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Sociedad de Escritores del Paraguay SEP

  SEP DIGITAL - NÚMERO 2 - AÑO 1 - ABRIL 2014 - PORTALGUARANI.COM


SEP DIGITAL - NÚMERO 2 - AÑO 1 - ABRIL 2014 - PORTALGUARANI.COM

ESPACIO EN CONSTRUCCIÓN

 

SEP DIGITAL - NÚMERO 2 - AÑO 1 - ABRIL 2014

SOCIEDAD DE ESCRITORES DEL PARAGUAY/ PORTALGUARANI.COM

Asunción - Paraguay


Dirección Editorial

Lisandro Cardozo

Diseño y Diagramación

Natalia Domenech

Corrección

Cintia Cañete

Imagen de portada

Mirta Roa Mascheroni

Aparecen en la portada los escritores

Susana Gertopán

Mario Rubén Álvarez

Alcibíades González Delvalle

ISSN: 2311-0570

Edición al cuidado de los autores


 



ISBN:

Edición al cuidado de los autores.

Edición de la Revista Digital

Abril - 2014

Asunción - Paraguay

 

 

 

 

ÍNDICE

Prólogo de la SEP

HOMENAJE A RUBÉN BAREIRO SAGUIER (q. e. p . d.)

Biografía - Rubén Bareiro Saguier (q. e. p. d.)

Delfina Acosta - Central

Al poeta villetano Rubén Bareiro Saguier (poesía)

Moncho Azuaga - Central

Relecturas de Sófocles (poesía)

Maribel Barreto - Central

La rosa azul de Rubén Bareiro Saguier (crítica literaria)

Renée Ferrer - Central

Llamada (poesía)

Oscar Pineda - Central

A Rubén Bareiro Saguier (discurso)

 

POESÍAS

Feliciano Acosta - Central

Mba’ére piko

Mitãmi

Susy Delgado - Central

Grito del fuego/ Tata Sapukái

Ramiro Domínguez - Central

Consejos

Victor Jacinto Flecha - Central

La memoria del agua

Gozo de la libertad enamorada

De verdad, no soy el ilustre Sócrates

Gabriel Ojeda - Central

Sobreviviendo

La pregunta por el tiempo

La desintegración del tiempo

Leni Pane - Central

La tarde

Ha pasado el día

Albys Paredes - Cnel. Oviedo

Cigüeñas de París

Esta nueva manera de amar

Genaro Riera Hunter - Central

Movimiento de hojas (Microcuentos)

Rito del fantasma

Junglando

Un poco más

Victorio Suárez - Central

Poesía

Mujeres paraguayas

Lino Trinidad Sanabria - Central

Furias y Calmas

 

CUENTOS Y RELATOS

Camilo Cantero - Itapúa

El fantasma de isla Timbó

Lisandro Cardozo - Central

El olvido

Juan de Urraza - Central

Entrevista con el Kurupí

Natalia Echauri - Central

El arreglador

Alejandro Hernández y von Eckstein - Central

Bobi

Lita Pérez Cáceres - Central

Hipocondría

Irina Ráfols - Central

Lo que pasa cuando nadie mira a nadie

Augusto Roa Bastos - Central

El Pasquín - Fragmento Yo El Supremo

Lourdes Talavera - Central

El secreto de la niña mala

 

ARTÍCULOS Y ENSAYOS

Julio Sotelo - Itapúa

Breve recorrido histórico preparando los 400 años de la fundación de Encarnación

Lino Trinidad Sanabria - Central

El guaraní en la educación paraguaya

 

CRÍTICAS LITERARIAS

José Vicente Peiró Barco - Valencia/España

Sobre “Nueve vidas” de Alejandro Hernández

 

 

 

 

 

GABO Y RUBÉN

 

Dos grandes escritores, en un lapso muy breve, han fallecido y levantado una gran nube de comentarios y sentimientos entre escritores, lectores, admiradores y amigos. Uno dejó de existir en México, fue premio nobel, y uno de los gigantes de la literatura latinoamericana y mundial. Gabriel García Márquez, nació en Aracataca, Colombia, conocido como Gabo, o más familiarmente, como Gabito. Autor de libros memorables que marcaron a fuego la renovación e innovación de la literatura mundial, como Cien años de soledad, El Coronel no tiene quien le escriba, Del amor y otros demonios, El amor en los tiempos del cólera, Crónica de una muerte anunciada y muchos otros.

En lo que respecta a nuestro país, a nuestro pequeño universo, nos ha dejado recientemente nuestro querido y venerado escritor y poeta, Rubén Bareiro Saguier; uno de los más grandes autores que vio nacer el Paraguay. Premio Nacional de Literatura, Maestro del Arte, estudioso y promotor del engrandecimiento del guaraní, fue exiliado muchos años por la dictadura stronista y llegó a obte­ner al rango de embajador de Paraguay en Francia.

Cada uno de ellos ha vivido intensamente, teniendo a la litera­tura como el norte de su vida, en disímiles circunstancias, en mun­dos diferentes pero en un mismo tiempo. Ambos han rebasado los ochenta años, vividos dignamente y en plena creatividad.

No quiero hacer elogio de los premios logrados por ellos, sino celebrar la vida dedicada a lo que creyeron que era lo mejor para sí mismos. Creyeron, sin egoísmos, en lo que podían dar a la literatu­ra, a su país y al universo.

La muerte, como siempre se ha dicho, es un hecho ineludible en la vida, y está presente siempre en la poesía, la novela y el ensayo. La muerte es inherente al hombre y a toda especie viviente, como un hecho sensible y siempre temido.

Ambos escritores se aferraron a la vida, como a narrar y reflexio­nar sobre ese tabú -la muerte- presente en sus obras, en nuestras obras y en nuestra cotidianeidad.

Al rebasar ambos escritores esa barrera ineludible en que el si­lencio y el reposo son eternos, quedan sus obras que los manten­drán por siempre en la inmortalidad, en nuestras mentes y recuer­dos más próximos.

Gabo y Rubén ya forman parte de ese círculo eterno en que la resurrección es posible, pues ellos nacerán, crearán y morirán en el espacio-tiempo, por siempre en cada línea de sus inmensos legados.

La poesía, la novela y el ensayo, se reivindican y crecen en cada uno de nosotros, los lectores, los escritores y admiradores de estos dos gigantes de la literatura universal.

De esta forma, la Revista Digital de la SEP, rinde un sentido homenaje a Gabriel García Márquez y a Rubén Bareiro Saguier, quienes dejaron indelebles huellas que debemos seguir en el largo periplo de nuestra vida literaria.

Lisandro Cardozo

PRESIDENTE

SEP

 

 


 

RUBÉN BAREIRO SAGUIER (Q. E. P. D.)

22 de enero de 1930 - 25 de marzo de 2014

 

Nació en Villeta del Guarnipitán, Paraguay, en el año 1930. Es uno de los miembros destacados de la ge­neración del ‘50. Abogado por la Universidad Nacional de Asunción, 1953. Licenciado en Letras, también por la Universidad Nacional de Asunción, 1957. Doctor de Estado en Letras y Ciencias Humanas, Universidad Paul Valery, Montpelier III, 1991.

Fundó el Ateneo Yiriato Díaz Pérez y dictó la Cáte­dra de Literatura Hispanoamericana en la Facultad de Filosofía. Fundador y director de la Revista Alcor.

En 2010 fue nombrado por decisión de la Asamblea Ordinaria de la Sociedad de Escritores del Paraguay, Presidente Honorario, institución esta de la cual fuera socio fundador.

Poeta, ensayista, periodista, narrador, docente, crí­tico literario, líder intelectual, fundador de academias literarias, todas actividades desarrolladas con gran en­tusiasmo y en las que se ha destacado por su talento, su dedicación, su amplia cultura, por lo cual obtuvo numerosos premios y distinciones.

El premio Casa de las Américas le valió el destierro de su país, se exilió en Francia, país en el cual fue do­cente y luego embajador de Paraguay.

Gracias a su trabajo, la palabra guaraní toma su lugar en los medios académicos más prestigiosos y se afirma con fuerza como un instrumento imprescindible para un nuevo proyecto de sociedad en el Paraguay

Luego de la caída de la dictadura, regresa a Paraguay y toma asiento en la Asamblea Constituyente de 1992 donde plantea la cuestión de la oficialización de la len­gua guaraní como un asunto político fundamental.

Distinciones

• Primer Premio – Concurso Ateneo Paraguayo. Asunción, 1952.

• Primer Premio – Concurso de Cuentos – Revista Panorama. Asunción, 1954.

• Mención Especial – Concurso de Poesía Latinoa­mericana – Revista Imagen. Caracas, 1970.

• Primer Premio – Concurso Internacional de Cuen­tos – Casa de las Américas. La Habana, 1971.

• Declarado Maestro de Arte – Literatura – Congre­so de la Nación. Asunción, septiembre 2005.

• Premio Nacional de Literatura. Asunción, 2005.

Condecoraciones

• Comendador de la Legión de Honor. Francia, 1997.

• Gran Cruz de la Orden Nacional del Mérito. Pa­raguay, 1998.

• Comendador de las Palmas Académicas. Francia, 1999.

• Gran Oficial de la Orden Nacional del Mérito. Francia, 2003.

• Orden Nacional del Mérito, Grado Don José Fal­cón, Ministerio de Relaciones Exteriores. Asun­ción, 2005.

Obra

Biografía de Ausente, Pacte du sang, A la víbora de la mar, Literatura guaraní del Paraguay, Antología per­sonal de Augusto Roa, Estancias/Errancias/Querencias, Antología poética, Augusto Roa Bastos, caída y resu­rrección de un pueblo, Prison, Anthologie de la poésie paraguayenne du XX siécle, en colaboración con Carlos Villagra Marsal, De nuestras lengua y otros discursos, De la literature paraguayenne: un processus Colonial, entre otras.

Fuente: Servilibro

 

 

 

Mansión Scavone - Asunción - Dibujo de Raquel Rojas Peña

 


AL POETA VILLETANO RUBÉN BAREIRO SAGUIER

 

Y van cayendo rosas lentamente

en tu morada que es también la cuna

de aquella eternidad que a ti te toca.

Cuán frágil es la vida, cuán ligera

es la existencia que te ha sido dada amigo

arrebatada en un pequeño soplo.

Ahora que ya duermes en tu pueblo

al pie de un árbol y te viene encima

el silencio sin pausa de la hora

en que pararon todos los relojes,

te recuerdo y te lloro hermano mío.

Por este lado de la vida llueve

y aroman vagamente los jazmines.

El resplandor del tiempo te corona.

Un cocuyo dibuja tu figura

y un canto muy lejano ya te envuelve.


DELFINA ACOSTA

 


RELECTURAS DE SÓFOCLES

 IN MEMORIAM RUBÉN BAREIRO SAGUIER

 

Y Creonte , el tirano,

que tuvo otro nombre en este tiempo

y cuya inmortalidad niego,

ordenó que el cadáver del traidor

fuera expuesto a las bestias y a las aves

carroñeras.

Que sin honores,

sin epitafios

ni llanto de mujeres,

sin discursos fúnebres

se corrompiera a la lluvia y al sol.

Mas, pese el castigo inclemente

el tirano nunca pudo entender

cómo aquel cadáver

después de tantos años

y con sus huesos blanqueados

y mordidos por el viento

por las hienas

y esparcidos por su maldición

aun, pese al tiempo

que al mismo tirano venció,

y al olvido lo confinó,

cómo, Dioses,

el cadáver del poeta

aún cantaba los poemas

que él con su orden censuró,

cómo aquella maldita lengua

cercenada, muerta, perseguida

seguía con la llama de la poesía

cantando su propia muerte

celebrando permanente

la alta dignidad de la Vida!

 

MONCHO AZUAGA



 

Iglesia de la Encarnación - Asunción - Dibujo de Raquel Rojas Peña

 

 

LA ROSA AZUL DE RUBÉN BAREIRO SAGUIER

EN SU VIAJE AL INFINITO

Ensayo de MARIBEL BARRETO


Comienza la historia con un presente en una ciudad cualquiera, suponemos que París porque hace alusión a Montmartre, un restaurante donde está sentado un forastero, quien se aísla del entorno leyendo, como ocurría en la cárcel para no pensar para no soñar. Poco a poco iba penetrando en la zona del inconsciente, veía las letras, pasaba los ojos atropelladamente sobre las páginas, pero sin leerlas. Las letras saltaban y recuerda el truco que hacía en su infancia para dormir, contando corderitos. La técnica de la superposición de tiempos es evidente, él sentado en el bar y allí mismo se suceden escenas del pasado, parece lejano, que trae evocaciones fugaces de la infancia. Inmediatamente un presente continuo, durativo: Había caminado y caminado sin rumbo, tiempo impreciso, pero real, coloca al personaje en una ciudad extraña, es una escena del exilio en la que el personaje pretende olvidar su pasado, aunque sin conseguirlo. En ese momento, surge la imagen de los pétalos marchitándose en el hueco de la mano como quemándole la piel; pero en un tiempo ambiguo en que la memoria quema los recuerdos.

El escritor juega con el tiempo que se desliza en la memoria, la intriga del pensamiento coincide con la intriga de la revelación en un proceso progresivo de au todescubrimiento no precisamente a través de sus pala­bras sino en el desdoblamiento de las circunstancias, el aquí y el allá y luego el antes, el ahora que es momento en que recuerda y el después siempre en el bar con un largo trago en la noche de Año Nuevo.

Rubén Bareiro organiza un universo bastante com­plejo, los recuerdos se suceden no como evocaciones sino como vivencias, el aquí es recordar, el allá tiene su escenario Montmartre, una terraza donde se vive el amor bajo un cielo límpido, lleno de sol y después la tar­de en penumbras, donde los amantes se abrazan con sed insaciable, escenas eróticas se encadenan muy bien deli­neadas, con finura, que leerlas causan un placer artísti­co por la forma en que el cuentista engarza el fuego de las emociones, el aroma de las pasiones, el esplendor del tacto, la música de los besos entrecortados y los temblo­res del tiempo, que oscila entre el ahora y el ayer; justo en ese momento surge el presentimiento de la muerte.

Se suceden las acciones del presente, el vagar sin rumbo en una ciudad hostil. Llega a un puesto de flores y allí la divisa, se sorprende al descubrirla. El capullo le recuerda: a la amada, a la sonrisa ya muerta y sus ojos se volvieron neblinosos. Caminó hacia una plaza con la flor entre el temblor de los dedos.

La hora del crepúsculo es interminable cuando se sufre, el escritor describe el estado de ánimo de su per­sonaje que pasea su padecimiento y su soledad que iban apretando contra el cielo estrellado y recuerda: es no­che de Año Nuevo, los circundantes gritan felicidades. Vuelve al presente en el restaurante, la relación del pa­sado que parecía armónico en su mundo ideal entra en conflicto con el presente que lo expulsa de su ámbito del recuerdo y lo desciende al mundo real, pretende re­cordar unos versos pero le resulta imposible, ella ya no está… el forastero lleva la copa a los labios e ingiere un largo trago que se le volvió agrio. Salió a la calle, asumió su soledad, estoy solo y susurró imposible y la rosa se secó entre sus dedos; como de celofán.

Concluye el escritor: La rosa azul es el símbolo de lo imposible.

Para lograr el efecto de la realidad el narrador se aco­ge en la primera persona, aquí el relator es garante y beneficiario para dar visos de verosimilitud, adopta dos máscaras a lo largo de la historia, porque complementa con su relato en tercera persona omnisciente desde un punto de vista diferente al prestarle voz al personaje, en­tonces se produce el entrecruzamiento que se aprecia en la variación espacio-temporal, porque el narrador asu­me las del personaje para combinarlas alternativamente por medio de deícticos adverbiales responsables directos de los cambios de perspectiva.

Creo que es un cuento magistral, en el que la intriga y el misterio, el plano fraseológico y el psicológico con la actitud del autor, el estilo indirecto libre y el monólo­go crean una estructura perfecta ya que en él confluyen las perspectivas temporales: la del enunciado y la de la enunciación.

 

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LA ROSA AZUL. Cuentos de RUBÉN BAREIRO SAGUIER

Editorial Servilibro, (Colección Bareiro Saguier – N º 3)

(2ª Edición. 2006, Primera edición, Julio 2005)

Asunción-Paraguay 2006

 

 

Estación del Ferrocarril Carlos Antonio López - Asunción

Acuarela de Raquel Rojas Peña

 

 


LLAMADA

EXTRAÍDO DE “PEREGRINO DE LA ETERNIDAD”, 1985

PARA RUBÉN BAREIRO SAGUIER

 

Soy la tierra que llora,

un regazo vacío que abre su tibieza

para acunar tu ausencia,

una espera infinita.

Soy los mangos del patio donde duelen

tus rodillas de niño,

la alcoba de tu primer amor

y el beso aquel temblando en mi fragancia.

Soy el sol que te busca en los portales,

las calles por ti andadas,

una sombra sin nidos,

un viento inmóvil.

Soy la luna trenzada en el encaje

del lapacho florido,

la blanca inspiradora que te extraña

y quiere estar contigo.

Soy el lecho de un sueño desvalido,

el puerto de algún barco que se fue

con su mástil radiante

hacia el olvido.

Soy la tierra que llora

La voz de tu palabra silenciada.

Soy tu madre y te quiero aquí conmigo,

sin réplica

o demora,

porque sin ti soy una vida

atrozmente incompleta.

 

RENEE FERRER


A RUBÉN BAREIRO SAGUIER(*)


¿Cómo despedir a una persona que no se va? ¿Cómo poblarnos de tristeza cuando nos deja tanta felicidad? ¿Cómo hundirnos en nuestras pequeñeces cuando sus palabras nos subliman? ¿Cómo se apaga un alma cuan­do la gloria lo ilumina? ¿Cómo decir adiós al que viene? ¿Cómo sentir ausente al que está?

Don Rubén Bareiro Saguier, estrella rutilante de la generación del cincuenta, marca junto con Augusto Roa Bastos, el más internacional, perenne y formida­ble dueto que hayan producido alguna vez las letras na­cionales. Miembro del PEN Club Internacional desde hace décadas, y asiduo colaborador de nuestra revista bianual, su pluma ágil y fresca, rápida y barroca, in­quisidora y perturbadora, signada de duelo o sellada en júbilo, constituyó siempre la más alta cumbre de nuestra narrativa y nuestra poesía, y el crisol donde se fundían la curva y la quebrada, la belleza y la perfección, a tal punto que navegando por una desgracia, lo hermoso asomaba a cada giro de expresión, a cada ímpetu de su frase, a cada vuelco de su poderoso verbo.

Delicado artesano del término, paciente orfebre del vocablo, arquitecto estructural de sueños, le gusta­ba ordenar concienzudamente el infinito e intrincado rompecabezas de las letras. Tanto así, que con una pala escarbaba los recovecos de la frase y con machete filoso desbrozaba la maraña de la oración, mientras que con cincel de escultor modelaba el mármol de su prosa y de su verso. La enmarañada urdimbre del vocablo escon­dido, de la frase que se oculta sin ningún motivo, del término que hace falta para completar la imagen, esta incertidumbre que a todos nos atosiga y la tranquilidad de encontrarlo que no a todos alcanza, pareciera que nunca turbaron su pluma, pareciera que nunca tum­baron su idea, ni desafinaron su lira. Pintor de paisajes imaginarios, y a veces no tanto, era capaz de volver la siesta indiferente, tórrida, indolente, en un campo de juego, un circo de feria, una fiesta campestre, un re­creo de niños, una Biografía de Ausente, unos Pétalos al viento, unos Ojos por Diente, donde los personajes cobraban la vida, y se atiborraban de muerte.

Maestro insigne del arte, el Paraguay siempre estuvo en su corazón y su mente, y el río, siempre el río, y el naranjo que cubre el campo, siempre el naranjo. El río que para él es una serpiente de céfiro... y el naranjo que desde chico le dio su simiente. Entre Rubén y el que les habla, hubo momentos en que no existió la armonía, pero el respeto mutuo siempre estuvo presente. Rubén era un hombre de sonrisa fácil, de malicia ausente, de hablar pausado, de amistad presente. Lento en la ira, rápido en el perdón, fugaz en la discordia, inmenso en el amor. En la victoria humilde, en la derrota altivo, en el razonamiento noble, en el dilema digno, en el lujo austero, en el trabajo certero...

Rubén, hasta ahora recuerdo, el día aquel en que es­tando en Servilibro con Vidalia Sánchez, una mañana de noviembre del 2005 te llegó la noticia de que ga­naste el Premio Nacional de Literatura y me regalaste un ejemplar dedicado de La Rosa Azul. Y allí, una vez más, resaltaste la palabra Guarnipitán, que era donde convergían nuestras raíces, el punto focal que nos unía, y que evoca el río de céfiro y el naranjo, siempre el na­ranjo... Solo ayer me enteré que mi madre Virginia y Rudy Heyn fueron tus compañeros en la primaria, aquí en la escuela Carlos Antonio López, que está del otro lado del verdor de la plaza.

Hace ya 84 años bajo el signo hídrico de acuario vi­niste a la vida, en un pueblo enamorado del río que en la amnesia del tiempo perdió sus tantos nombres y apellidos, títulos y señoríos. Naciste en un tiempo en que Villeta era puerto naranjero y en los campos baña­dos por el sol, el fruto doraba los altozanos con su rojo candor. De pequeño la sensibilidad coronó tu espíritu y la pluma de Cervantes reposó en tu diestra. Tus ojos claros y soñadores te llevaron a inventar primaveras y días de gestas y ante la injusticia rasgaste las hojas en señal de protesta. Obligado fuiste a Francia y te nutriste de Víctor Hugo y de Molière, de Balzac y Yourcenar, de Sartre y de Voltaire. Aun así y rodeado de la lengua gala no te olvidaste del guaraní, y el urucú de tus labios cultivó la rica savia del Pycasumí. Por esas cosas del destino o la Providencia, quiso Dios en esas raras coin­cidencias llevarte el mismo día en que hace un lustro atrás llevó de entre nosotros a Helio Vera, con quien compartiste sueños y letras, arte y papel, tinta, pluma y afán. Hace muchos años atrás te indicaron que ya no vivirías, que ya eras hombre muerto, que debías labrar tu testamento. Pero como señalaste en una entrevis­ta, desde entonces y hasta ahora simplemente seguiste amaneciendo. Ya pasaron los desvelos, los sinsabores, los apresamientos y el largo exilio. El verano que mo­ría rezongaba nuevos madrigales en tu risa... Hasta este marzo fatal en que te llegó el tiempo...

