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Sociedad de Escritores del Paraguay SEP
  SEP DIGITAL - NÚMERO 1 - AÑO 1 - MARZO 2014 - PORTALGUARANI.COM


SEP DIGITAL - NÚMERO 1 - AÑO 1 - MARZO 2014 - PORTALGUARANI.COM

SEP DIGITAL - NÚMERO 1 - AÑO 1 - MARZO 2014

SOCIEDAD DE ESCRITORES DEL PARAGUAY/ PORTALGUARANI.COM

Asunción - Paraguay


Dirección Editorial

Lisandro Cardozo

Diseño y Diagramación

Natalia Domenech

Corrección

Cintia Cañete

Imágenes fotográficas portada y contratapa

Alejandro Hernández

Aparece en la portada el escritor:

Rubén Bareiro Saguier (1930-2014)


ISBN: 978-99967-750-1-7

ISSN: 2311-0570

Edición al cuidado de los autores.

Edición de la Revista Digital

Marzo- 2014

Asunción - Paraguay



Imágenes para la Edición Digital:

Rosanna López Vera - Fotografías

Diana Rossi - Óleos


ÍNDICE

Prólogo de la SEP

Prólogo Portal Guaraní


POESÍAS

Delfina Acosta

Poema contra el estrés

La ley de la palabra

Creación

Feliciano Acosta

Jasy mimbi guýpe

Nde jeho jevy

Teresa Alborno

Me sangra y me duele la vida

Erica Almirón

Adiós al maestro

Algún día, venceremos...

María Eugenia Ayala

XVI

XXI

Estela Franco

Que valgan los pretextos

Mónica Laneri

De noche en mi retina

Otro viernes de ciudad

José A. Monín

¿Dónde te escondes de mi ser?

El tazón de los sueños paganos

Aún sigo esperando tu amor

Hoy respiro libertad

Albys Paredes

Tristeza

Ahora que aprendí

Carlos Ríos

Cartas vacías

Victorio Suárez

Nacer

Ignorados

Orillas

Lino Trinidad Sanabria

Aha jeýta okaháre

Julio Urbina

Tiempo

¡Cómo hago para olvidarte!

El final

Sofía Valenzuela

Porque eres y no

Ulisses Viveros

Canto breve

Delirio existencial

Sólo agoniza...

Contemplación

Cartas

Corazón

Quedarte siempre

CUENTOS Y RELATOS

Princesa Aquino Augsten

En las vísceras de Cronos

Lía Cabañas

La novia del norte

Camilo Cantero

Ortellado. Crónica de un perseguido

Lisandro Cardozo

¿Mago o mesías?

Juan de Urraza

La vieja del árbol

Natalia Echauri

El diseñador de sueños

Alejandro Hernández y von Eckstein

Conversación entre don Quijote y su escudero

José Pérez Reyes

Doble pérdida

Genaro Riera Hunter

Movimiento de hojas (Microcuentos)

¿Mi boda?

¿Qué ocurrió?

Dejando de ser

Lourdes Talavera

El tipo de la mirada triste

ARTÍCULOS Y ENSAYOS

Alejandro Hernández y von Eckstein

Yo, tú, él... Todos cantinfleamos

Genaro Riera Hunter

La significación de los versos para el adolescente

Tadeo Zarratea

La literatura guaraní

CRÍTICAS LITERARIAS

José Vicente Peiró Barco

Del otoño a la primavera con Carlos Martini

Qué traes entre las piernas



 





LAS LETRAS PARAGUAYAS ESTÁN DE DUELO


“Préstame el camino

para pisar mi nombre

para pisar mi sombra

para pisar mi sangre

para pisar mi tierra”,


decía en un poema de su libro “Camino de andar”,

el escritor y poeta Rubén Bareiro Saguier

(Villeta del Guarnipitán, 1930 – Asunción, 2014).


El martes 25 de marzo, recibimos la infausta noticia, de que calló para siempre la vibrante voz de uno de los paraguayos ilustres, la del gran escritor, poeta y Premio Nacional de Literatura, Rubén Bareiro Saguier. Él nos ha precedido en el paso a la eternidad, tras haber transitado por el orbe dejando su impronta de intelectual de probada hidalguía y creatividad. Fue un ser humano cabal, aprecia­do y respetado en todos los ámbitos en los que le tocó vivir y actuar como representante del Paraguay. Conoció el dolor del destierro, que sin embargo, en vez de amilanarlo, templó su espíritu para darnos lo mejor de su voz poética y pensamiento intelectual.


Y de golpe comprendo

que mi patria,

la antigua tierra abierta

de los dueños del viento

se ha vuelto este pedazo de sombra

entre cuatro paredes

y una reja.

(Evidencia)


Rubén Bareiro Saguier fue un hombre solidario, un intelec­tual que contribuyó con quien se acercaba a su casa o a la Embajada de Paraguay en Francia. Hizo un culto de la amistad con sus se­mejantes. Conoció y frecuentó a los escritores más reconocidos del boom latinoamericano, contribuyó con la cultura paraguaya sin retacear su mejor esfuerzo, en infinidad de proyectos, que dieron nombradía y quilate a nuestro país.

Bareiro Saguier fue uno de los miembros destacados de la Ge­neración del ’50. Abogado por la UNA en 1953, fue además Licen­ciado en Letras, también por la UNA en 1957, y Doctor en Letras y Ciencias Humanas, por la Universidad Paul Valery, Montpelier III, Francia (1991).

Fue fundador del Ateneo Viriato Díaz Pérez. Dictó cátedra de Literatura Hispanoamericana, en la Facultad de Filosofía (UNA). Fue también director de la Revista Alcor, una publicación literaria que marcó una época fecunda de las letras en nuestro país.

Fino poeta, ensayista, periodista, narrador, docente y crítico li­terario. Fue un líder intelectual y fundador de academias literarias en su juventud. Fue también activo miembro de la Sociedad de Escritores del Paraguay, en la que le cupo ocupar cargos hasta el 2011. Fue distinguido Miembro Honorario por la SEP.

Tras haber sido ganador del Premio Casa de las Américas de Cuba, en 1971, este galardón le valió, primero la prisión en las mazmorras de la dictadura, y luego, el destierro de nuestro país, exiliándose en París, Francia, donde ejerció funciones de docente y posteriormente, la de embajador. En su función docente y como diplomático, fue un gran defensor y difusor del guaraní. Tuvo cá­tedras de nuestra segunda lengua oficial en reconocidas universi­dades de Europa.

Pudo retornar recién a nuestro país, tras la caída de la dictadu­ra stronista, en 1989 y en la Asamblea Nacional Constituyente de 1992, propuso la oficialización del idioma guaraní.

Adiós al maestro


Una leve brisa atraviesa el tiempo

y orada rocas y diamantes.

Dibuja huellas en la arena

que se vuelven nítidos cristales

Y hay lágrimas que se deslizan 

por toboganes transparentes

hacia el inson­dable trepidar

de leños encendidos.


Lisandro Cardozo

PRESIDENTE

SEP



PRÓLOGO PORTAL GUARANÍ


Celebramos la inclusión, en el espacio de la Sociedad de Escri­tores del Paraguay en PortalGuaraní.com, del primer número de la revista SEP DIGITAL correspondiente al mes de Marzo 2014. Es loable realzar la participación en nuestro proyecto de tan presti­giosos representantes de nuestra literatura, tanto de la capital como del interior del país.

La versión primicia de la revista, creo que llenó las expectati­vas de propios y ajenos. Al 20 de marzo del 2014, el espacio fue visitado por 680 personas y fue descargado por 400 cibernautas. Se imprimieron 100 ejemplares físicos, de los cuales 80 fueron ob­sequiados a autoridades nacionales, autores que participaron de la edición, y asistentes al acto de lanzamiento en la Biblioteca de la Manzana de la Rivera. Personalmente, considero positivos los números, teniendo en cuenta que las visitas también repercutieron en el espacio propio de la SEP (www.sepy.org), en la revista de los 25 años de la SEP y en las de los diferentes concursos literarios vigentes a la fecha.

Estimados amigos, el proyecto SEP DIGITAL está abierto a cualquier sugerencia, idea o crítica. El espacio debería convertirse a corto plazo, en un canal válido para transmitir y mostrar al mundo lo mejor de nuestras letras.

Al Portal no le queda (con orgullo) más que ser la plataforma de lanzamiento de sus sueños, ideas y realidades.

El presente número (SEP DIGITAL N°1/ MARZO 2014) también tendrá su edición física. Se imprimirán 100 ejemplares que serán entregados a los autores en el acto de presentación de la SEP DIGITAL N°2/ ABRIL 2014, que se realizaría a más tardar en la primera semana de mayo.

En forma anecdótica, las primeras colecciones de obras que con­taron con espacio propio en PortalGuaraní.com fueron las series de GUARANIA, ALCÁNDARA, NAPA, DIÁLOGO y PEN CLUB DEL PARAGUAY, que cuentan con obras antológicas y magistrales de los padres de la literatura paraguaya contemporá­nea. Humildemente, estamos creando hoy, una serie que tal vez pueda ser considerada en un futuro excelente trabajo ya realizado.

El PortalGuaraní.com es un desafío a lo comercial, es un pro­yecto que antepone la utilidad social a la rentabilidad financiera. Es intentar vender conocimiento, cultura, sentimientos, e imagina­ción. Crear un espacio en donde lo nuestro se mezcle en todas sus manifestaciones, y lograr a través del conjunto, una identidad de lo que fuimos y somos como sociedad.

Los espacios creados para cada autor son como islas que navegan independientes en un mundo sin fronteras. El autor lo puede mo­dificar, completar, actualizar o ampliar de acuerdo a su gusto, sin costo económico alguno.

Gracias a su participación, el sueño engendrado dentro de la directiva de la SEP, hoy es una realidad. Nuestra Revista SEP DI­GITAL va por más…

Eduardo Pratt

DIRECTOR

PortalGuarani.com





POESÍAS


DELFINA ACOSTA


POEMA CONTRA EL ESTRÉS


Para pasar el tiempo sin temor

a que este día sea un día más

en que no hay risa ya sino el ruido

molesto de tus tristes pensamientos

reposa sobre un pasto verdecido.

A ti vendrán los lirios caminando.

Y un perro de su amo extraviado

te lamerá los pies alegremente.

Y la canción de un pescador que trae

del río pejerreyes traerá

a ti también el pueblo y las contentas

y largas campanadas de la iglesia.

¡Sin el apuro eterno de quien corre

al despertar para seguir corriendo

descansa y ten en cuenta que la vida

es sólo este momento hermano mío!


LA LEY DE LA PALABRA


Una hormiga poetisa alzó la voz

y dijo a la comunidad un día:

Convengamos hermanas en que el aire

se llena con poesía pero a veces

de los brotes de hojas salen versos

que son como la arena y que se meten

en los ojos del ciervo y los irritan.

Y hay versos que cargamos diariamente

como las propias migas y nos cansan

mientras a su colmena las abejas

alegres llegan. ¡Ah... Tener sus alas!

Y la comunidad oyó atenta.

Y un búho en un iluminado olmo

por la faz de la luna la escuchaba.

La ley de la poesía se resume

en que ella vuele, sentenció la hormiga.

Y el viejo bosque y sus discretas bestias

soñaron esa noche que eran versos.


CREACIÓN


En mi imaginación despierta un prado

y baja suavemente alguna estrella.

Pensar que corre un río de olas claras

a donde yo llegar quisiera un día.

Trabajo no me cuesta: fácilmente

al río me adelanto y soy las aguas

de las que bebe un ciervo de aquel prado.

Y pienso más y en tanto voy pensando

se me aparece un bosque que me llama

con los gorjeos de las aves.

Soy de pronto el bosque ya. Y siendo el bosque

también la lluvia soy que se desliza

por los leñosos troncos de mis árboles.

Venid a mí, animales de la Tierra.

¡Venid leopardos, búhos, cebras, lobos,

y celebremos ser la creación!



ENLACE INTERNO A UNA OBRA PUBLICADA DE LA AUTORA

(Hacer click sobre la imagen)


EL CLUB DE LOS MELANCÓLICOS. Cuentos de DELFINA ACOSTA

Asunción - Paraguay - Setiembre 2010 (99 páginas)





FELICIANO ACOSTA


JASY MIMBI GUÝPE


Ara rováre

upe pyhare

okapu jasy

ha omyendy ijerére

mbyjaita mimbi.

Hayvi ñande ári

jasy renimbo,

mbyjaita ku’i.

Nde, chejopy hatã,

che, ama’ẽ nderehe

ha ahecha ne ñe’ã veve,

ha’ete ku ne añomi reiméva.

Reime rejepovyvýrõ guáicha

ne ñe’ã ruguápe.

Ndaikuaái nde jopy asýva.

Rema’ẽ che rehe,

repoi mbegue katu che pógui

ha reho.

Hi’ãnteko chéve reraha hague

nde resa rorýndi

mbyjaita mimbi ha jasy rendy

chereja haguã pyhare rupápe

che año peteĩ.



NDE JEHO JEVY


Jepe rejevy jey

ne pore’ỹ kuare

che rekove pyko’ẽ kuápe

otytýi gueteri,

oñemohendáma

che rekove tirihápe

oje’ove’ỹ haguãma

araka’eve.

Ndaikatumo’ãi cheresarái

nepore’ỹrõ guare,

ndaikatumo’ãi,

jepe rejevy jey.



ENLACE INTERNO A UNA OBRA PUBLICADA DEL AUTOR

(Hacer click sobre la imagen)


KA’I REKOVEKUE (LA VIDA DE CA’I) - FELICIANO ACOSTA ALCARAZ

Traducción al castellano: NATALIA KRIVOSHEIN DE CANESE

Colección Cuentos Populares Paraguayos Nº 1

Editorial SERVILIBRO

Asunción – Paraguay. 2010 (92 páginas)





TERESA ALBORNO


ME SANGRA Y ME DUELE LA VIDA


Me sangra la vida

por el silencio,

por todas las indiferencias,

por las personas

que como tal cosa

bañados en sangre

adormecen tirados

sobre calles polvorientas;

me duelen los hijos sin padres,

las mujeres sin amores

y hasta sin lágrimas.

¡Cómo me duele la vida!

Por los muertos sin muerte

de los hombres.

Me duelen las madres,

asustadas viejecitas

que acunando sueños

se les va la vida,

y con la vida se les van

los hijos...

¡Muerdo de rabia

Por todos los asesinos!

¡¡por ti... por mí!!

–Por el metal dorado,

por el dinero codiciado,

–la bandera de color,

el pensamiento no compartido

y la ira que arrastra

a la ira.

–¡Me duele la vida!

–¡Me duele la muerte!

–¡ME DUELEN LOS HIJOS!

–Me duelen los sueños

de amor destruidos

¡CÓMO ME DUELE

Y me sangra la vida

por el silencio!

por todas las indiferencias,

por las personas

que como tal cosa

ven tirados ¡sí, tirados!

heridos, muertos: sobre una losa

de una calle sin tiempos

de una calle sin nombre...





ERICA ALMIRÓN


ADIÓS AL MAESTRO


Se fue el maestro, el supremo

Hoy queda callada su voz

Y mi corazón se siente muy triste

Por el gran vacío que él nos dejó.


Nuestra pérdida hoy es inmensa

Porque se ha ido un gran señor

Pero nos quedan como consuelo

Sus palabras puras y llenas de amor.


Augusto Roa Bastos fue siempre

Un ejemplo de lucha y bondad

Y nos deja su tesoro más preciado

Y en la literatura lo vamos a encontrar.


El mundo entero hoy llora la pérdida

De un gran maestro en todo su ser

Y lo recordaremos siempre en un libro

Abriendo sus páginas para leer.


ALGÚN DÍA, VENCEREMOS…


Siegas vidas sin pensar en nadie

Quitas vidas sin tener piedad

Y dejas huérfanos de todas las edades

No piensas en nadie, maldito eres ya.


Por qué tanta crueldad, si nadie puede verte

Por qué sin pensar actúas y ya…

Te llevas a quienes más necesitamos

No piensas si es niño, joven o mamá.


Somos humanos y seguimos luchando

Y algún día venceremos a tanta maldad,

Un cáncer o sida ya será nuestro pasado

Y nadie más en la tierra de ellos morirá.


Vete maldito, que quitas las vidas

Deja que el hombre por siempre vivirá,

Vete muy lejos donde haya ya nadie

Y así encontrarnos más nunca podrás.





MARÍA EUGENIA AYALA


XVI


Ya no son las alondras ni la aurora

ni el café de añoranza recurrente

en el viejo baúl de la memoria

que sin más me pellizca las entrañas

al volver a estrecharte cada tanto

en este juego vil que nunca acaba.

Ya no son los peones ni los versos

ni estas cartas abiertas:

las tuyas y las mías

en la página escrita en ese idioma

que solo nuestra piel ha de entender.

Ya no son esos páramos que fuimos

al calor del amor alguna vez

en la estepa profunda del recuerdo

que ha dejado en franquicias nuestras puertas

colgando la locura en la ventana

mirándose perder en los espejos

colmando de estupor esta jugada.

Solo son los pasillos del silencio

los largos corredores de la ausencia

las manchas de humedades en el alma

la soledad que enreda mis cabellos

y juega con nosotros

la última partida que nos queda.


XXI


Te acercas a la reina nuevamente

embistes la jugada temeroso

cargando con las dudas que te acosan

la indecisión te invade y te amilana

te consumen los miedos, te acobardas

avanzas con recelo

te atrapa la partida.

Te atreves al embate una vez más

la reina está esperando tu llegada

pues vienes de perfil en diagonales

te rozas con alfiles, te tropiezas

el miedo te ha turbado y retrocedes

no adviertes que la reina está aguardando

que salten las casillas tus caballos

y llegues a su encuentro finalmente.

Te trazas la estrategia y vas de nuevo

te acercas al terreno peligroso

procuras combatir con más empeño

te acercas sigiloso en la jugada

la reina está involuta ante tu juego.

Te acercas, se aleja

te alejas, se acerca

te cruzas con alfiles y peones

y saltas tu montura decidido

te robas a la reina en jaque mate

arrancándole el beso tan ansiado.





ESTELA FRANCO


QUE VALGAN LOS PRETEXTOS


Que valgan los pretextos…

y encontrarnos en un camino de la vida

sin más razón que el mismo corazón obliga

de entresacar las excusas

justas o injustas

para hacer de este encuentro la ocasión

de deshacernos en líquidos los dos

de néctares sustanciosos de amor.


Que valgan los pretextos…

cuando después de tanto tiempo

surge la sed avivada,

germinando de los poros agua salada

y en mis oídos tu gorjeo soñoliento,

viendo que el mundo se vuelve pequeño

más luminoso y hasta más hermoso.


Que valgan los pretextos…

cuando veo en tus ojos la espesura de tus bosques

y sentir que florece tu rosal

y mi piel viva, afiebrada,

sin confines ni trincheras está.


Que valgan los pretextos…

cuando en horas de alivio

de anocheceres quietos

sobre tu regazo,

contar una a una las estrellas,

bajar de nuevo a la tierra

colgada de tu hombro

para mojarla con nuestra humedad

y fundar allí nuestra heredad.





