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(27/08/2012)

LA CONQUISTA

Por MARGARITA DURÁN ESTRAGÓ

LA HISTORIA DEL PARAGUAY - ABC COLOR

FASCÍCULO Nº 4

Asunción – Paraguay

2012

 

 

 

            El sistema de encomiendas consistió en el reparto de tierras e indios para el servicio de los españoles. En Paraguay se lo aplicó en 1556, durante el gobierno de Domingo Martínez de Irala.

 

 

            COMIENZO DE LAS ENCOMIENDAS

 

            El repartimiento se debió a la presión ejercida por los conquistadores que incluso llegaron a complotarse contra Irala, que no escuchaba sus pedidos. Hubo muy pocos encomenderos importantes en el Paraguay, ya que al hacerse el reparto de naturales entre los centenares de conquistadores, a casi nadie le tocó un número considerable de aquellos. Las encomiendas fueron de servicio personal y hacia 1570 se otorgaban por tres vidas; es decir, la del beneficiario y dos sucesores. Con esta medida los españoles dejaron de considerar a los guaraní como tovaja o parientes políticos y los empezaron a tratar como simples siervos. Se dio inicio -entonces- al levantamiento de los indígenas que tantas muertes y pérdidas económicas trajo a la Provincia del Paraguay.

            En ese tiempo, los franciscanos comienzan a fundar las primeras reducciones guaraníticas y se aplican las Ordenanzas de Población de 1573.

 

            OBLIGACIONES DE LOS ENCOMENDEROS

 

            Los españoles que contaban con indígenas a su servicio debían impartirles la enseñanza de la doctrina cristiana, para lo cual los encomenderos estaban obligados a sostener al cura doctrinero. Casi siempre se negaban a cumplir la contraprestación que suponía la merced que disfrutaban. También debían proporcionar a los naturales alimento, vestido y el cuidado de la salud.

 

            LA MITA, EL YANACONA Y LA NABORÍA

 

            Las encomiendas del siglo XVII llegaron a ser la columna vertebral de la economía paraguaya. Los indígenas reducidos a pueblos, se hallaban sometidos al sistema de encomiendas y según las leyes vigentes, debían pagar a sus encomenderos un tributo en dinero o en especies. Este procedimiento fue distorsionado en la práctica y los indígenas, en vez de pagar en dinero, cumplían dos meses de trabajo manual gratuito para el encomendero. Además existía el servicio personal remunerado, pero obligatorio, que se imponía por turno -o mita- a todos los varones capaces de dichos pueblos.

            Los indígenas de las reducciones jesuíticas se liberaron del servicio de encomiendas; no así los de los pueblos de San Ignacio Guasu, Nuestra Señora de Fe y Santiago, por haber sido en sus comienzos fundaciones de españoles. Había indígenas que no se incorporaron a dichos pueblos, sino que fueron repartidos -a título de encomiendas- a los vecinos. Se los llamaban yanacona, voz quechua que significa siervo, y se los tenía como originarios de las ciudades o villas de donde provenían sus encomenderos. Las niñas y niños indígenas también se veían obligados a dejar a sus familiares para el servicio doméstico de los españoles. Esta práctica se denominaba naboría y es el antecedente de los criaditos y criaditas que todavía subsisten en Paraguay.

 

            EXTINCIÓN DE LAS ENCOMIENDAS

 

            Los cambios sociales y económicos verificados en la provincia durante el siglo XVIII trajeron aparejada una disminución de la influencia de los encomenderos, cuyo número se redujo entonces al mínimo. En enero de 1803 el gobernador-intendente Lázaro de Ribera incorporó a la Corona las últimas 42 encomiendas que subsistían en el Paraguay. Así terminó el sistema de encomiendas, tan consustanciado con la historia paraguaya, a pesar de sus vicios y limitaciones.

           

            LA ECONOMÍA AGRÍCOLA DE LOS GUARANÍ

 

            La alianza hispano-guaraní se forjó sobre la base de la economía agrícola de los guaraní, la utilización de brazos de servicio y la necesidad de hacer frente a los enemigos del Chaco.

            Lejos del mar y en medio de la selva, el fuerte de Asunción no hubiera revestido ninguna importancia si no fuera por la abundancia de bastimentos que allí encontraron los españoles: "Ahí nos dio Dios el Todopoderoso su gracia divina, que entre los susodichos carios hallamos trigo turco o maíz y mandi'o tí, batatas, mandioca-popori, mandioca-pepyrá, maní, mbocaja y otros alimentos más, también pescado y carne, venados, puercos del monte, avestruces, ovejas indias, conejos, gallinas y gansos y otras salvajinas las que no puedo describir todas en esta vez. También hay en divina abundancia la miel de la cual se hace vino; tienen muchísimo algodón en la tierra" (Schmidl).

 

            REBELIÓN INDÍGENA ANTE LOS ABUSOS DE LAS ENCOMIENDAS EN EL PARAGUAY

 

            La falta de tierras que sufren hoy los indígenas y campesinos del Paraguay tiene su raíz en la misma conquista. En 1537, año de la fundación del fuerte de Asunción, se inicia la cadena de despojos de que son objeto hasta hoy día. Si los guaraní saludaron a los españoles con una lluvia de flechas cuando estos desembarcaron en sus tierras, fue porque veían amenazados su nación, sus bosques, sus ríos, su existencia misma. Louis Nécker sostiene que la serie de alianza hispano-guaraní fue impuesta por los españoles a los guaraní, ya impacientes estos en poner fin a tanta violencia desatada en contra de su gente.

 

            RECIPROCIDAD Y PARENTESCO

 

            Al comienzo, los españoles trataron a los indios con cierto respeto y se esforzaron por obtener su colaboración en forma amigable. El sistema de reciprocidad familiar -aceptado por los españoles al tomar mujeres indígenas- les permitió conseguir no solo amantes, sino "tovaja" o parientes políticos que les servían en las tareas domésticas y en el trabajo de la tierra. La contraprestación consistió en proveer a los naturales de utensilios de hierro (hachas, anzuelos, cuñas, etc.), además de reforzar con sus armas la defensa contra sus enemigos.

            Ese primer período fue sangriento y pleno de violencia. Con revueltas indígenas, como la conjuración que debió exterminar a los españoles el jueves Santo de 1539, cuando unos 8.000 guaraní reunidos en Asunción planearon acabar con los blancos al término de la celebración litúrgica de ese día. Una mujer al servicio de Juan de Salazar delató a los suyos y los cabecillas fueron colgados.

            Otro alzamiento se produjo en la región del Jejuí, hacia 1543, cuando los guaraní, al mando del cacique Taberé, se negaron a entregar víveres a los españoles en represalia por la muerte de Aracaré. Según los cronistas de la época, esta reacción indígena fue aplacada con sangre por Domingo Martínez de Irala. El descontento de los nativos se extendió por casi todas las regiones boscosas del norte, los valles del sur, la frontera y entre los cario de Asunción. "Cuando aquellos indios que eran nuestros amigos, los carios, vieron y supieron que nosotros los cristianos guerreábamos los unos contra los otros -dice Schmidl-, urdieron estos carios un plan y junta entre ellos, que querían matar a nosotros los cristianos y echarnos fuera del país". Y añade: "En esto estuvo contra nosotros todo el país de los carios".

            Las movilizaciones y campañas de conquista llevadas a cabo por los españoles -con indios guaraníes a su servicio- se volvieron cada vez más frecuentes y prolongadas, a tal punto que comenzaron los indígenas a sentir en sus filas el desgaste físico y la mortandad. Si en un principio acudían voluntariamente como acompañantes de los españoles, con el tiempo tuvieron que hacerlo por la fuerza, lo que motivó la rebelión y el deseo de "echar de la tierra a los cristianos".

            "Porque se convirtieron en sus cuñados y parientes (los indios) ayudaron a los españoles y los aceptaron en su territorio. Luego, sin embargo, viendo que aquellos no los trataban como cuñados y parientes, sino como servidores, comenzaron a retirarse y a rehusar el servicio. Los españoles quisieron entonces obligarlos, ellos tomaron las armas unos contra otros, y así como se encendió la guerra que ha datado casi hasta ahora".