Te fuiste un día de otoño como las hojas que lleva el viento, con las primeras sombras de la noche, que de pronto sollozó una nueva estrella en el firmamento. Te fuiste en el Tricentenario triunfal de tu Villeta natal que llora en su momento de máximo regocijo al más grande e ilustre de sus hijos. Te fuiste como ola de río, como sombra en silencio, como soledad y olvido, como sueño de estío, y el naranjo, siempre el naranjo, volvió a morir de tristeza...

Pero Rubén... un día de éstos... un día de éstos, nos volveremos a encontrar. Iremos de pesca a un recodo del río, o a la orilla del mar. Tú me contarás de gestas, y yo te hablaré del azar, y en una nube de sueños tú me enseñarás a pescar... a pescar las estrellas y La Víbora de la Mar. En un céfiro plateado, sobre el Guarnipitán, tú vestirás traje blanco y sombrero panamá, yo me vestiré de fiesta con saco de tartán. Un pedacito de cielo tú me revelarás. En un alcázar de flores, brillará un altar, donde los ángeles y la Poesía de los eternos amores te vendrán a cantar. Un arcoíris hermoso será tu tobogán. Tú me contarás tus cuitas, yo te miraré jugar. Con tus ojos infinitos y tu risa manantial, me narrarás de los vuelos, que a la Gloria van, y de rosas azules y naran­jos dorados, que ricos frutos dan... y libaremos juntos el vino perenne, el vino sagrado, de la amistad, en un recodo del río, o a la orilla del mar... camino celeste de la eternidad.

Un día de estos, MAESTRO, un día de estos, MAESTRO... nos volveremos a encontrar...

(*) Discurso pronunciado en representación del PEN Club del Paraguay, el viernes 28 de marzo de 2014, en la Casa de la Cultura de Villeta del Guarnipitán, en ocasión del sepelio del Premio Nacional de Literatura y Maestro del Arte Don Rubén Bareiro Saguier, al pie de su Pindó Cosmogónico.

OSCAR PINEDA

 

 

 

 

 

 

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Cordillera de Ybytyrusu - Obra de Raquel Rojas Peña

 

 

SEGMENTO DE POESÍAS

 

 

POESÍAS EN GUARANÍ DE FELICIANO ACOSTA

 

MBA’ÉRE PIKO

 

Oky che ñe’ãme

amaguasu

ha ndopivéi.

Amboy’u chepytupa pota peve

hi’ãma ko chéve ndopimo’ãvéi.

Mba’ére piko ndosyrýi ra’e nde

rapykuéri

ha omyakỹ ohóvo nde pypore.

Hi’ãma ko chéve ndopimo’ãvéi

ko ytororõ

nde jeho rapykuéri

okapuva’ekue.

Mba’ére piko ndopíri

ko amaguasuete

che pytupa mboyve.

¡Mba’ére piko!


 

MITÃMI

 

Ara hũngy.

Tatatina omo’ã kuarahýpe,

ojoko imimbi.

Tape hũre omumu tekotevẽ

mitã kyrỹi apytépe vare’a opopo,

oñe’ẽ mitãmi ryépe.

Tekoasy ojopy, omocha’ĩ hekove

imba’e ra’arõ morotĩ hũngy ichugui

ikerayvoty kyrỹi hyku.

Ha che asapukái, ahendukase ijapysa’ỹvape

ahechaukase ohecha’ỹvape

jahechápa ndokéi mitãmi rye,

omomombo vare’a

tapehũ ohejakuévo

 

 

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ÑE’ẼPOTY ATY – VOCES DE POETAS EN GUARANÍ

Por FELICIANO ACOSTA y NATALIA KRIVOSHEIN DE CANESE

Editorial Servilibro, Asunción-Paraguay 2005

 

 

 

 

 

 

POESÍA EN GUARANÍ/ CASTELLANO DE SUSY DELGADO

 

GRITO DEL FUEGO/ TATA SAPUKÁI


Chispa del puro azar

o del demonio

llamita

flama

llamarada

arde

chisporrotea

crepita

grita

increpa

escupe fuego vivo

quema los campos viejos

los campos olvidados

de mi tierra.


Tata opiriri reíva

terã Aña rembijokuái

tatarendymi

tata yvytu

tata rusu

hendy

opororo

okapupa

osapukái

oporoja’o

ondyvu tatapỹi

ohapy che retã ñu tuja

che retã ñu

tesaráipe opytáva.



Crece

se encrespa

se embravece

lengua de muerte

devorando implacable

los últimos montes

de mi tierra.


Okakuaa

ipochy

oñemombarete

ñemano heréi

omokokõva

ipaha ñu oĩva

che retãme.


Fragor de ira

tragándose

los ranchos

las hamacas

las gallinas

la yerba

las flores

la miel

los pájaros

las víboras

los peces

los jaguares.


Pochy vai ratá

omokõva

tapỹinguéra

ky’akuéra

ryguasukuéra

ka’a

yvoty

eíra

guyra

mbói

pira

jaguarete.


Atragantándose

de tanta vida inútil

y vomitándola

materia triste

achicharrada

gris

olvido puro

para el viento.


Ijahy’o pa’ã

jeiko reietágui

ha ogue’ẽhápe

mba’e vaimi

cha’imba

hũngy

tesarái potĩ

yvytúpe.


Bronca

exabrupto

eructo

grito

hiriendo

arrasando

calcinando

el antiguo silencio

de mi tierra.


Pochy

ñe’ẽ reity

urẽ

sapukái

oikytĩva

ojaho’ipáva

ohapýva

che retã kirirĩ yma.

 


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A DOS TINTAS - 30 AÑOS – UN TESTIMONIO - SUSY DELGADO

 Edición con el apoyo del FONDEC

Arandurã Editorial. Asunción - Paraguay, Abril 2011

 

 

 

Karanday - Raquel Rojas Peña

 

 

 

POESÍA DE RAMIRO DOMÍNGUEZ

 

CONSEJOS

A UN AMIGO


Un ansia, un ansia, Emilio, te acompañe;

un ansia transparente y delicada:

un ansia de vivir: sí, no te extrañe

que mi alma atormentada

te enseñe una virtud por mí ignorada.


Es fuerza que me escuches, pues mi vida

se extingue en su enfermizo novilunio.

La elipsis que trazó mi alma afligida

en torno al infortunio

me lleva a un eternal y helado junio.


Haz del dolor, cuando tu pecho aqueja,

las alas que te eleven blandamente.

Extrae de mi mal la moraleja!

No busques la rompiente,

si puedes desbordar tranquilamente!


Y así serás feliz: cual no lo he sido,

tal vez por impiedad o desconsuelo.

El mundo sideral será tu nido

y al fin de cada vuelo,

más cerca de tu pico estará el cielo.


Dónde estará la muerte recostada?

En qué tiniebla extenderá su imperio?

A qué región oculta y de misterio

llevará su guadaña ensangrentada?


Por qué en el trance en que me encuentro, serio,

desprecia mi existencia desgraciada?

Por qué, al oír mi voz desconsolada

se cierra el gran portón del cementerio?


Por qué, si el aire no me llega al pecho,

por qué, si tengo el corazón deshecho,

no alcanza a libertar mi alma afligida?


Mas, cómo he de pedir gracia a la muerte,

si en mi alma está, gozando de su suerte,

y llevo el alma muerta en propia vida?

 

 

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COLECCIÓN DE OBRAS COMPLETAS DE RAMIRO DOMÍNGUEZ - POESÍA

Editorial SERVILIBRO

Asunción – Paraguay. 2013 (315 páginas)

 

 

 

 

POESÍA DE VÍCTOR JACINTO FLECHA

 

LA MEMORIA DEL AGUA

POEMAS DEL LARGO SILENCIO DE LA ESCARCHA


El agua

Soñoliento murmullo de paz o torrente atronador

Deja rastro en el mármol

En la arena que arrastra

En el tumulto de hojas que la besa

En el pez que la habita

En el pájaro que la observa

En el cielo que refleja

El agua cimienta su memoria en el devenir de las cosas


El agua

En el fluir de su vida

Construye recovecos

En el que sosiega su palpitante corazón de tierna agua


Acaricia la tierra

Horada a la piedra

Dándole forma de sinuosa cadera de árbol

Y ve con sorpresa

El reflejo de sí misma

En los ojos del venado

Que atentamente mira la desnudez del tiempo

Al otear la membrana del viento

El agua


Traspasa el tiempo

Hiere al cuarzo a su paso

Se despereza en las ondulaciones

y cae en un torbellino sin fin en las cascadas

Para calmarse en las planicies que corre


El agua al deslizarse

Deja rastros en las cosas

Y es configurada por las cosas

Como si fuera el mismo corazón

agua y cosas

Agua construida que al deslizarse arrastra su memoria

¿Con qué riqueza de recuerdos llega el agua al lago

o al mar que la recoge?


 

GOZO DE LA LIBERTAD ENAMORADA

La trasgresión

–garzas que maniobraron el artilugio del vivir–

simiente de mi energía

espontaneidad del sol

perennidad del momento

Festejo la vida que he vivido

gozando de la libertad enamorada


Aún cuando

ya no seré el efebo que despierte los deseos

por las calles

de Ámsterdam

ya no espantaré al citoyen conservateur

desnudándome en el

Quartier Latin de Paris

ni seré parte del amor colectivo

en los cuartos estudiantiles

ya no levantaré banderas

ante el monumento a Danton

no construiré barricadas

mientras un camarada besa a otro camarada

(¡Oh Paris del 68¡ la mejor primavera de mi vida)

Yo la sigo gozando


Ya no haré el amor en las tranquilas playas de Beirut

Ni tampoco descolgaré

Aromas y percances

Por los muelles abarrotados de Frankfurt.

ni besaré tu cuello

en el Partenón mirando el mar a los lejos

Ni tan siquiera Ibiza

En sus playas iluminadas por la luna

Dejará que cumpla con la ceremonia del sexo

El mar ya no junta caracolas

ni besos arenados por las mañanas

Pero yo la sigo gozando

Ya no montaré las cornisas del sexto piso de París

Para llegar a tu difícil ventana

(Estremecida la plaza Republique

por el inminente peligro

–un ladrillo desprendido pudiera

impulsar la caída del amante)

¡oh amor! Solo eres cuando rompes esquemas

y percances.

Mi vida fue tejida en el telar del mundo

En el desparpajo de la libertad total

Hemos vencido todos los muros en recias batallas

Pero el tiempo nos ha vencido

Sesgando nuestro espacio

Mermando nuestra fuerza

Llegó el turno de acumular el silencio de la escarcha

Y sin embargo

Cuánto sigo gozando la vida.


 

DE VERDAD, NO SOY EL ILUSTRE SÓCRATES

no era el ilustre Sócrates,

aunque mis amigos

me miraban

como a uno que tenía el mundo por delante.

un cuello para resistir la tentación

de la propia ternura

como en esos días juveniles

en que ser fiero era dejarse beber

la fina piel de las axilas

la pendiente húmeda y sobresaltada

de la bragueta del pantalón vaquero,

de prestarle el cuerpo duro a la visión

de aquellas que me amaban


en este día, allende de aquellos que he vivido,

sueño alentándome como playa de verano,

delirando por un aria de tus manos,

con un deseo soprano,

con lengua empapada de láudano

soltando las abejas

eclosionando el sol que inunda el polen

el relampagueo de la rosa amarilla

Con tersura moaré, que era la nuestra.


luciérnaga, Venus del deseo inmemorial,

ilumíname

que la estación del verde ha cumplido sus años

y que el largo silencio de la escarcha

es más atardecer que pleno día


no soy el ilustre Sócrates

–ni siquiera su sombra clandestina–

sólo un anciano que desliza hojas yertas

de su propia cómplice memoria.

 

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DE LA ESTACIÓN DEL VERDE - AL LARGO SILENCIO DE LA ESCARCHA 1963-2013

Antología poética de VÍCTOR JACINTO FLECHA

Editorial SERVILIBRO

Asunción - Paraguay , 2013

 

 

 


POESÍA DE GABRIEL OJEDA


SOBREVIVIENDO

Poca distancia

entre el borde del vacío

y el llanto de la historia.


LA PREGUNTA POR EL TIEMPO

¿Con qué tipo de cadenas

se ha sujetado al tiempo?

Convertido en profunda oscuridad

y punto final de un postulado intrascendente

deambula en la lejanía,

retratando su penoso existir.


Cada vez que se recuerdan sus alaridos, se extingue.

Con cada sueño rejuvenece,

cuando despierta desangrado, acontece riendo,

suplicando que el tedio lo olvide.

El secreto ha develado su resistencia a ocultarse.


El tiempo ha roto

las cadenas del abismo

Se ha hecho hombre.

Lejanía de una noche eterna.


LA DESINTEGRACIÓN DEL TIEMPO

Qué silencio en la explanada.

(Agazapado recorro

lugares cercanos viendo lo mismo).

Gentes de todas partes se reúnen

duermen para no recordar,

sueñan con la recensión del tiempo.


Mientras sigo pensando

a lo largo de esta observación

unos cuervos descienden

y se comen los ojos de los durmientes;

Despiertan tambaleantes,

claman venganza, se tropiezan, caen

y vuelven a repetir lo mismo,

golpeándose unos a otros

empiezan a comerse entre ellos

después saltan al abismo

y se hunden en el olvido… en el olvido…


Mientras sigo pensando

a lo largo de esta observación

de la miseria humana,

me propongo resolver el misterio

de la oscura lejanía

que se hace cada vez más imposible.


He muerto varias veces

y continúo preguntándome

sobre el esfuerzo de muchos

en saltar al abismo

sin lograr despertar nunca.


Mientras sigo pensando

convierto mis palabras

en su oscura voluntad

haciéndome polvo…


Sin más…

 

 

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REDUNDANCIA DEL ANHELO. Poemario de GABRIEL OJEDA

Arandurã Editorial

Asunción – Paraguay, 2010

 

 

 

 

POESÍA DE LENI PANE

 

LA TARDE

Señor

Haz que la tarde entre en esta habitación

Se colme de verdes, azules y blancos,

Que la luz radiante de la tarde en vela

Inunde la sala y mi alma.

Haz Señor, que las flores rojas del árbol

Tapicen el suelo

Y el concierto de pájaros que buscan el nido

Aniden en mi memoria.

Señor:

haz que la tarde entre en esta habitación.



HA PASADO EL DÍA

Ha pasado el día.

¡Gracias Padre!

En la quietud de la noche

y en la serenidad del alba,

te doy gracias,

y te pido tu bendición

para enfrentar mañana

alegremente,

el reto de un nuevo día.

 

 

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PURA COINCIDENCIA. Cuentos de  LENI PANE

 Editorial (Edición digital)
 
 
Asunción - 2004, 60 páginas.

 

 


POESÍAS DE ALBYS PAREDES


CIGÜEÑAS DE PARÍS

 

Pobre cigüeña gris

no aletees más

perdiste tu ruta de París…


Hay gente blanca con guadaña

queriendo cortar tu paso

gente sin alma

que mata cigüeñas con saña.


Pobre cigüeña gris

por ti las campanas suenan, llaman a muerto,

llaman…

alguien supo que venías

y dio un golpe mortal en tus alas que latían.


Un iluso sigue velando

cigüeñas muertas

y lamentando murmura extrañas letanías

que en ellas yacían.


Pobre cigüeña gris

¿Quién ofrecerá un réquiem por ti?

Perdiste tu ruta de París.

Pobre cigüeña gris.

 


ESTA NUEVA MANERA DE AMAR

 

En la añeja médula de mi alma

y sus recodos...

enquistado te descubro...

a mis años hiciste el trayecto preciso

por nadie descubierto...

Es nueva esa forma de amar

tan apasionada... de reír todas las risas...

Es muy nuevo amar así

cuando el invierno ha llegado aquí.

Amar así me hace sentir esplendente, sin serlo...

Me despierta afanes olvidados...

Esa nueva manera de amar me energiza,

agudiza mis sentidos.

Podrán decir que es un torrente de demencia...

Qué bah...!!!

Que me dominan un cúmulo de sugestiones...

Sí, me dejo dominar por ellas...

Converso con estrellas y flores... Y qué...???

Esta forma tan nueva de amar

me trastorna, me fascina...

Me enreda, me confunde…

Me creo una Reina... O lo soy...???

Vivo asombrada de la intensidad.

Pasmada de ser testigo presencial de mí misma

arrastrada a mis confines

como raudal incontenible

sublimizada en mi esencia...

Agotada la magia de las cosas

encontraron nuevos cauces, otras sendas

despertando azorados enigmas ávidos de locuras...

Sí, ya amé así...

Sí, ya me amaron así...

Sí, ya dejé de amar.

Sí, ya me dejaron de amar...

Pero, el amor, soy yo misma...

 

 

 

Colonia Independencia - Raquel Rojas Peña

 

 

 

MICROCUENTOS DE GENARO RIERA


MOVIMIENTO DE HOJAS

 

Danza del genio miel,

melodía del caminante.

Santos del primer momento,

lamentos por la noche corta.


JUNGLANDO

 

Mirando se pasea,

no sabe si son niños o niñas,

están desnudos…

Sin recta, él se reanima

jugando y educando.


UN POCO MÁS

 

Siempre se puede un poco más,

hay un genio que ata y reconcilia,

¿por qué no dar… un paso más?.

Se puede iluminar algo más,

no al cielo ya luminoso,

pero sí, a algo que habita dentro de ti.

Entonces, ¿por qué no multiplicarse un poco más?

aunque se desaparezca en cada presencia.

 

 

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POESÍAS DE VICTORIO SUÁREZ


POESÍA

 

Después de tantas semanas regreso a ti

para allanar tu hueco de urgencias dilatadas.

De nuevo comparto contigo la resonancia victoriosa

que sorteó los naufragios

hasta rubricar de luz la uniformidad afligida del alma.

Te encuentro con esperanzas en el camino

que depara acelerados días laborales.

Ambos supimos que el silencio fue apenas la travesura

de un sueño que dejó en el alba

el lejano estremecimiento de aquellos marineros

que te retrataron en el mar.

Habías partido con el vuelo de los pájaros una mañana.

Comprobé tu desatado resplandor

en la comprimida arena de las soledades.

Te habías borrado en la distancia

como el soplo de una aventura.

Pero te guardé en un par de lágrimas para que entiendas

la indisoluble manera de concebirte

en mis sensaciones más profundas.

En este día de marzo estamos descubriéndonos

como en los mejores tiempos de la vendimia pasional

en que me tocabas el corazón

mientras yo te desvestía en mis ojos.

Volvemos al oficio penitente de mirar el sol.

Supongo que también retornaremos a las noches

que hurgan en los espacios del sigilo.

Volviste mi hermosa marinera,

mi palabra transpirada.

Sigues siendo la misma estrella en mi garganta

agitada por tu rebeldía y señales libertarias.


 

MUJERES PARAGUAYAS

 

Mojaron el alba con sus ojos

y levantaron sus pies desde el duelo soterrado

de la agonía.


Deshojaron sus lágrimas

entre las alforzas de las batallas

y en cada gota sanguínea dejaron una rosa

para cubrir los valles extendidos ante viejas carretas

que empujaron la esperanza embellecida

de los días.


Levantaron sus manos de fuego para encender

el rostro humilde de la patria.

Colgaron el luto en sus trenzas,

golpearon la quietud de sus muertos

y brillaron como en las Termópilas

igual a un ejército que nunca se apaga.

 

 

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VARADERO (EL BURDEL DE ÑA CANDÉ). Novela de VICTORIO SUAREZ

Editorial Arandurã

Asunción-Paraguay, Julio 2012

 

 

 

 

 

POESÍA DE LINO TRINIDAD SANABRIA


FURIAS Y CALMAS

 

Fragoroso avanza, agresivo y fuerte,

el viento;

tornado tormenta, su furia desata;

arranca de cuajo árboles y techos,

gajos que disparan y vuelan al aire

se ven por doquier.

Poderosas ramas tuercen sus siluetas,

que al girar crujientes

hacen un concierto tenebroso y frío.

De pronto, la calma y el agua descarga

su ímpetu claro.

Al rato,

las gotas que caen con rítmica fuerza,

se vuelven raudales que, despavoridos,

corren por los desniveles.

De pronto, otra calma:

la lluvia copiosa culmina su obra.

quedan unas que otras gotas temblorosas,

aferradas a las verdes hojas

Que bailan al viento.

Pasó la tormenta y calmó la lluvia.

Quedan los raudales que huyen deprisa,

cargados de espuma. Y queda inundado

el mojado espacio del “Tahyiveve”.