MÓNICA LANERI


DE NOCHE EN MI RETINA


ver a una rata

corriendo

por las calles

de mi ciudad-

cuando cree

que la cubren

las sombras-

solo porque el sol

se tragó a sí mismo-

Sí-

puedo ver a las ramas

de un árbol-

menearse-

como quien resbala

por un tubo aceitado-

tubo de bailarina-

puedo ver la libido

de un árbol-

y es de noche-

la noche permite

licencias lujuriosas-

Sí-

puedo ver a un hombre

arrancando una cartera-

y huyendo en moto-

puedo verlo desaparecer-

a contramano en una esquina-

y sólo atinar a sostener

mi cartera-

y consolarme-

es así-

ocurre-

esa desgracia ajena-

Sí-

puedo ver que veo-

la noche permite estas cosas-

y yo las veo-

y sé que si bien-

estas cosas son normales-

yo no estoy bien-

por eso las veo-

y dejo-

dejo que anochezca-

en mi retina-



OTRO VIERNES DE CIUDAD


Una 38-

acaricia la sien-

en la ciudad

vida y muerte

se des-caran-

se des-cruzan-

monedas en un bar-

Dame lo que tengas-

no tengas lo que quiero-

nadie te defiende-

nadie mira-

son los ojos

-el terror

de un viernes

de bar-

la patrullera-

ciega de ausencia-

si sólo son vagos

de barrio-

de ciudad-

qué importa-

el celular o tu vida-

la cartera o tu vida-

tu amigo o tu vida-

sólo probá a respirar

probá a seguir-

que nada ha pasado-

que a nadie asombra-

y ya nadie comenta-

música y cerveza-

milagros festivos-

celebrar al menos-

otro viernes

-al borde-

la vida

y el celular-

la ciudad-





JOSÉ A. MONÍN


¿DÓNDE TE ESCONDES DE MI SER?


Intento escribir lo mejor para ti,

resolver en cada verso el placer,

encontrar la clave de tu amanecer,

llenar de felicidad este poema sin igual.


Vaciar la noche con cada suspiro,

castigar al árbol dormido,

descubrir la vigilia exacta donde entregas tus ganas

y tus mañas.


Intento escribir lo mejor para ti,

resolver en cada atardecer,

adónde vuelas y te escondes de mi ser.



EL TAZÓN DE LOS SUEÑOS PAGANOS


El tiempo clava sus clavijas en mi alma y mi mente

vuela a lugares no reconocidos, sentado bajo el reloj,

escucho la sangre de mi pudor rezar en el tazón de

los sueños paganos...


Y es así nuevamente que mi prosa busca rima, y es

así nuevamente que tus aros roban las miradas de

los avaros, y es así que el tiempo se olvida de sanar

las heridas del lagarto en mi pecho que vuelve a

llamar por un pedazo de amor y de sangre para

ocultar mi cena de tu techo...


El tiempo muere lentamente bajo las garras del

poeta maldito que enciende mi faz como si fuera

un pedazo más de papel amarillento, tapado en el

armario por ropas y fe.



AÚN SIGO ESPERANDO TU AMOR


Aunque renuncie a ti,

mi corazón seguirá latiendo por ti.

Aunque calle mi amor hacia ti,

mi alma seguirá escribiendo para ti.

Aunque despedace mi cuerpo,

tú seguirás en mí.


 Jamás podré olvidar,

que un día mis lágrimas por ti

fueron a romper el cristal.

Así como hoy, aún sigo esperando

tu amor.



HOY RESPIRO LIBERTAD


Un día te amé, te entregué mi corazón,

y abriendo los ojos, me di cuenta que

solo fue una imaginación, y hoy resta

darte mi compasión.


Lo siento, ódiame si quieres, pero ya nada

del pasado volverá a causarme dolor, hoy

más que ayer respiro aire de tregua,

aire de libertad, aire de pura paz.


Lo siento, pero en el camino hay obstáculos,

hay tropiezos, hay ventajas, y un poco de

lo que todos llaman “amor”, pero en el alma

no caben los brazos de la pasión, porque

si realmente fueras para mí, aún viviría

una imaginación, y nunca tendría que abrir

los ojos sin ninguna razón.





ALBYS PAREDES


TRISTEZA

Extraído de

“Pretéritos Temporales”


Tristeza nueva

Tristeza larga...

Tristeza ciega

Tristeza con nombre...

Tristeza con apellido...

Tristeza triste.

Tristeza dueña de mi silencio

Tristeza ambigua...

Tristeza gruesa

Tristeza sorda...

Tristeza innoble

Tristeza oculta...

Tristeza sofocante

Tristeza doliente

Tristeza insomne...

Tristeza penitente

Tristeza culpable

Tristeza absuelta...

Tristeza que vaga

Tristeza que se detiene...

Tristeza que muerde

Tristeza que no muere...

Tristeza honda

Tristeza amarga

Tristeza salobre...

Tristeza ambulante

Tristeza quieta...

Tristeza triste...

Tristeza tiesa.

Tristeza triste...

Tristeza.



AHORA QUE APRENDÍ


Ahora que aprendí

que amarte no depende del verte

ni del tenerte, te sigo amando.

En esas cosas frías y sin vida

sin pasado, sin presente, sin futuro.

Ahora que ya no es primavera

la lluvia sigue siendo lluvia

las hojarascas quebradizas

me siguen poniendo sobre aviso

que el otoño es la vida

de estos años de paciente espera…

De espera con lluvias, vientos

soles de junios fríos y húmedos.

Aprendí…

Aprendí que siempre, puede ser muy corto…

Aprendí que grabar en las retinas los contornos

de lo que amamos puede ser perenne.

Ahora que aprendí a respirar sin ti

a no olerte en todas las cosas

a no querer regalarte todas las corbatas

que sé te gustarían…


Vivo cada día como si fuera el último

gozando apenas de lo trivial

desechando lo superfluo.

Una pequeña flor nacida en la mañana es una aventura...


Ahora que puedo abrazarte sin tocarte

y te puedo hacer mío hasta la muerte…

Ahora es cuando más te amo.

Con la mente…

Con el alma.


Ahora que palpitas

sin inmiscuirte en mis cosas

te amo sin preguntas…

Te amo sin respuestas.


Te amo en el antes.

Te amo en el después.

Ahora, sólo te amo.

Ahora, apenas te amo.




CARLOS RÍOS


CARTAS VACÍAS


Intenté tomar las riendas del destino

remé sin rumbo fijo

vagué sobre nubes grises y opacas

deambulé entre eclécticos infiernos

escudriñé y nadé en cesantía,

busqué allí donde el ocaso obra laberintos

allí donde el viento teje remolinos

allí donde soy el único importuno,

en ese lugar, ese foco,

en ese centro de todas las ideas,

de todas las inspiraciones impetuosas,

de donde las perlas mutan en esta pluma

esta pluma gastada de letras

estas letras inertes que forman los versos,

versos efímeros ,

versos sin remedio, sin sentido,

versos, líneas y letras que divagan en ese sitio,

que rondan y ahora purgan sobre este papel,

este papel desahuciado al olvido,

destinado al paso del tiempo,

sentenciado a morir en el intento

de llenar lagunas y huecos

en esa carta vacía con alas dormidas

y borrar de cualquier talante este amor,

este dolor, estas ansias

de no tenerla,

de no poder decir que es mía,

lo indagué y no lo encontré,

lo busqué y aun sabiendo que no es mía

la esperé y hoy nuevamente la extrañé.





VICTORIO SUÁREZ


NACER


Los que habitaron la sombra

no tuvieron tiempo de despedirse.

Alteraron los cálculos y se desplomaron

en una bengala insuficiente de antiguas parábolas.

Ningún beso volvió a nacer en la mejilla.

En el redil de soledades crepitaron las ansias

y una rosa lejana, desprendida del viento,

acuñó su aroma como si fuera

la sencilla instancia del comienzo.

Aquella muerte que se había vuelto una costumbre

cambió de piel rompiendo su mortaja de alquitrán.

Tuvimos que volver a nacer con una estrella

que nos dejó crecer unos ojos inmensos

para ver la verdura vaginal de un territorio

espeso de luz pero ignorado.



IGNORADOS


Extraído del poemario

“Delante de la oscuridad”, Editorial Arandurã.


El fuego se hizo cal endurecida

sobre regresiones ávidas.

Ninguna mano exprimió

con tanto cuidado

esas venas rebosadas

en las vértebras del canto.

Tantos espasmos embistieron las orillas

de secreción atorada.

No fue posible anclar la erección

en medio del poro vaginal

que preconiza la felicidad.

Todo giró para congelarse

en una órbita que nos sorprende

desnudos e ignorados.



ORILLAS


Extraído del poemario

“Delante de la oscuridad”, Editorial Arandurã


Ya no importa mirar

ni comprobar que hay luz

y pájaros en las azoteas.

Todo va quedando

en este abanico de asfalto

que ensucia mis narices cuando respiro.

Todos están muertos

y no se han dado cuenta

que más allá de las orillas

está el silencio brillante

la convocatoria legítima

de los ángeles liberados.





LINO TRINIDAD SANABRIA


AHA JEYTA OKAHÁRE


Aha jeýta okaháre ahuvãitĩ kuarahy

tohapy ko che pire chemitã’írõ guaréicha,

tamuña umi avatitýre marakana, guyraũ,

tahecha guasuvira oiguyrúrõ kokuere.


Tahendu osununúrõ mborevi takuaratýre

Gua’a katu osapukáirõ yvate umi guaviráre,

ku asaje pyte tiníme tahecha suruku’a,

sa’y para porãite toveve mbeguekatu.


Tahetũ umi ka’aguýre opáichagua yva aju

tajo’o tapesu’a ha eirete he’ẽtéva,

topu’ã ynambu guasu tombohyapu ipepo,

tomyenyhẽ che ñe’ã ãngapyhy yma guare.


Guyra pepo perere arapy omomorãva

tachemoirũ umi ysyrýre omyasãivo ipurahéi,

ka’aguy ha ñu porã ahechase katuínte,

aha jeýta okaháre ahuvãitĩ kuarahy.





JULIO URBINA


TIEMPO


Rasgando las horas, no se mueven

las agujas perezosas del reloj,

eternas para algunos, veloces para otros,

palpitando de emoción, juzgando al corazón.

Como un prisionero estoy sin verte

a la expectante espera de mi otra mitad.

Que nadie juzgue lo que va acontecer

cuando hay un hombre enamorado de una mujer.

Entonces, su presencia hace perfecta a la imperfección,

hace brillar a las estrellas en un cielo apagado,

da vida al mar Muerto y convence

a las margaritas para decirme que me quiere.

Volemos por unos minutos de esta tierra

desplegando nuestras alas, creyendo que somos uno.

Porque por ti aprendí a dejar esquelas en tu cama

y rosas en tu almohada…

Se va consumiendo el tiempo como el fuego,

y lo que creí que era eterno se hizo breve;

para luego dejarte entre las nubes, despidiéndome de ti

y de aquellos minutos que no volverán.

Cuando de nuevo nos hallemos

buscaré tantos lunares encendidos,

husmeando tu cuello me detendré en tus curvas,

para envolver tu cuerpo con locura…

Y cuando estés lejos le enviaré mensajes a tus pensa­mientos,

para llamarte en los atardeceres frente al lago.

Porque la mujer que amo no es de este universo

ni tampoco pertenece a este mundo.

¡Fin!… comienzo

Rasgando las horas, no se mueven

las agujas perezosas del reloj,

eternas para algunos, veloces para otros,

palpitando de emoción, juzgando al corazón.



¡CÓMO HAGO PARA OLVIDARTE!


El tiempo lleva la luna y las estrellas,

a un firmamento oculto por algunos,

mientras la brisa borra tus pasos en mi pecho

y tu mirada asume que soy un desconocido,

un extraño en tu memoria y un olvido en tus recuerdos.

Mis labios hoy me dicen que fueron de a mentiras tus besos.

Y que lo único sincero fue ese abrazo de despedida,

también ese último adiós que me dolió en el alma.

Triste y sincero estoy acá pensando,

en cómo vivir con tu ausencia

en cómo tolerar tu indiferencia.

Porque mis labios están encadenados a los tuyos,

solo sé que yo lo sé…

al igual que mis abrazos

cuando tengas ganas de llorar.

¡Cómo hago para olvidarte!

Que no pase un verano más y que el invierno me encuentre solo,

desatando los nudos de mi garganta,

y por las noches que mi almohada no me descubra

las miles de veces que te he soñado

y las tantas que te he extrañado.

Da un paseo por el infinito y vuelve,

piensa, pero que no sea mucho,

porque eres el grito de mis ser y el alimento de mis sueños.

Sé que quizás, tal vez,

no sé si encontrarás un amor tan puro

y sincero como el mío.



EL FINAL


Hoy decidí olvidarte y quitarte de mi mente.

Desde hoy he decidido no pensar más en ti, aunque,

aunque mi corazón siga ciego.

¿Por cuánto tiempo?

¿Lo que dure un suspiro o un siglo?

Porque hoy rompiste esa ilusión,

que solo existía dentro de mí, quizás,

quizás, mis ojos abrirán nuevas puertas y caminos,

pero hoy el día se volvió noche

y el sol se tornó oscuro.

No quiero pensar que fue una ilusión,

no quiero pensar,

porque hoy eres libre de la causa que redimió mi dolor.

Y mañana te tendré como que fuiste tan solo una ilusión,

para no pensar que el destino jugó con mi amor.

Hoy decidí no luchar más por ti,

ni en mis oraciones, ni en mis ruegos de coincidencias.

Te fuiste como nunca llegaste a ser,

El amor que solo existía en mí.





SOFIA VALENZUELA


PORQUE ERES Y NO


Porque eres de roble y hojarasca

de sal y a la vez de arena.

Porque eres una mustia flor

velada en rocío de otoños y primaveras.

Porque eres el gélido estío

en el espacio mortal de los vivos.

Porque eres el suave cilicio

de la piel que me abraza.

Porque eres el rostro nevado

que trasluce en la sombra de los muertos.

Porque eres así como de pluma y de acero.

Porque eres y ¡no!





ULISSES VIVEROS


CANTO BREVE

Estanque voraz.

Coágulo de aliento.

Canto absoluto,

breve.

Agua sin tiempo.



DELIRIO EXISTENCIAL


Si eres agua:

no ceses en el afán de abrirte sendas,

fluye cristalina,

que ni el fuego te detenga.


Si eres fuego:

no bailes con el viento que te engaña,

arde persistente

y no sucumbas ni ante el agua.



SÓLO AGONIZA…


No muere la patria.


El cambio de gobierno

es quimioterapia.



CONTEMPLACIÓN


Danza la floresta en el sublime cuadro,

ventana gris del firmamento.


Bebo la nostalgia, añejo tinto amargo

y dejo ir un soplo al viento.



CARTAS


De todas,

ella es la excepción.


Las otras nacieron de manos frías.

¡Nacieron muertas!


Les llegará

la cremación.



CORAZÓN


Fosa de amores amotinados.

Juguete de las bestias.

Crematorio de recuerdos.

Blanco fácil.



QUEDARTE SIEMPRE


Tu dulce escala en mi pecho fértil,

aunque breve, fue candente.


Mejor no hubieses venido nunca

para no quedarte siempre.



Serie Petroglifos - Obra de Diana Rossi



EN LAS VÍSCERAS DE CRONOS

Cuento de PRINCESA AQUINO AUGSTEN


“Te escribo esto ahora, porque la primera vez que me percaté, iba a contarte en sueños, cuando un oleaje como de mar me arrastró aguas adentro. Lo mismo me ocurrió otra vez más y temo que también ahora, por eso te lo relato en este escueto escrito esperando que llegue a tus manos.

Como te decía, la primera vez que entendí lo que pa­saba, fue alrededor de los veinte años. Desesperada por sorber la vida, aprender a ser, a sentir, obsesionada por experimentar eso que la gente llama amor, buscándolo desde los lugares más sublimes a los más oprobiosos, con la urgencia de los náufragos, al punto de aceptar cualquier sentimiento como si fuera el verdadero. Porque allí estaba la clave “el verdadero amor”.

Fue la primera vez que tomé consciencia de haber caído en poder de Hipnos, aunque por entonces yo pensaba que era Morfeo, uno de los mil Oniros engendrados por él. Jun­to a Fobetor y Fantaso, según me revelara luego Ovidio.

Sé que si aún no abrazaste el tiempo suficiente para en­tender esto, te resultará absurdo. Pero si de casualidad ya fuiste regurgitado, en una masticación similar a la de los rumiantes y pasaste por esa primera cavidad, vista clara­mente en los estudios del estómago de Cronos y en los cortes histológicos de sus papilas, sabrás que es verdad lo que te estoy narrando.

Es en el rumen donde él extrae la energía de los elemen­tos anaeróbicos llamados sentimientos. ¡Esa es la clave! ¡La obsesión que nos invade! Y allí quedé subsumida nueva­mente en un profundo sueño que me abstrajo de todo; y yo llamé vida, cuando desperté, comprendí la urgencia del relato, pero antes de que pudiera comunicártelo, fui nue­vamente arrastrada. Y nuevamente regurgitada.

Desperté y me encontré con esta desconocida que ahora visto, la cual tampoco me termina de gustar a mí, pero con un elemento nuevo que antes desconocía: sabiduría. Sé más que antes que nada sabía, aunque sigo siendo bá­sicamente ignorante como decía Sócrates, y me dispongo a conquistarla. Es un sentimiento tan parecido al primero en el que buscaba” el amor”; y voy tras ella.

No acabo de entender del todo, deduzco que ahora es­toy en la segunda cavidad que ya no absorbe energía sino proteínas. Hay que darse prisa. Apurar el tranco, como dice el paisano, porque las sustancias fibrosas también se degradan finalmente y generan ácidos volátiles. Esto te lo estoy escribiendo hoy, porque temo no poder encontrarte y contarte. Espero llegue a tus manos.

El último paso es el abomaso de Cronos, donde somos finalmente sometidos a digestión y así termina todo, creo.”

La nota la encontré en el panteón de la abuela, tiene algo parecido a una firma pero resulta ilegible, pero la letra se parece a la de ella. No sé a quién estaba dirigida, pero supongo que era a mí.



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CUENTOS PERVERSOS, DE SUICIDAS Y SEXO. Por AQUINO AUGSTEN

Ilustración: Acrílico de RODRIGO HAMUY A.

Ilustraciones de WILLIAM RIQUELME

Arandurã Editorial. Diciembre 2004 (85 páginas)

367099



Serie Petroglifos - Obra de Diana Rossi



LA NOVIA DEL NORTE

Cuento de LÍA CABAÑAS


Aquella calurosa mañana, Agustín, un joven de mi­rada penetrante y sonrisa perenne, tomaba el tereré con hojas de burrito, rodajas de limón Paraguay, y abundan­tes cubos de hielo en la jarra de aluminio, bajo la sombra del mango en frente de su casa. Cada sorbo era un ritual eterno, sobretodo porque por fin conocería a su antigua amiga del Facebook: Magdalena, una joven de tez blan­ca, cabellos claros y ojos claros. Tenía la misma edad de él, era la sobrina de la esposa del tío Ramón, hermano de la madre de Agustín. Vivía en Capiatá, aunque a ella le gustaba decir que era de Asunción. Desde niña vivía con la abuela, oriunda de Horqueta.

Terminó la espera a las diez de la mañana, puntual­mente, ella se acercó a él y animadamente se saludaron los dos como viejos conocidos. Agustín la invitó a sen­tarse sobre el pedazo de hierro negro fundido donde él mismo estaba un momento antes sentado también, por supuesto, le pasó un cojín de croché que siempre utili­zaba para más comodidad.

Sorprendida, la joven accedió y percibió que en rea­lidad el original sillón era bastante cómodo. Sin embar­go, le siguió picando el bichito de la curiosidad, debido que a lo lejos, en el corredor de la casa, observó unos si­llones de cable sin usar. Él se sentó a su lado y siguieron tomando el tereré y charlando de trivialidades, hasta que Magdalena rompió con la curiosidad guardada y se atrevió a preguntar:

–¿Por qué nos sentamos en este pedazo de hierro tan viejo? Digo nomás, no es que me moleste...

Agustín se echó a reír.