 

            LAS ENCOMIENDAS Y SUS CONSECUENCIAS

 

            La ausencia de oro y plata en la Provincia del Paraguay obligó a los españoles a buscar en el cultivo de la tierra la fuerza económica necesaria para su supervivencia. Para reclutar a los indios, los españoles se valieron de las ya mencionadas "rancheadas"; o robo de mujeres guaraníes: A los que se resistían los mataban o los traían atados y los vendían o cambiaban por caballos o ropas.

            En Asunción había muchas chacras o sembradíos ocupados por los españoles que fueron robados a los guaraní por medio de la violencia. En ellos vivían hermanas carnales, madres e hijas y primas como concubinas de un mismo señor. El parentesco de mujeres no contaba para el conquistador. Ni los caciques podían estar seguros de sus mujeres porque se las sacaban a la fuerza. La excesiva saca de mujeres debilitó la comunidad guaraní.

            El sistema de encomiendas se convirtió en una carga tan pesada que los indígenas lucharon por destruirlo. Eran tantas las vejaciones y muertes de los naturales que las voces de protesta de clérigos y religiosos llegaron a oídos del Rey. Una Cédula Real de 1582 responsabilizaba a los encomenderos de tantos crímenes y malos tratos.

            "Somos informados -escribe el Rey al obispo del Río de la Plata- que en esa provincia se van acabando los indios naturales de ella por los malos tratamientos que sus encomenderos les hacen, y que habiéndose disminuido tanto los dichos indios que en algunas partes faltan más de la tercia parte (...) y los tratan peor que esclavos y como tales se hallan muchos vendidos y comprados de unos encomenderos a otros y algunos muertos en azote, y mujeres que mueren y revientan con las pesadas cargas, y a otras y a sus hijos les hacen servir en sus granjerías, y duermen en los campos y allí paren y crían, mordidos de sabandijas ponzoñosas, y muchos se ahorcan y otros se dejan morir sin comer y otros toman yerbas venenosas, y que hay madres que matan a sus hijos, en pariéndoles, diciendo que lo hacen para librarlos de los trabajos que ellos padecen, y que han concebido los indios muy grande odio al nombre cristiano y tiene a los españoles por engañadores y no creen en cosas que les enseñan... ".

 

 

            GUAICURU Y ESPAÑOLES CONTRA LOS GUARANÍ SUBLEVADOS

 

            Tres años después de la implantación de las encomiendas en el Paraguay, estalló con fuerza en 1559 otra revuelta indígena, al mando de Pablo y Nazario, hijos del cacique Curupiratí. Con el lema "Libertad y guerra sangrienta contra los españoles", se levantaron unos 16.000 indígenas en armas, los que con flechas envenenadas combatieron divididos en cuatro columnas o frentes. Con una campaña militar en las provincias de Acahay y Caraibá, el gobernador Francisco Ortiz de Vergara, secundado por indios guaicuru del Chaco, enemigos mortales de los guaraní, puso fin al levantamiento indígena. Los guaicuru "cortaron más de mil cabezas, como lo tenían de costumbre".

 

            EL GUAIRA EN ARMAS

 

            Aun antes de llegar a Asunción, los españoles que volvían de la campaña pacificadora del sur recibieron noticias de otro levantamiento indígena, esta vez en el Guairá. En 1561 y parte del 1562 la represión fue violenta en Ciudad Real, donde miles de indígenas tenían sitiada dicha ciudad. Con la ayuda de Alonso Riquelme de Guzmán y los indios "amigos" al servicio de los españoles, la lucha se volvió cruenta. Comenzaron atacando a "los más cercanos, que eran los del cerco de la ciudad, a los cuales castigó y dio alcance en sus pueblos, en que prendió algunos principales que ajustició".

            Es innegable el hecho de las rebeliones indígenas en contra de los abusos de las encomiendas y las ansias de libertad ante la dominación de los españoles. Cabe destacar que todas las parcialidades indígenas levantadas en armas contra los españoles estaban sujetas al régimen de encomiendas.

            Sería interminable hablar de cada una de las rebeliones indígenas del Paraguay. Según Branislava Susnik, en todas esas revueltas se manifestaba "la importancia de las agitaciones shamánicas con sus proclamas de vuelta a las antiguas costumbres y a los montes". A modo de ejemplo citemos al ya recordado Oberá, indio bautizado y al servicio de las encomiendas, quien prometía a su gente que "los liberaría de la sujeción de los españoles".

            Hacia 1616 se registra la rebelión de Paytara, indígena guarambarense que "consiguió que dejasen los hombres españoles, y mataran los perros, vacas y animales habidos de España, y que le siguiesen a los bosques, abandonando el pueblo".

            Si bien las rebeliones y agitaciones indígenas siguieron hasta fines del siglo XVI, también se registraron otras en la segunda mitad del XVII, como el levantamiento de los indios de Yuty en 1657, y -tres años más tarde- la rebelión de los naturales de Arecayá.

 

 

            LEVANTAMIENTO DE ARECAYÁ

 

            Nuestra Señora de la Concepción de Arecayá era un pueblo de indios situado sobre el río Jejuí, al norte de la Región Oriental del Paraguay actual. Fundado en 1630 con indios reducidos al sistema de encomiendas, Arecayá tenía "malísima reputación" ante gobernadores, encomenderos y curas doctrineros. Muchos eran los cargos contra los indios de Arecayá y mucho más los "abusos y extralimitaciones que los movían a tan sostenida inquietud".

            En 1660 llega a Arecayá el gobernador del Paraguay Alonso Sarmiento de Figueroa. Lo acompañan encomenderos y soldados al mando del general Pedro de Gamarra y Mendoza. Por medio de un intérprete, el gobernador insta a los indígenas a que cumplan con las prestaciones de servicio debidas a sus encomenderos. Esa noche, mientras los españoles discutían entre ellos sobre la propiedad o tenencia de los indios de Arecayá, sus habitantes crearon un gran alboroto y "repentinamente embistieron los indios y sus macanas, flechas y chuzos, y otros pegaron fuego a las casas donde estaban alojados".

 

            PADRE ADRIÁN CORNEJO, DEFENSOR DE LOS INDÍGENAS

 

            Ante esta versión oficial, el gobernador eclesiástico de la diócesis, el doctor Adrián Cornejo, sale en defensa de los indios en una carta que escribe al Rey, en 1661: "Salió, Señor, a visitar los pueblos de esta gobernación dicho Gobernador, el año pasado. Por el mes de octubre llegó a éste, que distaba de esta ciudad algo más de treinta leguas, y de él pasó a otros tres, que estaban algo más distantes; y para haber de ir a la Villa Rica, que es de españoles, y a los pueblos de indios de su comarca, volvió a él; y como en la primera entrada le recibieron bien los indios de él, lo hicieron en esta segunda; y en la visita que de ellos hizo, halláronse muchos de los vecinos (encomenderos) de él en ella, y como su codicia del servicio personal de estos miserables no se satisfaga con el que les está tasado de las mitas, cada uno procuró (según voz pública) traer a su casa muchachos y muchachas huérfanas; y por mayor, Pedro de Gamarra, don Esteban de Figueroa y otros, cada uno una parcialidad de indios, con color de acercarlos a otro pueblo más cercano a esta ciudad (como que por estar en aquella distancia, no hubiese brazo que alcanzase para que desde él les pagasen la mita); y como no hallasen resistencia para hacerlo en la docilidad y buen natural del dicho gobernador, ni los indios al amparo que habían menester para que no se le sacases sus hermanos, hijos y parientes, hicieron lo que la gallina, con serlo, en defensa de sus pollos, cuando reconoce acomete a quitárselo el milano o gavilán; pues, el día que habían de caminar para esta ciudad con estas piezas, al alba, con resolución desesperada y de bárbaros, tomaron las armas y acometieron a dicho gobernador y su gente".