 

 

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APUNTES DE GUARANÍ - BILINGÜE: GUARANÍ - CASTELLANO

Autor: Prof. Lic. LINO TRINIDAD SANABRIA

Ilustración: JUAN MORENO

Coloreado digital: SUED SUZAN CONDORETTY

Edición de ABC COLOR

 

 

 

 

(Esperar unos segundos para descarga total en el espacio - Libro digital/ PDF)

 

 

 

 

 

CUENTOS Y RELATOS

 

 

 

EL FANTASMA DE ISLA TIMBÓ

Relato de CAMILO CANTERO

 


Ahí está. Omnipresente. Omnipotente. Nadie lo ve: todos lo sienten. La leyenda supera el paso de generacio­nes. ¿Cuándo surgió?. Es la eterna interrogante, pero en las praderas y tranqueras de Misiones los matorrales no pueden ocultar el temor que genera. Él o ella sigue ahí. Tiene autoridad. La que tantos humanos luchan por obtener: autoridad moral. Aquella que no es ninguna concesión graciosa, al contrario es una constante lucha entre el ego propio y el entorno, de manera a proyectar una imagen favorable al propio sujeto. Es una deidad que genera devoción de propios y extraños. Es más, ¡le temen!

Y se la ganó. Hay días o noches en que se viste de hombre, otras de mujer; aunque su preferida es trans­mutarse en aquella rubia con túnica blanca y sin rostro, que aparece “como si nada-desde la nada” para volver a desaparecer, dejando a su paso un destello luminoso que puso de pelos en punta a más de uno. Sus víctimas preferidas: hombres al mando de volantes con espíritus de donjuán y que no sean devotos, ya sea a su presencia o a algún místico integrante de alguna religión que se practica en cualquier horizonte del mundo.

Todos la temen. Es que da miedo. Algunos llegan incluso al espanto. El manto de oscuridad es su alia­ do. Pocos son los que se atreven a desafiar su autoridad nocturna. Muchos optaron por ir hasta el pueblo veci­no, cuando por motivos de horario, finalmente tenían que descender del bus en el sitio, que en verdad es “su sitio” porque ella desde hace años se adueñó del lugar y esa propiedad nadie discute. El imaginario colectivo es reforzado por experimentados choferes y guardas de las líneas de transporte, quienes con una picaresca sonri­sa, finalmente advierten al desdichado sobre la terrible experiencia al que se exponía si se atreviera bajar en el sitio aquel donde cuando cae la noche, ya nada es igual y todo se convierte en místico.

Es que la fama del fantasma de Isla Timbó se ganó su prestigio.

Es un sitio sagrado, temido, respetado. Aún así aque­llos incautos o envalentonados que pretendieron vana­mente posar sus pies en el lugar donde el “pora” puso su firma, hoy testimonian sobre la rara experiencia que protagonizaron. O aquellos que al solo escuchar algún raro sonido o ver vagamente una imagen que aparecía y desaparecía desde la oscuridad, comenzaron a ganar velocidad y llegar hasta el poblado más cercano: San Patricio, para algarabía de los parroquianos, ya acos­tumbrados a este tipo de leyendas.

Él o ella sigue ahí. Quizás vino con el primer grupo de obreros de la represa Yacyreta, cuando todo termina­ba en ese paraje. Desde ahí, abrieron el esteral y supe­rando la interminable sed de sangre de los mosquitos y mbarigüis construyeron esa obra maravillosa.

El duende vino para quedarse.

Ahí está.

“Nuestro pora”. El paraguayísimo fantasma, que más allá de la mitología está insertada en el ser paraguayo. Los testimonios abundan. La leyenda urbana superó los límites de Misiones y se extendió a lo largo del Para­guay. Ese mismo sitio. Atractivo. Bien construido. Un desvío que cumple con los mínimos requisitos del es­tándar internacional, pero algo no previeron: es el lugar donde un “fantasma” se adueñó del sitio.

Desde niño escucho su historia. La misma historia ratificada por miles de almas misioneras y de otras tie­rras. Las pruebas testimoniales abundan y quería rela­tarla… La historia del “pora” de isla Timbó…. Espero que nunca aparezca en mi camino. Yo por las dudas… le tengo un sacrosanto respeto.

 

 

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CIEN HOMBRES Y MUJERES DE MISIONES QUE HICIERON HISTORIA

MISIONEROS ILUSTRES, TOMO II. . Por CAMILO CANTERO.

Editorial SERVILIBRO.

Asunción – Paraguay, Julio del 2012 (254 páginas)

 

 

 

 

EL OLVIDO

Cuento de LISANDRO CARDOZO

 


“Si mi dueño se olvida de mí, por favor, guárdeme, que él en algún momento de su vida vendrá por mí”, decía en la página en blanco del libro de poemas, con cuidada caligrafía. El libro de tapa dura estaba sobre la mesa del bar donde Diana y Alfredo trabajaban de camareros. Ya eran cerca de las once y debían cerrar el local. Se pusieron a ordenar las cosas, recoger las coli­llas de cigarrillos, doblar los manteles, apilar las sillas a un costado. “Mirá este libro, dijo Diana, alguien se lo olvidó acá”. Alfredo se acercó a mirar y dijo a su vez, “En esta mesa estaba un hombre que pidió café y dos sándwiches de queso… después de un rato pagó y se fue. No me fijé que haya dejado ese libro, o sino le avi­saba”. “Mejor que no le hayas avisado, porque así voy a tener qué leer, dijo Diana y rio, me gusta leer poemas, es más, me gusta escribir también”. “¿Vos escribís?, dijo algo sorprendido el muchacho y rio. No te veo a vos escribiendo poesía. Eso es más para chicas finas, román­ticas y vos sos medio tocame un tango, Diana” Rieron ambos con ganas “Es que soy divertida, feliz y aunque un poco loca, me gustan esas cosas”

Diana llegó a su casa, cercana al bar, donde vivía con su madre. Era más de medianoche. Se duchó y se dis­puso a leer el libro. Recorrió con la vista la puntillosa caligrafía del hombre, que según los grandes rasgos que le dio Alfredo, era de unos cuarenta años, alto, aunque por la penumbra del lugar no pudo distinguir si era tri­gueño o moreno, fumó uno o dos cigarrillos con el café, además “no le presté mucha atención, porque el hombre era un cliente más, como los de siempre”, dijo Alfredo para concluir su descripción. El libro era voluminoso y en la gruesa tapa decía en letras caladas y pintadas en oro: “Obras Completas de Olivio Garrido”. Nunca había escuchado hablar de ese poeta, lo que no probaba que no existiera o no hubiera existido. Buscó datos so­bre el autor y vio que era español, que vivió a fines del siglo diecinueve en Granada.

El primer poema del libro se titulaba “La luna como tus ojos”, y al leer los primeros versos Diana, sintió un cosquilleo en el corazón. Era un poema de amor que enseguida la transportó a paisajes de ensueño, a bus­car al hombre ideal de sus sueños. Leyó y releyó verso a verso, el mismo poema, que el autor enamorado ha­bía dedicado a alguna mujer. Una vez vencida por el sueño, puso el libro abierto sobre su pecho y durmió plácidamente. El libro amaneció a su lado, y ella hecha un ovillo, tratando de entrar en calor, con el frío de la madrugada.

Esa noche llevó el libro al trabajo a la espera de que venga el dueño, pero el mismo no dio señales de vida y tuvo que volver a su casa con el paquete bajo el bra­zo. Esa medianoche se dispuso a disfrutar del segundo poema, que le resultó un poco más enigmático, por las imágenes y la métrica endecasílaba. Así fueron pasando los días, idas y venidas con el libro, lectura a gusto de los poemas y en consecuencia sus emociones, sus fantasías que se encendían más y más cada noche, estremeciendo su ser. Idealizó al poeta, y al dueño del libro que nunca apareció en búsqueda de ese preciado objeto.

En sus noches, que ya se iban volviendo insomnes con las lecturas obsesivas que parecían no avanzar, ima­ginaba al poeta, que la esperaba a la vuelta de su casa, le llevaba flores rojas y amarillas, o le mandaba intermi­nables cartas de amor que ella inventaba en su mente, y parecían surgir letra por letra sobre papeles de colores. Estas cosas ella las comentaba con su compañero, Al­fredo, quien la escuchaba mientras secaba copas o do­blaban juntos servilletas, y después reía de la ocurrencia de su compañera. Le daba una pequeña palmada en la frente, como para hacerla volver a la realidad y le decía riendo: ¡A vos te falta un hombre, Diana, porque o sino vas a enloquecer!. Ella también reía de sus propias his­torias, aunque se reservaba las mejores partes.

El libro tenía doscientos ochenta y cuatro poemas. Recordaba que fue dejado por el extraño el siete de julio del 2007. Pensando en coincidencias se dio cuenta que se repetían tres sietes, los números de la cantidad de poemas sumaban dos veces siete y la mesa que ocupó era, precisamente, la número siete. ¿Qué puede signi­ficar todo eso? se preguntó varias veces, y lo hizo con Alfredo y con Ramiro, el dueño del bar. Este le dijo que esas eran agüerías, que no haga caso. Contrariamente a lo que Alfredo le dijo, “Todo eso da que pensar, Diana. El siete es un número mágico, bíblico y tenés que con­sultar con alguien que sepa de esto. Un espiritista, creo, que sabrá qué significa eso”. Ella, por supuesto no hizo caso a lo que dijo Alfredo, pues sabía muy bien que él era bromista y burlón.

Ya iba por la mitad del libro.

Entonces Diana, tenía un gran dilema: ¿Estaría enamorada, y tanto el poeta como el dueño del libro, ambos sin rostros definidos, se estarían disputando su amor?. Cada noche, debía elegir con quién salir a rea­lizar sus muchos sueños, a caminar sobre arcoíris que unían continentes, hemisferios y los llevaban a bosques, extrañamente luminosos y misteriosos. Siempre desper­taba sobresaltada, tras dormir vencida por horas insom­nes, hecha un ovillo, destapada y temblando de frío.

Ese desmejoramiento de Diana fue notado por Al­fredo y Ramiro. Ambos le señalaron lo mismo y le re­ comendaron que se tome unos días de descanso, pues durante el invierno había poca gente y ambos podían arreglarse bien con la clientela. Diana se tomó un fin de semana y se dispuso a descansar, pero del libro no quería desprenderse. Era como una cuestión de vida o muerte terminar con la lectura. Con las horas de ocio, ella se dispuso avanzar más, porque cada página era mo­tivo de suma atención. Hacía anotaciones en un cuader­no, de similitudes temáticas, de lenguaje, imágenes y lo que ella entendía por estilo. Así pasaron unas semanas, hasta que un día Alfredo le dijo que le pareció ver al hombre que había dejado el libro en el bar. Esto llenó de alborozo a Diana, aunque luego, apesadumbrada pensó que debía entregar el libro antes de leerlo todo. Pero enseguida no hubo más noticias del personaje parecido al de aquella noche.

Llegó a la última página del libro y era como el últi­mo capítulo de una novela de amor que ella fue recrean­do en su mente. No quería que nunca llegue ese ins­tante, pues sabía que muchas cosas cambiarían, como la felicidad transitoria con las fantasías que transitaron su cerebro y que por momentos la llevaron a somatizar sus emociones, con intensas vibraciones íntimas que la dejaban exhausta y aterida.

Esa madrugada, Diana, cerró el libro y sintió una paz aparente. Había leído el último poema, que la dejó desolada, pues la sacó de su cotidiana emoción, por lo trágico de la situación amorosa, con la que se coronó el poemario.

Ese mediodía las noticias dieron cuenta de una muer­te, que podría ser un suicidio o un asesinato, porque no se sabía muy bien si las marcas en el cuello de la joven mujer aún no identificada, eran de una soga, o de las fuertes manos de un hombre.

Pasó el tiempo, y al otro lado de la ciudad, una mujer que fue esperar a su novio en un pequeño bar, en el asiento de al lado del suyo, encontró un libro de tapa dura que decía: “Obras Completas de Olivio Garrido”.

 

 

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ENTREVISTA CON EL KURUPÍ

Cuento de JUAN DE URRAZA

 


A modo de introducción:

El Kurupí es un ser de la mitología guaraní represen­tante de la fertilidad y virilidad, normalmente descrito como un hombre bajo, con rasgos indígenas, moreno, del­gado, y que tiene el órgano reproductor de un tamaño so­bredimensionado, enrollándoselo alrededor del cuerpo en siete vueltas para poder caminar y realizar sus actividades con soltura. En épocas precolombinas, e inclusive actual­mente en el campo paraguayo, todavía se responsabiliza al Kurupí de los embarazos de las jóvenes solteras. El Kurupí es hijo maldito del espíritu del mal Guaraní (Tau) y de Kerana, hija de un cacique. Tiene otros seis hermanos, de los cuales sólo uno tiene apariencia semejante a la huma­na: el Jasy Jatere, y los demás son simples bestias monstruo­sas y terriblemente peligrosas: Luisón, Moñai, Mboi Tui, Ao-Ao y Teju Jagua.

La mano del entrevistador temblaba de forma in­usual. Presionó el botón de grabación de su antigua y fiel compañera grabadora, y esperó unos segundos antes de hablar. A pesar de haber reporteado a grandes figuras del espectáculo, la política y el deporte, la personalidad actual lo ponía tan nervioso como si esta fuese su pri­mera vez. Y es que tenía ante sí a una de las primicias más grandes del mundo, una que por fin demostraría su calidad de periodista y de investigador.

—Siendo las diez horas de un doce de enero del año 2002, en la ciudad de Asunción, se inicia una entrevista que quedará registrada en esta cinta, realizada por Ger­vasio Fuentes... Bueno, comencemos... Dígame señor su nombre, edad, dirección, lugar de trabajo...

Un hombre de treinta años se encontraba del otro lado del escritorio, los cabellos medianamente largos y pajizos, ojos grandes y negros, una sonrisa torcida, pe­tiso, no alcanzaba el metro sesenta, y con una pancita que denotaba años y años de cerveza sin control. De to­dos modos, irradiaba un carisma irresistible, atrapante, hipnótico.

—Me llamo Kurupí, vivo desde que existe nuestra cultura, por ahora resido en el edificio Curupayty, oc­tavo piso, y de profesión... Podríamos decir que soy jor­nalero.

—¿Jornalero? —inquirió el periodista.

—Sí —aseveró el otro—. Por decirlo de alguna ma­nera. Hago lo que sea necesario para subsistir... Antes, en épocas precolombinas, simplemente me tiraba bajo un árbol y comía de su fruta, durmiendo con las estre­llas como techo. Pero ahora, desde que vine a la ciudad, tengo un confort, un estilo de vida que mantener, y eso se paga con metálico, no hay otra forma. Por lo tanto tengo que trabajar.

—¿Y qué tipo de trabajos realiza?

—De todo... Por lo general, debido a mis dotes privi­legiadas, trabajo de gigoló, y me va muy bien, pero aho­ra, con la crisis, ni las “señoras bien” casi pueden pagar mis servicios. Es por eso que estudié en la universidad, y me recibí de administrador de empresas, abogado, ana­lista de sistemas y bioquímico.

—¿Todo eso?

—He tenido mucho tiempo para estudiar, y además ese es un buen lugar para conocer jovencitas... Ahora estoy viendo la posibilidad de hacer un máster en la Universidad Nacional, lo que me abriría puertas en el extranjero, quién sabe...

—Acaba de mencionar existir desde siempre, y haber tenido mucho tiempo para estudiar... —Fue guiando la conversación el interlocutor—. ¿Es usted humano?

—Sí, y no. Sí porque si me ves, te darás cuenta de que no me falta nada para ser humano, ni en mi aspecto ni en mi forma de vivir. Mi madre, al fin y al cabo, era humana. Y no, porque tengo una chispa divina que me hace especial, e inmortal.

—¿Por qué viniste a la ciudad? ¿Tus límites no esta­ban delimitados a la campaña? —preguntó el reportero en un tono más coloquial.

—Antes, en épocas de los indios guaraníes, nóma­das por naturaleza, yo paseaba por el mundo buscando tribus con quienes entretenerme. Pero al crearse las ciu­dades, se hizo todo más fácil, puesto que mucha gente se amontona aquí y no hay que caminar kilómetros y kilómetros en busca de algún ser humano. Además, me aburrí de las chicas del campo, tan inocentes, que uno tiene que enseñarles todo, y encima al terminar se que­dan enamoradas de vos... Las muchachas de la ciudad ya están en otra onda, todo es sin compromiso ni culpas...

—Así que ahora centra sus actividades en la ciudad capital, y no va más por el campo.

—No compañero, no sea así de extremista. Hago viajes periódicos al interior, para cumplir con mis obli­gaciones en todos los rincones del país. Pero como cada vez más gente se acumula aquí, no tengo tanto trabajo afuera.

—Saliendo un poco del tema... y sin ánimo de ofen­der, yo siempre imaginé que un ser mitológico como usted, sería bruto, ignorante, que probablemente habla­ría sólo guaraní, de hecho, yo había venido preparado para hacer la entrevista en guaraní, pero como usted me recibió en un castellano tan correcto...

—Ah —lo interrumpió el interpelado—. Sí. Como te dije, los tiempos cambian, y hay que adecuarse a ellos.

He estudiado mucho, hice la primaria y la secundaria en colegios para adultos, y aprendí rápido el español, inglés, italiano, francés, y hasta latín. Si te hablara mi guaraní, el puro, el de los indígenas precolombinos, no entenderías nada, puesto que tiene poco en común con el jopará al que estás acostumbrado.

—¿Y de qué le sirve tanta cultura, tantos idiomas? —le preguntó el periodista.

—Variedad, chera’a, variedad. Como te mencioné, aquí en la ciudad hay de todo. Desde empleaditas del campo hasta jóvenes de intercambio suecas que vienen por AFS... Y yo le cumplo a cada una de ellas. Así el diálogo es más fácil. Y ni qué decir cuando me tomo vacaciones, y echo unos polvitos en tierras lejanas.

—¿Vacaciones?

—¿Y qué? ¿No tengo derecho a tener vacaciones? —Se molestó el hombre—. Lo vengo haciendo desde 1880 más o menos. Un viajecito cada tres o cuatro años. He recorrido muchas partes del mundo.

—Y dígame señor... —Gervasio esperó unos mo­mentos para lanzar su pregunta, pensando la mejor fra­se posible—. ¿Es cierto todo lo que se dice de usted, el mito del Kurupí?

—Muchas cosas sí, otras no tanto. Soy un ser viril, insaciable, sin duda. Pero la mayoría de los hombres pa­raguayos son así, por lo que tanto no me distingo de ellos, y las mujeres lo mismo, de otro modo no necesita­rían de mis servicios...

—¿Y el tema del tamaño, eso de que la lleva enrollada en la cintura?

—¡Ah! Esos sí que son inventos —rió el interpela­do con ganas, mostrando el hueco de un molar en la mandíbula—. Es cierto que estoy bien dotado, supongo que el clima ayudó en eso, pero no es para tanto. Con esta ropa de ahora es bien difícil disimularlo, ya que todos los pantalones y jeans son bastante ajustados, y los shorts muy cortos. He tenido que inventar métodos como el de la faja, que me ata el miembro a una pierna...

Si hay algo que extraño es andar con todo colgando nomás... Ahora sólo puedo hacerlo en el campo, y ni siquiera allí, porque las ciudades del interior también se han civilizado mucho.

—Ahora le haré una pregunta que todo hombre que lea el artículo querrá saber: ¿Cuál es su secreto con las mujeres? ¿Cómo hace para conseguir lo que quiere?

—Ufff... Ese sí que es todo un tema. En un principio, yo les silbaba por las siestas en las ventanas a las chicas, y cuando ellas se asomaban y veían la mercadería libre al sol, era suficiente.

—¿Les silbaba por la siesta? —inquirió sorprendido el reportero—. Yo siempre creí que el que hacía eso era el Jasy Jatere.

—Ese es un invento de las madres que no querían que sus hijos molesten a la hora de la siesta. El Jasy Jate­ré no existe. En realidad el Pombero es mi séptimo her­mano, lo que hubo es una confusión histórica nomás.

—¿Y sus demás hermanos?

—Los otros sí existen. Acá tengo justamente al Pom­bero quedándose unos días conmigo, mientras consigue una casa hacia Lambaré donde mudarse. Estaba vivien­do cerca de la terminal de ómnibus, pero la cosa está muy peligrosa por ahí, y después del último asalto, don­de lo hirieron con cuchillo, decidió mudarse a otra par­te. Pero el pobre es muy bruto, no le da para estudiar, por lo que trabaja de albañil, sereno y ese tipo de cosas, y gana muy poco. Estuvo un tiempo en Argentina, pero con la crisis y todo eso decidió volverse.

—Me gustaría conocer a su hermano, si se puede — pidió Gervasio.

—Ahora no, tal vez un poco más tarde. Si lo desper­tamos en este momento estará de mal humor, y esa no es una buena idea.

—¿Y los otros?

—Los veo de vez en cuando, pero debido a que ellos no pueden pasearse por la ciudad de la manera que yo lo hago, sólo podemos reunirnos en el campo, en la casa de alguno. Normalmente aprovechamos la Semana Santa y la época de Año Nuevo para hacerlo. Hay historias que cuentan que ellos murieron, pero son falsas, están vivos y sueltos por el mundo, sólo que se han alejado o prefieren estar escondidos y lejos de la civilización.

—Entiendo... Pero prosigamos con la entrevista en­tonces. Me estabas contando las técnicas que utilizás para conseguir lo que muchos hombres quieren y no pueden.

—Bueno, como te decía, antes era simple. Iba, to­maba desprevenida a la chica, pum, y listo. En la época de la colonia todavía preferí el campo, pero luego, al ir creciendo las ciudades, y aglomerándose gente un tanto más preparada, tuve que ir cambiando de estrategias. Leí Cyrano de Bergerac, Romeo y Julieta, poemas de diversos autores, y tuve que empezar con el tema de las cartas románticas y encuentros furtivos bajo la luz de la luna. Esa época no me gustó tanto. Los prostíbulos nunca fueron solución, puesto que por mi honor he ju­rado nunca pagar por el placer, tal vez cobrar en todo caso... Bueno, a inicios del siglo veinte viajé a Brasil, y me radiqué en el norte, donde había un liberalismo ma­yor en el sentido que nos importa, y volví acá recién en la época de Stroessner. Por suerte ya abrieron algunos pubs y discotecas, y el levante se facilitó bastante, ya que las fiestas patronales, mi lugar preferido, se empe­zaron a llenar de chiquilines y se convirtieron en una kermés prácticamente. Pero ahora descubrí un método mucho más sencillo: Internet.