–Es que te encuentras sentada en el tren de Horque­ta. Y ese pedazo de hierro es mi historia.

–No te entiendo nada. Por qué no me das mas deta­lles –dijo Magdalena, ensimismada.

–En otros tiempos, Horqueta poseía un tren, aunque vos no creas, no eran solamente los asuncenos y sureños los que tenían tren. Viajábamos a la Villa Real de la Concepción y, según me contó mi abuelo don Zenón, el tren siempre iba repleto de gente que viajaba para com­prar o vender a Concepción.

Sucedía que mi abuelo era el pequeño hijo del mo­torista del tren; aunque pequeño, ayudaba a su padre a pitar en los lugares de parada. Algunas veces, viaja­ban grandes ganaderos con atavíos muy lujosos; pero también en el tren viajaban señoras que llevaban chipas de almidón, chipa so´o, sopa paraguaya y ryguasu ka´ẽ para vender en el mercado de la Villa Real.

De venida, decía mi abuelo, que traían personas vi­vas y hasta muertas, pues, si alguien fallecía en esa ciu­dad, tenía que viajar con el resto de los pasajeros hasta su casa en el camino o hasta Capilla´i, que era como comúnmente llamaban las personas a Horqueta.

–¡Ay! Esas cosas debieron dar miedo… Pero cómo es que este hierro es parte de tu historia… –quiso saber Magdalena.

–Una tarde de lluvia, precisamente un sábado, el cie­lo se encontraba enojado y oscuro. En la última parada, subió como siempre lo hacía, una mujer. Toda mojada y con un vestido de novia. Su atuendo era muy blanco y exquisito. La cabellera larga, dorada, trenzada… los ojos azules como un límpido cielo, solamente los labios de carmesí resaltaban de lejos. Nunca en la historia del norte de este país se ha visto una dama tan preciosa como ella.

Una vez, cuando viajaba como siempre, sentada sola en el último asiento del vagón central, mi abuelo le tocó la mano y ella simplemente sonrió y miró otra vez hacia la ventana con mirada lejana y melancólica. Nunca más olvidó aquella sonrisa. Alguna vez incluso ha escuchado a los hombres viajeros hablar de ella, de su hermosura angelical, de lo bien que se sentía viajar cuando ella lo hacía, pues su fragancia de rosas y jazmines, siempre inundaba todo el vagón.

Sin embargo, nadie conocía a la dama tan bella y querían, de cualquier manera, saber de ella. Corrió la voz de la sonrisa que le dio a mi abuelo Zenón. Por eso los hombres le pidieron que hablara con ella porque la dama nunca volteó a saludar a nadie. Siempre subía en el mismo lugar, siempre bajaba en el mismo lugar… en Horqueta, en completo silencio.

Mi abuelo se acercó con temor, tocó sus manos y le ofreció una blanca sonrisa. Él le preguntó el nombre y sólo el silencio le contestó, una vez más su mirada viajó hacia los verdes campos y la tristeza invadió su rostro. Ignoró totalmente a todos.

La última vez que mi abuelo la vio fue aquella tarde de lluvia inmensa. Ella le sonrió, nadie más se encon­traba en el vagón. Con sus blancas manos lo invitó a sentarse a su lado y por primera vez ella habló.

–Yo soy María del Carmen –dijo al mirar al abuelo a los ojos. Él se sentía pleno, feliz de estar con ella–. Horqueta tiene los campos más hermosos del norte, su arroyuelo es de ensueño, tal y como mi amado lo des­cribió; la capillita… esa me hubiera dado la felicidad, pero no fue así…

La guerra, la guerra no debería existir… –Una vez más miró hacia los campos y la lluvia. Luego de un tiempo, cuando ya llegaban a la última parada, se puso de pie y caminó hacia la puerta, mi abuelo fue corrien­do a pitar y ella le dijo–: ¡Horqueta es mi eterno hogar!

Mi bisabuelo y mi abuelo la vieron irse despacio en plena lluvia, y tanta agua no dejó más que se divisara el espacio.

Al otro día, era un día espléndido y soleado, espe­ró mi abuelo a que subiera María del Carmen, pues él tenía ganas de decirle también que Horqueta sería su eterno hogar. Quedó el tren, a propósito, un tiempo más. Tal vez no pudo llegar a la hora precisa, aunque nunca le había ocurrido eso… Tuvieron que reanudar la marcha, mi abuelo pitó más veces que las de costumbre, por si ella escuchara, pero la dama nunca subió al tren. Fue hasta el vagón y olía a rosas y jazmines, la fragancia inundaba en derredor. Con una gran alegría, mi abuelo corrió hacia el asiento, pues por la fragancia sabía con seguridad que ella se encontraba allí, seguro que subió antes… ¿pero cómo? Cuando llegó hasta el asiento, en­contró un ramo de rosas blancas y jazmines en él. Lo tomó en sus manos y se lo llevó a su padre.

Las rosas blancas tenían pétalos fragantes y delica­dos, cada una era más bella que la otra. Los jazmines tenían rocío de agua transparente. El ramo llevaba una cinta de raso blanco que brillaba en el sol. Todo era hermoso y delicado.

Desde aquella vez continuó mi abuelo esperando a María del Carmen, mas ella nunca más regresó a subir­se al tren. Cada uno de los pasajeros, en silencio, siem­pre la esperaba. A su asiento jamás lo ocuparon, pues no se animaron.

En ocasiones, cuando la tarde es oscura y llueve en el campo, la fragancia de las rosas y jazmines embria­gaba a los viajeros. Mi abuelo Zenón juró que la volvió a ver entre los árboles y algunas centellas de esas tardes lluviosas, siempre con el vestido blanco, el peinado im­pecable, a lo lejos caminando. Pero nadie más la vio.

Es por eso que mi abuelo, cuando destruyeron el tren, trajo consigo este pedazo de hierro, pues encima iba el asiento de María del Carmen. Por supuesto, el tiempo destruyó todo, excepto el hierro. Ahora entien­des por qué es mi historia…

Magdalena sonrió y asintió con la cabeza. Dijo a Agustín que estaba feliz de sentarse en ese lugar tan peculiar. Siguieron tomando el rico tereré y ella le contó una historia de su familia.

–Sabes que yo soy de Asunción. Mi abuela me había contado que cuando vivía acá en Horqueta, y ella era niña aún, un apuesto agricultor horqueteño trajo con­sigo a una asuncena de familia adinerada, raptándola de sus padres. Ella se encontraba muy enamorada de él y él le correspondía. Se prepararon para casarse y justo el día amaneció lluvioso. Ella estaba feliz por su inmi­nente boda.

Se vistió el hermoso vestido blanco que el novio le regaló, la ayudaron los vecinos y fueron hasta la capilla, pero el novio nunca llegó. Lo enrolaron para la guerra del Chaco. Ella, prudentemente, cada atardecer se ves­tía de novia y esperaba a su amado; pero una tarde le llegó la noticia de que el novio había muerto en batalla. Ella nunca superó la pérdida y murió de tristeza a los pocos días, con el vestido de novia puesto. Pero nadie sabe qué hizo con su ramo de novia.

Agustín quedó anonadado, simplemente no podía creer tanta coincidencia.

–¿Y sabes cómo se llamaba la mujer? –preguntó con temor.

–María del Carmen –contestó Magdalena–. Igual a la historia que me contaste.

–Pero la historia que mi abuelo contó es posterior a la guerra… –dijo pensativo Agustín.

Magdalena se levantó y agradeció el tereré para des­pedirse de su amigo.

–Nos volveremos a ver Agustín, realmente tu historia me conmovió; y sí, Horqueta es un lugar donde siempre será hermoso vivir.

Se despidieron los dos y ella se fue caminando. A él lo invadió de repente una fragancia de rosas y jazmines, suspiró hondamente y se fijó en el cojín de croché. Erase allí una cinta de raso blanco muy antiguo…



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MEMORIAS DE UN YKUA. Novela de LIA ITATÍ AVALOS CABAÑAS

Imprenta SAN JOSÉ. Concepción - Paraguay



Serie Petroglifos - Obra de Diana Rossi



ORTELLADO

CRÓNICA DE UN PERSEGUIDO

Cuento de CAMILO CANTERO


¡Somos comunistas! Nunca escuché ese término. Ni siquiera entiendo qué significa. Pero es el más grave pe­cado, dicen, que mis compañeros y yo cometimos. En este otoño misionero, donde nuestras verdes praderas sirven de espacio para la sinfonía de las aves que sur­gen fantasmalmente entre el follaje de las flores en la inmensidad de la selva sureña a orillas del caudaloso Paraná, donde la soledad adquiere otra dimensión, pero que ahora solo me sirve de escondite de las fuerzas opre­soras que me buscan sin cesar.

¡Tengo miedo!... ¡¡¡Sí!!!... ¡¡¡Tengo miedo, porque si me encuentran me van a “empaquetar”!!!

Un territorio histórico donde la sangre española no pudo cometer tantas arbitrariedades como en otros si­tios del Paraguay, ya que se antepuso el poder de la cruz de Roque González, Marcial de Lorenzana y tantos je­suitas que sellaron la cristiandad y el amor a Dios por estos lares.

Mandi’oró, Sapriza, Kururu Piré, andan preguntan­do por mí en el pueblo y lo hacen por todas partes. Me buscan hasta en el Ykua Ka’aguy, aquella naciente natural que recorre toda la serranía y sirve para paliar la sed de los compañeros agricultores, que a pesar que el horror se instaló en Misiones, siguen luchando con sus azadas a cuestas, haciendo senderos en sus cada vez más pobres cultivos en medio del desierto, olvidados por quienes dicen representarnos y para quienes existimos solo cada vez que el Karaí Guasú viene con su tendal de hurreros a inaugurar algún puesto de salud para luego quedar sin médicos, ni aparatos para la atención médi­ca, convertidos en casonas abandonadas que sirven para cualquier cosa, menos para atender a los enfermos.

Mis verdugos llegan tan lejos que ayer vino un pa­riente de la compañía Potrero Po’í, para informarme que rodearon su casa, golpearon la puerta hasta derri­barla y después de asustar a todos sus hijos, pregunta­ron por mí.

Silvano Ortellado Flores... Moopa oĩ (dónde está)... Fue la consulta de rigor. La respuesta, aunque sincera, solo sirvió para que las fuerzas del orden descarguen su furia descontrolada contra quienes tienen el pecado de conocer mi lucha y sacrificio por el pueblo.

Y ese, Ortellado Flores... Ese soy yo.

¡Qué carajo habré hecho! No perjudiqué a nadie. Solo busco el bienestar para mi pueblo y mi familia. O ¿acaso soñar está prohibido? ¿O pretenden robar lo úni­co y lo último que tenemos?. Y aunque está demostrado que soñar es libre y no cuesta nada, siguen persiguien­do. Hasta eso parece que me robaron. Sueño con un mundo mejor, sin embargo, ahora mis alas están corta­das y no puedo volar buscando la libertad.

Mi casa, un humilde rancho campesino en el barrio Pablo VI, solo sirve de morada para algún parroquiano que desea compartir mis ideales. No quiero ver a mis hijos sufrir las mismas angustias y necesidades que mi esposa y yo hemos pasado para educarles.

No quiero ser el paria que debe recoger rápidamente sus maletas, ir hasta el bar Lo Mitã, emblemático sitio de encuentro de nuestra ciudad para quienes quieren partir para nunca más volver. Tantos sueños y esperan­zas hemos compartido en las mesas de ese histórico bar, cual si fuera su par de la capital con nombre del primer santo paraguayo. Pero no. Acá todo se va complicando de a poco. Mientras allá en la capital se reúnen para compartir conocimientos culturales y trascendentes, aquí en mi valle solo nos reunimos para tomar unos tra­gos y entre copa y copa, con algunos lagrimones, parti­cipar de una despedida que quizás sea eterna... Porque muchos partieron para nunca más volver.

Son los otros perseguidos, los exiliados económicos de este sistema injusto y perverso que nos convierte en seres extraños en esta misma tierra que nos vio nacer. ¡Qué rara paradoja! Si nos quedamos por acá, debemos huir del sistema, si nos vamos huimos de la miseria, del hambre, la desocupación, en fin de la indignidad que persigue a miles de compatriotas.

Estamos en 1976. Hace cuatrocientos años los je­suitas, en esas mismas viviendas que rodean la plaza, enseñaron al pueblo a “liberarse” de la esclavitud. Es la famosa “acera jesuítica” cuyo valor histórico muchos ignoran y hoy solo sirve de comercio para servidores del régimen quienes prefieren vender vaca`i que explotar culturalmente esa riqueza que poseemos.

Hoy, el país empeora. La “paz y progreso” pregona­da por los seccionaleros del pueblo, parafraseando a los mandones de turno, comenzando por el rubio general, solo ven sus ojos y sienten sus bolsillos. Mis ojos no ven las imágenes que aparecen en la vista de los mandones de turno. ¿Acaso vivimos en un país tan distinto?

Yo observo otro Paraguay. Aquel donde niños y mu­jeres mueren por falta de atención hospitalaria. Donde los jóvenes emigran hacia otros países para ganarse el pan diario con el sudor de su frente. Donde las muje­res son violadas con total impunidad por los “hijos de papá”. Ese es el país que siento en carne propia mien­tras escucho por las emisoras, veo en la tele y leo en los diarios, que ellos repiten sin cesar esa consabida frase de “paz y progreso con Stroessner”.

Por eso quizás me persiguen y estoy escondido detrás de este matorral desde donde hablo conmigo mismo.

Donde solo yo y mi conciencia estamos soñando un país distinto. Un país donde no existan privilegiados, donde todos tengamos razón para existir. Donde los derechos humanos sean respetados. Ese es el país que sueño para mí y para los míos.

Misiones... Misiones, tierra roja como la sangre de su gente, aquel terruño que durante el dominio español era una “tierra liberada”. Surgió en San Ignacio con las Reducciones Jesuíticas. Luego fundaron Santa María, Santa Rosa, Santiago, San Cosme y Damián, en fin... Llegaron hasta el emblemático Ka’aro donde Roque González dejó su corazón.

Escuché que algunos afirman con tono de razón, que “el paso del tiempo da lugar al progreso”. Y ese es el dilema que tengo conmigo mismo: ¿Cómo, hace cua­trocientos años atrás, esta era una tierra liberada, y hoy, compañeras y compañeros campesinos son cruelmente asesinados en las mazmorras de Abraham Cué?

Recuerdo como si fuese recién el llanto de compañe­ras como María Rosa Zarza de Ramos de San Ramón Santiago cuando me decía “que mucho lloré con mis hijos cuando a mi esposo lo llevaron a Abraham Cué”. O a Agapito Vera de la compañía San Juan Potrero de San Ignacio, cuando me comentaba que las “sesiones de tortura comenzaban a las una de la madrugada, me tuvieron durante siete días con sus noches, atormenta­ban a mi hijo en mi presencia, usando picana eléctrica, chicote, agua insalubre”.

Nos acusan de que somos “el hacha comunista cu­bierta por las faldas de los curas, que nos amotinamos contra el gobierno”, cuando la única verdad es que el hambre nos agobia y a muchos ya nos desespera.

Silvano Ortellado Flores, ese soy yo. Un hombre hu­milde, campesino, padre de cinco hijos a quienes amo. Recuerdo aún cuando conquisté el amor de mi espo­sa y soñábamos diciéndonos en guaraní “llegará el día en que seamos libres y juntos logremos el progreso de nuestro pueblo”. Esas palabras, que en la inmensidad de la selva, junto al canto del urutaú parecen proyectarse en el horizonte y adquirir una dimensión celestial, hoy siguen retumbando en mi pensamiento. Estas lágrimas que corren como manantiales de un arroyo campesino por mi rostro curtido por los rayos del sol, no surgen por la derrota de un fracasado. Mucho menos se debe a un capricho o egoísmo personal. Mi lucha junto a mis ideales de justicia y libertad para mi pueblo, tienen una dimensión mayor que la surgida por quienes pretenden sacar provecho personal de circunstancias políticas de un país subdesarrollado como el nuestro.

¡Quiero ser libre junto a mi pueblo! Pretendo muchas veces convertirme en un ave capaz de volar en libertad por la inmensidad azul del cielo y observar desde las alturas a este pueblo que merece un bienestar mejor.

Las fuerzas opresoras me siguen buscando, van de­trás de mis huellas, hasta ahora no me encuentran, pero quizá cuando concreten su macabro objetivo, pasaré a formar parte de los “desaparecidos o empaquetados”. De todas maneras, yo, Silvano Ortellado Flores, sigo vivo, aunque cuando vuelva a mi casa, los opresores me encuentren y mi muerte pase a formar parte del resto de los compañeros que dieron su vida por un Paraguay mejor.

Nota del autor: En mayo de 1976 Silvano Ortellado Flores fue decapitado por las fuerzas opresoras frente a su familia en el barrio Pablo VI de Santa Rosa Misiones. Es uno de los tantos héroes anónimos del Paraguay profundo olvidado por la historia oficial.



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CIEN HOMBRES Y MUJERES DE MISIONES QUE HICIERON HISTORIA

MISIONEROS ILUSTRES, TOMO II. . Por CAMILO CANTERO.

Editorial SERVILIBRO.

Asunción – Paraguay, Julio del 2012 (254 páginas)



Serie Petroglifos - Obra de Diana Rossi



¿MAGO O MESÍAS?

Narrativa de LISANDRO CARDOZO


A algunas personas no les alcanza la vida para hacer lo que deben. Mientras cavilan cómo deben obrar en ciertas circunstancias, se les va el tiempo, y van saltando de oficio en oficio, de changa en changa, cama en cama y de intereses hacia otros desintereses.

Continuamente se ponen cara a cara con la eterni­dad, con el inmenso deseo de trascender, de ser y hacer algo en la vida, tener un nombre con el que sobresalir sobre los otros, que están en su mismo nivel. Se deva­nan los sesos, pero en todo lo que emprenden acaban mal, o el mal acaba con ellos. Sus vidas son un constan­te ensayo y error y nada les satisface.

Eso ocurrió con Richard Sanchiz, un hombre co­rriente, que lo primero que hizo al emprender lo que él consideraba sería su nueva vida, fue buscar un nuevo nombre con el que ocultar el verdadero, que lo avergon­zó desde que tuvo conciencia de él en la escuela.

Odió a sus padres por bautizarlo Tolomeo de Merce­des Aguirre. Sus compañeros lo tomaban en broma y lo llamaban “Te lo meo” y otros más mal hablados decían “Te lo meto”. De “de Mercedes” ni hablar, pues le to­maban el pelo ofreciéndole aros, esmalte de uñas y has­ta moños de las compañeras. Esto realmente lo enojaba, y por ese motivo tuvo serias reprimendas en el colegio y fue expulsado de dos por bochinchero.

Ya con el nombre artístico, fue completando su prácti­ca de mago, estudiando el curso por correo que un insti­tuto argentino le enviaba, incluyendo los textos, casetes, fotografías y algunos elementos con los que hacer sus prácticas de magia y encantamiento. Para aprender más rápidamente fue a ver a un viejo mago del barrio Obre­ro llamado Maginot y enseguida se hizo su ayudante por un tiempo. Primero aparecían en los afiches y en las propagandas callejeras, como el Maravilloso Mago Maginot y su ayudante Richard Sanchiz. Luego, ya eran sencillamente “Los magos Maginot y Sanchiz”, los que eran anunciados con sus actos de hipnotismo, encanta­miento y desaparición, especialmente de los objetos de valor, que hábilmente reemplazaban por baratijas.