            Los españoles resistieron cinco días al ataque defensivo de los indios hasta que llegaron los curas doctrineros con los indios reducidos de Atyrá, Ypané, Guarambaré y Caaguazú, quienes lograron liberar a los españoles y poner en fuga a los habitantes de Arecayá. Cuatro muertos y veintidós heridos fue el saldo que dejó a los españoles "la codicia del servicio del personal", mientras la represión cayó con toda su fuerza sobre los indios de Arecayá, capturando a noventa y cinco de ellos con sus mujeres e hijos, a quienes obligaron a confesar en forma colectiva. Resultaron comprometidos en el asalto, el mulato Domingo, sirviente del gobernador, que había peleado con una escopeta; con los arcabuces de los españoles muertos combatieron algunos indios reducidos de Yaguarón, cinco sirvientes de los acompañantes del gobernador, además de varios indios de los pueblos cercanos, sin contar los de Arecayá.

            La participación de los indios de los pueblos vecinos e incluso de los sirvientes del propio gobernador y encomenderos habla a las claras del malestar general que traía aparejado para los indios el servicio de las encomiendas.

 

 

            REPRESIÓN Y MUERTE DE LOS "REBELDES"

 

            El Gobernador mandó dar garrotes al mulato Domingo durante el viaje a Asunción y trajo presos y acollarados a ciento sesenta y ocho indios con sus familias. Por el camino, también ordenó que fuesen ahorcados 13 indios principales, además del corregidor y dos caciques de Arecayá. Al llegar a Asunción, el gobernador Figueroa pronunció sentencia sobre los culpables. Condenó a la pena de muerte a los ya ahorcados, además a otros diez "indios belicosos". Al resto de los naturales, aunque merecedores de la pena capital, les perdonó la vida. "Usando de toda piedad y misericordia -escribe Figueroa- les remito las vidas y les conmuto la dicha pena en haberles desnaturalizado del dicho pueblo y en que sean sujetos a perpetua servidumbre" en beneficio de los vecinos encomenderos y soldados que lo acompañaron en esa ocasión, "a quienes los tengo repartidos con sus mujeres e hijos, en parte de remuneración de los daños que de ellos en dicha ocasión recibieron".

            Después de un mes de ocurrida la rebelión, todavía seguían las ejecuciones y torturas a los revoltosos de Arecayá. Mandaron sacar de la prisión a seis de los condenados. Acollarados y maniatados, los condujeron hasta la plaza de la ciudad, donde "les fue dado garrote hasta que las ánimas salieron de sus cuerpos y fueron ahorcados de los pescuezos, y le fue quitada la cabeza al dicho Cristóbal de Terecany y puesta en el picota de dicha plaza".

            Días más tarde, Figueroa ordenó la ejecución de cuatro condenados a la pena de muerte, cuyas sentencias se habían suspendido "para que con ellos se hagan algunas diligencias extrajudiciales del servicio de Su Majestad". Sus cabezas quedaron expuestas en la plaza de la ciudad para escarmiento y vergüenza de los sobrevivientes de Arecayá, esclavos desnaturalizados de su pueblo, de ese pueblo que fue borrado del mapa por el delito de rebelarse contra los abusos de las encomiendas en Paraguay.

 

            FIN DE LA RESISTENCIA ACTIVA

 

            Con Arecayá terminaron los levantamientos y la resistencia activa de los guaraní. La pacificación y reducción a pueblo suponían, por un lado, un freno a la caída demográfica de los enclaves indígenas, aunque, por otro, llevaban a sumar indios a las encomiendas y a la sumisión. Los guaraní y demás naciones indígenas del Paraguay, aunque "pacificados" y "reducidos a pueblos", jamás dejaron de resistir a la dominación europea.

            La no violencia activa o resistencia pasiva fue una constante en la vida del indio conquistado. La "torpeza, la embriaguez, la pereza, la estupidez" y tantos otros atributos con que los europeos identificaron a los indígenas no fueron más que manifestaciones de rechazo de estos a todo lo que les alejaba de su teko yma o antiguo proceder.

 

            EL PROFETISMO MESIÁNICO.

 

            Los guaraní ocupaban gran parte de la América del Sur. Vivían esparcidos por la selva de la costa atlántica y el sur amazónico, y principalmente en el este del Paraguay actual, nordeste argentino, sudeste brasileño y el oriente boliviano. Formaban una gran familia con idioma y cultura muy parecidos. Se mantenían de la caza, la pesca y la recolección de frutos silvestres, miel y plantas medicinales. Eran pequeños agricultores. Desconocían la acumulación de productos, porque sabían que la tierra tenía "de todo para todos". Aunque unidos por la lengua y la cultura, los guaraní se hallaban divididos en "guaras" o nucleaciones independientes, a veces enemistadas circunstancialmente. Entre los "guaras" más poblados se hallaban los de los cario, tobatin, guarambare, itatin, monday, parana, guaira y tape. Todos ellos, como ya se ha mencionado con detalle, vivían en comunidades aldeas -"teko’a"- de estructuras y dimensiones parecidas unas con otras. El pueblo guaraní era profundamente religioso.

            "Toda la vida mental del guaraní -dice Egon Schaden- converge hacia el más allá. Su ideal de cultura es la vivencia mística de la divinidad, que no depende de las cualidades éticas del individuo, sino de la disposición espiritual de oír la voz de la revelación". Junto a Tupá, Dios Supremo, los guaraní tenían otras divinidades menores, como los espíritus justicieros, no espíritus malignos, los genios tutelares, mitos y cultos.

           

            PA'I SUMÉ

 

            Entre los mitos configurados de personajes que alguna vez existieron en la realidad, el Pa'i Chumé o Sumé, según Moisés Bertoni, es el hombre-mito guaraní más importante. Corresponde, según fuente cristiano-guaraní, al apóstol Santo Tomás, que vino a evangelizar estas tierras mucho antes que los conquistadores europeos llegaran a ellas. A Sumé lo conocían no solo los guaraní; también los carijas del Amazonas. Los chibcha lo llamaban Xué y creían que había venido del Oriente. Según ellos, llevaba el cabello y la barba igual que los españoles y les había enseñado a tejer y "muchas otras cosas". Entre los tayaóvas del Guairá existía la creencia de que en el lugar donde se asentó la misión de Santo Tomás había un cementerio donde el Pa'i Sumé enterraba a los indios bautizados.

            También es tradición muy antigua que el Pa’i Sumé fue el que enseñó a los guaraní el uso de la yerba mate y el hábito de beber la infusión de dicha yerba.

            El mito generalizado de Pa'i Sumé permitía la rápida difusión del cristianismo y la aceptación por parte de los indios de los primeros misioneros franciscanos y jesuitas. Cuenta Fray Bernardo de Armenta que al llegar al Puerto de San Francisco en la costa atlántica, en 1538, encontró, además de los indios, a tres europeos que conocían la lengua del lugar. Estos le informaron que hacía unos cuatro años que un indio llamado Etiguara había recorrido más de doscientas leguas "hablando por espíritu de profecía", diciendo que vendrían los hermanos de Santo Tomás a bautizarlos y que no les hicieran daño. Etiguara enseñó a los suyos muchos cantares que a la fecha cantaban los indios y, después de dejar discípulos, se fue de dicha tierra.

            Fue precisamente en ese tiempo que Armenta y sus compañeros llegaron a aquel sitio donde encontraron tan buena acogida que no tardaron en pedir al Rey que enviara más franciscanos para la evangelización de los indios: "Fue tan grande el gozo que con nuestra venida tuvieron, que no nos dejan reposar, ni apenas comer, de los muchos que vienen a recibir el bautismo... y a los hombres que escaparon... del Río de la Plata, supe que les barrían el camino por donde pasaban y caminando los mandaban poner debajo de un árbol, hechas enramadas adonde descansasen, y les ofrecían muchas cosas de comer y muchos plumajes, y se tenían por bienaventurados los indios que los tenían en sus buhíos o chozas". Armenta pide para esa gente que envíen labradores de España, mas no conquistadores, "que los harían menospreciar nuestra fe, porque de qué valdría que les hiciera guardar la ley de Dios -señala el mismo- si viesen lo contrario en los que acá viniesen; dirían que éramos burladores, pues que a ellos les mandamos que guardasen la ley de Dios a la letra y los cristianos viejos la quebrantaban".

