LA BORDADORA
Cuento de
STELLA MARIS COSCIA DE MARTINO
(Enlace a datos biográficos y obras
en la GALERÃA DE LETRAS del
www.portalguarani.com )
LA BORDADORA
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La mujer, ex profesora normal, tenÃa manos de hada.
Gruesa y menuda, inclinada siempre sobre su máquina, pedaleando, o con la aguja entre los dedos, convertÃa en verdaderos encajes las telas que trabajaba hasta altas horas de la noche.
VivÃa con su marido en una modesta casa ubicada en un callejón desierto, a pocos pasos de la concurrida calle Tte. Fariña.
Sus hijos, profesionales todos, una vez casados, se fueron alejando de su lado, excepto una, que siempre la acompaño.
Esta hija, arquitecta, creaba los diseños exclusivos que la madre bordaba y sus hijos llenaban el hogar de la abuela con barullo y alegrÃa.
Yo llegue a conocerla bien, porque trabajo para mi, y tan impresionada quede, que la visitaba a menudo.
Su cuarto de trabajo era pequeño: la sala de su antigua casa, que con el tiempo y la necesidad se convirtió en taller.
Allà estaban las dos maquinas con altas y potentes lámparas, frente a los dos enormes arcones.
Cuando estos se abrÃan podÃan llenar de asombro y admiración, como los cofres que contienen tesoros.
En uno de ellos, lustroso y de grandes patas ricamente talladas, guardaba la mujer sus trabajos terminados, listos para, entregar. Los tenÃa como verdaderas reliquias. Solo los sacaba muy de vez en cuando para mostrarlos, porque por años enteros, a veces, esperaban a sus dueños. Sus clientes, en la mayorÃa de los casos, por problemas económicos se demoraban en retirarlos.  ¡Y qué ironÃa! No habÃan titubeado ni un momento en encargarle su pedido.
En el otro baúl mas rustico, de menor tamaño, coleccionaba sus retazos que eran restos de tela de prendas que habÃa bordado alguna vez, clasificadas según los tamaños. Más tarde los utilizaba.
Por eso bordaba dÃa y noche, y siempre terminaba el año con su arcón repleto, no solo de "clavos" (como Llamaba a sus prendas sin retirar), sino de unas joyas en manualidad que confeccionaba con las sobras, en su tiempo libre.
Aparentemente inservibles, esos pedacitos se iban convirtiendo con el correr de los meses, en manteles con increÃbles randas bordadas, almohadones coquetos, exquisitas carpetas, primorosos "individuales" y cubrebandejas y en un montón de trabajos más, que cerca de la Navidad ofrecÃa en pequeña subasta casera. Y prendidos con alfileres, colgados de finos alambres que tendÃa en su taller o clavados en las paredes, ellos eran admirados después, y con suerte, comprados por las amistades de la bordadora.
La venta terminaba siempre con un humilde refrigerio, con masitas preparadas también por sus manos, que servÃa para agasajar a los concurrentes, por el aporte que le dejaban.
Sus dÃas pasaban con rutina. Yo no faltaba a su pequeña feria, de cada fin de año.
Pero por esas cosas de la vida, por las que el tiempo pasa más aceleradamente en una época que en otra, no me di cuenta de que se me habÃan ido, sin sentir seis años, y yo no la habÃa visitado una sola vez.
Al cabo, llegue de nuevo hasta su portón, y allà la encontré, sonriente como siempre.
Pero esta vez fui con Mariana, que llevaba un diseño propio, creado sin ayuda, cuando se pasó hojeando figurines y no encontró nada de su agrado.
El modelo ideado era sencillo, el de su vestido de bodas, y como iba a casarse por la mañana eligió una tela lisa (nada extraordinaria) que tendrÃa solo unos detalles bordados en "Richelieu".
Mariana estaba excitada, con prisa, porque la fecha se le venÃa encima por haberse demorado en decidirse.
La noche anterior a la visita me comentó que "por fin tenÃa el diseño", y fue entonces cuando recordé a esa mujer. Sin pensar más, nos encontramos ante ella.
Mariana, al verla se desconcertó, mientras yo me sumergÃa en los recuerdos de ese hermoso tiempo ido.
Porque la bordadora ya arrugadita, de unos ochenta y tantos años, que nos recibió, ahà sentada en el umbral del zaguán con su criada, al vernos al pie de los escalones, hizo ademan de saludarnos, pero ya no pudo.
Levanto entonces sus manos y gesticuló. Me fue difÃcil reconocer en ellas a las que una vez fueron manos de hada Ahora estaban deformadas por la artrosis.
Comprendà que me reconocÃa cuando gruesas lágrimas le cubrieron el rostro. Pero pronto se puso a reÃr como un niño feliz.
Mariana la miro con angustia, con desesperación. La pobre tendrÃa que cambiar de nuevo el modelo de su vestido. Yo estaba segura de que ya nunca nadie podrÃa bordar como ella.
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