Cuando un libro gana la calle, su destino es impredecible. Puede que tenga la bendición de ser recreado constantemente por lectores ávidos de sumergirse en su territorio poblado de palabras. O que le alcance la maldición de morir, con más penas que gloria, en algún rincón, sin que su contenido haya conmovido a nadie.
El primer tomo de LAS VOCES DE LA MEMORIA tuvo la dicha de ser bien acogido por el público. Adquirió vida propia incluso antes de convertirse en libro. Para muestra basten algunos botones. Un asiduo lector del Correo Semanal del diario Última Hora, desde Eusebio Ayala, trajo buena parte de lo publicado en el periódico pasado a mano. El paciente artesano copista relató que como en su casa -por alguna razón-, siempre le desaparecían los ejemplares que intentaba coleccionar, optó por copiar, de puño y letra, en un cuaderno cada uno de los artículos.
Otro, desde Itauguá, llegó a la redacción del periódico para exhibir -con inocultado orgullo-, cómo él estuvo ya adelantándose a las publicaciones: por riguroso orden cronológico, tenía ya primorosamente fotocopiados y encuadernados los cinco tomos de las historias de las canciones populares.
Ya circulando el tomo inicial, un amigo de Coronel Oviedo, entusiasmado, me anunció que había invitado a sus amigos para presentar -en una velada fraterna-, el libro. Él y sus hermanos -músicos-, se encargaron de ilustrar con canciones los relatos.
Los estudiantes merecen una mención particular. Desde la publicación del texto, muchos de ellos lo toman como punto de referencia para sus investigaciones acerca de los creadores musicales. Lo reinventan con sus propias claves, de acuerdo a sus intuiciones y necesidades de sentirse parte de una comunidad bilingüe. Obviamente detrás de esa actitud hay que descubrir las orientaciones provenientes de sus profesores.
Podría seguir relatando de qué manera los lectores se apropiaron del libro, lo hicieron suyo, le dieron un espacio en sus afectos. Le otorgaron una vida independiente, ajena a la iniciativa del autor. Basten, sin embargo, los ejemplos citados para dar una idea de lo afirmado.
Ante estos hechos que revelan una sintonía entre lo escrito y los lectores, cabe preguntarse cuál es la razón. ¿Dónde están las causas de ese efecto palpable y evidente?.
En tren de conjeturas, una primera motivación es que el libro contesta algunas preguntas que uno(a) siempre se hizo. Todas las composiciones tienen una justificación, un por qué. No nacieron por generación espontánea. Se originaron en circunstancias concretas que inspiraron al o a los creadores a moldear en una obra una situación vivida o imaginada. Hallar sus coordenadas existenciales es, por otro lado, comprender mejor el alcance de las piezas musicales.
Otro motivo es que en estas páginas cada quien encuentra el latido de su corazón. Esta coincidencia se da en la canción que se ama, en la nostalgia que transmite una guarania, en la esperanza de retorno que alberga una polca, en el sueño de una patria nueva o en el elogio al valle siempre recordado.
Como una síntesis envolvente es posible constatar que la gente encuentra aquí parte de la memoria colectiva del Paraguay. En el amor, en la soledad, en la guerra, en la naturaleza, en los encuentros y desencuentros, está inmersa la historia social de nuestro país, nuestra identidad más raigal y permanente. Ápe ñaî ñande (Aquí estamos nosotros como somos). Nos vemos retratados y expresados. Por eso es que amamos estas obras que anclan en nuestros sentimientos más íntimos y esenciales.
Con toda seguridad, alguna vez Ud. habrá escuchado Ikañymby, de José Emeterio Cantero Viera (nacido en Bella Vista Norte, Amambay, el 3 de marzo de 1914) y Andrés Cuenca Saldívar. Y, como tantos, tal vez imaginó que el poeta perdió a su amada y le escribió esos versos.