            Los guaraní recibieron a los españoles con gran expectativa. "Les admiraron con respeto casi sagrado", según carta de Armenta, y creyeron que encontrarían en ellos aquella reciprocidad tan propia de la cultura guaraní. Pronto la admiración se volvió recelo y desconfianza. Los dioses blancos solo buscaban oro y poder. El Dios de los cristianos no les resultaba confiable. "Nosotros sabemos bien que su Dios, que vive allá donde truena, se llama Padre, mientras nosotros creemos en un Dios de todo (Ñanderú), que fue antes de todo (Tenondeté). De ese Padre ustedes nos cuentan cosas muy lindas. Pero cuando vemos cómo su Dios les permite... perseguirnos y matarnos a tiros, no podemos tener en Él ninguna confianza".

            En un comienzo, los españoles se cuidaron de dar a los indios un trato respetuoso y conseguir su servicio en forma amigable. Con el tiempo, la mujer guaraní -pieza de trabajo y placer- se convirtió en el medio más eficaz de la dominación española.

 

            LEVANTAMIENTOS INDÍGENAS

 

            Ya en el primer período de la conquista surgieron los primeros levantamientos indígenas, como aquella fracasada conjuración preparada para el jueves Santo de 1539, en la que se propusieron acabar con los españoles. El servicio por amistad, convertido en trabajo forzado y sin recompensa, rebeló a los cario como también a los guarambare, parana, guaira y caraiha. "Nosotros les recibimos con todo lo que tenemos y les agasajamos lo mejor que podemos, mientras ustedes, cuando les visitamos, no son capaces de darnos de comer, ni siquiera ofrecernos un asiento".

            Los españoles exigieron la implantación del sistema de encomiendas en el Paraguay, el que se puso en vigencia en 1556. Para reclutar a los indios se valieron de las famosas "rancheadas"; o robo de mujeres guaraní. A los hombres que se resistían los mataban o los traían atados y los vendían o cambiaban por caballos o ropas.

            Según carta del gobernador Marín de Negrón al Rey, fechada en 1611, los encomenderos daban a los indios mitarios una compensación por su trabajo. La misma consistía tan solo en la "comida o cuña de hierro o rescate que -a lo sumo- valdrá un peso". Son muchas las denuncias que hablan de la poca o ninguna preocupación de los señores encomenderos por el cuidado de los indios en caso de enfermedad u otras necesidades. "Cuando están enfermos no los creen, y que sí alguno se detiene en el trabajo lo atropellan con el caballo o les dan de palos, por cuyo motivo han hecho fuga algunos de sus compañeros... ".

            El laboreo de la yerba mate y su conducción por caminos "dilatados e inaccesibles montañas... con sustento... como esclavos, a pie... hicieron que la vida de los indios se aventurara por causa de dicha vejación... cargados de achaques vuelven imposibilitados del trabajo, hechos enfermos habituales...".

            Los movimientos de resistencia indígena no solo iban dirigidos contra los encomenderos que los explotaban con pesadas cargas; también se rebelaban contra los misioneros por querer estos destruir la propia identidad guaraní.

            Eran los payé o chamanes inspirados los que con sus cantos y danzas animaban a su pueblo a resistir la dominación española que les imponía otra religión. ".... Estos sacerdotes extranjeros nos hacinan en pueblos, no para nuestro bien, sino para que sigamos la doctrina tan opuesta a los ritos y costumbres de nuestros antepasados".

            Al decir de Meliá, los guaraníes conceptuaban la pacificación y reducción a pueblo como pérdida de su libertad. Como una opresión, "un disimulado cautiverio"; según expresiones de un chamán guaraní.

 

            OBERÁ: EL PROFETA MESIÁNICO

 

            Muchos de los levantamientos indígenas estuvieron liderados por hechiceros o payes, pero ninguno como el de Oberá -el Resplandeciente-, quien con espíritu profético anunciaba a los suyos el fin de la dominación española. Las flechas de los guaraní guerreros no prometían éxito alguno; solo el "jeroky" o danzas rituales de Oberá los indujo a resistir al servicio de la mita y a confiar en la seguridad de la "vuelta a su teko yma", o modo de vivir antiguo. La cohesión guaraní se lograba en la medida en que crecía la incitación chamánica de Oberá. Era este un indio bautizado de uno de los pueblos de la región del norte, cuyos habitantes, como los demás, estaban sujetos al sistema de las encomiendas. Oberá, con su notable elocuencia, prometía a su pueblo que lo "libraría de la sujeción de los españoles".

 

            "Oberá, como digo, se llamaba,

            que suena resplandor en castellano,

            en el Paraná grande éste habitaba,

            el bautismo tenía de cristiano

            mas la fe prometida, no guardaba,

            que con bestial designio a Dios, tirano

            su hijo dice ser, y concebido

            de virgen, y que virgen lo ha parido.

 

            La mano está temblando de escribirlo,

            mas cuento con verdad lo que decía

            con loca presunción aquel diablillo,

            que más que diablo en todo parecía.

            Los indios comenzaron a seguirlo

            por todas las comarcas do venía,

            atrajo a mucha gente así de guerra,

            con que daños hacía por la tierra.

 

            Dejando, pues, su tierra y propio asiento

            la tierra adentro vino prediciendo:

            no queda de indio algún repartimiento,

            que no siga su voz y crudo mando.

            Con este impío pregón y mal descuento

            la tierra se va toda levantando,

            no acude ya al servicio que solía,

            que libertad a todos prometía.

 

            Mandóles que cantasen y bailasen

            de suerte que otra cosa no hacía,

            y como los pobretes ya dejasen

            de sembrar y coger como solían,

            y sólo en los cantares se ocupasen,

            en los bailes de hambre se morían,

            cantándoles loores y alabanzas         

            del Oberá maldito y sus pujanzas.

            Un hijo que éste tiene se llamaba

            por nombre Guairaró, que es palo amargo.

            Del nombre Papa apueste se jactaba.

            Con éste el padre, dice. "Yo descargo

            la gran obligación que a mí tocaba,

            con darle de pontífice el encargo".

 

            Este es el que bien bautizando,

            y los nombres a todos trasmutando.

            No quiero más decir de sus errores

            de que andaba la tierra alborotada

            en todo el Paraná y sus rededores;

            y así se fue tras él de mana armada,

            mas como éste tenía corredores,

            y gente puesta siempre en gran celada

            viendo la pujanza conocida

            del enemigo, pónese en huida.

 

            Esta fue la causa que estuviese

            la tierra levantada como estaba,

            y que a servir al pueblo no viniese..."

 

            Estos versos corresponden al Canto XX y fueron escritos por el arcediano Martín del Barco Centenera en 1602. Lozano lo transcribe en su obra "Historia de la Conquista del Río de la Plata y Tucumán" impresa en Madrid, en 1873. Centenera había participado en la represión contra Guayracá, principal seguidor de Oberá. El movimiento profético de Oberá manifiesta la configuración de elementos guaraníes y de algunos conceptos cristianos. Se presentaba como un mesías, con origen divino y una misión liberadora. Se decía hijo de Dios, nacido de una virgen y decía tener escondido bajo su poder un corneta que por ese tiempo se había dejado ver y que lo soltaría oportunamente para envolver con su fuego a los españoles. Su hijo Guayrayó era su pontífice, "con cargo de que fuese borrando los nombres que a toda su nación habían impuesto los cristianos, y confiriéndoles, con nuevos bautismos, nuevos nombres según sus antiguos ritos".

            Tal como lo señalan los versos de Centenera, el movimiento se extendió por todas las comarcas, llegando hasta el Paraná. Los seguidores de Oberá cantaban y danzaban sin cesar y hasta llegaron a ofrecer en sacrificio una ternera que la asaron hasta reducirla a cenizas para luego esparcirlas por el viento. Con esta ceremonia querían significar que así como la ceniza se esfumaba por el viento, así acabarían ellos con todos los cristianos.

 

            DERROTA DE OBERÁ

 

            Juan de Garay, jefe de la expedición pacificadora, logró la retirada de Oberá hacia 1580. Aunque sus seguidores prosiguieron la lucha con motines aislados, poco a poco los indios volvieron a rendirse. Los suyos abandonaron a Oberá "y se fueron reduciendo a servir a su encomenderos, sin haber apenas quien rehusase admitir el yugo de la sujeción".

