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JUAN MANUEL MARCOS

  LA VÍSPERA ENCENDIDA, 1979 - Obra de JUAN MANUEL MARCOS


LA VÍSPERA ENCENDIDA, 1979 - Obra de JUAN MANUEL MARCOS

“LA VÍSPERA ENCENDIDA”

de JUAN MANUEL MARCOS

Ilustración: LUCIO AQUINO

Edición Jomar,

Asunción-Paraguay, Febrero de 1979
 

 


“LA VÍSPERA ENCENDIDA”

 

El texto evoca, en una primera lectura una “gesta heroica”:

la victoria de Yrendagüe,

conseguida durante la guerra del Chaco (1932-1935),

por un puñado de soldados paraguayos

encabezados por un anciano coronel,

también hombre de letras. 

Pero, más allá de lo anecdótico,

este trabajo intenta asumir

esa tradición literaria hispanoamericana

donde la problemática social no limita,

sino por el contrario, fortalece la experimentación verbal:

en este caso, una indagación sobre las fronteras

y las posibilidades expresivas de la poesía y la narración.


El ÍNDICE consta de los siguientes trabajos: I-Hombre; II-Periodista; III-Semblanza; IV-Confesión; V-Evocación; VI-Ida y vuelta; VII-Fariña; VIII-Estampa; XI-Definición; X-Horizonte; XI-Inquietud; XII-Madre; XIII-Palabra vencedora
 

 


 
I - HOMBRE


"La inmortalidad debe ser como esta noche", piensa entre la perplejidad y la nostalgia, mientras el vago eco de la guerra, las explosiones aisladas, las descargas lejanas, ensayan de algún modo, su cíclico dialecto errante y puntual.

Es una tregua. Imaginaria ausencia voluntaria. Túnel sin aliento hacia los recuerdos o el sueño. Limbo metálico y secreto, sitiado por distantes estampidos, el fogonazo plural de un arma adversaria, la enlutada vegetación encendida de señales, el agravio desgarrador del matorral.

Está inmóvil. Ásperamente detenido como una roca sin tiempo, un salmo demorado (alarido al atardecer) en la vigilia del desierto. Fijo sobre la inerme hospitalidad de un tronco derribado por la jactancia y el hacha del hombre o corrompido por una intemperie de otoños y silencios. Como una elegía verde y elemental que hubiera regresado al hogar, a la tierra, a la semilla.

Nadie ordenó su incorporación. Su ancianidad lo hubiera protegido de la sed, el balazo, la interminable liturgia del entrevero.

Pero está ahí. Cabellos blancos sobre la frente roja. Mentón de huracán. A la cabeza. Líder ígneo, ira pura de esa caravana tenaz y malherida de campesinos, pasión fundamental, mirada entera. Sin lámparas. Ni palabras. Ni agua.

Medita. Viejo solo en el crepúsculo. Clavado en espinas y eclipses. El, que devoró los libros, y visitó los amigos, está acechado por la sombra. Lejos de Rousseau, de Ibsen, del Alcorán, de Larra. Canjeando por la arenga su verbo civil. Mudado en uniforme raído y momentáneo. En cabra. En árbol. En álgebra fusilera. Enjaulado sin rebeldías ni júbilo, tallo que se levanta de nuevo con coraje montaraz a conocer la patria, una manera de amar hasta después de muerto.

Examina, casi a ciegas, el oeste. El cielo, derretido en una preñada oscuridad, disimulado en el vecino rumor de hierro y ceniza. Oculto en esa nada negra que había sido nube.

Solicita, sin apremio, a sus deshilachados bolsillos de combatiente, el último pedazo de cigarro.

Lo quema con deliciosa lentitud. Y espera, confiado, el breve y cómplice monólogo del humo.

Anclado en esa geografía anónima y hostil, recupera la solitaria y plácida costumbre del tabaco. Esa combustión íntima, persuasiva, frágil, que opina en la quietud. Esa pausa de ojo caudillo, incandescente, final, que guiña al misterio, en el umbral del olvido y el azar.

Detrás de la herida (lo saben) hay una cicatriz, y una enérgica magia nocturna en el reposo común, sin otra hembra que la sed mitigada por el coco.

Las instrucciones del Estado Mayor, como siempre, son precisas.

Han contado con él.

Avanzan bajo su responsabilidad, sobre su tos, en sus ojales.

Y su fe (esa lealtad de la esperanza) renace en aquel montón de harapos desangrados, ese pálido pelotón mestizo, ese pueblo callado y posible con el que marcha. La contraseña definitiva. Lo único por lo que vale la pena matar.

Pierde sangre.

Lo han vulnerado también.

No quiere dejar otra herencia que ese agujero. Un oficial de sanidad le ha confesado que el impacto psicológico del combate puede, a veces, doblegar el dolor, artillar al guerrero de una resistencia superior a sus fuerzas.

En ese agónico serpentear por la maraña, mutilado, jefe, ángel, acaso lo alienta un vigor mitológico.

La victoria es alcanzar la fatalidad: un alfil en la cartografía de los estrategas, un sitio donde acabarse, una cita con la paz.

La imagina, sin asombro ni resignación, como una madre.
 

 

 

IV - CONFESIÓN

 

"De mí salen las horas, como de un campanario trémulo que azota el viento norte en los días feriados, en los días de feria, de vértigo y azul, y lejanía y sueño".

