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SIXTO DURÉ FRANCO

  LA REVOLUCIÓN DE 1947 Y OTROS RECUERDOS - Por SIXTO DURÉ FRANCO


LA REVOLUCIÓN DE 1947 Y OTROS RECUERDOS - Por SIXTO DURÉ FRANCO

LA REVOLUCIÓN DE 1947 Y OTROS RECUERDOS

MEMORIAS DE UN EXCOMANDANTE DE LA CABALLERÍA

Por Coronel (S.R.) SIXTO DURÉ FRANCO

Editorial HISTÓRICA

Impreso en Talleres de El Gráfico S.R.L.

Asunción – Paraguay

Marzo de 1987 (192 páginas)



FOTO DE PORTADA: El comandante de la DC1, Sixto Duré Franco, hace entrega el 22 de abril de 1958, día del jinete y de su santo patrono "San Jorge", de premios espe­ciales a jinetes y clases en mérito a su con­ducta durante el año militar.


 

INTRODUCCIÓN

Se ha creído conveniente dar a publicidad estas páginas, que contienen el relato sencillo de una vida militar, pidiendo excusas tanto al lector avezado como al que por entretenimiento hojee las mismas. Muy agradecido se sentiría el autor si recibiera las dispensas por haber creído necesario relatar algunos aconteci­mientos verdaderos, corroborados con su presencia, los que aunque parecieran sin mucha trascendencia histórica, podrían estar justificados en los fines perseguidos con su publicación.

Estas memorias se inician con la guerra civil de 1947, limi­tándose a pasajes individuales y personales y a la acción de pe­queñas unidades en las que el relator participara en sus años jóvenes, con jerarquía inicial en la carrera de las armas, como comandante de pelotón en aquellas horas inciertas. Y las mismas culminan casi quince años después, cuando el mismo relator abandonara el cargo de comandante de la división, en el arma que abrazara desde joven.

Quizás para algún historiador que con paciencia y dedica­ción va formando y completando alguna valiosa e interesante obra sobre el tema, este escrito pueda ser de cierta utilidad, en la búsqueda de algún eslabón de entre las cenizas del tiempo. En este caso, en particular, más se resaltaría la visión guerrera de nuestra raza, a través de hechos protagonizados por los soldados y observados por el relatar en el mismo lugar de los aconteci­mientos. Pero si al acercarse a este escrito, el deseo del lector fuese en cambio contemplar la profundidad y grandeza del mar, sólo encontrará un pequeño recipiente de agua en el que se dibujan frágiles sombras, pues tampoco sentirá en él el canto de sirena buscado por la veleidad del hombre y no hallará siquie­ra profundidad para extasiar la mente, aunque en su transpa­rencia y sencillez halle la claridad de su contenido.

No se busca aquí hablar de la grandeza de una campaña guerrera, ni se pretende juzgar las bondades de las ideologías políticas, sino definir la sencilla actitud del ciudadano paragua­yo que cuando viste el honroso verde olivo, demuestra, como lo hizo, grandezas y proezas durante la guerra grande y la con­tienda del 32 al 35. El verdadero protagonista de este relato es un gallardo soldado que cumple con sus deberes y obligacio­nes sin dar señales de fatiga ni protesta; aquél que pasa en los desfiles sin ninguna petulancia, pero que en la guerra se yergue como un centauro al que ni los huracanes conmueven.

Si en la guerra el soldado guaraní pudo hacer proezas en defensa de la patria, en la paz con sobrada razón podrá labrar la grandeza de la tierra que le vió nacer, ayudado por sus ma­yores a través de una dinámica y correcta orientación en la enseñanza, sea para avivar la industria en las ciudades, o para empuñar las manceras del arado en el campo.

Se debe entonces aprovechar este cúmulo de valores morales y espirituales que adornan a la raza guaraní, para luchar contra los males que acechan al país en forma intempestiva, y enfrentar así a quienes buscan inescrupulosamente los placeres para saciar sus instintos, en desmedro de las buenas costumbres y del sacri­ficio de los demás.

Sixto Duré Franco


 

CAPITULO I

ALGUNAS ANÉCDOTAS ANTES DE PARTIR DE ASUNCIÓN A LA ZONA NORTE DE OPERACIONES

Al comienzo de la contienda civil del cuarenta y siete, tuvieron lugar algunos combates en la capital, y en forma esporádica hacia el Sur; pero el centro de operaciones de las fuerzas opositoras al gobierno se encontraba en Concepción con el apoyo de las unidades del Chaco.

Dicha ciudad se encuentra bastante apartada de Asunción, y entre ellas, la vía principal de comunicación, por no decir la única, era el Río Paraguay. Para los desplazamientos por tierra de las unidades de combate con sus pertrechos de guerra, eran utilizados diferentes medios de transporte, tales como camiones, carretas, caballos, e inclusive gran parte de esta marcha fue realizada a pie debido a las malas condiciones de los caminos y a las frecuentes lluvias, en especial en esa época del año. También se podían utilizar aviones aunque en pequeña escala por su limitada disponibilidad. Se puntualizan estos datos solamente para dar una idea general de la situación de la época, y no para ser utilizados como análisis estratégico-táctico.

Se desarrollaban fuertes combates entre grandes unidades, opositoras y leales al gobierno en la zona, al sur de Concepción. Gran parte de la Primera División de Caballería ya estaba participando en acciones bélicas en la citada zona de operaciones, conformando parte del grueso de las fuerzas amigas al gobierno. Dos Regimientos de Caballería debieron quedarse en Asunción para constituirse en una eventual seguridad al gobierno, debido a la situación política en la Capital, en donde la indefinida actitud de otra gran unidad demandaba solución prioritaria.

Llegó el momento en que dichos Regimientos tuvieron que participar en un combate sin mayores pérdidas, cumpliéndose de esta forma exitosamente la misión para la cual esta unidad había sido demorada, desplazándose posteriormente hacia el Norte, al frente de operaciones.

El relator, cuando entonces, joven oficial componente de la mencionada unidad, desde largo tiempo antes de estos acontecimientos, ya estaba aquejado de una dolencia, pero aún así no encontraba razón alguna para dejar de acompañar a su unidad al frente de operaciones. Se presentaba así un dilema que consistía en someterse a una operación quirúrgica o acompañar a su unidad al campo de batalla estando enfermo. En el primer caso, si durante su intervención la unidad a la que pertenecía recibía la orden de desplazamiento hacia el Norte, la razón de su operación podría ser interpretada como un pretexto para eludir su responsabilidad. En caso contrario, si acompañaba a su unidad al frente de operaciones y de allí viniese evacuado para su hospitalización, por la mente de quién podría pasar otra idea, sino la de que abandonaba a sus camaradas para ponerse a salvo del peligro. Así surge a la vista que cualquier calificativo deshonroso podría imputársele a este caballero que pensaba pertenecer al valiente grupo de los combatientes.

Bastante difícil se tornaba tomar una decisión acertada en este caso, al menos para un hombre consiente del cumplimiento de su deber, que prefiere el sacrificio antes que asumir una actitud irreverente. En un momento dado, pareciera como si una chispa brillase para ayudar a resolver aquel dilema que tenía quebrantado al relator, aclarando su duda y haciéndole encontrar la calma necesaria para abordar aquella situación, constituyendo esta actitud el inicio y la prueba de su fortaleza moral. Esta ayuda consistía en la información proveniente de varias fuentes, de que la orden para el desplazamiento de la unidad hacia el norte podría aún demorar, en vista de lo cual, el relator decidió acceder a someterse a la operación.

Para algunos sería sencillo tomar una u otra determinación, pero para él, esto constituyó un verdadero suplicio, por temor a adoptar una decisión contraria a lo que reclamaba el deber.

Se debe considerar el amor propio y la pujanza de la juventud, para juzgar o comprender la gran lucha de un joven que se siente y reconoce correcto y honrado; más aún para aquél que se halla frente a semejante situación después de haber egresado de la escuela del honor y el deber, donde permaneció durante seis largos años, recibiendo hermosas y valiosas enseñanzas morales que constituyen la base de la formación de su carrera.

El Comandante de Regimiento, componente de la Primera División de Caballería, cuya sede ya se encontraba cuando entonces en Campo Grande, estaba enterado de la situación, pero nuevamente el relator se presentó a comunicarle su obligada internación en el Hospital Militar Central de Asunción. Al día siguiente a primera hora el mencionado oficial tomó el tren en el. km. 9, y esa misma mañana presentó su ficha de hospitalización al médico de guardia, quien lo atendió gentilmente. Después de conversar algunos minutos con el facultativo, el joven oficial expresó a aquel su deseo de regresar cuanto antes a su unidad, señalándole sus razones y solicitando ser intervenido esa misma mañana si fuese posible. El médico contestó que el caso sería estudiado. Sin embargo, el señor Profesor Jefe de la Sala de Cirugía, ordenó que recién al día siguiente por la mañana fuese hecha la intervención. Felizmente, para el mediodía de la fecha indicada, la operación ya había concluido sin ninguna dificultad, acercándose de esta forma el ansiado momento para su regreso a la unidad.

No acostumbrado a comunicar cosas sin trascendencia, tampoco a sus parientes participó de su hospitalización, quizás por la premura del tiempo o porque la intervención no era difícil ni riesgosa; pero más bien esta actitud podría ser atribuida a la tranquilidad derivada de la confianza depositada en esa noble institución, el Hospital Militar Central, que con tanto brillo se había desempeñado durante la guerra del Chaco.

Vemos que en forma sencilla, pero con entusiasmo, un soldado puede fomentar el espíritu de cuerpo y el amor a la responsabilidad; sumadas estas virtudes y otras por más modestas que sean, se fortalecen los cimientos de la grandeza de una unidad. A través de este sencillo ejemplo se señala que deben ser cultivados los valores morales en cada ciudadano, en todo lugar y en todo momento, y aunque aparentemente se crea insignificante su efecto, la realidad es muy diferente.

Una vez acabada la intervención quirúrgica, la preocupación del relator pasó a ser el tiempo requerido para ser dado de alta. Tenía poca comunicación con el exterior del hospital; sin embargo, al cuarto día de su operación pudo hablar por teléfono con un colega de su unidad, quien le manifestó que en esos días el Regimiento partiría hacia el norte. Así fue como al quinto día, el recién operado solicitó su alta del hospital, la que le fue concedida para el día siguiente, pidiendo entonces anticipadamente un medio de transporte a su unidad, ya que los mismos escaseaban en la época. De esta manera, al salir de su internación, ya estaba un camión a su espera, al que con mucha satisfacción subió, partiendo rumbo al cuartel de Campo Grande.

Durante el trayecto, al salir de Villa Morra, las numerosas zanjas que tapizaban el camino tuvieron que ser sorteadas, pero el chofer, acostumbrado a esta clase de ruta, se desplazaba como si fuese sobre una moderna autopista. Felizmente, en minutos más ya estuvieron en el cuartel en donde al hacérsele la curación se encontró la herida supurando por el maltrato recibido, aconsejando el médico lo siguiente: “tiene que reposar si quiere curarse y viajar”. El relator fue a presentarse a las autoridades y a saludar a sus camaradas con mucha alegría, intercambiándose bromas entre ellos. Entre tantos dichos y chistes le preguntaron si había llegado del frente de operaciones, a lo que el recién operado respondió que la batalla no era muy brava, preguntando a su vez si ellos estaban en espera de algún refuerzo para partir. En este ambiente festivo todo era risa y broma, con colorido y algarabía.

Seguidamente visitó a su pelotón, el que estaba en instrucción a cargo de un sargento conscripto inteligente y serio, que se estaba desempeñando en funciones superiores dentro del marco del pelotón en ausencia de su titular, ya que el otro sargento antiguo, muy capaz, ex-combatiente de la Guerra del Chaco, que se desempeñaba como sub-comandante de pelotón, había sido designado a otra unidad y ya había partido al frente.

Al tener informes sobre la inminente visita de la aviación enemiga, el recién llegado comandante de pelotón organizó la construcción de un refugio contra la misma sin mayores preámbulos, aprovechando una zanja que se encontraba a doscientos metros del pabellón de oficiales, instalándose también una defensa antiaérea con ametralladoras pesadas.

Al día siguiente, cuando apenas amanecía, se escuchó sonar el sistema de alarma, seguido de muchos disparos de armas en toda la zona, siendo en ese momento el relator informado por su ordenanza que Viñas Cué era bombardeada por la aviación. Entonces, el oficial le dijo que fuera al abrigo del pelotón, pudiendo constatar que el soldado no necesitaba de muchas insinuaciones. Cuando d teniente se dirigía hacia el abrigo, escuchó estallar varias bombas a cierta distancia, pero luego, cuando consiguió localizar al avión, el mismo ya se encontraba sobrevolando la unidad, donde se produjeron varias explosiones sin causar bajas. El oficial no tuvo necesidad de acelerar la marcha, porque el avión ya había sobrepasado el cuartel, y así fue como llegó aparentemente tranquilo a la posición, desde donde estuvieron abriendo fuego contra el avión, y los muchos disparos de todas partes parecieron alejarlo de la zona. Terminada la alarma, los oficiales se reunieron en el comedor, donde escucharon bromas de diferentes matices, que les hicieron reír por mucho tiempo; no faltando quienes no perdían la oportunidad de salirse con la suya, llenando de alegría al corrillo con chistes. Se debe comprender que en los cuarteles no se nota el ambiente de preocupación por más caótico que sea el trance del momento, porque siempre se busca minimizar cualquier situación difícil.

Habiendo llegado la orden de partida, el relator recogió sus equipajes en el camión facilitado por el comandante para el efecto. Después de varios días de ausencia fue a saludar a sus familiares, quienes al llegar le preguntaron sorprendidos lo que ocurría. Tuvo que disimular diciéndoles que la unidad iba a trasladarse a la otra orilla del Río Paraguay por razones de seguridad. El relator pensó que a nada bueno conduciría ponerlos al tanto de la situación, haciéndoles saber que había sido operado de apendicitis y que ya se encontraba sano y bueno; de esa manera charlaron brevemente despidiéndose para regresar al cuartel. Esa tardecita, el teniente hizo vendar su herida, ya que la misma volvió a supurar mucho.

Con una desagradable broma le recibieron sus camaradas, quienes le dijeron que se quedaría como encargado del cuartel. No pensando aceptar desde luego semejante cosa, continuó con sus preparativos para acompañar a su Regimiento. La unidad se embarcó, viajando tranquilamente durante dos días, a pesar de que sus componentes no estaban acostumbrados al pequeño espacio y a la quietud del barco. Llegaron a puerto Antequera antes del amanecer del tercer día, donde un avión les dio nuevamente la bienvenida con vuelos rasantes y arrojando varias bombas que estallaron cerca del barco sin éxito. Posteriormente desembarcaron y marcharon hasta la orilla sur de la población, en donde esperaron los medios de transporte necesarios para continuar su viaje.


 

CAPITULO II

MADRE ESTOICA CON FE Y ESPERANZA SALVA VIDA Y HONRA. ANCIANO CLERIGO RECORRE APARTADOS LUGARES EN BUSCA DE FELIGRESES DESAMPARADOS

Durante la contienda civil del cuarenta y siete, en aquel lejano poblado del Norte, en donde recientemente se habían llevado a cabo fuertes combates, una madre desesperada contaba cómo abandonó su choza de paja para salvar la vida y la honra de sus dos hijos, internándose en un extenso bosque, por temor a las balas derrochadas por los beligerantes con el fin de apoderarse de la zona, lo que hacía cundir el pánico entre los indefensos pobladores que de pronto se veían en medio de numerosas gentes armadas matándose sin piedad y persiguiéndose por todos los rincones por más apartados que fuesen. También las casas corrían riesgo de sufrir atropellos por parte de gente despiadada, mientras el ganado vacuno y las aves de corral eran sacrificados para saciar el apetito de los contendientes.

Relataba su tragedia esta madre atemorizada, interrumpida a veces por sus hijos quienes contribuían con su miedo y desesperación. Ocurrió que no habiendo encontrado quien pudiese darles protección en aquellos momentos inciertos, sólo le quedó la voluntad y la fé en Dios. Arrastrando a sus hijos se alejó del peligro de las balas y de los hombres, y se internó entre las marañas y extensos bosques que cubrían la vasta zona, para luchar de esa manera por lo más caro que poseían: su vida y su honra, sin tener tiempo para pensar en los peligros de esos montes impenetrables poblados de animales salvajes y reptiles de toda clase; ni en los alimentos, abrigos y medicamentos que pudieran necesitar.

Esta señora, madre de un niño de ocho años y una joven de dieciocho, relató las peripecias pasadas durante dos largos meses, que para ellos constituyeron años. Contó que tuvieron que vivir en un sobrado (lecho rústico de pequeños troncos de madera) construido por ellos en las altas ramas de un árbol. Afortunadamente, eran conocedores de la zona y sabían utilizar el machete que llevaban como única herramienta y arma. Se ingeniaron para hacer trampas rudimentarias para aves y animales, y a veces conseguían miel silvestre en los troncos de los árboles, y algunas frutas. Todas estas modestas riquezas muchas veces fueron sólo ilusiones... ¡En cuántas oportunidades se pasaron masticando hojas! Durante cuántas noches imploraron la protección de la madre celestial para mitigar el sueño y el hambre y protegerles de los peligros que corrían por el tremendo poder de la naturaleza, que en cualquier momento podría convertirlos en presa de los feroces habitantes del inmenso bosque. Todos los días llegada apenas la tarde, y antes de que las sombras de la noche cubrieran la espesura del bosque, desesperadamente buscaban el tronco del centenario árbol en cuyas altas ramas habían construido su guarida, palabra que podría aplicarse en este caso en su significado genérico, por convertirse en habitantes salvajes de la misteriosa selva, en la que pasaron largas noches sin poder conciliar el sueño, con el profundo deseo de que el alba disipe la obscuridad y los salve del tormento de la noche.

La salud y la alimentación no se convirtieron en sus mayores preocupaciones, la vida del campo les obligó a ser sanos y fuertes, pudiendo así afrontar esas penurias; pero cuando se acercaban las tinieblas, zozobraban sus espíritus pues sabían que a su sombra merodeaban debajo del destartalado sobrado feroces tigres y serpientes venenosas, a los que reconocían por el ruido de palillos secos, rotos bajo las fuertes pisadas de los visitantes nocturnos y por el nauseabundo olor que llenaba el ambiente. Completando esos álgidos momentos, especialmente para el niño, escuchaban a veces no lejos del lugar, el amenazador rugido de animales que retumbaba en el bosque, como recordándoles que estaban en el reino de animales fuertes y feroces, y que debían obedecer la ley natural y regresar a su lejano hogar.

Al cabo de dos meses dejaron de escucharse los esporádicos disparos de armas en la dirección de su casa, pero a veces en la quietud de la noche o al alba, aún podían oírse lejanos estampidos de fusiles, pero ya en otra dirección. Decía la acongojada madre que el hijo de ocho años ya quería regresar a la casa, mientras que la joven, más consiente, a pesar de su gran deseo no lo manifestaba, pues comprendía el peligro que representaba la revolución; y dándose cuenta de la difícil situación que pasaban, acompañaba a su madre en sus ideas y ruegos. Pero una mañana, golpeados por la añoranza del hogar y por la difícil y peligrosa vida que llevaban en ese tenebroso bosque y viendo la tristeza de sus hijos, la señora se armó de valor para pensar en el retorno al rancho que había quedado abandonado. Después de algunas dudas, resolvieron regresar y salieron del bosque, caminando un trecho y quedándose a escuchar atentamente cualquier ruido. La madre marchaba adelante, el chico en el medio y la hija atrás. La primera llevaba el machete como arma y por guía al Señor, a quien se encomendaba durante todo el trayecto para salvarlos de los peligros del bosque, salir a campo abierto, y así poder ver la luz y aspirar el aire que tanto necesitaban para aliviar su larga vigilia.