            Si el indio Etiguara había anunciado la llegada de los españoles y pedía a su pueblo que les dieran buena acogida, cuatro décadas más tarde, Oberá, víctima de la dominación española como tantos miles y miles de indígenas, se levanta de entre su pueblo como profeta y mesías para borrar de su tierra la memoria de los cristianos.

            Los movimientos de liberación cesaron con el tiempo. El indio tornó su rebeldía activa en una resistencia pasiva e inoperante. Las fugas, la embriaguez, la pereza, el hurto y tantas otras "lacras" que no fueron sino un simple cambio de "táctica" en su lucha por la recuperación de su modo antiguo de ser guaraní.

 

 

            TEORÍA Y PRÁCTICA DEL SOMETIMIENTO DE LOS GUARANÍ A LA CONQUISTA ESPAÑOLA

 

 

            La tan mentada "alianza hispano-guaraní" fue impuesta por los españoles a los nativos, deseosos estos de poner fin a tanta mortandad, saqueo y ruina. Son muchos los cronistas que hablan del enfrentamiento habido entre los españoles y los guaraní al inicio de la conquista. Schmidl cuenta que mientras Juan de Salazar mandaba construir el fuerte de Asunción en 1537, el cacique Lambaré y su gente construían una defensa para proteger a sus hijas y mujeres. Estas defensas consistían en fosas cavadas en la tierra donde clavaban estacas y lanzas puntiagudas disimuladas con ramas y gramillas.    Los guaraní aceptaron dar víveres a los españoles con la condición de que estos se alejaran de sus tierras.

            "Después de dos días de resistencia -dice Schmidl- nos pusimos cerca de ellos, les hicimos una descarga con nuestras bocas de fuego, esa que la oyeron y vieron que su gente caía al suelo. Y que no asomaba ni jara ni flecha alguna y sólo sí un agujero en el cuerpo, se llenaron de espanto, les entró miedo y al punto huyeron en pelotón y se caían unos sobre otros como perros, y tanto pe el apuro de meterse en su pueblo que como doscientos (...) cayeron ellos mismos en sus ya dichos hoyos durante el descalabro".

            Los españoles ponen sitio a Lambaré, los carios se rinden después de tres días de resistencia ante los arcabuces enemigos y en señal de sometimiento y forzados a ello, entregan a los españoles alimentos y mujeres. Frente a la sospecha de posibles levantamientos, como el ocurrido dos años después de la fundación de Asunción, los españoles imponen a los guaraní la carga del trabajo forzado, unido al sometimiento sexual de las mujeres por medio de la "alianza" con los cacique guaraní.

            Aunque hasta ahora muchos hablan del encuentro romántico del español con la mujer guaraní y de lo que llegó en llamarse el "Paraíso de Mahoma", más allá de los hechos anecdóticos y al analizar los pormenores de dicha unión, nos encontramos con una realidad diferente. Debido a que aquellas relaciones se concretaban por la fuerza de las armas y se hallaban asociadas a la reciprocidad guaraní.

            El padre Martín González, autor de un informe escrito en 1575 sobre los indígenas del Paraguay y su servidumbre, comunicaba al Rey que durante el gobierno de Domingo Martínez de Irala los españoles quitaron a los naturales más de 1.000.000 de mujeres, de las cuales habían muerto más de la mitad "con los malos tratamientos que les han hecho los españoles, que las queman con tizones, atándolas de pies y manos, y las meten hierros ardientes y haciéndoles otros géneros de crueldades que es lícito declararlas... las tratan tan mal que muchas determinan matarse a sí propias; unas comiendo tierras, cenizas, carbones y pedazos de olla y platos; otras se van a los bosques y desesperan con cuerdas... algunos españoles las meten en unos cestos grandes con cuerdas colgadas en alto y allí les dan que hilen y trabajen y duerman, de donde no pueden comer tierra ni lo demás".

            Ante estos hechos, los naturales escondían a sus mujeres e hijas en los bosques y sierras. Al respecto, dice el padre González que los españoles iban de noche hasta las fuentes de agua donde las andanas llegaban muy temprano para no ser vistas, y "cuando las viejas venían por agua salían de ellas y echándoles mano y débanles de palos y azotes hasta que decían y nombraban todas las mujeres que había en aquel pueblo. Y cómo se decían e hijas de quién era y llevaban la vieja al principal para que dijese en cómo era verdad aquello que dicho, porque el cacique no lo pudiese negar. Y así el cacique mandaba traer todas aquellas indias que le iban pidiendo (que) las trae en el término que por las alrededores ya no hallaba india que pudiese traer que no fuese vieja".

            Como se puede apreciar, el cautivo de mujeres y la poligamia constituyen dos de los elementos que determinan y afirman el sometimiento.

            Como ya lo señaláramos, la "alianza" nunca fue el resultado de un consenso mutuo; se trataba de la imposición de los españoles, ejercida a través del aprovechamiento del "jopoi" o reciprocidad y del parentesco guaraní, pilares de su organización social, política y religiosa, y también de la fuerza de las armas de fuego.

 

            SUSTENTO IDEOLÓGICO DEL SOMETIMIENTO A LOS INDÍGENAS

 

            Ningún sistema político puede pervivir sustentado únicamente en la fuerza física; de ahí que el jesuita José de Acosta (1520-1600), el oidor Juan Matienzo (1520-1579) y el virrey Toledo entre otros, organizaron un verdadero sistema de sometimiento basado en la religión y en la organización social y económica de los naturales. Aunque esta ideología se elaboró y desarrolló en el Perú y otros centros económicos y políticos de gran importancia para España, también se extendió por medio de la administración civil y religiosa a otras regiones de la periferia, como en el caso del Paraguay.

            En su obra "De procuranda Indorum salute", el padre Acosta, provincial de los jesuitas del Perú, sigue en líneas generales las ideas aristotélicas y sostiene que el indio es "un irracional, un jumento" de perversas costumbres a quien es necesario colocarle "freno y cabestro". Insiste en que la servidumbre es el resultado de las "acciones bestiales" de los indios y de "sus perdidas costumbres, que no obedecen más que el apetito de su vientre y lujuria".

            Su teoría de la sumisión no solo se basa en la necesidad de imponer la servidumbre al indio conforme al pensamiento aristotélico, sino que lo hace sustentándose en la misma Biblia con palabras del Eclesiastés: Al asno cebada, la vara y la carga; el pan, la disciplina y el trabajo al esclavo; con la disciplina trabaja y no está buscando el descanso... El yugo y la correa doblan la cerviz dura, y al esclavo lo doma el trabajo constante".

            Las autoridades civiles y religiosas, los encomenderos y propietarios conforman teóricamente un sistema que controla y restringe en sus menores detalles el ocio e impone el trabajo. Dice Acosta: "...es necesario regir a estas naciones bárbaras, principalmente a los negros y a los indios (...) de suerte que con la carga saludable de un trabajo asiduo estén apartados del ocio y de las licencias de costumbres, y con el freno del temor se mantengan dentro de su deber". Para Acosta, el uso de la fuerza física debe reemplazarse por las danzas, liturgia barroca y actividades colectivas que encaucen la vida e impidan, liberando la afectividad, el desarrollo de la actividad creadora, todo pensamiento racional y libre.

 

 

            HOMBRES ANIMALES

 

            La mejor manera de acrecentar y afianzar el poder, según Acosta, es poniendo toda diligencia en los ritos, señales y todas las ceremonias del culto externo, porque con ellas se deleitan y entretienen los hombres animales, hasta que poco a poco vayan borrándose la memoria y el gusto de las cosas pasadas. Sobre este modo de proceder de los españoles se quejaban los indios de las reducciones jesuíticas del Paraguay: "Los demonios nos han traído a estos hombres -decía uno de los principales a su gente-, pues quieren con nuevas doctrinas sacarnos del antiguo y buen modo de vivir de nuestras antepasados".

