SERIE 1-A
Humo sobre papel.
Obras DANIEL MALLORQUÍN
Centro de Artes Visuales/ Museo del Barro.
Gabinete Florian Paucke.
Asunción, 2009
CORREO SEMANAL -- ÚLTIMA HORA
Asunción - Sábado 1, de agosto de 2009
ARTE Y YCUÁ BOLAÑOS
Ticio Escobar/ Crítico
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LAS PUERTAS ABIERTAS
La muestra de Daniel Mallorquín, instalada actualmente en el museo del barro bajo el título directo de 1A-04, nombra osadamente el tiempo de la desgracia.
Hoy, 1 de agosto de 2009, se cumple un lustro de la tragedia de Ycuá Bolaños, que envilece la memoria de nuestro país con una mancha definitiva de dolor y de impotencia. Desde entonces, a lo largo de estos cinco años, parte de la ciudadanía del Paraguay, encabezadas por los deudos de las víctimas de la hecatombe, viene luchando por hacer justicia a la memoria de sus muertos, intentando reparar lo irreparable con la dignidad de las voces y los brazos en alto.
EL RITO DOLIENTE Y EL ARTE.
Lo irreparable: nada ni nadie podrá resarcir la pérdida esencial, pero hay medios para convertir la melancolía infinita en trabajo activo de luto, en fuerza social proactiva.
Uno de esos medios es aquel clamor por la justicia, que arrastrará ecos, sombras y retumbos en todo el resto de nuestra historia difícil. Otro expediente para elaborar colectivamente el dolor absoluto es la creatividad: las formas de la imaginación social pueden conservar abierta la memoria y hacer de su apertura un principio de renovación, una apuesta a la vida y una advertencia para que la catástrofe jamás vuelva a ocurrir y jamás quede impune.
Muchos rituales empleados por las víctimas de Ycuá Bolaños y la ciudadanía solidaria han apuntado en su dirección: la larga bandera que porta, como escudos nobles, los rostros desaparecidos; los pañuelos blancos y las antorchas, las pancartas, los brazos levantados, las vacías sillas invertidas, los cánticos y las manos enlazadas, signos éstos que cierran el círculo de la cohesión social y lo abren a la necesidad de inventar mañanas vivibles; de prever otros agostos que acojan los sueños de una sociedad en que la codicia de los mercaderes no deje huérfanos ni viudas y viudos, ni familias rotas ni hermanos desesperados.
Al costado de estos ritos dolientes, el arte abre un camino breve; mediante formas extremas puede reintentar la búsqueda del sentido desde el fondo mismo de cada pesar desconsolado. Algunos artistas han intentado ese itinerario. La muestra de Daniel Mallorquín, instalada actualmente en el Museo del Barro bajo el título directo de 1A-04, nombra osadamente el tiempo de la desgracia, pero al hacerlo marca en la superficie ambigua de ese transcurso un doblez o un repliegue que remite a otro lado. Las obras son escuetas: tienen tanto que decir y tan pocas formas de hacerlo enteramente que terminan, casi calladas, señalando brevemente signos intensos capaces de sostenerse sobre el puro vacío de lo que carece de soporte de escritura.
SEÑALES DE LA FECHA FATÍDICA.
Daniel recurre a varios expedientes para enunciar las verdades que rebasan sus propios nombres. A veces sensibiliza los papeles de sus obras con hollín; el humo oscurece totalmente, la superficie, dejando una leve pátina que, rozada por el viento o el soplo del recuerdo, deja abierta la huella de un signo nuevo. Otras veces emplea el pirograbado, la acción directa del fuego: a través de un hierro candente quema, cauteriza, cicatriza los papeles, marcándolos con las señales de la fecha fatídica. El calor del marcador hunde el papel, en algunos casos lo traspasa, y anuncia la esperanza del después o la verdad del otro lado. Eventualmente las cenizas dejan rastros de otras escrituras posibles, de vocabularios inventados, reiterados obsesivamente para decir lo indecible. En ocasiones el escrito, el documento, es trazado en negativo por la acción de trozos de carne vacuna que, al friccionar el papel, retiran el hollín y dibujan por sustracción, mediante la falta misma. Por último, el artista presenta huellas e indicios de objetos reales que escaparon, mutilados, de la tragedia: llaves quemadas, trozos de puertas, fragmentos de transformadores, utensilios que han perdido su función y su identidad.
Así, la escena que levanta el artista es un espacio fantasmático de humo y huellas, de vestigios y testimonios ruinosos. Pero este teatro de sombras permite reescribir otros lugares posibles. Sobre el fondo humeante del trauma, tras las llagas de la memoria, los recursos de la imaginación pueden anticipar un espacio público renovado, una ética restablecida, y puede la poesía reanimar el deseo social de equidad. Ante la voracidad de los dueños de cualquier negocio, por encima de la desidia municipal, la impunidad judicial y la irresponsabilidad profesional, debe ser garantizada la vida de cada persona que una mañana cualquiera de domingo decida ir a un supermercado para comprar un regalo de última hora, la comida del hijo o proveerse para el almuerzo familiar o la excursión con los amigos.
Ticio Escobar
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