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CARLOS ANTONIO LÓPEZ (+)
04 de Noviembre de 1792 - 10 de Septiembre de 1862
 
CARLOS ANTONIO LÓPEZ (+)






Biografía

LÓPEZ, CARLOS ANTONIO

Ciudad de Asunción, 1792 - Trinidad, 1862. Fue el primer presidente constitucional ungido por la entonces carta magna de 1844. A la muerte del Doctor Francia (1840) integró el consulado gubernativo desde el cual impulsó al progreso del país y a la vigencia de sus noveles instituciones culturales.-

El 30 de noviembre de 1841 fue creada, mediante «decreto supremo», la Academia Literaria, en la que se dictaron cursos de latinidad, castellano y bellas letras. En 1856 se fundó el Aula de Filosofía que contenía asignaturas de gramática castellana y literatura española. Los alumnos de esta institución, que eran los representantes del romanticismo, se nuclearon en torno a la revista LA AURORA, a partir de octubre de 1860.-

Aparecieron allí poemas, apólogos, traducciones y breves piezas literarias. También fue enviado a Europa el primer grupo de becarios (1858), algunos de cuyos integrantes estaban destinados al estudio de las letras. Don Carlos no era lo que se puede llamar un «literato», aunque en sus "MENSAJES"  se trasluce su estilo sobrio y conciso, pero sí dio alas al quehacer imaginativo de sus jóvenes compatriotas, muchos de los cuales actuaron en la guerra contra la Triple Alianza.-

Está considerado como el padre de la primera modernidad (1840-1870), el que procuró acercar al Paraguay a los bienes de la cultura universal sin descuidar por ello el ejercicio de la soberanía. [Ficha bio-bibliográfica preparada por el profesor Raúl Amaral].-

Fuente: "BREVE DICCIONARIO DE LA LITERATURA PARAGUAYA"/ 2da. Edición – Autora: TERESA MENDEZ-FAITH – Editorial EL LECTOR, Asunción-Paraguay 1998.

 


DON CARLOS ANTONIO LÓPEZ (Por J. NATALICIO GONZÁLEZ)

En los suburbios de Asunción, en una zona pintoresca y arboleda que desde muy antiguo se conoce bajo el nombre de Manorá, se alzaba aún en el siglo pasado una típica casa paraguaya, de amplios corredores y rojo techo de teja. En ella nació Don Carlos Antonio López el 4 de noviembre de 1790. Por el camino vecinal que corría a pocos metros de la vieja mansión solariega, y que une la capital paraguaya con Ybyraí, de niño vio pasar muchas veces, la figura ascética, flaca y pensativa del Doctor José Gaspar de Francia, entonces abogado famoso por su saber, su desinterés y su probidad, y que andando el tiempo sería prócer de la República y Dictador imperioso, de voluntad tan dura que guiaría mansamente los acaeceres por los caminos a veces trágicos, ora atrabiliarios, con frecuencia luminosos de su ensueño.

López advino a la vida en un hogar típicamente paraguayo, enclavado en la tierra guaraní durante largas generaciones cuyo extremo se pierde en la noche de la colonia (1). Fueron sus padres, en efecto, don Miguel Cirilo López y Doña Melchora Ynsfrán: ambos, aunque pobres, fundaron un hogar que puede calificarse de bíblico por las costumbres sencillas y patriarcales que en él imperaban, como por la larga cadena de su prole; y ambos demostraron esa pasión por la cultura, que quiere ver brillar en sus vástagos, tan característico en el campesino paraguayo, aún hoy día; y dieron a sus hijos varones la educación más completa, la más profunda y sólida que el ambiente, las instituciones y la época permitían y con tal éxito, a causa de las singulares dotes naturales que siempre distinguieron a los miembros de esta notable familia, que casi todos ellos se convirtie-ron en ciudadanos eminentes, señalados por la calidad de su intelecto, brillantes por sus luces, amados por sus virtudes y reputados por su saber. El mayor de los hermanos, Don Martín López, nació en 1771, cursó en el convento de San Francisco tres años de filosofía y tres de teología escolástica, se recibió de Maestro en Artes e ingresó en la carrera eclesiástica. Falleció siendo cura y vicario del pueblo de Yuty. Otro, Don Basilio Antonio, efectuó estudios similares; se hizo fraile profeso de la orden franciscana; cuando el dictador Francia suprimió las comunidades religiosas, pasó a desempeòar el curato de Pirayú, en cuya función aún se encontraba cuando fue promovido a Obispo, durante la presidencia de su hermano. Enseñó con brillo y provecho teología moral y vísperas de cánones, en el convento de su orden; el padre Maíz le califica de "sabio e ilustre", y añade: "era profundamente versado en estas materias, y muy distinguido en la oratoria sagrada; alcancé a admirar su elocuencia en el púlpito". Murió en 1859.

Además de los citados, tuvo Don Carlos Antonio López dos hermanas que sobrevivieron al Obispo y que se ganaron el cariño de la clase humilde por su alma caritativa y sus virtudes cristianas. Y otros tres hermanos, dos de los cuales murieron jóvenes. El tercero, Don Francisco de Pabla, se consagró con pasión y no comunes talentos al estudio de la filosofía; casado y retirado al pueblo de Caazapá, allí murió tras una larga existencia de meditación en los eternos problemas que le sedujeron en su juventud, y sus huesos allí reposan hasta hoy, en modesta y olvidada fosa, propia de un espíritu enamorado de la ideas y ajeno a las vanidades del mundo.

En este hogar modesto y austero, que había de ser ilustre por muchos motivos, nació el futuro presidente del Paraguay. La casa solariega, de amplias habitaciones e historiadas alacenas, se alzaba, como hemos dicho, a la vera de un camino vecinal, no lejos del río, donde los niños irían a practicar la natación y la pesca. Las madreselvas trepaban por los pilares hasta el alero de la casa, y en las noches de primavera, el punzante olor de sus flores se mezclaba con él de las diamelas florecidas del jardín, o con el que fluía del jazminero cercano, todo cubierto de estrellitas blancas. Mientras la virtuosa madre en incesante trajín atendía los quehaceres menudos, el padre, que ejercía la profesión de sastre, trabajaba día y noche para costearla educación de sus hijos. Refiere Fidel Maíz que el Obispo, ya anciano, se complacía en evocar la memoria amada de sus progenitores, "y sus ojos -añade-, en más de una ocasión se humedecían de lágrimas al recordar cómo les había procurado la mejor posible educación y enseñanza de aquella época".