            Acosta aconseja a los sacerdotes que no castiguen personalmente a los indios, luego de sostener la necesidad de atemorizar con la violencia física: "Si no se les castiga, no hacen caso de solas palabras". Sugiere que las penas corporales las ejecuten los corregidores y alcaldes, y que todo lo que haya de duro y desagradable que hacer con los indios sea ejecutado por manos de ellos. "Así se conseguirá que la pena propuesta de antemano infundiese más temor, y el párroco, mandándola aplicar se hiciese menos odioso, puesto que no hace sino cumplir lo mandado, porque no parecería entonces que era él, sino la ley, quien castigaba y así daría temor al castigo y sería visto menos mal el que lo imponía. Ordene él lo que haya que hacer y el alguacil o el fiscal ejecute lo mandado".

            Decía el provincial franciscano Pedro de Parras en 1753 al referirse a los indios de las reducciones: "No hay indio a quien si el cura manda castigar con azotes, que es la pena ordinaria, pregunte por qué, o por qué no, ni replique una palabra, ni jamás el padre defiende al hijo, ni a la mujer, ni al amigo".

            Matienzo insiste en los castigos que debía imponerse a los rebeldes. "Las imaginaciones y pensamientos -decía- se habían de castigar con el mismo rigor que los delitos consumados".

            Acerca de los castigos a los rebeldes del Paraguay, dice el padre González: "...para dar guerra a los indios que han muerto a un español hacen grande estrago y daño por los caminos y los indios tomados en las guerras, el dicho gobernador los manda desollar y cortar las orejas y las manos y a otros los desuellan las cabezas estando vivos y se llevan el cuera de ellos a los indios no bautizados para ponerlos por grandeza a las puertas de sus casas".

 

 

 

 

            LA ESPADA CONQUISTA Y LA CRUZ LEGÍTIMA

 

            Dios y el oro, la riqueza y la religión son la razón de ser de la predicación de muchos sacerdotes de entonces. El anónimo de Yucay, texto fechado en 1571 cerca de Cuzco, sostiene que gracias a las riquezas de las Indias pudieron los naturales tener conocimiento de la verdadera religión: "Así digo de estos indios que uno de los medios de su predestinación y salvación fueron estas minas, tesoros y riquezas, porque vemos claramente que donde las hay va el Evangelio volando y en competencia, y adonde no las hay, sino pobres, es medio de reprobación, porque jamás llega allí el Evangelio. Como por gran experiencia se ve, que la tierra donde no hay dote de oro y plata, ni hay soldado ni capitán que quiera ir, ni aún ministro del Evangelio".

            Lo mismo expresó Alvar Núñez Cabeza de Vaca a los primeros franciscanos que llegaron al Paraguay en 1542: "Donde no hay plata ni oro, no hay necesidad de bautismo". Según Matienzo, los sacerdotes debían inculcar a los naturales dos proposiciones bien concretas: "Dios quiere que trabajemos y no nos emborrachemos". "Dios quiere que obedezcamos a nuestro Rey y a nuestros amos con todo amor". En pocas palabras: el servilismo a los superiores. Era esta la ideología de la contrarreforma, una suerte de autoritarismo parecido al ejercido por los jefes sobre los soldados. Ignacio de Loyola exhortaba desde las páginas de los Ejercicios Espirituales acerca de la necesidad de que el cristiano obedezca las órdenes de sus superiores "exactamente como si fuera un cadáver que soporta ser conducido y manejado de algún modo".

            Al referirnos a los grupos de poder, es conveniente señalar los métodos utilizados por la Iglesia para convertir a los naturales e integrarlos al trabajo. De hecho, resultaba paradójico aun para los mismos naturales que siendo el amor al prójimo la esencia de la doctrina cristiana, el mismo no estuviera reflejado en la jerarquía eclesiástica, que, al decir de un franciscano del siglo XVI que estuvo en el Río de la Plata "... miran más temporales ganancias que espirituales aumentos de sus feligreses".

            Esta dicotomía la resolvían con la teoría del premio o el castigo eterno que tendría lugar después de la muerte, en la otra vida. Al respecto, decía el catecismo limense traducido en la lengua de los naturales:

            "Hay otra vida después de esta... los que en esta vida viven bien y agradan a Dios, tienen bienes para siempre en la otra, y los que en esta vida son malos... en la otra son castigados con penas y tormentos para siempre. ¿Es posible que Dios que es justo ha de dejar a los malos sin el castigo que merecen? Al contrario, otros hay en esta vida que están pobres y enfermos y callan y no hacen mal a nadie; antes obran bien y son buenos cristianos. ¿Qué será de ellos? Por eso hay otra vida donde los buenos reviven bien".

            Según esta doctrina, la sumisión en esta vida es la única salida a las injusticias de los poderosos. "Mirad cuán buen Dios tenéis y cómo os ama. Y sí os veis perseguidos y acosados de muchos malos hombres, alzad vuestros ojos al cielo que allí está quien os vengará y hará un castigo que tiemble el mundo. Porque no quiere y sufre que traten mal a aquellos por quien dio su preciosa sangre".

            Los castigos del infierno, expuestos por el catecismo limense en el lenguaje característico del barroco dice: "El infierno es un lugar que está en lo profundo de la tierra, todo oscuro y espantable, donde hay cien mil millones de tormentos; allí se oyen grandes gritos y llantos y rabiosos gemidos; allí se ven horribles visiones de demonios fierísimos... allí arde un fuego que no se apaga y les están comiendo las carnes y las entrañas...". Esto y mucho más decía el sacerdote al indio después de confesar sus pecados: "Mira hijo que ya te ha oído Nuestro Señor los pecados que confesaste y te mira al corazón y sabe bien si ocultaste algo... Mira que pudiera Dios echarte al infierno con los demonios y te ha guardado hasta hoy para que te confiese. Mira que no has de vivir más que una vida... que no tienes más que un alma que nunca ha de morir en el cielo o en el infierno... Mira que el que entra en el infierno no tiene remedio de salir de allá para siempre jamás... pues si tú fueras allá, por ventura piensas que has de estar en

los tormentos de fuego eterno un solo día, o una semana, o un año o ciento. Tú que ahora no sabes sufrir diez azotes, cómo sufrirás en el infierno mil años y cien mil de tormentos y fuego eterno".

            La visión del castigo eterno no solo se aplicaba a los que cometían injusticias y oprimían al débil y hacían mal uso de su riqueza y poder; también se aplicaba para el desobediente o el que no trabajaba con sumisión o para el que protestaba y se rebelaba ante sus amos. Según esta doctrina, la Iglesia inculcaba a los naturales la sumisión como contrapartida del premio eterno, allá en la otra vida.

            En síntesis, esta teoría de la sumisión consiste, como ya lo hemos señalado, en buscar la mejor manera de que los naturales continúen en la servidumbre, porque "...cuanto más fuerzas tienen en el cuerpo, tanto menos tienen de entendimiento".

            La represión del bárbaro fue y sigue siendo uno de los mejores inventos para justificar, en todos los niveles, el sometimiento de los más débiles, la relación de dominio-sujeción, la relación de opresor-oprimido.

 

 


 

 

 

LA COLONÍA

MARGARITA DURÁN ESTRAGÓ

LA HISTORIA DEL PARAGUAY - ABC COLOR

FASCÍCULO Nº 5

Asunción – Paraguay

2012

 

 

 

             AUTORIDADES COLONIALES EN ESPAÑA 

 

            Al inicio, cuando la geografía conquistada aún era pequeña y los problemas relativamente pocos, las Indias se gobernaban desde el Consejo de Castilla a través de Juan Rodríguez de Fonseca, que era algo así como un ministro de Indias. Con el tiempo, al aumentarse las tierras conquistadas, se vio la necesidad de crear instituciones y organismos propios. Así nacieron en España la Casa de Contratación en 1503 y el Consejo Real y Supremo de Indias en 1524. En el siglo XVIII se agregó a ellas la Secretaría de Despacho Universal de Marina e Indias.