—¿Internet? —repitió el periodista.

—Sí, con Internet todo se hizo más fácil. Hay fo­ros o chats sólo de sexo, donde uno pone un tópico del tipo “Tengo 60 centímetros para compartir”, con su dirección de e-mail, y te llueven propuestas. Es cierto el dicho que dice “todo el que chatea es feo hasta que demuestre lo contrario”, pero me he encontrado con feas habilidosas y con bombonazos muy tímidos que, gracias al anonimato, se despertaban a noches enteras de pasión descontrolada. Prácticamente mis últimos levantes fueron todos por Internet. Puse ahora una co­nexión wireless, para no pagar tanto teléfono, porque me venía una cuenta monstruosa, y aprovecho para ba­jar MP3 o warez mientras preparo la actividad de cada noche. También tengo mi propio sitio web: www.Kuru­piOnLine.com.py.

—¿Sí? ¿Y qué ponés ahí?

—Chistes, fotos eróticas, algunos mitos y leyendas paraguayos, y tengo una zona secreta con fotos y videos obtenidos durante mis actividades. Además le agregué un foro de discusión sobre temas “hot” y estoy viendo la posibilidad de poner un chat también. Tengo muchas vi­sitas al día, y banners con propagandas de los principales moteles de Asunción, e inclusive algunos del extranjero.

—Voy a echarle un vistazo entonces, ya que nunca había escuchado de él. Pero decime, con estos cambios ¿Pasaste de tener tus actividades por las siestas a tenerlas por la noche?

—Lo que pasa es que normalmente la gente traba­ja todo el día y no tiene mucho tiempo hasta la tarde, salvo algunas colegialas... —El hombrecito sonrió—. Y algunas mujeres empresarias que se escapan al medio­día, y en vez de almorzar están conmigo, corneando al marido. Pero las chiquilinas son un caso serio, algunas me manejan mejor que las grandes señoras de antes, con años de experiencia... Estas chiquillas que ni terminan el colegio me enseñan cosas y me piden posiciones del Kamasutra que ni siquiera conozco. El año pasado una salió con que quería probar la “posición del cangrejo”, y, avergonzado tuve que decirle que no sabía como era...

—¿Y siendo esa tu especialidad no leíste el Kamasutra?

—En ese momento no, pero ahora sí, porque no quiero pasar semejante papelón de nuevo. Lo que pasa es que todavía estoy un poco en el viejazo, donde las cosas se hacían pero no se hablaba de ellas. Uno iba, se subía encima y listo. En cambio ahora está de moda eso de hablar del sexo y discutir lo que uno quiere, le gusta o le disgusta, y no es mi costumbre hacerlo. Pero estoy aprendiendo.

—¿Cuántas veces al día realizás tu “trabajo”? —pre­guntó Gervasio con picardía, continuando el tema ca­liente.

—Si es por capacidad, todas las necesarias. Pero en la realidad de tres a cinco. El tema es que con el calor que hace últimamente, no da ganas salir del aire acondicio­nado para saciar a una tipa durante el día. Si en cambio organizo mi agenda y hago un combo tipo tour, donde recorro varias casas y moteles de una vez, entonces sí salgo.

—¿Y no te aburre, o te cansa, tanta actividad sexual?

—Yo fui creado con una misión, y por lo tanto estoy preparado física y psicológicamente para llevarla a cabo. Me siento pleno cuando lo hago. Debido a eso no me aburre ni me cansa... Bueno, de todos modos, me tomo el primer lunes de cada mes de asueto, por lo general voy a un spa en busca de atención y masajes, y en ese día no tengo actividad erótica.

—¿Tenés una idea de cuantos hijos has procreado?

—Uyyy... Esa pregunta es espinosa. Lo que te puedo asegurar y jurar es que son muchos menos de los que se me atribuyen. Eso de que “vino el Kurupí y me emba­razó” es normalmente mentira. Las adolescentes acele­radas salían con esa estupidez siempre que hacían sus cosas con el novio sin pensar en las consecuencias. Yo, por mi parte, tengo la habilidad de saber por el olor de la mujer si está en un momento de peligro o no, y procedo únicamente si estoy completamente seguro que no va a haber resultados del hecho a los nueve meses. Es cierto que a veces me equivoco, pero eso es muy poco común.

—¿Y no te preocupa el tema del SIDA? ¿Te cuidás de alguna manera? —inquirió el cronista.

—Me preocupa un poco, pero qué puedo hacer. No hay preservativos para mi talla, por lo que debo practi­car un sexo “seguro” basado únicamente en mi instinto. Como en el caso anterior, también puedo darme cuenta de si una persona está sana o aquejada de algún mal de esos, sobre todo del kypé. Con ese me curé de espantos una vez, y no quiero ni pensar en ello... De todos modos al no ser realmente humano, la mayoría de las afeccio­nes no me hacen efecto o se curan enseguida.

—Esta pregunta es de índole personal. Si querés con­testarla hacelo, y si no, dejala pasar —dijo el periodis­ta—. ¿Sos heterosexual a rajatabla o no?

El ser pensó por un momento en la respuesta:

—Sí —afirmó—. Soy heterosexual. No puedo ne­gar que a lo largo de mi vida, que ha sido por demás prolongada, me crucé con jóvenes muy lindos, de ten­dencias que te imaginarás, con los que ocurrieron algu­nas cosas. Y ahora están cada vez más churros y metro­sexuales, como si se hubiera puesto de moda estar en la otra vereda. Pero no es lo normal, ha ocurrido muy de vez en cuando, y nunca hice de pasivo, vale la pena aclarar... —El Kurupí sonrió socarronamente—. Varias veces estuve viendo cómo son las cosas en el bar ese, acá a dos cuadras... El de acá cerca... Bueno, no me acuer­do el nombre, pero he visto a los muchachos en busca de otros muchachos, más por curiosidad que por otra cosa. Ah, y cuando recién aparecieron los travestis en la ciudad, en la década del ochenta, caí como un idiota con algunos de ellos, que me engañaron desagradable­mente. De repente pasaba por la esquina, y veía a una prostituta alta, linda, agradable, de buen cuerpo, y que me decía “con vos gratis la primera vez”, y yo no ponde­raba, puesto que era un milagro increíble... Encima me calentaban todo mal, ya que saben hacer bien el trabajo previo. Y al final, cuando me daba cuenta de la realidad, ya era tarde, porque no me iba a quedar con las ganas... Pero como te dije, no es lo normal, y no me considero bisexual de ninguna manera.

—Me has dejado sorprendido —afirmó Gervasio—. A ver... —dijo leyendo su libreta con anotaciones, casi completamente tachada—. ¡Ah! ¿Alguna artista famo­ sa, personaje de la farándula o histórico que haya caído en tus manos, o mejor dicho, en tu entrepierna?

—¡Muchísimos! —exclamó el petiso—. Pero prefie­ro mantener sus nombres en el anonimato, por respeto a quienes ya no están, y para evitar problemas con las que todavía viven. Tú sabes el dicho: “Caballero no tiene memoria”... y “El que come callado, come dos veces”... Sí te puedo asegurar que la mayoría de las “modelos” las he probado, inclusive las más caras, y en el fondo no son la gran cosa. También damas de muchos políticos y empresarios conocidos, y cantantes o artistas de cine del extranjero, puesto que he realizado viajes exclusi­vamente para conocer a algunas. También a la famosa Madama, pero dejémoslo ahí.

—Bueno, y ya que no podés dar nombres de quienes han caído... ¿Te animás a dar el nombre de alguna que se te haya negado?

El Kurupí se puso tenso, trayendo recuerdos remo­tos, frunciendo las cejas— Hubo algunas pocas... — dijo—. Sobre todo santas, vírgenes y castas. Alguna que otra monja, pero pocas... Hace un tiempo conocí a un par de lesbianas, de esas que no quieren siquiera probar a un hombre, y me rechazaron sin miramientos... Pero ya me he recuperado. Prefiero no hablar del tema. Ah, y si te preocupan tu madre y tu hermana... Pues tampoco han caído en mis redes aún.

—¿Y te has enamorado alguna vez de una mujer? — Cambió de tema Gervasio nerviosamente.

—He llegado a tener parejas estables algún tiempo, tipo novias. Pero como no soy humano, no tenemos fu­turo. Por lo tanto todo se reduce a varios encuentros a lo largo de un año o dos, a pasear o viajar juntos, ir al cine y todo eso, en muchos casos sin actividad sexual en todo ese tiempo, puesto que es lo que me sobra con las demás... Pero al final tengo que dejarlas nomás, antes que descubran lo que soy en realidad o que se encariñen demasiado conmigo.

—¿Y nunca has pensado ir al psicólogo para tratar tu obsesión?

—¿Psicólogo? ¿Obsesión? Yo no tengo ningún desor­den mental. Yo no soy humano, soy un ser creado para el sexo, nada más. Ya te lo dije, existo porque se me necesita. Cuando ya nadie precise mis servicios, dejaré de existir, puesto que ya no tendré razón de ser.

—Bueno... Para ir cerrando entonces la entrevista. Físicamente no sos un privilegiado, si bien intelectual­mente veo que estás muy bien preparado, pero, como vos mismo dijiste te has ido cultivando en los últimos años, por lo que en la época de la colonia, o antes, su­pongo que estarías al mismo nivel del Pombero...

—Así es.

—¿Entonces, podés explicarme porqué sos tan irre­sistible para el sexo opuesto? Es como la música esa “Que tendrá el petiso”...

—Ah, eso se llama carisma, tacto, saber hacer las cosas. Saber qué decir y qué mostrar en el momento adecuado, cuándo ser furtivo y audaz y cuándo con­servador. Son virtudes que me acompañan desde el nacimiento... Cada una quiere ser tratada de diferente manera, o le seduce algo distinto. Y, lo más importan­te, ellas no me ven así... Puedo trasfigurarme, parecer alto, rudo, o delicado, mestizo o nórdico... Recuerda que en realidad soy un ser mítico, y mi forma no es real. Ellas ven en mí su hombre ideal, yo reflejo sus expecta­tivas más profundas y escondidas, y así me recordarán siempre. Lo que yo sea verdaderamente, en el fondo, no importa. Tú mismo estás reflejando en mí tus deseos, recuerdos y preconceptos, y por eso me ves tal cual es­toy frente a ti. Pero tampoco soy esa visión que tus ojos perciben ni tengo la voz que oyes.

—Entiendo —susurró Gervasio, concentrándose e intentando verlo diferente, utilizando su imaginación, pero sin lograrlo. Probablemente sus preconceptos es­taban demasiado arraigados como para cambiarlos de forma racional—. Entonces no hay una receta para que nosotros, los feos, seamos más deseables.

—Siempre la hay. Podés comprarte una moto gran­de, sobre todo si sos gordito y pelado, o un descapota­ble, tener mucha plata, ser fashion, o usar Internet. Mu­chas parejas serias o sólo de una noche sin compromisos se han formado allí, y por lo que veo funciona bien.

—Ya veo, voy a probar eso entonces, porque lo otro no creo que pueda... —Gervasio sonrió—. Y bueno, una última pregunta, ya fuera del artículo que escribiré y de esta entrevista —dijo el hombre, apagando la gra­badora—. ¿Por qué me estás contando todo esto? ¿Por qué me llamaste para que te haga una entrevista?

—Porque estaba cansado de que se mienta sobre mí, de que se tergiversen los hechos, de que se crea que soy un mito extinto, porque mi nombre se pronuncia cada vez menos. En el campo, algunas chicas no me reco­nocen cuando aparezco... Nos invaden todo el tiempo con mitos extranjeros, como el Yeti, el monstruo del lago Ness, Pie Grande, el Nahuelito, el Chupacabras, los ovnis, el Área 51, los dinosaurios de Jurassic Park, y todo eso; pero se olvidan de nosotros, los verdaderos, los que existimos dentro de nuestras fronteras. Y quiero una reivindicación ahora.

—Pero no querés que te saque fotos.

—No. Difícilmente una película capte mi esencia verdadera, la cual es invisible, y la verdad es que no espero que publiques esto en un periódico serio, sobre todo porque harás el ridículo, y cuando me busques ya no estaré más aquí, y no tendrás prueba alguna más que tu grabación. Lo que quiero es que guardes esta conversación un tiempo, la mastiques, y la publiques en algún lugar donde puedan tal vez creerte, y quienes no lo crean, lo lean como un cuento, y les afecte por lo menos inconscientemente, cambiándole sus conceptos sobre mí. Te recomiendo alguna revista de ciencia fic­ción, un libro de relatos o una antología de narrativa.

—Está bien, pensaré en eso. Desde ya agradezco la invitación que me has hecho, y lo sincero que has sido conmigo.

—Por favor, fue todo un placer —le respondió el hombre de cabello hirsuto, pasándole la mano y acom­pañándolo al ascensor.

Al salir de la habitación y cerrarse la puerta detrás suyo, Gervasio dudó por un momento de los instantes recién vividos, pensando si no fue todo una alucinación o un sueño. De todos modos no tuvo el coraje necesario para volver a abrir la puerta, pensando que tal vez en­contraría una habitación vacía.

El hombre volvió a su trabajo, a su vida normal, y una vez interiorizada esa verdad, sabiendo que pasaría por loco si la publicaba, transcribió la entrevista y me la dio, para publicarla junto con mis cuentos que sabía pronto divulgaría. Yo simplemente le agregué algunos matices y la hice más entretenida y agradable al lector convencional o de ficción. Y ahora esta historia ha lle­gado hasta ti, querido compañero. Tal vez sea verdad, tal vez fantasía, pero sólo se puede afirmar que la fe va mas allá del razonamiento, y que la verdad... está allá afuera... (Y en este caso, actuando en nuestro entorno).

 

 

ENLACE INTERNO AL LIBRO DONDE FUE PUBLICADO ORIGINALMENTE

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VERDADES FUTURAS Y MENTIRAS ANTIGUAS (ESCRITAS EN UN PRESENTE INCIERTO)

Por JEU AZARRU

Arandurã Editorial,

Asunción-Paraguay, 2003 (200 páginas)

 

 

 

 

EL ARREGLADOR

Cuento de NATALIA ECHAURI


El bus estaba lleno cuando subí esa noche. Después de un complicado diálogo con el chofer preguntándo­le si pasaba por enfrente del campus, tomé el boleto y esquivando el primer asiento vacío, fui a parar al único lugar libre, a su lado.

—Permiso —le dije.

—Ya enseguida —respondió.

Debía tener cincuenta años o más, y estaba ensimis­mado en la búsqueda de cosas en su bolso: un par de pilas de ocho voltios, una radio, un cuchillo (lo cual me hizo imaginar una escena de asalto y mi posterior asesi­nato de su parte) y una cantidad de teléfonos celulares envueltos en una bolsa en el asiento que yo esperaba ocupar. No se inmutó ante mi atenuada presencia, y tras unos minutos recogió sus cosas y se movió hacia el asiento de la ventana, el que yo pretendía ocupar. Al principio me irritó su atrevimiento, yo había dicho con claridad “permiso” y él había respondido “ya ensegui­da” por lo que quedaba implícito que debía girar para que yo pasara. Tal vez había deducido que por el ta­maño de mi mochila recibiría algún golpe en el rostro, cuando yo intentara ocupar el asiento de la ventana, y solucionó el problema de una manera más sencilla. Sin embargo, yo seguía resentida con su insolencia, llovía, era de noche y quería estar con la nariz pegada al vidrio.

Lo observé desdeñosa mientras deshacía el revolti­jo de sus cosas y acomodaba los celulares en el bolsón abierto, que quién sabe cuántas cosas más traía dentro. Giró la punta del cuchillo, que en realidad era la cuchi­lla de un cuchillo sin mango, sobre el alambre del hueco donde debería ir la pila, y esta comenzó a funcionar. O por lo menos eso creí hasta que sacó un peine de bolsillo y como todo un experto relojero o algún mecá­nico de piezas diminutas, estiró la antena con un diente del peine, todo lo que pudo, hasta que la antena superó nuestras cabezas.

La radio comenzó a sonar con un débil chisporroteo de la interrupción entre emisoras, con la leve confusión del sonido de mis pensamientos entremezclado con las noticias de la tarde y alguna polca jeha’o de un anónimo cantante borracho de las esquinas de Quyquyhó.

Al principio pensé que todo se trataba de algún ar­tilugio del cansancio que se apoderaba de mi mente, ocho horas en una agencia publicitaria no son poca cosa, pero el sonido de mi imaginación iba subiendo de tono mientras el chisporroteo desaparecía y la polca jeha’o del cantante borracho anónimo de Quyquyhó se desvanecía en historias opacas de amor.

Todos los copys rechazados esa tarde, los cuestiona­mientos sobre el comportamiento extraño de Rafael, las poesías eróticas que se me habían ocurrido esa tarde después del rechazo de los copys, y el repaso de una lar­ga lista de cosas por hacer, se hacían eco en la línea 20, esa lluviosa noche de agosto.

Estaba pasmada. El hombre de la radio no parecía reparar en que estaba escuchando todos los temores de amor, laborales y filosóficos de una veinteañera solitaria y acercaba la radio al oído como si estuviera escuchando el noticiero de la noche. Intenté callar mis pensamien­tos, pero el resultado fue atroz. Como aún no aprendo a dominar mi mente, el sonido de la radio fue subiendo de tono, con más pensamientos que se cruzaban como la maraña infinita de una araña en celo. La red de ideas que jamás se me hubiera ocurrido transcurría apacible­mente transmitiéndose por la radio de un completo des­conocido en un bus cualquiera, a una hora cualquiera en un día cualquiera y en un país cualquiera.

Intenté desviar mi atención, describir el paisaje del mercado, el Colegio Nacional, las tiendas que se su­cedían fuera del bus cualquiera, pero solo eran unos ruidos más acoplados al pandemonium enzarzado que salía a borbotones de la maldita radio. Todo se reinven­taba, nada se eliminaba, cuanto más pensara, más cosas saldrían de ese diabólico aparato, y hasta mi evidente preocupación por la ventilación de mis preocupaciones era más evidente a medida que pasaban las calles.

La gente fue acercándose una a una sobre el hombro del señor de la radio. Acercaban sus oídos como embe­lesados por lo que sucedía, unos empezaron a reír, otros a llorar, otros a comentar lo que escuchaban, pero no hubo una sola persona que no abandonó su asiento para hacerse testigo del escándalo de mi cabeza.

Fueron apareciendo a montones, otros subían al co­lectivo que ya estaba a rebosar, y se sucedieron empello­nes y altercados en el intento de oír mi mente.

El chofer miraba atento desde el retrovisor a la ava­lancha de curiosos reunidos en corro alrededor mío y del señor de la radio, y hasta detuvo la marcha del bus para hacerse eco de lo acontecido, mientras seguían su­biendo personas que ya no pagaban pasaje, sólo querían escuchar la radio.

Hastiada, le arrebaté el aparato al hombre y lo par­tí en dos. Mis quejas por la radio rota y su posterior funcionamiento como si no lo hubiera partido como una hostia, con la débil polca jeha’o y el recuento de lo ocurrido el fin de semana anterior, se mezclaron ahora con violencia en la afanosa lucha por la supremacía de escucharse, por un lado las soluciones para reparar la radio, por el otro nuevamente las quejas en una mezco­ lanza de groserías nunca antes pensadas por mi persona hasta ese penoso momento.

La gente comenzó a llorar.

Hubo más peleas, algunos gritos y algún llanto aho­gado ahora que en cada pedazo de radio salía algo dife­rente. El arreglador volvió a sacarme un pedazo y se lo llevó al oído. Lo agitó como si se tratara de una bebida gaseosa, me lo devolvió un segundo, mientras revolvía el bolso en busca de un nuevo artículo. Por fin estiró un tenedor y lo incrustó en el pedazo abierto del aparato y lo giró como si fuera un plato de espagueti.

Comencé a sentir dolores imposibles en la cabeza, como si alguien estuviese arando sobre mi cerebro. Del dolor, tiré el otro pedazo al suelo para sujetarme la ca­beza, idea inocente, como si sujetarme la cabeza alejaría al rastrillo mental. Cuando la gente empezó a pelear por el pedazo caído, estiré el tenedor al hombre y arrojé el suyo por la ventana.

El resultado fue catastrófico. Centenares de personas del colectivo se arrojaron al suelo en una batalla campal por hacerse con la mitad del boato. De pronto no hubo dos, sino miles y miles de pedacitos de la radio multi­plicándose al dividirse y cada quién hizo con su porción lo que se le antojó.

Algunos la engulleron, otros la pisaron, hubo inter­cambios de partes y algunos metieron alicates, monda­dientes y conexiones de auriculares y los giraban, gira­ban sin cesar mientras en mi cabeza una tormenta de ilusiones, alucinaciones y desilusiones se retorcían para no caer en ese torbellino negro que amenazó con absor­berlos y deglutirlos para siempre.

 

 

ENLACE INTERNO A OTRO CUENTO DE LA NARRADORA

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BOBI

Cuento de ALEJANDRO HERNÁNDEZ Y VON ECKSTEIN

 


El tibio sol apenas calentaba su inerte y ajado cuerpo plagado de cicatrices dejadas por orondos parásitos que hasta hace poco tiempo se pavoneaban sobre su lomo como si de una amplia avenida peatonal se tratara. Sus ojos, fijos en el infinito, aun conservaban el brillo que los caracterizaban de cachorro, cuando una familia lo com­prara en una tienda de mascotas una tarde de verano.