Carlos Antonio López efectuó sus estudios primarios en las escuelas coloniales de Asunción, en las que se enseñaba, aparte de las doctrinas cristianas, a leer, a escribir y contar. Sobre lo que podríamos llamar sus estudios superiores o académicos, que los efectuó en el Real Colegio de San Carlos, Juan E. O'Leary ha escrito esta síntesis brillante (2):

"Según un documento del Archivo Nacional, en 1808 el estudiante "manteísta" Carlos Antonio López, en acto público dio examen de filosofía (lógica y ética), siendo aprobado "con todos los votos".

"En 1809 aparece rindiendo el segundo curso de filosofía, siendo igualmente aprobado con todos los votos.

"En 1810" cesaron, dice el documento que glosamos, las aulas de Teología y Filosofía por haber el gobierno quitado el Colegio para hacer Cuartel, quedando ocupadas sus temporalidades; pero fueron examinados de toda la Filosofía como en último término los siguientes solamente". López aparece en la lista como "aprobado con todos los votos".

"En 1812 fue trasladado el Seminario de San Carlos a la casa particular de Don Agustín Trigo, alquilada para el efecto. Se encargó de la enseñanza el Maestro en Artes Don Paulino Cabral, "sin más pre los seminaristas que dárseles casa, mesa, candelas y barbero".

Carlos Antonio López poseyó sólida versación en letras antiguas; tuvo reputación de ser el mejor latinista de su país y de su tiempo. Como alumno, dejó brillante huella en las aulas. "Su maestro, cuenta Fidel Maíz (3), el presbítero Juan Bautista Villasanti, profesor de Latinidad y filosofía en el antiguo Colegio, acariciando la cabeza del joven discípulo (Don Carlos), decía de él, por su esclarecida inteligencia: esta es una bola de oro".

Al término de sus estudios, López decidió dedicarse a la docencia académica, o universitaria, según el lenguaje de nuestros días; pero como las cátedras del Colegio de San Carlos eran de beneficio eclesiástico, se vio obligado, para no truncar su vocación, a hacerse clérigo de tonsura, y vistió el hábito talar.

"Vacante, escribe O'Leary, en 1814 1a cátedra de Artes, o sea de filosofía (psicología, lógica y metafísica), entró a regentearla, por oposición formal, Don Carlos Antonio López, después de tonsurado, es decir, después de recibir las órdenes menores y de dar fin a sus estudios. Fueron sus primeros alumnos, todos aprobados a fin de año: Francisco Javier Caiguá, Paulino Antonio Molina, Joseph García Diez, Gregorio González, Juan Bautista Molina, Miguel Gerónimo Amarilla, Juan Miguel Brite, Leandro Zavala, Juan de la Cruz Velázquez, Vicente Roa, Feliciano Aguiar, Manuel Arias, Domingo Yegros, Vicente Ercira, Venancio Gavilán, Juan de la Cruz Yaguareté". Como se ve, entre aquella ardiente juventud que irrumpía en las aulas, en los días iniciales de la Independencia, se mezclaban algunos agudos apellidos guaraníticos con varios antiguos apellidos españoles. La castellanización de todos ellos vendría años después, cuando el joven profesor de Filosofía, ya Presidente de la República, legalizó por un decreto la adopción de nombres peninsulares.

Pronto adquirió López sólido prestigio como maestro de la juventud. El propio Doctor Francia, ya erigido en dictador, así lo reconoció, y en 1817 le llamaba para ocupar la cátedra de teología moral y teología dogmática. El Obispo, Fray Pedro García de Panés, refiriéndose a este ofrecimiento, el 12 de febrero de 1817 dirigió al doctor Francia la nota que se trascribe a continuación: (4)

"En consecuencia de lo que se sirve V. E. decirme, por su respetable oficio del 11 del corriente, he tratado con Don Carlos Antonio López, nombrado Catedrático para dictar Teología al Curso entrante en el Colegio Seminario, haciéndole entender con bastante especificación la necesidad que hay de que se distribuya el tiempo y las materias que se han de enseñar en las Aulas, de modo que, aunque sea con acrecentamiento de algún mayor trabajo suyo, consulte la utilidad y aprovechamiento de los Cursantes, desempeñando las funciones respectivas de dos Maestros de la facultad, dictando por la mañana en la Clase de prima por tiempo competente las Secciones correspondientes de Teología Dogmática Moral por el padre Natal Alexandro, que es un autor bien conocido, y cuyo designio en el objeto de su obra me parece muy conforme a la institución de dicho Seminario; y por la tarde, o en la clase de vísperas, las de la Teología Escolástica depurada de cuestiones abstractas, y puramente de escuela, o de sólo posibilidad, que a nada conduce; enseñando con sazonado criterio y prudente discreción, por Santo Tomás, o alguno de sus mejores expositores, los sagrados misterios de la Trinidad, verbi encarnatione, etc., que son tan necesarios que los entiendan, y sepan todos los fieles, y mucho más los que se están disponiendo y formando para desempeòar algún día los graves ministerios del Párroco. Inteligenciado e impuesto de todo, este Mozo se compromete y está pronto a cumplir con este cargo, y a desempeñarlo en los términos que llevo dicho y como se lo he significado. Todo lo cual tengo el honor de poner presente al superior conocimiento de V. E. para que en su virtud, si le pareciese acertada esta determinación, se sirva mandarle expedir el correspondiente título, y también, en consideración a que ha de tener más trabajo que si regentease sólo una Cátedra, aumentarle alguna cosa más sobre la asignación ordinaria de la dotación de los trescientos pesos que tienen de dotación los de su clase; o si no, disponer sobre todo lo que sea de su mayor agrado".