Ya avanzada la tarde, se acercaron a la orilla del monte en donde quedaron a observar hacia todas las direcciones con la esperanza de ver alguna persona conocida del lugar. Después de mucha espera y de haber escudriñado todo el horizonte, con sorpresa vieron a lo lejos una carreta, y quedaron a esperar su llegada, latiéndoles el corazón cada vez más aprisa, ya que aquella carreta representaba al mismo tiempo una gran esperanza y un tremendo temor; pues tanto podía tratarse de un transporte de tropas armadas, como uno de mujeres y niños indefensos que huían de la zona de combate buscando refugio en el poblado. La mujer sentía por momentos que sus ojos no veían más, se empañaban por la duda y la nostalgia, y en otros en cambio se iluminaban por la fé y la esperanza.

El niño, desde un pequeño árbol, al divisar la carreta que venía lentamente, con voz agitada empezó a repetir: ¡Allá viene papá!... Cuánta ansiedad se apoderó entonces de todos ellos por los deseos inmensos de ver al padre o conocer su paradero, pues hacía más de tres meses que se lo habían llevado. Continuaron esperando la lenta marcha de la carreta, y cuando ésta se encontraba ya más cerca, pareció divisarse la figura de una mujer cuya cabeza cubierta con un manto negro caminaba como guía delante del transporte, dirigiéndose hacia la población. De improviso, parecía avanzar con mayor rapidez, las largas hierbas ya dejaban ver las imágenes con más claridad, y se notaba que varias mujeres caminaban zigzagueando detrás del rodado. Apresuradamente la madre y sus dos hijos se adelantaron al encuentro de la caravana, abriendo el pajonal, al pasar uno tras otro como veloces avestruces; sentían como si se abriesen para ellos las puertas del cielo al ver a gente amiga y parientes que venían con la esperanza de encontrar un lugar más seguro para escapar de las terribles amenazas que se cernían sobre la zona.

Continuaba contando la acongojada madre, que acompañaban con emoción la caravana; la ansiedad agitaba sus corazones, iban y venían las preguntas que buscaban impacientes conocer el paradero del marido, hijos y hermanos. Algunos fueron reclutados, otros escaparon, y de otros no se sabía dónde se encontraban ni quienes se los había llevado.

Una vez alcanzada la población, encontraron en ella pocos habitantes. Se ubicaron en una gran casa de paja que utilizaron como dormitorio y otra próxima, también bastante amplia, hecha con estacas de madera y una rústica pero segura puerta, como cocina colectiva.

El regimiento del que se había hablado anteriormente, al que también pertenecía el relator, había llegado a esa población ya antes del amanecer; no encontraron una sola persona, ni siquiera una casa con luz; sólo un profundo silencio. Una vez tomadas las medidas de seguridad, la unidad acampó a orillas del poblado. A las nueve de la mañana salió el relator a observar a poca distancia de su destacamento y se sorprendió al ver muchas personas en la casa ya mencionada; algunas preparaban sus alimentos y las demás estaban sin realizar mayores actividades. El oficial saludó a un grupo de personas, y observando que éstas, al igual que algunos del regimiento tenían deseos de saber algo nuevo, conversó con ellas largo rato en un lindo pastizal. La unidad, que estaba de paso, esperaba una hora determinada para partir de nuevo; mientras tanto, el relator dialogaba con las tres personas mencionadas anteriormente, quienes de a poco relataban su larga y penosa odisea.

Ya al mediodía, los interlocutores señalaron al relator que venía aproximándose otra carreta similar a la de ellos, cargada de gente desamparada, guiada por un jinete que resultó ser un anciano sacerdote vestido con larga sotana. En ese momento, otra mujer se acercó al grupo conformado por la señora, sus hijos y el oficial, e interrumpió la charla contando que aquel pobre sacerdote aún no había descansado un momento, recorriendo desde hacía más de un mes los lugares más apartados para reunir a las personas desamparadas que habían quedado aisladas y sin poder comunicarse con los demás debido a su precaria situación. Apenas llegada la caravana guiada por el anciano clérigo, en cuyo rostro se dibujaba cansancio y preocupación, las personas fueron ubicadas junto con las demás que estaban en el lugar, luego de lo cual él montó de nuevo su fatigado rocín, y se alejó rumbo a otra dirección. El lento andar del caballo y el tronco arqueado del jinete, demostraban que hacía mucho venía arrastrando la pesada cruz del sacrificio y sólo la vocación que había abrazado le daba fuerzas y la voluntad para no retroceder ante la fatiga y el peligro. Contaron también que el anciano padre cruzaba bosques y praderas para llegar a los lejanos rincones, donde se oían los peligrosos disparos, ya sea para dar la santa unción o para socorrer a los más necesitados en momentos de desolación y de tristeza. Y a pesar de su inmensa fatiga, viajaba desde la mañana a la noche, llevando como guía su fé y como acompañante a su noble animal.

Después de oír estos relatos, el oficial volvió a conversar con los tres protagonistas: el valiente niño, de corta edad aún, que había pasado sacrificios y penurias por varios días en apartados y peligrosos lugares ya recuperándose de su fatiga y miedo, quería llegar a su casa después de tan larga ausencia; asimismo lo manifestó su hermana pidiendo a la madre que los llevara. El teniente los acompañó a su hogar, que quedaba a unos quinientos metros de la choza colectiva, a la orilla este de la población. No se veían casas muy cercanas, una de la otra, pero el lugar era despejado y se podía distinguir hasta muy lejos. Antes de alcanzar el rancho, el oficial se detuvo a esperarles, diciéndoles que buscaran sus enseres y regresaran enseguida dada la situación reinante en ese momento, y cuando volvieron posteriormente a la casa colectiva, al despedirse, agradecieron al relator y le invitaron a reunírseles de nuevo antes de la partida de su unidad; el mismo cumplió esto en corto tiempo, porque la tropa ya estaba lista para emprender el viaje, y aprovechó ese momento para felicitar a esa familia por el coraje que había tenido para afrontar situaciones muy peligrosas en aras de la honra y el amor a la familia, augurando que pronto terminaría la contienda y podrían disfrutar nuevamente de la paz y la alegría en esa linda población. Poco tiempo después de despedirse de esas amables personas, el oficial se incorporó nuevamente a su unidad, emprendiendo la marcha hacia un nuevo rumbo.


 

CAPITULO III

PRIMERA CABALGATA DESPUES DE SALIR DE ASUNCIÓN. TOMA DE CONTACTO CON EL ADVERSARIO

Después del desembarco en el mencionado puerto en la orilla oriental del río Paraguay, cercano a la ciudad norteña de San Pedro, el Regimiento, después de cierta espera, fue transportado en varios camiones hasta dicha ciudad, en donde esperaban los caballos con arreos y equipos de montar. Fue reconfortante la sensación experimentada al contar de nuevo con los montados y con el campo abierto luego del reducido espacio del barco. De esa manera, sin mayores problemas, en poco tiempo la Unidad ya estuvo lista para continuar la marcha.

El Comandante de Pelotón vendó su herida, la cual continuaba supurando como en el primer día, aunque inicialmente la misma no constituyó gran dificultad, pues el servicio médico era eficiente y además no sentía dolor. Esta primera cabalgata no le causó dificultades porque la realizó a los quince días de su operación, habiendo encontrado además la forma de montar sin perjudicar la herida. Desde varios días atrás caía una intensa lluvia en la zona, y los convoyes cargados de medicamentos, municiones, víveres y otros enseres tuvieron serios inconvenientes, pero merced a los expertos jefes y buenos choferes acostumbrados a estas tareas y clases de caminos sortearon estos inconvenientes vadeando los desbordados cauces de numerosos cursos de agua.

Al llegar a uno de estos obstáculos que parecía infranqueable, con sus orillas cubiertas por extensos esterales, el convoy se detuvo para organizar el cruce, y entonces una parte de los que iban a caballo vadeó el caudaloso curso de agua para dar seguridad en la orilla opuesta, mientras que la otra parte quedó a proteger los convoyes. Afortunadamente la demora fue relativamente escasa, los vehículos avanzaron ayudados por jinetes y tirados por bueyes y caballos, vadeando el estero y el curso del agua sin mayores tropiezos.

A pesar de la lluvia y de los malos caminos, luego de algunos días de marcha, ya se pudo escuchar el tableteo de las ametralladoras y las explosiones de las granadas que indicaban la cercanía del combate. Una vez llegados al frente, desmontaron, dejando los caballos en un lugar apropiado para el efecto.

De inmediato, continuaron a pie para reemplazar a una unidad que estaba ocupando posiciones a corta distancia frente al enemigo que se encontraba al otro lado de un caudaloso río, siendo recibidos por algunas bombas de aviación y varias explosiones de granadas de mortero que constituyeron los primeros saludos.

Previo enlace con la unidad a ser reemplazada y después de realizados algunos reconocimientos en el terreno, los recién llegados ocuparon las posiciones, en las que estuvieron durante varios días sin combatir, salvo algunos fuegos esporádicos y tiros de hostigamiento por la noche, aprovechando ese relativo descanso para mejorar dichas posiciones.


CUANDO EL CLIMA SE VUELVE ADVERSO EN LA GUERRA

En este relato no se cuentan los terribles combates bajo la poderosa acción destructora de las armas, tal como apasiona escuchar, pues además de ésta, en la guerra se presentaban diferentes dificultades que variaban no sólo en número sino también en intensidad.

En la lejana zona Norte del país, durante una prolongada lluvia acompañada de un intenso frío, en pleno invierno, los soldados esperaban el combate, sentados con sus armas en las húmedas y frías trincheras, mientras que otros atravesaban helados esteros y torrentosos arroyos en enconada lucha contra las inclemencias del tiempo, que parecía asociarse con el fuego de las armas enemigas, buscando interferir con el cumplimiento de la misión.

Las fuerzas amigas se encontraban frente a las adversarias, separadas ambas por el río Ypané, en una zona que se volvía pantanosa por la cantidad de lluvia caída durante muchos días, y donde los pequeños arroyos afluentes del mencionado curso de agua, se convertían en fuertes torrentes.

La posición amiga estaba instalada sobre la orilla Sur del río, de la cual, sin embargo, en partes se separaba bastante, debido a la configuración del terreno. En la posición se soportaba mejor el frío y los soldados que la ocupaban utilizaban ramas de árboles para cubrir las trincheras y se abrigaban con sus ponchos, y aun así el agua y el barro anegaban su improvisado rancho. Pero aquellos que se encontraban en servicio fuera de las zanjas, cumpliendo alguna misión específica, tenían que soportar toda la fuerza del pesado clima con escasos medios, ya que el paraguayo nunca se preocupa ni piensa en el invierno debido al agotador calor que persiste durante casi todo el año. Generalmente, el principal abrigo del soldado era un poncho, y aquellos que no contaban con este medio utilizaban las frazadas como tales, dando en el centro un corte, por donde introducían la cabeza. Además, con la tierra fangosa y fría, los zapatos poco protegían, aunque sí eran útiles contra las espinas y los troncos. Estos datos sirven para describir las peripecias de la guerra a los que no experimentaron aún las dificultades que se presentan en las luchas armadas, así como también sirven para ayudar a relatar lo que había acontecido en aquel lejano lugar en momentos difíciles, cuando la guerra exigía el cumplimiento de toda clase de misión, la que a veces aparentaba ser sencilla, pero que durante el transcurso de su realización se tornaba penosa y de difícil concreción.

Como íbamos relatando, en poco tiempo los arroyos se convertían en fuertes y profundas corrientes de agua casi helada, y por más que ello fuese un acontecimiento normal, es bueno destacar para aprovecharlo como enseñanza, a fin de considerar las estaciones del año, especialmente la del frío y la lluvia, y no olvidar que el clima ejerce gran influencia en una operación guerrera. Por consiguiente, se deben prever los medios adecuados para ese fin, porque alguna vez, otros podrían recorrer el mismo camino sin pensar que semejantes obstáculos climatológicos pudiesen influenciar en la suerte del combate, a pesar de que el soldado siempre pone de manifiesto sus grandes virtudes para soportar con estoicismo las penurias de las batallas, sobreponiéndose con entereza a los difíciles momentos que se presentan en el cumplimiento de su deber.

Muchas veces pensamos que solamente los truenos y relámpagos de las armas pueden influenciar en la acción y el espíritu del combatiente, pero hay otros factores que deben ser considerados, uno de ellos, el climatológico, que tiene gran influencia en el cumplimiento de la misión. En este caso, a la dura situación impuesta por las malas condiciones atmosféricas, se debía sumar la presencia del enemigo, que se encontraba a escasa distancia sobre la orilla opuesta del río, pudiendo desde su posición de combate actuar con sus armas, inclusive incursionar sobre el terreno de operaciones de las fuerzas amigas.


FUERZA MORAL: ELEMENTO INDISPENSABLE PARA EL CUMPLIMIENTO DE LA MISIÓN DEL SOLDADO

Una mañana, con el desagradable clima que persistía desde varios días antes, el relator fue designado junto con seis soldados, para cumplir una misión que consistía en un levantamiento topográfico expeditivo hacia el este del frente, fuera de la protección inmediata de tropas amigas. Este partió al mando del grupo llevando materiales tales como brújula, papel, lápiz y machete, éste último como elemento de zapa. La tarea no se presentaba fácil debido al clima desfavorable, lluvia continua, terreno cubierto de matorrales, arroyos crecidos y fuertes y helados vientos. Los uniformes y ponchos estaban totalmente mojados por las persistentes lluvias, y además la presencia del enemigo se hacía sentir a través de disparos aislados del otro lado del río. La razón de tan escasa actividad, era que nadie quería asomar la cabeza fuera de su posición debido a las lluvias y al viento frío que no cesaban.

Tomar anotaciones por escrito era casi imposible, pues los únicos materiales secos eran unos pedazos de papel envueltos en impermeable. Las distancias eran tomadas con pasos dobles y apreciaciones a simple vista, ya que el uso del telémetro era casi imposible a causa de que el terreno era plano y cubierto de arbustos, y el volumen y peso de este aparato dificultaría el cruce de los crecidos arroyos, más el peligro de la posible acción del enemigo. En cada estación un soldado se encargaba de recordar los detalles importantes del lugar, para colaborar posteriormente en la confección del gráfico. Las anotaciones eran difíciles a causa de la lluvia, las manos mojadas y los dedos entumecidos por el frío. Por ello se anotaba solamente lo in-dispensable, como ser: los ángulos, el número de estaciones y las distancias.

Pero lo cierto es que todos estaban convencidos del cumplimiento del deber, lo que se logra a través de la disciplina consiente y de la instrucción impartida en los cuarteles, y que sumados a la dura vida que llevan desde la niñez los hijos del campo y de los trabajadores de las ciudades, ayudan a soportar los inmensos sacrificios de la guerra.

Cuando el grupo estuvo por alcanzar el objetivo, constituido por un terreno elevado, se presentó al paso un desbordado y profundo arroyo, que con furia arrasaba todo lo que encontraba debido a la velocidad producida por la diferencia de nivel. El agua provenía de un lugar alto, y desembocaba en el caudaloso río que separaba a ambas fuerzas, a escasa distancia del lugar en donde se encontraba el grupo.

El soldado que se desplazaba como explorador en la punta, explicó que dicho curso de agua era profundo y corría muy rápido, lo cual fue comprobado por el oficial, quien acercándose se introdujo en el agua, la que además estaba muy helada. Desde la costa del arroyo se observaba en la orilla opuesta y a escasa distancia una elevación de terreno, que era el punto que se debía alcanzar, debido a la importancia que representaba para fines tácticos en las operaciones del escalón superior.

Antes de intentar cruzar el profundo arroyo, exploraron aguas arriba hacia la derecha, con el objeto de buscar otro pasaje mejor, llegando a la conclusión de que allí también el arroyo corría muy fuerte y podía arrastrarlos, pero sin embargo era menos ancho. Se exploró también más arriba, pero viendo que era aún peor, no quedaba otra alternativa que cruzar el impetuoso caudal en el lugar anteriormente citado. El viento y la lluvia arreciaban y el clima iba empeorando. El grupo estaba casi congelado, apartado por la distancia y el tiempo.

Este obstáculo dificultaba al grupo llegar hasta el objetivo debido a que dudaba si podría cruzar por la fría y fuerte corriente, recayendo sobre el oficial tomar la decisión de regresar y comunicar que no era posible llegar hasta la altura indicada por interponerse en el paso un arroyo infranqueable, o cruzar bajo cualquier riesgo.

La duda pasó por la mente del oficial nada más que por segundos; la misión consistía en alcanzar la línea de altura, y así decidió hacerlo personalmente porque es sabido que el jefe de un grupo de personas es quien debe dar el ejemplo, con el objeto de levantar tanto la moral de sus mandados como la de él mismo. Además, el equipo y el arma que llevaba eran más livianos que los que portaban sus acompañantes y se notaba en ellos el efecto del intenso frío. Entonces el Comandante de pelotón dispuso que los soldados se cubrieran en la pequeña vegetación al borde del arroyo, y que lo apoyasen con su fuego en caso necesario. Luego se internó sin más espera en la helada y fuerte corriente de agua. A medida que avanzaba, el frío se hacía sentir con más vigor, obligándole finalmente a impulsarse en procura de la otra orilla, donde se encaramó de una rama para salir de la correntada, procurando inmediatamente sobreponerse mediante algunos movimientos debido a que se encontraba medio congelado. Continuó su marcha para alcanzar la altura mencionada en donde observó los alrededores sin entrar en mayores detalles, regresando seguidamente para cruzar de nuevo el fatídico arroyo, aun sin recuperarse de la primera inmersión. Más, al observar a los soldados esperándolo en sus puestos, y el pensamiento de que la misión estaba casi cumplida, tomó nuevas fuerzas, y luego, con la ayuda de los que quedaron en la orilla opuesta cruzó de nuevo el helado curso. Allí le entregaron su poncho, que aunque empapado, le dio algún resguardo contra el frío viento.

Al llegar, el oficial percibió el intenso frío que sentían los soldados, ya que los mismos se habían mantenido inmóviles bajo la lluvia, con la ropa totalmente mojada y el viento que arreciaba, contribuyendo a bajar aún más la temperatura. Con una señal, se tomó el dispositivo de marcha para el regreso, teniendo en cuenta la posibilidad de encontrar al enemigo, bastante retrasados por el terreno fangoso cubierto de matorrales.

Esta situación es fácil de relatar, pero en el momento real es difícil tomar una actitud. Cuando predominan la entereza y la honradez que caracterizan a todo buen soldado, el espíritu se verá fortalecido para afrontar con dignidad todas las dificultades y vicisitudes que se le presenten durante el cumplimiento de su deber.