 

 

            LA CASA DE CONTRATACIÓN

 

            Inspirada en las alfandegas lusitanas, la Casa de Contratación surge el 20 de enero de 1503 para administrar los negocios reales de ultramar. Tenía a su cargo el control y la regulación de la navegación, el comercio y las migraciones entre España y sus colonias ultramarinas. Estaba dirigida por tres oficiales: el tesorero, el contador y el factor, y la presidía un Consejo de Indias. Más tarde, con la ampliación de atribuciones, se fueron incorporando otros funcionarios, como el fiscal, los visitadores de navíos, el piloto mayor, el cosmógrafo, el correo mayor y los escribanos. Su importancia fue gravitante, debido al monopolio establecido por la Corona española.

            La Casa de Contratación tuvo como sede a Sevilla y desde 1717 se trasladó a Cádiz. Ella organizaba las flotas que cada año partían rumbo a Nueva España y a Tierra Firme, y realizaba un riguroso control en los buques a fin de evitar el contrabando. También fue depositaria de los caudales y otras riquezas que iban a España y de ella dependían los permisos para viajar a las Indias y a la metrópoli.

            Además de administrar los negocios, la Casa de Contratación fue un instituto geográfico destinado a examinar a los pilotos de la Carrera de las Indias y preparar los instrumentos náuticos a través del piloto mayor, quien registraba el resultado de los viajes de la conquista.

            En dicha institución se guardaba el "padrón real" o mapa modelo, a cargo del cosmógrafo mayor. También tuvo facultades judiciales con jurisdicción civil y criminal, ejercida por letrados integrantes de una audiencia que entendía los pleitos comerciales y marítimos. Con la implantación del libre comercio establecido durante el período borbónico, la Casa de Contratación decayó notablemente hasta su cierre definitivo en 1790.

 

            EL CONSEJO DE INDIAS

 

            Esta institución fue creada el 1 de agosto de 1524, su primer presidente fue el obispo de Osma, más tarde cardenal fray García de Loaysa. El Real Consejo se componía de un presidente, un gran canciller, ocho consejeros, un fiscal, un secretario y dos escribanos, entre otros. También contaba con un agente en Roma para tratar los asuntos eclesiásticos de las colonias de ultramar. Contaba con facultades gubernativas, judiciales, militares, legislativas y de hacienda. Aconsejaba al Rey en los asuntos de gobierno, administración y patronato. Proponía el nombramiento de las altas autoridades civiles y eclesiásticas de las Indias Occidentales, así como la modificación o elaboración de nuevas leyes. A su cargo corría todo el manejo administrativo y judicial del imperio español. Preparaba los proyectos de resoluciones y los elevaba en consulta al Rey, el cual con su aprobación los convertía en cédulas y provisiones.

            El Consejo tuvo órganos auxiliares, como la Cámara de Indias, la junta de Hacienda, la junta de Guerra de indias y durante la dinastía de los Borbón, se establecieron cinco Secretarías de Despacho Universal. El Consejo de Indias fue suprimido por real decreto en 1834.

 

            AUTORIDADES COLONIALES EN AMÉRICA

 

            A medida en que el poder español crecía y se afianzaba, se fueron creando diversas instituciones de carácter político y militar con jurisdicción territorial.

 

            LOS ADELANTADOS

 

            Esta institución típicamente medieval florece en las Indias cuando se va extinguiendo en la península. En el momento del "descubrimiento" era un cargo honorífico y los funcionarios que recibían dicha distinción los ejercían mediante capitulaciones de descubrimiento, conquista o población. El empleo era vitalicio y a veces hereditario por dos o más generaciones. Casi siempre iba acompañado del mando político, militar y judicial.

            En el Paraguay y en el Río de la Plata fungieron el cargo de adelantados: Pedro de Mendoza, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Juan Hortiz de Zárate y Juan Torres de Vera y Aragón; los tres primeros por merced real y el último por derecho sucesorio.

 

            LOS VIRREYES

 

            En el Nuevo Mundo, los órganos de gobierno los encabezaban los virreyes, alter ego del Rey, representantes del monarca, como sucedió en Sicilia, Cerdeña y la misma Castilla, mientras la ausencia de los soberanos, en 1484. El primer virrey de las indias fue Cristóbal Colón, cargo que fue perdiendo atribuciones en sus descendientes, pero que reaparece con todo su poder en 1535 al crearse el Virreinato de Nueva España. Siete años después se crea el Virreinato del Perú, del que dependió el Paraguay hasta la creación del Virreinato del Río de la Plata, en 1776. El virrey era propuesto por el Consejo de Indias, la Cámara de Indias o la Secretaría de Despacho Universal, y el Rey lo elegía. El electo recibía el título de gobernador, presidente de la audiencia virreinal, capitán general del territorio de su jurisdicción y un poder general que le facultaba para actuar como el mismo Rey.

 

            PRESIDENTE-GOBERNADOR

 

            Era la autoridad suprema de las provincias mayores, casi siempre fronterizas o expuestas a invasiones de enemigos. Dependía directamente de la Corona.

 

            GOBERNADOR

 

            Se hallaba al frente de una provincia menor, no tan expuesta a acciones bélicas. En esta situación se hallaba el Paraguay, a pesar de constituir zona de frontera con los dominios portugueses y las invasiones de los indios del Chaco. Su nombramiento le venía del Rey y a él rendía cuenta de sus actos, aunque también se hallaba vinculado al Virrey como representantes del monarca.

 

            LAS INTENDENCIAS

 

            De origen francés, comenzaron a aplicarse en América en la segunda mitad del siglo XVIII. Los intendentes sustituyeron a los gobernadores en una época de excesiva centralización política y económica. La Real Ordenanza de Intendentes para el Virreinato del Río de la Plata data de 1782 y dividió a este en ocho distritos, uno de los cuales era Paraguay. El sistema se mantuvo vigente hasta la independencia.

 

            MEDIDAS DE CONTROL 

 

            La distancia entre España y las Indias Occidentales, la vasta extensión de esta y las dificultades de las comunicaciones fueron dándole autonomía a los órganos del gobierno y al mismo tiempo ocasionaron cierta lentitud y hasta desidia en el cumplimiento de las leyes. "La ley se acata, pero no se cumple", era la fórmula aplicada ante una ley que no convenía hacerla cumplir. Ante esta realidad, la Corona estableció un sistema de control, cuyos fallos, dice Morales Padrón, hay que achacar a los hombres encargados de cumplirlos.

 

            JUICIO DE RESIDENCIA

 

            Los gobernantes eran residenciados al término de su mandato. El juez elaboraba un cuestionario sobre los problemas más comunes y los vecinos importantes lo llevaban a "sumario secreto", después se llamaba a acusación de cargos y se corría vista a las partes. Si el gobernador resultaba culpable, podía ser castigado.

 

            PESQUISAS Y VISITAS

 

            Fueron los sistemas empleados para asegurar la rectitud en los gobernantes y en las instituciones. La pesquisa secreta, concreta o personal servía para castigar ante un problema dado, mientras que la visita era una inspección que se podía realizar en cualquier momento; era abierta, específica o general.

 

            JUSTICIA

 

            En América no hubo separación de poderes hasta la segunda mitad del siglo XVIII. Administraban justicia los virreyes, gobernadores y otros funcionarios. Los jueces estuvieron subordinados a la actividad política.

 

            LA REAL AUDIENCIA

 

            Fue el principal órgano de la administración de la justicia, tanto en las Indias como en España. Las audiencias en América eran tribunales colegiados, integrados por su presidente y los oidores o vocales. Fueron un fiel trasplante de las reales audiencias y cancillerías de España. En tiempo de los reyes católicos el territorio judicial de Castilla se hallaba dividido en dos amplias circunscripciones: la del norte, regida por la Audiencia de Valladolid, y la del sur, regida por Granada. El río Tajo separaba ambas demarcaciones. En estas dos reales cancillerías se deben buscar los precedentes peninsulares de las que años más tarde se establecieron los territorios de ultramar. No obstante, las audiencias en América desempeñaron un papel mucho más importante que el que tenían las de la península. La primera audiencia colonial fue la de Santo Domingo, establecida en 1511.