"Este documento, comenta con acierto O'Leary, nos está diciendo que el Doctor Francia conocía muy bien la preparación de su futuro sucesor y la eficacia de su enseñanza. A pesar de su juventud, pone en sus manos la ardua misión de dictar las cátedras más serias y difíciles del Seminario. Es él mismo, personalmente, el que lo designa, dejando a un lado a ilustrados sacerdotes, muchos de ellos envejecidos en el estudio de la teología. Debió tener mucha fe en su cultura y en sus dotes de pedagogo. Y el Dictador era buen juez, como antiguo seminarista y hombre el más letrado de su tiempo".

De que Don Carlos Antonio López fue un gran maestro de la juventud, es un hecho innegable. Muchos documentos así lo atestiguan. Y no le abandonó su vieja vocación ni cuando ocupó la más alta magistratura de su patria. Siendo Presidente, distraía sus raros ocios revisando y corrigiendo los trabajos de los alumnos de la Academia Literaria que fundó; hay en el Archivo de Asunción cuadernos de Natalicio Talavera y de otros jóvenes estudiantes que como aquel brillaron por su talento, con sagaces anotaciones del ilustre mandatario.

Viejos papeles, repetimos, testifican la brillante labor del joven y docto maestro. En 1816, al reclamar, por fin de curso, su salario de catedrático, decía al dictador Francia: "he empeñado todos mis esfuerzos para llenar los deberes de este ministerio, cuando no cumplidamente, al menos en cuanto me fuese posible, sin perdonar trabajo ninguno, como lo han acreditado las certificaciones del Cancelario, que en los años precedentes he presentado a V. E. en la misma forma que ahora, y tengo la satisfacción de asegurar que otro tanto puede testificar el público que ha presenciado el desempeño con que mis oyentes comprobaron mi esmero, y su propia estudiosidad". Y el Rector, Juan Miguel Brite del Villar, estampaba estas palabras laudatorias: "El catedrático de Artes, Don Carlos Antonio López, ha desempeñado exactamente el magisterio de todo este último año, dictando y enseñando la parte que le restaba de la Facultad, con la más grande aplicación y eficacia, y sin haber faltado un momento a la asistencia, ni omitido ejercicio alguno de los que previenen los estatutos, habiendo defendido un acto general público de toda ella, y sin otro particular de conclusiones de la expresada y última parte; y así mismo ha enseñado Latinidad a los Minoristas, con la misma eficacias. A López le apartó de la cátedra su falta de vocación sacerdotal. Al tiempo que dictaba sus lecciones, privadamente efectuó acabados estudios de derecho, y ahondó conpasión en las ciencias sociales. Por fin, munido de estos nuevos conocimientos abandonó el hábito talar, y como consecuencia, la cátedra a la que dedicara tantos desvelos de su mocedad; se consagró al foro, y pronto se convirtió en el más prestigioso abogado de Asunción. En 1826 contraía enlace con una distinguida niña de la sociedad paraguaya: con Juana Pabla Carrillo, de la que tuvo cinco hijos (6). Finalmente, ya en las postrimerías de la dictadura, se retiró a su estancia de Villa del Rosario, cuarenta leguas al norte de Asunción. Allí meditó largamente en los problemas de su patria; allí maduraron sus pensamientos filosóficos y sus ideas políticas; y allí comenzó a proyectar, sobre el futuro incierto que se estaba incubando, sus vastos planes de reconstrucción nacional y de engrandecimiento patrio.

El 20 de setiembre de 1840, a las nueve de la mañana, muere el doctor Francia, a los setenta y cuatro años de edad. Al país se plantea el problema de la trasmisión del poder. Intenta asumirlo el antiguo Fiel de Fechos del Dictador, pero los comandantes de los cuarteles se lo impiden, y asociados con miembros de la Junta Municipal, instituyen una Junta de Gobierno Provisorio, integrada por un civil y cuatro militares.

Para la conciencia nacional, seguía siendo un dogma el principio de la soberanía del pueblo, tan enérgicamente proclamado por el propio Francia; por lo tanto, fue mirada como usurpadora aquella autoridad surgida de los cuarteles. La Junta se vio compelida a requerir nuevamente el voto de la Junta Municipal, que se lo dio, pero la maniobra más irritó que apaciguó los ánimos. El pueblo insistió en pedir la reunión del Congreso, y este estado de conciencia se tradujo en el golpe militar del 22 de enero de 1841, que derribó a la Junta usurpadora, y encomendó a otra integrada por tres civiles, la urgente convocatoria de la Asamblea.

Entre tanto, algunos militares, admiradores de las luces de Don Carlos Antono López, le habían hecho llegar un pliego cerrado (7), invitándole a hacerse presente en Asunción. Su arribo a la capital coincidió con la reanudación de las agitaciones populares. La nueva autoridad había fijado el 10 de abril de 1841 para la celebración del Congreso General; es decir, alejaba en el tiempo, con frívolos pretextos, el cumplimiento de la voluntad popular; reverdecieron los descontentos; y el 9 de febrero, otro movimiento surgido en los cuarteles, derribaba a la Junta provisoria, reemplazándola por el comandante Mariano Roque Alonso, que debía actuar asistido por Don Carlos Antonio López, como Secretario, con la imperiosa obligación de convocar el Congreso para el 12 de marzo. Así quedó salvado el principio de la soberanía del pueblo, tan caro a los paraguayos; y así apareció en la vida pública Don Carlos Antonio López.