Con este relato de hechos reales, no se busca otra cosa sino explicar la necesidad de inculcar la moral por su gran efecto en el espíritu del combatiente, demostrando que no sólo en el fragor del combate se pueden difundir estas hermosas enseñanzas, sino que se deben aprovechar todas las oportunidades para incentivarlas y convertirlas en una verdadera escuela del honor. Si todos hubiesen contribuido en la formación moral de sus conciudadanos, con el ejemplo y la plática diaria, podrían haberse creado escuelas de civismo y de moral, que la patria reclama cada vez con mayor insistencia de sus hijos. Desafortunadamente, casi siempre se desea buscar lo fácil y lo sensual, aún en desmedro de la moral, olvidando que es con sacrificio y honradez que se deben cultivar las virtudes para cosechar frutos sanos y duraderos.


 

CAPITULO IV

HORAS OCIOSAS EN LAS TRINCHERAS PERMITIAN HACER BROMAS DE VISOS DIFERENTES. EN ESCENA UNA FEROZ SERPIENTE

La larga espera en las trincheras, frente al enemigo, sin acción definida, producía aburrimiento y la vida se volvía monótona. Como de costumbre, muchos dedicaban esas horas ociosas a inventar bromas, casi siempre pesadas y hasta peligrosas.

Había sido construida una zanja de comunicación a escasa distancia de doscientos metros de la línea enemiga, con el objeto de unir la primera línea del frente con la de atrás, dado el riesgo que ocasionaba el cruce obligatorio de ese lugar intermedio plano y limpio, batido por las armas automáticas del enemigo tanto de día como de noche.

Algunos soldados, cansados de no hacer nada, dieron muerte a una enorme serpiente venenosa de las que abundan en la zona. Sin pérdida de tiempo, la arrastraron por la mencionada zanja, y el que cargaba con el animal se abría paso entre los combatientes como si fuera el cuerpo de bomberos con su camión tanque y sirena, a pesar de la estrechez de la profunda fosa abierta en línea quebrada.

El primer encuentro fue con un soldado que no conocía lo tramado, que venía caminando en sentido contrario, enviado por su jefe; fue espectacular, pues ambos avanzaban en sentido contrario con rapidez, rozándose al pasar; mas, grande fue la sorpresa del desprevenido soldado al toparse de improviso con el enorme animal que ya le atacaba: intentó desesperadamente esquivarse, cosa muy difícil dada la rapidez con que el reptil avanzaba y su gran longitud. El gran salto dado por la víctima no le dio resultado, pues por más alto que haya subido arañando la zanja, volvió a caer, esta vez con un feo grito, al encontrarse sentado sobre el feroz animal. El siguiente soldado, que seguía al otro muy de cerca, al ver el salto y escuchar el grito no lo pensó dos veces y desapareció del camino como por arte de magia; no se sabía cómo ni dónde escapó, pero fue todo un relámpago.

La comedia continuaba en el mismo escenario con los mismos protagonistas, pero con ubicaciones diferentes; apenas se hubieron acallado las risas provocadas por los recientes acontecimientos, cuando ya venía avanzando otra persona, que al alcanzar un recodo de la zanja, levantó la vista sobre el barranco, donde encontró a un domador de fieras ahorcajado sobre una enorme serpiente. Era el mismo bromista, quien encaramado al cuello del feo animal, lo sujetaba fuertemente sobre el barranco, preparándose para otro acto de la comedia. El soldado que llegaba al lugar no conseguía creer en la escena, parecíale tener la vista turbada. Para mayor desesperación, en ese mismo momento sintió que algo le pinchaba el brazo, y sin pensarlo disparó su arma hacia el costado en donde sintió la probable mordedura del reptil, dando el disparo muy cerca del bromista que se hallaba acostado sobre el barranco; ésto pudo haber sido obra del susto o del enojo, o ambas cosas a la vez, pero no pasó nada.

La comedia no llegaba al fin, pues aún faltaba el acto principal. El ingenioso soldado había ubicado la enorme serpiente sobre el barranco, con la cabeza en alto en posición amenazadora. El lugar estaba estratégicamente ubicado, pues por él tenía que pasar mucha gente, entre ellas una persona muy exigente e inquieta, de quien los protagonistas habían sabido con anterioridad que no gustaba ni tan siquiera hablar del bicho en cuestión, y ya se escuchaban cuchicheos y risitas en las posiciones, pues de antemano se había hecho correr la voz sobre lo tramado.

Minutos después se cumplieron los deseos de los incansables bromistas. Una sucesión de silbidos señalaban la proximidad del citado personaje, quien acompañado de su séquito, avanzaba por la zanja de comunicación y al pasar por el lugar más peligroso, debido al fuego de las ametralladoras enemigas, apareció sorpresivamente el abominable animal que se abalanzaba. El susto no le dió tiempo para pensar ni recordar el lugar peli-groso en que se encontraba, y pegando un fuerte grito, saltó por sobre el barranco y sin pérdida de tiempo se tiró dentro de la primera línea frente al enemigo, sin utilizar la zanja de comunicación. Felizmente no recibió ni un rasguño de los tantos proyectiles que cayeron sobre él, al exponerse sin querer al fuego enemigo y sus acompañantes llegaron mucho tiempo después utilizando la zanja de comunicaciones con el preciso informe a su jefe de que previamente habían dado muerte al animal. Este acontecimiento corrió de boca en boca y cada uno lo iba relatando a su manera, de la forma más graciosa posible; por varias veces se lo volvía a escuchar y cada vez causaba más risa por la exhuberancia de la mentira y el extraordinario ingenio utilizado por los soldados para divertirse.

Es admirable el espíritu del soldado paraguayo. Demuestra su valor, su entereza, su espíritu de sacrificio y su gran iniciativa, ya sea en el combate como en el descanso, permaneciendo inconmovible ante las adversidades y jamás demostrando cobardía ante el peligro.


BAUTISMO DE FUEGO DE UNOS JÓVENES MÉDICOS

Transcurrieron varios días con la misma tranquilidad y sin novedades dignas de mención. Hasta que una mañana avisaron a los soldados que estaban en las trincheras, entre quienes se encontraba el relator, que iban a recibir la visita de varios jóvenes médicos recién llegados del extranjero, quienes apenas uniformados habían partido hacia el frente de operaciones. Sin duda fueron dadas recomendaciones para que se les prestara buena atención, pero los pilas estaban acostumbrados a las variadas formas de vida cuartelera, a veces alegre y casi siempre rígida y sacrificada; aún más en las trincheras, metidos bajo tierra como animales feroces, casi olvidados de las buenas costumbres y del miedo y más bien dados a hacer bromas, gritar y reírse tratando de acallar con ellos los continuos estallidos de las granadas, los disparos de las ametralladoras, algunos de cuyos proyectiles se incrustaban en las trincheras y otros pasaban silbando anunciándose con sus cadenciosas y ligeras canciones repetidas día y noche, a la búsqueda de alguna víctima.

Al acercarse al lugar, los jóvenes visitantes debían ser guiados por lugares seguros, a través de una zanja de comunicación que ya de por sí era molesta por ser angosta y húmeda; y que para peor, a causa de las continuas lluvias, embarraba los zapatos y las ropas. Al comienzo los jóvenes galenos dudaron en bajar, más aún porque desconfiaban de las bromas, sabiendo que siempre iban a encontrarlas en todas las vidrieras y de diferentes tonos.

Muchos de los combatientes estaban sentados en lugares bajos y otros, como el relator, recostados en troncos de árboles cerca de las piezas de morteros. Esta actitud descansada y cómoda adoptada por los jóvenes soldados frente a los supuestos peligros, llamaba la atención de los visitantes, quienes a cada paso se preguntaban si la guerra era sólo eso; al parecer, esta ausencia de miedo y fatiga se contagió muy pronto a los ilustres galenos.

Pero la realidad era que los soldados acostumbrados a ese lugar, conocían las partes peligrosas y batidas por los proyectiles enemigos, que se incrustaban en los troncos de los árboles a poca altura de la cabeza de un hombre sentado; siendo estas las razones y no otras las que daban a éstos la seguridad para estar tan cómodamente fuera de la zanja. De esta forma se acercaron a las piezas de mortero que se encontraban en posiciones bien abrigadas, y de inmediato comenzaron a bombardear a los soldados con cientos de preguntas, ansiosos de saciar su curiosidad acerca de la guerra, pidiendo sin más preámbulos que se efectuaran algunos disparos. Sus pedidos fueron atendidos sin hacerlos esperar, siendo efectuada una demostración de disparo. Pero, de la misma forma, el enemigo no se hizo rogar, y antes de haber disparado la segunda granada, llovieron alrededor de la posición toda clase de proyectiles, los que producían fuertes estampidos al chocar contra las plantas de caraguatás y los árboles que rodeaban la mencionada posición. Asimismo cayeron algunas granadas de morteros, aunque no muy cerca, pues probablemente el enemigo aún no había localizado exactamente la ubicación de las piezas que les disparaban.

Así comenzó una total desorientación entre los visitantes, quienes, sin pensarlo dos veces, se zambulleron en la zanja de comunicación, desapareciendo misteriosamente del lugar, y cuando los combatientes los buscaron para guiarles por caminos más seguros como estaba previsto, esto no fue posible, ya que todos habían desaparecido, pudiendo considerárseles buenos patrulleros, ya que el terreno era desconocido y peligroso, o tal vez el instinto bien desarrollado les había permitido llegar sanos y salvos a su punto de partida. Claro está que no se detuvieron a despedirse de los ocupantes de la posición, aunque éstos desearon que se repitiera la visita con el fin de satisfacer sus curiosidades y contarles algo nuevo que rompiera la monotonía que flotaba en el ambiente. A pesar de hacerse esperar varios días, los médicos no fueron considerados ingratos, pues no tardaron en participar de otra nueva odisea muy cerca de los combatientes, pero esta vez sin invitación de estos últimos, sino por iniciativa del enemigo que había invadido la zona.

Así se observó en esta ocasión, que los ilustrados visitantes habían aprovechado muy bien la experiencia de la primera visita. Se comentó después entre la tropa que los galenos, sin esperar indicaciones, se dieron a la fuga, debido a la sorpresiva noticia que corría de que el enemigo estaba cerrando el cerco; y aceleraron la marcha haciendo caso omiso a los disparos y al cansancio, sintiendo que el adversario les pisaba los talones, y ante la fatídica idea de que podrían caer prisioneros en cualquier momento. Entonces, sin dirección precisa, devoraron distancias, cubriendo quince kilómetros sin descansar hasta llegar a un punto (Santa María) en el que se detuvieron para consultar un mapa de América del Sur que llevaban, trazando en él varios itinerarios de marcha con distintas direcciones; algunos dentro del país, y otros ni siquiera respetando los límites de países vecinos. Estas informaciones llegaron a través de otro colega galeno, perteneciente a la unidad del relator, apreciado por todos y conocido por muy travieso. También él, sin pérdida de tiempo se acopló a la huida de sus compañeros; y, a pesar de ser alegre relator y crítico punzante, se cuidó mucho de comentar quién marchaba como guía a la cabeza del grupo, pues nadie quiere figurar como líder en esta clase de operaciones; por cierto que hubiese sido muy diferente si la marcha hubiese sido victoriosa y en persecución del enemigo.


 

CAPITULO V

ALGUNOS PASAJES DE LA CONTIENDA CIVIL DEL 47 VISTOS POR EL RELATOR

En vista de que este relato se adentra en el campo técnico, se busca facilitar la comprensión de su lectura, procurando sea amena a quienes se molesten en dar una hojeada a estas anécdotas guerreras y a otros pasajes que van siendo recordados y descriptos en el transcurso del relato. El escrito contiene varios sub-títulos señalando el tema de que se trata y empleando palabras técnicas corrientes, sencillas y comunes que se limitan a la propia idea del relator.

Resulta necesario recordar la situación general táctica aunque incompleta para el campo de la ciencia militar, referente a la defensa de un curso de agua, con la única finalidad de utilizarla como marco para relatar algunos acontecimientos curiosos, testificados por un observador que estuvo en el mismo lugar de los hechos. No se hablará aquí de campañas victoriosas, pues no se trata de ninguna guerra internacional, y por lo tanto esa idea no forma parte del espíritu del relator. Pero a veces, la mente desea remontarse al pasado en busca de algunos pasajes agradables o impresionantes que vale la pena recordar, especialmente con el fin de señalar de qué manera el soldado se desempeña en los críticos momentos del combate, y también para observar objetivamente y reafirmar con conclusiones propias que la raza guaraní posee cualidades innatas para la guerra, ocupando por ese motivo un sitial privilegiado en los campos de Marte.

Son dignas de ser citadas algunas de las virtudes que concitan mayor brillo en el indomable espíritu de la raza, tales como el valor, el espíritu de sacrificio, la iniciativa, la modestia, entre otras. Además cabe resaltar que nos referimos más bien a pequeñas fracciones de unidades de combate, aludiendo casi siempre a acciones individuales de soldados, o sea al mismo espíritu de la raza. Esto se recalca porque el observador relator pertenecía al grado menor del escalafón militar dentro de la jerarquía de oficial, encontrándose por consiguiente muy cerca de los principales protagonistas en ese momento y en ese lugar.


SITUACIÓN GENERAL DEL TEATRO DE OPERACIONES DEL NORTE

La fuerza opositora al gobierno en su múltiple repliegue hacia Concepción se había instalado sobre el río Ypané, curso de agua que vendría a constituir el último obstáculo natural importante para la defensa de su ya muy próximo centro de operaciones. Mientras tanto las fuerzas del gobierno, que venían presionando por una larga distancia y desde varias direcciones simultáneamente, se detuvieron al alcanzar la orilla Sur del mencionado obstáculo con el objeto de concentrar una gran masa de hombres y materiales, suficientemente superior a la de las fuerzas opositoras, de manera que permitiese al comandante del escalón superior la consecución de sus operaciones, que en este caso consistían en preparar una maniobra envolvente por el flanco Este a fin de presionar a las fuerzas oponentes entre dos importantes ríos, y de esta forma buscar dar término a la guerra civil.

El grueso de las tropas de las fuerzas gubernamentales recibió del escalón superior la orden de cruzar el río y realizar dicha maniobra envolvente. Para el efecto tuvieron que abandonar casi totalmente las posiciones alcanzadas en la orilla Sur del mencionado curso de agua, y la difícil misión de defender el vacío dejado por las numerosas unidades, recayó sobre escaso número de efectivos en relación al gran frente que tenían que defender. Dicha zona estaba constituida por un terreno de configuración boscosa y sucia que en nada favorecía a pequeñas unidades para una acción defensiva a no ser el río que separaba a ambas fuerzas.

A estas dificultades se sumaban los constantes y precisos informes que los pobladores del lugar hacían llegar al enemigo, ya que desde mucho tiempo atrás, los opositores al gobierno ocupaban la zona y por lo tanto mantenían estrechas relaciones con sus habitantes. Además se debe considerar que la mayoría de los soldados de las fuerzas enemigas eran pobladores de la región.

Estos factores mencionados podían crear una situación muy delicada a las fuerzas gubernamentales en caso de que el enemigo se enterase de su plan de operaciones, o sea de la maniobra envolvente y de la reducida fuerza numérica que quedaba defendiendo en ese momento una extensa zona, pues esto facultaba u obligaba al enemigo a una rápida y sorpresiva acción (golpe de mano) contra ese debilitado sector del frente, a fin de contrarrestar la gran maniobra envolvente, que constituía una verdadera amenaza para el centro vital de la fuerza opositora.

La sorpresa resultante de esta posible acción del enemigo podría haber sido contrarrestada mediante numerosas pequeñas unidades de reconocimiento lanzadas a lo largo de los lugares sin control ubicados sobre el río. Sin embargo, se tuvo conocimiento de que se contaba con dicha acción, pero de que su ejecución era muy difícil dado que el terreno a ser cubierto era muy extenso y boscoso, y se disponían de escasos medios y además separados del enemigo apenas por el estrecho río y el tupido bosque que les facilitaba la trasposición del curso de agua en cualquier momento y en cualquier lugar.

Estas operaciones se planeaban en el marco del escalón superior donde se contaban con mayores medios para realizar los estudios, sacar conclusiones y luego tomar decisiones. El adversario realizó la operación que se suponía posible, ayudado por las informaciones precisas que recibían del movimiento de tropas de las fuerzas del gobierno, por parte de los pobladores vecinos y por sus propios medios. Las pequeñas unidades de las fuerzas del gobierno que quedaron para la defensa del vacío dejado por el grueso de las tropas, se desempeñaron con todas las técnicas que demanda el caso, pero las informaciones filtradas hacia el enemigo, la sorpresa facilitada por el terreno boscoso, la obscuridad de la noche y la superioridad numérica adversaria en ese sector, dificultaron el buen cumplimiento de su misión. Inicialmente se tuvo que retroceder con algunas pérdidas luchando sin descansar hasta recibir la colaboración del escuadrón de reserva bajo el mando directo del Comandante del Regimiento a que pertenecía el relator; mediante lo cual se consiguió parar el ataque del enemigo después de prolongados e intensos combates. Posteriormente, con la colaboración del grueso de las tropas amigas, que tuvieron que regresar del sector este, se rechazó el ataque, retomando la iniciativa y continuando con el cruce del río con toda precisión. Esta acción fue efectuada en un lugar bien seleccionado que permitió la inmediata prosecución de las operaciones hacia el objetivo final: la base de operaciones del enemigo, Concepción.


BREVE DISTRIBUCIÓN DE LOS MEDIOS DEL CITADO REGIMIENTO DE CABALLERÍA

No se hablará de las diversas acciones de combate del mencionado regimiento en donde el relator actuó como Comandante de Pelotón, que primeramente combatió en Asunción contra importantes fuerzas, y que luego de concluida esta misión, se trasladó a la zona Norte del país donde se batallaba sin tregua en varios frentes. Pero, se hará referencia a la distribución de sus medios en esta oportunidad, para luego detallar la acción del Escuadrón de Acompañamiento y en forma somera de un escuadrón de fusileros que se encontraba como reserva del regimiento. Los otros dos escuadrones de fusileros no serán tratados en forma específica debido a que fueron destinados a cumplir misiones muy apartados de la propia unidad y fuera de la capacidad de apoyo de la misma en el sector oeste, sobre el mismo curso de agua.

Uno de estos escuadrones, no obstante las dificultades halladlas durante el cumplimiento de su misión, tuvo destacada actuación, merced a la buena conducción de su comandante, a pesar de qué contaba con soldados de otras armas traídas de Asunción, combinando con soldados de su propia unidad. Después de duros combates y en cumplimiento de su misión, se replegaron ordenadamente sobre su propia unidad tras varios días de acción, repeliendo a una parte del enemigo y no dejándose copar por unidades superiores.

Además, otras sub-unidades pertenecientes a otra unidad amiga, se encontraban en la defensa de los sitios de abastecimiento más hacia la retaguardia de la primera línea. El observador relator, colaboró en la orientación de una de las fracciones de esas tropas a pesar de que no eran de su unidad, después de haber sido sorprendidas al avanzar para contrarrestar la penetración enemiga. Tanto el comandante de esa fracción de tropas como los mismos soldados y componentes, recordaron la participación del relator de esta anécdota, en momentos muy difíciles para aquella fracción de reservistas. Esto lo habían manifestado después del combate al propio Comandante de Regimiento y al de escuadrón a que pertenecía el relator observador.


