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SERGIO CÁCERES MERCADO

  LA GUERRA CIVIL DE 1904 - Por SERGIO CÁCERES MERCADO


LA GUERRA CIVIL DE 1904 - Por SERGIO CÁCERES MERCADO

LA GUERRA CIVIL DE 1904

Por SERGIO CÁCERES MERCADO

COLECCIÓN GUERRAS Y VIOLENCIA POLÍTICA EN EL PARAGUAY

NÚMERO 8

© El Lector (de esta edición)

Director Editorial: Pablo León Burián

Coordinador Editorial: Bernardo Neri Farina

Director de la Colección: Herib Caballero Campos

Diseño de Tapa y Diagramación: Jorge Miranda Estigarribia

Corrección: Rodolfo Insaurralde

I.S.B.N. 978-99953-1-336-4

Hecho el depósito que marca la Ley 1328/98

Esta edición consta de 15 mil ejemplares

Asunción – Paraguay

Febrero 2013 (103 páginas)

 

 

 

CONTENIDO

 

Prólogo

Introducción

CAPÍTULO I

Antecedentes

El largo camino a la revolución

La prensa empieza su juego

Hombres y armas

CAPÍTULO II

Se Inician los Combates

Sajonia versus Villarrica

El Manifiesto

El servicio sanitario del Sur. Recuerdos de Urizar

Albino Jara frente a frente con su padre

Albino, el desobediente

Otro intento de paz que fracasa

Las batallas de Ojeda e Ypytá. La caída de Encarnación.

CAPÍTULO 3

El pacto del Pilcomayo

CRONOLOGÍA

ANEXO

Impresiones sobre la guerra de 1904

ANEXO II

Debate en el Cuartel Revolucionario

BIBLIOGRAFÍA

EL AUTOR

 

 

 

PRÓLOGO

 

         LA GUERRA CIVIL DE 1904, es un acontecimiento histórico, que marcó en forma indeleble a las primeras tres décadas del siglo XX en el Paraguay. En este libro escrito por Sergio Cáceres Mercado, se puede apreciar cómo se fue gestando la salida del gobierno del Partido Colorado luego de que el 9 de enero de 1902, un sector importante de dicha agrupación política haya sido desplazado del poder violentamente. Ese sector el egusquicista fue el que unido a las dos facciones liberales acordó conformar una "Comité Revolucionario" con el fin de expulsar al sector Caballerista del poder.

         Diversos intereses se fueron tejiendo para lograr dicho objetivo, que concluyó con el estallido del movimiento armado en agosto de 1904. Es muy evidente que además de las cuestiones internas, la disputa entre el Brasil y la Argentina por ejercer su hegemonía en la región constituía el telón de fondo del conflicto.

         En el primer capítulo el autor va presentando los antecedentes del conflicto, cómo estaba configurada la situación política a fines del siglo XIX, en un país que aún no se reponía de los terribles efectos de la Guerra contra la Triple Alianza (1864-1870) y de las constantes inestabilidades políticas del período de Postguerra expresadas en guerras civiles, asonadas, golpes de estado y magnicidios.

         En el segundo capítulo va desmenuzando el desarrollo del movimiento armado desde que se organizó en Buenos Aires, para luego ir avanzando en su expedición en el buque SAJONIA rumbo al Paraguay. Es así que el lector podrá vislumbrar cómo se sucedieron los hechos durante poco más de cuatro meses en que se combatió en el Ñeembucú, en la zona de Villeta, en Concepción, en Itapúa, para que finalmente el gobierno aislado y sin recursos y armas tuviera que buscar un acuerdo muy a pesar de los viejos caudillos Caballero y Escobar quienes se oponían a entregar el poder en tales circunstancias.

         Por último el autor presenta qué se estableció en el Pacto del Pilcomayo que se firmó bajo los auspicios de las representaciones diplomáticas del Brasil y la Argentina. Es así que el Pacto del Pilcomayo tiene varias significaciones, pues con el mismo no sólo concluyó la guerra civil, sino que implicó la salida del Partido Colorado que gobernaba el país desde su fundación -e incluso antes de su fundación-. Además el Pacto del Pilcomayo, significó el traslado de la hegemonía en el Paraguay de Río de Janeiro a Buenos Aires, pues es indudable el apoyo velado que dicho gobierno dio a los insurrectos.

         Tras más de cien años esta obra aporta una nueva lectura de un proceso que está marcado por interpretaciones sectarias e interesadas por lo cual precisaba de una visión más amplia que ayude a comprender su desarrollo.

 

         Herib Caballero Campos

         Asunción, febrero de 2013

 

 

 

 

INTRODUCCIÓN

 

         Dado el tradicional bipartidismo que marca más de un siglo de la historia política del Paraguay, no es tarea menor narrar el conflicto civil que enfrentó a principios del siglo pasado a nuestras dos principales nucleaciones políticas. Más aun si tenemos en cuenta que tal conflagración significó la caída de uno de ellos luego de tres lustros de hegemonía para ser testigo del ascenso del otro y sufrir su dominación por siete lustros. Decimos que no es una empresa fácil enfrascarse en rememorar los pormenores de la Revolución de 1904, pues a pesar de transcurridos tantos años, aún las pasiones se encienden ante tan lejanos acontecimientos.

         La anarquía política era la enfermedad que desde la posguerra del 70 corrompía a la sociedad paraguaya. En 1904, la Asociación Nacional Republicana -en el poder- se enfrentaba "otra vez" al opositor Partido Liberal; y enfatizamos el "otra vez" para mostrar que tal anarquía se materializaba en constantes asonadas, cuartelazos, golpes parlamentarios y todas sus correspondientes conspiraciones, ya sean entre oficialistas republicanos o entre estos contra sus opositores liberales.

         Por lo tanto, la revolución de agosto de 1904 era una piedra más en el accidentado camino que a tientas el país transitaba en busca de su anhelada estabilidad. Se logrará el cambio de color en el poder, pero la anarquía no solo seguirá, sino que, para muchos, se acentuará.

         Pero ya lo dijimos, toda conflagración entre compatriotas enciende pasiones. La de 1904 más aún. Los historiadores que se han encargado de transmitirnos lo ocurrido en los cuatro meses que duró la contienda civil no han podido prescindir de tal sentimiento, porque incluso algunos fueron protagonistas de la misma, o porque -como ha ocurrido no solo en el caso de nuestra historia política sino para la historia en general del Paraguay- la simpatía por alguna facción política o corriente ideológica ha marcado sistemáticamente el trabajo historiográfico.

         Ponemos por caso de esto último a Gomes Freire Esteves, cuyo libro de Historia Paraguaya sigue siendo un documento de consulta obligada para los que quieran conocer este sangriento capítulo de nuestra historia. En largo apartado que dedica a la Revolución, coloca su nombre cuando enumera a los jóvenes que pelearon decididamente por la causa liberal. Esta particularidad lo lleva irremediablemente a tomar partido. Alfredo Seiferheld dice al respecto:

         "Para Freire Esteves la historia era también política, pero aquella política entendida por él en función de una tribuna para justificar el ayer pensando en el mañana. Desde luego, semejante manera de proceder ha sido frecuente en nuestros historiadores, o descriptores de hechos pasados, que al hacer historia no han dejado de hacer política, hurgando con frecuencia en los errores ajenos antes que en sus virtudes: Es decir, la historia como un recurso para acumular puntos en contra del adversario y no a su favor. La modalidad, que no pudo ser superada en muchos tiempo, hubo necesariamente de prender en espíritus apasionados como el de Gomes Freire Esteves."

         Esta digresión hacia Freire Esteves sirve para mostrar lo difícil que es contar desapasionadamente un hecho que enfrentó a facciones políticas con tan graves consecuencias. Ni él, ni nadie lo ha logrado, y todos ellos -sean liberales, colorados u de otra facción política- tienen a la Teoría de la Historia, la Hermenéutica Filosófica, la Antropología y la Epistemología, para justificar tan humano comportamiento.

         Si la imparcialidad -mucho menos la neutralidad- no se pueden dar absolutamente en ningún caso de las ciencias sociales, y menos en la historia, valgan estas líneas como disculpas ante lo que viene a continuación, no sin antes aclarar que el esfuerzo por la ecuanimidad y la crítica han sido mayores como lo exige la metodología.

         Una vez más, agradezco la confianza del doctor Herib Caballero Campos al confiarme la elaboración de uno de los volúmenes de esta prestigiosa colección que dirige.

         También va mi gratitud a los colegas y amigos que ayudaron con datos, referencias y bibliografía: Carlos Pérez Cáceres, Antonio Pecci, Blas Brítez y, por supuesto, el mismo Herib Caballero Campos.