Recorrieron pueblos y ciudades del interior, acompa­ñados de payasos y malabaristas, y al poco tiempo ya tenían un completo circo, con numerosos actos y juegos de diversión. El éxito por primera vez le sonreía también al Mago Maginot, que por fin salía de la miseria, pudo comprar un nuevo pantalón y una camisa floreada, que hace mucho tiempo quería. Richard enseguida hizo lo mismo, porque los dos debían estar a tono.

En el deambular de la pareja de magos, Richard fue dejando amores en cada ciudad, y en algunas dejó mu­jeres preñadas, de las que ya no tuvo noticias. Estuvo preso en Paraguarí, Carapeguá, Pedro Juan Caballero, Villarrica y en Misiones, varias veces por estafa y hurtos de poca importancia. Pero lo dejaban libre enseguida, pues nunca le encontraban encima las pruebas. Las ha­cía desaparecer “como por arte de magia”, decía orgu­lloso Richard.

Trabajó luego en una granja, en una estancia en Misiones y en un comercio en Encarnación, al quedar abandonado a su suerte por su maestro y mentor, quien prefirió volver a Asunción con el poco dinero que lo­ graron juntar. Como Richard no sabía hacer más que algunos números sencillos como mago, todo le costó el doble en los escenarios. Pero se dispuso a estirar hasta completar el primer mes en ese trabajo y se mudó del depósito, donde dormía sobre unas bolsas vacías de ar­pillera en un pasillo, a una piecita que alquiló por poco dinero.

Richard Sanchiz, sin embargo, seguía obsesionado con eso de ser alguien en la vida, como le había en­cargado su padre antes de morir. Intentó hacerse poeta y escribió por las noches unas frases que de poéticas no tenían nada. Le dijeron que de la poesía no viviría y sería un pobre diablo, como todos. Entonces probó escribir una novela, pues quería contar la historia de su vida hasta ese momento. Pero tampoco le satisfizo mu­cho lo que narraba, pues notoriamente era inconexo y faltaba el “ángel del arte” como él decía, apropiándose de lo que había escuchado decir a un poeta de verdad, en Posadas, Argentina.

Sabía que tenía aptitudes para el arte… ¿pero qué arte?, se preguntaba continuamente. En un bar vio a una joven cantante que era acompañada por un viejo guitarrista que no era ciego pero tenía los ojos blancos por la catarata. Se quedó prendado de la chica y se le ocurrió que para enamorarla debía aprender a tocar la guitarra y emprender con ella largas giras por el mundo. Consiguió prestada una guitarra del hijo de su patrona y buscó un profesor. Al cabo de unas semanas, su profe­sor le dijo que la guitarra no era lo suyo y le recomendó tocar flauta, “que no es más que soplar y apretar unos agujeritos en la tacuarita”, le dijo burlón.

Entonces decidió probar con el acordeón, que le pareció iba a ser más fácil, pues solo debía apretar las teclas, empujar y contraer el fuelle de aquí para allá. Cuando probó, no necesitó que le digan, que el acor­deón no era lo suyo.

¡Qué dilema! Y no se sacaba de la mente a Roxane Ortiz, la cantante de sus sueños. Con ella no tenía ar­ gumentos como con las demás, pues la veía muy fina, talentosa y educada.

Creyó que la solución sería hacerse taxista para lle­var a Roxane a sus actuaciones y así poder conquistarla. Pero no tenía licencia y tampoco el auto, pero a fuer­za de engaños consiguió que alguien le confíe un auto, pero enseguida tuvo que devolverlo, porque enseguida se llenó de multas. Luego se le ocurrió que podría ser cartero para llevarle las cartas a su enamorada que él mismo escribiría. Pero al cabo de unos días se conven­ció Richard que la cantante ni por asomo se fijaba en él. Esa profunda reflexión lo volvió a la realidad.

Entonces, creyó ver la luz al final del largo túnel y es­cuchar el llamado del Señor. Ahí su alma se llenó de gozo.

Tomó inmediatamente el bus y se largó con su pe­queño ahorro a recorrer ciudades, predicando la palabra de Dios. Desempolvó o deslió una Biblia que siempre llevaba en su maleta, regalo del Mago Maginot. Se aprendió de memoria algunos versículos del Apocalip­sis, del Eclesiastés, de los Filipenses, Marcos y de los muy necesarios Salmos de David.

Ya bien armado, estaba seguro que su nueva profe­sión de mesías le llevaría a la fama. Aprovechó los fines de semana en que había más gente en los mercados, se apostó también frente a los shoppings, en las esquinas de plazas, y a voz en cuello pregonaba que “el fin de los tiempos” se acercaba, y con la Biblia en lo alto, ad­vertía a quienes quisieran oírle, que la destrucción de la raza humana estaba próxima. Gritaba también que todas las degradaciones de los jóvenes que caían en el vicio y el pecado, que las degradaciones de las aguas y los bosques, eran señales inequívocas de lo que decía. En dos meses recorrió todas las ciudades importantes del Paraguay y solamente consiguió unos pocos billetes. Pero no obtenía la respuesta esperada: nadie le propu­so fundar su propia iglesia o armar con la palabra de Dios una feligresía importante que le pudiera mantener como el pastor, que ya él se consideraba, con el aporte del diezmo.

Fue echado de muchos lugares, especialmente por los católicos y otros protestantes que lo veían como un farsante. Esto lo desanimó y fue a sentarse en el banco de una plaza a reflexionar y hacer un autoexamen para encontrar el camino correcto. Luego se acostó y siguió construyendo proyectos en el aire. Cansado ya, se dur­mió sobre el duro banco y lo despertó de repente una fuerte lluvia que no se dio cuenta se avecinaba silencio­samente.

Entre sus cavilaciones estaba la idea de que podía pro­bar hacer milagros, perdonar pecados, dar esperanzas a los afligidos, dotar de nueva vida a los leprosos curan­do su carne, limpiando su sangre… Y… ¡Zaz! ¡En ese momento se le prendió la lamparita!… Anunciaría que podía curar también el sida. ¡Esta es mi salvación! dijo. Pero enseguida se dio cuenta que nunca vio un leproso por ahí, porque todos estaban ocultos en Sapucai. De sidosos tampoco tenía noticias en esas ciudades del in­terior y decepcionado, tuvo que desechar su genial idea.

En ese momento, se le iluminó el semblante al pen­sar que podía realizar el milagro de caminar sobre las aguas.

Eso sería un genial golpe de publicidad, pero antes debía practicar y ver la forma en que haría el acto sin hundirse. Recorrió el río Piribebuy en toda su exten­sión, buscando un paso poco profundo. Miró por todos lados y como no vio a nadie en las cercanías, comenzó a dar los primeros pasos sobre el espejo del agua. Logró un relativo éxito en el primer intento, pero enseguida se le acabó la buena suerte y como empujado por algo o al­guien se desvió del trayecto y cayó a un profundo pozo que no había previsto. Fue hasta el fondo y al sentir la blanda arena y el limo, se impulsó con desesperados pataleos. Salió a la superficie, ya cuando se le acababa el oxígeno en los pulmones, y se acordó que no sabía nadar y del susto se quedó mudo por unos segundos. Lo primero que hizo fue buscar algo de qué agarrarse; una rama, una raíz o algo sólido, pero no había nada y eso le desesperó más aún. Se acordó de rezar y suplicar a su dios, que hasta ese momento se le mostraba esquivo. Le prometió dar todo de sí, adorarlo toda la vida, con tal de salvarse.

Como por arte de magia, o un milagro, porque sólo podía ser eso, apareció un pescador buscando un lugar donde lanzar su liñada en busca de algún pez que le salve el almuerzo del día. Richard salió a manotear una vez más antes de hundirse de nuevo en el agua. Ahí lo vio el pescador, que se acercó presuroso al barranco y le pasó la larga tacuara que era su caña de pescar. Salió a duras penas con vida de ese percance y en cuanto pudo siguió su camino en busca del éxito que no le resultaba para nada fácil.

Siguiendo con el plan de volverse un mesías a cual­quier costo, se le ocurrió la poco original idea de la mul­tiplicación del pan y el pescado.

Voy a ir a los lugares más populosos, donde están los más pobres, y les voy a repartir panes y pescados. A los borrachines les voy a dar una ración de dulce vino. Voy a hacer el milagro que hizo Jesús y me voy a ganar el amor y la estima de todos. A la mañana temprano fue al mercado, compró unas trinchas de pan, que de hecho, cada una tiene seis bollos fácilmente separables. Pero cuando se fijó en el pescado, se encontró con la di­ficultad de que le sería imposible separarlo y menos aún multiplicarlo, como hizo el verdadero mesías. Entonces se acordó de la caja de trucos que usaba su maestro y protector hasta que lo abandonó. ¡Ahí está mi solución!, pensó entusiasmado. La caja tiene un doble fondo, con tapas laterales y una de ellas deslizable, por donde vol­vería a cargar los pescados.

Hizo todo lo pensado. Fue al barrio más miserable de Itacurubí de la Cordillera e incitó a la gente a prestarle atención. Se ubicó bajo la fronda de un enorme árbol y llamó a la gente dando fuertes voces con una prédica cargada de citas bíblicas, oraciones, alabanzas y bendi­ciones. Incansablemente repitió ¡Aleluya, Aleluya!, sin entender muy bien lo que significaba eso. La gente se acercó a Richard Sanchiz, que para ese momento, ya se hacía llamar ¡el Apóstol Richard!

Hacía más de cuatro horas que había comprado los pescados, que tenía en la caja pintada de negro. Siguió vociferando salmos, versículos, citas y capítulos enteros del Nuevo Testamento mezclados con el Antiguo y al­gunas frases leídas de otros libros. Llegó el momento de realizar su gran acto y comenzó repartiendo los bollos de pan que sacaba de la caja. La gente los tomaba con reserva, pues tenían un olor raro. Cuando llegó el mo­mento de repartir los pescados se dio cuenta que ya se estaban descomponiendo y empezaban a pudrirse, por el sofocante calor, en su hermético encierro. Richard no tuvo en cuenta que Jesús había repartido pescado salado y secado al sol. Las moscas ya revoloteaban sobre la caja y todos desistieron de recibir el milagroso pescado.

La dispersión de la gente fue inevitable, aunque el Apóstol Richard procuró por todas los medios retener­los. Los niños en la retirada comenzaron a tirarle pie­dras, lo que imitaron enseguida los mayores insultando al falso mesías. El Apóstol tiró la caja a un costado y perdiendo toda compostura se puso a correr perseguido por la turba, liándose con la falda del blusón blanco que se puso para imitar al Hijo de Dios.

Los que lo vieron por última vez aseguraron que iba por la ruta, en dirección oeste, hacia los cerros.



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POEMAS DE FIN DE SIGLO. Poemario de LISANDRO CARDOZO

Ediciones TALLER

Colección CABICHU’I 2 – Serie POESÍA

Diseño de tapa: LISANDRO CARDOZO

Asunción – Paraguay. 1992 (113 páginas)



LA VIEJA DEL ÁRBOL

Cuento de JUAN DE URRAZA


Últimamente he cambiado varias costumbres. Es im­presionante cómo las relaciones sentimentales son los elementos que más fuertemente alteran la vida y hábi­tos de la gente, al menos de la mayoría. No son lo más importante de la vida, pero lo parecen, o así lo senti­mos. O tal vez lo sean, dependiendo del carácter de la persona. En mi caso particular, siempre apuesto todo a cada nueva pareja, aunque finalmente me estrelle catas­tróficamente y salga lastimado. Pero no aprendo. Cada nueva oportunidad que se presenta, lo vuelvo a hacer. Y me gusta. Y soy feliz. No voy a arriesgarme a perder al posible amor de mi vida por no haberme atrevido a dar todo, o por temor a lastimarme. Eso al menos no ocurrirá. El día que suceda, no lo voy a malograr. Cada vez será como la primera vez, con la misma esperanza adolescente, con la misma fe, con la misma energía.

Eso sí, generalmente siempre intento, egoístamente, que en cada nueva relación sea mi pareja la que se amol­de a mi ritmo acelerado, a mis compromisos, gustos, actividades, y realidades. Pero no siempre es posible arrastrar a la otra persona sin que ésta pierda su indi­vidualidad, lo cual es contraproducente, ya que alguien así no tiene gracia, deja de ser atractiva. O en alguna ocasión he terminado siendo yo el que se acomodaba al ritmo de vida de mi compañera, también me ha ocu­rrido, pero no es lo común, porque mi carácter tiende a ser arrollador y siempre actué como líder, y no como seguidor. En mi última relación fui más lo segundo que lo primero, y se me antojó extraño y muy difícil aco­modarme a las necesidades y horarios (difíciles) de mi pareja.

Usualmente cuando se da un rompimiento, uno odia los domingos, o las noches de los fines de semana, que quedan irremediablemente vacías, obscenas, dañinas, y donde las horas, los propios minutos, se vuelven inter­minables, el mundo se detiene, y nos sentimos hormi­gas presas del destino, sin más que hacer que observar el ventilador dar vueltas y vueltas lentamente, o mirar una mala película en TV, o encerrarse en un libro, en un juego electrónico, en el gimnasio, en el trabajo; todos paliativos y placebos que tratan en vano de hacernos olvidar la realidad, y que si lo logran, lo hacen apenas por pocos instantes.

Yo en cambio en este momento de mi vida detesto todos los mediodías, así como las siestas de los sába­dos. Los aborrezco con toda mi alma, porque no logro vencer a las duras horas que los encarnan, y a quien representan. Hice todo lo que se me ocurrió para vol­verlas más llevaderas: caminar quince cuadras hasta el shopping ida y vuelta para almorzar, degustar mis ali­mentos lentamente, comer postres que nunca disfruté, mirar vitrinas en las tiendas, comprar cosas innecesa­rias, sentarme a ver la gente pasar... Pero igualmente se hacen interminables. Es un padecimiento lento y fatal, una tortura que no parece acabar nunca, un dolor que desagua desde mi interior a través de mis piernas como un pozo sin fondo, y que me mantiene estático mirando cada dos minutos el reloj, esperando que sea una nueva hora, sin lograrlo.

Y así uno tiene que rebuscarse, inventar mecanismos de protección, actividades o cosas que hagan tolerables esos infinitos espacios vacíos que estaban tan profunda­mente llenos por el amor, la pasión, el cariño, o aquel sentimiento que de manera casi mágica hacía que ori­ginalmente, otrora, dichas horas fueran las más espera­das del día, las que más rápido transcurrían, y las más añoradas... Ahora en cambio, las más odiadas. Creo que no hace falta describir esta horrible experiencia de sepa­ración y de horas muertas; toda persona la habrá expe­rimentado alguna vez, y si aún no pasó por ella, tarde o temprano le sucederá. Explicarla parece simple cuando se ha vivido en carne propia, así como comprenderla, pero la verdad es que quien no ha pasado por eso nunca tendrá una idea de lo que realmente implica, aunque me dedicara a llenar páginas y páginas describiendo ese sentimiento y los mecanismos de escapatoria que inven­tamos para sobrellevarlo, de todos modos no creo que se comprendiera totalmente.

Así es que, entre varios proyectos para hacer pasajeras las siestas, acudí nuevamente a la actividad primitiva de la lectura, tanto tiempo abandonada. El año pasa­do apenas logré leer dos o tres libros de pocas páginas, tal era el tiempo escaso con el que contaba, sumado al cansancio que usualmente hace que me duerma (en cualquier horario del día) al llegar a la segunda o tercera página. Ahora el tiempo disponible sobra, no las ganas, y sí el sueño. Pero es hacer eso o perder la cordura en pensamientos imposibles, en recuerdos dolorosos, en el vacío que me consume y hará que me pierda irremedia­blemente en la locura. Y no quiero perderme.

Así, a veces leo en el shopping, sentado en algún si­llón del primer piso, otras veces en el autoservicio de la gasolinera de la esquina (ambos cuentan con aire acondicionado, imprescindible en nuestro clima), y las pocas oportunidades que el calor no es tan opresivo, me escapo a una pequeña plaza pública detrás de nuestras oficinas, caracterizada por el hedor del arroyo cercano (bueno, técnicamente no del arroyo, sino de la basura arrojada diariamente a él por vecinos inescrupulosos), los yuyos mal cortados, los bancos incómodos, los grafi­tis, los papeles tirados, y ciertos habitantes poco comu­nes que la pueblan en diferentes horarios.

En ciertas oportunidades son recicladores que llegan con sus carros tirados por caballos, repletos de cartón: se bajan y los mojan en el arroyo, de forma a impregnar­los de esa agua turbia y poder venderlos a mayor precio, con el peso incrementado. Otras veces parejitas que se prodigan profuso cariño en bancos bajo los árboles, o desposeídos que se sacan los piojos mutuamente recos­tados en el profuso césped. Llegué a observar algunas historias de jaurías perrunas, reuniones de tereré de compañeros de trabajo, niños recreándose en los des­vencijados juegos infantiles, y otros acontecimientos cotidianos. También sucedieron visitas poco frecuen­tes, como aquella oportunidad en que por la esquina, despreocupadamente, llegó un hombre completamente desnudo a la plaza (no sé de dónde), se bañó en una ca­nilla como si fuera la ducha de su casa, y regresó, como Dios lo trajo al mundo, por el mismo lugar por el que había venido con todo a la vista, para asombro de los demás habitantes de la extraña fauna local. Todos ellos de una manera u otra, cuentan una historia deducible por señas, palabras, actitudes o miradas.

Esa es una de las grandes cosas del escritor, que pue­de interpretar las historias con tan sólo un poco de ob­servación, y llenar los espacios vacíos mediante la ima­ginación y el análisis, o hacer las conexiones pertinentes para narrarlas de una manera interesante, o al menos comprender su significado.

Pero hay una historia, un personaje, que me ha sido esquivo a ese análisis hasta el momento. Yo la llamo “la vieja del árbol”, aunque no es tan vieja realmente, y seguramente tiene una vida que va más allá de la propia relación con el árbol, aunque yo sólo perciba esa parte ínfima de su existencia.

Usualmente cuando utilizamos un lugar para algo particular, no observamos lo que sucede a nuestro al­rededor más que trivialmente, no logramos leer las his­torias que hay detrás, y pocas veces vislumbramos todo lo oculto que está allí sin ser visto, como diría Zitarrosa en su canción: “...porque hay olvidos que queman y hay memorias que engrandecen, cosas que no lo parecen, como el témpano flotante, por debajo son gigantes, sumergidos, que estremecen”.

Y cuando echamos la mirada atenta, la observación con el tiempo que se merece, encontramos todas esas cosas escondidas debajo de las capas del día a día, o de la observación superficial, y descubrimos las interesan­tes historias que hay detrás de ellas. Está, por ejemplo, el “banco de los lamentos”, aquel casi arrinconado con­tra una pared, donde las mujeres se reúnen de espaldas al resto a llorar amargamente sus amores perdidos, y donde nunca se ha sentado nadie sin lágrimas en los ojos. Está Carlitos, el niño lustrabotas que huele su cola de zapatero para olvidar el hambre, al menos por un instante, así como la mano pesada e injusta del padre. Está el guardia de seguridad de la cuadra, que detiene su ronda para discutir airadamente, a través del celu­lar, con su concubina, por problemas de polleras, o de dinero. Está Fernando, un muchacho que conozco del secundario, que arruinó su vida con las drogas, que ya habían tomado la vida de su hermano, y que cruza dia­riamente la plaza con una bolsita del supermercado para cocinar una pobre y desabrida comida, para él y su gato, con las ganancias del microtráfico. También a veces se guarece del sol, entre la sombra de los árboles, un tal “Yilet”, jovencito conocido del barrio por ser amigo de lo ajeno, y que está lleno de tajos en la espalda, fruto de una riña en el reformatorio de Emboscada (de ahí el apelativo, mal escrito)... Y estoy yo, padeciendo un dolor inmenso, aunque sonría amablemente a algún co­nocido que me salude y me haga salir de mi encierro, de mi libro, de mis cavilaciones, cuando las letras se convierten en símbolos sin significado y pierdo el hilo argumental para volar en otras direcciones, o recuerdos.