Años después, decía a este propósito EL PARAGUAYO INDEPENDIENTE: "El Presidente López ha llegado al puesto en que lo ha colocado el voto de sus conciudadanos, sin haber empleado los medios viles y vergonzosos de la intriga y corrupción: tranquilo vivía en el seno de su familia, distante de toda relación, y aún poblado, cuando el nombre y crédito que le habían procurado su probidad, sus luces, su conducta con todos sus semejantes, fueron a buscarle a cuarenta leguas de la capital". Estas palabras trasuntan la más estricta verdad. Pues, la aparición de López implicó el acatamiento de la voluntad popular; fue convocado el Congreso; los diputados de la nación paraguaya, iniciaron sus sesiones en la fecha indicada, y volvieron a instituir el gobierno consular, ya ensayado a. raíz de la Independencia. Designó para desempeòarlo a Don Carlos Antonio López y al comandante Mariano Roque Alonso, fijando en tres años la duración de sus funciones. Ambos Cónsules quedaron obligados a ejercer conjuntamente la jurisdicción ejecutiva, judicial y militar; y en caso de muerte o cese de alguno de ellos, un Congreso convocado en el perentorio término de veinte días, dispondría lo que la nación creyese saludable para su gobierno. "El primer Cónsul, Don Carlos Antonio López, es propietario rico, escribía Juan Andrés Gelly en 1848. En su juventud ha recibido en el Colegio de Asunción la educación que en los primeros años de este siglo se daba en los colegios de América; concluidos sus estudios, dio lecciones de teología en el mismo colegio, y dirigió una cátedra de lo que en aquellos tiempos se llamaba Filosofía. "Se contrajo al estudio privado de la jurisprudencia, y se dedicó al ejercicio de abogado, desempeòándole, según dicen, generalmente con imparcialidad, celo y desinterés, lo que le dio crédito, le granjeó buenas relaciones y una clientela escogida. "Cuando el sistema del Dictador hizo peligroso el ejercicio independiente de abogado, el señor López lo abandonó, y se retiró a su estancia, distante cuarenta leguas de la capital, y se contrajo exclusivamente al cuidado de sus haciendas, y a la lectura de los pocos libros que pudo obtener: no venía a la capital sino raras veces y no demoraba muchos días. Esta vida retirada y especie de reclusión a que se condenó, le sustrajo providencialmente a las desconfianzas y temores del Dictador, y a la prisión y muerte, que eran la consecuencia común.

"El señor López nunca salió de su país, no ha tenido la menor participación en los negocios públicos: no pudo conocer las excelentes obras publicadas sobre los diversos ramos de administración pública, y economía política, ni tener la menor noticia de los acontecimientos de Europa y América en los últimos veinte años, porque el Dictador perseguía con más rigor que la inquisición, a los hombres de saber, y sus obras, y era imposible que unos y otras entrasen en el Paraguay. Sin embargo, sus actos, sus escritos, hicieron ver que no le eran desconocidos los buenos principios de administración pública, y que en su retiro había meditado sobre la situación de su país, sobre sus necesidades, sus males, las causas, y sobre los remedios que pudiera aplicárseles. Tales calidades debían darle preponderancia y ascendiente en los negocios públicos". Así fue.

Otro Congreso, celebrado el 25 de Noviembre de 1842, ratificó la declaración solemne de la independencia, dictó la ley que adopta el pabellón de la República y los sellos nacionales. Finalmente, el Congreso del 13 de marzo de 1844, promulgó la LEY QUE ESTABLECE LA ADMINISTRACIÓN POLÍTICA DE LA REPÚBLICA DEL PARAGUAY, que instituye el régimen presidencial. Don Carlos Antonio López fue electo Presidente.

Primer Cónsul, luego Presidente, López gobernó largamente el país, al amparo de una Carta autoritaria. Para juzgar su gobierno con algún espíritu de justicia, hay que colocarse en el cuadro de la época y comparar el régimen paraguayo con las dictaduras vigentes en toda América. El propio López ensayó alguna vez ese paralelo. En su polémica con LA GACETA de Buenos Aires, hizo esta pintura de la dictadura rosista:"LA GACETA se publica en una ciudad que es un lago de sangre: donde se respira sangre y muerte hasta en las salutaciones de las cartas familiares: donde esa sangre se ha derramado por orden, y con anuencia del que manda: donde se pueden nombrar una por una las víctimas degolladas, fusiladas o muertas con los más bárbaros tormentos, sin juzgamiento, y por orden expresa del Gobierno: donde se han azotado mujeres en los atrios de los templos por no llevar la divisa de un partido: donde el Gobernante se ocupa en formular decretos sobre el color de los vestidos, y el del hilo con que debían coserse los expedientes: donde se ha erigido en principio y se ha practicado, en grande escala, el bárbaro y abominable sistema de la confiscación". Y luego aòade estas palabras, que no podemos leer sin emoción los que, sin culpa ni delito, vagamos por los caminos del exilio, privados de la Patria nuestra por Poderes arbitrarios: "En el Paraguay, gracias a la Divina Providencia, reina una paz profunda: no hay PROSCRIPTOS: no hay CONFISCACIONES". No debe tomarse la carta constitucional de 1844, aisladamente, con olvido de múltiples disposiciones complementarias. Pues es el caso que numerosas leyes fueron ampliando sucesivamente el dominio de las libertades efectivas. El ciclo revolucionario había pasado; se iniciaba el período de la reorganización nacional. Una ley consagra los derechos civiles del extranjero, pero sin reconocerle privilegios sobre el nativo; otra declara la libertad de vientres, es decir, la condición libre de cuantos nacen en el país; y una tercera, considerando -y uso las propias palabras de la ley -que los indios, "durante siglos han sido humillados y abatidos con todo género de abusos, privaciones y arbitrariedades, y con todos los rigores del penoso pupilaje, en que les ha constituido y perpetuado el régimen de conquista", y que durante "demasiado tiempo han sido engañados con la promesa fantástica de lo que llamaban sistema de libertad de los pueblos", los declara ciudadanos naturales de la República.

Se ven nacer las instituciones, encarnarse en la realidad, antes de tener formas en la ley ni nombre en su articulado, como impulsadas por incógnitas potencias populares, por fuerzas innominadas que brotan de la tierra. López observa y dirige el formidable experimento, guía las grandes corrientes nacionales, deduce las leyes ocultas y latentes para incorporarlas, una tras otra, al Código definitivo de la República, Código que se va elaborando por la vida misma de la nación.