         Agradezco a Mariel su comprensión de siempre, en especial cuando la escritura me obliga a apartarme de mi familia por unas horas. A Arandu por su paciencia y a Panambi por su colaboración en el tipeado del anexo.

 

 

 

 

 

CAPITULO I

 

ANTECEDENTES

 

 

         Los sucesos de 1904 se dan en el marco de una inestabilidad política que proviene desde finalizada la Guerra contra la Triple Alianza. En este sentido, la fundación del Centro Democrático y del Partido Nacional Republicano, ambos en 1887, marca el posicionamiento de grupos antagónicos que aceptan las reglas del juego democrático impuesto por la Constitución de 1870 y empiezan a pugnar por los cargos electivos en el Poder Ejecutivo y en el Poder Legislativo.

         Por supuesto, no es fácil describir la complejidad de las relaciones político-sociales de esa coyuntura en el que el país se debatía por levantar cabeza luego de la debacle de la guerra. Para facilitar las cosas, nos remitiremos al hecho de que el Partido Nacional Republicano se hace con el poder bajo la poderosa guía del general Bernardino Caballero. Desde ese momento, todos los periodos presidenciales encuentran una férrea oposición de los liberales agrupados en el Centro Democrático.

         Con todo, los liberales participan en cargos de primera o segunda línea en el Ejecutivo y logran, mediante el voto ciudadano, escaños en el Parlamento. Esto indica, por un lado, un esfuerzo de parte de los republicanos por gobernar por encima de las banderías políticas invitando a los opositores a sumar sus talentos en el Gobierno y, por otro, el respeto a la decisión popular que se manifestaba en el sufragio para los curules parlamentarios.

         Por supuesto, las desavenencias y conspiraciones eran mucho más poderosas que estos amagos de madurez política que se notaban en las acciones y más aun en los discursos. La "hegemonía colorada" lidiará con varios terremotos políticos surgidos en su propio seno y, como era de esperar, de sus adversarios liberales.

         Las constantes decepciones liberales en sus intentos por acceder a la Presidencia de la República irán convenciendo a sus líderes y simpatizantes de que la vía democrática les estaba vedada y de que solo un alzamiento armado los llevaría al ansiado poder. Esta idea era alimentada por lo que ellos consideraban una seguidilla de trampas y desmanes perpetrados por los oficialistas contra los esfuerzos civilizados de jugar el juego democrático que la Constitución y las otras leyes exigían.

         La gota que colmó el vaso de los liberales -simpatizantes de Juan de la Cruz Ayala (Alón)- se daría en una balacera entre éstos y los colorados, durante unas votaciones por escaños parlamentarios en Ybycuí. Este hecho llevaría a Ayala al exilio, pero dejaría convencidos a sus correligionarios de que el levantamiento armado era la única salida. Se llegó así al fatídico domingo 18 de octubre de 1891.

         Aquel día se libró una batalla en pleno centro asunceno entre las huestes liberales lideradas por el mayor Eduardo Vera y los policías y militares leales al presidente Juan G. González. La muerte de Vera en la refriega marcó el inicio del fin de los complotados, que pocas horas después fueron derrotados totalmente.

         Aparte de que el 18 de octubre muestra que los liberales estaban dispuestos a todos los medios para satisfacer su vocación de poder, y que es un hito que ensancha aún más la rivalidad entre los oficialistas republicanos y los opositores liberales, no podemos dejar de mencionar a varias figuras políticas en ambos bandos que volverán a ser gravitantes en los sucesos de 1904. De todas ellas, es obligatorio mencionar la consolidación como líder republicano del Ministro de Guerra, coronel Juan B. Egusquiza.

         Su decisiva actuación en la defensa del Gobierno lo llevará a su ascenso a General y a la confirmación de que la confianza depositada por el presidente González al sacarlo de su destacamento en Misiones y nombrarlo Ministro fue totalmente acertada.

         Egusquiza rápidamente se ubicará como líder de la facción republicana que se opone al grupo liderado por los generales Bernardino Caballero y Patricio Escobar. Ambos grupos pugnarán por el poder, lo que llevará a posiciones cada vez más irreconciliables dentro de la Asociación Nacional Republicana, división que será factor gravitante para su caída en 1904.

         El general Egusquiza no solo logrará ser Presidente de la República en el período 1894-1898, sino que ubicará a unos de sus hombres, Emilio Aceval, para el siguiente periodo constitucional (1898-1902).

         Sin embargo, los "caballeristas" (partidarios del Gral. Caballero) estaban listos para sacarse de encima a los "egusquicistas" (partidarios de Egusquiza), lo que sucederá el 9 de enero de 1902. Ese día, luego de que el coronel Juan A. Escurra, Ministro de Guerra, apresara a Aceval y algunos de sus leales, ocurrirá un tremendo tiroteo entre los parlamentarios en plena sesión, lo que terminará con la vida del senador Facundo Insfrán, uno de los candidatos colorados a la Presidencia.

         El vicepresidente Carvallo culminó ese periodo presidencial y el coronel Escurra resultó ganador para el siguiente. De este modo, el partido de gobierno vuelve a tener a un partidario del general Bernardino Caballero en el poder, pero al costo de una división que será gravitante para su caída final.

         La historiadora argentina Liliana Brezzo amplía la visión sobre el Golpe de Estado del 9 de enero:

         "La defenestración de Aceval debe leerse más como el resultado de antagonismos personales que como la puja entre los egusquicistas y el caballerismo. De hecho el régimen Colorado mostraría, tras el golpe, algunos movimientos aperturistas, como por ejemplo la decisión de llenar diversos y altos cargos de la administración con jóvenes intelectuales no necesariamente alineados al caballerismo."

         Como es sabido, los azules no se quedan atrás en cuanto a divisiones internas se refiere. Desde su misma fundación, el Partido Liberal nació con una fisura que con los años se convertirá en dos facciones bien reconocidas por su antagonismo en lo referente a las cuestiones internas del partido y en cuanto a su accionar como oposición. Por un lado, se encontraba el bando de los "Cívicos", encabezados por el general Benigno Ferreira, y, por otro, los "Radicales", liderados por Cecilio Báez y Manuel Gondra. Los dos grupos cesarán brevemente sus hostilidades en aras de un fin prioritario: sacar a los colorados del poder.

         Tenemos así al partido de oposición unido en su vocación de poder y al partido oficialista dividido, donde uno de los bandos fue desplazado y se siente traicionado. Para colmo, estos últimos cuando fueron gobierno lograron un acercamiento con los liberales al darles puestos claves. Así que se puede decir que había una empatía entre los egusquicistas y los liberales.

         El escenario para la revolución estaba listo.

 

         EL LARGO CAMINO A LA REVOLUCIÓN

 

         Los historiadores liberales ven en a la Guerra Civil de 1904 el ascenso de una generación de líderes que querían llevar las riendas de la nación hacia rumbos distintos a los que hasta ese momento llevaban los gobernantes colorados. Entienden la contienda como un recambio, no solo de orientación política sino generacional.

         Un signo de la avidez con que el pueblo pedía líderes nuevos es la bienvenida multitudinaria que recibió en mayo de 1902 el doctor Cecilio Báez proveniente de México, donde estuvo representando al país en un encuentro internacional. El intelectual y fundador del Partido Liberal se había consolidado como un político de aguda inteligencia, y era visto como un caudillo natural por muchos paraguayos.

         El historiador y político liberal Justo Prieto juzga así la figura del intelectual:

         "Cecilio Báez fue el exponente doctrinario del movimiento. Con su verbo apasionado y lógico a su vez, reveló que en la efervescencia había un problema de cultura, al mismo tiempo que político. Los abogados recién egresados estaban frente a los viejos cuarteles sectarios, como dos mundos en pugna. Los flamantes militares recién llegados del extranjero tomaron contacto con aquéllos en las filas de la Guardia Nacional. Así se produjo la revolución de 1904 que es fin y comienzo de ciclos vitales de la nacionalidad paraguaya."

         De parte de los Cívicos liberales, resurgía la figura del general Benigno Ferreira, quien volvió de su destierro gracias a la amnistía impuesta por Egusquiza hacia los que fueron protagonistas de la revolución de 1874.