Yo trato de que no se note que hay una historia de­trás mío, como pareciera haberla detrás de cada una de las almas en pena de esta plaza, pero algún otro buen observador seguramente advertirá que no es así; que también tengo mis angustias y razones para estar aquí, como todos ellos, en este limbo perdido, y que formo parte de la fauna que se encuentra buscando apaciguar sufrimientos, o encontrar un olvido que los perdone. Y eso no sucede, por ello nos reencontramos día tras día en el mismo lugar, y seguimos penando, expiando culpas, lentamente. A este ritmo no creo que logremos liberarnos de ellas antes de que se nos acabe la vida, y las cargaremos al más allá, sea lo que sea que haya del otro lado.

Así, entre todos los habitantes diarios de este lugar también está ella, la vieja, en el epicentro de la actividad invisible de la plaza, del silencio cansino que envuelve a todos, con alguna historia probablemente mucho más profunda que la mía o la de los demás, pero que nunca pude descifrar. Historia que no me atreví a preguntar, ya que entonces perdería la gracia el juego de la observa­ción: diariamente puedo ir tratando de unir pistas hasta encontrar su significado, aunque me tome varios años. En eso consiste el desafío.

A ella la observé varias veces los últimos días. A veces durmiendo en un banco, como un desposeído. Otras veces caminando por el caminero central. Otras veces sentada orondamente y contemplando a su alrededor, como yo mismo hago. Pero hoy por fin me di cuenta de que no es esa su actividad verdadera. En cierto mo­mento llegó, no sé de dónde, puesto que simplemente cuando la percibí ya estaba parada junto al árbol. La plaza es pequeña, en realidad es una plazoleta rectan­gular para ser exactos, atrapada entre murallas de casa por la izquierda y la barranca del arroyo por la derecha, teniendo un único camino de baldosas amarillas que la atraviesa diametralmente de lado a lado. Justo en el medio de ese recorrido se interpone un gran árbol, por lo que ensancharon el camino para tener que rodearlo, sin echarlo abajo. Y algún avispado arquitecto, ingenie­ro, o albañil, le dio un toque “artístico” por decirlo de alguna manera, haciendo que el diseño del camino se pareciera al de una guitarra, con el cantero circular del árbol convertido en el oído, y el camino en el diapasón. Creo que la plaza tiene el nombre de algún músico, y por ello el detalle, aunque no hay cartel alguno que sir­va para corroborarlo.

Hoy noté por primera vez que la mujer mencionada tiene un rostro extraño, con secuelas de algún tipo de locura (ya me he vuelto experto en detectar trastorna­dos a esta altura de mi vida). Me quedé observándola por un momento más largo de los pocos segundos fuga­ces normales que le dedico a cualquiera, no sé por qué motivo, creo que simplemente para reposar la vista can­sada por la lectura. Y empecé a notar su verdadero y ex­traño comportamiento. La mujer caminaba en círculos alrededor del árbol. Sus manos temblaban, como si se tratara de mal de Parkinson, a la par que rodeaba una y otra vez el tronco. Luego de algunos minutos se detenía y se sentaba en un banco. Pasaba un momento, se volvía a parar, y reiniciaba las vueltas. Hasta detenerse, pero esta vez, en otro banco. A veces en vez de sentarse prefe­ría recostarse, y dormitar, para luego ponerse de nuevo en movimiento. Repitió la operación minuciosamente varias veces, cada vez ubicándose en un banco diferente (hay cinco bancos en las cercanías del árbol), con lo cual asumí que estaban implícitamente reservados por ella y que nadie más los podría utilizar. Al menos eso me pareció cuando, pegándome el sol en la espalda, me moví a otro asiento para evitar el calor, siempre fuera de su área de influencia, pero de todos modos me dio la impresión de que ella me miraba con desagrado y hasta odio, por haber hecho ese movimiento, o amagar acercarme a uno de los utilizados por ella.

En un primer momento, cuando se recostó y ador­meció en uno de los bancos, pensé que se echaría una larga siesta, como otros convidados del lugar. Me puse a leer nuevamente, pero al cambiar de página, y ob­servarla nuevamente, la encontré de pie y repitiendo el proceso circular.

¿Qué se podía sacar en conclusión de la observación? Bueno, obviamente un comportamiento obsesivo-com­pulsivo, relacionado con una enfermedad degenerativa de algún tipo. Pero las motivaciones me escapaban... ¿Hacer ejercicio? No, en todo caso podría ser eso si la vuelta fuera a la manzana, porque caminar unos pocos metros alrededor de un árbol es muy poco para conside­rarlo deporte, ¿Locura? Parecería lo más plausible, pero me enseñaron tiempo atrás que la solución más simple a un cuestionamiento usualmente no es la correcta.

Así intenté barajar hipótesis un poco más imaginati­vas, ya que en eso me especializo, imaginar cosas, mu­cho más que retratar realidades. El árbol podría ser una entidad mística, o tener un aura invisible que irradie poder, o ser mágico. Y ella podría estar efectuando un ritual de singular importancia, que requiriera diaria­mente ser reiterado, para evitar una catástrofe, o para traer algo o a alguien a nuestra realidad, o para mante­ner atado un poder que no debe escapar a dicho tronco. La cruza de muchas de esas hipótesis entonces podría llevarnos a conocer su identidad: una bruja malvada, una sacerdotisa mística, un hada, una parapsicóloga, una loca, una vidente, una artista, un druida, un fan­tasma, un ser mitológico, un ángel. Y al mismo tiem­po veríamos las motivaciones, según el caso: Atar a un hombre, evitar que un mal terrible ingrese en nuestro mundo, equilibrar las fuerzas cósmicas del universo, mantener los ciclos naturales, crear, aprender, comuni­carse, o recordar.

Todas esas posibilidades son factibles, interesantes de ser exploradas, descubiertas, o mejor aún, narradas. Estoy pensando cada día venir a observar, y mirándola, tomar una de las perspectivas y escribir un cuento sobre ella, y luego publicar un libro con todas las opciones descritas, advertidas, inventadas, o descubiertas. Y así, de paso, tal vez encuentre una cura para este infinito vacío que llevo dentro, olvidando mis pensamientos sin sentido, concentrándome en otra cosa, y liberándome del peso que cargo en mi alma, con esta labor creativa. Retratar y liberarme... Suena bien... Hoy mismo empe­zaré.


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EL SÍNDROME ZAVALA, 2010. Novela de JUAN DE URRAZA

Editorial Servilibro,  Asunción, Paraguay (2010)



EL DISEÑADOR DE SUEÑOS

Cuento de NATALIA ECHAURI


Para Jazmín Arana


Lili se moría por contarme los detalles del accidente, por lo que preparó a toda velocidad el desayuno. Yo no estaba de ánimo para escucharla y mucho menos para afrontar la dolorosa realidad de la muerte del Diseña­dor.

–Murió lento –contó Lili mientras me servía el café–, como trabajó siempre. Lento.

–No quiero escuchar.

–No seas sensible. Esa noche se dice que discutió con ella.

–No me interesa.

Salí de la cocina sin desayunar y al pasar por la sala, la televisión de Victoria informaba a volumen alto la misma cosa, la inesperada muerte del Diseñador. Como si todas las muertes fuesen esperadas.

El Diseñador había sido mi amante. No quería que nadie lo supiera, porque tal vez me enfrentaría a proble­mas con la prensa, la policía, y todos los demás admira­dores del Diseñador.

Tus ojeras están más largas hoy –me avisó Miguel al cruzarse conmigo en la puerta–. Pobre el Diseñador –agregó como para iniciar la morbosa conversación de todos, pero yo no estaba para hablar de la muerte de nadie y menos de la persona a la que yo había asesinado.

¿Y ahora cómo vamos a soñar? Era el titular del diario más sensacionalista del lugar. Y los demás, conservado­res, izquierdistas y de ultra derecha decían algo seme­jante.

El Diseñador trabajaba noche y día en confeccionar los sueños de la gente. Yo lo ayudaba en el taller. Solo que le había hecho prometer que no se lo dijera a nadie, que terrible hubiera sido mi vida si la gente supiera que era su ayudante. Si lo supiera Lili, si lo supiera Victoria o tal vez Jazmín. No tendría tranquilidad.

El Diseñador era delgado y vivía en una especie de limbo, aunque era la persona más cuerda de todas las que había conocido. Sencillo, el más simple de los mor­tales, llevaba noches muy agitadas con el trabajo que era el más complejo, diseñar sueños para todas las personas del mundo.

Lo recuerdo bien, con su mirada altanera y seducto­ra, escrutándome mientras me pedía un lápiz de la repi­sa. Nunca tenía un lápiz. Le acerqué el lápiz y me besó. Esos segundos estuvo con los pies sobre la tierra, luego volvió a su limbo mientras me explicaba con tranquili­dad la idea que tenía para un sueño esa vez. Se sentaba casi dormido sobre la tumbona negra de madera de boj y luego escupía un largo rollo de papel donde estaban escritos los sueños de la gente. El papel salía limpio, largo, como si fuera una lengua blanca y escrita, y mi deber era cortarla y apilarla en los montones de cajas que él guardaba con cariño. Así por ejemplo, yo sabía qué soñaban Lili y Miguel y los atormentaba con eso. A Jazmín en cambio, con quien tenía una relación más estrecha le hacía preguntas referente al tema y debatía­mos su sueño. Un sueño que siempre se repetía cada primer lunes del mes donde ella era perseguida por un grupo de forajidos, y para escapar de ellos se escondía en un bosque donde un hombre con cabeza de perro se suicidaba ante sus ojos.

–No sé por qué lo hace pero me da miedo –me de­cía–. La cabeza de perro es de cerámica, y es tan falsa, tan mal pintada –me comentaba como si se tratara de algo de mal gusto.

–¿No es parte de su cuerpo?

–No, es como una máscara.

–Tal vez sea alguien falso, alguna persona mentirosa que esté rondando tu vida y a quien tú sin darte cuenta le estás haciendo daño o utilizándola. Necesita tu ayuda.

–Ya sé quién puede ser.

Y no volvíamos a tocar el tema hasta el siguiente pri­mer lunes del mes cuando volvía a soñar lo mismo y repetíamos la conversación.

Pero atormentar a Lili y Miguel era fantástico. Les decía alguna palabra o cosa que recordase a grandes rasgos de la pesadilla que tenían y palidecían hoscos, nerviosos y no me dirigían la palabra hasta unos días más. Victoria en cambio siempre soñaba flores desco­munales que dormían en el techo de su habitación y eran sus amigas.

–Yo no elijo sus sueños –me confesó el Diseñador–. Es cosa de ellos.

Y se acomodaba a escribir los sueños de los demás. Muchas veces sus ideas partían de objetos.

–Pásame ese cincel –me ordenó una vez, y deformó un pedazo de madera mientras anotaba para quien sería ese sueño.

Al día siguiente, cuando volvía a casa, la vendedora de frutos me confesó que tendría un hijo, porque soñó tazones de madera que significaban embarazo. No pasó una semana antes que muriera, nunca había sido muy buena intérprete de las señales.

Se lo comenté al Diseñador, pero el casi nunca me respondía, y a pesar de que me amaba (sí, me amaba, lo sé) sentía mucha vergüenza porque yo no podía so­ñar. Sólo una vez toqué el tema y estuvo al borde de las lágrimas «es cosa tuya» confesó, algo nervioso. No le creí, pero tampoco quise insistir, se sentía tan inseguro y derrotado cuando ordenábamos los archivos y en mi carpeta solo había hojas en blanco.

Pasar la noche entera en vela a su lado, abrazada a su espalda mientras él practicaba su onírico oficio, era mi única diversión. Lo amaba, pero no poder soñar se estaba volviendo un suplicio para mí, leer las surrealis­tas descripciones de los sueños ajenos me destruía y me generaba envidia.

–Estoy probando un invento para ti –me confesó una tarde mientras me pasaba una taza de chocolate–. Vas a soñar.

Y sonrió. Qué hermosa sonrisa, carajo. Sus ojos se le empequeñecían, sus dientes blancos asomaban tímidos y yo sentía que se volvía angelical por un segundo, o tal vez niño, o tal vez un ser de luz.

Nada resultó. Mezcló tés, me hizo dormir mientras escribía sentado a mi lado, cambió de papel y hasta di­bujó sobre cada centímetro de mi cuerpo, pero nada re­sultó. Nunca volvimos a intentarlo y tampoco a hablar sobre ello.

Un día vino el cartero y me vio. El Diseñador se puso tan nervioso que esa noche nadie soñó. Intenté calmar­lo con un té, un masaje, un abrazo, caricias en el pelo, pero no quería siquiera verme.

–Podrían buscarte –se alarmó más tarde–. Podrían conocer mi identidad.

–No me vio el rostro –mentí–. Tranquilo, nadie sabe cómo es el Diseñador.

Esa tarde, al volver a casa, Lili y Miguel no pudieron contener su emoción y fueron los primeros en darme la noticia de que el Diseñador tenía una ayudante, una novia, qué saben ellos, una mujer que lo acompaña y que eso era sensacional. Estaban hablando de mí sin saber que era yo. No importaba, mejor así, sería peor si supieran la identidad de la ayudante del Diseñador.

Por un tiempo, en los diarios no se habló de otra cosa. La Diseñadora fue tema de conversación para rato, pero como toda hojalata que brilla pero no es más que un pedazo de metal, se esfumó, y el Diseñador dejó de preocuparse.

Pasaron noches enteras y yo abrazada a su espalda ponía mi oído para escuchar el suave tuntún de su co­razón ansiando soñar, pero soñar con él, irnos lejos, dejar de escribir sueños. Cuando se lo dije estuvo en desacuerdo y casi entró en pánico. Sonrojado y algo al­borotado me reprendió alegando que diseñar sueños era su vida, lo que más amaba y no cambiaría eso por nada ni por nadie.

Esa noche regresé llorando casa. No lloré delante de él, eso sería estúpido, sin embargo caí en la cuenta de que yo no era imprescindible en su vida. No aparecí en el taller en varios días, y tampoco recibí una carta o una llamada para saber si quería que regresara o si me extrañaba. Cuando se lo comenté a Jazmín, disfrazando los detalles, solo atinó a decir:

–Necesita tiempo. Y espacio.

Sin embargo parecía suficiente el tiempo que le había dado. Y regresé al taller un par de días después de esa conversación con Jazmín. No debería haberlo hecho, consiguió una nueva ayudante. Fue incómodo estar del otro lado de la puerta, mientras ella me miraba con sus dulces ojos claros interrogándome y el Diseñador se acercaba lentamente sin una pizca de remordimiento para darme la sentencia mortal:

–Ella puede soñar.

No lo recuerdo. Tal vez retrocedí, o corrí, pero sí re­cuerdo que toda la rabia del mundo se concentró en algún lugar de mi pecho. Me había cambiado, me había cambiado por orgullo, por miedo, por la impotencia de no poder llevar a cabo conmigo su talento, su trabajo, paradoja de mierda que me había alejado de él. Y por primera vez en mi vida agradecí y me arrepentí, al mis­mo tiempo, de no soñar. Me tiré al césped, histérica, y lloré. Lloré y corrí al mismo tiempo. No hablen, no se muevan. Que el mundo pare, que todo se acabe, no valía la pena continuar respirando.

Me levanté.

la primera y última vez que un hombre me do­blaba las rodillas. Corrí a la casa y me encargué de ella primero. Un par de estocadas con el cincel del diseña­dor y una línea cruzándole el cuello no fueron suficien­tes para mi despecho. Así que la clavé, la clavé, la clavé tantas veces como pude, hasta que su cuerpo no fue más que un muñón sangrante estampado de agujeros con una mata rubia manchada de escarlata. No la enterré, no lo merecía. Arrojé sus restos a esa jauría hambrienta de perros callejeros. Y ahora, el Diseñador.

Me aguardaba sentado, el codo en el apoyabrazos de la tumbona de boj, el puño en el mentón, su taza de té de vainilla en la derecha, y los ojos tristes, más tristes del mundo. Los ojos más hermosos del mundo estaban tristes.

–Supongo que llevaban juntos mucho tiempo.

–Desde la tercera vez que Jazmín soñó al suicida. Iba a quedarse conmigo una vez que consiguiera hacerte soñar.

–Pero no pudiste.

–Pero te fuiste.

Hubo un silencio después que cerré la puerta.

–La amaba.

Sorbió un trago de té.

–Sé que me matarás.

–No quiero hacerte esperar.

Se entregó con facilidad, con una sonrisa de comi­sura levantada, sus ojos se tornaron distantes y provo­cadores y permitió que hiciéramos el amor primero, ya no sentía nada por mí, y cuando pensé esto último le clavé el cuchillo en el ángulo perfecto, en la izquierda del cuello, y se fue ahí mismo, dentro y debajo de mí.

–Vas a soñar.

Y el Diseñador murió en mis brazos.

Le di un sepulcro sacro. Lo envolví en mi camisa de seda, mi favorita, y lo enterré donde yacían sus sueños perdidos, cartas viejas, y bosquejos tontos, que guarda­ba para que yo nunca los leyera, no es que no confiara, pero también tenía sus secretos. Y ahí en medio de tan­to papel encontré un retrato mío. Lo recuerdo, me hizo sentar en su sofá. Lo había tirado.

Dejé la ropa de la mujer en la casa para que la evi­dencia apuntara hacia ella, soberbia puta, se había pa­seado por toda la ciudad predicando a bombo y platillo su puesto como ayudante del Diseñador. Y la tumba abierta, para que encontraran su delgado cuerpo. Un accidente, un pequeño descuido, algo podrían inventar.

–Es él –confesó Jazmín cuando llegué empapada de sudor–. Sé quién es y sé que fuiste vos. Quise actuar y prevenirte, pero me regaló un sueño hermoso suplican­do que no lo hiciera porque era un regalo para vos.

–No entiendo.

–El suicida de la máscara era el Diseñador.

Desde esa noche pude soñar. Todos los días el mismo sueño, la rubia, el cuchillo y los ojos más hermosos del mundo pidiendo perdón, desapareciendo, sacándose la fea cabeza de perro de encima y riéndose de mí, la única en el mundo que ahora podía soñar.



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AVALÓN – LA ISLA DE LAS MANZANAS

Novela de NATHALIA MARÍA ECHAURI

Editorial SERVILIBRO

Asunción – Paraguay. Diciembre de 2006 (240 páginas)



CONVERSACIÓN ENTRE DON QUIJOTE Y SU ESCUDERO

Cuento de ALEJANDRO HERNÁNDEZ Y VON ECKSTEIN


A don Miguel de Cervantes y Saavedra

y a su inmortal personaje de vigencia eterna.


La tarde caía sobre un solitario y polvoriento camino de la ondulada campiña de la Mancha.

–¡Me cansé! –dijo don Quijote a Sancho Panza–. La gente me toma a la chacota y piensa que estoy loco... O como dicen ahora “desfasado”.

El fiel escudero observó a su señor suspiró y sin decir nada dejó que el hidalgo prosiguiera.

–Los valores se han perdido, ya nadie reconoce la va­lentía de aquel que se enfrenta a gigantes... Y las dami­selas en peligro se burlan de aquel que perdió su tiempo en intentar rescatarlas. Ni siquiera la palabra tiene valor, todo se debe hacer por escrito.

–Es que el mundo ha cambiado –dijo el fiel y regor­dete escudero–, y como dicen por ahí “a las palabras se las lleva el viento”.