En esta gigantesca labor se delinean los caracteres del Estado paraguayo, que funda las industrias básicas del país, emprende grandes obras públicas y crea los organismos técnicos adecuados para la revalorización de la riqueza nacional. Construye el primer ferrocarril y la primera linea telegráfica del Río de la Plata; establece la fundición de hierro de Ybicuí, de donde salen armas e implementos agrícolas; surgen astilleros, fábricas de papel, de azufre, de pólvora, de artículos de loza, se extrae el salitre y se explotan las caleras. El estanco de la yerba y otros productos, y las industrias estaduales, subvienen a las necesidades de la administración pública y el pueblo casi desconoce los impuestos.

López revolucionó la instrucción pública, erigiendo en cada villa o sitio habitado del país, múltiples escuelas talleres, donde los alumnos leían, aprendían aritmética, gramática y otras asignaturas, al par que se adiestraban en "los oficios de sastrería, zapatería, tejeduría y el arte de fabricar sombreros". En cortos años fue extinguido el analfabetismo del territorio nacional.

Quedó organizada la marina mercante, con barcos del Estado que realizaban viajes directos entre Asunción y los principales puertos de Europa. Con justo orgullo, el gobernante dio al pueblo cuenta de su obra, en lo términos de esta alocución:

"Hace un año que visteis surcar en vuestras aguas al YPORÁ, vapor construido en vuestro astillero y por vuestros mismos compatriotas. "Día para mí memorable y satisfactorio, que formará época en la humilde historia de mi vida política.

"El Viernes 17 habéis presenciado un espectáculo de igual naturaleza, que ha conmovido de nuevo mi corazón. "No imaginéis que pretendo hacer un vano alarde de mis esfuerzos, pues conozco que no hago más que cumplir con el deber que me habéis impuesto, y que nada hubiera logrado si no contara con vuestra asidua y leal cooperación. "('ornpatriotas: Alimentad en vuestros pechos ese noble orgullo que inspira u n sincero patriotismo, y comprended que a la sombra de esa paz saludable, que no queréis ver interrumpida, vamos dando pasos agigantados en el camino de las reformas.

"Ciudadanos: La bandera paraguaya surca en las espumosas aguas del Atlántico, y tal vez a estas horas se verá solemnemente saludada por el pabellón de la Gran Bretaña, en cuyas márgenes habrá fondeado el RÍO BLANCO.

"Republicanos del Paraguay: Vuestro vapor TACUARÍ tremoló también nuestro paño tricolor en el anchuroso Océano. Cuatro vapores mercantes de vuestra exclusividad, son cada día una patente revelación del desarrollo mercantil de nuestra Nación.

"Amigos de la paz: Saludemos con entusiasmo al SALTO DEL GUAIRÁ. Saludemos de consuno a la Providencia que nos colma de tan singulares beneficios, tributémosle nuestro leal reconocimiento, porque no ha consentido que arda entre nosotros la tea de la discordia, que nos arrebataría los bienes a que tan de veras aspiramos".

El Estado paraguayo estaba animado por un pensamiento moral y no por una ficción jurídica. Este contenido ético fecunda sus organismos y da sentido a sus actos. Tras una sequía, tras una epizootía, el Estado compensaba al campesino la pérdida de su cosecha o de sus ganados. De hecho, existía un seguro agropecuario, aunque innominado en la ley. El Estado no concebía la existencia de un solo paraguayo sin hogar y sin tierra, y para evitar semejante monstruosidad, repetía regularmente actos que por su persistencia y continuidad llegaron a tener el carácter de instituciones en potencia, de acentuado sabor nativista.

La formación técnica de los paraguayos, para habilitarlos a participar activamente en la creación de las industrias modernas, fue una preocupación constante del Estado. Existía el pensamiento dominante de que la educación no debe terminar en la escuela: ella debe proseguir en la vida, instruyendo a los ciudadanos en los métodos científicos del trabajo. De ahí la necesidad de atraer técnicos, y el gobierno de los López es probablemente aquel que en América y en su tiempo, importó mayor número de cerebros europeos para provocar la prosperidad de su país. Manuel Domínguez los enumera parcialmente:

"Witehead, del Instituto de Ingenieros Civiles de Londres, redactor de EL INGENIERO, periódico que todavía se publica, "sin igual por su talento y preparación en la América del Sud". Fue contratado con Grant, su segundo, para establecer y dirigir un arsenal y un astillero, pensamiento nacional desde 1812, pero que sólo López pudo realizar. Witehead organizó el trabajo con 200 paraguayos y 50 operarios ingleses, acabando por reconocer que los primeros eran infinitamente mejores que lo segundos. En nuestro astillero el norteamericano Page construyó un vapor para explorar el Pilcomayo.

"Wats, ingeniero naval. Actuó en la batalla del Riachuelo y supo preparar nuestra escuadrilla.

"Godwin, otra notabilidad inglesa, constructor de la fábrica de hierro de Ybycuí en 1850, más tarde dirigida por Lidiedad.

"Twit, ingeniero de minas. Dirigió la fabricación de azufre de Valenzuela. Se le debe el primer estudio mineralógico del país.

"Cowsin y Smith, ingenieros de construcción naval.

"Percey, Burrel, Valpy, Thompson y Paddison, ingenieros de ferrocarriles. Burrel no era solamente un hombre de mucho talento en su profesión sino también un buen arquitecto. Hizo los planos del nuevo Palacio, uno de los más hermosos edificios de América.

Newton, Eaton, Thompson (distinto de Jorge, el anterior citado), ingenieros mecánicos, "celebridades de Inglaterra".

"Taylor, notable arquitecto, constructor del Palacio.

"Cincuenta mecánicos de primera clase, muchos maquinistas y hasta dibujantes, todos enviados por el astillero de Blyth de Linchouse, sobre el Támesis, donde se construyó el "TACUARÍ".

"Médicos, cirujanos, farmacéuticos: Stewart, Barton, Fox, Wels, Skinner, Masterman, Banks, primer cirujano de Liverpool, ennoblecido a su vuelta a Inglaterra. Con los citados y otros más se estableció una Escuela de Practicantes.

"Kruger, norteamericano, contratado para fabricar torpedos, con uno de los cuales que estalló, voló frente a Curupayty.