Su nombre era Bobi; o por lo menos así lo llamaron por el breve tiempo en el que sus dueños lo agasajaban y mostraban con orgullo a todos los visitantes que a su nuevo hogar llegaban.

Pero, como todo, la infinita alegría correspondida mediante el exagerado menear de su cola, pronto se fue apagando, pues sus compradores solo lo querían como un capricho temporal, un juguete que se usa y se des­carta al poco tiempo.

Aunque se desvivía por complacer a sus amos, saltan­do de alegría cada vez que ellos llegaban después de lar­gas e interminables horas de ausencia, todo era en vano ya que ellos se mostraban cada vez más indiferentes. Ya no era aquel cachorro simpático... había crecido y los niños se habían aburrido de él.

Una fría mañana de invierno, sin motivo alguno, fue introducido en una jaula y llevado en un automóvil a un lugar lejano, desconocido, en donde luego de arro­jarle un pedazo de carne fue abandonado. A pesar de correr en vano detrás del automóvil, sus pequeñas pier­nas pronto quedaron exhaustas.

Sin entender el porqué de aquella injusticia, se acu­rrucó debajo de unos arbustos que crecían a orillas del camino y se durmió.

Durante varios días y meses, deambuló por las ba­rrosas calles, hurgando en los tachos de basura en busca de algún suculento bocadillo que alguien dejara olvida­do para mitigar su hambre, esquivando los cascotazos de insensibles transeúntes que veían en él un excelente blanco para practicar su puntería.

Una noche, mientras llovía torrencialmente y el frío calaba sus huesos apenas cubiertos por su fina piel con pelos apelmazados, cruzaba una calle, desganado, can­sado y abatido, cuando escuchó un chirrido de neumá­ticos. Al mirar, lo cegó una blanca luz que luego de cu­brirlo todo en un instante fue seguida de un golpe seco.

Los interminables aguijonazos de pulgas y garrapatas cesaron, al mismo tiempo que el intenso frío y el ham­bre desaparecieron.

Aquella luz cegadora, pero benévola, envolvió a Bobi con su blanco manto, haciendo que sonriera como hacía tiempo no lo había hecho, introduciéndolo en un pro­fundo e interminable sueño.

Se cuenta que hoy, Bobi, corre feliz entre las verdes praderas y cristalinos arroyos de un lugar donde la tris­teza y el abandono no existen. Un lugar donde no tie­nen cabida el egoísmo ni el capricho. Un lugar donde la dicha y el amor jamás lo abandonarán.

 

 

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HIPOCONDRÍA

Cuento de LITA PÉREZ CÁCERES

 


Son muchos los aprensivos que ante el primer estor­nudo están convencidos de haberse contagiado de una espantosa y mortal enfermedad. Mi tía Consunción era uno de ellos y consumía toda la literatura médica di­vulgada en revistas y diarios. Ante la noticia de algu­na epidemia rara que hubiera aparecida en Borneo, por ejemplo, y cuyos síntomas eran tan vagos como estos: trastornos en el sueño, dificultad para tragar alimentos y temblores en las manos, inmediatamente ella comen­zaba a sufrirlos todos juntos. Es cierto que su nombre no contribuía para nada a su salud pero mi abuela antes que llamarla Circuncisión como traía en el almanaque Bris­tol, prefirió el de Consunción más corto y más decente.

Por supuesto que la tía no se casó, tuvo miedo de que el marido la contagiara de algo y fue la única soltera entre sus siete hermanas. Un 14 de mayo su cuñado Marcial le presentó a un filipino amigo de él, que había llegado al Paraguay para labrarse una fortuna. Según cuentan las otras tías: Mariquita, Consuelo, Tránsito y Deolinda, que estaban presentes esa tarde, el filipino no era feo pero estaba bastante pálido y tía Consun­ción sintió estremecimientos al verlo, pero no estreme­cimientos comunes de amor, no, nada que ver, a ella se le puso la piel de gallina en los brazos en forma de pequeños rombos. Mi tía nunca tuvo una enfermedad cualquiera todas eran VIP’s y rechazó al filipino porque dijo que él parecía tener la fiebre amarilla y ella no que­ría exponerse a esa clase de peste importada.

Yo estoy segura de que el único mal de tía Consun­ción era su soltería y que nadie osaba decirle cuál era el remedio. Ella forma parte importante de un capítulo de la historia familiar y hasta ganó una medalla de oro que le fue otorgada en una empresa de medicina prepaga, por su asistencia perfecta. Iba allí todos los días, cono­cía a todos los especialistas y los llamaba por su nombre de pila.

En un tiempo se comentó mucho la amistad de Con­sunción con un joven que había llegado del interior para tratarse de parasitosis. El muchacho, llamado Anuncio, apenas tenía veinticinco años y mi tía podía ser su ma­dre y su abuela también, porque ya rondaba los setenta, pero en esas cosas del querer nunca se sabe. Consunción se dedicaba a darle las medicinas en el horario indicado y a alimentarlo con todas las vitaminas y los nutrientes que le prescribiera el médico. Anuncio se recuperó y vol­vió a su valle y tía Consunción lo extrañaba tanto que enfermó de verdad por primera vez en su vida, bajaron sus defensas y murió en una semana sin haberse dado el gusto de describir sus síntomas con toda precisión.

Esa primera y única dolencia importante: mal de amor complicado con melancolía y añoranzas de Anun­cio, tampoco formaban parte de la casuística de los es­pecialistas amigos suyos, que no supieron curarla. Mi tía Consunción se consumió en el fuego del amor y mu­rió triste e inmaculada.

 

 

 

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MARÍA MAGDALENA MARÍA. Cuentos de LITA PÉREZ CÁCERES
 
Intercontinental Editora, 1997.
 
 
 
 
 
 

 

LO QUE PASA CUANDO NADIE MIRA A NADIE

Relato de IRINA RÁFOLS

 


Todo pasa porque nadie se mira a la cara. Vivimos sin notarnos. Esa es la verdad. Cuando uno sale apurado a la calle, solo ve lo que piensa: la plata, la hora, el tra­bajo, la calle, y no miramos ninguna otra cosa. Bueno, para abajo miramos algunas veces, sobre todo cuando nos tropezamos con algo o cuando la fortuna te tira del mentón para mostrarte el insípido tesoro de un billetito o una monedita. Pero en realidad, nadie se mira a la cara. De refilón nomás pasa todo. Andamos con los pies enmantecados y aún así, terminamos tostados de más en el gran horno de esta civilización de galletita.

Y precisamente de refilón sucedió que, Enrique Tine­detti, el famoso, el laureado escritor Tinedetti, cuando iba camino al Simposio Internacional de Literatura a presentar su ponencia, en el edificio de Asuntos Cultu­rales de América Latina, cuyo tema era: “Chistes negros de los adelantados sobre los aborígenes conquistados”, se encontró con lo que no tenía ni idea, ni acaso esperaba.

La conferencia iba a ser grabada por gente del pro­grama Las moscas, que se emitía por unos de esos cana­les de cable. Ya lo estaban esperando cuando a último momento entra una abuelita y se pone a hablar con el guardia.

—Yo estoy sola ahora porque ocurrió una desgracia y no tengo dónde vivir y yo no me quiero ir a una casa de viejos porque los viejos no me gustan…

—Abuela, salga de la puerta, córrase para acá.

—…porque mi nieto escribía y era famoso y él me cuidaba a mí, y ahora, entonces…

—¡E’a!, ¿vos no serás la abuela de Enrique Tinedetti, el que estamos esperando?

—¿A mi nieto? Ay, no lo esperen, se me murió mi nietito, sí, se me murió…

—¿Murió? ¡Nderaaa!… acá lo esperaban en el pro­grama…

—No va a venir, no va a venir, porque está muerto mi pobrecito y yo me quedé sola y no me quiero ir a una casa de viejos porque quién me va atender a mí en una casa de viejos, y yo…

—Pasá, abuela, pasá, andá, hablá con el director del programa, qué desgracia…

La prensa, que siempre actúa más rápido de lo que piensa, lo pregonó inmediatamente: “Enrique Tinedet­ti, se encuentra cara a cara con la muerte” “Nos aban­donó el autor de la famosa novela política: ¡Acaso! Autor del polémico ensayo sociológico intitulado: ¿Y...?

Todos se preguntaron cómo fue, y cada diario rápi­damente especuló su propia versión: que murió ahoga­do, que la cirrosis, que le estalló el corazón en un motel, y que y que... Y al final nadie estaba seguro de nada y ahí quedó hasta más tarde verificar.

Lo cierto es que el dolor acongojó al país en cuestión de segundos. Los conferenciantes que compartirían la mesa con el recién finado escritor eran el ilustre Dr. Buonopietro Smile, de la Universidad de Harvard, el crítico literario Luis Anselmo Figari, célebre por su aná­lisis de la laureada novela La Chamaquita, y un sobrevi­viente del Imperio maya. Iban a estar precisamente en el hall del salón de eventos a las diez de la mañana, de ese mismo viernes. Pero al final no pudieron venir por que las eminencias que estaban embebidas en un bar cercano miraron mal la hora del evento en la tarjeta de invitación, y el maya no sabía leer. Por lo cual llegaron un día después. El maya nunca llegó. Se reportó desapa­recido. Alguien muy hospitalariamente le dijo:

—Vení que te enseño el shopping. —Y de ahí en más nadie lo volvió a ver.

Sin embargo, los medios en pleno ya habían sido convocados, y, para la hora acordada, el salón de con­ferencias se comenzó a llenar de gente. Había flores por doquier y retratos del escritor y todo con luces y cinti­tas, y nada, que no había conferencistas. Pero entonces fue que llegó la abuela, que quería hablar de su nieto.

—Que pase, que pase -dijeron ya desesperados los coordinadores del evento y el director del programa Las moscas.

Apenas caminaba, rengueaba, tosía, escupía, sali­vaba. La ayudaron a sentarse entre el cúmulo de sillas frente a la larga mesa con arreglos florales, agua mine­ral, y tres pomposos micrófonos. Y todas las cámaras grabando y enfocando y las luces encajadas en la cara. Un aplauso del público...

—¿Quién es la vieja? —pregunta el director.

—Dice que es la abuela... —responde el productor.

—¿La abuela? Pero, ¿quién quiere escuchar a la abue­la?

—Déjala hablar, ¿no ves que está lleno y los otros conferencistas nos dejaron en bola?

Cuando por fin se sentó en la larga mesa de conferen­cia adelante, se ensartó unos enormes lentes de aumen­to en el tabique nasal y miró de frente. Era una pobre viejecita de más de ochenta años. Se quedó muda. Sin parpadear ante las cámaras. Y grababan. Y los ojos se le agrandaban hasta la nuca mirando sorprendida al gen­tío. Y grababan. Entonces, de pronto el director irritado gritó:

—¡Al aire!

Y la abuela nada.

—¡Hablá de tu nieto! —le sopló el director por lo bajo.

Y entonces la abuelita se echa a llorar.

—¡Ay, qué desgracia lo que le pasó a mi nietito que­rido!...

Así empezó y todos se enternecieron. Le llamaba nie­tito

Miraaaana que cariñosa la viejita… —decía la gente.

Aichejáranga la abuela.

—Qué desgracia lo que le pasó. Era todo para mí. Me traía el diario los domingos, me visitaba en Navidad, me llevaba regalos. Pero él era así de atento desde chiquito.

—¿Eran muy unidos, abuela? —preguntó alguien.

—Sí, sí. Era mi compañerito. Me acuerdo cuando es­taba en preescolar y me prendía los nacos, uno tras otro, aquellas mañanas de invierno. O cuando me preparaba el mate a las cinco de la mañana... ese era mi nietito.

Y la vieja empieza a echar mocos y a regar lágrimas, y todos ¡ay!, ¡pobrecita! ¡Cómo se ve que lo quería!

—Me acuerdo que tardó siete años en hablar. Pen­sábamos que era mudo. En todo maduraba muy lento. Y cuando le llegó el momento yo fui la que lo llevó a la Casa de Todos para ayudarlo a recibirse de varón. No fue su inútil padre, no. Fue la abuela, la que siempre tuvo que llevar las cosas adelante en la familia... —Y ahí se emocionó y volvió a llorar—. Yo lo hice entrar al cuartito porque no se animaba, vení para acá, mi hijo, acostátena con esta. No, así no. Tenés que sacarte la ropa para meterte en la cama, dame, dame la ropa que yo te la doblo en la silla, no seas desordenado. Y pensar que él era mi favorito... ¡y ahora ya no está!, ¡ah!, ¿y la vez aquella que se orinó encima en la secundaria? Me mandaron llamar y llevé una muda de ropa. El pobrecito se ori­nó encima hasta los dieciséis. Me acuerdo muy bien. Y después cuando tuvo aquella noviecita de Pedro Juan, y la familia era una manga de mafiosos, y yo se lo dije: Dejala, porque esa gente no es buena. Y no la dejaba, estaba re-enamorado el pobre y entonces para ayudarlo llamé al padre, al capo mafioso para amedrentarlo, y se lo dije por teléfono: ¡Con mi nietito no te metas! Está loco y es súper violento, que tu hija no se le acerque más, porque tiene pensado embarazarla y mandarse a mudar a Bolivia. Es lo que hace siempre. Se lo dije para que entrara en razón como padre, y así ayudara a evitar que se siguieran viendo. Y el mafioso nos visitó en la casa esa misma noche, lleno de metralletas y empezaron a agujerear la casa y tuvimos que rajar por la ventana del baño, que fue un momento terrible para nosotros porque nos tuvimos que mudar de urgencia para Encar­nación. En Encarnación terminó sus estudios. Le llevó veinte años terminar la secundaria. Siempre repetía. Me parece que se quedó medio retardado del susto. ¡Tengo tantos recuerdos!

Y la abuela se largó de nuevo a llorar enternecida... — una chica le acercó unos pañuelos de papel y le pasaron un vaso de agua—. Yo no tomo esta porquería. Quiero un Scout. Me siento mal. Agua no quiero. Qué misera­bles. Soy su abuela querida...

Y en eso pasa algo insólito. A las corridas llega al­guien pero no lo dejan entrar. Es un pobre hombre con las ropas roídas y desgarradas, sucio, con manchas de aceite de motor, los pelos parados, la cara roja, los ojos como racimos de uvas... No dulces. No en cantidades, sino redondos y sobresalidos.

—¡No! ¡Acá no se puede entrar! Están grabando — detuvo muy seco el guardia del edificio.

—¡Pero dejáme!, ¿no ves que soy yo?

—No me interesa quién seas. Acá no entra más na­die, y menos con esa facha mugrosa.

—¡Pero soy yo! ¡Estoy vivo! ¡No morí! ¡Soy Enrique Tinedetti!

—¡E’a! ¿Enrique Tinedetti? ¿El muerto?

—¡No estoy muerto! Tuve un terrible accidente, dé­jenme explicar. Quiero tranquilizar a la gente.

—Pasa, pasa, ¡mirá, que susto nos diste! Tu abuela está allá en el atrio, hablando de vos.

—¿Mi abuela?...

Y Tinedetti marcha para el atrio y ve a la abuela, y los concurrentes lo ven llegar como en cámara lenta...

—¡Tinedetti! ¡Tinedetti! —vociferó el gentío emo­cionado.

— ¡Abuela! —grita la gente—: ¡Mirá, es tu nieto! ¡Vive!

¡Qué emoción!... qué montón de lágrimas en todo el mundo, ¡ay!, hasta las cámaras temblaban. Y se miraron a la cara.

—¿Y este quién es? —preguntó secamente la abuela.

—Es tu nieto, abuela, el difunto, que no está difunto —le gritaron emocionados.

—No lo conozco. ¿Quién es? —preguntó igual de terca.

—Perdón, abuela, pero usted no es mi abuela —con­fesó entonces Tinedetti—. Mi abuela falleció cuando yo tenía tres años

—¿Y entonces que hacés acá, badulaque? —le repren­de ella.

—¡Es que soy Tinedetti, Enrique Tinedetti!

—¡Y a mi qué me importa quién sos! Yo vengo a ha­blar de mi nietito que se murió ayer, ¡desgraciado! ¿A qué venís a interrumpir?, ¡maleducado! ¡Estoy hablando y me interrumpís!

—¡Saquen a la vieja! —gritó con una amargura de primer plano, el director del programa, y agregó—: ¿¡Cómo no miran a la gente que meten!? Es tu culpa —le increpa al productor.

—¿Por qué? Yo no me puedo ocupar de todo. Es cul­pa del camarógrafo.

Dos encargados del edificio fueron junto a la vieja para invitarla a salir.

-—¡No!, ¡no me voy!, ¡Yo vine a hablar de mi nieto y voy a hablar de mi nieto!

—¡Andate, vieja!

—¡Sáquenla! —gritó gente del público que de golpe se sintió ultrajada en su más íntima emoción, e inmedia­tamente la agarraron de los brazos. Pero ella se resistía, y entonces la levantaron para llevársela, pero de pronto había cobrado una fuerza inaudita y una vitalidad que no sé sabía de dónde, tan rota y artrítica que había su­bido al atrio, más de media hora tardó en subir, y ahora volaba como escoba de bruja, vieja de mierda que les hizo creer a todos que era la abuela de Tinedetti...

Y seguía porfiando que la dejaran hablar y tiraba pa­tadas karatecas por un lado y por otro y en un momen­to de brutal agitación, la vieja se les dio una vuelta en el aire, sin querer, igualito que un paraguas en temporal, y se le levantó la pollera. Tenía calzones de lana largos y rojos, tejidos en crochet. Por suerte tenía. Y así salió. Y cerraron la puerta. Y Tinedetti habló. Y se hizo un silencio abrasador. Era la hora de la verdad.

—Lo que pasó fue que cuando venía para acá, no miré bien y me apresuré a bajar del taxi cuando todavía no había parado y la corbata larga que traía se me quedó atorada en la puerta y enseguida el taxista emprendió la marcha y yo le gritaba: “¡Frená, chera’a, me atoré! ¡Me quedé enganchado!, ¡frená, chamigo, te digo! Pero con el ruido del tráfico de Eusebio Ayala no me oyó. Le hacía señas desesperado pero él no miraba el retrovi­sor, venía mensajeando, y tomaba tereré, y además le miraba el trasero a todas las transeúntes que pasaban, ¡y entonces no me miraba nunca!, y yo corriendo como loco, abriendo las piernas al máximo, y me caí, y así fui arrastrado por toda Asunción, hasta que al rato se dio cuenta y tuvo la amabilidad de llevarme a Emergencias Médicas...

—¡Pero, Tinedetti! ¡Querido Tinedetti! ¡Otra vez es­tás con nosotros que es lo único que importa!

—¡Tinedetti!, ¡Tinedetti! —clamaron las voces al unísono y viva, viva, qué bueno que sobrevivió, y mirá qué genio, fotos, fotos... Y entonces Tinedetti se acordó a qué venía.

—Bueno y ya que estamos... aprovecho para presen­tar mi ponencia: “Chistes negros de los adelantados so­bre los aborígenes conquistados”.

—¿Qué? ¿Qué va hablar de quién? —pregunta el di­rector.

—Que va dar una conferencia, dijo —responde el productor.

-¿Ahora?

—Sí.

—Pero ya es más de la una… yo quiero ir a comer…

—Sí, yo lo mismo. Todo esto me dio un vare’a te­rrible.

—Pero, mirá… el tipo insiste… quiere seguir hablan­do.

—Qué oportunista es la gente…

Tinedetti, el resucitado, se aclaró la garganta, se arre­gló la corbatita deshilachada y con un gesto automático de alto capo ejecutivo, sonrió, y tras su sonrisa surgie­ron uno tras otro los chistecitos negros del blanquito de Tinedetti sobre las razas vencidas y que jajaja, qué vivos que eran los adelantados y que jijiji cómo pusieron en su lugar a los indiecitos esos de morondanga, ¡y qué brutos!, no sabían ni escribir, y que que que y dale Ti­nedetti, y ahí se armó la gorda…

—¡Eeee! ¡Eeeee! ¡Fuera Tinedetti!

—¡Sí!, ¡qué lo echen!

—¡Saquen al nazi de acá!

—¡A vos nomás te hace gracia!

—¡Mirálo al Tinedetti racista!

—¡Comunista!

—¿Por qué le decís comunista?

—No sé. Se dice comunista cuando no te gusta al­guien.

—¡Fuera comunista!

—“Hai” Hitler, Tinedetti.

—¡Andá a hacerle chistecitos a tu abuela!

—¡A mi abuela la dejan en paz!

—¡Andá!, ¡adelantado de la nada!, ¡date otra vuelta en taxi pero atorate con la lengua!

—¡Adiós, Tinedetti, adiós!

 

 

 

 

 

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DESDE EL INSOMNIO. Poemario de IRINA RÁFOLS

© Arandurã Editorial

Asunción-Paraguay. Junio de 2005 (146 páginas)

 

 

 

 

EL PASQUÍN

Fragmento de EL SUPREMO de AUGUSTO ROA BASTOS

 

Yo el supremo Dictador de la República

Ordeno que al acaecer mi muerte mi

cadáver sea decapitado; la cabeza puesta

en una pica por tres días en la Plaza de la

República donde se convocará al pueblo al

son de las campanas echadas a vuelo.

Todos mis servidores civiles y militares

sufrirán pena de horca. Sus cadáveres

serán enterrados en potreros de extramuros

sin cruz ni marca que memore sus nombres.

Al término del dicho plazo, mando que mis

restos sean quemados y las cenizas

arrojadas al río.