 

DISTRIBUCIÓN DEL ESCUADRÓN DE ACOMPAÑAMIENTO

El Escuadrón de Acompañamiento a que pertenecía el relator, contaba con armas pesadas, morteros y ametralladoras pesadas, y estaba instalado cubriendo un amplio frente sobre un importante paso del río en cuestión, interponiéndose entre este paso y la población cercana, Tacuatí, localizada a su espalda a dos kilómetros de distancia, donde se encontraba el centro de abastecimientos y una pista de aviación. (Ver croquis No. 1).

Sobre una parte del paso principal en el flanco oeste, fue instalado un grupo de ametralladoras pesadas sobre la misma orilla del río y más atrás, a unos trescientos metros aproximadamente, fue colocado un grupo de morteros, aprovechando las características del arma y la configuración del terreno. La segunda fracción fue instalada en el flanco este, bastante apartado, del otro lado del camino que conduce del paso del río a la población, en forma similar a la anterior, pero con un pelotón de ametralladoras pesadas y dos piezas de morteros con dotación completa más el telemetrista. El puesto de comando del escuadrón de Acompañamiento estaba ubicado en el centro, pero más atrás, en una casita a unos cien metros a orillas del citado camino, siendo defendido ese sector por una pieza de ametralladora pesada, hallándose en condiciones de accionar sobre ambos flancos en apoyo a los dos grupos; este P.C. contaba con teléfono de campaña.

La distribución tomada por el Comandante del Escuadrón de Acompañamiento era la más acertada para cualquier eventualidad, los dos comandantes de pelotones de ametralladoras pesadas y morteros se ubicaron sobre el paso principal en el flanco Oeste, en los puntos más importantes y peligrosos. Las posiciones del flanco Este, costado derecho, quedaron bajo el mando de un sargento antiguo y de otros graduados, pues estaban mejor ubicadas para el control directo por el Comandante del Escuadrón de Acompañamiento; además, estaban protegidas por importantes accidentes naturales, pues en ese lugar el río tenía orillas fangosas y esterales. Por otro lado, su flanco izquierdo al Oeste estaba protegido por las otras fracciones ya mencionadas, como asimismo se encontraban más cerca del Escuadrón de Reserva del Regimiento que estaba escalonado como para actuar tanto en la misma defensa como en la maniobra general, dado el caso.


 

CAPITULO VI

LAS INFORMACIONES SE FILTRAN HACIA EL ENEMIGO A TRAVES DE POBLADORES DE LA ZONA

La transposición del río Ypané al sur de Concepción por el enemigo fue facilitada por las permanentes informaciones que los mismos recibían de pobladores de la zona. A raíz de esto, y en procura de contrarrestar esa filtración de informes, se restringían al máximo las órdenes impartidas por los comandantes en las tropas pertenecientes al gobierno, entre otras, referentes a movimientos de tropas amigas, lo cual dificultaba sobremanera tomar enlace con unidades vecinas. Esta actitud, a pesar de las dificultades que ocasionaba, fue necesaria dado lo difícil que era mantener el secreto, porque los pobladores de la zona estuvieron relacionados por mucho tiempo con las fuerzas opositoras que ocuparon el lugar, siendo además vecinos del cuartel de la gran unidad enemiga, a la que se presentaban los ciudadanos para prestar su servicio militar.

La primera vez que las tropas amigas al Gobierno pasaron por el sector defendido por el Escuadrón de Acompañamiento durante el día, en su desplazamiento hacia el sector este para la mencionada maniobra general, fueron avistados por una pequeña patrulla de la línea defensiva de dicha sub-unidad, y luego por los centinelas, quienes señalaron la presencia de tropas desconocidas en el sector del gobierno, vestidos con uniforme verde olivo. De inmediato fueron tomadas las medidas correspondientes al caso, haciéndose las averiguaciones pertinentes mediante las cuales pudieron percatarse de que dichas tropas estaban constituidas por el numeroso contingente que se encontraba en la zona boscosa, ubicada al flanco oeste (izquierdo) de la unidad. Esta confusión se produjo al intentar ser mantenido en el máximo secreto la maniobra que se estaba efectuando, para evitar la propagación de informes hacia el enemigo, tal como ya había sucedido anteriormente.

Esta falta de informaciones precisas sobre los movimientos de tropas amigas en el sector del gobierno resultaba perjudicial, ya que al tomar enlace entre las mismas, se daba lugar a confusiones debido a que tanto las tropas opositoras como las del gobierno, vestían el mismo uniforme verde olivo, hablaban el mismo idioma, y eran de la misma raza. Esta dificultad de discernir entre tropas amigas y enemigas podría haber acarreado graves consecuencias, como en una ocasión en que la tropa a la que pertenecía el relator estuvo a punto de ser acribillada por otra de reservistas amigos, pero pertenecientes a otra unidad.

El riesgo de caer en confusiones hacía que se pasase por momentos muy desagradables, peores que los vividos en combates normales, ya que hay situaciones en las que no se sabe si abrir fuego contra tropas que se presentan sorpresivamente en momentos críticos, sabiendo que al pedir se identifiquen para evitar cometer tristes acciones masacrando a tropas amigas, se da así al enemigo la posibilidad de tomar la iniciativa. Ambas fuerzas contendientes se aprovecharon de situaciones similares en varias oportunidades.

Días después, las fuerzas adversarias cruzaron el río aprovechando el gran vacío dejado por las numerosas unidades del gobierno que recibieron orden de participar en la nueva maniobra que se estaba llevando a cabo; fue cuando el enemigo penetró por el flanco descubierto en el sector oeste, hasta alcanzar un lugar adecuado detrás de la primera línea defensiva del gobierno, pasando por el mismo camino por donde recientemente se habían trasladado las tropas pertenecientes a otra unidad amiga. Esto les fue posible gracias a las informaciones precisas que poseían tanto del terreno como de la situación de sus oponentes (Ver croquis No. 2).

Desde esa ventajosa ubicación, una parte de esas tropas opositoras que se habían infiltrado, se dirigió más hacia el Este para cortar la retirada de las tropas del gobierno que defendían la primera línea sobre el río, y al mismo tiempo evitar un contraataque por tropas gubernamentales desde el sector sur. Aprovechando la penumbra que antecede a la salida del sol (crepúsculo matutino) el enemigo cayó por sorpresa sobre los dos grupos de combate que defendían el sector oeste del mencionado paso.

 

 

En ese flanco semi-descubierto, se habían ubicado los dos comandantes de pelotones de acompañamiento con el objetivo de estudiar los problemas y tomar las decisiones adecuadas de acuerdo a la situación que se presentaba. Dichos oficiales enviaron pequeñas patrullas aunque a escasa distancia, debido al corto número de soldados disponibles, teniendo además en cuenta la necesidad de emplear centinelas, y a la dificultad que constituía la configuración boscosa del terreno para la defensa.

La seguridad de ese flanco oeste peligrosamente descubierto, estaba a cargo de un pelotón de fusileros del regimiento a que pertenecía el relator. Este pelotón posteriormente fue designado para cumplir otras misiones, sin que por ello el comandante dejara de enviar patrullas de reconocimiento a ese sector, las que tampoco tuvieron éxito, tanto por la configuración boscosa del lugar, como por su extensión.

Con la realización de la nueva maniobra general, que debía envolver al enemigo, se había cambiado sensiblemente el dispositivo defensivo debido al vacío dejado por las tropas que debieron abandonar el lugar para participar en la nueva operación. La solución de esa situación no estaba al alcance de los dos comandantes de pelotones de acompañamiento citados, quienes ya no podían conservar con la misma eficacia tanto la seguridad y vigilancia de su frente, como la de su flanco oeste semi- descubierto, complicándose aún más esto por la escasa información de que disponían sobre los movimientos de las tropas amigas, y por el tipo de armamento de que disponían.

Más adelante se verán las actitudes tomadas por los mencionados comandantes de pelotones de acompañamiento en esa crítica situación. Cabe recalcar que estos pasajes son mencionados por si pudieren servir de enseñanza táctica y útil a los jóvenes en general, y especialmente a los que se inician en el arte de la guerra, o a quienes por alguna razón les toque vivir una difícil situación semejante a la relatada y puedan obtener algún provecho de estas experiencias vividas.


 

CAPITULO VII

UNA TROPA BIEN DISCIPLINADA, INSTRUIDA Y CON ELEVADA MORAL PUEDE SOPORTAR Y REPONERSE A UN REVÉS

La sub-unidad de acompañamiento a que pertenecía el relator estaba sin lugar a dudas correctamente instalada en la defensa, pero, la configuración del terreno y otros factores que ya fueron mencionados le imposibilitaron desempeñarse con gran eficacia; además, en esta ocasión se pudo comprobar que cuando este tipo de sub-unidad, con su pesado armamento, es empleado en un frente muy amplio, no puede dejar de contar con la presencia de tropas con armas automáticas livianas en los lugares en donde éstas sean requeridas, ya sea para su propia protección o para una acción conjunta. Sin embargo, la sub- unidad a que aquí se hace referencia tuvo buena participación debido al buen dispositivo de defensa tomado por su comandante, a la excelente preparación de la tropa en la instrucción diaria, y especialmente a que pertenecía a una unidad que ya había tenido participación en combates anteriores. La fuerza moral adquirida de esta forma, permitía a la tropa desempeñarse con firmeza en momentos tan difíciles, demostrando destacada actuación a pesar de la desventajosa situación creada por el sorpresivo acorralamiento y ataque enemigo por el flanco descubierto.

Podría ser interesante seguir estos relatos corroborados por la presencia del relator, con el fin de ver cómo el soldado bien entrenado y con elevada moral pone en práctica la propia iniciativa en medio de peligros, sin olvidar en ningún momento el cumplimiento de su misión, procurando tenazmente encontrar una solución a cada paso sin perder la calma y el valor; tratando de actuar como si fuera en una práctica diaria, con el fin de tranquilizar con su ejemplo a los demás, y sobre todo conservar la serenidad suficiente para poder tomar las decisiones más adecuadas en cada situación.

La avalancha del ataque enemigo recayó inicialmente sobre la primera fracción de los dos pelotones del flanco oeste, que defendía el paso principal del río con dos ametralladoras pesadas y dos morteros, encontrándose en ese lugar los dos comandantes de pelotones, uno sobre el barranco del río y el otro a trescientos metros más atrás, ya que dicho paso era considerado el más importante y peligroso para la defensa del citado curso de agua (Ver croquis No. 3). La situación de los grupos se volvió crítica debido al cerco establecido por el enemigo durante la noche, consiguiendo escapar sin embargo ambos comandantes de pelotones, junto con algunos soldados, siendo muy oportuna la intervención de un sargento conscripto.

Al mismo tiempo, el enemigo había cortado la retirada hacia la retaguardia, aproximadamente a trescientos metros de distancia, instalándose sobre el camino que conduce del paso del río a la población cercana. De esta manera, el Cmdte. del Pelotón Mortero y ocho soldados volvieron a quedar acorralados por el adversario, aislados del otro grupo de mortero y de un pelotón de ametralladora pesada, ubicados hacia el oeste, de acuerdo al dispositivo inicial tomado, así como de las demás fuerzas amigas. Mientras tanto, el Sub-teniente Comandante del pelotón de Ametralladoras Pesadas, al procurar llegar hasta la otra fracción de la sub-unidad que se encontraba en el sector este, fue a chocar con las tropas enemigas que habían cortado el camino mencionado, cayendo prisionero. Felizmente, un sargento antiguo y algunos soldados, pertenecientes a la misma unidad, quienes se encontraban patrullando esa zona, se percataron de lo ocurrido, y sin pérdida de tiempo asaltaron al grupo que había capturado al sub-teniente, quien de esta forma pudo escapar aún maniatado en compañía de otros soldados, para luego reincorporarse a su propia unidad.

El relator, entonces Comandante del Pelotón Mortero, una vez escapado de la primera sorpresa enemiga, llegó al puesto de comando del Cmdte. de Escuadrón, ubicado más o menos doscientos metros a la retaguardia de la posición de las dos piezas de morteros. El Cmdte. del Escuadrón de Acompañamiento no se hallaba en el mencionado P.C. ya que había sido designado para cumplir otra misión sin perjuicio de la encomendada a su propia sub-unidad. El Cmdte. de pelotón mortero, tomó el teléfono de campaña informando con urgencia al escalón superior acerca de lo acontecido en el lugar, y al mismo tiempo comunicando que una fuerte columna adversaria se dirigía por el flanco oeste hacia la retaguardia de las tropas amigas; en ese momento fueron presionados el relator y los soldados que lo acompañaban, por tropas enemigas que se encontraban hacia la retaguardia, en la orilla del bosque a escasa distancia del puesto de comando; entonces, el relator se vió obligado a cortar la comunicación y a dirigirse hacia el curso del río, seguido de los pocos soldados que mientras tanto se habían mantenido vigilando en el lugar, aproximándose de esta manera a un puesto de combate donde se encontraban cuatro soldados, con una pieza de .A.P. ubicado en un matorral a orillas del río, cubriendo el paso del enemigo instalado a su frente en la costa opuesta. Este desplazamiento hacia el río se explica porque no se podía intentar ir hacia la retaguardia, ya que en esa dirección accionaba el enemigo, cortando el camino de repliegue, siendo ese lugar donde, como posteriormente se enteró el relator, había caído prisionero el Comandante del pelotón de Ametralladoras Pesadas.

En esa situación, el comandante del pelotón de Morteros y algunos hombres que escaparon del primer cerco, se encontraron nuevamente acorralados por los cuatro costados. El problema se les presentaba algo difícil ya que no disponían de armas automáticas livianas para contrarrestar la acción enemiga, ya sea contraatacando o fijando al adversario en ese lugar, a fin de impedir su avance; además, el tiempo corría en contra de los cercados, y cada minuto que pasaba favorecía al enemigo; por lo tanto, se tenían que buscar urgentemente lugares más débiles en el cerco adversario para intentar romperlo y alcanzar así la otra fracción del pelotón mortero y un pelotón de ametralladora pesada ubicado hacia el este, lugar de donde aún no se oían disparos.


 

INICIATIVA Y VALOR OBSERVADOS EN DOS JÓVENES SOLDADOS MENSAJEROS EN MOMENTOS CRÍTICOS DEL COMBATE

Sin pérdida de tiempo, el relator envió a un soldado muy joven pero inteligente y con experiencia en combate, con la orden expresa de desplazarse fuera del camino paralelo al mismo a fin de cruzar el cerco enemigo, que cortaba la retirada del grupo, con el objeto de informar de lo sucedido al pelotón de Ametralladora Pesada y al grupo de morteros que se encontraba fuera del cerco, y transmitir la orden de que el otro grupo de mortero del mismo pelotón con sus dos piezas con dotación completa de granadas más el telemetrista, se replegara por el mismo flanco este para buscar tomar enlace con las tropas amigas escalonadas hacia atrás y hacia el este. Además, el mismo mensajero debía comunicar que otra fuerte columna enemiga, se dirigía por el flanco oeste hacia la retaguardia del centro de abastecimiento, y por último debía acompañar y guiar al pelotón de ametralladoras pesadas instalado en la misma zona del grupo de morteros en el flanco este de manera que accionase inmediatamente contra la espalda del enemigo, que mantenía acorralados al comandante de pelotón mortero y sus ocho soldados.

El primero de los estafetas se alejó rápidamente en la dirección indicada por su comandante de pelotón, marchando con decisión, fuera de la vista del grupo con la consigna de salir del cerco por cualquier lugar. Pero a apenas cinco minutos de marcha fue recibido por disparos, intentando entonces salir más hacia su izquierda, donde también recibió fuego, sufriendo un rasguño de bala y faltando poco para que lo tomaran prisionero, lo que hubiera ocurrido si no fuese por el terreno cubierto de malezas y arbustos, mediante el cual el estafeta pudo escapar de nuevo, algo cansado pero firme en su andar. Inmediatamente regresó a su grupo para informar de lo acontecido, pues lo que había observado era muy importante: la ' ubicación de armas automáticas y un posible lugar por donde se podría intentar cruzar. Como había mucha confusión y el terreno era bastante cubierto no se sabía con certeza si se trataba de tropas amigas o enemigas aquellas con las que se estaba chocando, ya que vestían el mismo uniforme verde olivo y si se les hablaba responderían que eran tropas amigas, e inclusive podrían usar prisioneros como señuelos para engañar.

Entonces, el relator y su grupo se dirigieron más hacia el este sabiendo que es generalmente en el camino o en las inmediaciones del mismo por donde se cubre la retirada del adversario. Seguidamente, el teniente ordenó al joven soldado mensajero que cruzara el cerco por el lugar que había encontrado más favorable y llegara a destino lo más pronto posible, indicándole que el resto del grupo intentaría también llegar al mismo destino por cualquier lugar, partiendo el mencionado soldado de inmediato a cumplir la orden.

No era conveniente emplear más soldados en misiones individuales, debido a que se tenía que presionar en el lugar donde había más posibilidades de romper el cerco; sin embargo, en este caso se encontró importante lanzar otro soldado por la orilla del estero, porque ese terreno favorecía el flanqueo del enemigo, intentando de esta forma cumplir la misión encomendada al primer mensajero; con este fin se ofreció voluntariamente otro soldado del grupo alegando conocer muy bien el lugar. Este joven, buen patrullero, muy valiente e hijo del campo, luego de dejar su bolsa de víveres, se adelantó al grupo en la nueva dirección indicada por la orilla del estero cerca del río viéndoselo de inmediato desplazarse como un zorro. Aproximadamente a los tres minutos se escucharon disparos en la dirección tomada por el mensajero, acelerando entonces la marcha del grupo hacia esa dirección donde encontraron un terreno despejado y fangoso, obligando nuevamente el cambio de dirección de marcha.

Se decidió entonces seguir la dirección indicada por el primer aguerrido mensajero, quien, tanto podía haber logrado salir del cerco, como haber caído por el camino. Allí se dirigió el teniente con su pequeño grupo con el objeto de presionar sobre aquel lugar que aparecía con mayores posibilidades para el paso. Luego de tres minutos de marcha hacia la nueva dirección, el soldado que exploraba a poca distancia delante del grupo señalo con una mano un matorral ubicado en terreno elevado cerca del viejo camino, donde pudieron ser observados soldados presumiblemente enemigos, con quienes se tuvo un inmediato intercambio de disparos (Ver croquis No. 4). El oficial continuó más hacia el este, con una parte del grupo ordenando a los tiradores que inmediatamente los siguieran. El relator y sus acompañantes avanzaron sin dificultad hasta encontrarse con un grupo de hombres al frente de los cuales se podía ver avanzar al valiente mensajero que había sido enviado en esa dirección, guiando al otro pelotón de ametralladoras pesadas tal como lo había ordenado el Comandante del Pelotón mortero cuando aún estaban acorralados. El cuarto hombre de los compañeros que le seguían, apodado “Curepí”, venía abrazando una ametralladora pesada lista para disparar, seguido de otras piezas de la misma arma con su dotación completa, comandados por un Sargento antiguo que marchaba con ellos.

Mientras tanto, el otro estafeta que se había ofrecido voluntariamente en un momento muy difícil, cuando el grupo se encontraba dentro del cerco enemigo que parecía infranqueable, se había marchado decidido en procura del cumplimiento de su misión individual, logrando con audacia y valor eludir la vigilancia del enemigo, penetrando aún más en el estero, hasta que finalmente el valiente soldado mensajero, cansado y embarrado por el cruce del estero, llegó junto al comandante del otro grupo de mortero, a quien le transmitió la orden de desplazarse por el este con su dotación completa, más el telemetrista, hasta encontrar la reserva del regimiento. Dicho grupo cumplió con todo lo indicado, llegando a destino y uniéndose al escuadrón de reserva ubicado hacia la retaguardia. Posteriormente, el valiente soldado junto con el grupo de morteros, continuó realizando otras nuevas misiones hasta el fin de la contienda. (Ver croquis No. 5).