"Instructores militares, también ingleses. Tres de ellos, instruyeron en Humaitá a los coroneles Bruguez, Hermosa y Roa.

"Hombres de mar como Morice, primer Capitán del "Río Blanco", con otros instructores de la marina británica, aparte de los que al principio había contratado del Brasil, como los tenientes Caminada y Suárez Prieto, el mayor Portocarrero y el capitán Cabrita.

"Wisner de Morgestein, austríaco, ingeniero militar, al servicio del ministerio de guerra; Mouchés, geógrafo que relevó el río Paraguay y nos dejó un mapa muy consultado.

"Solano López contrató también ingenieros constructores de cañones de la casa Krup y oficiales de guerra alemanes que habían actuado en la contienda con Dinamarca. Uno de ellos era el coronel Kurt, el que tomó la fortaleza de Dieppe. La guerra impidió su viaje.

"Cornelio Bliss, "norteamericano, hijo de un Obispo protestante", contratado por el gobierno para escribir la Historia Nacional. Era un gran literato, muy versado en las lenguas clásicas. Hablaba y escribía en español con la misma facilidad y perfección que en su propio idioma.

"Bermejo, español, "cuyo profesorado fue fecundo en resultados". "Du Graty, belga, y Dermesay, francés, a quienes el gobierno confió misiones científicas".

Si López nunca reparó en gastos en su afán de importar cerebros, en cambio miró siempre con recelo y disgusto las intervenciones europeas en el Nuevo Mundo. Le animaba un patriotismo continental, un americanismo ardiente y constructivo; le repugnaba profundamente la anarquía, la farsa democrática; y le dolía el retroceso de las Repúblicas hermanas, cuyos gobiernos suplían con palabras la ausencia de labores constructivas. En 1856 le dijo al general Guido: "El adelanto de la América sólo está en las gacetas; nada en los hechos".

Y refiriéndose a las ingerencias europeas en los asuntos americanos, añadió con energía:

"Si, olvidando su fraternidad y común origen e intereses mutuos, dan lugar a que el extranjero venga a mezclarse en nuestras cuestiones ¡cuánto descienden los Gobiernos!

"El pueblo que no tiene bastante energía para romper una lanza, sosteniendo por sí solo su dignidad: el que busca la alianza del extranjero para batir al hermano, se degrada y se hiere a sí mismo. Mal se aviene la independencia nacional con el tutelaje extranjero.

"Desgraciadamente los patriotas, a los que alumbrara la aurora de la libertad de América, han sido tragados por el caos de la revolución, sin ser reemplazados; muy raros son los que aún existen; y las Repúblicas americanas, lejos de adelantar desde aquella época heroica, más bien retroceden".

Estas ideas se aclaran y acentúan en su espíritu, con el correr de los años. En 1862, conversando con Juan José de Herrera, López deploró que el Uruguay hubiese cedido en aquellos días a una coacción anglofrancesa, y agregó:

"Procediendo así las fracciones americanas, sin oponer resistencia a las pretensiones desarregladas de la Europa, llegarán esas pretensiones a hacerse tan totalmente exorbitantes, que pondrán posiblemente en peligro los más trascendentales intereses de América".

Luego, abordando temas de apasionante actualidad entonces en la política de nuestro hemisferio, preguntó:

"¿Qué opinión, señor Herrera, tiene formado el gobierno del señor Berro, si no hay indiscreción en mi pregunta, de las ideas que parecen tomar cuerpo en los políticos europeos, respecto de las nacionalidades americanas? ¿Cómo mira y cómo interpreta el acto de la cesión de Santo Domingo y la intervención en Méjico de las potencias europeas?". "Yo, agregó en seguida, considero que lo acaecido en Santo Domingo, y que se debe a la traición del general Santana, es de funesto ejemplo para todas las demás repúblicas de América y que debe ser anatematizado; así como considero que lo que los europeos llaman intervención en Méjico, va a ser ocupación y no intervención. Después de Méjico, que ellos dicen van a civilizar, nos han de querer venir civilizando a todos".

Finalmente, sintetizó su pensamiento político en estas palabras: "Nuestros países, que se hallan ante estos mismos peligros, tienen la primordial necesidad de trabajar sin descanso y enrecíproca ayuda para solidificar los gobiernos de orden; todo pensamiento en sentido de una evolución, armada o no, que pudiera presentarse, sería una de tantas buenas cosas de imposible realización si no descansa en la efectividad de un orden interior fuerte y respetable. A mí me guían de tiempo atrás estas ideas; gracias a ellas y debiéndose ello a una política ya tradicional en este país, el Paraguay se encuentra y se encontrará cada día más en situación de emplear sus fuerzas propias, quizá con mejor éxito que otros Estados de mayor auge aparente, en la defensa de sus derechos. Yo lamento profundamente ver tan alejados del ánimo de los hombres públicos de la vecina Confederación Argentina esos propósitos de buena y sabia política, capaz de levantar en Sud América un rantemural, como ya lo tienen en los Estados Unidos del Norte todás las pretensiones ilegítimas de la Europa".

El pensamiento de la solidaridad continental, frente a las agresiones europeas, preocupó constantemente a Don Carlos Antonio López. En su segunda conversación con Herrera, insistió sobre el tema.