Don Emeterio, largamente octogenario, vivía en el Cuartel de la Victoria, de San Lorenzo. Aunque enfermo, conservaba una memoria envidiable. Él, sin apuros ya en la vida, contó cómo nació aquella obra suya. "Peteî ára oguahê ohóvo ore vállepe chermáno músico Francisco ndive un tal LÍZARO ACHAR SILVA, poeta concepcionero. Ha roho PABLINO CABRERA -músiconte avei-, rógape rofarrea (Un día, con mi hermano Francisco, que era músico, llegó a casa un tal Lízaro Achar Silva, poeta concepcionero. Y fuimos a farrear a la casa de Pablino Cabrera, quien también era músico)", relató. Allí el visitante recitó LA PERDIDA, que le hiciera a una mujer "oikóva iñakarêpe (mujer de vida disipada)".
Lo que escuchó le zumbaba en el cerebro a Emeterio, quien ya estaba con la secuela de un derrame. Le había dado un motivo que él fue recreando mentalmente, en otro contexto. El 2 de febrero de 1960 se puso a escribir Ikañymby, recordaba perfectamente. Los datos que proporciona la obra parecen conducir al puerto de un amor perdido. "Nda'upéichai (No es así)" niega, rotundo. No hubo una mujer concreta que le inspirara. "Chéko apensákuri pe PANCHA GARMENDIA ha Residentakuérare ascrivívo. Chéngo ahayhu la raza, ndaha'éi peteî kuña particular (Al escribir pensé en Pancha Garmendia y en Las Residentas. Amo la raza, no una mujer en particular)", explica. Por eso habla del collar -mbo'y-, anillos de ramales, zarcillos de tres pendientes, kygua vera y otros elementos que formaban parte de la indumentaria de las que acompañaron a López hacia el norte. La que se fue precisa-, no era su novia sino la que se ausentó de su comunidad por causa de la cruenta Guerra Guasu. El que la busca insiste con su obsesiva pregunta, pero nadie le da respuesta.
Cantero Viera -de madre brasileña; herido tres veces en la guerra con Bolivia; estibador en el puerto de Asunción; hachero y sindicalista delegado de los trabajadores de Puerto Pinasco; peón de cantera en Itakua, al sur de Puerto Fonciere, en el Alto Paraguay-, pocos meses después, vino a Asunción para gestionar su pensión de ex-combatiente.
"Yo le recitaba mi obra ésa a todos. Escuchó FÉLIX DE GUARANIA y me acompañó a Autores Paraguayos Asociados, APA a registrarlo. A DARÍO GÓMEZ SERRATO también le gustó mucho", rememoró en un fluido castellano el que también vivió en el Brasil y en Buenos Aires. Conoció en LA VOZ DEL MUTILADO -publicación de los excombatientes de la Guerra del Chaco- a BASILIDES BRÍTEZ FARIÑA, ex-seminarista, poeta popular que le prestó un valioso apoyo, mostrándole los versos a dos músicos que coincidieron en que eran muy largos y que había que recortarlos. Entonces recurrió a ANDRÉS CUENCA SALDÍVAR, en Radio Nacional, preguntándole si no le podría poner una melodía al poema de su autoría. "Al rato no más luego, con su guitarra, ya le encontró para su tonada", comentó don Emeterio.
Al poco rato llegaba RAMÓN VARGAS COLMÁN y al escuchar lo que estaba haciendo su dúo, dijo, sin vueltas: "Ipukuvéngo guaîguî rokêsâgui. Che ndapurahéi mo’âi (Es más larga que la cuerda de la puerta de una vieja. No voy a cantar)". En eso arribaban a la emisora QUEMIL YAMBAY y PABLO BARRIOS. Les encantó la letra y la música. Decidieron incluir la obra, de inmediato, en su repertorio. "Alapínta, iporângo ra'e. Jagraba pya'éke ani oñemotenonde ñande rehe lo mitâ (Es linda, había sido. Grabemos rápido, no sea que alguien se nos adelante)", le sugirió, en tono ya amable, Vargas Colmán a Cuenca Saldívar, tras oír al dúo Barrios-Yambay. Poco tiempo después, en Buenos Aires, hicieron la primera grabación, acaso la mejor de todas.