 

¿Dónde encontraron eso? Clavado en la puerta de la catedral, Excelencia. Una partida de granaderos lo descubrió esta madrugada y lo retiró llevándolo a la comandancia. Felizmente nadie alcanzó a leerlo. No te he preguntado eso ni es cosa que importe. Tiene razón Usía, la tinta de los pasquines se vuelve agria más pronto que la leche. Tampoco es hoja de Gaceta porteña ni arrancada de libros, señor. ¡Qué libros va a haber aquí fuera de los míos! Hace mucho tiempo que los aristócratas de las veinte familias han convertido los suyos en naipes. Allanar las casas de los antipatriotas. Los calabozos, ahí en los calabozos, vichean en los calabozos. Entre esas ratas uñudas greñudas puede hallarse el culpable. Apriétales los refalsos a esos falsarios. Sobre todo a Peña y a Molas. Tráeme las cartas en las que Molas me rinde pleitesía durante el Primer Consulado, luego durante la Primera Dictadura. Quiero releer el discurso que pronunció en la Asamblea del año 14 reclamando mi elección de Dictador. Muy distinta en su letra en la minuta del discurso, en las instrucciones a los diputados, en la denuncia en que años más tarde acusará a un hermano por robarle ganado de su estancia de Altos. Puedo repetir lo que dicen esos papeles, Excelencia. No te he pedido que me vengas a recitar los millares de expedientes, autos, providencias del archivo. Te he ordenado simplemente que me traigas el legajo de Mariano Antonio Molas. Tráeme también los panfletos de Manuel Pedro de Peña. ¡Sicofantes rencillosos! Se jactan de haber sido el verbo de de la independencia. ¡Ratas! Nunca la entendieron. Se creen dueños de sus palabras en los calabozos. No saben más de chillar. No han enmudecido todavía. Siempre encuentra nuevas formas de secretar su maldito veneno. Sacan panfletos, pasquines, libelos, caricaturas. Soy una figura indispensable para la maledicencia. Por mi, pueden fabricar su papel con trapos consagrados. Escribirlo, imprimirlo con letras consagradas sobre una prensa consagrada. ¡Impriman sus pasquines en el Monte Sinaí, si se les frunce la realísima gana, folicularios letrinarios!
 

Hum. Ah. Oraciones fúnebres, panfletos condenándome a la hoguera. Bah. Ahora se atreven a parodiar mis Decretos supremos. Remedan mi lenguaje, mi letra, buscando infiltrarse a través de él; llegar hasta mí desde sus madrigueras. Taparme la boca con la voz que los fulmino. Recubrirme en palabra, en figura. Viejo ruco de los hechiceros de las tribus. Refuerza la vigilancia de los que se alucinan con poder suplantarme después de muerto.

¿Dónde está el legajo de los anónimos? Ahí lo tiene, excelencia, bajo su mano.

 

No es del todo improbable que los dos tunantes escrivanos Molas y de la Peña hayan podido dictar esta mofa. La burla muestra el estilo de los infames faccionarios porteñistas. Si son ellos, inmolo a Molas, despeño a Peña. Pudo uno de sus infames secuaces aprenderla de memoria. Escrita un segundo. Un tercero va y pega el escarnio con cuatro chinches en la puerta de la catedral. Los propios guardianes, los peores infieles. Razón que le sobra a Usía. Frente a lo que Vuecencia dice, hasta la verdad parece mentira. No te pido que me adules, Patiño. Te ordeno que busques y descubras al autor del pasquín. Debes ser capaz, la ley es un agujero sin fondo, de encontrar un pelo en ese agujero. Escúlcales el alma a Peña y a Molas. Señor, no pueden. Están encerrados en la más total oscuridad desde hace años. ¿Y eso qué? Después del último Clamor que se le intercepto a Molas, Excelencia, mande tapiar a cal y canto las claraboyas, las rendijas de las puertas, las fallas de tapias y techos. Sabes que continuamente los presos amaestran ratones para sus comunicaciones clandestinas. También mande taponar todos los agujeros y corredores de las hormigas, las alcantarillas de los grillos, los suspiros de las grietas. Oscuridad más obscura imposible, Señor. No tienen con qué escribir. ¿Olvidas la memoria, tú, memorioso patán? Puede que no tener luz ni aire. Tienen memoria. Memoria igual a la tuya. Memoria de cucaracha de archivo, trescientos millones de años más vieja que el homo sapiens. Memoria del pez, de la rana, del loro limpiándose siempre el pico del mismo lado. Lo cual no quiere decir que sean inteligentes. Todo lo contrario. ¿Puedes certificar de memorioso al gato escaldado que huye hasta del agua fría? No, sino que es un gato miedoso. La escaldadura le ha entrado en la memoria. La memoria no recuerda el miedo. Se ha trastornado en miedo ella misma.

 

¿Sabes tú qué es la memoria? Estomago del alma, dijo erróneamente alguien. Aunque en el nombrar las cosas nunca hay un primero. No hay más que infinidad de repetidores. Sólo se inventan nuevos errores. Memoria de uno solo no sirve para nada.

Estómago del alma. ¡Vaya fineza! ¿Qué alma han de tener estos desalmados calumniadores? Estómagos cuádruples de bestias cuatropeas. Estómagos rumiantes. Es ahí donde cocinan sus calderadas de infamias. ¿De qué memoria no han de necesitar para acordarse de tantas patrañas como han forjado con el único fin de difamarme, de calumniar al Gobierno? Memoria de masca-masca. Memoria de ingiero-digiero. Repetitiva. Desfigurativa. Mancillativa. Profetizaron convenir a este país en la nueva Atenas. Areópago de las ciencias, las letras, las artes de este Continente. Lo que buscaban en realidad bajo tales quimeras era entregar el Paraguay al mejor postor. A punto de conseguirlo estuvieron los areopagitas. Los fui sacando de en medio. Los derroque uno a uno. Los puse donde debían estar. ¡Areópagos a mí! ¡A la cárcel, collones!

Al reo Manuel Pedro de Peña, papagayo mayor del patriciado, lo desblasoné. Descolguelo de su heráldica percha. Lo enjaule en un calabozo. Aprendió allí a recitar sin equivocarse desde la A a la Z los cien mil vocablos del diccionario de la Real Académica. De este modo ejercita su memoria en el cementerio de las palabras. No se le vayan a herrumbrar los esmaltes, los metales de su diapasón palabrero. El doctor Mariano Antonio Molas, el abogado Molas, vamos, el escriba Molas, recita sin descanso, hasta en sueños, trozos de una descripción de lo que él llama la Antigua Provincia del Paraguay. Para estos últimos areopagitas sobrevivientes, la paria continúa siendo la antigua provincia. No mentan, aunque sea por decoro de sus lenguas colonizadas, a la Provincia Gigante de las Indias, al fin de cuentas, abuela, madre, tía, parienta pobre de virreinato del Río de la plata enriquecido a su costa.

Aquí usan y abusan de su rumiante memoria no solamente los patricios y areopagitas vernáculos. También los marsupiales extranjeros que robaron al país y embolsaron en el estomago de su alma el recuerdo de sus ladroncillos. Ahí está el franjes Pedro Martell. Después de veinte años de calabozo y otros tantos de locura sigue temando con su cajón de onzas de oro. Todas las noches saca furtivamente el cofre del hoyo que ha cavado con las uñas bajo su hamaca; encuentra una por una las relucientes monedas; las prueba con las desdentadas encías; las vuelve a meter en su caja fuerte y la entierra otra vez en el hoyo. Se tumba en la hamaca y duerme feliz sobre su imaginario tesoro. ¿Quién podría sentirse más protegido que él? Del mismo modo vivió en los sótanos por muchos años otro francés, Charles Andréu-Legard, ex prisioneros de la Bastilla, rumiando sus recuerdos en mi bastilla republicana. ¿Puede decirse acaso que estos didelfos saben que cosa es la memoria? Ni tú ni ellos lo saben. Los que lo saben ni tienen memoria. Los memoriones son casi siempre antidotados imbéciles. A más de malvados embaucadores. O algo peor todavía. Emplean su memoria en el daño ajeno, mas no saben hacerlo ni siquiera en el propio bien. No pueden compararse con el gato escaldado. Memoria del loro, de la vaca, del burro. No la memoria-sentido, memoria-juicio dueña de una robusta imaginación capaz de engendrar por si misma los acontecimientos. Los hechos sucedidos cambian continuamente. El hombre de buena memoria no recuerda nada porque no olvida nada.

 

A mi presunta hermana Petrona Regalada se le infes­tó de garrapatas la vaca que se le permite tener en el pa­tio de su casa. Le mandé que la tratara del modo como se combaten ese y otros males en las estancias patrias: Perdiendo el ganado. Tengo una sola vaca, Señor, y no es mía sino de mi escuelita de catecismo. Da justo el vaso de leche para los veinte chicos que vienen a la doc­trina. Se quedará, señora, sin la vaca y sus alumnos no podrán beber ni siquiera la leche del Espíritu Santo, que usted les ordeña mientras baña sus velas. Se quedará sin vaca, sin catecúmenos, sin catequesis. La garrapata no sólo se comerá la vaca. Los comerá a ustedes. Invadirá la ciudad, que ya tiene bastante con su plaga de mala gente y perros orejanos. ¿No oye usted cómo crece el rabioso ulular de los aullidos que sube de todas partes? Sacrifique la vaca, señora.

Vi en sus ojos que no lo iba a hacer. Mandé a un soldado que achurara el animal enfermo a bayonetazos, y lo enterrara. La ex viuda de Larios Galván, mi su­puesta hermana, vino a presentar queja. Prevaricada del cerebro, la vieja aseguró que, aún después de muerta, la vaca seguía mugiendo sordamente bajo tierra. Mandé a los forenses suizos hacer la autopsia del animal. Le en­contraron en la entraña una piedra-bezoar del tamaño de una toronja. Ahora la vieja pretende que el cálculo cabelloso vale contra todo veneno. Cura enfermedades, Señor. Especialmente el tabardillo. Adivina sueños. Pronostica muertes, se entusiasma. Asegura, inclusive, que ha escuchado murmurar a la piedra voces inaudi­bles. Ah locura, memoria al revés que olvida su camino al par que lo recorre. Quién que tenga en su cerebro algún tinte puede sostener tales manías.

 

Con perdón de Vuecencia, me permito decir que yo he escuchado esas voces. Lo mismo el granadero que ul­timó la vaca. ¡Vamos, Patiño, no desvaríes tú también! Perdón, Señor, con su licencia debo decirle que yo he oído esas palabras-mugidos, parecidas a palabras huma­ nas. Voces muy lejanas, medio acatarradas, gargantean palabras. Restos de algún lenguaje desconocido que no quiere morir del todo, Excelencia. Tú eres demasiado tonto para volverte loco, secretario. La locura humana suele ser astuta. Camaleona del juicio. Cuando la crees curada, es porque está peor. No ha hecho sino transfor­marse en otra locura más sutil. Por eso, al igual que la vieja Petrona Regalada, tú oyes esas voces inexistentes en una carroña. ¿Qué lenguaje se te ocurre que puede recordar esa bola excremental, petrificada en el estóma­go de una vaca? Con su permiso, algo dice, Su Merced. Capaz que en latín o en otra lengua desconocida. ¿No cree Usía que podría existir un oído para el cual todos los hombres y animales hablaran un solo idioma? La última vez que la señora Petrona Regalada me permitió escuchar su piedra, la oí murmurar algo así como… rey del mundo… ¡Claro, bribón, debí habérmelo figurado! Qué otra cosa sino realista podía ser esa piedra que en­calabrinó a la viuda. ¡Sólo eso falta! Que los chapetones, además de pasquines en la catedral, pongan una piedra de contagio en el buche de las vacas.

Tanto o más que la memoria falsa, las malas costum­bres enmudecen los fenómenos habituales. Forman una segunda naturaleza, así como la naturaleza es el primer hábito. Olvida, Patiño, la piedra-bezoar. Olvida tu chi­fladura de ese oído que podría comprender todos los idiomas en uno solo. ¡Insanias!

He prohibido a la que consideran mi media hermana esas prácticas de brujería con que alucina a los igno­rantes crédulos como ella. Ya hace bastante daño con prender en los muchachuelos que asisten a su escuelita la garrapata del catecismo. La dejo hacer. Manía in­ofensiva. El Catecismo Patrio Reformado y la militan­cia ciudadana les extirparán a esos chicos cuando sean grandes el quiste catequístico.

La maldita bezoar no impidió que la vaca fuera inva­dida por la garrapata, le he dicho cuando vino a quejar­se. No la curó a usted, señora, de su encalabrinamiento.

No pudo sacar la ponzoña de la demencia al obispo Pa­nés. Menos aún, aliviarme la gota cuando trajo aquí su piedra a restregármela sobre la pierna hinchada durante tres días seguidos. Si la piedra no sirve más que para re­petir al bureo esas palabras provenientes de un mundo trasmundano, en un lenguaje contranatural que úni­camente los orates y chiflados creen escuchar, ¡maldito para lo que sirve la piedra!

Usted tiene también su piedra, me replicó señalán­dome el aerolito. No la utilizo en agüerías como usted la suya, señora Petrona Regalada. Acabará nublándole el cerebro igual lo tuvieron sus otros hermanos. Usted sabe que a los suyos les rondó siempre el fantasma de la demencia. Especie de cualidad familiar en los consan­gres. Entierre usted su piedra-bezoar. Entiérrela en su patio. Póngala al pie de una cruz-legua. Arrójela al río. Desembárguese de esa zoncera. No vuelva a darme us­ted un disgusto como cuando después de diez años de separación supe que usted seguía viéndose a escondidas con su ex marido Larios Galván. ¿Qué quiere de ese far­sante? Ha pretendido burlarse de usted. Antes se burló de la Primera Junta Gubernativa. Después del Supremo Gobierno. ¿Qué quiere hacer usted en plena vejez con ese corrompido bragante? ¿Hijos güérfanos? ¿Hijarros bezoares? ¿Eh, qué? Entierre usted su piedra-bezoar, como yo enterré a su ex marido en la cárcel. Bañe sus velas en paz y déjese de pamplinas.

Se le mudó la vista. Peculiar astucia de la demencia cuando finge un firme sentido exterior. Empezó a mirar para adentro buscando esconderse de mi presencia en la malvada taciturnidad de los França. ¡Ah malditos!

 

Vea, señora Petrona Regalada, de un tiempo a esta parte anda armándome los cigarros más gruesos que de costumbre. Tengo que desenrollarlos. Sacarles algo de tripa. De otro modo, imposible fumarlos. Fabríquelos del grueso de este dedo. Ármelos en una sola hoja de tabaco enserenado, bien seco. El que menos irrita los pulmones. Responda. No se quede callada. ¿Estoy di­rigiéndome a una estaca? ¿Ha perdido usted el habla además del juicio? Míreme. Vea. Hable. Ha girado la cabeza. Me mira con la expresión de ciertos pájaros que no tienen otro rostro. El suyo, extraordinariamente pa­recido al mío. Da la impresión de que está aprendien­do a ver, viendo por primera vez a un desconocido por quien no sabe aún si sentir respeto, desprecio o indife­rencia. Me veo en ella. Espejo-persona, la vieja França Velho me devuelve mi apariencia vestida de mujer. Por encima de las sangres. ¿Qué tengo yo que ver con ellos? Confabulaciones de la casualidad.

Hay mucha gente. Hay más rostros aún, pues cada uno tiene varios. Hay gentes que llevan un rostro du­rante años. Gentes sencillas, económicas, ahorrativas. ¿Qué hacen con los otros? Los guardan. Sus hijos los llevarán. También sucede a veces que se lo ponen sus perros. ¿Por qué no? Un rostro es un rostro. El de Sultán se parecía mucho al mío en los últimos tiempos, sobre todo un poco antes de morir. Se parecía tanto la cara del perro a la mía como la de esta mujer que está parada ante mí, mirándome, parodiando mi figura. Ella ya no tendrá hijos. Yo ya no tendré perros. En este momen­to nuestros rostros coinciden. Por lo menos el mío es el último. Con levita y tricornio, la vieja França Velho sería mi réplica exacta. Habría que ver cómo se podría usar este casual parecido… (el resto de la frase, quemado, ilegible). ¡Fábula para mejor reír!

Aquí la memoria no sirve. Ver es olvidar. Esa mujer está ahí, inmóvil, espejándome. El no-rostro, todo en­tero, caído hacia adelante. ¿Desea algo? No desea nada. No desea la más ínfima cosa de este mundo, salvo el no-deseo. Mas el no-deseo también se cumple si los no-deseantes son testarudos.

¿Entendió usted cómo debe fabricarme los cigarros en adelante? La mujer se arrancó violentamente de sí misma. La cara le quedó entre las manos. No sabe qué hacer con ella. Del grosor de este dedo ¡eh! Armados en una sola hoja de tabaco. Enserenado. Seco. Los que mejor pitan hasta que el fuego llega muy cerca de la boca. Cálido el aliento se escapa con el humo. ¿Me ha entendido usted, señora Petrona Regalada? Ella mueve los labios alforzados. Sé en qué está pensando, desollada viva por los recuerdos.

Desmemoria.

 

No se ha separado de su piedra-bezoar. La guarda escondida bajo el nicho del Señor de la Paciencia. Más poderosa que la imagen del Dios Ensangrentado. Ta­lismán. Grada. Plataforma. Último peldaño. El más resistente. La sostiene en el lugar de la constancia. Lu­gar donde ya no se precisa ninguna clase de auxilio. La obsesión se fundamenta allí. La fe se apoya toda entera en sí misma. Qué es la fe sino creer en cosas de ninguna verosimilitud. Ver por espejo en obscuro.

Tiene la piedra-rumiante su propia vela. Llegará a te­ner su propio nicho. Tal vez con el tiempo, su santuario.

Frente a la piedra-bezoar de la que consideran mi hermana, el meteoro tiene aún ¿dejará de tenerlo alguna vez? el sabor de lo improbable. ¿Y si el mundo mismo no fuera sino una especie de bezoar? Materia excremental, cabellosa, petrificada en el intestino del cosmos.

Mi opinión es… (quemado el borde del folio)… En materia de cosas opinables todas las opiniones son peo­res…

Fundación Augusto Roa Bastos

Conmemoración de los 40 años de la 1.ª Edición de

Yo El Supremo y los 25 años del Premio Cervantes

 

 

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YO EL SUPREMO

Novela de AUGUSTO ROA BASTOS

Prólogo: ANTONIO CARMONA

Colección AUGUSTO ROA BASTOS Nº 5

Editorial Servilibro,

Asunción-Paraguay, 2007 (461 páginas)

 

 

 


EL SECRETO DE LA NIÑA MALA

Capítulo de la novela LA DAMA Y EL TIGRE, 2013- LOURDES TALAVERA


Cuando el camarero del bar del casino depositó su trago sobre la mesa, Roberto se lo llevó a los labios y tomó un sorbo pequeño, mirando de reojo a su jefe, el senador José Pablo Artigas.

—Tengo sed —dijo.

Luego echó un vistazo al salón. Algunos hombres tomaban una cerveza en la barra mientras en el salón contiguo otros jugaban las diversas alternativas de azar que ofrecía el sitio. La concurrencia esa noche era es­tupenda. En el bar la música relajaba el ambiente. De vez en cuando el senador movía la cabeza siguiendo el ritmo de la canción, con aire nostálgico.

—Es una noche magnífica —señaló su jefe.

Roberto lo conocía desde un cuarto de siglo atrás, cuando tuvo que venir a este país extraño a comenzar de nuevo, o quizá simplemente a sobrevivir. Como no era dado a profundizar su situación existencial, dejaba que trascurrieran los días sin cuestionar nada. Allí es­taban los dos bebiendo como viejos amigos, en un ins­tante errático a Roberto le pareció que su jefe se había convertido en un personaje de Los siete locos de un escri­tor argentino, Robert Arlt, llamado el enano melancóli­co. Sonrió de su delirante asociación de personajes. De alguna manera, Artigas también buscaba conquistar mayor poder usando métodos no éticos, a su modo de ver. Pero, quién era Roberto para cuestionar a su jefe. En una ocasión, lo acompañó al interior del país, a una reunión de trabajo. Siempre iba rodeado de guardaes­paldas porque temía algún atentado que podría poner en riesgo su vida. Cuando llegaron al lugar, un hom­bre se abalanzó sobre el senador esgrimiendo un arma de fuego. Uno de sus custodios saltó sobre el atacante, bombeando adrenalina, lo agarró de las solapas y lo arrastró en contra de la pared. Le machacó la cara hasta dejarlo irreconocible. Horas después el agresor apareció tirado a la vera de un camino vecinal. Nadie supo lo que había pasado. Así que estaban allí, tomando tragos como en una reunión de antiguos socios de andanzas. El senador le había contado que antes de dedicarse a sus negocios había sido informante de la policía política. “No fui un oficial, pero cumplí con mi misión. Y existen, quienes no lo admiten. Me obligaron, lo hice por el país. Recuerdo que una guerrillera mató a dos de mis compañe­ros cuando fuimos a buscarla. Se defendió como una tigre­sa, y solo pudimos matarla, incendiando la casa. Después descubrimos que tenía a un bebé escondido bajo la cama”. Roberto, recordaba que los ojos del senador, luego de su relato quedaron con un vacío oscuro. El Departamento de Investigaciones era uno de los lugares de tortura, le había confiado.

Bebió un trago, dio las gracias, se levantó porque le dolía la cabeza, y le parecía que el cerebro le ardía. Se quedó ahí cerca secándose el sudor de la frente con el dorso de la mano. Sabía que Artigas vigilaba los pasos de Silvina Brandoni. Había encomendado a uno de sus hombres que estuviera pendiente de sus movimientos. En más de una ocasión, la había visto caminar por al­gún shopping sin percibir que la estaban observando, el bolso colgándole en bandolera, acompañada de aquella vecina y amiga lunática, el balanceo amplio de sus cade­ras enfundadas en jeans azules, su cabello ondulante, su boca silenciosa. Le había advertido: —El senador es una persona peligrosa —dijo sin que ella tuviera necesidad de preguntar nada—. Es un hombre malo y perverso

—Hace tiempo que lo descubrí por mí misma —le respondió ella.