–Sancho, ¿crees que la palabra de un caballero pue­de ser tan ligera como una pluma? ¿Acaso un soplo de viento puede hacerla volar por la campiña? –preguntó indignado y con furia el hidalgo–. ¡Te equivocas! La pa­labra de un caballero es más perdurable y firme que la escrita en la más dura roca.

Panza volvió a suspirar meneando la cabeza y dejó que don Quijote prosiguiera.

–Si seguimos con ese tipo de pensamientos pronto dirán que lo negro es blanco, que es preferible un mer­cenario a un hombre de principios, o que un ladrón y un traficante son respetables hombres de negocios.

–¡No es para tanto mi señor! Los tiempos han cam­biado, ¡y para bien! Hoy el mundo se ha vuelto demo­crático y los tiranos que esclavizaban a sus pueblos ya no tienen cabida. Actualmente tanto hombres como mujeres pueden expresar sus ideas sin temor a ser arro­jados a una mazmorra o encepados en la plaza pública a la espera que el sol, la sed, el hambre y los buitres terminen con ellos.

–Qué equivocado estáis mi fiel escudero –dijo el hi­dalgo mirando hacia la cima de una colina–. ¿De qué sirve al individuo tener libertad de expresión si las pa­labras que de este emanan no serán tomadas en cuen­ta ya que, como tú dices, son tan ligeras que el viento puede llevárselas? En cuanto a los tiranos... ¡Mira, ahí hay uno! ¡A la carga! –gritó empuñando su lanza y azu­zando a su escuálido jamelgo.

–Mi señor... No es un tirano... Es sólo un cartel de publicidad de un teléfono móvil.



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EL PROYECTO DE LA MANDYJU PORÃ

Novela de ALEJANDRO HERNÁNDEZ Y VON ECKSTEIN

EDITORIAL LINA S.A.

Telefax: (595-21) 334 493

Asunción, Paraguay

Sucursal Librería: Manduvirá esq. 15 de Agosto

Telefax: (595-21) 498 929

1a Edición, 2011



DOBLE PÉRDIDA

Cuento de JOSÉ PÉREZ REYES


No podría decirse que era el último grito de la moda ni tampoco el primer grito de libertad.

Ya no había certeza en aquello de haber sido cuna del primer grito de libertad en América, pero de seguro no se habrá dado ni el primer ni el último grito de la moda por estos lares.

En cualquier caso había algo nuevo en el aire, que a estas alturas y sin importar desde qué altura, sigue sien­do lo único verdaderamente libre y gratuito.

Se trataba de un reciente decreto. El decreto más a la moda que hasta la fecha fuera dictado.

En un franco proceso de imposición, la nueva línea de ropa había sido lanzada por decreto.

Directamente de arriba. Más que diseño exclusivo era un plan oficial, forzosamente inclusivo.

Por supuesto, la producción en serie había comen­zado en forma secreta mucho antes de la firma del de­creto, el gobierno sabe cómo guiar la industria textil en el país y esta tarea fue encomendada con suficiente antelación y debida precaución.

No se hace ningún desfile de presentación, ya que para los desfiles están los militares, los militarizados voluntarios y los niños involuntariamente militarizados también, es bueno recordarlo cada tanto, la memoria de una nación debe mantenerse en una buena formación. Alineados, de todas las edades, desde el pasado al fu­turo, siempre con un rumbo decidido. Niños y viejos unidos por el verde olivo, entrecruzados, unidos como si fueran la palma y el olivo de nuestro escudo.

Nada de muestras previas, nada de anticipos de tem­porada. Basta la resolución firmada.

Después de todo, era más fácil colgar de la red una copia escaneada del decreto de marras que poner en una amplia galería todas las prendas colgadas en perchas. No hay necesidad de catálogo virtual, a fin de cuentas, se trata de una resolución de orden presidencial.

De qué serviría mirar y mirar en la red, eso de com­parar no va.

Más que optar, había que comprar. No se trata de elección, es de inmediata adquisición.

No hay que dar muchas opciones cuando el bolsillo está teledirigido. Eso tiende a complicar las cosas, bien lo saben quienes planifican todo antes de firmar los de­cretos.

Mañana empezarían las filas. Se tenía previsto un solo día para realizar todas las adquisiciones personales en cuanto a la nueva indumentaria. Esto es para facili­tar la gestión de control conjunto que realizan el Minis­terio de Hacienda y el Ministerio del Interior.

Todo el aparato estatal garantizaba una jornada segu­ra y tranquila para toda la ciudadanía, un día oficial de compra de moda, jornada obligatoria, pero moda al fin.

Con muchas expectativas de una jornada plena, la ciudadana se levantó temprano esa mañana, el café aún humeaba en su garganta como dando señales de acti­vidad volcánica en su interior, y salió con un gastado uniforme anterior, es que fue lo primero que encontró para ponerse, a lo cual hay que sumar el hábito.

La ciudadana llegó temprano, aunque esto le serviría muy poco, porque la tienda permanecía cerrada.

Sería suficiente decir que era una zona tan residencial en Asunción que se convirtió en zona presidencial, apli­cando una complicada expropiación, también por vía decreto, asumiendo que ése es el único modo correcto.

Tampoco importa mucho citar el nombre y la direc­ción pues todas las tiendas, desde hace un buen tiem­po, han uniformado sus logotipos y sus vidrieras, sus colores y sus escaparates. Y al carecer de publicidades, siguieron un mismo patrón de propaganda. La propa­ganda oficial. Así es como se han uniformado un mon­tón de cosas, pero no sus precios.

Cosas del mercado que le dicen. En las cotizaciones siempre hay fluctuaciones y, entre ellas, sendos acomo­dos. Y esta tienda era un buen nicho de precios reduci­dos. Era lo que ella había oído. Sólo el olfato y el chisme consiguen guiar hacia donde hay buenos precios en el negocio.

Por eso, la ciudadana procuró entrar primerita en un horario en que la mayoría recién está despertando.

Apenas había levantado su cortina la tienda en cues­tión, la ciudadana ya estaba en el mostrador pidiendo la nueva línea de ropa, la que por decreto se había impues­to a partir de ayer, en forma oficial, como indumentaria de rigor.

No hubo necesidad de citar la marca, hay etiquetas que nacen impuestas.

Pero de lo que entusiastamente pedía, nada había, ningún talle, ningún color, ni de los neutros. Por cierto, antes de preguntar por ellos la ciudadana debió haber tenido en cuenta que los colores neutros no están de moda en estos tiempos extremos. O puede ser que la vendedora haya oído mal, en vez de “colores neutros” escuchó colores nuevos o colores muertos, dando así por liquidada toda búsqueda de trapos. Porque en ninguna parte se venden retazos, no hay lugar para saldos, Esta es una sociedad que tiene el consumismo bien arraigado y muy actualizado.

Nada disponible, ninguno de los modelos, ni de los retro.

Por algún azar, la vendedora no tenía en la tienda ninguna de esas prendas, hasta las que guardaba en el depósito tuvo que enviar al programa de entretenimien­to del canal oficial “Bailando por un modelo”, se supo­ne que por exigencias del programa modelo del propio gobierno. Qué mejor promo, después de todo, habrán pensado los encargados del marketing estatal.

Pero la ciudadana se sintió engañada, montó en cóle­ra, armó una escena que casi echa abajo la tienda.

Reclamaba lo que consideraba su derecho y su deber a la vez, como el voto, cosa rara de entender. Vociferaba cosas como “pan y circo”. Exclamaba que Dios tenía que proveer los dientes también, no solamente el pan. El combo tenía que ser completo para que ya nunca más se dijera “Dios da pan a quien no tiene dientes”.

De la diatriba de la ciudadana, salió aturdida la ven­dedora, laceraron sus oídos frases como esa que soltó al final, mientras golpeaba la vidriera: “Cómo voy a man­tener mi pan si no me visto con la indumentaria que me exigen en el circo”. Al escapársele de la boca esta frase, la cosa salió de cauce.

Ya por entonces, la vendedora había pulsado el botón mixto, que no era para solicitar un rápido menú eje­cutivo. Le decían mixto, porque era mitad rojo-mitad azul, al botón que existe debajo de la caja de la tienda y que no es para pedidos de comida, aunque así pareciera indicar su nombre, sino para que intervenga la Nueva Guardia.

Como ya era habitual, acudieron con premura, ape­nas accionado el botón mixto, allí estaban los guardias, en la puerta, para calmar los ánimos de esta pelea.

A pesar de su amedrentadora presencia, las dos da­mas seguían trenzadas en una discusión tendera. Sepa­raron a ambas, por medio del rígido bastón de mando, que tampoco había cambiado en nada porque seguía siendo dorado como si alguien lo hubiera bañado con una generosa lluvia dorada.

Al instante amordazaron a la ciudadana. A la vende­dora la interrogaron.

De la ciudadana no se oyó más nada, fue llevada amordazada a la renovada sección de Investigaciones. La vendedora sí tenía que hablar, pero antes de respon­der al férreo cuestionario que allí mismo le planteaban, pidió que le acompañara un abogado.

En vías de protección de sus derechos mercantiles realizó una desesperada búsqueda, en el corto tiempo que le asignaban, pero no había ninguno disponible, ningún abogado conectado, ni para chatear en línea.

Algunas cuestiones no terminaban de convencer a los interventores de la Nueva Guardia. Solicitaron in­mediata intervención de la tienda, con miembros de la Contraloría del Estado, que a su vez exigieron el acom­pañamiento de representantes del Ministerio del Inte­rior y de Hacienda. Todo como se debe.

No hubo compra-venta alguna en esa tienda. No pudo consumarse acto de comercio, a pesar de la vigen­cia del decreto modelo.

De algún modo, se generó una situación indeseable para las partes involucradas. Se trataba de una doble pér­dida en un “Estado que impulsa el Progreso en la Paz”.

Pérdida por ambos lados: una ciudadana que termi­na detenida, acusada a primeras horas de la mañana de cometer una serie de faltas: alzar tumulto, amenazar la paz social y quebrar la armonía tendera; y una vende­dora que no realiza la venta por haberle convenido un envío promocional de nuevos uniformes al canal oficial, una vendedora que así puso en evidencia que no opera como debiera porque, al ser requerida de más pruebas contra la tumultuosa ciudadana para llevar las grabacio­nes a los respectivos ministerios, descubrieron que en su tienda no funcionaban las cámaras y eso también cons­tituye falta grave, equivale a multa y clausura temporal de dicho local, hasta que se ponga en orden.

Todo negocio debe adecuarse a las reglas del mercado y del Estado, que están para ser cumplidas y que juntas son imbatibles.

Al final de cuentas, a la vendedora no le servirá de mucho la promoción de uniformes en el canal oficial de la televisión, aunque sea en horario principal del pro­grama de baile supuestamente en vivo, porque a raíz de este incidente, le dieron dos meses de suspensión a su tienda. Y ahora menos aún importa cuál era su nombre, ya que si persiste en esta situación, su tienda puede ser desacreditada definitivamente.

Las malas lenguas dicen que, al ser llevada a una celda para guardar reclusión, a la ciudadana le dieron como uniforme de presidiaria, un gastado modelo de vestido, ya en desuso, que había caído en el reciclaje de vestuarios varios y vairos.

La ciudadana, caída en la angustiante categoría de compradora frustrada, se vio compelida a llevar esa indumentaria del viejazo y a callar cualquier forma de reclamo.

Su caso entraría en la etapa de sumario. “Aplíquese y comuníquese”, dirá la resolución en su parte final, aun­que ella siga incomunicada y, para empeorar la situa­ción, desuniformada.

La regla es general, pero no uniforme.


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CLONSONANTE. Cuentos de JOSÉ PÉREZ REYES

Arandurã Editorial,

Asunción-Paraguay 2007 (117 páginas)



MOVIMIENTO DE HOJAS

Microcuentos de GENARO RIERA HUNTER


¿MI BODA?

Amaneció y llegó el día de la boda, no entendía su tristeza. No era su boda pero no la quería. No era a la novia a quien no quería. ¿A quién no quiero? ¿Qué rechazo?, se preguntó un poco naufragando, sintien­do que no tenía libros de qué agarrarse. Yo soy clara, muy clara y transparente se escuchaba decir, un poco insistente y desesperada. Luego se impuso su actual pre­gunta redundante: ¿mi sacramento fue mío? Sí, se dijo. Se mintió, otros brazos dirigieron su boda. El día no amanece con el sol, amanece con la boda que se quiere.


¿QUÉ OCURRIÓ?

Abrió la puerta, entró y encendió la luz. Miró sin ver que todo estaba igual. Muy igual. Lo interrumpió un pensamiento… sangre… aquí se limpió la sangre. La aberración no lo dejaba, esta vez duró más tiempo. Hizo la curación de su dedo como le enseñó el médi­co. Abrió una lata de cerveza y se sentó en su sillón de siempre. Dudó en hacer una llamada. Abrió otra lata y dañó su dedo, ahí mismo recordó un amor antiguo que le llevó su abundante sangre. Dios sabe que él sólo lavó la sangre.


DEJANDO DE SER

Quiero hacer algo distinto, pensó Pablo de María. Nunca le gustó su nombre compuesto. Su padre no se llamaba Pablo, ni su abuelo, ni su tío, ningún pariente llevaba ese nombre, María se llamaba su abuela mater­na. Caminó sin saber adónde, silbaba una melodía que le resonaba. Encendió un cigarrillo y se sentó bajo un árbol. Esto es algo distinto, dijo. ¿Qué hace usted?, pre­guntó un señor. Algo distinto, respondió. Parece nada, dijo el otro. Es cierto, es una nada, una nada que se mueve, por eso no oscurece, no da frío y se entiende lo que se encuentra.



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"LOS MOTIVOS DEL OASIS - DESPLEGANDO MI SER"

GLORIA MARECOS - GENARO RIERA HUNTER

Editorial Servilibro

Edición al cuidado del autor Abril de 2008

Asunción – Paraguay (88 páginas).



EL TIPO DE LA MIRADA TRISTE

Cuento de LOURDES TALAVERA


Su voz resuena en su mente, una y otra vez como una rueda que gira de manera eterna. Mira las estrellas y se toma la cabeza entre las manos: ¡Culipronta! Siente un sabor salobre en los labios, desearía que lloviera fuer­te para limpiarse la piel y el alma. Despiadada y cruel había sido su expresión cuando la miró y le reprochó su cariño. La radio prendida, una antigua canción que hablaba de atar una cinta amarilla al viejo roble la en­cogían más todavía en el dolor que sentía. Soy el rey de la estadística, soy el rey de la estadística, soy el rey de la estadística. La mayoría de las mujeres que salen por primera vez contigo ni acceden a tener sexo, te la maman en el coche frente a su casa. Insecto rastrero, perverso de miércoles, no me llames culipronta. Lo ha­bía conocido en la oficina de Nicolás, recién llegado de Europa y hacía mandados para sobrevivir. Cuando sus miradas se cruzaron supo que ese tipo de mirada triste, era adorable.

En medio de la modorra de aldea provinciana, su­cedió una extraordinaria represión y dos miembros del consejo directivo de una organización no gubernamen­tal fueron puestos de patitas en la frontera. Engrosaban una larga lista de expatriados y había que atrincherarse para resistir uno de los últimos ataques, quizás, del Ti­ranosaurio. Nicolás líder de la oposición intelectual de la aldea organizó un comité de defensa y ellos tuvieron la oportunidad de acercarse más con la complicidad del líder que lo enviaba a acompañarla a las reuniones de dicho comité.

Se organizaron las barricadas de resistencia y en me­dio de un tórrido verano, el Tiranosaurio fue tumbado por un pariente político e igual que aquellos que habían cruzado la frontera tuvo que subirse a un avión e irse a un país extranjero, donde murió de aburrimiento de tanto mirar dibujitos y programas infantiles en la tele­visión local. Nadie podía imaginarse que tanta alegría se convertiría veinte años después en un amargo rictus y nada más. Pero ellos estaban allí en esa primavera de­mocrática que Nicolás lideraba con entusiasmo. La co­bija paternal del líder les permitía esos ligeros escarceos de una pasión incontenible que iba minando los diques del tipo de la mirada triste.

Una tarde calurosa de noviembre la tomó en sus bra­zos bajo la mirada insolente de un grupo de albañiles que los vigilaban por la ventana abierta. Desde esa tarde supo que su historia de vida se había enmarañado con la del tipo de la mirada triste. Ella había cruzado la ciudad para verlo, dejando pendiente una tarea importante. Le entregó un billete de diez mil guaraníes para el taxi. Ella lo miró a los ojos y le dijo: Ah, es mi honorario. No, no, por favor, no digas eso. Se marchó y lo vio mirando por la ventana y sintió su profundad tristeza.

No se extrañó cuando leyó que había escrito: me siento tan solo que un día de estos engrosaré mi esta­dística de suicidios. Ese tipo de mirada triste se había quedado irremediablemente solo porque se olvidó que había tenido en su vida a Nicolás, quien una mañana se quedó sentado para siempre ante el monitor de la computadora. Entonces ella recordó que unas semanas antes lo había visto en un acto multitudinario en una plaza céntrica y su líder se le quedó mirando, sin decir nada. Quizá ella sabía del mensaje de esa mirada o se inventó el significado.

No le extrañó que la llamara y tampoco supo cuán­do se perdió ese pacto del amor compartido con otros amores que no eran los verdaderos. La vida había cam­biado en la aldea, el tipo de la mirada triste ya no pa­recía triste, había intentado acercarse la presidencia de la república con un movimiento político cuya bandera era el arcoíris. Ella tampoco siguió siendo la misma. La cordura fue llegando de manera sutil, sin prisa pero sin pausa, y su vida se equilibró entre las ráfagas de los ventarrones. El tipo de la mirada triste, técnicamente ya no estaba triste. Sin embargo, la miserabilidad humana lo había ido corroyendo y ella a veces no lo reconocía. Tantos años juntos y lejos. Él se instaló en una zona de máxima visibilidad. Quizá era una manera de defen­derse de las miradas crueles y acosadoras de la gente. Tal vez le gustaba y disfrutaba de dicha exposición. Se convirtió en una caja de resonancia de la frivolidad y lo efímero. Pero ella creía que su alma estaba herida y que por eso rehuía toda intimidad con sus semejantes. Me estoy volviendo loca, pensó.

Una noche, cerca de Navidad de no sabía cuándo, tuvo un sueño extraño. Lo vio caerse de una nube sobre una plantación de berenjenas cercana a un estanque de patos. No se lo contó porque en esos momentos el tipo de la mirada triste que ya no estaba triste, se encontraba en la cresta de la ola. Perturbarlo con el relato de su pesadilla lo sacaría de sus casillas y ella prefería seguir tranquila. Cuando la llamó para reclamarle por qué ha­bía dejado un mensaje de voz en su correo, le respondió: Sí, lo hice. Ahórrate tus palabras, que pases unas lindas fiestas. Y así, sin darle posibilidad de emitir algún re­proche le cortó la comunicación. No pasó ni una sema­na cuando se enteró que un camión de gran porte se lo había llevado por delante y que apenas se había salvado del percance con cinco costillas rotas y una pierna a la que hubo que insertar tres clavos de platino. Las fiestas las pasó con cirugía y una larga convalecencia. Eso que no sabía que había dicho por ahí que la vida era una mierda y que se tomaría unas fotografías desnudo para exorcizar ese horror, y seguido había invitado a un fotó­grafo algo bohemio para que le tomara las fotografías. Seguía siendo el rey para quienes no lo conocían del otro lado del espejo.

Por eso no entendía esta rara sensación que ella sentía cuando leyó sus declaraciones a un medio de vodevil donde declaraba que por la modelito de nalgas al aire se volvería un adolescente revolucionario y algo que no recordaba. Lo vio veinte años atrás con la cara descom­puesta y llorando cuando la abrazaba y le gritaba: No termino con las mujeres.