         Ferreira y Báez, cívico y radical respectivamente, comprendieron junto a muchos otros prominentes liberales que la unión era fundamental para poder enfrentarse al Partido Colorado. Tenían a su favor el descontento de los republicanos egusquicistas y el rechazo al caballerismo representado por el presidente Escurra. El historiador estadounidense Harris Gaylord Warren explica:

         "Escurra carecía de seguidores convencidos y leales porque el descontento con el caballerismo tenía demasiada difusión y fuerza. Hasta los hijos de Caballero y Escobar aborrecían el fraude, la corrupción, la incompetencia y la cínica indiferencia hacia el bienestar público, características del caballerismo. La propuesta de Egusquiza había tenido buena recepción, y muchos colorados se sentían dispuestos a cooperar con los liberales para derribar el régimen."

         Por su parte, Gomes Freire Esteves dice: "Los hombres del gobierno derrocado el 9 de enero, en primer término, y luego varios contribuyentes espontáneos, se ofrecieron al general Ferreira para financiar el movimiento".

         En secreto, se conformó el "Comité Revolucionario". Estuvo compuesto por el general Benigno Ferreira, el doctor Cecilio Báez, Juan B. Gaona, Emiliano González Navero, Emilio Aceval, Guillermo de los Ríos y Francisco Campos. Estos tres últimos fueron los primeros y principales contribuyentes, razón por la cual De los Ríos y Campos fueron nombrados tesoreros del comité. Los tesoreros no tuvieron dificultad de conseguir apoyo financiero de los ricos hacendados.

         Liliana Brezzo nos ayuda a comprender mejor este contexto cuando indica que:

         "Otro importante factor que produjo la debilitación del régimen colorado estuvo en la pérdida de apoyo por parte de los grupos ganaderos y exportadores -entre los que existían fuertes intereses argentinos- al verse amenazados por las medidas comerciales y fiscales adoptadas por el Poder Ejecutivo, como el aumento de las tarifas aduaneras, las restricciones al libre comercio y la expropiación de la mitad de la venta libre de las exportaciones de cuero.

         A estos grupos, se sumó el descontento de los asalariados urbanos, en lucha por los efectos de la inflación y la pérdida del valor real de sus sueldos y de los pequeños productores campesinos, cuyos ingresos en pesos paraguayos de curso legal se esfumaban en semanas."

         El 16 de marzo de 1904, representantes de las distintas facciones complotadas firman un acta en la cual constituían el Comité Revolucionario.

         Dicha acta rezaba cuanto sigue:

         "Reunidos los subscriptos, con el propósito de uniformar ideas acerca de la situación política por la cual atraviesa el país, y atentos a que esta no puede ser más desconsoladora, en presencia del orden institucional completamente subvertido con procedimientos de gobierno tendientes a buscar el logro de los propósitos personales del círculo imperante, que anulan el voto del ciudadano y buscan debilitar la fuerza de la opinión con la concesión pasiva de los favores oficiales a truque de complicidad en la obra soñada de la usurpación permanente; desatendidos por completo los problemas vitales de Gobierno, aún aquellos que se rozan con las relaciones internacionales del país; con una administración desordenada que favorece el peculado y desbarata la fortuna pública, que pasa a improvisar la riqueza privada de los gobernantes y de sus allegados; con planes financieros francamente hostiles a las fuerzas conservadoras del país; y con leyes de impuestos que ahogan la actividad comercial e industrial; la campaña abandonada al arbitrio de autoridades ignorantes y voluntariosas, ha asistido al éxodo de su población civil, no quedando sino un resto más paciente, en su mayoría sin hogar, al que la administración, a pesar de cobrar impuestos exorbitantes no le da siquiera buenas vías de comunicación para el fácil transporte de los productos agrícolas, contando apenas con escuelas desmanteladas, donde vegeta en el más lamentable abandono una población escolar que, bien educada, pudiera constituir mañana la fuerza de expansión más pudorosa de la nacionalidad, y descansando todo este conjunto de anormalidades institucionales y de negación del gobierno civilizados sobre el más peligroso pretorianismo, que hace arbitro de los destinos de un pueblo democrático a cualquier oscuro soldadote que tiene la fortuna de conciliarse la buena voluntad del Ejército, cuyos nobles fines se ven así prostituidos, los subscriptos, repetimos, han creído de su deber de aunar sus esfuerzos y voluntades y buscar la cooperación del mayor número para el fin patriótico de hallar remedio a estos grandes males que conducen a la nacionalidad del desquicio moral y material más completo".

         En tal sentido y esperando representar todos los núcleos de opinión independiente que ansían la regeneración de la patria por procedimientos ajustados a la constitución y las leyes, y por la consagración plena a los más vitales intereses de la nacionalidad resuelve:

         Constituirse, desde esta fecha en Comité político nacional que delibere y resuelva sobre la mejor manera de llegar al fin propuesto, comisionando, desde ya, a los ciudadanos Don Emilio Aceval y Don Francisco Campos para que arbitren los recursos necesarios al efecto.

         Tan pronto como se tengan reunidos los recursos, o se sepa su monto íntegro, este Comité resolverá los medios conducentes para alcanzar los prácticos fines que se persiguen.

         El acta la firmaban Emiliano González Navero por los Radicales, Benigno Ferreira por los Cívicos, Emilio Aceval por el egusquicismo y Francisco Campos por los comerciantes."

         Paralelamente otro comité fue formado en Buenos Aires. Estaba compuesto por Manuel J. Duarte, Domingo García Torres y Elías García, "cuya tarea principal era la de adquirir material militar y reclutas para la expedición naval que debía atacar pueblos ribereños paraguayos". De este trío, especial mención merece el Teniente de Fragata Manuel J. Duarte. Este había sido educado militarmente en Argentina y tenía el cargo de Secretario del Arsenal de Marina de Buenos Aires. Uno de los líderes cívicos más importantes de la revolución, Adolfo R. Soler, lo convenció junto al general Ferreira de unirse a la causa, en una reunión efectuada en Asunción.

         Gomes Freire Esteves conoció muy bien al Teniente de Fragata, y cuenta una historia casi mítica sobre la iniciación liberal y revolucionaria de Duarte por parte del legendario mayor Vera:

         "Meses antes de la revolución del 91, al partir en cumplimiento de su destino, recibió del futuro mártir del 18 de Octubre, una consigna, que se cumpliría con el tiempo: la de conocer al general Ferreira, para quien le entregara una carta de presentación, y la de emplear, alguna vez, todos sus conocimientos y energías para libertar a su patria."

         Veremos el papel audaz que le cupo a Duarte cuando se inició el enfrentamiento armado. Mientras, en Paraguay los ánimos se caldeaban. En 1903, y en la efervescencia contra el gobierno, jóvenes militares recién formados en el extranjero son acusados de conspirar. Se trataban, entre otros, de Alejandrino Escobar y de Albino Jara. Como el primero era hijo del general Escobar, fueron liberados por intermediación de éste no sin antes prometer un buen comportamiento.

         Escurra y sus leales se vieron obligados a soltarlos, no sin antes incurrir en torturas para conseguir información de los prisioneros. Estos jóvenes oficiales son los mencionados por el historiador liberal Justo Prieto como parte fundamental de la joven generación que se unía a los líderes políticos e intelectuales en la búsqueda de nuevos rumbos políticos por la vía armada.

 

 

 

         LA PRENSA EMPIEZA SU JUEGO

 

         La prensa liberal empezó su trabajo guiada por la pluma letal de Cecilio Báez. El ataque a la política financiera de Escurra era sistemática, lo que agitaba los ánimos de la gente y preparaba el ambiente para la futura contienda armada. "Aunque la crítica no siempre termine en revolución, esa probabilidad era un aspecto de la vida política que ningún mandatario paraguayo podía ignorar", indica agudamente Warren.

         En muchos casos exageradas y en otras no, lo cierto es que la prensa no perdonaba nada y mostraba un país gobernado por corruptos. Se recordaban la venta de tierras públicas realizadas en 1883 y 1885, el arreglo con los tenedores de bonos ingleses de 1871 y 1872, los tratados de límites con Bolivia (Decoud-Quijarro, Aceval-Tamayo, Benites-Ichazo) que cedieron mucho territorio al país vecino y por eso no fueron ratificados por el Congreso Nacional.   

         Escurra hábilmente dejaba pasar las malintencionadas campañas en su contra difundidas por LA BASTILLA, EL GRITO DEL PUEBLO, EL ENANO y EL DIARIO. Sin embargo, en julio de 1904 el ministro del interior, Eduardo Fleitas, se vio obligado a cerrar el periódico EL TRIUNFO, luego de haber sido difamado gravemente.

         Warren recoge información de los reportes que los diplomáticos estadounidenses, británico y brasileño daban sobre su impresión del presidente Escurra. Todos coincidían en la poca cultura del mandatario, así como en su escaso manejo del castellano, pues era el guaraní su lengua madre.