A pesar del cansancio por el rápido desplazamiento y la pesada carga que traían, los recién llegados estaban decididos a entrar en acción. Apenas sucedido el encuentro, el comandante del pelotón mortero ordenó entrar en batería, y las piezas ocuparon posiciones en las inmediaciones del lugar contestando de inmediato al fuego del enemigo que minutos antes tenía cercado al grupo en cuestión, tomándolo por la espalda (Ver croquis No. 5). El relator ordenó a una de las piezas de ametralladoras pesadas que cambiara de posición para ubicarse cerca del lugar donde estaba el oficial, que ofrecía más seguridad; pero los soldados que accionaban aquella pieza, enloquecidos por el duelo, parecían estar sordos pues continuaban disparando sin miedo y sin detenerse bajo el nutrido fuego enemigo, llenos de ansias de acallar a las piezas adversarias. Durante un intervalo de disparos, el oficial insistió, y finalmente los tiradores se instalaron en el sitio indicado, colocando sobre el barranco su arma, para después continuar disparando en colaboración con las demás piezas bajo el mando del mencionado sargento antiguo.

De esta manera, el Cmdte. de Pelotón Mortero, con la audaz intervención del pelotón de ametralladoras pesadas bajo el comando de un Sargento antiguo, instaló la primera línea de contención, pudiendo cortar el avance de una pinza lanzada por el enemigo por el flanco este, por donde posteriormente se facilitó el repliegue de otras tropas pertenecientes al gobierno .(Ver croquis No. 6).


 

 

 

 

CAPITULO VIII

SORPRESIVO ENCUENTRO CON TROPAS RESERVISTAS, UNIFORMADAS DE VERDE OLIVO

Una vez afianzada la improvisada línea de contención y repelido el fuego enemigo con el pelotón de A.P., el relator dejó dicha posición a cargo del Sargento antiguo que la comandaba con la orden de defenderla, reforzándola además con tres de los soldados que habían salido con el teniente del cerco. Seguidamente, el oficial se dirigió con los cuatro soldados restantes de los ocho que inicialmente habían escapado hacia el flanco oeste, dirección desde la cual se escuchaban fuertes combates aproximadamente a trescientos metros, a fin de enterarse de lo que pasaba en ese sector, como asimismo tomar enlace con algunas autoridades e informarse de la situación general, buscando coordinar esfuerzos para detener y rechazar la penetración enemiga.

Luego de avanzar aproximadamente doscientos metros, fueron sorprendidos por tropas de reservistas desconocidas y uniformadas de verde olivo, quienes apuntaron sus armas sobre el oficial y sus hombres desde unos ochenta metros de distancia, exigiendo identificación en voz alta a los que se aproximaban. El relator y los cuatro soldados, a pesar de la sorpresa que les causaba la presencia de gente desconocida, continuaron su camino sin detenerse un instante buscando ganar tiempo, como asimismo evitar que los que les intimaban abriesen fuego, haciendo señas como si fuesen amigos e invitándoles que avanzaran hacia ellos, gritándoles al mismo tiempo: “Aquí están nuestras tropas amigas . Notando que esa confusión y desconfianza podrían tener consecuencias funestas, el Comandante de Pelotón buscaba a cada paso como accionar en esa situación en la que eran ya prácticamente prisioneros. Con ese fin, cuando llegaban frente a un terreno bajo y semi-cubierto, el Comandante dijo a los que le seguían que una vez alcanzada dicha depresión abrieran fuego sobre los extraños y se desplazaran inmediatamente por la izquierda. Afortunadamente, uno de los soldados del grupo del teniente, reconoció a un camarada que pertenecía a su misma unidad, y que se encontraba entre los desconocidos, notándose que no estaba prisionero dado que adoptaba la misma actitud que ellos, al apuntar también su arma. Inmediatamente el soldado que avanzaba con el teniente llamó al otro en voz alta por su nombre, reconociéndose mutuamente y avisando a los reservistas que aquellas tropas que avanzaban hacia ellos pertenecían a una unidad amiga. Con esta probable identificación, el relator y su grupo avanzaron con más tranquilidad, aunque con ciertas dudas, sabiendo que los que apuntaban sus armas no eran soldados conscriptos aunque vestían uniformes verde-olivo. Y ni aún después de haber llegado junto a ellos, dejaron de ser apuntados por los desconocidos, en especial por aquellos que se encontraban cubiertos entre las malezas.

Cuando finalmente pudieron identificarse mutuamente, el jefe de los reservistas explicó al relator lo que había sucedido a la sub-unidad a la que pertenecía. La mencionada tropa había sido emboscada por el adversario en el mismo lugar por donde el Comandante de Pelotón y sus cuatro hombres habían aparecido. Esto ocurrió cuando la sub-unidad de reservistas se dirigía para desalojar al enemigo que había penetrado en el dispositivo defensivo de las tropas amigas que cubrían el paso del río. Continuó diciendo el enérgico y destacado hombre del grupo de reservistas, quien probablemente era el segundo comandante de esas tropas, que debido a la urgente necesidad de contraatacar, el comandante de la sub-unidad se había puesto a la cabeza de sus hombres, marchando decididamente a cumplir la misión, pero como el terreno en la zona era irregular y cubierto de malezas, había caído en una emboscada tendida por el enemigo, perfecto conocedor del terreno y de la situación de las tropas amigas. Seguidamente, el teniente explicó al segundo de los reservistas que en el momento de los acontecimientos, él y su grupo se encontraban aún dentro del cerco enemigo, presionando para salir, y agregó que los disparos que acababan de escuchar provenían de piezas del pelotón de ametralladoras pesadas instaladas recientemente como primera línea de contención a espaldas del enemigo.


FORMACIÓN DE OTRA IMPROVISADA POSICIÓN DEFENSIVA CON TROPAS RESERVISTAS

El relator comprendió el estado de ánimo del grupo de reservistas, cuyo comandante, según fue informado, había caído prisionero. En esa situación, el oficial intentó levantar el espíritu de los combatientes, instándoles a no magnificar lo que les había ocurrido, acercándose al destacado caballero segundo jefe de los reservistas para explicarle la necesidad de actuar inmediatamente con el fin de formar una línea defensiva en ese mismo lugar, ya que el terreno era favorable y estaban a poca distancia del flanco oeste de la primera línea provisoria formada por el pelotón de ametralladoras pesadas, indicando al mismo tiempo que debería tomar inmediato enlace con dicha primera línea.

El segundo jefe de los reservistas se mostró muy accesible y dispuesto a colaborar con energía en esos momentos inciertos, aunque su gente se hallaba aún desconcertada. Seguidamente, el teniente pidió al caballero que lo acompañara porque el grupo de reservistas no le conocía y por ello no le podían obedecer. De esa manera hicieron ocupar hombre por hombre la improvisada posición para la defensa, la cual apenas concluida recibió la primera fuerte embestida del enemigo. Llovían balas en la zona, pero ese excelente grupo de reservistas reaccionó favorablemente, y con mucho valor rechazó los ataques enemigos que se sucedían cada vez con más furia, acompañados de intensos bombardeos de morteros, cuyas explosiones se diseminaban sobre el lugar. El comandante de pelotón mortero alentó en ese momento muy difícil en voz alta a estos valientes hombres que con bizarría defendían su posición sin ceder en ningún momento. Mientras, el pelotón de ametralladoras pesadas, desde su posición al Este, abría intenso fuego sobre los atacantes.

Una vez consolidada esta posición, el oficial expresó al jefe de los reservistas la necesidad de dirigirse acompañado por su estafeta a observar qué pasaba aproximadamente a doscientos metros en el flanco oeste, donde se estaba combatiendo furiosamente desde el comienzo del día, y procurar tomar enlace personal con las tropas amigas de ese sector para enterarles de la situación, como también para conocer si la retaguardia se encontraba protegida, pues el relator había visto a primeras horas de la mañana desde su instalación de combate sobre el paso del río en el flanco oeste, a una gran columna enemiga que se dirigía hacia la retaguardia del centro de abastecimiento de las tropas amigas, acontecimiento del que ya había informado inmediatamente por teléfono al P.C. del regimiento.

En vista de su necesidad de desplazarse, el teniente dijo al valiente caballero jefe de los reservistas, cuyo nombre y jerarquía desconocía, que continuara defendiendo ese lugar, insistiendo en que el enemigo no rompería la línea defensiva ya que la ubicación era buena y las piezas de ametralladoras pesadas ubicadas en la posición del flanco este batían al adversario con precisión, cooperando para frenar la progresión de su ataque. También indicó al jefe de los reservistas que su grupo debía tomar enlace con el pelotón de ametralladoras pesadas del sector este, decidiendo además dejar en la posición para cooperar, a los últimos tres soldados que habían logrado escapar con él del primer cerco enemigo.

En ese mismo momento, el enemigo atacó de nuevo la posición, y el segundo jefe de los reservistas aconsejó al teniente que esperara unos minutos más antes de dirigirse hacia los combates en el sector oeste, dado que en ese momento arreciaba nuevamente el ataque enemigo sobre la misma posición donde se encontraban. En vista de la violencia del ataque, el oficial recorrió la improvisada línea y alentó en voz alta a los soldados que la defendían, hasta que finalmente tuvo que tenderse detrás de un pequeño montículo de tierra a escasos metros de su interlocutor y del valiente conscripto que era su estafeta, quien ya se hallaba disparando a sus anchas contra los atacantes como en todas las oportunidades.

Una vez disminuida la fuerza del ataque, el teniente relator, acompañado por el estafeta, inició su desplazamiento para dar cumplimiento a su cometido, intentando salir por atrás de la línea, encontrando su camino bloqueado por un espeso matorral de caraguatás. Entonces, no hubo otra salida, teniendo en cuenta la urgencia del caso, sino cruzar un lugar descubierto y fangoso batido fuertemente por el fuego enemigo proveniente de dos frentes, uno que estaba delante de la posición de los reservistas y otro, formado por las tropas adversarias que estaban presionando desde hacía horas contra las posiciones amigas del flanco oeste. Como debían alcanzar urgentemente estas posiciones en donde se estaban defendiendo firmemente, y verificar la situación de la retaguardia, el oficial dijo a su estafeta que cruzara a la carrera el terreno descubierto; el soldado, sin aguardar otras indicaciones, avanzó con rapidez y decisión, y el relator, para alentar a los defensores de la nueva posición, cruzó en forma tranquila el espacio descubierto; recordando y deseando poner en práctica en esos difíciles momentos lo que había oído relatar en varias oportunidades a algunos ex-combatientes de la guerra del Chaco, quienes decían haber visto muchas veces a sus comandantes cuyos nombres citaban, cruzar los lugares más peligrosos al paso y con mucha serenidad, como si no hubiese peligro, mientras daban a sus soldados la orden de que lo hicieran a la carrera y agazapados. También contaban que esas acciones tenían influencias muy efectivas sobre la moral de los soldados, en especial en los momentos críticos del combate.

Podría pensarse en una casual coincidencia, pero lo cierto es que algunos de los personajes cuyas relevantes actuaciones en la guerra del Chaco el relator había oído nombrar, se hallaban en esos momentos comandando las tropas que combatían en aquella zona.



CAPÍTULO IX

ENCUENTRO CON OTRO GRUPO DE RESERVISTAS QUE SE DIRIGIA HACIA EL CENTRO DE LA POBLACION EN BUSCA DE MUNICIONES

Cuando el relator y su estafeta se aproximaban a la línea defensiva ubicada más al oeste, donde se combatía fuertemente, se encontraron con un grupo de reservistas comandado por un enérgico caballero, que se dirigía hacia el centro de la población cercana a la línea defensiva donde se encontraba el centro de aprovisionamiento. El teniente y el jefe de los reservistas se detuvieron y conversaron muy brevemente, debido al escaso tiempo disponible, aprovechando entonces el relator para averiguar la situación en ese sector, a lo que el desconocido respondió que no había problemas pero que se les estaban acabando los proyectiles, indagando a su vez el relator cerca de la ubicación del depósito de municiones. El oficial contestó que no conocía esa zona, debido a que su escuadrón había pasado por ese lugar cuando se dirigían a cubrir el río. Seguidamente el relator preguntó al desconocido si éste sabía algo sobre la situación en el flanco oeste y en la retaguardia, a lo cual su interlocutor respondió que no sabía nada, tal vez para conservar el secreto, ya que la duda cundía por todas partes. Entonces el oficial relator dijo a su interlocutor que pusiese sobre aviso a su comandante que estaba combatiendo en la primera línea cercana, de manera que el mismo destine algunas fracciones de tropa para cubrir el flanco oeste y la retaguardia, dado que el relator había observado a primeras horas de la mañana una fuerte columna enemiga avanzando por el oeste hacia la retaguardia del centro de aprovisionamiento ubicado en la población, agregando además que el ataque frontal del enemigo a las tropas amigas era para fijarla en ese frente, de manera que no pudiesen ser empleadas en otra parte, pero sin duda que si la defensa cedía, la instrucción táctica enseña que tenía que romperla, ocuparla y estar en condiciones de proseguir su avance según la orden recibida.

Seguidamente, ambos avanzaron hacia el centro del poblado; el caballero caminaba por el medio de la calle sin considerar que la misma era una pendiente limpia, y estaba fuertemente batida por el enemigo, cuyo fuego procedía de dos direcciones a trescientos metros de distancia aproximadamente; viendo esto, el oficial le recomendó que siguiera a sus compañeros por la costa del alambrado. De esta manera iban observando y reconociendo la zona para ver si encontraban tropas amigas y en caso contrario buscar una salida a la difícil situación.

Se podía notar que las calles en los alrededores estaban desiertas, pudiéndose sin embargo observar en el extremo sures-te de la población a dos hombres que cruzaron rápidamente la calle en dirección este, abriendo fuego con sus revólveres, lo cual llamaba bastante la atención ya que no se podían distinguir movimientos ni se oían otros disparos provenientes de ese sector. Mientras tanto, el valiente caballero seguido de ocho hombres más o menos, dio la orden de regresar a su línea de combate, hablando con mucha energía para infundir valor y tranquilidad a la tropa, avisando al mismo tiempo al relator de que volvería a su línea para informar a su jefe que el sector estaba sin protección y comunicarle la idea de defensa que el relator le había explicado con anterioridad. Sin embargo, una vez de regreso, respondió el caballero al teniente con un “No” expresado en forma lacónica.

Lo primero que pasó por la mente del Cmdte. del pelotón mortero fue que el jefe de su interlocutor era un militar más antiguo a quien se le habría asignado una misión específica, debiéndose a ello el hecho de que el caballero no lo había invitado a entrevistarse con su jefe; por otro lado, debido al recelo y la desconfianza que se manifestaba en ese momento, se guardaba estricto secreto sobre los movimientos de las tropas y sobre la misión a cumplir; por ello, el relator no preguntó al caballero su nombre ni el de su unidad, buscando evitar caer en imprudencias en momentos críticos.

Seguidamente, el caballero y sus hombres se dirigieron al otro costado de la calle, donde se encontraban dos casas pegadas una a la otra. Apenas hubieron entrado en una de ellas, cuando su jefe volvió a salir llamando al relator y preguntándole si podría desarmar una ametralladora pesada Vicker, a lo cual el oficial respondió afirmativamente, pero sin embargo indicando al mismo tiempo que sería conveniente formar un reducto para la defensa de la zona. Su interlocutor contestó que no consideraba posible instalar esa defensa por falta de tropas, y que lo mejor sería desarmar y enterrar el arma en una zanja o esconderla con el fin de evitar que caiga en poder del enemigo, pudiendo la misma ser recuperada posteriormente en cuanto lleguen las tropas amigas. Esto dio que pensar al relator dado que no se sabía hasta cuando la improvisada posición defensiva del sector este podría resistir la presión enemiga, mientras que el flanco oeste y la retaguardia al sur de la posición se encontraban al descubierto, y además, de las tropas que combatían en la cercana línea del frente no se podían sacar hombres para cubrir aquellas urgentes necesidades.


LA COLUMNA ENEMIGA QUE AVANZABA POR EL FLANCO OESTE INICIA SU PENETRACIÓN POR LA RETAGUARDIA

En esa situación, el relator dijo a su estafeta que regresarían a sus recién instaladas posiciones de combate del sector este, para procurar tomar alguna nueva actitud. En ese momento, observaron que un soldado salía de una casa que quedaba en el extremo sur de la población y sin pérdida de tiempo se dirigieron hacia el lugar, aunque con cautela a pesar de que el mismo aparentaba estar vacío. Ya antes de llegar pudieron identificar al soldado que salía de la casa como el estafeta de la comandancia de la unidad, un soldado muy correcto, estudiante, a quien el relator inmediatamente preguntó acerca de su comandante de regimiento y otras tropas. El estafeta respondió que sólo él se encontraba allí cuidando de la oficina del P.C., pues el comandante había salido días atrás para participar en la gran maniobra envolvente por el este. A pesar del incierto tiempo disponible, el relator invitó al dinámico caballero y a sus soldados a entrar, entregándoles algunas botellas de bebidas y otros enlatados, pero cuando el encargado de la oficina dijo que si se llevaban esos artículos, a él le esperaba un castigo, a lo cual el oficial respondió que en ese momento estaban acorralados y probable-mente muy próximos a caer prisioneros, y por lo tanto debían llevar todo lo que pudiesen.

Al oír esa conversación, el caballero, jefe de los reservistas, con toda cortesía recogió lo que había sido entregado a sus soldados, poniéndolo nuevamente en su lugar. Mientras el estafeta del relator aprovechaba la oportunidad para llenar su bolsa de víveres, ya que conocía la situación real; y mientras su comandante procuraba informarse de lo que pasaba en la zona, él se aprovisionaba. Luego, el Cmdte. del Pelotón Mortero destapó una botella de caña e invitó con ella a los visitantes, quienes aceptaron.

Pero el tiempo pasaba y entonces el oficial preguntó al encargado de la oficina si dónde se encontraba el depósito de municiones, a lo que el interpelado respondió que estaba ubicado a dos cuadras del lugar en dirección oeste, recibiendo entonces la orden de indicar al caballero y a los reservistas. Seguidamente, el estafeta y su jefe fueron a observar alrededor de la casa, comprobando que no habían otras tropas ni posiciones amigas en la zona, cuando súbitamente escucharon disparos de pistolas y fusiles en dirección oeste, hacia donde había marcha-do hace apenas dos minutos el grupo de reservistas guiados por su jefe. No sabiendo lo que pasaba, el relator supuso que aquel grupo había chocado con el enemigo; en ese mismo instante, el estafeta del oficial se arrodilló diciendo “Allá están”, pero acompañando su aviso con un disparo de su arma. Eran las tropas enemigas que llegaban por el sur a una distancia menor de cien metros. Al reconocerlas y comprobar su gran número, el oficial ordenó al estafeta que dejara de disparar y que le siguiera, tratando de regresar a la primera línea de contención formada por el pelotón A.P. en el sector este, encontrando a escasa distancia unas viejas posiciones individuales y una zanja de comunicación en la cual se metieron, pudiendo observar que muy cerca de allí tanto por el oeste como por el sur se infiltraba el enemigo.

