene un papel.

Ubaldo Centurión Morinigo ha buscado —y es el primer intento, creemos— algo más positivo en la fórmula. Un concierto breve, vario y bien medido de dos elementos ya mencionados: lo biográfico y lo reporteril para empezar. El material que responde a este who is who se selecciona y distribuye en base a una combinación de esas dos formas de aproximación: la parte expositiva, descriptiva, que presenta al autor como obrero de la cultura en general, de la literatura en particular, y como una lógica acotación, la faceta personal, donde el autor nos aproxima con sus respuestas a la dimensión de su mundo creativo; el cómo y porqué de su elección. Pero añade a esta aleación el material vivo de poemas que juzga representativos; y hace presente también una breve antología que se ciñe a lo poético por razones obvias de extensión y además

        

 

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