         El embajador brasileño Iteberé da Cunha, escribió esto que recoge la investigación medulosa de Warren:

         "El coronel Escurra [...] es realmente una nulidad política, no siendo más que un hombre de los cuarteles, lo cual en este país significa una persona sin conocimiento ni preparación, pues la carrera militar todavía se considera despreciable en el Paraguay y, para organizar el Ejército, el Gobierno está obligado a incorporar a sus filas a cualquiera que pueda enrolar. A pesar de su supina ignorancia, pues su conocimiento del español no va más allá de lo estrictamente necesario para atender necesidades básicas, el coronel Escurra mostró prudencia y carácter considerables en los tres años y medio en que administro el Ministerio de Guerra, donde más de una vez presto valiosos servicios a esta legación, hacia la cual siempre ha mostrado consideración."

         El 28 de abril, EL TRIUNFO, antiguo defensor de Escurra, se suma a los ataques con un sarcástico poema titulado "El Coronel".

 

El Coronel Presidente

Don Antonio Escurra Juan,

es un ente depravado

grandísimo charlatán

 

Es un tonto declarado

y cretino singular,

individuo sin conciencia

analfabeto de atar

 

Los señores Bayoneta

le sostienen hasta hoy

cuando el pueblo se levante,

Escúrrita, ¡allá voy!

 

Desconoce el castellano

¡es claro!, nunca lo oyó;

y no sé cómo este hombre

de Presidente subió.

 

         Warren no deja de asombrarse ante la libertad de prensa existente bajo los gobiernos colorados, pues estos cometían abusos en muchos otros ámbitos pero, en general, dejaban en paz a los diarios enemigos. La batalla se daba, por supuesto, entre medios. Así, una vez más EL TRIUNFO ataca a Ricardo Brugada, director de LA DEMOCRACIA, prediciendo su caída si se derrocaba a Escurra. Efectivamente, el prestigioso diario de Brugada dejó de circular cuando la revolución triunfó.

 

         HOMBRES Y ARMAS

 

         El gobierno de Escurra tenía muy buenas relaciones con Brasil. Esto molestaba de sobremanera a los argentinos. Por eso no debe extrañar que Manuel Duarte consiguiera el apoyo de los rioplatenses en cuanto al reclutamiento de hombres y la adquisición de pertrechos militares.

         Aunque Guillermo de los Ríos fue a Europa para comprar rifles y municiones, se sabe que la mayor parte de las armas procedía del arsenal que comandaba Duarte en Buenos Aires. Warren da una descripción del arsenal con el cual contaban:

         "Los suministros comprendían una batería de seis cañones Krupp, gran cantidad de granadas de artillería, 2.000 rifles Remington y muchas cajas de municiones. Algunos de los 300 reclutas eran argentinos; muchos eran paraguayos y otros, soldados de fortuna."

         El historiador paraguayo Ricardo Caballero Aquino amplia:

         "Hubo incluso oficiales de la Marina de Guerra Argentina. La esposa del presidente electo del país vecino, Susana Rodríguez Viana de Quintana, nacida en Paraguay, aportó para la revolución la suma de 5.000 pesos en oro."

         No hubo apresuramientos. Todos los detalles eran cuidados. La lección del 18 de octubre de 1891 había sido aprendida. "La revolución de 1904, popularmente llamada Revolución de Agosto, fue la mejor preparada de todas las revoluciones paraguayas", opina Warren.

 

 

 

CAPÍTULO II

 

SE INICIAN LOS COMBATES

 

         SAJONIA VERSUS VILLARRICA

 

         El Consejo de Agricultura e Industrias del BANCO AGRÍCOLA adquirió el barco mercante SAJONIA para transportar los frutos que salían del país hacia Buenos Aires. El mismo estaba anclado en la capital argentina, hasta donde fue enviado el señor Enrique Soler para comprarlo. El gobierno paraguayo designó al liberal Ildefonso Benegas como capitán de dicho barco y este, comprometido con la causa revolucionaria, tomó posesión del buque y lo ancló en el Canal Sur de Buenos Aires para dejarlo a disposición del capitán Manuel Duarte.

         Los revolucionarios contaban así con un buque que el propio gobierno del coronel Juan A. Escurra les cedió inocentemente, y lo empezaron a cargar con los pertrechos de guerra.

         "El 4 de agosto, después de anochecer, una lancha del Arsenal de Marina llevó a Manuel Duarte, Elías García, Pastor Cabañas Saguier, Manuel Caballero y varios otros más al Sajonia, Duarte asumió al punto el comando del barco y se dirigió a La Plata, donde embarcó carga y pasajeros con documentos visados por el consulado paraguayo, y emprendió la travesía por el Río de la Plata."

         Junto con los militares, viene en el SAJONIA Manuel Gondra, futuro líder indiscutido de los liberales y que a la sazón residía en Buenos Aires cumpliendo una misión oficial que le recomendará el Gobierno sobre los límites con Bolivia.

         El 8 de agosto, el Cónsul paraguayo destacado en Buenos Aires, Federico Alonso, informó que el SAJONIA navegaba hacia Asunción en vez del destino anunciado en los papeles oficiales: Montevideo. Warren supone que Alonso se dio cuenta muy tarde de que el navío iba hacia otro rumbo, lo que dio una ventaja de cuatro días a los complotados; aunque también se inclina a sospechar que la demora del Cónsul en avisar al Gobierno en Asunción fue porque también estaba con la causa revolucionaria. Sin embargo, la primera hipótesis es más plausible, pues si Alonso era parte del complot no debía haber avisado nada.

         Lo cierto es que el telegrama de Alonso puso en alerta al gobierno de Escurra. En este momento entra en acción uno de los cerebros del complot y mano derecha de Benigno Ferreira, don Adolfo R. Soler. Tratando de despistar al gobierno colorado, Soler niega cualquier acusación hacia el Partido Liberal y va hasta la casa de Patricio Escobar para preguntarle si tras el levantamiento que se viene estaba detrás él, por lo que su partido protestaría enérgicamente.

         El 8 de agosto, el Congreso Nacional trata el proyecto de ley que declara el estado de sitio en todo el país. Una vez más Soler se presenta repugnando tal iniciativa y declarando la total inocencia de los liberales. Lo secundaban sus aliados Carlos Isasi y Manuel Benítez. Ganaban así preciosas horas, y los liberales empezaban a huir de Asunción para reagruparse en distintos puntos del interior del país.

         Cuando el SAJONIA arriba a Empedrado el 9 de agosto, un aliado, en vez de traerles soldados como estaba pactado, informa a Duarte que en Asunción ya se conocían las intenciones de los sublevados y que un barco gubernista venía a su encuentro para combatirlos. El factor sorpresa ya no podía darse, y para no desmoralizar a su tripulación, Duarte decide no contar nada. Según Rogelio Urizar, Duarte pidió a Gondra dirigir las operaciones en vista de ser el más importante líder de la tripulación, pero éste se negó, por lo que el capitán tomó toda la responsabilidad de las maniobras.

         Efectivamente, de Asunción zarpa el VILLARRICA, requisado a la empresa fluvial Mihanovich, al que le dotan de dos cañones Krupp y una tripulación de 150 hombres. La salida del VILLARRICA se debió a la intervención del Ministro del Interior, Eduardo Fleitas, quien pidió el mando de la expedición. Este se opuso a la propuesta del coronel José Celestino Meza, de enviar dos barcos para interceptar al SAJONIA. Fleitas, de aspiraciones presidenciales, quiso sacar ventaja de una posible victoria y se embarcó solo llevando como jefe militar a Eugenio Alejandrino Garay, uno de los jóvenes formados en Chile (y que tendrá una destacada actuación en la Guerra del Chaco). Fleitas calificó de muchachos imberbes y sin experiencia a los tripulantes del SAJONIA, por lo que aseguraba la gloria. Subestimar al enemigo fue un craso error.

         Mientras ambos buques navegan para confrontarse, en Asunción circula un "Manifiesto del Partido Nacional Republicano a sus correligionarios", firmado por los generales Bernardino Caballero y Patricio Escobar. En el mismo se habla de las bondades del gobierno de Escurra, entre las que destacan el haber sido ungido pacíficamente como gobernante legítimo. También se destaca en el manifiesto que entre los complotados no figuraba ningún líder de la Guerra contra la Triple Alianza.

         A la desembocadura del Tebicuary llegó el buque GAMO, al mando de Juan Francisco Recalde, con armas para el SAJONIA. Este último, llegaba al fuerte de Humaitá el 10 de agosto y sin casi encontrar resistencia. Se dan las primeras bajas gubernistas, entre ellas el Jefe de la plaza, mayor '' Petronilo Ferreira. Mientras, el VILLARRICA se hallaba en el cercano puerto de Pilar.