"De mí sale esta voz dolorida y extraña, difícil como el luto, tenaz como este cielo. Esta voz, también canción o silencio. No de letras ahora. Apenas de pacto secreto con la aurora. Una segunda realidad por donde bebe, andarina, una inválida nube, una nostalgia ajena, un camino de saxos leves en el atardecer."

"Amo a mis compañeras: ternura, duda, tristeza. Un alma a compartir en las orillas del verano."

"Amo esa adolescencia imprevista y veloz que pasó por mi vida como un cometa prohibido y dejé alegre. Loca. Tatuada de espejismo, bajo una lluvia larga. Todavía enamorada, y con las manos llenas de caricias."

"Convoco a la palabra. Convoco al fuego."

"Convoco a los amigos que están lejos. Soñando, sin embargo, todos juntos, el mismo sueño, la unánime patria, la intacta esperanza, la víspera invicta."

"Pienso, luego insito. Soñamos, luego soy"

"Somos: los que se desprendieron del crepúsculo, aconsejaron a Prometeo y educaron los ojos a la ausencia."

"Nos reconoceréis por esta cicatriz de tiempo en la mirada."

Ebrios de luna llena, nómadas que nunca partieron, pasos que anclaron en tierra hostil sin sospechar jamás que se detendrían de pronto, bajo ella.

"Nos reconoceréis cuando regresemos de la muerte."


V - EVOCACIÓN

"Voy a pasar revista a la tormenta. Fusilaré a la muerte, si es preciso."¡Que vengan los de siempre! El Sargento Cuatí, Real Pero, el Teniente Román, Romero, Ríos.

¡Los soldados de antes, esta lucha es de ahora!

¡Los aljibes de entonces, esta sed es de siempre!

¡Que venga Rivarola montado en el relámpago!

¡Y Fariña, por el río secreto de la sangre!

Que traiga Talavera su alfabeto de espinas, su código perpetuo, su aguijón implacable, su poesía o su muerte (que son maneras de ser, o inescrutable fábula).

¡Que vengan a morirse de nuevo, los eternos!

¡Que remonten el tiempo lanchones de Coimbra, los sablazos de Bado, el fuego de Humaitá!

¡Que asuman la defensa, de nuevo, los andrajos, los callos, el machete, el yatagán, el pora, las llagas, el verano, la rabia, la tifoidea, el alacrán, la sífilis, el beso, los recuerdos, los magos, los cantores, el arpa, la Guarania, Correa, la palabra!

La memoria, como cráter colectivo, ilumina imágenes, sombras, espectros.

La noche (superstición del olvido) sueña reclutas, brigadas, sargentos, una mineral infantería de heridas enterradas, el marcial apocalipsis del pombero, la repetición laboriosa de las furias, la eucarística bruma donde residen, subconscientes y múltiples, los pañuelos del miedo, la adarga del coraje, la voluntad de ser, el muro de la vida.

Antequera redacta un poema en la cárcel. ¿Es su silueta la que medita el fogón?

Corrige la escritura fragorosa del destino.

Subraya con rojo énfasis los signos de la libertad, la criptografía cíclica del tiempo.

Niegan sus venas marginales el silencio. Desafían sus poros de polvo el poder colonial. Reparte su energía irresistible juglares, mapas, autarquías, evangelios, navegaciones, telégrafos, talismanes para la sarna o el azar.

Adivina qué calles y satélites imitarán su apellido. El eco de su muerte. El taladro de su paz. Las enjauladas letras del soneto. Las iniciales de su fin.

Mangoré tensa guitarras, contrapuntos, viajes. Afina claves mutuas, laúdes húmedos de selva y manantial. La proporción fluvial de sus tristezas.

Mide la infinita melancolía de la abeja. La exactitud ruidosa de los monos. La persuasión fragante del laurel. Con esta artillería de poesías y música. Así, con esta tropa de herencia acumulada, la leyenda nos asiste y apoya. Con esta arqueología de mártires posibles. Con estas triviales láminas mediterráneas. Con estos simples oficios.

"Voy hacia tí, antigua Patria en peligro, compañera. Paso revista a la sed, a la fatiga, al sueño."

Y en la noche se encienden los humildes.

"Si la Patria es poesía, ¡carajo!, yo también soy Alejandrino."
 

 

 

XIII - LA PALABRA VENCEDORA

 


Oh, sí. Ahí estaba el heroísmo. ¿Pero cómo vencer?¿Cómo despertar en aquellos hombres, sin fuerzas para la muerte y el amanecer, una sed nueva?

¡No, no le habían vedado la voz! ¡Las palabras caben en la guerra!

¡Tenía que levantarse, levantarlos con su palabra!

Después de tanta soledad, tanto sueño, la aurora, otra vez, dependía de la palabra.

¡No había mudado de oficio!

Ceñía la espada, pero ¡Tenía la palabra! …

Entonces, el Coronel apagó su cigarro.

Luego …

Una tensión. Un respiro… y la frase inmortal…

 

“¡ SOLDADOS OS PIDO DOS HORAS MÁS DE MARCHA,

PARA IR TODOS JUNTOS A MORIR EN YRENDAGÚE…!”
 

 

 

 

 

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