Lo dijo sin emoción, de manera seca. Luego se que­dó callada, mirando sobre el hombro de Roberto. Ese hombre siempre ha sido mi pesadilla, concluyó al fin. Nunca decía nada de modo casual, así que él tenía la sospecha de que más tarde le explicaría su comentario. Ella por alguna razón recordaba eso. En esta ciudad, sin duda las señales y peligros estaban a la vista, pero faltaban los códigos para interpretarlas.

El senador José Pablo Artigas sufrió un atentado de parte de un abogado del foro por motivos particulares, eso le afectó y quedó casi paranoico. Salía de su ofici­na cuando sintió una punzada en las costillas del lado derecho del tórax. Se quedó quieto oyendo su propia respiración, mientras el hombre le increpaba de manera dura que saliera con su esposa: ¡Te mataré la próxima vez que sepa de nuevo que sales con mi mujer! ¡Estás marcado! El incidente no pasó a mayores porque el vigi­lante del edificio apuntó con su arma al abogado quien liberó a José Pablo Artigas, tirándolo al suelo. No tuvo ganas de recurrir a sus abogados y darle su merecido al furibundo agresor. Sin embargo, no se sintió tranquilo a partir de aquel incidente. Su contacto con la mujer era epistolar y telefónico aunque en alguna ocasión hacían el amor de manera furtiva y muy apasionada. Esta si­tuación clandestina y peligrosa le resultaba sumamente placentera. A veces pensaba, no te preocupes por el es­poso, dentro de poco será de nuevo toda tuya. Al fin de cuentas la vida es breve, y sólo de vez en cuando te pone delante una mujer como esta. Le fascinaba su talento musical con el piano. La primera oportunidad que la oyó ejecutar Serenata de Schubert, supo que le había robado el alma. Ignoraba el tipo de relación que tenían, él sólo disfrutaba cada instante con ella. Pasaba muchas horas pensando en ella, llenaba su existencia y cuando la perdió hasta el sol perdió brillo para él.

Artigas se había marchado cuando Roberto regresó al bar, un hombre estaba sentado al piano y sonaba My way, una canción que le inspiraba tristeza. Miró hacia las mesas y la vio sentada, tenía una coleta recogida con una cinta azul oscura. Su blusa trasparente de seda in­sinuaba la forma de sus senos en contraste con su fal­da negra y corta, las piernas visibles hasta un poco por encima de la rodilla; llevaba zapatos de tacos altos y él calculó que de manera fácil le sobrepasaría como siete centímetros en estatura. Retuvo el aire en sus pulmones y se acercó. Ella lo observó desde abajo y le sonrió. Las pupilas claras de sus ojos brillaban con la luz. Él miró bajo la mesa y ella tenía las piernas cruzadas y balan­ceaba rítmicamente el pie derecho. Pese a toda lucidez posible, él estaba allí observándola, contemplando a esa mujer que clavaba su dardo envenenado en su carne y recorría su sangre. Y eso golpeaba una y otra vez su ima­ginación. Esa mujer era una espina clavada en su alma. Ella carga un morral de enigmas e historias que tienen vida propia y se bastan a sí mismos. Ella no descansa de sus fantasmas y los persigue por los bosques de la noche. Se sentó junto a ella. Escuchó que le decía:

—Esta canción era la favorita de mi mamá.

—A mí también me gusta.

—Hace tanto tiempo que la perdí —Roberto asintió mecánicamente. Silvina hablaba más que de costum­bre. Cada vez que la miraba la encontraba diferente, tenía la certeza que siempre buceaba en su lado más os­curo, y en ocasiones le atemorizaba. Deseaba acercarse a ella cuanto pudiera, verla dormida, sentirla despertar, acariciar su piel y reconocer en ella, a la niña que en su infancia tenía una madre pianista.

Había dejado de hablar y lo miraba curiosa, él teme­roso que ella pudiera leer en su cara o imaginar sus pen­samientos pidió algo de beber al camarero. Ella lo es­tudió con atención como si hubiera adivinado lo que él había estado pensando. Roberto mantuvo inexpresivo su rostro. Ella se inclinó y con los dedos en movimiento sobre el brazo de él, preguntó ansiosa:

—¿De verdad te interesa lo que te cuento?

—Claro que me interesa.

Se acomodó en su sitio, con gesto de oyente y ella re­tomó su relato sobre sus paseos al zoológico, sus visitas a los tigres. Para su íntima sorpresa, Roberto intuyó que ella guardaba un secreto. Entonces, ella rio despacito como una niña mala que se expone a encuentros peli­grosos al atravesar el bosque. Estiró las piernas bajo la mesa, apuró de un sorbo su bebida y se despidió de ella. Mientras se alejaba de allí, hizo una mueca sardónica. Es suficiente, por esta noche, se dijo.

A las siete menos cuarto ella desayuna café con leche y tostadas de pan de salvado. Está tranquila, le comuni­caron el día anterior que había sido elegida para ocupar el cargo de asistente del fiscal general del Estado. Lan­za una mirada a su alrededor. —¿Podrás con el nuevo cargo? —le pregunta Blake que se encuentra sentado al otro lado de la mesa.

—Podré —responde.

—Así tiene que ser —dice Blake—. Porque sos la mujer más fuerte del universo. ¿No es cierto?

Ella asiente.

—Dale, entonces no te quedes perdiendo el tiempo, andá a la oficina a arreglar lo que falta finiquitar.

Tal como le indica, se levanta y se marcha al trabajo. Se dirige a la puerta de calle y sale afuera para subir­se al auto. Ahora está ansiosa, deja de pensar y respira mejor. Tiene el caso de las Chicas desangradas a cargo de Fabricio. Quién sabe, puede que nombren fiscal y él asuma administrativamente la responsabilidad de la oficina. ¿De qué sirve pensar en el futuro aunque este sea cercano? Sin más cavilaciones conduce en dirección a la Fiscalía sin mirar a los costados. Todo lo que se encuentra ante sus ojos le parece una ilusión. Sigue sin pensar, porque cuando piensa le asalta una extraña sen­sación como si un soplo de viento fuera a volar todo lo que está en su camino. Despacio se aproxima al lugar. La jornada laboral apenas está comenzando.

 

 

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LA DAMA Y EL TIGRE, (2013)

Novela de LOURDES TALAVERA

Editorial Arandurã

Asunción – Paraguay. 206 págs

 

 


 

 

BREVE RECORRIDO HISTÓRICO PREPARANDO LOS 400 AÑOS DE LA FUNDACIÓN DE ENCARNACIÓN

Un año, cuatro siglos - Parte 1

Ensayo de JULIO SOTELO


En el umbral en que la ciudad cumplirá 400 años, me permito a través de este escrito y los sucesivos, resu­mir cuatro siglos en un año. Este trabajo pretende ser la reconstrucción histórica de la ciudad, desde la antigua Villa Baja, en base a documentos encontrados, median­te los cuales he rescatado importantes fragmentos de la memoria colectiva para dejar como aporte al cono­cimiento los hechos más trascendentes ocurridos y los que fueron sus protagonistas.

Porque desde la memoria podemos comprender nues­tra existencia. Nuestra generación tiene la obligación de dejar una constancia escrita y fotográfica para que los que vendrán a habitar este suelo tengan más elementos de los que a nosotros nos dejaron nuestros mayores. So­mos el resultado de los que ellos hicieron y pensaron. Entender que la tierra por donde caminamos, por la que transcurren nuestras vidas, los lugares de nuestro entor­no urbano han hecho que seamos hoy lo que somos y lo que seremos en el futuro.

La historia de la hoy denominada La Perla del Vera­no y Capital del Carnaval Paraguayo comenzó en una precaria misión en la margen izquierda del río Paraná (actual ciudad de Posadas) en 1615 y curiosamente, 88 años después, se estableció como reducción en 1703 en la Villa Alta, la que sería la base concreta del principio de Encarnación debido a que de la misión no existen vestigios de que haya existido.

Esta reducción que se desarrolló durante 64 años, es la génesis del Pueblo de la Encarnación de Itapúa que abrutamente se cortó el 27 de febrero de 1767 con la expulsión de los religiosos de la Compañía de Jesús de todos los dominios de la Corona española en cum­plimiento del Real Decreto del monarca Carlos III. La población indígena volvió a los montes y la reducción como núcleo poblacional desapareció.

No obstante, la Villa Baja que siempre existió a ori­llas del Paraná, continuó siendo un asentamiento domi­nado por los nativos más reacios, con años de resistencia e insubordinación a la conquista: los paranaes.

La Villa Baja que el tiempo y el progreso se llevó en el 2010, 395 años después de la fundación de aquella mi­sión, la que hoy miramos con nostalgia, aunque nos en­orgullecemos por la Nueva Ciudad que nos entregaron a cambio de que el casco histórico quede bajo toneladas de tierras, piedras y las aguas del río Paraná.

Aunque la Villa Baja es referente de Encarnación recién desde la primera década de 1800, concentraba las edificaciones consideradas patrimonio histórico del Pueblo de Encarnación, que desaparecida se ha conver­tido hoy en nuestra curiosidad y mañana nuestros hijos preguntarán con avidez ¿cómo era ese lugar?. Se dice que en las fotografías históricas o pretéritas, su “con­tenido” adquiere plenitud recién cuando desaparece el referente, igual sucede con la Encarnación de entonces. Es por eso que rescato este aspecto resaltante de su his­toria, Fundación de Nuestra Señora de la Anunciación de Itapúa

Para que el lector no tenga dudas sobre la fecha de fundación, transcribo algunos documentos de los más eminentes historiadores.

Según certificación jurada del padre Diego de Bo­roa, de la Compañía de Jesús, Rector del Colegio de Asunción y Viceprovincial del Paraguay y Real Audien­cias de la Plata “…con licencia del padre Rector Marcial de Lorenzana y el General Francisco González de Santa Cruz, su hermano que gobernaba estas provincias, por muerte del Gobernador, Roque González de Santa Cruz comenzó la reducción de la Encarnación en Itapúa, a 25 de marzo de 1615, en la cual levantó una cruz y comenzó la iglesia…”

El Brigadier Diego de Alvear, en su Relación Geográ­fica e Histórica, no da una fecha exacta, pero escribió: “...en 1615, acompañado del padre Diego de Boroa, em­prendió el padre Roque González unas excursiones, Para­ná arriba, reconociendo islas y costas pobladas de gentiles hasta el río Yabebyry, venciendo horrorosas dificultades, cuyo fruto fue la reducción de Itapúa, que formaron en te­rritorio de un reyezuelo llamado Itapúa, de hermosa vista y buenas tierras, situada al occidente del mismo Paraná, seis leguas arriba de San Ignacio, en el Yaguaracamigtá agregando a esta reducción los indios de Appupen, o la­guna de Santa Ana conocida también con el nombre de Yberá. De varias otras partes llegaron además hasta 500 familias de indios, honrando al pueblo con la advocación de la Encarnación de Itapúa...”.

Félix de Azara, en su Geografía Física y Esférica, Viaje 3, página 92, concreta la fecha diciendo: “… Pa­rece que los P.P. jesuitas Roque González de Santa Cruz y Diego Boroa fundaron el pueblo de la Anunciación de Itapúa sobre la barranca del Río Paraná en 1615. Allí se le incorporaron las reliquias del pueblo nombrado Santa Ana, que fue destruido hacia la cabecera del Río Yacuy…”.

El padre Nicolás del Techo, en su Historia de la Pro­vincia del Paraguay, tomo 2, página 324, dice que “... el Padre Roque González de Santa Cruz llegó a Itapúa la víspera de la Encarnación...” (24 de marzo), pero sin precisar el año, se presume por los datos que hace refe­rencia fuese 1615.

En Las cartas Anuas de 1616 y 1618, y la versión dada por el historiador jesuita Nicolás del Techo per­miten reconocer la coincidencia del emplazamiento de la primitiva reducción de Itapúa y la actual ciudad de Posadas. Las primeras describen el lugar de esta ma­nera: “…Está un puesto ameno y deleitable,…en un alto sobre el río Paraná, que tiene allí como media legua de ancho y hace una gran ensenada que parece mar, por cuya angosta boca vemos desde nuestros aposentos venir las ca­noas que vienen del río arriba…y pasan al Uruguay que está allí cerca…”. Nicolás de Techo, en su Historia de la Provincia del Paraguay agrega que “su puerto es una laguna”, refiriéndose, sin duda, a la laguna San José, en la que encuentran actualmente algunas instalaciones del puerto de Posadas.

El Dr. Alejandro Audibert en su obra Los límites de la Antigua Provincia del Paraguay, página 121, dice: “…Poco después del año 1610, los Padres Diego de Boroa y Roque González de Santa Cruz, arribaron al Río Pa­raná y a unas leguas de Yaguaracamigtá establecieron la Reducción de Encarnación de Itapúa, a la cual se agrega­ron los indios del cacique de este nombre, los de Appupen o lagunas Yberá, llamada también Santa Ana…”. No esta­blece la fecha de la fundación de Itapúa.

El historiador Brasileño Dr. Emeterio José Velloso da Silveira en su obra As Misöes Orientaes, página 12, escribió: “…Este apostólico varón, no solo llevó adelante la reducción comenzada, sino que extendió el campo de acción de los misioneros, obedeciendo a las vivas ansias que tenía de convertir a los indomables indios del Paraná y penetrar luego hasta los infieles del Uruguay, a donde nunca habían llegado los españoles. Impulsado por este ar­doroso celo, no cesó de trabajar en diecisiete años más que corrieron hasta su martirio. Fundó la nueva reducción de Santa Ana, en Appupen o laguna Yberá; y el mismo año otra en Itapúa, etc.…”.

En el segundo tomo de la misma obra y autor, pági­na 153, agrega: “…La primera Reducción que se fundó con indios no sujetos a encomiendas fue la de Itapúa, es­tablecida en 1615 por el padre Roque González de Santa Cruz. También en aquel año empezó el mismo misionero a entablar en las orillas de la laguna Yberá una reducción que por haber pasado a ser administrada por los padres Franciscanos, uniendo con Iratí, no disfrutó de excepción. Al año siguiente de 1616, se empezó la reducción de Ya­guapoa, cuatro leguas al oeste de Itapúa, e inmediato al Río Paraná...” (Carta Relación del padre Marcial de Lo­renzana).

El padre Antonio Astral en su notable Historia de la Compañía de Jesús, tomo 5, páginas 512 y 513, refi­riéndose a este asunto dice: “… A pesar de todo, el Padre Roque González de Santa Cruz y su compañero siguieron infatigables adelante. En 1615, el día 25 de marzo, fun­daron la Reducción que se llamó Itapúa y también En­carnación, imponiéndose sin duda, el nombre de la fies­ta. Hallábase situada al sur del Río Paraná, a no mucha distancia, según podemos conjeturar, de la actual ciudad de Posadas. En esta Reducción hicieron la profesión solem­ne por octubre de 1619 (**) los P.P. Roque González, Pedro Romero y Diego de Boroa. Después de seis años de una existencia algo penosa, fue trasladada esta reducción al Norte del Paraná, en el sitio ocupado hoy por la Villa Encarnación…” (Félix de Azara dice que se efectuó este traslado en 1703).

En la monumental obra del padre Guillermo Fur­long, Misiones y sus pueblos guaraníes, en la página 15 encontramos: “...Donde hoy se halla Posadas, Capital de la Provincia de Misiones, estuvo otrora la reducción Nuestra Señora de la Encarnación de Itapúa. Allí la fundó el Padre Roque González de Santa Cruz, el 25 de marzo de 1615, mientras sus compañeros de afanes apostó­licos hacían una gira por la zona; levantó una gran cruz en medio del terreno que debía ser en breve un pueblo y comenzó la construcción de la iglesia y de la casa de los indios…”

En la memoria del sacerdote portugués Juan Pe­dro Gay, cura párroco de San Borja, con respecto a la fundación del Pueblo de la Anunciación de Itapúa, publicó en Río de Janeiro, Brasil, en 1863, investiga­ciones referentes a las misiones jesuíticas del Paraguay. Este escrito original de la época, redactado en guaraní cuenta que; “…En 1614 el general de los jesuitas Claudio Acuaviva ordenó la formación de una Provincia Jesuítica en el territorio bañado por el Paraná, y el mismo, con el cura Juan Vasco, fundan la Reducción llamada Nuestra Señora del Carmen. Esta reducción hallábase en un lugar distante de estos parajes y desapareció casi de inmediato…

…Por entonces Itapúa, un famoso jefe guaraní señor de varias tierras, dominaba esta región. Su nombre trasunta­ba fortaleza invencible, aplastadora, era como una piedra levantada o andante (traducción libre de un europeo que no tenía dominio del idioma guaraní). En los dominios de este todopoderoso señor, el padre Roque González de Santa Cruz fundó (*) el 25 de marzo de 1614 (Sic) el pueblo de Itapúa… (Nota del autor: mediante documentos en­contrados, está probado que la fundación fue en 1615).

…La novel población cobró importancia con la visita del gobernador Hernando Arias de Saavedra, cuñado del padre Roque. Pero ITAPÚA no quiso rendir pleitesía al jefe blanco y lo persiguió a muerte. González salvó al go­bernador manteniéndole escondido hasta salir del pueblo a altas horas de la noche. Diez años después llegan restos de la población de la Colonia Natividad, fundada por los jesuitas y destruida por los portugueses…

…Esto aumenta la población de Itapúa y en 1637, tres­ cientos sesenta indios procedentes de Santa Teresa de Yagay o Ycay se suman a los anteriores, huyendo Santa Cruz de la persecución portuguesa.

De puño y letra de Roque González quien escribió: “…Acomódeme en una chozuela junto al río, hasta que, luego después, me dieron otra choza pajiza algo mayor y poco más de dos meses después envió el Padre Rector de la Asunción, al padre Diego de Boroa”. Llegó a aquel pues­to, el segundo día de Pascua del Espíritu Santo, y ambos nos consolamos harto de vernos por amor de Dios Nuestro Señor en partes tan remotas y apartadas; acomodámonos en la choza ambos, con unos apartadizos de cañas y con los mismos estaba atalajada una capillita, poco más ancha que el altar, adonde decíamos misa...”

En cuanto a la fe de los testimonios consignados, no cabe ni siquiera aceptar una simple duda, como se trata nada menos que de documentos registrados, existentes en el famoso Archivo de Indias, fuente de comproba­ción histórica sobre el descubrimiento, la conquista y el gobierno del Nuevo Mundo, bajo la monarquía his­pana.

 

EL NOMBRE DE ITAPÚA PARA LA REDUCCIÓN JESUITA

 

El nombre de la reducción jesuítica “Nuestra Señora de la Anunciación de Itapúa” (Ytapúa, según algunos autores) proviene de dos circunstancias que concurren al mismo hecho histórico de la fundación, y el inicio de la construcción de la iglesia y el futuro pueblo.

La primera, coincide con la celebración religiosa del “Día de la Anunciación”, 25 de marzo. La segunda, es la existencia de una gran piedra en el lecho del río, cerca del lugar conocido actualmente como Parque Paragua­yo en Posadas, la cual, por efecto de la corriente del agua, producía un sonido muy notorio. Una traducción del guaraní “itá púa”, al castellano quiere decir “pie­dra que suena”. De ahí provendría la nominación de “Nuestra Señora de la Anunciación de Itapúa” a la nue­va reducción jesuítica.

Otros historiadores coinciden en señalar que el nom­bre de Itapúa, con el cual se identifica actualmente al VII departamento, proviene realmente del guaraní “itá púa”, piedra puntiaguda o punta de piedra, y también se habla de “itá púva”, piedra que suena, en referencia a una gran roca que sobresalía del río Paraná. No hay, sin embargo, referencia sobre el lugar geográfico en el que estaba ubicada la roca.

Las obras consultadas al respecto, forman parte de la valiosa biblioteca de autores jesuitas que posee el señor Raimundo Fernández, residente en Posadas (R.A.), au­tor asimismo de la meritoria obra Apuntes Históricos sobre Misiones.

 

EN LA MARGEN IZQUIERDA DEL RÍO PARANÁ LA MISIÓN JESUÍTICA PERMANECIÓ DURANTE 88 AÑOS

 

De esta circunstancia el padre Boroa escribió: “… Donde hoy se halla Posadas, capital de la Provincia de Misiones, estuvo otrora la reducción de Nuestra Señora de la Encarnación de Itapúa. Allí la fundó el Padre Roque González de Santa Cruz, mientras sus compañeros de afa­nes apostólicos hacían una gira por la zona; levantó una gran cruz en medio del terreno que debía ser en breve un pueblo y comenzó la construcción de la iglesia y de la casa de los indios…”

Sobre este traslado del asentamiento a la otra mar­gen, el Dr. Ramón Enrique Reverchon en su libro En­carnación una ciudad con historia, páginas 35 y 36, transcribe parte del libro Roque González de Santa Cruz – Un conquistador sin espada del jesuita Cle­ment J. MacNaspy “…Poco después de la fundación, vino el gobernador (Hernandarias) con 40 soldados…En me­dio de la corriente del bravío Paraná fue interceptado por las canoas de los aborígenes de la margen derecha, y salvó la vida y la de sus soldados por la eficaz intervención del padre Roque González de Santa Cruz de gran influencia en la región. Fue la primera vez que el gobernador Her­nando Arias de Saavedra incursionó la bravía región del Paraná….Este hecho debió hacerle reflexionar al padre Roque González….Es probable que la idea del traslado de la Misión a la margen derecha haya madurado en su mente desde entonces…”.