         El enfrentamiento es inminente y numerosa población se ubica en las orillas para contemplar el combate. El VILLARRICA inicia los primeros tiros de cañón sin acertar a su enemigo. El SAJONIA sufre un percance con su timón y pierde el rumbo por unos instantes, mientras los gubernistas seguían disparando sin dar en el blanco. Por ser más veloz, en 20 minutos el SAJONIA se ubica a tiro de fusilería y empiezan los intercambios de balas y granadas entre ambos bandos, tomando descolocado al buque gubernista.

         Como el SAJONIA era rápido, en 13 minutos la tripulación del VILLARRICA estaba diezmada y el capitán Garay, herido en varias partes, ordena la rendición. El ministro Fleitas se tira al río nadando hacia el Chaco pero es capturado en un naranjal en camisa y calzoncillos; también fueron apresados Juan B. Gill -cuñado de Fleitas- y el teniente Venancio Alfaro. Los gubernistas tuvieron un total de 28 bajas, entre las que se contaban las del diputado Abdón Caballero, hijo del general Bernardino Caballero; mientras que los revolucionarios tuvieron dos muertos y seis heridos. Fue la primera victoria de los liberales, a la que seguirían varias otras.

         El capitán Duarte desembarca en Pilar y organiza un hospital de sangre. Entierra a los muertos en el cementerio local. Desde Corrientes (Argentina), llega inmediatamente un contingente de la Cruz Roja para atender a los heridos. El VILLARRICA es reparado por los revolucionarios y se suma al SAJONIA rumbo a Asunción bajo el mando del capitán de fragata Elías Ayala. Desde ese momento los buques son rebautizados como CONSTITUCIÓN y LIBERTAD, respectivamente.

         Los buques van primero aguas arriba hasta la localidad argentina de Bouvier, donde se encontraba el líder de la revolución, general Benigno Ferreira, con varios hombres. Éste es informado de los primeros éxitos y es invitado a subir a bordo. Se ordena entonces ir rumbo a Villeta donde otro contingente importante de aliados los esperaban.

         En esta ciudad se rinden sin resistencia alguna los capitanes Carlos Goiburú y Manuel Rojas ante las fuerzas de Carlos Luis Isasi. Entonces, varias chatas empiezan a traer tropas desde la estancia Cai-Mboca -propiedad de Pedro Caballero- hasta Villeta para convertirla en el cuartel general de la revolución. Los contingentes que llegaban fueron organizados por el capitán Albino Jara.

         En Pilar se había organizado un gobierno provisorio con Benigno Ferreira como Presidente y Emiliano González Navero como su Vicepresidente. Tal gobierno contaba entre sus integrantes a Adolfo Riquelme, Manuel Benítez, Adolfo Soler, Eduardo Schaerer y el doctor Francisco Rolón. Empezaron a hacer circular un periódico revolucionario llamado LA CONSTITUCIÓN, que se imprimía en cuatro páginas de tres columnas. Estos intelectuales habían llegado desde la capital a bordo del recientemente bautizado PATRIA, buque apresado en la rada de Asunción bajo el nombre de POLLUX.

         Mientras, desde Asunción se dirigían a Misiones el doctor Carlos Luis Isasi, el doctor Higinio Arbo, el capitán de caballería Martín R. Báez, el estudiante Sila Godoy y otros. Su misión reclutar a más soldados para la causa y ocupar militarmente la región. Iban acompañados de un escuadrón de Caballería. Las fuerzas se dividieron en un grupo a cargo de Isasi y otro a cargo de Báez. Cuando estaban acampando en Potrero Oculto fueron atacados por los revolucionarios, muy superiores en número. Báez organiza la resistencia que dura varias horas, hasta que logran huir hacia el lago Ypoá. En la retirada es herido y tomado prisionero Godoy, quien será muerto por sus captores.

 

 

         EL MANIFIESTO

 

         El 15 de agosto aparece el Manifiesto de la Revolución, redactado por el doctor Manuel Benítez. Decía cuanto sigue:

         "Debemos una explicación al pueblo sobre las causas y los móviles de la resistencia armada que ha sido necesario promover en defensa de la libertad y las instituciones.

         Se trata de hechos conocidos en toda la República y de propósitos arraigados en todos los paraguayos de bien. Basta recordar el profundo malestar que desconcierta a todo el país, lo desmoraliza y humilla, y arrastra, por fin, al pueblo a la reivindicación violenta de sus derechos.

         Esta declaración no hace más que repetir lo que en mil ocasiones diferentes y en mil variados tonos han dicho ya todos y cada uno de los paraguayos sanos de corazón. El momento histórico es solemne. De un extremo a otro de la República se levanta unánime y potente la voz de la condenación para el Gobierno que rige sus destinos.

         Pareciera que la fatalidad lo condujera de error en error, de precipicio en precipicio, hacia el total hundimiento en que se debate: inepto, impotente, desprestigiado. Ni cabe una reacción acaso providencial, porque los ciudadanos que lo componen carecen de la preparación necesaria, no tienen ni experiencia en los negocios de Estado, ni buena voluntad, ni patriotismo, ni honradez pública ni privada. Divorciados absolutamente del país, han perdido tan por completo la confianza pública, con indiferencias sin cuento, concusiones sin límite, rapacidades sin medida, que su permanencia al frente del gobierno es todo un peligro, toda una vergüenza nacional, que debe ser a todo trance extirpada.

         El Paraguay ha dejado de tener un gobierno regular desde los aciagos días en que oscuros motines de cuartel hollaron las instituciones fundamentales, poniéndolas bajo el taco de una soldadesca ignorante y desenfrenada. Más debe decirse que ninguno ha llegado a la degradación de los actuales gobernantes. Nunca ha habido tanta relajación en las esferas superiores del Gobierno; jamás menos respeto a la ley y a la dignidad personal; nunca tanto desprecio al ciudadano honesto o de pensamiento; jamás tanto predicamento de cortesanos insignificantes; jamás mayor influencia de sicarios ensoberbecidos.

         Es natural y lógico. Los gobernantes son hombres como los demás y se subordinan a las leyes que rigen las asociaciones humanas. El Presidente de la República tiene que rodearse de ciudadanos afines, que piensan como él, hablan su lenguaje, y tienen las mismas cortas miradas. Literalmente sin instrucción, sin las nociones más elementales aún para la vida ordinaria, el coronel Juan Antonio Escurra no hace más que degradar la primera magistratura, que ha escalado por sorpresa, en medio del asombro general de propios y extraños. Fruto de una dictadura militar apenas disfrazada, representa este gobierno por sí solo un retroceso de cincuenta años, con otros tantos de estancamiento, y arroja al país desde su inauguración, el 25 de noviembre de 1902, al estrecho sendero que conduce indefectiblemente a la revolución armada.

         Excusado de seguir paso a paso al nuevo gobierno. El país ha hecho ya el proceso de la política que han dado en llamar del coronel Escurra. Harto conoce el negro cuadro del presente y sus siniestras proyecciones sobre el porvenir.

         En el orden político, la completa subversión de las instituciones. La Constitución y las leyes esclavizadas al servicio del peculado más vergonzoso, del interés más egoísta y bastardo.

         El sistema de gobierno completamente falseado. Anulado de hecho el sufragio. El pueblo sin acceso a los comicios. El paraguayo sin más derechos que aprobar y resignarse. Apenas si se interrumpe de cuando en cuando este silencio por el palmoteo ensordecedor por la prensa asalariada.

         El ciudadano desafecto, perseguido, espiado hasta en su casa. El gobierno quiere sorprender hasta las confidencias de familia. Todos los medios de los tiranos, débiles y cobardes.

         Puerta franca, garantida con todos los recursos del poder, a los advenedizos, a los que no tienen ubicación social, intelectual, ni política, faltos de toda noción, a aquellos que forman la masa de la población flotante que se adhiere a los gobiernos corrompidos en las épocas de decadencia. Al coronel Escurra le cupo la triste suerte de llamar de los bajos fondos de la sociedad a muchos de sus colaboradores, los unos simplemente oscuros, ignorantes, sin más méritos que vergonzosas coyunturas; los más de malos antecedentes, envilecidos en larga vida de abyección, residuos despreciados de gobiernos anteriores. Son los mejores agentes de la concupiscencia más desenfrenada que jamás ha azotado a la República.