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AJEDREZ PERPETUO. Novela de LOURDES TALAVERA

Editorial Servilibro ,  Asunción – Paraguay, 2011



ARTÍCULOS Y ENSAYOS


YO, TÚ, ÉL… TODOS CANTINFLEAMOS

Ensayo de ALEJANDRO HERNÁNDEZ Y VON ECKSTEIN


Debido al gran humorista mexicano, Mario Moreno, ha sido incorporado al Diccionario de la Lengua Espa­ñola el término “cantinflear” que no es otra cosa que hablar mucho, de forma incongruente y disparatada, sin decir nada.

¿Quién no ha “llorado de la risa” con las célebres pe­lículas de este grande? Especialmente cuando sus perso­najes dan extensos discursos que lo único que hacen es confundir a sus pobres interlocutores, quienes general­mente desisten de su posición al no entender un ápice de lo que “Cantinflas” les quería decir.

Es más que evidente que si se ha acuñado una pala­bra que describe esta ilógica manera de hablar es porque hay muchos que en el día a día, y no me refiero solo a políticos, recuerdan al pobre Cantinflas.

¿Cuántas veces nos ha pasado que queriendo alardear de nuestros conocimientos y erudición cometemos ver­daderas cantinfleadas?… Uff, si me pusiera a contar…

Varios son los motivos por los cuales cantinfleamos, pero, entre estos, el principal motivo es el manejo pobre del significado de las palabras, sus sinónimos y antó­nimos; lo que generalmente se debe al escaso o nulo hábito de la lectura.

Si nadie quiere hacer el ridículo en público ¿por qué se ha dejado de lado el hábito de la lectura?

Estamos inmersos en una sociedad donde no solo la comida es “chatarra”. La vorágine del día a día nos in­troduce en un torbellino donde “tragamos” la vida sin degustarla y disfrutarla, donde preferimos que la infor­mación venga servida en “bolsitas para llevar” en vez de sentarnos a rumiarla en uno o varios libros.

¿Acaso llegará el día en que todos cantinfleemos sin que nadie se dé cuenta que lo hacemos?



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EL APRENDIZ DE BRUJO Y EL HADA

Cuento de ALEJANDRO HERNÁNDEZ Y VON ECKSTEIN

EDITORIAL LINA S.A. - Telefax: (595-21) 334 493

Asunción, Paraguay. 1a Edición, abril de 2010



LA SIGNIFICACIÓN DE LOS VERSOS PARA EL ADOLESCENTE

Ensayo de GENARO RIERA HUNTER


Los versos poéticos en las manifestaciones sociales y expresiones adolescentes llevan una defensa de la digni­dad ante el atropello del poder, por eso su valor subver­sivo, son ejemplos de cómo la creación literaria une a la gente. Une por el elevado placer compartido, comparti­do por el mecanismo de la identificación que hace nacer la empatía entre los grupos, de ahí la utilidad colectiva del verso poético. Es de esta manera que los yo, los ego, los sujetos, encuentran entre sí analogías. La ligazón afectiva brota en cualquier relación en que se conciba común una ganancia de placer. Los versos poéticos cumplen en este sentido un papel del Ideal que incluye o contiene a los sujetos, los toma en grupo, en masa. El poeta al hablar de él mediante variaciones y encu­brimientos para no espantar, como identifica Freud la dinámica creadora, logra un nosotros, “un levantar las barreras entre cada yo singular y los otros”, logra ex­presar cómo nos sentimos nosotros. Su lógica consiste en que los objetos de goce son renunciados por cada uno e instalados o colocados en el lugar del Ideal y de ahí el poder convocatorio que tiene un Ideal que puede susti­tuir a un conductor, como señala Freud, por una idea, una abstracción o un verso poético como es el caso que se puede observar cuando la juventud está en marcha, en levantamiento. Lo que subvierte es la palabra.

La adolescencia es el nacimiento de una fuerza nue­va necesaria para que un adulto pueda llevar adelan­te sus obras. Así como el juego infantil es el padre de las fantasías creativas y ensueños diurnos del adulto, la energía por el fuego de la acción adolescente correspon­de a la lucha por los ideales y utopías del adulto. Que de la acción solitaria nada brota se le debe a la adoles­cencia, fase fecunda por consenso. Se percibe el valor del otro, la necesidad del otro por el descubrimiento intelectual y cultural del adolescente que fuimos. Las nuevas y diferentes formas de vivir se conquistan en la adolescencia y el líder, que por primera vez surge, se ar­ticula firmemente a un grupo cada vez más amplio. Su proceso de transformación exige, precisamente por eso, transformaciones. Demanda trastornar los valores del statu quo. Quizá por eso es que prende la poesía en la adolescencia, justamente porque ésta pone en cuestión lo que se quiere imponer como fijo, dado y estable en disonancia con la metamorfosis adolescente. La poesía cumple el papel del Ideal y gobierna en consecuencia, si es buena, por instalarse en ese lugar. La poesía, en tanto Ideal, y la adolescencia van juntas como proceso trans­formador porque las une la palabra y así es defensa de la verdad del sujeto, en colectivo, contra el poder para mentir. Los poetas buenos son líderes porque son lleva­dos por la necesidad a decir penas y alegrías y transfor­mar realidades afectivas adversas y cada uno, en un pro­ceso de identificación con las insatisfacciones, adopta al verso como medio de lucha. Trasformación adolescente, líder, Ideal, palabra, versos son términos que mantienen una conexión interna e íntima.

Cuando el poder corrompe en una lengua el valor de sus significados histórico-culturales de solidaridad, por ejemplo, es la poesía la que viene a revelar tal cuestión y a oponerse y desobedecer toda línea que no se implique en un acto de dialogo y de justicia social. Viene a recor­dar la fuerza de un valor en proceso de destitución. Así como el adolescente atraviesa una sociedad “interna”, por decir así, dogmática, para desear otra más abierta, así mismo desea las tecnologías de punta porque abren a gran cantidad de personas; y son entonces los imperios tecnológicos, en su carrera tecnológica, los que estable­cen el dominio, rebajando, despreciando, agujereando toda tradición, abriéndose así la desorientación sobre no saber qué hacer o cómo manejarse en los vínculos sociales. ¿Qué se hace entonces? Se siguen los mode­los y las imágenes que se difunden… y creo que es ahí donde la fuerza del creador literario, afín al adolescente, se planta cantando sus dolores y alegrías. Se canta no en la rutina de la vida sino en los momentos girados de emociones extremas, ante situaciones de cambio per­sonal. Vale decir, explican, racionalizan, el poema, los sinsentidos de los callejones sin salida que nos trae el frenesí tecnológico y por eso es que es un freno necesa­rio a las desmedidas que el adolescente, por otro lado, también padece transitoriamente y por eso lo usa, como límite, colectivamente. Para el adolescente la poesía, sí ocupa el lugar del Ideal, es un instrumento que ayuda a equilibrar, pacificar, un mundo que oscila entre vacas sagradas y toros furiosos.


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LA LITERATURA GUARANÍ

Ensayo de TADEO ZARRATEA


Reivindico la expresión “literatura guaraní” para la que está dada en el guaraní del Paraguay. La reservo para aplicar en forma exclusiva al corpus literario pro­ducido en esta variedad dialectal del idioma guaraní. Esta reivindicación no la ejerzo por ser paraguayo sino porque, ceñido estrictamente a los hechos históricos, está comprobado que ésta es la única variedad dialectal de la lengua que ha producido una verdadera literatu­ra. Ninguna otra variedad idiomática del guaraní que se conozca, y que en total sumarían 52, diseminadas por toda la América del Sur, ha producido “literatura”, usando esta palabra en su más estricta e inequívoca acepción semántica en la cultura occidental.

Esa literatura se dio ciertamente fuera de la cultura propia del guaraní porque fue producida por el pue­blo paraguayo, un pueblo mestizo y bilingüe guaraní-castellano, que tiene una cultura bipolar y sincrética en la cual predomina la cultura occidental originada en Europa.

En nuestro medio, tradicionalmente se denominaba “literatura guaraní” o “poesía guaraní” a aquella que se da en el guaraní paraguayo, en el contexto de la cultura paraguaya; pero últimamente se viene generalizando la distinción entre ésta y la supuesta literatura producida por los indígenas guaraní*. Entiendo que fue la seño­ra Josefina Plá quien sugirió aplicar esta designación a un corpus configurado por la oralitura de los indígenas guaraní del Paraguay; es decir, a la transcripción de los textos orales tradicionales de uso ceremonial, encontra­dos por los antropólogos y etnógrafos, en variedades dialectales indígenas diferentes del guaraní paraguayo.

Discrepamos abiertamente con la señora Plá, en pri­mer lugar porque lo que ella denomina “literatura gua­raní” no es propiamente literatura, y la que denomina “literatura en guaraní”, sugerido para la paraguaya, no tiene sentido si no se le adiciona la palabra “paraguaya”; o sea, si no se dice “literatura paraguaya en guaraní”.


*.- indígenas guaraní: según el Congreso de Americanistas celebrado en Río de Janeiro, se ha determinado que al referirse al nombre en plural de los pueblos aborígenes, éste se escribe en singular (“ los guaraní” en vez de “ los guaraníes”).


ORATURA, ORALITURA Y LITERATURA

LA ORATURA SAGRADA DE LOS GUARANÍ Y LA LITERATURA

Es por demás habitual que los supuestos entendidos en literatura presenten el Ayvu Rapyta de León Cado­gan como “literatura guaraní”. Esto configura un error lamentable que debemos corregir. Ese texto no es lite­ratura de ficción ni poesía ni ensayo. Es la oratura sa­grada de los guaraní en versión de la parcialidad Mbya Ka’yguã. Para ser más explícito digo que ese texto es comparable en nuestra cultura sólo con la Biblia, por­que la narración comienza con la aparición de Dios en medio de las tinieblas primigenias, recorre toda la vida humana y termina con la destrucción de la tierra.

De la misma forma como Cadogan la documentó, otra buena parte de la oratura sagrada fue recogida por el general Marcial Samaniego, pero en la versión de los Pai Tavyterã. Posteriormente fue complementada la do­cumentación por el antropólogo Georg Grumberg y la conocemos los paraguayos Gregorio Gómez Centurión, Cristina Olazar y yo. Las narraciones que pude ano­tar las publiqué en el número 18 en la Revista Ñemitỹ. Los Pai Tavyterã denominan a esta oratura sagrada Arakuaávy, pero es más conocida con el nombre vulgar de Mborahéi Puku. Este nombre se debe al modo de contar cantando y dicen que la narración es tan larga que no se termina de contar en cuarenta días con sus noches. Por tanto es un texto de mucha envergadura.

De igual modo tienen sus respectivas versiones las otras parcialidades de la nación guaraní. La de los Gua­raní Apapokúva del Brasil, Ava katuete para nosotros, fue una de las primeras en ser recogidas por el investiga­dor alemán Kurt Unkel, más conocido por su nombre guaraní de Nimuendaju, a principios del siglo XX. La versión castellana fue publicada por Juergen Riester en Lima, Perú, en 1978, bajo el título de Los mitos de crea­ción y de destrucción del mundo como fundamentos de la religión de los Apapokúva-guarani.

Reiteramos que es un error estudiar dichos textos como literatura, simplemente porque no lo son; y ade­más, porque se degrada a la cultura guaraní equiparan­do sus textos sagrados a la literatura de ficción de estilo europeo, que nada tiene de sagrado ni de teológico.


LA ORATURA PROFANA

Después de la oratura sagrada existe en la cultu­ra guaraní la oratura profana cuyas manifestaciones más comunes son dos géneros cantados denominados: Guahu y Kotyhu. El primero es un canto de uso cere­monial y por ende cuasi sagrado. El segundo es canto enteramente profano o de divertimento que habitual­mente es acompañado con danzas colectivas. Estos textos tampoco constituyen literatura por el hecho de no estar escritos. Cuando son transcriptos constituyen oralitura y deben ser tratados como tal, porque de lo contrario se desnaturaliza su origen esencialmente oral. El conocimiento de estos textos es importante, pero rei­ teramos que no deben equipararse a lo que en la cultura occidental se conoce como “literatura”.

No obstante, si optáramos por mantener el criterio de la señora Plá, podríamos denominar a estas dos ma­nifestaciones “La Oralitura Guaraní y la Literatura Pa­raguaya en Guaraní”, pero en lo personal no estoy de acuerdo. Preferiría denominar al primero “La oratura de los guaraní”, porque la oralidad es el estado natu­ral en que se encuentra y sus portadores, los indígenas, no son quienes la han vertido a la forma escrita; ellos mantienen esos textos en la forma oral y somos los pa­raguayos y otros “blancos” quienes les hemos dado la forma escrita. Esta oratura varía de etnia en etnia, de parcialidad en parcialidad, pero se identifica por su ori­gen guaraní común.

En cuanto a la literatura paraguaya en guaraní, que a criterio mío debe denominarse simplemente “Literatura Guaraní”, debe destacarse la iniciación de la misma por los poetas populares paraguayos que cultivaron como un primer género la poesía.


LOS GUARANÍ NO TIENEN POETAS

Quienes nos hallamos iniciados en el conocimiento científico de la cultura guaraní sabemos que el pueblo guaraní nunca tuvo poetas, porque allí cada hombre y cada mujer es creador de su propio canto, de su propia poesía, de su palabra propia y exclusiva. En la cultu­ra occidental existen los profesionales de la poesía que nos prestan su palabra, su canto; ellos nos transfieren sus pensamientos y sentimientos a través de sus obras y nosotros las cantamos; a veces nos identificamos con una obra poética, la asumimos, nos apropiamos de ella porque compartimos el sentimiento del poeta.

Esto no ocurre en la cultura guaraní donde sólo exis­te un limitado número de textos poéticos anónimos y orales, apropiados por las comunidades como cantos tradicionales de la etnia, y a partir de allí cada persona crea su propia canción. Ellos desconocen el oficio de poeta. Aquellos que sostienen que en el pasado tuvie­ron grandes poetas denominados Ñe’ẽpapára o Etigua­ra, desconocen por completo la cultura de los guaraní; quieren que ésta sea igual a la occidental y a tal efecto le inventan supuestos poetas.

Esta es la causa principal por la cual no aparece en las parcialidades guaraníticas del Paraguay actual ningún poeta. Brígido Bogado es el primero y el único poeta in­dígena hasta ahora y como tal integra esta galería de 22 poetas contemporáneos en lengua guaraní, pero como veremos en su historia personal, él fue tempranamente apartado de su comunidad propia y criado por una fa­milia paraguaya.

El dialecto o la variedad idiomática denomina­da guaraní paraguayo es el que introdujo la literatura como un estadio superior en el desarrollo de la lengua guaraní. Este dialecto produjo, en primer lugar, el gé­nero poético. Aparentemente comenzó antes de la in­dependencia del Paraguay, en 1811, pero después de ese hecho político es cuando se manifiesta claramente. Se le atribuye a Anastasio Rolón, persona recordada como “poeta y guitarrista de Caraguatay”, un texto poético de género épico titulado Tetã Purahéi, el cual, más bien según la leyenda que la historia, fue presentado al dic­tador Rodríguez de Francia, y éste lo adoptó como el primer himno nacional paraguayo. La leyenda tiene asidero porque el siguiente gobernante, Carlos Antonio López, castellanista a rajatabla, tradujo el Tetã Purahéi al castellano y ordenó que sea cantado en los cuarteles. Lo publicó en el semanario El Paraguayo Independiente sin mencionar al autor original ni avisar que se trataba de una traducción.

También tenemos como el más antiguo poema lírico escrito en guaraní a Che Luséro Aguai’y, texto que don Silvano Mosqueira, intelectual carapegüeño, ha guar­dado en sus archivos y que le atribuyó al músico y poeta popular Juan Manuel Ávalos, apodado Kangue Erréro, que habría vivido en las décadas anteriores a la guerra del 70. Sin embargo, según el análisis lingüístico que hemos realizado del poema, el mismo se habría escri­to en la época colonial y no en la era independiente, porque delata una relación de vasallaje y señorío; es un poema de amor dedicado a una mujer blanca, inasible, inalcanzable para el mestizo por razones de confina­miento social, cuando el matrimonio entre personas pertenecientes a estamentos sociales diferentes estaba prohibido por ley. De todos modos y aun cuando no se halla todavía probada esta tesis, está registrado que el guaraní paraguayo viene elaborando poesía desde doscientos años atrás y en forma masiva. Los poetas populares suman centenares, y han cultivado todas las formas de la poesía.


EL ITINERARIO LITERARIO DE LAS LENGUAS Y DE LOS PUEBLOS

Las lenguas y los pueblos, por norma general, siguen el siguiente recorrido literario: poesía – teatro – narra­tiva – ensayo. Cuando un pueblo consolida su lengua y comienza a desarrollarla, busca la forma de escribirla; adopta un alfabeto y enseña a leer y escribir. Quienes superan el analfabetismo no se conforman con la mera transcripción del lenguaje hablado y avanzan hacia el lenguaje figurado, simbólico. Es allí donde aparece la literatura y como su primera manifestación, la poesía. Cuando el género poético se halla consolidado aparece el teatro, fenómeno cuya entidad como literatura hoy día se discute o directamente se excluye; pero es el arte de la palabra que se manifiesta en segundo lugar. Una vez consolidado el teatro aparecerá la narrativa de fic­ción, comenzando por lo general con las fábulas, que son narraciones, en principio orales, que tienen como protagonistas a los animales. Luego habrá quienes rea­lizan relatos épicos ceñidos a la historia y finalmente aparece el cuento, género menor de la narrativa, obra decidida e intencionalmente ficticia, pero arquetípica. Esa etapa se cerrará con la aparición de la novela. Cuan­do la lengua haya producido todos estos géneros lite­ rarios, sus hablantes, lectores y escritores esclarecidos producirán el ensayo, que es una suerte de especulación filosófica con intención estética.

La mejor comprobación de estos hechos la encontra­mos en el recorrido de las lenguas castellana e ingle­sa. En efecto, fueron coetáneos, y hasta se sostiene que murieron en el mismo día, Miguel de Cervantes Saave­dra y Willian Shakespeare, y como es de conocimien­to general, Cervantes consolidó la narrativa castellana afirmando definitivamente la novela con su obra capital Don Quijote de la Mancha, mientras Shakespeare cerró la etapa del gran teatro inglés con sus grandes obras teatrales. Inmediatamente después de la era de Shakes­peare comenzó la narrativa en Inglaterra.



EL ESTUDIO DE LA POESÍA GUARANÍ

La poesía guaraní debe estudiarse dividida en dos etapas. La primera es la etapa de la poesía clásica que se ha dado en el Paraguay y sólo en el Paraguay, pero dentro de formas castellanas; es decir, la poesía medida según la preceptiva literaria; con metro, rima y estrofa. Dentro de este molde se ha producido la mayor parte de nuestra poesía guaraní. Los poetas populares usa­ron todas las formas conocidas dentro de la preceptiva literaria castellana, incluida la décima espinela. La for­ma más primitiva es la cuarteta pareada, mientras la más extendida es la cuarteta de rima alternada; es decir, aquella estrofa de cuatro versos que rima el primero con el tercero y el segundo con el cuarto. En esta primera etapa la poesía guaraní usa el canto y la música para su propalación. El sueño de todo poeta era conseguir que sus versos sean musicalizados y cantados.