Al detenerse un momento para observar, el joven estafeta volvió a disparar esta vez contra las tropas adversarias que avanzaban hacia la retaguardia de la línea amiga, de donde había salido el grupo de reservistas en busca de municiones. Sin duda que un sólo tirador podía causar poco efecto, pero al mencionar esta actitud, se quiere resaltar el valor de este soldado en un momento muy difícil, viendo como mantiene en alto su espíritu guerrero.

Cuando el oficial y el estafeta vieron que se cortaba su dirección de marcha, tuvieron que desviar hacia el este. En esas circunstancias el relator dijo al valiente soldado que era necesario que al menos uno de los dos llegase hasta sus dos posiciones provisorias de combate, para poder avisar que el enemigo ya se encontraba a sus espaldas e indicar que debían dejar hombres para cubrir la retirada de las piezas de ametralladoras pesadas con el fin de replegarse por el sector este hasta alcanzar a la reserva de la unidad, ya que el número del enemigo era muy superior, y muy pronto recibirían también ataques por la espalda.

Sin embargo, el teniente y su estafeta no tuvieron tiempo de llegar a las mencionadas posiciones porque grupos de enemigos penetraron por el flanco oeste y por la retaguardia de la línea amiga del sector oeste, quedando el relator y su estafeta nuevamente acorralados. Cabe recordar que otra orden similar proveniente del relator ya había sido transmitida por otros estafetas apenas seis horas atrás cuando despuntaba el sol antes de salir del primer cerco enemigo, con el fin de que el segundo grupo de morteros con su dotación completa se replegara hacia la retaguardia, y el pelotón de ametralladoras pesadas presionara por la espalda al enemigo que tenía acorralados al mencionado oficial y a ocho soldados. Felizmente, en aquel momento así se había procedido con éxito.


EL GRUPO DE RESERVISTAS BAJO EL MANDO DE SU DINÁMICO JEFE, ENCONTRANDO OCUPADO POR EL ENEMIGO EL DEPÓSITO DE MUNICIONES, LO ASALTA

Después de transcurrido mucho tiempo, y ya terminada la contienda civil, el oficial relator se enteró de las peripecias pasadas por el grupo de reservistas bajo el mando del valiente caballero que había demostrado su arrojo en aquella dura lucha, horas atrás combatiendo en su línea defensiva, y horas después en busca de proyectiles para continuar el combate.

Había ocurrido que apenas el mencionado grupo hubo salido del P.C. del comandante de regimiento, fue emboscado por tropas enemigas que ya estaban ocupando ese sector. Sin embargo, los reservistas avanzaban alerta porque ya presentían la presencia del enemigo, y al llegar al depósito de municiones y ver que estaba ocupado por el adversario lo asaltaron sin pérdida de tiempo en medio de fuertes intercambios de disparos, llegando a pesar de todo al depósito, donde recibieron de inmediato más fuego proveniente de otro lugar, cayendo entonces herido el activo y bravo jefe del grupo de reservistas, quien fue capturado y llevado prisionero.

Estos acontecimientos forman parte de una versión suministrada por gente que estuvo en el lugar durante esos momentos. Se señala que el relator y su estafeta, aunque estuvieron a escasa distancia del lugar de los hechos, y minutos antes habían estado junto con el caballero en el P.C. del regimiento, no pudieron ver esa acción, debido a que también fueron acosados por los mismos enemigos que atacaban al grupo de reservistas, siendo nuevamente acorralados.

Finalizada la contienda, y ya encontrándose en Asunción, el relator se enteró de que aquel valiente caballero era de Para- guarí y su apellido Talavera.

La situación se agravaba, el camino para intentar alcanzar las dos improvisadas posiciones del este estaba cortado; en ese momento el oficial y su estafeta observaron que a poca distancia hacia el sector este se encontraba una casita semi-caída rodeada de malezas, hacia la cual se dirigieron empujados por el enemigo, y casi ya mezclados con ellos. Ya una vez dentro de la casita, aprovecharon sus viejas paredes de adobe, ya convertidas en escombros, como abrigo para observar alrededor. Las tropas enemigas irrumpían en las calles y las casas; el oficial le dijo al tranquilo estafeta que dejara de disparar, ya que el mismo, aunque aún adolescente, en ningún momento conoció el miedo ni tampoco dejó de utilizar su fusil. Cuando el enemigo pasaba cerca del lugar donde ambos se habían refugiado el relator dijo a su joven soldado: “Quien puede saber quién es quién, con el mismo uniforme todos somos soldados” y, aprovechando la confusión del momento, salieron del improvisado abrigo y se dirigieron con aparente tranquilidad hacia el este sin que nadie se apercibiera de nada. Después de caminar aproximadamente trescientos metros, ya entre arbustos que les cubrían observaron a algunos soldados de su propia unidad, que habían quedado en la improvisada posición de reservistas como refuerzos en el sector este que también se habían replegado. Cuando los alcanzaron, el relator fue informado que dicha línea no sólo recibía fuego por el frente, sino que también aparecieron enemigos por la espalda, viéndose obligados entonces a replegarse por el este.


 

CAPITULO X

LA FE Y EL SOLDADO

Cuando el teniente alcanzó a la fracción de tropa de su unidad que también se estaba replegando, organizó su desplazamiento, enviando adelante a dos exploradores y marchando a ciento cincuenta metros fuera del camino, .paralelamente al mismo y con dirección sudeste. Aproximadamente a un kilómetro más adelante, el grupo encontró en el bosque una casa de pulcro aspecto, y al adelantarse dos soldados a explorarla, encontraron un galpón grande de paja, con una casita pegada al lado este con la puerta cerrada.

El grupo bajo el mando del relator entró en el galpón previa inspección de los alrededores, buscando refugio contra el desagradable clima, además de un breve descanso, puesto que había pasado el mediodía y ya antes del amanecer se había iniciado la desigual batalla contra la sorpresiva infiltración del enemigo en las posiciones.

Una vez dentro del galpón, encontraron una enorme olla de mandioca recién salida del fuego, produciendo el justificado regocijo de los soldados, quienes estaban deseosos de probar alimento. Comunicaron este hecho al oficial, preguntándole si podían comer, y el mismo, acercándose a ellos observó y les dijo que cada uno tomara un pedazo; entonces, el estafeta preguntó si podía llevar un segundo trozo, a lo que el oficial accedió, resultando que era con el fin de invitarle.

Cuando se preparaban nuevamente para salir, observaron que sobre una mesita cercana a la pared descansaba la imagen de la virgen madre a quien los dueños de casa habían dejado una vela encendida. Acercándose a su alrededor, el grupo la contempló durante un momento, agradeciéndole por haber salido ilesos de tantas dificultades, y por la feliz acogida que encontraron en esa casa llena de paz. En ese momento los combatientes se sintieron asombrados por el cambio radical que experimentaron en tan corto tiempo, y fortalecidos por ese oasis de paz encontrado en el momento menos esperado, salieron a reunirse en pleno bosque, para estudiar la actitud que deberían tomar.

Sin duda, permanecían alertas contra cualquier otra sorpresa enemiga, y por otro lado esperaban encontrar a las tropas amigas que suponían se habían desplazado hacia esa dirección. Sabían que en cualquier momento podían encontrar cortado el camino, así como que en breve se haría sentir la persecución del enemigo procurando darles alcance. Sin embargo, luego de encontrar el acogedor hogar, gracias a la fé, se renovaron las esperanzas de que la suerte pronto cambiara.


SORPRESIVO REENCUENTRO CON TROPAS AMIGAS

Luego de la breve reunión del Cmdte. del Pelotón Mortero con los soldados que le acompañaban, y ya fuera de la casa que les brindara tanta paz y tranquilidad, el grupo continuó marchando hacia el sur en busca de tropas amigas, desplazándose fuera del camino con cierta cautela, aun sabiendo que los patrulleros, acostumbrados a moverse por el bosque ejercían su labor de seguridad con mucha eficacia.

Después de una larga marcha, fueron percibidos indicios de actividad, lo que hacía probable la presencia de tropas. De inmediato el grupo adoptó las precauciones del caso, dado que se ignoraba a qué bando esas tropas pertenecerían, y existía el riesgo de caer prisioneros, hecho aún menos deseable luego de la fuerte lucha sostenida poco antes contra un enemigo varias veces superior en número.

Como los ruidos provenían del sector ubicado al suroeste de la dirección de marcha, los exploradores cruzaron el camino y luego volvieron a desplazarse paralelamente al mismo. De pronto, uno de ellos se detuvo, señalando una superficie de bosque talado (cocueré) que se extendía en forma transversal a su dirección de marcha. Acercándose más, el grupo pudo observar la presencia de tres hombres no identificados, uniformados de verde olivo, arrancando naranjas de las plantas. Al no poder distinguir quienes eran, y ante la duda, el oficial avanzó seguido por su grupo, llegando Sorpresivamente hasta cerca de los des-conocidos, dirigiéndose a ellos como si fueran tropas amigas, acercándose inmediatamente todo el grupo al lugar. Afortunadamente la sorpresa fue grata, ya que se trataba de componentes de la misma unidad y al reconocerlos, los recién llegados se acoplaron prontamente a la agradable tarea en que sus camaradas estaban abocados.

El teniente preguntó a los soldados referente a su comandante y a sus compañeros, siendo informado que los mismos estaban construyendo posiciones a orillas del bosque. Luego, dejando a su grupo en ese lugar para que continuaran disfrutando de la deliciosa fruta, el oficial se dirigió hacia el lugar seña-lado, donde encontró que se estaban cavando hoyos individuales, y siendo guiado junto al comandante.

Después de los saludos, se iniciaron las preguntas y conjeturas; el teniente relator, después de informar detenidamente a su interlocutor de lo que pudiera interesarle, preguntó sobre su Comandante de Regimiento, siendo informado de que el mismo estaba organizando la defensa de ese sector junto con el Comandante del Escuadrón de acompañamiento. Seguidamente, el oficial recién llegado se presentó a los dos comandantes, informándoles de lo ocurrido hasta entonces. Por otro lado, el relator ya estaba enterado de las acciones del Comandante de Regimiento, puesto que había sido informado de lo ocurrido por un soldado a quien habían encontrado en la retirada, y que le había referido de que el comandante de Regimiento junto con su grupo de mando, al cual el citado conscripto pertenecía, había atacado el primer cerco enemigo utilizando inclusive granadas de mano, siendo rechazado, pero pudiendo finalmente replegarse y escapar también al segundo cerco para unirse a la tropa de reserva que venía avanzando hacia la zona de combate, instalándose posteriormente en ese lugar en posición defensiva con su escuadrón de reserva, para intentar cortar el avance enemigo. (Ver croquis No. 7).

Poco después, el relator encontró a su pelotón preparando posiciones e instalando su grupo de morteros, y grande fue entonces la satisfacción experimentada al ver a casi la totalidad dle los hombres del pelotón reunidos alrededor de las piezas y listos para entrar en acción. Inmediatamente, el Teniente recibió la orden de controlar los elementos de tiro y adelantar observadores para iniciar el tiro de preparación. La operación fue rápida, ya que era bien conocida la ubicación de las posiciones amigas, y además el terreno por el cual debía avanzar y desplegarse el enemigo había sido recorrido y explorado por el grupo que sólo algunos minutos atrás había regresado bajo el mando del relator.(Ver croquis No. 8).

A pesar de la superioridad numérica del atacante en ese lugar, agravado por el hecho de que los otros dos escuadrones del regimiento se encontraban ausentes cumpliendo otra misión en la preparación de la maniobra envolvente en lugares muy apartados de su unidad, sobre el ya mencionado río, el avance enemigo fue cortado luego de recios combates que se prolongaron desde la tarde, durante toda la noche, hasta el día siguiente, gracias a la influencia del Comandante de Regimiento y los Comandantes de Escuadrón de Acompañamiento y Escuadrón de Fusileros, siendo este último un valiente oficial ex-comba- tiente de la guerra del Chaco.

Al día siguiente por la noche, en medio de un clima adverso en que no cesaban la lluvia y el frío, el pelotón mortero fue enviado para cubrir el flanco oeste de la nueva posición de la sub-unidad reforzada por donde parecía desbordar el enemigo, quedando el grupo de morteros con la dotación necesaria para continuar la acción defensiva en el mismo lugar. El resto del pelotón mortero, bajo el mando de su comandante se instaló en un lugar bien escogido de antemano por los Cmdtes. superiores, aunque fuertemente batido por las armas enemigas debido a que se encontraba en un terreno alto. Además de las balas, la lluvia y el frío, ya también el estómago se hacía sentir en ese momento puesto que los soldados habían pasado dos días y dos noches sin probar bocado. Aproximadamente a las dos de la madrugada, al inspeccionar la posición de combate del pelotón, el teniente comprobó el alto espíritu que mantenían los soldados, quienes más bien transmitían tranquilidad por su estoicismo y valor.

La noche se tornaba larga, más aún por la vigilia soportada por los jóvenes soldados. Y buscando encontrar cómo paliar esta incómoda situación, el oficial recordó que tenía guardada una lata de carne conservada (300 gramos aproximadamente). Sin embargo, enseguida percibió el inconveniente de que los estoicos soldados estaban en su misma situación al querer también complacer los reclamos del estómago; recordando que en estos casos un jefe no sólo debe dar el ejemplo, sino que debe procurar encontrar la forma de ayudar a sus mandados, el relator tuvo que abrir la lata y distribuir personalmente una parte de su contenido a cada uno. El problema se volvió más complicado de lo que se pensaba, pues los soldados eran aproximadamente veinte, y de esa forma fallando por primera vez el refrán que dice: “El que reparte queda con la mejor parte”, pues los últimos apenas ya probaron el alimento, pero a pesar de no haberle alcanzado, el oficial se sintió satisfecho y agradecido con el Señor por el noble gesto que pudo cumplir, aunque de ésto a solucionar el problema del hambre de sus soldados, había aún un largo trecho.

El hambre no venía solo, también estaban el cansancio, el sueño, la lluvia y las balas, factores que parecían unirse para golpear tanto el espíritu de los soldados como la posición de defensa. Por otro lado, es muy interesante observar el valor de los soldados en momentos difíciles como éste, que constituye una de las formas por las que se pueden comprender los elogios al estoicismo de la raza guaraní.

Así transcurría la noche, y casi vencido por el sueño y la herida que aún no sanaba, el oficial comunicó al sargento conscripto que reposaría por unos minutos, instruyéndole que dado el caso le avisara rápidamente, así como también que cada media hora relevara al centinela para evitar que éste durmiese en su puesto facilitando así una sorpresa.

Cuando el teniente se preparó para acostarse detrás de unas malezas, el sargento conscripto le dijo que tenía un hoyo individual, lugar que el relator aceptó, pues era un abrigo seguro aunque fuertemente batido por el enemigo. Con algunas ramas de árboles fue cubierto el barro del fondo del hoyo; sin embargo, el agua de lluvia pronto llenaba la zanja, pero ésta de todas maneras, ayudaba mucho, pues daba cobertura contra los elementos más bravos: el viento y las balas. El oficial se tapó con el poncho que a pesar de estar empapado le protegía contra el viento, encomendándose al Señor, porque a pesar de los fuertes inconvenientes quedó dormido por espacio de media hora, para turnarse luego con el sargento.

Cuando lo despertaron, volvió a sentir la serenata de disparos que continuaba con fuerza, aunque comprendió que no era más que para mantener a los soldados despiertos, evitando que se arrojasen en brazos de Morfeo por demasiado tiempo. Cuando llegó el día, las tropas amigas comenzaron a presionar sobre ambos flancos del enemigo, consiguiendo retomar nuevamente las posiciones en la costa del río.


 

CAPITULO XI

TRAVESIA DEL RIO QUE SEPARA AMBAS FUERZAS

Una vez recuperada la posición sobre el río después de duros combates, las distintas unidades fueron reagrupadas sobre la orilla sur tomando un breve descanso mientras los mandos superiores realizaban sus planes de operación.

Una tarde, las tropas recibieron la orden de operación, la que posteriormente causó admiración, especialmente entre los oficiales jóvenes la forma rápida y precisa de su ejecución. La operación consistía en la travesía del río por una fuerza aproximada de ocho mil hombres. Cada unidad se desplazaría a una hora oportuna hasta un lugar preestablecido, y se prepararía para el cruce del curso de agua a viva fuerza si el caso así lo requería. Tan detallada fue la preparación de la operación, y tan precisa su ejecución, que, a pesar del corto tiempo empleado, de la falta de caminos y del terreno variado y boscoso, ninguna unidad se retardó ni sufrió inconveniente alguno. De esta manera, al despuntar el alba, casi la totalidad de las mismas ya estuvo del otro lado sin disparar un solo cartucho. (Ver croquis No. 9).

El cruce fue realizado en un lugar que facilitaría la continuación de la operación dirigida contra el centro de operaciones enemigo. Una vez en la margen opuesta, las unidades avanzaron abriéndose en abanico, cabiéndole al regimiento a que pertenecía el relator hacerlo por el centro, sin encontrar inicialmente ninguna resistencia.

Luego de un día entero de marcha, cuando esta unidad se preparaba para pernoctar en una línea de alturas cubierta en parte por bosques, percibieron que aproximadamente a seiscientos metros al frente y en otra línea de alturas se encontraba el enemigo. Sin embargo, la noche transcurrió con mucha tranquilidad, compensando en parte el cansancio de la larga caminata y del peso de los materiales, siendo además reconfortados por el efecto moral ejercido por la presencia del numeroso contingente que cruzaba el curso de agua con rumbo a la ciudad norteña ya no lejana.

Al día siguiente fueron llevadas a cabo algunas presiones sobre el enemigo para ver la capacidad de defensa presentada por el mismo, y por la noche fue realizada una operación nocturna con buen resultado.

Posteriormente, el avance continuó hacia el norte, en medio de violentos combates en los cuales se registraron algunas pérdidas en la unidad. El Rgto. presionó decididamente bajo el mando de su Comandante quien ya contaba con todos sus elementos, lo que facilitaba su progresión, la cual continuó hasta que la unidad se instaló nuevamente sobre otra línea de alturas ubicada frente a un bosque ocupado por el enemigo.

Desde esta nueva posición fueron observadas numerosas tropas enemigas que se desplazaban hacia el flanco este de la misma; este hecho fue comunicado al escalón superior, siendo posteriormente constatado que el adversario estaba gestando una maniobra desbordante por dicho flanco, la cual fue rechazada oportunamente.

A pesar de que como escuela sería muy interesante recordar estos hechos más detalladamente, para no salir de la línea inicialmente trazada para este escrito, sólo nos remitiremos a hablar sobre acontecimientos relevantes para el pelotón al que pertenecía el relator, con el fin de transmitir algunas experiencias a los que aún no han participado en un combate real.


 

NUEVAS GRANADAS DE MORTERO SON EXPERIMENTADAS

Un hecho que vale la pena recordar fue lo ocurrido al pelotón de morteros que operaba muy apartado de las vías de comunicación y bajo lluvias torrenciales. Fue la oportunidad en que el Regimiento a que pertenecía el relator, recibió un lote de granadas de mortero, cuyas características aún eran desconocidas por la unidad, ya que no venían acompañadas por el correspondiente catálogo, suponiendo entonces que era una granada común, sin ningún dispositivo novedoso ni complicado. El artefacto estaba contenido en gruesos tubos de plástico y colocados en embalajes de varillas de madera con tres granadas cada uno. Grande fue la euforia al poder contar con un gran stock del precioso material en el momento necesario y lugar tan apartado, así como al ver la buena presentación de las granadas, lo que despertaba confianza en su eficacia.