         Es acaso innecesario agregar que de estos elementos son reclutados hasta       los candidatos a senador y diputado. Es así que se ha formado después de las últimas elecciones, una mayoría férreamente regimentada en el seno de la representación nacional. Nunca ha sido más profanado el recinto de las leyes. Nada es digno de respeto para la mayoría, ni siquiera la buena forma que en ocasiones vela las mayores iniquidades. La representación nacional convertida en mercado. No hay ejemplo de tanta degradación, de tanto envilecimiento en la accidentada historia del Paraguay.

         Suprimida de hecho las cámaras, queda el P.E. [Poder Ejecutivo] sin fiscalización, sin contrapeso, dueño de oprimir, atropellar, despotizar, disponer a su antojo, asignando precio a lo propio, a lo ajeno, hasta la justicia. Y todo lo hizo, de todo abusó y el pueblo lo sabe, conoce a sus autores y el pueblo no puede tolerarlo ya.

         Inicuas leyes administrativas y financieras han dado al traste con lo poco que se ha salvado de naufragios anteriores. Agredido el comercio honrado ha recibido fuerte quebranto en sus intereses. Y frente a estas hondas perturbaciones se suceden los contratos leoninos al lado del descuartizamiento de la Caja de Conversión, la muerte del Banco Agrícola, todo el desquicio que trae consigo el furioso marco personal.

         En menos de un año se suprime la administración de la deuda pública, se crea la Caja de Conversión, se crea también la sección comercial, se hunden ambas instituciones, luego se transforma la Caja de Conversión, se suprime la sección comercial, se mata el BANCO AGRÍCOLA y se crea un BANCO DE ESTADO. ¿Quién puede tener confianza en la seriedad de semejante gobierno? ¿No es esto jugar con todo el país?

         Solo la inconsciencia y la debilidad del Presidente de la República explican tanta aberración. El Poder Ejecutivo se halla en manos de una camarilla, todo un sindicato organizado para usufructuar el poder. Es el centro de la inmensa máquina que se ramifica en el Congreso y los Tribunales. Está compuesto de ciudadanos ignorantes, de cínica concupiscencia o de humillante insignificación [sic].

         En este sindicato el que explota al país desde los altos cargos públicos; el que crea, transforma o suprime instituciones de crédito en provecho particular; el que maneja el tesoro de la nación como cosa propia; el que levanta cuantiosas fortunas a expensas de las arcas fiscales, mientras el pueblo muere de hambre, el que provoca vergonzosos escándalos públicos cuando los socios no pueden ponerse de acuerdo en el reparto del botín.

         Es este sindicato el que subvierte las instituciones, el que regimenta Cámaras, cierra los comicios, arroja al ciudadano honrado del manejo de los negocios públicos; el que oprime, veja y despotiza mientras tiene, por otro lado, en completo abandono, hasta las relaciones internaciones comprometiendo la dignidad de la nación, acaso su integridad territorial, por la ineptitud y la falta de patriotismo.

         ¿Cuál es la solución a un presente lleno de ignominias con problemas que llenan de sombras el porvenir? Agotados todos los medios pacíficos se impone el recurso extremo de la revolución armada. El ciudadano tiene la obligación de poner su nombre, su tranquilidad, su vida para expulsar al pequeño círculo que se ha adueñado del poder, por el fraude, el engaño y la traición, en día de negra memoria para las instituciones.

         Desde hoy, casi toda la República está en armas. La Revolución levanta como bandera la salvación de la Patria, en sus anchos pliegues caben todos los hombres de bien, cualquiera que sea su comunión partidista.

         La Revolución no es más que el representante armado del pueblo paraguayo. La obra es nacional. Lucha por todos, en bien de la libertad del pueblo oprimido, vejado, despotizado y explotado por una oligarquía sin escrúpulos ni medida.

         La Revolución lamenta la violencia, pero la juzga necesaria en los actuales momentos. Ofrece la más absoluta garantía a los que no resistan a la reivindicación de los derechos populares y promete severa lección a los que pretendan oponerse a sus irresistibles impulsos porque tiene fuerza suficiente para amparar a los unos y combatir y vencer a los otros, hasta tener completamente asegurado el restablecimiento de las instituciones, el respeto a la persona y a la propiedad de todos los habitantes.

         La Revolución hace responsable de los daños que cause y de la sangre que derrame, al coronel Juan Antonio Escurra y a la camarilla que le rodea,porque ellos con su ineptitud, su concupiscencia, sus atropellos y desenfrenos, han obligado al pueblo a levantarse por su honor, su libertad y sus más caros intereses.

         La Revolución hace un llamado al patriotismo de todos los hombres de buena voluntad, sin exclusión de partidos o afecciones políticas, considerando que todos han de contribuir a salvar a la patria del peligro. Promete restablecer las instituciones, cumplir y hacer cumplir la Constitución, los tratados internacionales y las leyes de la República.

         Entregamos la causa de la Revolución en los brazos del pueblo, y confiamos, después de Dios, era nuestros propios esfuerzos para el triunfo de la libertad.

 

         Villeta, agosto 15 de 1904"

 

 

 

 

CAPÍTULO 3

 

EL PACTO DEL PILCOMAYO

 

         Las conversaciones entre el gobierno de Escurra y los revolucionarios se dieron bajo la observación del Embajador de Brasil, Iteberé da Cunha, y el de Argentina, Alejandro Guesalaga. Según Warren, cada uno de estos países pugnaba por sacar ventaja en la guerra, antes que buscar la paz desinteresadamente. La derrota de los colorados significaba una derrota para el Brasil y una victoria para Argentina. Corrían fuertes rumores de una anexión del Paraguay a este último, pero se sabía que esto significaría una guerra con el Brasil. Con este trasfondo de la política exterior se llevó a cabo toda la contienda, así como las negociaciones que llevarían al cese definitivo del fuego.

         Esta es la lapidaria opinión de Warren:

         "A nivel internacional, la revolución marcó el triunfo de la larga lucha de la Argentina para despojar al Brasil del dominio en los asuntos del Paraguay. Por muchos años, liberales importantes habían vivido en la Argentina, y debía esperarse su adhesión a la Argentina. Todos los principales líderes liberales eran fuertemente pro argentinos, y ciudadanos argentinos ocupaban altos cargos en servicios del Gobierno. Un aumento de la influencia argentina, según el cónsul británico, sería positivo para el Paraguay, como lo sería ‘un nuevo Gobierno inspirado por ideas más modernas de civilización y progreso’. Por razones no del todo comprensibles, el Brasil renunció a su rol de árbitro de los destinos paraguayos. Económicamente, el Paraguay no justificaba una guerra entre el Brasil y la Argentina, porque el país no suministraba nada de mucha importancia a ninguno de sus poderosos vecinos. Y así el triunfador de la revolución de 1904 fue la Argentina y no los liberales paraguayos."

         Según el Vicecónsul estadounidense de ese entonces, Waldemar de Korab, el 90% de los asuncenos simpatizaba con los revolucionarios, pero el gobierno colorado seguía procurando ayuda; pidió a Estados Unidos y a Brasil que le envíe material militar, pero no tuvieron suerte. También enviaron a Buenos Aires al Ministro de Hacienda, Antonio Sosa, con setenta mil pesos oro para que compre armamento, pero dicha suma fue ínfima.

         Los intentos prosiguieron con el Brasil, al que pidieron ayuda militar, pero volvieron a tener una negativa como respuesta. En la desesperación, el Parlamento intentó sancionar un proyecto de ley que convertía al Paraguay en un protectorado de los Estados Unidos, para así conseguir ayuda de la potencia norteña. Pero no se logró el quórum establecido. De Korab transmitió esta idea a Washington, pero nunca se la tomó en serio.

         A estos fracasos, se debe tener en cuenta las deserciones de prominentes figuras del Gobierno que se sumaron al bando contrario. Empezando por Manuel Domínguez, Vicepresidente de la República, así como el Presidente y jueces del Tribunal Superior de justicia, senadores y diputados, el director del Colegio Nacional, el Jefe Político de Asunción, etc. Incluso el general Patricio Escobar se retiró a una de sus estancias luego de que su hijo Alejandrino se sumara a los rebeldes, entre otros motivos.

         Warren consigna:

         "La revuelta de 1904, - ‘la revolución civilizadora’, como la llamaron algunos periodistas-, se detuvo súbitamente a principios de diciembre. Juan B. Gaona, presidente del Banco Mercantil, fundado por él en 1891, recaudó 30.000 pesos oro entre los comerciantes y estancieros ricos; con ese dinero disponible para la compra de armas, Ferreira podía armar muchos hombres más. La caída de Encarnación, la brusca negativa del Brasil de suministrarle ayuda a Escurra y el éxito de Gaona convencieron finalmente a los obstinados colorados de que no podían triunfar. Escurra comenzó las negociaciones directas con los rebeldes enviando a Villeta a Rufino Mazó, presidente de la Cámara de Diputados, para invitar a Ferreira a una conferencia."