Citando a Tomás L. Micó y Alberto Delvalle escri­tores encarnacenos, Reverchon escribió en su libro en la página 40 como el primer traslado (¿…?) “…Sea lo que fuere, lo cierto es que la Misión de Itapúa fue trasladada a la margen derecha, cruzando el caudaloso Paraná, supues­tamente en el lugar denominado Pacú Cuá, en la cima de un gran peñasco que lo caracterizaba…”. Siempre en el libro se puede leer que del lugar mencionado se hizo un segundo traslado “…También pudo haberse establecido la Misión en la hoy denominada Villa Baja, en la parte seca pero no lejos del barranco del río Paraná al cual Ro­que González denominaba el Jordán porque en sus aguas bautizaba a los neófitos, ya que las tierras más bajas a la sazón se hallaban convertidas en infranqueable lodazal…

…Sólo así se justifica el traslado de Itapúa por segunda vez, tres cuarto de legua al Norte en la hoy denominada Villa Alta, a causa de la peste. Si hubiera estado emplaza­da en las alturas de Pacú Cuá no habría sufrido el rigor de las crecidas ni de las pestes inoculadas por mosquitos o por agua contaminada, y ese lugar sería el emplazamiento definitivo…”.

En resumen, dice Reverchon en su libro en la página 41, en el párrafo 6, ”…puede afirmarse que la Misión “Nuestra Señora de la Encarnación de Itapúa”, fundada por el padre Roque González de Santa Cruz en la margen izquierda del Paraná, actual Posadas, Provincia de Mi­siones, Argentina, el 25 de marzo de 1615, en los siguientes años, presumiblemente 1623, trasladó su asiento a la ban­da derecha del Paraná, actual ciudad de Encarnación del Paraguay, con probabilidad en la parte seca del Riacho de la Villa Baja…”

Estas versiones resultan incomprensibles para mu­chos de los que se ocupan de investigar, entre ellos me incluyo, que Roque González de Santa Cruz, sacerdote formado en la más estricta disciplina impuesta por San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús haya decidido fundar un asentamiento con la intención de convertirlo en reducción en un lugar que no reunía los requisitos requeridos por su congregación, es más, resulta muy llamativo que a pesar de esta situación la Misión haya permanecido en el sitio durante 88 años, o peor aún, que la Misión haya estado deambulando por lugares equivocados hasta encontrar un lugar don­de quedarse.

Según análisis lógicos, el padre Roque González, que no permaneció mucho tiempo en este lugar porque fue enviado a evangelizar otro lugar en donde murió ase­sinado, el miércoles 15 de noviembre de 1628, 13 años después de la fundación de la misión llamada Anun­ciación o Encarnación tuvo que haber intentado cons­truir una reducción en base a los requisitos que debía reunir el lugar. Los jesuitas buscaban para asiento de las reducciones –ciudades de piedra– zonas aptas para construcción, que tuvieran fácil provisión de piedras, bosques para madera y leña, agua buena, tierras útiles para labranza y campos para la ganadería. Los misione­ros fundaban los pueblos destinados a las reducciones de indígenas de acuerdo a precisas instrucciones que se señalaban. Todas las reducciones observaban funda­mentalmente esta norma –son visibles todavía–, esta­ban en lugares altos, de fácil higiene, de buenos vientos, acceso a medios de comunicación naturales, donde los ríos eran vía preferente.

Sin embargo, el lugar donde se fundó no reunía las condiciones requeridas para una organización urbana y los indios, por condiciones culturales, eran nómadas.

Para los indios, arraigarse no tenía sentido práctico, no se ajustaba en absoluto a su visión cósmica. No se pudo constituir una sociedad estratificada lo suficiente como para consolidarse como núcleo poblacional. De igual manera permaneció en el sitio casi un siglo hasta que en 1703 decidieron trasladar “la administración” a la mar­gen derecha.

 

EL ASENTAMIENTO JESUÍTICO SE TRASLADÓ A LO QUE SERÍA EL SITIO DEFINITIVO EN 1703

 

Conocido es que el pueblo de la Anunciación de Itapúa se estableció como Encarnación de Itapúa lue­go de su traslado en 1703 a su posición actual en una colina, a tres cuartos de legua del río Paraná en la otra margen del río y como pueblo jesuítico de Itapúa, “…se erigió como cabeza del departamento que comprendió Jesús, Trinidad y San Cosme, y también en ella tienen su asiento las autoridades de la Compañía de el cual a mediados del siglo XVIII se encontraba en precarie­dad…”

Félix de Azara, en su Geografía Física y Esférica, Viaje 3, página 92, concreta la fecha diciendo:”En 1703 se mudó el pueblo (Itapúa) a este sitio donde está actual­mente media legua apartado del Paraná sobre suavísima lomita en 27º 20’ 16” de latitud astral y 1º 48’ 1” de longitud por mis observaciones y cálculos”.

Se podría decir que Encarnación existe como pueblo a partir del traslado de la “administración” de su ori­ginal asentamiento, lugar donde se realizó el delinea­miento urbano en torno a la Plaza de Armas. Desde entonces el Pueblo de la Anunciación se convirtió en Nuestra Señora de la Encarnación de Itapúa.

Los misioneros que se instalaron en este lugar fue­ron acumulando todos los materiales de construcción para levantar la iglesia más grande del mundo jesuítico y luego las casas de los indígenas, comprendidas en tres cuadras. Se trazó la plaza de manera que los rayos del sol le den plenamente desde la salida, el medio día y el ocaso. De allí salían todas las calles de la reducción. Representó un importante papel en la convivencia de las diversas clases y estamentos sociales de la reducción. En este lugar se desarrollaba primordialmente la fiesta, punto de confluencia y aglutinante espiritual de toda la comunidad.

La plaza mayor no solo era el espacio central de donde salían las calles de la ciudad, sino que tenía una pecu­liaridad por la que se convertía en una autentica Plaza del Estado jesuítico. Allí estaba la estructura política de la comunidad, con los edificios de las instituciones que representaba poder eclesiástico y el poder militar. En medio de la plaza, fronteras a la iglesia hay dos ca­pillas, la una de san Isidro Labrador y la otra de santa Bárbara. “…La casa en que vive el cura y sus compañeros es cuadrada con pared alta y en medio su puerta grande para clausurar el lienzo de la vivienda del cura que tiene 8 aposentos…”

“…En el otro lienzo frontero a la iglesia hay 9 aposen­tos” destinados a cocina, mayordomos, escuela de música, habitación de indios viejos y sacristanes y en los otros cinco almacenes: En el segundo patio había 16 aposentos, tres grandes para almacenes de yerba y el resto de oficinas fun­damentalmente para tejedores.

…En 1714 vino a vivir en la reducción el astrónomo Buenaventura Suárez, el más capaz de su tiempo que te­nía su lugar de observación muy intensiva.

Escribió el sacerdote portugués Juan Pedro Gay, cura párroco de San Borja que se publicó en 1863: “…El in­ventario de 1768 es exhaustivo en la descripción de la Igle­sia y el Colegio y por ello transcribimos; “…Todo el cuerpo de la Iglesia es de tres naves grandes con su crucero, media naranja, con columnaje por todas sus naves bien doradas y jaspeadas con sus buenos remates y molduras, el pavimento o bóveda de las dichas tres naves está bien adornado con molduras de arcos, en arcos dorados y sus huecos pintadas en pintura fina la vida y misterios de la Santísima Virgen, en medio de la nave mayor hay un púlpito de madera bien labrado y dorado con variedad de colores y varias imágenes de escultura grabadas, en el centro de la nave colateral del evangelio hay un baptisterio, en él su altar con su retablo dorado, pila bautismal grande de jaspe blanco traída de Europa…

…En el circuito de la Iglesia hay 32 ventanas grandes y medianas, todas con sus vidrieras con sus arcos de escul­tura adornados de colores y oro. Tiene la iglesia 7 puertas grandes bien adornadas y aseguradas para su resguardo, tiene también buen pórtico con columnaje bien labrado y pintado el cielo de él adornado con pintura fina…

…Inmediatamente de la iglesia hay en él cementerio bien grande y capaz cercado de pared y cerrado con su puerta. Tiene esta iglesia una sacristía grande de bóve­da de madera adornada de cajonería grande y pequeña; la bóveda de dicha sacristía está pintada de pintura fina. Tenía la iglesia una torre con siete campanas y 14 livianos en sus bastidores pintados que “se usan el día de Corpus en las cuatro capillas que se levantan en las cuatro esquina de la Plaza…”

Otra descripción nos dice que el retablo mayor “… estaba bien adornado con láminas y espejos, cornucopias y varios santos de bulto grande y en medio del trono de Nuestra Señora adornado con varios espejos y en él la ve­nerable estatua de Nuestra Señora traída de Europa por los padres que fundaron este pueblo…”.

En 1788 el gobernador Alós escribe que “…el templo es hermoso, no tiene otra lesión que la que se nota en el frontis a la parte del poniente que reparada puede du­rar muchos años. El colegio requería arreglos y de las 43 cuadras existentes antes solo quedaban 33, de las cuales dos eran nuevas, 25 arruinándose y 6 aniquiladas... Este panorama de las viviendas le hace predecir a Azara la próxima ruina del pueblo por “haber ya en el suelo varias cuadras”.

La iglesia como era suponer, le pareció “por el estilo de las demás más pintarrajeada de lo que puedo decir y con infinitas tallas. Ello no debe extrañarnos ya que era la iglesia obra de Brasanelli, eximio arquitecto y es­cultor jesuita…

…En julio de 1795 es contratado el maestro de obras Martín de Agote para realizar las obras de carpintería y albañilería del pueblo. Agote trabajó casi un lustro en reorganizar los talleres de oficios y poner el pueblo en condiciones…

…En 1842 se efectúan arreglos en la iglesia que sin embargo tenía sus días contados. En efecto, en 1844 se crea allí la Villa Encarnación y los indígenas residentes en el pueblo son trasladados al nuevo poblado de Car­men del Paraná, quedando así Itapúa para los criollos. En ese momento subsistían, la iglesia, el colegio con­vertido en cuartel y sede de oficinas públicas y algunas manzanas de casas en torno a la plaza.

En 1849 la iglesia fue parcialmente demolida por un administrador obtuso que utilizó sus piedras para nue­vas construcciones ”…Un plano que localizamos en el Archivo Nacional de Asunción muestra lo que quedaba de la antigua reducción al erigirse la Villa Encarnación. En 1881 un visitante relata que el colegio estaba casi en ruinas pues “jamás se hace compostura”…

…Otro indicará años más tarde que las ruinas delc­Colegio forman “un cuadro de 80 metros de edificios de adobe en su mitad y de piedra sin labrar el resto. El edificio se encuentra arruinado completamente en dos de sus costados, pero el tercero ha escapado a la destrucción”…

…La iglesia subsistía parcialmente demolida. En la actualidad no quedan ni vestigios de la misión jesuítica de Itapúa, perdidos toda la imaginería y retablos que, como puede deducirse de los inventarios, eran de sumo interés. Es pues el único de los pueblos misioneros pa­raguayos que debemos considerar como totalmente des­Con respecto a la mudanza de la reducción a la margen hoy paraguaya, el traslado debe entenderse como la construcción de un poblado para una nueva administración desde la otra margen del río en donde se había fundado.

No obstante, la provincia de Misiones y la actual ciu­dad de Posadas, seguían perteneciendo al territorio de Encarnación de Itapúa, que en la época del Dr. Gaspar Rodríguez de Francia se llamaba “Fuerte de los paragua­yos”, que después de la Guerra contra la Triple Alianza fue despojado por la República Argentina, convirtién­dola en una de sus provincias.

 

LA REDUCCIÓN SE DESARROLLÓ DURANTE 64 AÑOS HASTA LA EXPULSIÓN DE LOS JESUITAS EN 1767

 

La reducción de Nuestra Señora de la Encarnación tuvo una existencia muy corta, 64 años, por la que tam­poco pudo concretar una expansión poblacional que pudiera haber dado una comunidad más fortalecida y originar un pueblo solidamente establecido. Al ser abandonada, los aborígenes volvieron a su estado natu­ral y el centro comunitario prácticamente desapareció.

El pueblo de Encarnación no tuvo período colonial como los otros que fueron fundados por otras congre­gaciones y conquistadores españoles que le dieron una base para crecer como población, crear un centro y for­jar un perfil urbanístico de identificación. En la pobla­ción de las reducciones jesuíticas no hubo un proceso de mestizaje.

El 27 de febrero de 1767, el monarca español Carlos III promulgó el Real Decreto a través del cual ordenó la expulsión de los religiosos de la Compañía de Jesús de todos los dominios de la Corona española. La pobla­ción indígena volvió a los montes y la reducción como núcleo poblacional desapareció.

Con la expulsión de los jesuitas, en 1767, el goberna­dor de Buenos Aires, encargado de ejecutar la Cédula Real por la cual se ordena la expulsión, tomó posesión de todas las reducciones, inclusive de las de la margen derecha del río Paraná.

Del libro 22 de Septiembre FBC, un siglo en la historia.

 

 

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EL GUARANÍ EN LA EDUCACIÓN PARAGUAYA

Ensayo de LINO TRINIDAD SANABRIA

 


En varios de los artículos (ensayos) que he publicado en los diarios en el país, he insistido convenientemente sobre la necesidad de tener en cuenta en nuestro sistema educativo la fuerte influencia de nuestro bilingüismo guaraní-castellano y parece que no he llegado a hacer­me entender como para lograr la corrección del error que venimos arrastrando desde siempre.


IMPORTANCIA DE LA LENGUA MATERNA

Vuelvo a recordar a las autoridades responsables de nuestro sistema educativo que la alfabetización inicial es absolutamente necesaria hacerla en lengua materna del educando y esto es lo que se está haciendo mal en nuestro sistema educativo. Por eso traigo de vuelta, por este medio de la Sociedad de Escritores del Paraguay, la recomendación de la UNESCO, organismo especiali­zado para la educación, la ciencia y la cultura que tiene las Naciones Unidas, sobre la importancia de la lengua materna en la educación del niño. Esta recomendación fue reiterada en forma muy especial, en la reunión de este organismo especializado, llevada a cabo el 21 de noviembre del 2011, en que se conmemoró el Día Inter­nacional de las Lenguas Maternas, reunión en que tuve la oportunidad de participar personalmente en compa­ñía de nuestro representante diplomático en París. Es­tas recomendaciones están contenidas en los siguientes puntos:

1. La lengua materna es el medio natural de expre­sión de una persona y una de las primeras necesi­dades es que se aprenda a desarrollar al máximo la aptitud para expresarse a través de ella.

2. Todo alumno deberá comenzar su alfabetización inicial en su lengua materna.

3. Si la lengua materna del niño no es la lengua ofi­cial de su país, con mayor razón debe tenerse en cuenta la necesidad de utilizarse la lengua mater­na, y la oficial enseñarle como segunda lengua.

4. Es conveniente tener en cuenta que nada en la es­tructura de una lengua impide que esta se convier­ta en un vehículo de civilización moderna y que ninguna lengua es inadecuada para satisfacer las necesidades del niño en los primeros meses de la en­señanza escolar.

Si observamos con atención estas recomendaciones podemos concluir fácilmente que nuestros niños, pri­mordialmente los del sector rural, no se están benefi­ciando con nuestro sistema educativo, pues se está uti­lizando el castellano en la alfabetización de todos los niños paraguayos. La lengua materna de la gran mayo­ría de los niños paraguayos es el guaraní y el castellano es lengua materna de una minoría de niños paraguayos.


CONSECUENCIAS DE ESTA PRÁCTICA

Es indudable que esta práctica arroja consecuencias negativas en la formación del niño paraguayo. En pri­mer término resulta una tortura para el niño pretender darle la alfabetización inicial en una lengua que él no conoce y la consecuencia de esa tortura es la deserción o desgranamiento escolar. Esta deserción suele afirmar­se que es por razones económicas y esta es una de las formas de esconder una realidad. La deserción escolar fuera de las zonas urbanas en el Paraguay reconoce un índice alarmante y eso constituye el peor flagelo que azota a la sociedad paraguaya toda, porque el resultado general para los paraguayos, guaraníhablantes o caste­llanohablantes, es que no manejan en forma fluida nin­guna de las dos lenguas.

 

 

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SOBRE “NUEVE VIDAS” DE ALEJANDRO HERNÁNDEZ

Crítica de JOSÉ VICENTE PEIRÓ BARCO

 


Uno de los escritores más activos de Paraguay, tanto dentro de la Sociedad de Escritores como por número de publicaciones, es Alejandro Hernández. Argentino de nacimiento (Buenos Aires, 1966) residente en Asun­ción desde 1985. Sus numerosas novelas, de las que ha­blaremos próximamente, no deben ocultar la existencia de un atractivo libro de cuentos suyo titulado Nueve Vidas.

Editado en junio de 2012, no sabemos si estamos ante un libro o ante el propio Alejandro Hernández. Lo afirmo en función de que las historias que en él se incluyen están llenas de bondad y de optimismo, como es él. No siempre la literatura ha de contar desdichas. De niños y jóvenes nos gustaban esas historias donde los mosqueteros derrotaban a Richelieu y su taimada aliada, e Ivanhoe restituía al verdadero rey frente al usurpador Juan Sin Tierra. Incluso las aventuras del pícaro Lázaro de Tormes no finalizan mal, dado que va ascendiendo socialmente a costa de ir perdiendo la honra, pero come aun a costa de poseer unos cuernos propios de un cebú. Pues sí: el optimismo no es una característica negativa para el hecho literario, puesto que ha de evaluarse como concepto artístico y no como énfasis moral. ¡Hasta la literatura de amor solía acabar bien y la chica conseguía al joven apuesto! ¿Valores con­servadores? ¿Subliteratura? Visto el panorama al que ha llegado la sociedad, digamos que más bien los valores conservadores proceden más de la economía que de la literatura. No justifiquemos pues que el optimismo sea un aspecto negativo en toda obra literaria. No toda la poesía amorosa de Neruda es fruto de la desesperación: también existe la del gozo.

Estos relatos de Alejandro Hernández rezuman vi­talismo, ganas de superar las adversidades con unos planteamientos alejados de la ingenuidad. Son retablos de episodios de la vida cotidiana. Nelson Aguilera co­menta en el prólogo que cada una de las nueve vidas narradas es una lección de vida, a lo que añadimos la preponderancia del relato sobre cualquier componente moral. Aguilera expone el sentido de la obra en virtud de la perfección, dado que las historias nos permiten meditar sobre la vida, y que cada lección está unida a la realidad, el amor, el pasado, la fantasía, el sueño o los cuestionamientos metafísicos que unen el más allá con el presente. Así, “La florista” es un canto al amor: el matrimonio será una institución pero no puede impedir el amor auténtico de Andrés hacia Violeta. Pero, ade­más, en este relato se subliman los sentimientos sobre lo material. Carla, la esposa pediatra, es práctica, valora el dinero, un buen trabajo y el patrimonio, pero Andrés es capaz de abandonar una vida cómoda por el amor.

Lo sobrenatural aparece en “La residencia Gremlin” pero no como un elemento puramente fantástico. Her­nández lo emplea para valorar el pasado, para reivindi­car la pervivencia del patrimonio histórico. Un cente­nario edificio va a ser derribado, pero finalmente algo misterioso sucede para que el intendente dé marcha atrás en su decisión. Y así la muerte también se abre paso en el relato del autor, cuando en “Vacaciones con mi abuelo” sobrevive la poesía y las historias al propio deceso del abuelo, que ha dejado sus sueños plasmados en papel. La ternura está presente en todos los relatos, incluso esa ternura del fracaso en “El invisible del sub­terráneo”, donde un vagabundo cuenta cómo fue un hombre triunfador pero determinadas circunstancias le condujeron a la indigencia absoluta.

El tema del Egipto antiguo, tan amado por el autor, como se trasluce en su primera novela Conspiraciones faraónicas, primera parte de la tetralogía “Travesías de Waty el escriba”, es el germen de “La decisión”, un ex­celente relato sobre el misterio de la vida ulterior. Esa muerte que está presente en el autobús de “El chofer”, pero que al final se frustra porque el protagonista decide vivir, haciendo gala de ese vitalismo tan defendido por Alejandro Hernández en sus relatos. O en “Bobi”, que recorre la experiencia de la muerte de un perro que ha sido abandonado por sus dueños.

También hace gala Hernández del relato metalitera­rio en “El secreto de la biblioteca”. ¿Cuál es el secreto de los libros?, se pregunta el personaje e interroga al lector. Ahí queda el reto de la profesora Margarita. Porque la felicidad existe si se recupera el valor de lo humano, como ocurre en “Cuando crezcas lo entenderás”, el cuento que cierra la obra, donde la protagonista aban­dona su buena posición laboral a cambio de “la remera de mi familia”.

Al final el autor añade una apostilla por medio de la que explica que las nueve situaciones de las que parten las historias ponen de relieve la importancia de lo que puede poner la vida delante de tus ojos cuando menos lo esperas. Valores como el agradecimiento, la esperanza, el cariño, hoy en día tan cuestionados por la ideología materialista imperante, siguen existiendo y no morirán jamás. Las historias de Alejandro Hernández quedan lejos del buenismo, sin embargo: optan por la bondad de lo cotidiano y del ser humano, alegando la necesidad de desvestirse de lo artificial y optar por la naturalidad del corazón. Todo ello narrado sin alardes formales ni exquisiteces fatuas, con un estilo simple y preciso por medio de estructuras prospectivas forjadas en el presen­te de la narración.

Lástima de que Hermes no sea el conductor de la barca del río de Leteo, confusión imperdonable del dios mensajero con Caronte. Una pena, un punto negativo, para la recreación de este mito clásico en el cuento “El chofer”, dado que es uno de los más logrados del libro como potencia narrativa. El lector se sentirá apenado por esta confusión importante. Aun así, podrá disfrutar de un canto a la vida que permite reconciliarnos con las virtudes humanas.

 

 

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