Como se había mencionado, no acompañaba al material ningún catálogo pero sin embargo no había mucha diferencia con las granadas francesas que normalmente eran usadas. Los integrantes del pelotón mortero comenzaron a desembalar los artefactos para poner en prueba su funcionamiento, y grande fue la sorpresa del relator, cuando fue disparada una de las nuevas granadas, no produciendo inexplicablemente la esperada explosión a pesar de haberle sacado lo que debía ser el seguro. Lo mismo ocurrió con la segunda granada disparada. Cuando después de otro minucioso examen del artefacto, el grupo se preparaba para efectuar un tercer disparo, pudieron observar que en la punta de la ojiva se encontraba una pequeña tapa circular de aluminio con eje horizontal que producía un pequeño movimiento de balanceo, particularidad novedosa para los componentes del pelotón. En vista de que ya habían sido lanzadas

dos de las nuevas granadas sin resultado satisfactorio, ya no quisieron desperdiciar tan preciosos artefactos, y pensaron que podía existir un segundo seguro que muy bien podía estar constituido por la extraña tapa de la ojiva.

Tan importante stock de un material indispensable en ese momento y en ese lugar, no podía ser desaprovechado, teniendo en cuenta que el avance de la unidad era rápido por terreno carente de caminos y en época lluviosa, no pudiéndose por ello contar con el oportuno apoyo de la artillería. Debido a ésto, el grupo se abocó a efectuar nueva inspección, decidiéndose finalmente sacar la tapa circular de aluminio de la punta de la ojiva, encontrando que esto podía ser hecho empujando la punta del eje horizontal con un objeto punzante y luego estirando dicho eje por el otro extremo.

Evidentemente la operación entrañaba un gran riesgo, ya que dicho componente podía también ser el percutor, y si una vez libre, el mismo era impelido por un resorte, la granada podía explotar. Por otro lado, quien ejecutase esta tarea debería hacerlo apartado del grupo por más de treinta metros, metiéndose en una zanja o colocándose detrás de un abrigo, para cuidar la integridad física del resto del pelotón en caso de que la granada explotase en las manos de quien hubiese sido depositario de la responsabilidad. Entonces surgió el interrogante de si quién debía desarmar el artefacto, ya que no se contaba con el armero en esa emergencia.

El comandante de pelotón podía designar a la persona que llevaría a cabo la peligrosa tarea, pero analizando la situación, consideró que si la granada explotaba en manos de uno de sus soldados, la moral y la confianza del comandante ante el pelotón quedarían muy disminuidas; además el oficial tenía mayor conocimiento sobre el manejo y el empleo de la granada, por lo que el mismo creyó oportuno asumir personalmente ese riesgo, aunque comprendía muy bien que su baja en caso de resultado negativo constituiría mayor golpe al pelotón, tanto por su preparación personal para la guerra, como por la desmoralización que ocasionaría a su tropa.

Una vez tomada la decisión después de estos análisis, el oficial nombró como su reemplazante al Sargento conscripto por si el caso lo requiriese; así, se alejó del grupo llevando la granada, ubicándose a unos cincuenta metros detrás de un hormiguero. Utilizó la punta de un pequeño cuchillo para empujar el eje de la tapa circular de la ojiva, logrando desplazarla, pero sin poder extraerla con las uñas. En ese caso, alejar el artefacto en lo que permitían los brazos, o girar la cabeza para no apeligrar la vista daba exactamente igual, ya que el peligro sería el mismo; entonces, el oficial decidió estirarlo con los dientes, manejando el mencionado eje con mucho cuidado. Seguidamente, volcó la granada con la ojiva hacia abajo, dejando caer así el aluminio circular con una púa en el centro, lo que constituía el percutor, el cual podía haber disparado al ser liberado del eje si hubiese existido un resorte dentro de la ojiva, quedando a la vista dentro de la ojiva el fulminato de mercurio que debía producir la explosión. A continuación, el relator llevó la granada para enseñarla a los componentes de su pelotón, instruyéndoles para que en ninguna oportunidad intenten desarmar el percutor. Posteriormente, armó de nuevo la granada, ubicándose para el efecto en el mismo abrigo, pesar de que en un primer momento pensó en enterrarla.

Seguidamente, se probó esa misma granada, la que explotó normalmente. La causa de las fallas anteriores pudo haber sido que, habiendo caído la granada en un bosque, en su descenso se haya golpeado contra la rama de un árbol, que la hizo rebotar sin accionar el percutor o alguna otra causa desconocida. Mediante esa experiencia, se usó la nueva granada con más conocimiento y confianza, asegurando la efectividad del gran stock que se había recibido en momentos próximos a un combate.



CAPITULO XII

RIESGOSA MANIOBRA DEL ADVERSARIO OBLIGA A LAS FUERZAS DEL GOBIERNO A REGRESAR APRESURADAMENTE A ASUNCION, CUANDO YA TENIAN A LA VISTA LA CIUDAD DE CONCEPCION

Cuando las fuerzas del gobierno se aprestaban a lanzar su ataque final sobre la ciudad del Norte, el enemigo adoptó una actitud muy riesgosa pero provechosa para sus fines, aunque sólo inicialmente, ya que de cualquier forma esa operación tuvo un desenlace desfavorable después de haber alcanzado la capital, perseguidos por las fuerzas del gobierno, que avanzaban desde el norte con todos sus pertrechos de guerra y con mucha fuerza moral. Esta, reforzada por el conocimiento de una proyectada férrea resistencia impuesta por los defensores de la ciudad de Asunción y de Campo Grande.

La mayoría de las unidades de las fuerzas del gobierno habían traspuesto el río Ypané, y cuando estaban ya casi sobre Concepción, escucharon por la noche intensos disparos de artillería en la dirección de la desembocadura de este río en el Paraguay. Sin saberlo aún con certeza, el grupo a que pertenecía el relator estimó que las tropas enemigas habían escapado a la presión, embarcándose en los barcos disponibles.

Cuando llegó la noticia de que el enemigo había abandonado Concepción y forzado el paso de la desembocadura del río Ypané (Puerto Yvapobó) con algunas dificultades, dirigiéndose posteriormente rumbo a Asunción, todas las unidades amigas, sin pérdida de tiempo dieron media vuelta y siguieron el mismo rumbo del adversario, continuando la persecución, pero con la diferencia de que el enemigo viajaba descansado en barcos, mientras las fuerzas gubernamentales marchaban a pie con todos sus pertrechos de guerra a cuestas.

Al cruzar la pasarela sobre el río Ypané, durante el regreso, la tropa recibió ración individual, siendo ésta la última hasta alcanzar de nuevo Campo Grande. Dicha ración consistía en galletas y carne conservada que fueron cargadas en las bolsas de víveres sin mucho cuidado inicialmente, ya que los soldados aún estaban satisfechos por haber recibido poco antes abundante alimento. Pero a medida que se desandaba lo andado, la situación se alteraba, pues el peso de los materiales transportados parecía multiplicarse, mientras que, por el contrario, la ración de hierro sufría una rápida disminución tanto en peso como en volumen. Ambos factores incidían cada vez más fuertemente; el primero sobre los hombros de los soldados y el segundo sobre el estómago de todos.

Después de aproximadamente cinco días de marcha, las tropas amigas ya iban perdiendo la cuenta del tiempo, absorbidas por los kilómetros y kilómetros de camino devorado, y haciéndose sentir el abrumador peso de la carga aún más que la caminata. Los hombros de los soldados se ampollaban y sangraban, especialmente los de los tiradores, quienes debían transportar por más tiempo sus pesadas cargas, sabiendo que algunas partes de las piezas pesan más de veinte kilos y no están hechas precisamente de algodón sino de frío acero, constituyendo incómodas cargas con algunos bordes filosos y otros de dorso puntiagudo como los azadones de la placa base.

Después de cumplir otras jornadas de marcha, la unidad a que pertenecía el relator realizó un descanso en un hermoso campo sobre la margen izquierda del Río Paraguay, desde donde se podía observar a corta distancia una casa de material junto a otra de paja, la que a juzgar por el corral de animales adyacente debía ser un establo. Más de mil soldados se encontraban acampados en la zona sin un sólo animal para faenar; y a pesar de que las tropas eran disciplinadas y sabían soportar las penurias, la necesidad del rancho se hacía sentir. Sin embargo hay que considerar que no faltaba el tradicional tereré, pues el río corría a doscientos metros del campamento y la yerba no escaseaba, lo cual reconfortaba en cierto grado esa precaria situación.

Poco después de una hora de iniciado el descanso, el estafeta del relator se acercó sonriendo, diciendo que había conseguido algo para comer, y dicho ésto sacó de su bolsa de víveres tres pedazos de quince centímetros de cecina seca asada y un “caburé”, una especie de chipa asada sobre carbón, pero hecha de “typyraty” o gabazo de mandioca. Ambos se sentaron a saborear el improvisado menú y seguidamente el oficial ofreció al joven soldado dos tiras de la cecina, a lo que el mismo respondió que también tenía dos trozos, mostrándoselos y comentando que los había conseguido hacía días; al mismo tiempo, ofrecía a su Cmdte. la chipa que había preparado, quien a su vez la partió y entregó a su estafeta para que disfrutara de tan apetitoso “manjar”.

Este pasaje no se describe como una hazaña, sino para exaltar las virtudes del soldado paraguayo en la guerra, al demostrar que son hombres estoicos, que sufren en silencio, pero que en el combate son muy valientes.

Al cabo de media hora se acercó al relator un soldado nativo de su misma ciudad, con quien eran amigos de infancia, saludándose calurosamente. El recién llegado era reservista y se había alistado voluntariamente para defender la causa del partido; pertenecía a otra unidad y había participado ya en muchos combates, y también hacía ya meses que había partido de la tierra chica rumbo a esta zona de lucha. El oficial le preguntó acerca de su provisión de víveres, a lo que su interlocutor contestó: “I po’í la piola”, pues su regimiento igualmente hacía varios días que había recibido por última vez la ración de hierro al cruzar el río Ypané. De pronto, sin más protocolos, el recién llegado ofreció tereré al relator, provocando gran hilaridad entre ambos, tanto por la euforia del encuentro como por la insólita invitación.

Afortunadamente el oficial había comido uno sólo de los pedazos de cecina, restándole aún dos, con los cuales invitó al dilecto amigo quien los aceptó con agrado. Después el relator llamó a su estafeta para que preparase el infaltable tereré, pero antes, el joven soldado relató con euforia como “fabricó” el chipá, hecho que por cierto resultó bastante simpático. Resulta que el joven soldado había ido al corral de los animales para pescar algo, y mirando el galpón vacío, que ni paredes tenía, pisó sobre algo duro en el suelo, cubierto de desperdicios secos de animales, encontrando una porción de typyraty.

La recogió y la puso en el bolsillo, yendo posteriormente a preparar el fuego. Mientras éste se avivaba, raspó el alimento hallado con un cuchillo y lo lavó bien, pues agua no faltaba, luego lo curubicó en un plato y lo amasó, preparando así la chipa criolla sin contar con ningún ingrediente y la cocinó con mucho fuego y más cuidado, por si “aves de rapiña” llegasen a visitar el lugar prohibido.


CAPITULO XIII

CHATA REFLOTADA PROPORCIONA BREVE DESCANSO A LAS TROPAS QUE REGRESAN DE CONCEPCION

Varias embarcaciones fueron hundidas por el enemigo al comprobar que no iban a ser utilizadas, para evitar que cayesen en manos de las fuerzas del gobierno. Una gran chata cargada de tablas fue encontrada posteriormente por las fuerzas amigas, quienes sin pérdida de tiempo iniciaron los trabajos para reflotar la embarcación, lo cual fue conseguido después de muchos esfuerzos, aunque con gran éxito, ya que poco después pudo navegar aguas abajo, remolcada por varios botes dotados de motor. Esta embarcación precedía a otros grupos integrados por algunos botes estirados por otro al que colocaban motor, algunos de los cuales eran obtenidos en la zona, y otros transportados al lugar por avión.

Muy grata fue la sorpresa cuando apareció un remolcador que había escapado de la flota adversaria metiéndose en un riacho en la región occidental y mimetizándose muy bien para no ser descubierto. Una vez que el adversario hubo pasado, la audaz embarcación salió de su escondite, presentándose a las fuerzas del gobierno en el momento más apremiante, y constituyéndose para las mismas en digno descendiente del héroe de los lanchones de la guerra del 70. Dicha nave tuvo un valiosísimo aporte, al remolcar a la enorme chata, que después de unos días dio alcance a las unidades que realizaban marcha forzada hacia Asunción, subiendo a bordo de dicha embarcación más de mil hombres que inclusive tuvieron que viajar de pie por falta de espacio para sentarse, pues la gran carga de tablas que inicialmente llevaba no pudo ser descargada por la urgencia del tiempo. El gran peso transportado hacía que el nivel del agua llegase hasta el borde mismo del barco, bastando una oleada para que el río lo inundase. Sin embargo, los soldados embarcados viajaban muy tranquilos, sobre todo debido al descanso que les brindaba este transporte después de tan larga marcha con pesada carga.

Los responsables de esta expedición obraron con mucho acierto al utilizar al máximo de su rendimiento al remolcador y a las demás embarcaciones, que realizaron innumerables viajes de ida y vuelta. El trecho recorrido a bordo permitió al contingente, del que también formaba parte el relator, descansar de los muchos kilómetros de caminos andados con el enorme peso de materiales bélicos de los que no podían desprenderse, puesto que traían al hombro armas automáticas, piezas de morteros, granadas, municiones y otros. A pesar de que fueron desembarcados aún muy lejos de Asunción, la marcha se reinició con mucha moral, tanto por el descanso recibido, como por acortar su pesado y largo trayecto a pie.

La unidad marchaba en columna de a uno a ambos lados del camino sin excesiva celeridad debido al peso de las armas y a los hematomas que se habían formado en los hombros de los soldados, a pesar de que existía la posibilidad de que el enemigo tomara la ciudad de un momento a otro; se sabía que los defensores de Asunción esperaban la pronta llegada de las unidades amigas provenientes del norte. La radio de Asunción describía la situación y alentaba la marcha, y al observar la numerosa columna que se dirigía hacia la ciudad, el espíritu se fortalecía, más aún cuando se pensaba en la proximidad del propio cuartel, donde estaban los caballos y los campos de deportes donde siempre se habían llevado a cabo justas deportivas entre las diversas unidades, estrechando así el espíritu de cuerpo. También se pensaba en la ciudad, donde se encontraban familiares y amigos, con quienes seguramente ya muy pronto se encontrarían reunidos.

La monotonía de la marcha era rota esporádicamente por aviones que sobrevolaban la columna, distribuyendo bombas como ramilletes de flores por la llegada, las que felizmente explotaban fuera del camino sin causar pérdidas, por lo menos próximas al lugar en donde el relator se encontraba. Algunos a quienes sobraban energías para disparar y ánimo para distraerse, emplazaban sus armas y abrían fuego; sin embargo, casi nadie se molestaba en hacerlo, cansados de caminar y disparar, evitando gastar inútilmente proyectiles y ensuciar sus armas. Por lo demás, los mencionados vuelos eran bastante altos y esporádicos.


TRAVESÍA DEL ÚLTIMO CURSO DE AGUA ANTES DE LLEGAR A ASUNCIÓN

Hubo un descanso mientras la vanguardia abría paso sobre el Río Salado, fuertemente defendido por numerosas armas automáticas. El río estaba muy crecido y salía de su cauce natural, pareciendo un obstáculo infranqueable. Sin embargo, en esos lugares la caballería frecuentemente hacía ejercicios y simulacros de combate, de manera que casi todos conocían a la perfección la zona. Así es que por la noche, pequeñas fracciones de tropas cruzaron el curso de agua aprovechando un alambrado semi-caído que se encontraba en el estero, encaramándose a él de a uno, transportando armas livianas, se infiltraron en el dispositivo de defensa del adversario, despejando el camino y facilitando el pasaje del río ya muy cerca de Asunción.

La última escala antes de llegar a la capital fue la ciudad de Limpio, a donde la unidad llegó cerca de la media noche, preparándose para pernoctar en los alrededores de dicha localidad, pues ya habían marchado bastante, y los soldados estaban agotados y con los hombros sangrando por el transporte de las pesadas armas, granadas y proyectiles.

El pelotón mortero se ubicó en un matorral al borde del camino, y cuando su comandante apenas Había extendido su poncho debajo de un yuasy-y, fue buscado por un soldado imaginaria, encargado de velar por el sueño de sus compañeros, quien transmitió la orden de continuar la marcha. Reiniciarla constituyó entonces una tarea muy pesada, debido a las constantes marchas durante largos días con escasas horas de sueño y con armas pesadas y municiones al nombro, las que constituían sus inseparables compañeras de viaje, pesando más de veinte kilos y teniendo formas poco adaptables a los hombros y espaldas.

Solamente después de haber vivido estos álgidos momentos se puede apreciar en toda magnitud el sacrificio de un soldado y valorar su regia figura, propia de la raza, al ver que cumple estoicamente con su deber sin dar muestras de descontento, ni revelar jamás en sus rostros señales de cansancio ni menos aún de cobardía. Mismo conociendo la fatiga y las heridas que supuraban bajo el efecto de la incómoda carga, había que despertar a los soldados, y como si no fuese más que una marcha normal, volverles a señalar la dirección a seguir; pero a pesar del sacrificio, estos jóvenes, con chistes y buen humor, encendían una nueva chispa que les permitía afirmar una vez más a sus espaldas el pesado equipo, y en poco tiempo ya se encontraban desplazándose rumbo al nuevo objetivo que muchas veces parecía convertirse en ciudad andariega; como en este caso, Campo Grande.

Antes de amanecer, el Regimiento llegó al viejo Cuartel de Campo Grande (D.C.1) con mucha alegría el sentirse nuevamente en casa, cerca de los amigos tan necesarios para alternar esos momentos. Entonces todo parecía que estaba bien, y a pesar de que no dejaba de llegar hasta ellos la música de las ametralladoras y otras armas livianas, con sus tableteos de tonos bajos y agudos; no se sentían molestos, probablemente debido a la felicidad de regresar a los lugares acostumbrados con los trabajos cotidianos y los mismos ruidos, llegando con la misma alborada que anuncia el nuevo amanecer, se divisaba la estampa del viejo cuartel.

Al alcanzar Km. 9 (del Ferrocarril Central del Paraguay) en la esquina del Cuartel General de la División de Caballería, el relator avanzó hacia una arboleda precediendo a su tropa, y grande fue su sorpresa al distinguir una gran fogata, y al mismo tiempo alguien que desde allí se aproximaba, a quien sólo después de acercarse reconoció como a un camarada que no veía en mucho tiempo, y con quien se estrecharon efusivamente las manos. Hubo gran satisfacción entre las unidades que llegaban tanto por el reencuentro como por las curiosidades de todo tipo que debían ser comentadas. Ya Había surgido el rico aroma del añorado mate cocido proveniente de los tachos suspendidos sobre grandes fogatas, e inmediatamente la tropa recién llegada se dirigió a los recipientes, sedientos del calor del fuego y el sabor de un rico cocido caliente, que ya hacía muchos días se había dejado de probar.