         Mazó se contacta con el capitán Duarte, informándole que el Gobierno pensaba rendirse, pero que pedía se cuidasen las garantías prometidas y el decoro que deben guardarse en estas ocasiones. Se acuerda entonces una reunión entre los principales dirigentes de ambos bandos para el 12 de diciembre, a darse en el monitor argentino EL PLATA sobre el río Pilcomayo.

         Ese día a la mañana, EL PLATA partió de Asunción rumbo al Pilcomayo, llevando a bordo al presidente Escurra, acompañado del doctor Emilio Pérez y de don Cayetano Carreras, además de Cunha, Guesalaga -embajadores de Brasil y Argentina, respectivamente- y otros del cuerpo diplomático. El navío fue escoltado por otros argentinos y brasileños que se encontraban en la capital paraguaya.

         En el Pilcomayo aguardaban Benigno Ferreira, el capitán Manuel Duarte y Adolfo Soler. Las condiciones de la rendición ya habían sido discutidas con antelación y solo faltaba una carta del general Caballero, que fue mandada rápidamente a buscar por un mensajero. Se sabe que esta carta era el compromiso de Caballero de no interponerse al acto de rendición, pues desde un principio este se mostró reacio. Cunha convenció al viejo caudillo colorado de lo desastroso que sería para Asunción que se librase una batalla en sus calles, pues este era el irremediable siguiente paso en la contienda. Caballero cedió finalmente.

         "Ni siquiera esta vez se ha tomado en cuenta la tradicional ‘política guaraní’, una política de desconfianza y mala fe, comprendida solamente por los paraguayos, como tan bien dijera el Vizconde de Río Branco, de lamentada y venerada memoria", escribió en la ocasión Cunha a sus superiores de Itamaratí.

         Se firmó así el tratado que estipulaba cuanto sigue:

         1) Designación de un Presidente provisorio de la República por los delegados de la Revolución, recayendo ella en la persona del ciudadano Juan B. Gaona.

         2) Disolución del Ejército Oficial, conservando su rango todos los oficiales regulares. Todo el equipo militar debía entregarse al nuevo gobierno.

         3) Constitución del gabinete con los ministros actuales del Interior, doctor Emilio Pérez, y de justicia con Don Cayetano Carreras, y las carteras de Guerra, Relaciones Exteriores y Hacienda con figuras a ser designadas por los revolucionarios.

         4) Nombramiento del señor Elías C. García como Jefe de Policía de la Capital.

         5) Renovación de la mitad cesante de las Cámaras por elecciones libres.

         6) Pago de los gastos de la Revolución, y de las deudas del gobierno derrotado, por el nuevo gobierno.

         7) Los rangos militares concedidos por los rebeldes quedaban confirmados.

         También se estipuló una cláusula secreta en la que los colorados se comprometían a no participar en las elecciones para evitar conflictos. Warren, al respecto, exclama: "¡Bonitas elecciones libres!". Escurra debía quedar con solo dos batallones a su disposición, y una vez ocurrido esto Cunha avisaría a Ferreira de que el terreno estaba libre para ingresar a Asunción.

         Antes, en Villeta, los líderes revolucionarios analizaron los términos del pacto para ver si estaban conformes. Manuel Gondra, apoyado por Albino Jara, se opone al tratado de paz y recomienda tomar Asunción a la fuerza. Pero una mayoría liderada por Manuel Franco apoyó que el final de la Guerra Civil sea por medio del pacto.

         En el fondo de esta disputa empieza a resucitar la división entre cívicos y radicales, que estuvo siempre latente durante toda la Guerra Civil. Los cívicos habían liderado la revolución y se sentían con derecho de disponer del nuevo gobierno que se estaba gestando. Además, temían que los radicales enturbiarán con sus actos intransigentes la costosa paz lograda. Estos, sin embargo, estaban dispuestos a disputar los puestos principales. Así, cuando se barajaron los nombres que conformarían el Gabinete Presidencial, los radicales proponen el nombre de Adolfo Riquelme para el Ministerio de Guerra y Marina. El Ejército del Norte debía designar al titular de tal cargo, y cuando se estaba decidiendo por Elías Ayala, interviene el comandante Duarte -conocido por no ser ni cívico ni radical- proponiendo mantener la unión de los revolucionarios. Tal estado solo podía lograrse, según él, con el general Benigno Ferreira como Ministro de Guerra y Marina. El Ejercito del Norte secunda la moción.

         Los radicales quedarán más conformes cuando, Emiliano González Navero y Cecilio Báez, son propuestos en la cartera de Hacienda y Relaciones Exteriores, respectivamente.

         Una vez firmado el Pacto del Pilcomayo aquel 12 de diciembre a la noche, Escurra vuelve a Asunción y prepara la entrega del Gobierno. El 18 de ese mes, el general Benigno Ferreira ingresa a Asunción y al día siguiente, en la sesión del Parlamento Nacional, Escurra presenta su renuncia como Presidente y se nombra a Juan B. Gaona Presidente Provisional para terminar el mandado de Escurra.

         Warren describe la situación en las calles de Asunción:

         "Los soldados comenzaron a celebrar la paz antes de cumplirse todas las formalidades. ‘Es común ver soldados borrachos blandiendo sus sables y disparando tiros de revolver en las calles’, informó el vicecónsul americano. Pero -añadió algo desdeñosamente- aquello podía esperarse de ‘el estado aún semi bárbaro de las razas indo-hispánicas’. Ferreira llegó el 18 de diciembre con la flota rebelde, pero la gran celebración de la victoria se pospuso hasta el 24 de diciembre, cuando los ejércitos del Norte y del Sur, con un total de unos 6.000 hombres, entraron en la capital a las 9 de la mañana. El general Ferreira, seguido de todo su Estado Mayor, cabalgó a la cabeza de los dos ejércitos, que desfilaban a lo largo de las calles ocupadas por una alegre multitud que arrojaba flores a los vencedores."

         Pocos días después de la ocupación de Asunción, Albino Jara protagoniza su última sublevación en 1904. Invocando no estar de acuerdo con lo pactado en Pilcomayo, se amotina con sus hombres invocando la autoridad de Manuel Gondra. Este último, consultado si era cierto que apoyaba a Jara lo negó categóricamente, por lo que Jara fue reducido con sus hombres y el levantamiento sofocado rápidamente.

         Concluyeron así cuatro meses de una guerra civil cruenta. Ella permitió la caída del hegemónico Partido Colorado liderado por los todopoderosos generales Caballero y Escobar. Al mismo tiempo inició la hegemonía del Partido Liberal en el Gobierno. Este partido inmediatamente romperá su frágil unión y gobernará en constante anarquía, protagonizada por cívicos y radicales, y los resentidos colorados.

         El historiador Francisco Gaona hace un resumen de lo que considera positivo de esta guerra:

         a) Amplió la base económica de la Nación e impulsó, en cierta medida, el desarrollo industrial, pero favoreciendo fundamentalmente las conveniencias del capitalismo extranjero en perjuicio del desarrollo nacional.

         b) Modificó la composición artesanal del proletariado con la incorporación de nuevas capas sociales de trabajadores que las nuevas fuentes de la producción exigían, tales como la elaboración del tanino, el incremento del transporte, la elaboración del azúcar, etc.; pero sin introducir cambio alguno en el tratamiento de los problemas del trabajo. Se continuó desconociendo o ignorando "la cuestión social".

         c) En el orden político procuró por afirmar el liberalismo en el Paraguay. Representó, en este sentido, una etapa de superación frente al régimen de la "gauchocracia colorada", con una mayor dosis de decencia política.

         d) En el orden gremial, el artesanado fue desplazado de la conducción de nuestro gremialismo por las nuevas capas de trabajadores incorporadas con la ampliación de las bases económicas del país, tales como los obreros de las empresas del transporte, de los ingenios, de los centros yerbateros y tanineros y de la industria alimentaria.

 

 

 

 

 

CRONOLOGÍA

 

1891

El domingo 18 de octubre, el gobierno colorado de Gualberto G. González es atacado por un grupo de liberales armados que avanzan sobre los principales cuarteles y la Central de Policía. Son liderados por el mayor Vera, quien cae abatido. Los sublevados son derrotados y surge, entre los colorados, la figura del Ministro de Guerra, Juan B. Egusquiza.