"Lo que hay de cierto, le dijo al diplomático uruguayo, es que la Europa se miraría mucho antes de lanzarse a una expedición a América si en América misma no contara con poderosos auxiliares. Sin ir a buscar ejemplos lejanos, tenemos aquí al Plata revuelto y desunido, en un estado de convulsión crónica. La demagogia, por un lado, y por otro la absoluta prescindencia de una para con otra de las nacionalidades del Plata, para lo que es de común interés de ver concertado, contribuyen a perpetuar una desunión que tiende más bien a ahondarse que a desaparecer; este estado de cosas interno y externo es lo fatal. Debía ser, para los unos y para los otros, punto dominante de política el mostrarse unidos a los ojos de la Europa. Si además de los auxilios que emergen de una división intestina enconada, no se encontrara en los pueblos del Plata, cuando se atenta contra sus derechos soberanos, sino reprobación en ciudadanos y partidos: la Europa ha de mostrarse más circunspecta y menos pródiga en expediciones y tropelías que exigen grande sacrificio de gente y dinero. ¿Cree usted, por ejemplo, que la Europa encontraría cómoda su posición en estos países, si, atentando contra el Paraguay, viera ella, desde la entrada de sus navíos a la embocadura del Río de la Plata, que no era sólo al Paraguay a quien iba a ofender sino a todo este continente? ¿Cree usted que sin puertos en el Plata y en el Paraná, sin auxilios sacados de sus costas, los europeos no meditarían antes de lanzarse a aventuradas expediciones que tuvieran que operar a tres mil leguas de distancia, rodeadas de elementos, si no activamente, a lo menos indirectamente hostiles? Y esto mismo, esta misma influencia podría ejercitarse, no sólo en actos de hostilidad y desafección en el momento del peligro, sino que ella podría pesar poderosamente para prevenir los atentados, una vez que ante la Europa misma, y por los medios de hacerlo así que tiene la diplomacia, los pueblos americanos se mostrasen decididamente unidos para la defensiva y resueltos a hacer causa común".

El hombre que pensaba de esta manera, era una de las más altas cabezas del continente. Fundó el primer periódico que apareció en tierra guaraní, EL PARAGUAYO INDEPENDIENTE, y en sus columnas desenvolvió una caudalosa labor intelectual, seria, profunda, de una solidez que ha resistido a la prueba del tiempo. En ese periódico publicó el presente libro, que escribió al margen de sus labores de gobernante, porque respetuoso del derecho, creyente en el poder de las ideas, asumió el deber de ofrecer al mundo civilizado, los sólidos y perennes fundamen-tos de la independencia de su país. Produjo así un libro clásico, fuente de cuantos ulteriormente se escribieron sobre la emancipación paraguaya. Y tal es la tuerza de su probidad intelectual, que un crítico tan severo y minucioso como Don Manuel Gondra, refiriéndose a esta obra, estampa que ella "es autoridad casi irrecusable en estas cuestiones".

Escritor nato, prosador elegante, dueño de un estilo vario, múltiple, movido y poderoso como el mar, Carlos Antonio López se destaca por una característica común a los mayores publicistas del Paraguay: no le impulsa a escribir ningún afán de nombradía o de gloria, sino el gozo de servir a su pueblo, del que se erige en vocero y defensor. Es en función de tales servicios, que salieron de su pluma esta obra, sus demás escritos periodísticos y sus Mensajes presidenciales, que forman, todos juntos, un sobrio monumento literario erigido a la libertad y al poderío de la República.

Carlos Antonio López trabajó, infatigablemente, con sabiduría y fértil genio realizador, a consolidar esa libertad y a crear ese poderío. Cuando le sorprendió la muerte, el Paraguay era un vasto taller, donde florecían las artes y las industrias, se movilizaban todas las riquezas potenciales a beneficio exclusivo del pueblo, y donde la cultura se expandía en forma realmente explosiva. Convertido en potencia de primer orden, acaso la mejor organizada y poderosa de la América antes española, sus barcos, al tope la bandera nacional, surcaban los mares y visitaban regularmente los principales puertos europeos, conduciendo en sus bodegas los múltiples productos del suelo paraguayo.

El deceso de López se produjo el día miércoles, 10 de setiembre de 1862, a las tres de la madrugada, tras un mes de enfermedad; y en momentos en que apuntaba el sol de aquel día, sonaron los cinco primeros cañonazos que anunciaron a la nación el fúnebre suceso.

El pueblo se agolpó frente a la casa mortuoria. Cada cuarto de hora la salva de los cañones atronaba la ciudad. A las nueve y tres cuartos de la mañana, los altos dignatarios comenzaron a desfilar ante el yerto despojo del Presidente, que sobre enlutada mesa, vestido de gran uniforme, descansaba en la misma sala donde por tantos años recibiera a sus compatriotas. A las diez se presentaron el clero y gran golpe de militares; la tropa se desplegó en doble fila desde la casa mortuoria hasta la Catedral; y por la calle tapizada de paños negros, el lujoso féretro inició su lenta marcha, entre las preces de sacerdotes y el llanto silencioso del pueblo, que acudió enlutado para despedir a su Presidente. Voces adoloridas y femeninas se alzaban, se lee en una crónica de época, "articulando palabras de desconsuelo, diciendo que las había dejado huerfanas el buen padre, el buen ciudadano, el distinguido patriota, el íntegro Magistrado". Era tan numerosa y apiñada la multitud, que resultaba imposible moverse, y únicamente los que conducían el ataúd lograban abrirse paso lentamente. Ya en la Catedral, fue celebrada una misa de cuerpo presente; y terminados los oficios divinos, ocuparon sucesivamente el púlpito Fidel Maíz, Rector del Seminario, y Justo Román, cura de la Encarnación, e hicieron la apología del mandatario.

A las cuatro de la tarde el ataúd fue colocado en una lujosa carroza funebre, hecha en París por celebrados artífices, y comenzó la marcha hacia la Iglesia de la Trinidad, distante del centro urbano unos seis kilómetros. Mientras parte del pueblo se adelantaba, tomando el tren puesto a su disposición, el fúnebre cortejo inició su marcha por los polvorientos caminos de la época. En lo alto de la carroza se leía esta inscripción, en letras de oro: CARLOS ANTONIO LÓPEZ; fúnebres penachos abrían su pompa color de azabache en los cuatro ángulos de la misma; los enlutados troncos que la arrastraban, ostentaban lujosos arreajes; sus testas equinas agitaban otros tantos penachos a ellas prendidos; una brigada de caballería, con su música, precedía a la carroza, que rodaba entre batallones que marchaban en correcta formación. Tras la carroza, escribe un testigo, "iba el coche del finado; y detrás del Vice Presidente de la República, general Francisco Solano López y todos sus hermanos, otros carruajes, seguidos de un número incalculable de oficiales y dignatarios de la República, a caballo; y por fin, un concurso innumerable de pueblo. El polvo que se levantó fue tal, que el sol perdió su luz."