El correcto colega del recién llegado del Norte se adelantó, tomó un jarro, y sin consultar previamente a la viva llama que abrazaba al tacho, lo llenó y se lo pasó al relator, quien lo aceptó agradecido probando después de largos días el añorado y sabroso té de los paraguayos, siendo este inclusive el primer plato caliente que recibían después de un largo tiempo.

Era notorio el bullicio de tanta gente que rodeaba las fogatas naciendo chistes y comentando travesuras, sumándose a todo esto la alegría al ingresar poco después al cuartel, sonriendo tal como lo hacen aquellas personas que vuelven al hogar luego de muchos años.

Los recién llegados se abrieron paso nacía sus dormitorios, al recibir la orden para un descanso realmente merecido luego de 400 kilómetros de caminata. Lo primero que se hizo fue guardar los materiales de guerra en sus lugares; luego, sin más rodeos, los soldados se metieron en sus cuadras para reposar con gusto, pudiéndose notar que al instante se entregaron a un profundo sueño, a pesar del intenso tiroteo escuchado a menos de cuatrocientos metros de los cuarteles. Cabe resaltar que hasta entonces, un valiente comandante, mayor de caballería, se encargó de realizar la defensa del cuartel, la que con mucho valor fue mantenida hasta la llegada de las otras unidades desde Concepción.


ÚLTIMAS ACCIONES DE LA UNIDAD AL SUR DE ASUNCIÓN

Apenas habían conciliado el sueño, cuando aproximadamente a las 9 horas a.m., el relator fue despertado por su secretario, quien le informó que lo necesitaba un mayor de caballería. El teniente fue a recibirlo, siendo tratado con mucha camaradería, e informado por el mayor de que el mismo estaba a cargo de la defensa del sector, y de lo mucho que habían luchado para mantener sin claudicaciones ese verdadero baluarte de la caballería, conformando una muralla viva de jinetes y reservistas a lo largo y ancho de los mencionados cuarteles, no cediendo un paso en ningún momento a pesar de su aislamiento. Seguidamente, el mencionado mayor pidió al teniente la colaboración de su pelotón mortero, para despejar la obstrucción del camino de aprovisionamiento, pues el enemigo no permitía el paso de los camiones, encontrándose los-sitiados ya cortos de provisiones.

Antes de media hora, el pelotón mortero consiguió satisfacer el reciente pedido del mayor, quien agradeció al oficial por la rapidez con que se había operado para despejar aquella dificultad presentada desde hacía tiempo atrás. Así, se normalizó de nuevo el transporte de autovehículos entre la capital y el Cuartel de Campo Grande.

Un revés tenido por las fuerzas del gobierno en una localidad vecina al suroeste de la Capital (Fernando de la Mora) había obligado a la unidad del relator a desplazarse hacia dicho sector esa misma noche, llegando al sitio por la mañana. Después de un enlace personal, el-Cmdte. de Regimiento realizó un estudio sobre el terreno, poniendo de inmediato en acción su plan, que consistía en presionar al enemigo por el sector sur de la ciudad con dos sub-unidades en primer escalón y otra en reserva. El ataque se realizó con el eficiente apoyo del pelotón mortero del relator, lográndose avanzar para el mediodía en dirección a San Lorenzo sin mayores pérdidas. Desde allí se avanzó rápidamente sobre Guarambaré, de donde el enemigo se alejó hacia Villeta y luego Formosa (Argentina) perseguido por otras unidades.

Desde Guarambaré, el Regimiento a que pertenecía el relator regresó a su cuartel de Campo Grande en camiones, habiendo cumplido de esta forma con su deber de manera disciplinada y correcta, llegando a la sede de la Gran Unidad (D.C. 1) de Campo Grande para descansar.

No se pretendió aquí -cabe señalar finalmente- relatar los combates ni detallar otros acontecimientos, ya que la revolución de 1947 fue una lucha entre conciudadanos, por lo que no hay razón para hablar de hazañas o derrotas, sino sólo extraer algunas enseñanzas que podrían ser de utilidad para quienes no tuvieron oportunidad de asistir a una lucha armada o para quienes siguen la carrera de las armas.


 

 

CONCLUSIÓN

Durante el transcurso de los años 56 al 61, el Comandante de la Primera División de Caballería puso todo el empeño para encender el patriotismo y velar por las buenas costumbres de sus conciudadanos tanto en la Gran Unidad como en muchas otras partes del país en donde la Caballería tenía fuerte influencia por constituirse cuando entonces en la masa más grande de hombres armados.

El Comandante de esta gran unidad admiraba entonces el espíritu de trabajo, la corrección y el patriotismo de su jefe principal, porque con los pocos medios con que se contaba, se construían caminos y escuelas, se expandía la empresa aérea y la flota mercante, la agricultura y la ganadería mejoraban y las reparticiones públicas atendían con eficiencia para beneficio de los usuarios y contribuyentes. Además, la moral del pueblo mejoraba y, en general, el país se desarrollaba correcta y gradualmente.

Viendo estos progresos y admirando el espíritu patriótico con que el país era conducido, el Comandante de Caballería, además de disciplinar y mejorar la instrucción, convertía a la institución en un gran centro de trabajo, industrializándola para que al cabo de un tiempo no largo, pudiese llegar a autoabastecerse, dejando así de constituirse en una carga para las arcas del Estado. Para estos fines fueron desplegados grandes esfuerzos, contribuyendo con el gobierno y con el país.

En cierto momento crítico, cuando la situación política se desestabilizaba y parecía inminente un cambio en la misma, el Comandante de la División de Caballería, por su propia iniciativa y sin mediar otras personas, convencido como estaba de la obra patriótica del gobierno, asumió una gran responsabilidad personal en circunstancias en que muy pocos se atrevían a pronunciarse a favor, ya sea por el temor o por la duda; volcando de esta manera la balanza hacia el gobierno.

El Comandante cuidaba mucho de su moral en todos los órdenes. Jamás apresó ni maltrató a un sólo ciudadano, nunca arreó ganado vacuno de contrabando hacia la frontera, ni tampoco efectuó depredación alguna contra los bosques vírgenes fronterizos para enviar ilegalmente los rollos de madera que constituyen la invalorable riqueza forestal del país. Jamás se apropió de terrenos a cargo del I.B.R. para venderlos a extranjeros. En cambio, procedió de manera diametralmente opuesta; luchó decididamente para que nadie en ese período realizara ningún tipo de comercio ilícito ni violara los mandatos de la Constitución, manteniendo siempre el respeto a la dignidad humana y haciendo respetar las leyes sin temor alguno a las amenazas recibidas como consecuencia de dar cabal cumplimiento a su deber.

Obrar de manera conservadora en la defensa de la justicia y la honestidad fue algo que jamás pasó por su mente, pues nunca tuvo miedo de perder su carrera en defensa de esos nobles ideales, y por estas razones erigía su moral con fuerza suficiente para ejercer a plenitud su mando.

Las tensiones creadas a consecuencia de la lucha contra el comercio ilícito iban en rápido aumento, y en un momento dado el Comandante de Caballería tuvo que presentarse para ser cuestionado por un grupo de seis personas, por el hecho de reprimir y desbaratar el contrabando. En esa oportunidad, expresó con firmeza y sinceridad su punto de vista, diciendo que los jóvenes y correctos Jefes y Oficiales miraban con poca simpatía y hasta con desprecio al detestable vicio del contrabando. Por otro lado estaba convencido de que si el mismo continuaba, a corto plazo la economía nacional quedaría destruida, lo cual se hacía evidente al ver las miles de cabezas de ganado llevadas hacia la frontera seca con la intención de ser pasadas al Brasil, además de la perpetración de otros numerosos delitos. Y por si esto fuera poco, a través de estas deplorables acciones también se atentaba contra la moral del pueblo, trayendo aparejada la corrupción moral del mismo y de sus instituciones.

En los últimos tiempos del período en cuestión, comenzaron a ser tomadas extrañas actitudes, presentándose a veces algunas personas ante el propio Comandante, ofreciéndole con toda astucia grandes ganancias en dinero a condición de permitir el paso libre al comercio ilícito, o inclusive a veces insinuando una participación directa en el mismo. Se puede comprobar que durante el mando de este Comandante de División, correspondiente a los años 56 al 61, tal como se espera de un jefe correcto y patriota, jamás se permitió que se cometiesen semejantes actos contra la fé pública.

En esa época, el Comandante insistió en que debían ser desenmascarados y sancionados los promotores de los referidos actos ilícitos, por razones muy obvias; pero en vista de que su prédica no tuvo eco favorable, pudo verse obligado a tomar otra actitud más radical, sabiendo que no accedería bajo ningún concepto a confabularse en actos que pudiesen denigrar su propia personalidad, que con tanto esmero y espíritu de sacrificio cuidaba desde su juventud, y más aún estando como entonces en ejercicio de funciones de mucha responsabilidad, en las que demostró en más de una oportunidad su convicción de soldado honrado y leal a la patria. Además, tenía pleno apoyo de los correctos, disciplinados y honrados Jefes y Oficiales que constituían más del 99% del conjunto, y quienes no admitirían jamás la deshonra del glorioso uniforme ni la mancha de sus espadas con actos denigrantes.

Por otro lado, era bien sabido que el Partido Colorado estaba dividido en democráticos y guiones, no encontrándose éstos unidos por causas inexplicables. El Comandante de Caballería más que nunca observaba la necesidad de ese acuerdo, porque veía que el Partido Colorado unido constituía una poderosa fuerza, que bajo la conducción de alguno de sus eminentes miembros podía llevar al país por un sendero lleno de esplendor en el que todos los ciudadanos sin distinción alguna podrían disfrutar de su grandeza y compartir la magnanimidad de sus hijos. Unido el partido, ninguna fuerza se podía oponer a sus principios democráticos y nacionalistas.

Puede notarse que en ese entonces la situación no se presentaba tan halagüeña, en especial para el Comandante de la D.C. 1, quien en su convicción de hombre correcto y honrado no aceptaba confabularse con el contrabando ni con cualquier otra actividad ilícita, y por consiguiente no podía permanecer indiferente ante esas delictuosas acciones. Por otro lado, debía evitar cualquier acción que pudiese poner en riesgo la unidad del Partido Colorado, como ya había ocurrido hacía algún tiempo.

La decisión que cupo al Comandante de la D.C. 1 fue elegir entre claudicar de su recta postura ante el contrabando, pasando a engrosar sus filas con enormes beneficios económicos, o alinearse con uno de los dos grupos del Partido Colorado, gozando de la ventaja de ser amigo de ambos jefes políticos. Una tercera opción que le restaba era la de dejar el mando buscando no fomentar de nuevo la división del partido, a pesar de tener todas las perspectivas favorables debido al apoyo que recibía por su rectitud y por su lucha contra el contrabando, de parte de casi la totalidad de los jefes y oficiales patriotas, correctos y honestos.

El Comandante, luego de amplio análisis optó por abandonar el mando; en ningún momento por presiones directas, sino por propia convicción, atendiendo a la delicada situación del partido. Una vez tomada la decisión en estas circunstancias, vió la necesidad de abandonar a sus amigos más correctos, entre ellos un excelente jefe que trabajaba muy de cerca con él en el campo militar, pidiendo su inmediato traslado al Gran Cuartel General, lo que fue aceptado por el mando superior. Este caballero había obtenido su Brevet de Estado Mayor en el extranjero, demostrando en su actuación ser muy buen conductor de tropas en situaciones difíciles del combate, como también en sus delicadas funciones en tiempo de paz.

Estas y otras muchas actitudes tuvieron que ser tomadas por el Comandante para evitar cualquier iniciativa contraria a la decisión que había adoptado, pensando que con la unión del Partido Colorado bajo la dirección de aquel Jefe militar por el tiempo previsto por la Junta de Gobierno, el país podría continuar progresando, mientras que con un inmediato cambio en la situación sobrevendría la lamentable división de la gran nucleación política. Por otro lado, a consecuencia de esa decisión tomada, se corría el riesgo de que el contrabando prolifere rápidamente, debilitando la economía y la moral de la nación, pues hasta entonces, este delito había sido combatido muy cercana y fuertemente sin darle muchas oportunidades de prosperar. Sin embargo, cuando entonces creía que como en general la moral estaba bien alta, los ciudadanos honestos y patriotas no tardarían en reaccionar contra tan nefasta plaga.

No aceptando manchar su trayectoria, nombre y uniforme, y por otro lado procurando evitar la nueva división del Partido Colorado, el Comandante se preparó para marcharse, dejando la Gran Unidad impecable en todo orden, con una disciplina consiente, una elevada instrucción militar y laboriosas industrias con numerosas y modernas maquinarias.

Por cierto se retiró a su domicilio satisfecho por haber cumplido con creces con su deber para con la Patria y en especial para con sus camaradas, quienes recibieron una instrucción suficiente que les capacitaba a ejercer sus funciones más allá de la jerarquía con que contaban, y una moral elevada que les ayudaría a soportar los reveses en momentos críticos y a afrontar y cumplir con sus obligaciones en cualquier situación en que se encontrasen. Cuando entonces parecía seguro que tarde o temprano serían arrancadas las cizañas sembradas por algunos hombres inconscientes que anteponían su codicia a los intereses de la misma Patria, por la forma egoísta e inescrupulosa con que tejían sus andanzas, disimulando sus uñas como el gato, cuyas pisadas aterciopeladas le permiten dar el zarpazo letal contra la causa noble de todos los ciudadanos patriotas que contribuían para forjar una nación soberana, próspera y honrada.

Se ha visto que en el quinquenio del 56 al 61 fue cultivado en la División de Caballería el deseo de trabajar, y esto puede ser comprobado viendo que a pesar de contar con escasos medios económicos, sin explotar el erario público, sin dedicarse al comercio ilícito, sin contravenir las leyes nacionales, ni tampoco robando a la institución, sino que con derechos adquiridos a través de la voluntad y el sacrificio de los componentes de esa Gran Unidad fueron implementadas actividades productivas creadas por el Comandante en uso de sus atribuciones para fines decorosos y de gran valor social y humano. De esta manera se logró fortalecer la economía de la Gran Unidad, permitiendo así mejorar la institución militar en todos los aspectos, así como también preparar un plan para que todos los jefes, oficiales, suboficiales, sargentos y empleados militares pudiesen tener honestamente su casa propia mediante la ayuda y orientación de los responsables de la División, velando así por su formación familiar futura y asegurando su tranquilidad social, económica y moral, al prever su retiro del Ejército sin arrastrar la preocupación de no tener una casa propia para cobijar a su familia, ni tampoco un rincón de descanso para cuando sus fuerzas ya no le permitan luchar, logrando así una vida sencilla, honesta y sin sobresaltos.

Un día después de consumar la decisión de marcharse de la unidad, y estando en su propia casa, el Comandante recibió citación escrita por intermedio del Comandante del Batallón Escolta, con el objeto de presentarse al Comando en Jefe, acto que realizó con la tranquilidad que caracteriza a un soldado honesto y consciente de haber cumplido correctamente con su deber. Una vez en el Comando en Jefe, le fue pedido que regresara a su Cuartel para hacer entrega de la Gran Unidad al Jefe de Estado Mayor General. El Comandante insistió en que la Gran Unidad estaba en orden en todo sentido y que su presencia no era necesaria. Más, en realidad, ésta era requerida con el fin de moderar el estado de ánimo de los miembros de esa institución armada y evitar así algún incidente imprevisto.

El Comandante de esa Gran Unidad estaba convencido de la actitud tomada, la cual no se debía a actos de indisciplina o al incumplimiento de sus deberes, sino a que no estaba de acuerdo en que se institucionalizaran el contrabando y otras transgresiones a las leyes, entendiendo que existen formas legales y honestas de cubrir las necesidades económicas mediante el esfuerzo propio, sin castigar al erario público, sin cometer actos ilícitos ni agredir los intereses de terceros.

Así fue como aceptó sin más dilación regresar a su Gran Unidad para entregarla y despedirse de aquellos jefes y oficiales patriotas y honrados que le acompañaron en sus luchas y emprendimientos idealistas durante varios años.

 

Agregado militar y aeronáutico a la Embajada del Paraguay en la República Oriental del Uruguay

El relator había sentido siempre admiración por la Rea. Oriental del Uruguay, y desde muchos años atrás el Comandante de la División de Caballería mantenía muy buenas relaciones con los abnegados militares del Uruguay destinados a prestar servicios en el país, como ser en las reuniones conmemorativas de fiestas patrias de aquel país amigo que eran celebradas en Asunción, entre ellas las realizadas en memoria de aquel ilustre General a quien el Dr. Francia había recibido con toda justicia en sus momentos difíciles. Del mismo modo, dichos diplomáticos y camaradas orientales eran recibidos en varias oportunidades con todos los honores en la D.C.1 en las conmemoraciones que en ella se realizaban. Cabe recordar las atenciones recibidas de un camarada uruguayo, quien anteriormente se encontraba en misión diplomática como Agregado Militar a la Embajada Uruguaya en Asunción, y que cuando entonces había contraído matrimonio con una distinguida dama paraguaya, con quienes el relator al volver a encontrarse en Montevideo compartió momentos muy placenteros.

Antes de partir de Asunción ya había tenido cordiales enlaces a través de los cuales recibió muy buenas orientaciones acerca de los contactos a ser realizados con las autoridades del país amigo, así como con otros camaradas que ya habían estado en Asunción en misión diplomática.

La llegada a Montevideo fue para el relator todo un alegre acontecimiento, en el que los nobles camaradas, distinguidas autoridades uruguayas, miembros de la Misión Diplomática paraguaya y dilectos amigos, estrecharon su mano al descender del avión, causando tan buena impresión que en cierta forma disminuyó las nostalgias del Paraguay, donde dejaba apreciados camaradas y muchos amigos por un tiempo prolongado.

Sus camaradas orientales ya le tuvieron preparado un cómodo alojamiento en el Círculo Militar, y un recibimiento que el relator guarda hasta ahora como un muy grato recuerdo.

Durante su estada en aquel noble país no tuvo ninguna dificultad ni se sintió jamás un extraño, pues siempre encontró las manos abiertas para estrechar las suyas y darle las bienvenidas, tanto de parte de tan gentiles caballeros como de sus amables damas.

El distinguido embajador paraguayo en aquel país era muy querido tanto por los integrantes de la embajada como por los uruguayos, ya que supo granjearse la simpatía dentro del mundo diplomático como entre los numerosos amigos que había cultivado durante su estada en aquella hermosa y gentil capital del Uruguay, la inolvidable Montevideo.

Muy pronto el relator mantuvo cordial amistad con las autoridades militares y civiles, gracias al afecto que desde años atrás existía entre los habitantes de los dos países hermanos.

Imposible sería intentar recordar todos los gratos momentos vividos por el Agregado Militar paraguayo en aquel hospitalario país, en el que después de más de dos años de permanencia, cultivó buenos amigos y recogió gratos recuerdos.

Cuando se cumplió el período para regresar a su país, resaltaron las hermosas demostraciones recibidas, los inolvidables trofeos que hasta ahora tiene guardado en un sitial de honor, así como las bellas palabras que conmueven y son llevadas en su recuerdo con admiración y gratitud.


 

 

 

 

 

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