 

1894

Egusquiza asume la Presidencia de la República. Bajo su gobierno empieza un acercamiento a los liberales con el afán de promover la estabilidad política. Los liberales "cívicos" colaboran en esto; uno de cuyos líderes principales, el general Benigno Ferreira, vuelve de Argentina luego de 20 años de exilio. La facción liberal contraria a la colaboración con los colorados son los "radicales". En el coloradismo, los contrarios al gobierno aperturista de los "egusquicistas" son los leales al general Bernardino Caballero, los "caballeristas".

 

1898

Presidencia del colorado Emilio Aceval, de la línea egusquicista.

 

1902

El 9 de enero, Aceval es depuesto, golpe parlamentario mediante, por el Ministro de Guerra, Juan A. Escurra. El caballerismo vuelve al poder al poner en la Presidencia al vicepresidente Héctor Carvallo. El egusquicismo empieza a complotarse con los cívicos y radicales para echar al Partido Colorado del Gobierno. A fines de ese año, Escurra es ungido Presidente del Paraguay.

 

1904

Como parte del complot para derrocar a los colorados, la prensa empieza un ataque sistemático contra los gobiernos colorados, con especial saña al actual de Escurra.

16 de marzo:        Firma de un acta de compromiso entre representantes de las distintas facciones complotadas.

8 de agosto:         Zarpa de Buenos Aires rumbo a Asunción el buque SAJONIA trayendo rebeldes armados. En Asunción se decreta el estado de sitio por dos semanas.

9 de agosto:         Frente a las aguas de Pilar ocurre la primera victoria de los revolucionarios. El SAJONIA vence al VILLARRICA y es tomado prisionero el Ministro del Interior.

15 de agosto:       Aparece el Manifiesto de los revolucionarios.

16 de agosto:       Se instala en Pilar un gobierno provisorio al mando de Benigno Ferreira, que no reconoce al de Asunción.

22 de agosto:       El Parlamento prorroga por un mes el estado de sitio.

28 de agosto:       Los revolucionarios toman Concepción sin derramamiento de sangre mediante el Pacto de Zanja León.

14 de setiembre: San Antonio e Ytororó son atacados por tropas rebeldes.

17 de octubre: Renuncia como Ministro de Guerra el general Escobar y es nombrado en su reemplazo el general Caballero. Emilio Pérez asume como Ministro del Interior.

22 de octubre:      Se prorroga por un mes el estado de sitio.

Noviembre: Arriba a Villeta Rafael Barrett como corresponsal de EL TIEMPO, de Buenos Aires. Rápidamente se adhiere a la causa revolucionaria. Solo escribirá un reporte para su periódico.

Diciembre: Cae Encarnación, último de los bastiones gubernistas.

12 de diciembre: Firma del Pacto del Pilcomayo, por el cual los colorados se rinden.

18 de diciembre: Arribo de Benigno Ferreira a Asunción.

19 de diciembre: El Parlamento acepta la renuncia de Escurra y nombre Presidente Provisorio a Juan B. Gaona.

24 de diciembre: Bullicioso desfile de la victoria, con Ferreira al frente de los Ejércitos del Sur y del Norte.

 

 

 

 

BIBLIOGRAFIA

 

Ashwell, Washington. 1996. Historia económica del Paraguay. Tomo II. Colapso y abandono del sistema liberal, 1923-1946, Edición del autor, Asunción.

Barret, Rafael. 1990. Obras completas IV, RP - ICI, Asunción.

Brezzo, Liliana M. 2010. El Paraguay a comienzos del Siglo XX, 1900-1932, El Lector - ABC Color, Colección La Gran Historia del Paraguay, Asunción.

Caballero Aquino, Ricardo. 1985. La segunda república paraguaya, 1869-1906. Política - Economía - Sociedad, Edición del autor, Asunción.

Cardús Huerta, Gualberto. 2000. Discurso político contra la anarquía, s/d, Asunción.

Freire Esteves, Gomes. 1983. Historia contemporánea del Paraguay (1869-1920), Napa, Asunción.

Gaona, Francisco. 1967. Introducción a la historia gremial y social del Paraguay. Tomo 1, Arandú, Buenos Aires.

Prieto, Justo. 1988. Paraguay, la provincia gigante de las Indias. Análisis espectral de una pequeña nación mediterránea, El archivo del Liberalismo, Asunción.

Urizar, Rogelio. 1989. Los dramas de nuestra anarquía. Análisis de la evolución política del Paraguay, Fundación Ross, Rosario.

Warren, Harris Gaylord.2010. La reconstrucción del Paraguay, 1878-1904. La primera era Colorada, Intercontinental, Asunción.

Warren, Harris Gaylord. 2008. Paraguay: revoluciones y finanzas, Servilibro, Asunción.

 

 

 

EL AUTOR

 

         Nació en Asunción en 1972. Es Licenciado en Filosofía por la Universidad Nacional de Asunción (UNA).

         Ha cursado la Maestría en Historia por la misma casa de estudios, y actualmente elabora su tesis investigando el pensamiento filosófico e historiográfico de Manuel Domínguez.

         Se dedica principalmente a la docencia de distintas materias filosóficas en la UNA y la Universidad Católica. Desde el 2008 dirige un curso de filosofía hispanoamericana y paraguaya en el Centro Cultural de España "Juan de Salazar" junto al doctor José Manuel Silvero. Ese mismo año se incorporó a la Dirección de Investigación del Instituto Superior de Educación donde también es docente y miembro del equipo editor de la revista científica KUAAPY AYVU.

         Fue becario de la Red Macro de Universidades en la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina) y becario del Seminario de Crítica Cultural - Centro Cultural Juan de Salazar - Museo del Barro, a cargo de Ticio Escobar.

         Fue periodista del diario Ultima Hora y actualmente es columnista en sus páginas.

         Publicó los artículos: "Adriano Irala Burgos", en EL PENSAMIENTO FILOSÓFICO LATINOAMERICANO, DEL CARIBE Y "LATINO" (México, 2009); "Hermenéutica y democracia", en PENSAR EN LATINOAMÉRICA (Asunción, 2006); "Dos intentos de filosofía de la historia paraguaya. Un análisis comparado" en ESCRITURAS EN TRÁNSITO (Asunción, 2008); "La historia paraguaya en cuestión", revista KUAAPY AYVU (Asunción, 2010); "El trabajo politológico de Arditi en clave posmoderna", en PARAGUAY: IDEAS, REPRESENTACIONES E IMAGINARIOS (Asunción, 2011).

         Fue consultor de la UNESCO para su programa "La enseñanza de la Filosofía en el mundo" y de Helvetas Paraguay. Actualmente es Director del Centro de Investigaciones Filosóficas, institución para la cual compilará las obras colectivas PENSAMIENTOS DEL BICENTENARIO y TEORÍAS DE LA CULTURA.

 

 

 

 

 

UNA VISIÓN AMPLIA, MÁS ALLÁ DEL BIPARTIDISMO

El libro de hoy de la colección “Guerras y violencia política en el Paraguay”, de ABC Color y El Lector, está dedicado a la guerra civil de 1904, escrito por Sergio Cáceres Mercado.

Tras más de cien años esta obra aporta una nueva lectura de un proceso que está marcado por interpretaciones sectarias e interesadas, por lo cual precisaba de una visión más amplia que ayude a comprender su desarrollo.

En la introducción de su libro, Sergio Cáceres admite que, dado el tradicional bipartidismo que marca más de un siglo de la historia política del Paraguay, no es tarea menor narrar el conflicto civil que enfrentó a principios del siglo pasado a ambas principales nucleaciones políticas.

Más aún –afirma el autor– si tenemos en cuenta que tal conflagración significó la caída de uno de ellos luego de tres lustros de hegemonía para ser testigo del ascenso del otro y sufrir su dominación por siete lustros.

“Decimos que no es una empresa fácil enfrascarse en rememorar los pormenores de la revolución de 1904, pues, a pesar de transcurridos tantos años, aún las pasiones se encienden”, entiende Cáceres.

Por otra parte, aquella guerra fratricida dio nuevos personajes al escenario político nacional, como por ejemplo el entonces mayor Albino Jara, que llegaría más tarde incluso a la presidencia de la República.

Su protagonismo era arrasador. Otros comandantes, como el capitán Duarte, no tendrían una vida política destacada, pues eran militares institucionalistas que pelearon por convicción. El general Benigno Ferreira fue el líder de toda la guerra en el bando revolucionario y llegaría a presidente poco tiempo después (lo derrocaría, justamente, Jara). Tenía la misma edad que Caballero y Escobar.

Fuente. Edición Impresa del diario ABC COLOR

Publicado en fecha 10 de Febrero del 2013

 

 

 

 

 

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