Ya entrada la noche, la comitiva llegó a la iglesia de la Trinidad. El templo, todo iluminado, ostentaba sus fúnebres atavíos, para recibir los despojos del hombre que la había erigido. Manuel Antonio Palacios, cura de Villeta, volvió a pronunciar una oración fúnebre desde el púlpito, y por fin, entre solemnes ceremonias, el ataúd fue depositado en una fosa abierta a un costado de la nave principal. Allí, bajo una sobria lápida de mármol, reposan hasta hoy, en el seno de la tierra angustiada de su patria, los huesos del gran paraguayo. Ya muy poco queda de los monumentos materiales que erigió a su país, pero el sentido de su obra, su legado espiritual, perenne e indestructible, permanece vivo en el alma de su pueblo, y constituye indudablemente una de las bases más firmes en que ha de asentarse el futuro Renacimiento paraguayo.

Notas:

1. MS. del Arch. Nal.- Expediente para su admisión en el estado eclesiástico, promovido en 1789 por Martín López, primogénito de la familia. El testigo, Comandante Luis Bernardo Ramírez, dice que los padres de López "han sido siempre reputados por nobles y limpios, sin mala raza ni tacha"; el testigo Gregorio Arce "los conoce por nobles, cristianos viejos y libres de toda mala raza"; y el testigo Agustín Isasi, "sabe que sus padres son españoles libres de toda mala raza y cristianos viejos". Para evitar equívoco a que puede prestarse la deposición de Isasi, cabe advertir que durante toda la colonia, y aún en los primeros tiempos de la independencia, en el Paraguay se decía españoles a los blancos y mestizos nativos, y españoles europeos a los nacidos en España.

2. Juan E. O'Leary, "La formación intelectual del Patriarca", en el semanario PATRIA, setiembre 27 de 1931. 3.

3. Maíz, "La familia López", en GUARANIA, no. 34.

4. MS. del Arch. Nal. - Lo Publicó por Primera vez O'Leary, insertándolo en el art. cit. de PATRIA.

5. MS. del Arch. Nal.

6. Francisco Solano, el primogénito, su sucesor en la presidencia; Venancio, que fue coronel de la nación; Benigno, que también llegó a ocupar altas funciones; y las mujeres Inocencia y Rafaela,

7. Art. de Bernardo Ortellado, en EL SEMANARIO, nov. de 1862.

Fuente: LA SOBERANIA DEL PARAGUAY - CARLOS ANTONIO LÓPEZ. Editorial EL LECTOR. Colección HISTORIA (37). Prólogo: J. NATALICIO GONZÁLEZ. Tapa: LUIS ALBERTO BOH. Asunción-Paraguay 1996 (250 páginas)



CARLOS ANTONIO LÓPEZ : «La verdadera felicidad de los Estados consiste en la concordia armoniosa... pero si, olvidando su fraternidad y común origen y sus intereses mutuos, se da lugar a que el extranjero venga a mezclarse en nuestras cuestiones, ¡cuánto descienden los gobiernos! El pueblo que busca la alianza del extranjero para abatir al hermano se degrada y se hiere a sí mismo. Mal se aviene la independencia nacional con el tutelaje extranjero...».

«Desgraciado el pueblo que ignora que la soberanía reside en él; pero desgraciado también el que no conoce la necesidad de someter su propia fuerza por su misma felicidad y por el bien común. En el primer caso será su destino el de la más desgraciada esclavitud, en el segundo de la más insoportable y horrorosa anarquía...».

«Llamamos a esta nuestra República y cada uno lleva el nombre de republicano. Bien, pues, no nos hemos de contentar con los hombres sino con la realidad de las cosas. El sistema republicano es el resultado de las virtudes civiles y de las luces...»

«El Paraguay conoce lo que puede y vale; él juró su independencia, renueva anualmente su juramento, sus hijos aman la tierra, que para ellos es sagrada. El pueblo paraguayo es inconquistable, puede ser destruido por alguna grande potencia, mas no será esclavizado por ninguna» (28 de julio de 1845, carta al gobierno de Buenos Aires).

«... mientras que al Paraguay se le presenta ese Tratado con una mano y con un puñal en la otra se le dice acepta o muere, el gobierno de la República del Paraguay no trepida; firme en la justicia de su causa, confiado en el poder y recursos de la República, y contando con la protección del cielo, no se someterá a esa ignominia, y defenderá hasta el último extremo su territorio y sus derechos; y si la Providencia en sus altos juicios ha resuelto que sí pierda, habrá salvado su honor, y habrá mostrado al mundo que era digno de la Independencia que proclamó ahora treinta y siete años» (Proclama en Villa del Pilar, febrero 13 de 1848).

Carlos Antonio López (1792-1862): Prosiguió la obra de Francia promoviendo el desarrollo y progreso del país. Defendió con firmeza la independencia nacional.

Fuente: EL TRINO SOTERRADO – TOMO I   - PARAGUAY: APROXIMACIÓN AL ITINERARIO DE SU POESÍA SOCIAL. Por LUIS MARÍA MARTÍNEZ - Ediciones INTENTO, Asunción-Paraguay 1985 (427 páginas) Diseño de tapa: FERNANDO GRILLÓN - Versión digital: BIBLIOTECA VIRTUAL MIGUEL DE CERVANTES



Enlace interno recomendado:

* GOBIERNO DE CARLOS ANTONIO LÓPEZ - Fuente: EL PARAGUAY SUS GRANDEZAS Y SUS GLORIAS. Por MANUEL DOMÍNGUEZ © MANUEL DOMÍNGUEZ (h.). Editorial AYACUCHO. Buenos Aires – Argentina, Noviembre 1946 (254 páginas)

*  RESIDENCIA DE DON CARLOS EN ASUNCIÓN (1844-1860).  Por MARGARITA DURÁN ESTRAGÓ. Fuente: SUPLEMENTO CULTURAL DEL DIARIO ABC COLOR. Domingo, 30 de Diciembre del 2012 Fuente digital: ABC COLOR DIGITAL/ PARAGUAY



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