Dentro de esta etapa deben ser estudiadas las obras de los poetas principales, que a nuestro juicio, extraídos de más de un centenar, son Anastasio Rolón, Natali­cio de María Talavera, Francisco Martín Barrios, Darío Gómez Serrato, Manuel Ortiz Guerrero, Félix Fernán­dez, Carlos Miguel Giménez, Teodoro S. Mongelós, Gumersindo Ayala Aquino, Demetrio Ortiz, Crispinia­no Martínez González, Juan Maidana, Félix de Guara­nia, Carlos Martínez Gamba, Rudi Torga, Lino Trini­dad Sanabria, Sabino Giménez Ortega y Alberto Luna Pastore, entre muchos otros.

La segunda etapa, comprende la época en que la poe­sía guaraní se libera de las formas castellanas, del metro, de la estrofa, de la rima y del acento rítmico regular, pero al mismo tiempo se libera también de la música y del canto para, valiéndose de sí misma, presentarse como poesía. Esta época incluye a autores tales como Ida Talavera, Carlos Federico Abente, Feliciano Acos­ta, Mario Rubén Álvarez, Ramón Silva, Miguelángel Meza, Susy Delgado, Lilian Sosa, Wilfrido Acosta y Maurolugo, entre otros.


LOS RECURSOS POÉTICOS

Al estudiar la poseía guaraní deben abordarse en pro­fundidad los recursos poéticos utilizados y señalar el predominio de algunos de ellos en las diversas etapas y según los autores. Es importante destacar que en la época clásica fueron utilizados con mayor frecuencia los recursos poéticos de la oralidad y figuras literarias como la comparación, la metonimia, la sinécdoque, la anáfora y otras que tienen relación con la oralidad como la exclamación, la interrogación, la cadencia y la ono­matopeya.

En la poesía guaraní moderna son usadas con prio­ridad la metáfora y las imágenes sensoriales. Se usan mucho menos los recursos puramente idiomáticos y se recurre con mayor frecuencia a las figuras de pensa­miento. En esta etapa se desecha el metro, la estrofa y la rima, pero por lo general permanece el acento rítmico regular. No obstante, este último también queda afec­tado porque varios de los poetas jóvenes se empeñan en romper esa regularidad en busca de su propio estilo a través del acento rítmico irregular o quebrado.


EL TEATRO GUARANÍ

En las décadas del 30 y del 40 del siglo XX el guara­ní paraguayo produjo también el género teatral. Antes aparecieron algunos precursores como Francisco Mar­tín Barrios, pero es el dramaturgo Julio Correa el que le da existencia real e imperecedera con una veintena de obras teatrales que fueron representadas por él mismo con su compañía de teatro, causando gran suceso en la población paraguaya.

En la dramaturgia guaraní deben estudiarse funda­mentalmente las obras teatrales de Correa, sin olvidar a los precursores. Correa es la pieza fundamental no sólo del teatro guaraní sino del teatro paraguayo, porque la dramaturgia en lengua castellana producida en el Para­guay nunca superó a la producida por Correa en guara­ní. Después de Correa vienen los dramaturgos Néstor Romero Valdovinos, Mario Halley Mora y otros.


LA NARRATIVA GUARANÍ

Después de ejercer la poesía en guaraní en forma fer­viente y masiva por aproximadamente doscientos años, y luego de cuarenta años de producirse el teatro guara­ní, el pueblo paraguayo comenzó la etapa de la narrati­va en guaraní. Si bien el cuento es el género menor de la narrativa, éste reconoce como un virtual subgénero a la fábula. En guaraní paraguayo se produjo una buena cantidad de fábulas por vía de oralitura. Esas fábulas ya existían en forma oral tanto entre los indígenas como entre los paraguayos originarios, y la transcripción de las mismas o registro y documentación, constituye la oralitura más rica del Paraguay. También fue vertido al guaraní paraguayo un importante número de cuentos universales y otras obras de importancia que fueron tra­ducidas, como el Martín Fierro de Hernández, Platero y yo de Juan Ramón Jiménez y La vida de Pascual Duarte de Camilo José Cela.


EL CUENTO GUARANÍ

El guaireño Carlos Martínez Gamba produjo la pri­mera serie de cuentos en guaraní a partir de 1971, re­sidiendo a la sazón en Buenos Aires como exiliado. El cuento en guaraní tiene también a sus precursores como Narciso R. Colmán y Basiliano Caballero Irala, pero es Martínez Gamba el que le da una dimensión de género literario, porque publica sus primeros cuentos con una decidida intención estética y con el firme propósito de instalar la narrativa de ficción en esta lengua. Los cul­tores de la lengua que en aquel entonces éramos jóvenes comenzamos a emular a Martínez Gamba, abonando el comienzo de la narrativa guaraní. Algunos de los cuentos producidos por nuestra generación fueron publicados en la revista Ñemitỹ.


LA NOVELA GUARANÍ

En 1981 fue publicada la primera novela en guaraní paraguayo, Kalaíto Pombéro, que es de mi autoría. Tengo la sensación de que la aparición de la novela en guaraní se produjo a destiempo. Cuando publiqué Kalaíto Pom­béro, la cuentística guaraní no estaba aún consolidada. Evidentemente este género menor de la narrativa debió extenderse por más tiempo. Sólo de esta forma puedo explicar que a una distancia de tres décadas no se haya producido otra novela de la envergadura de Kalaíto. Como precursor mío puedo mencionar a Juan Maida­na, que con Mitã Rerahaha escribió en forma de poesía épica un largo cuento o novela corta, pero en cuanto a la prosa con intención estética, debo reconocer como mi precursor a Carlos Martínez Gamba y como mi precep­tor a Juan Bautista Rivarola Matto. Es importante que las generaciones jóvenes analicen con el debido rigor la novela Kalaíto Pombéro porque presumo que es el registro más fiel y más extenso del guaraní vivo y hablado por el pueblo paraguayo.

En suma, en guaraní paraguayo se produjo hasta la fecha, poesía, teatro y narrativa de ficción. El único géne­ro faltante es el ensayo. Y reiteramos que esta variedad idiomática es la única que produjo todos estos géneros literarios; por tanto, corresponde que se le adjudique la denominación de literatura guaraní al corpus existente en los tres géneros mencionados.



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KALAITO POMBERO. Novela de TADEO ZARRATEA

LIBRO PARAGUAYO DEL MES

Nº 13 - OCT. - 1981

Ediciones NAPA. (195 páginas)



CRÍTICAS LITERARIAS



DEL OTOÑO A LA PRIMAVERA CON CARLOS MARTINI

Crítica literaria de JOSÉ VICENTE PEIRÓ BARCO


Carlos Martini es un personaje mediático de Para­guay. Sociólogo y periodista de garra muy conocido, es uno de los más seguidos y goza de un gran prestigio dentro del círculo literario. Como buen comunicador que es, y buen narrador desde su micrófono de radio, debía adentrarse en el mundo literario. Hace años que se produjo su irrupción con una novela Dónde está mi primavera (2009) que cosecha ya su cuarta edición, a la que siguió una segunda, Tarde de abril (2012). También destaca su compilación de aportaciones de los oyentes de uno de sus programas de Radio Cardinal titula­do Domingos contigo. Pasiones y Nostalgias (2009). Sea como sea, junto a Mario Ferreiro, representa uno de los valores del mundo de la radio paraguaya incrustados en la literatura, hecho siempre gratificante cuando vemos que nuestro mundo de la palabra radiada va cerrando el paso cada día más a los escritores en Europa, salvo cuando existan intereses de algún grupo empresarial editorial.

Las dos novelas de Carlos Martini poseen ciertas concomitancias a pesar de las diferencias argumentales. Su esquema es parecido: una muerte (o dos en el caso de Tarde de abril) y un protagonista que se enfrenta a sus causas y a los sucesos que han conducido al fallecimien­ to. Alrededor suyo giran razones turbias y un grupo de personajes secundarios que irán coadyuvando en la resolución de los casos. Con la pregunta sobre lo ocu­rrido en vigilia permanente hasta ser un tormento. Fi­nalmente, con desenlaces sorprendentes e inesperados, los protagonistas sienten sus vidas dañadas, carcomidas y el remordimiento permanente, aunque hay una luz en el futuro. Todo ello narrado con un lenguaje dinámico y plenamente narrativo, de puro registro periodístico, donde Martini alterna el discurso, el monólogo, los diá­logos y varias formas de presentación de los sucesos del pasado y del presente. En ocasiones, acudirá a lo melo­dramático en el tratamiento de temas amorosos, pero también al erotismo como medio de representación del deseo, elemento de motivación de los personajes. El au­tor, por otro lado, juega perfectamente con el tiempo, posiblemente la mejor estrategia textual empleada, lle­vando de forma retrospectiva y prospectiva la acción, o, como en la primera novela, situando en paralelo las fuentes del pasado (los testimonios de Elena y los re­cuerdos de Daniel) y del presente (las cartas de reproche de “Verónica”) para reconstruir los motivos del punto inicial donde se sitúa la novela.

Dónde estará mi primavera, título donde añoramos los signos de interrogación (defecto a subsanar en al­gunas obras paraguayas), es la historia de Daniel y su esposa Elena. El punto inicial susodicho es el suicidio de ella en 1999. A partir de ese momento Daniel re­memorará el pasado para indagar en las causas de la muerte, pero se verá invadido por la recepción de car­tas firmadas con el nombre de Verónica. Ella removerá su conciencia y acusará de forma tácita a Daniel de la muerte de Elena por haberla hecho infeliz hasta hacer fracasar su matrimonio sin que él adquiera conciencia completa de ello. Al fin y al cabo es un hombre medio y mediocre a la vez, cuya promesa de amor eterno a quien será su esposa acabó diluyéndose hasta caer en el adulterio constante. Serán esas misteriosas cartas las que fustiguen la conciencia de un hombre cuyas aspira­ciones no se han cumplido. Fracasado en su actividad empresarial al no pasar de ser propietario de una libre­ría de barrio, y en su matrimonio, acabará enfrentado a la culpa cuando descubra la realidad. Pero también descubrirá que engañó y fue engañado a su vez. De ahí que su vida se haya movido dentro de los campos de la desesperanza y entre el silencio y la incomunicación, a pesar de verse rodeado de mujeres.

Tarde de abril es la historia de Mabel Meza, una abo­gada soltera de sesenta y un años, lesbiana, que trabaja en un importante estudio jurídico. Ella es triunfadora en la vida pública pero vive atormentada por unos su­cesos acaecidos cuarenta años atrás. La novela empieza con un suceso, la muerte de una mujer, Rosa Díaz, ti­roteada. En paralelo, poco después, su primo Raúl sale en estampida de la casa de los tíos de Mabel donde se encuentra junto a Laura, hermana de aquel, y es atro­pellado por un vehículo que le provoca la muerte. Sin embargo, Mabel se encuentra caminando junto a una camioneta Toyota y observa que su primo Raúl está manejándola. Desde ese momento toda la acción dis­curre alrededor de dos motivos: la relación entre ambas muertes, con Mabel en el centro, y qué ocurrió para que Raúl escapara de la casa de forma rauda. Es ahí donde surge la problemática: la conciencia alterada de Mabel observa cómo las vidas de sus tíos y sus familia­res han caminado por la desgracia, como en la primera novela de Martini también sucedió. Raúl seguirá en la conciencia, como una espina clavada. La imagen vista y la camisa azul que portaba son una obsesión difícil de extirpar. Y aunque Mabel acuda a la consulta psicológi­ca, difícilmente podrá escapar de un círculo donde solo Olga, la sirvienta de la casa de sus tíos donde ocurrió el accidente, es conocedora de su grado de culpabilidad.

Sin embargo, ambas novelas desembocan en la pro­blemática del perdón. Daniel es el autor de las cartas que él mismo recibirá para empujar a un acto ante el que se siente un cobarde: la apertura de la misiva que Elena dejó para él antes de suicidarse. Es entonces cuan­do se revela la historia y que Verónica en realidad es un nombre prestado de otra mujer que trabaja en un taller de reparación de muebles. Él mismo las entregaba a una prostituta, Norma (curioso y simbólico nombre), para que se las depositara por debajo de la puerta de su domicilio. De la misma forma, la caja de zapatos ata­da que Olga posee, contiene la resolución que desvela a la protagonista. Ella sabía lo ocurrido y al revelarse el contenido, Laura conmina a Mabel a enterrar el pasa­do rompiendo la nota. Martini sugiere la necesidad de exorcizar los fantasmas de los actos vividos para tomar impulso hacia el futuro. Mabel seguirá en soledad, pero libre de una culpa que la atormenta injustificadamente. No conseguirá superar los complejos de su tendencia sexual oculta ante la dureza de la moral vigente en su juventud, pero ha de asumir con autenticidad su rea­lidad. Daniel trata al final de revivir el momento feliz en que con una nota entregada a Roberto, amigo de ambos y homosexual fallecido en el presente del relato, declaró su amor a Elena. Y descarga con ello su culpa esperando que las nuevas palabras de amor le lleguen en la eternidad.

Por medio de la narración encontramos al detective. En lugar de ser quien resuelva el caso es un ayudante para el desarrollo de la acción. Queda en ambas nove­las como personaje secundario, aunque ayude a crear suspense. Porque para Martini lo importante no es el elemento detectivesco más que como ambientación: su preocupación es la revelación de la culpa y su alivio por el perdón. No es precisamente lo policíaco un elemento fundamental, pero sí revelará la presencia de lo delin­cuencial en la vida paraguaya, donde todo es posible. Añadamos a ello el perfecto dibujo en perspectiva de la capital paraguaya que Martini despliega. De la mis­ma manera que juega con el tiempo, también el espacio es un elemento fundamental, sobre todo en la segun­da novela, donde se emplea para diseñar los cambios acaecidos en la capital paraguaya durante los últimos cuarenta años, mientras que en la primera los ambien­tes son más útiles para la adecuación de las acciones de los personajes. Entre estos ambientes deambula una sucinta pero aguda crítica política, tanto de la sociedad de la dictadura (y decimos sociedad por la rigidez mo­ral frente a lo que consideraba “desviaciones sexuales”, como las de Mabel o Roberto), como de la transición democrática y sus defectos concentrados en aspectos delictivos o negocios oscuros. Ello le permite rendir homenaje a compañeros ilustres de su profesión perio­dística, sobre todo en Tarde de abril, como elemento de acompañamiento de la realidad en el relato.

Quizá Martini, buscando un lector que no pierda el hilo de la narración, reitera algunas ideas en exceso; por ejemplo, en la redundancia de la manifestación de que la muerte de Raulito “tiró por los aires varias vidas”. No haría falta repetir en tantas ocasiones lo que se le ha contado al lector anteriormente o lo ha presencia­do en las reacciones y situaciones. Sin embargo, las dos novelas son dignas de admiración por la perfecta y sin­cronizada construcción de los discursos y por haberse centrado en el aspecto psicológico, por encima de reso­luciones fáciles como las propias de la novela negra o del melodrama. Una primavera perdida, una tarde de abril simbólica, dotan de potencia a unas historias donde el amor, o el desamor más bien, ha provocado la pérdida de la felicidad, hasta el punto de que la muerte es más un efecto psicológico que un hecho físico. La mentali­dad de los personajes queda por encima de los sucesos y ahí radica la riqueza de unas narraciones dignas de tener en cuenta.


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DÓNDE ESTARÁ MI PRIMAVERA. Por CARLOS MARTINI

Criterio Ediciones, Asunción-Paraguay, 2009

Librería y Editora INTERCONTINENTAL



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TARDE DE ABRIL. Novela de CARLOS MARTINI

Criterio Ediciones

Asunción – Paraguay, 2012 (168 páginas)

Librería y Editora INTERCONTINENTAL



QUÉ TRAES ENTRE LAS PIERNAS – NOVELA DE RICARDO DE LA VEGA

Crítica literaria de JOSÉ VICENTE PEIRÓ BARCO


Ricardo de la Vega (1956), nacido en Argentina y residente en Paraguay desde 1977, es muy conocido por su obra poética. (2001) y una novela inédita, No se preocupe usted de nada. A finales de 2013 ha editado la novela titulada Qué traes entre las piernas, singular crea­ción, primeriza del autor, a tener en cuenta dentro del panorama literario paraguaya, repleto en la actualidad de nuevos trabajos con un aire fresco que le proporciona un impulso singular y mayores dimensiones cualitativas y cuantitativas.

Qué traes entre las piernas es una novela sobre la men­tira. Comienza con una narradora dispuesta a cuidar al padre de la destinataria de la misiva, Raquel, su cu­ñada. A partir de sus reproches se inicia un discurso en perspectiva donde deambulan la reflexión por el arte, sentimientos como la ambición y el odio, la cobardía, y el dibujo de la corrupción política y económica en la sociedad paraguaya. Raquel y su cuñada, dos escrito­ras, una olvidada y venida a menos y otra dispuesta a despertar con su recuerdo toda la amalgama de viven­cias y denuncias de situaciones dispares. La dureza del discurso no deja de lado un sentimentalismo contenido ante la sujeción económica y la vanagloria social de su antagonista. de la Vega despliega con ingenio un dis­curso fragmentado, dispuesto sin un orden temporal concreto y fundamentado en la memoria. Construye los capítulos entre la diégesis truncada y el género epistolar para construir un fresco de la evolución de la sociedad paraguaya, alimentada por la deshonra y la hipocresía.

Por ello, retrotrae la acción desde la transición demo­crática a momentos de la dictadura de Stroessner, con personajes reales sobre los que se rememoran vivencias oscuras. Por las páginas desfilan Edgar Insfrán, Orti­goza y otros protagonistas del régimen, con sus univer­sos corroídos. Más destacables son los capítulos sobre la adjudicación de la obra pública con el consiguiente reparto de prebendas hacia tantos y tantos personajes influyentes. Es una novela que reflexiona sobre la co­rrupción, acerca del origen de uno de los problemas que se ha incrementado con los años en el país.

También estamos ante una novela sobre la escritura. Más en concreto, sobre el poder de la escritura como elemento de honestidad frente a la mentira convertida en costumbre social. Las cartas finales revelan una reali­dad, personal y social, titubeante y opaca. Sin embargo, también se ha situado en un primer plano del discurso una reflexión sobre la creación literaria. Por la obra des­filan autores reales como Elvio Romero, Roa Bastos y Esteban Cabañas, junto a otros inventados como el pro­fesor Batallón, un auténtico pontífice de la literatura del país, capaz de dar carta de existencia a cualquier autora de su taller literario con aval en forma de prólogo a uno de sus libros. Parece tomada la referencia del tristemen­te desaparecido profesor Hugo Rodríguez Alcalá para modelar un personaje que está dentro de los límites del absurdo más que de la conciencia. Sin duda, es uno de los más atractivos de la novela por su actuación como revelador de de un submundo cultural ensimismado y ligero, en muchas ocasiones útil para tapar las carencias personales.

A pesar de que el título podría considerarse una in­corrección lingüística (“que” es una conjunción o una interrogación), y algún error de concordancia verbal (en la página 157 figura “La velada hubiera sido insufrible si tú no venías”, en lugar de “hubiera sido insufrible si tú no hubieses venido”), y algunos titubeos en la clarifi­cación del discurso alternado, Qué traes entre las piernas dibuja un poderío narrativo estimable y una historia de enorme interés bajo la que se encuentra un autor cono­cedor de los mecanismos de la literatura y de su proyec­ción al lector. No escatimaremos nuestros esfuerzos en esperar la publicación de su novela inédita y de otras posteriores que ofrecerán un mosaico semejante al de este discurso atrevido que hemos tenido la ocasión de disfrutar. Ricardo de la Vega es un buen soldado de la literatura paraguaya y está capacitado para nuevos lo­gros.


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QUÉ TRAES ENTRE LAS PIERNAS - Novela de RICARDO DE LA VEGA

Criterio Ediciones - Librería Intercontinental

Asunción – Paraguay

Abril 2013 (198 páginas)



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