            Ruiz Guiñazú clasifica las audiencias en: virreinales, establecidas en la capital del Virreinato y presididas por el mismo virrey; las pretoriales, radicadas en la capital de las provincias mayores, a cuyo frente figura un presidente el que era a la vez, capitán general y gobernador; y las subordinadas, como la de Charcas, a cuya jurisdicción perteneció el Paraguay hasta 1785, año en que se instaló una audiencia virreinal en Buenos Aires.

            Desde 1794 funcionó en el Virreinato del Río de la Plata un Consulado, como tribunal de comercio y cuya autoridad se extendía al Paraguay.

            Los funcionarios auxiliares y subalternos de la justicia eran los corregidores y alcaldes mayores. Los corregidores de América se nombraban para gobernar un pueblo de indios; eran como unos capataces. El corregidor que gobernaba en pueblo de españoles era gobernante de comarcas que casi siempre formaban parte de un virreinato o provincia mayor; es decir, dependían del presidente de una audiencia. El título completo del oficio era el de corregidor y justicia mayor, al que a veces se agregaba una designación de orden militar, capitán de guerra o lugarteniente del capitán general. Ocupaba un lugar inferior al de los gobernadores.

            En el Río de la Plata se nombraron corregidores durante el funcionamiento de la Audiencia de Buenos Aires, desde 1663 hasta 1672.

 

            RÉGIMEN MUNICIPAL

 

            Doctrinariamente, el régimen municipal que se implantó en las Indias fue el mismo que rigió en las viejas ciudades castellanas. Aparecieron en las villas con fueros a fines de la Edad Media. Los consejos municipales indianos jugaron un papel tan destacado en los primeros tiempos de la colonización, como el que desempeñaron en la metrópoli los viejos municipios de Castilla en la época de su mayor esplendor.

 

            CABILDO

 

            Fue la única institución municipal y representó a una minoría oligárquica. El Cabildo de los pueblos e indios era nominal. El Cabildo de Asunción se creó el 16 de setiembre de 1541 y a partir de entonces el fuerte de Asunción se convirtió en "ciudad". Integraron el primer Cabildo el capitán Juan de Ortega, alguacil mayor; Pedro Díaz del Valle, alcalde mayor; Juan de Salazar de Espinoza, alcalde de primer voto; Alonso Cabrera y Garci Venegas, regidores.

            Más tarde se crearon otros cabildos de españoles, como los de Villa Rica y Curuguaty, así como cabildos de indios en las reducciones y pueblos de naturales.

            En los territorios coloniales de las Indias, al igual que la metrópoli, se registraron dos clases de cabildos: los ordinarios y los abiertos.

 

 

            CABILDOS ORDINARIOS

 

            Las disposiciones legales contenidas en la Recopilación de las Leyes de Indias de 1680 se refieren principalmente a los cabildos ordinarios, que tenían lugar en las casas capitulares de la ciudad. Estaban integrados por los alcaldes y regidores, presididos en las ciudades cabeceras de gobernación por el propio gobernador de la ciudad o su lugarteniente. Podían limitar parte de ellos los oficiales reales que eran considerados como regidores natos de la ciudad. También gozaban de asiento, voz y voto el alférez real "con lugar de regidor más antiguo y con salario duplicado".

            Eran atribuciones del Cabildo elaborar ordenanzas de buen gobierno, debiendo elevarse a la audiencia para su estudio, y esta al Consejo de Indias para su aprobación definitiva.

            Integraban el Cabildo dos alcaldes ordinarios, de renovación anual, y un número variable de regidores que podían ser vitalicios o de mando anual, entre los cuales algunos, como el alférez real, el alcalde provincial de la Santa Hermandad, el alguacil mayor, el fiel ejecutor, tenían funciones específicas de carácter político, policial o económico.

            Los alcaldes o jueces de primer y segundo votos administraban justicia. El de primer voto debía recaer en un señor encomendero, y el de segundo voto, en un vecino con "casa puesta"; vale decir, propietario, descendiente de conquistadores, de buena conducta; debía saber leer y escribir y disponer de la confirmación de su cargo.

            Los cargos de perpetuidad eran los de relatores o actuarios, que podían ser pregoneros. Los escribanos, dedicados a labrar actas capitulares y dar fe de todo lo dicho en el acto. El alguacil mayor controlaba el orden público, los precios y calidad de los productos. El fiel ejecutor controlaba los pesos y medidas; también se encargaba de las beneficencias, del saneamiento, alumbrado y sanidad. El depositario custodiaba los bienes municipales. El procurador entendía en leyes, movía los juicios cuando estos no corrían. Para poder obtener alguno de estos cargos públicos se debía contar con cinco años de residencia y ser beneméritos; es decir, descendientes de conquistadores.

 

            CABILDO ABIERTO

 

            La reunión del Cabildo abierto solo tuvo lugar en circunstancias excepcionales o en pueblos o lugares de exigua densidad de población. Era una reunión de altos funcionarios de la administración a los que se agregaban algunos vecinos, los más encumbrados de la comunidad, para deliberar sobre asuntos de interés inmediato.

            Por lo general, a los cabildos abiertos de mediados del siglo XVI en el Perú, con motivo de las guerras civiles y a comienzos del siglo XVII en el Río de la Plata tras las invasiones inglesas, se los puede calificar de revolucionarios. El Cabildo abierto en la historia del Paraguay se dio en 1810 para expresar fidelidad al Consejo de Regencia que representa a Fernando VII.

 

 

            EL CABILDO DE ASUNCIÓN

 

            El fuerte militar erigido por el capitán Juan de Salazar de Espinoza en 1537 fue un lugar de tránsito; un "trampolín" que pudo haber desaparecido una vez descubierta la "sierra de la plata". Louis Necker habla de la colonización del Paraguay como un "accidente histórico. Ella fue el resultado del fracaso de una tentativa de conquista de los incas por el este" (Necker: 1990, p. 30).

            La noticia de la existencia de un fabuloso imperio con tesoros de oro y plata movió a muchos navegantes europeos a lanzarse a la aventura. Uno de ellos fue don Pedro de Mendoza, que con 1.500 hombres y 14 navíos arribó al estuario del Río de la Plata donde fundó el fuerte de Buenos Aires en 1536. Como sus tripulantes no eran agricultores sino soldados, consideraron humillante trabajar la tierra para sobrevivir y exigieron alimentos a los nativos del lugar.

            Los querandi eran cazadores y recolectores de miel y frutos silvestres, y se negaron a proveer alimento a tantos estómagos hambrientos; al contrario, le declararon la guerra, atacando permanentemente el fuerte militar.

            El hambre, la incertidumbre y la muerte de muchos compañeros no amilanaron los ánimos de algunos expedicionarios que, remontando el río Paraná fueron en busca de aquellas riquezas. Llegaron a las tierras de los guaraní-cario que, a diferencia de los del sur, les proveyeron de víveres y de algunos "baqueanos" para el viaje. El capitán Juan de Salazar de Espinoza les prometió que a su vuelta fundaría allí un fuerte militar, y así les cumplió la promesa el día de la Virgen de la Asunción en 1537.

            Se repartieron solares y tierras para las chacras de los españoles, se construyeron casas y se cercó la población con troncos cortados de los abundantes montes. Los soldados carecían de ropa y municiones, pero los indígenas tenían algodón, aunque según Aguirre solo tejían mantas. Se introdujo el telar y se curtieron cueros de venado para sus vestidos. Necesitaban plomo y azufre para las municiones y poco tiempo después contaron con una fábrica de pólvora. Todo el trabajo lo realizaban los indígenas "amigos" de los españoles.

            Después de varias exploraciones realizadas por Irala hacia el Tebicuary y Yvytyruzú, los cario comenzaron a inquietarse por las reiteradas salidas impuestas por los españoles y tramaron una conspiración para la Semana Santa de 1540. Recordemos que la elección del gobernador Irala fue en octubre de 1539; por lo tanto, el atentado debió tramarse para los días santos del siguiente año. Como se sabe, una indígena al servicio de Salazar traicionó a los suyos revelando el plan de ataque. Los principales cabecillas fueron ahorcados y descuartizados, y al resto se les perdonó la vida y se les devolvió la libertad. A partir de entonces los cario comenzaron a temer y respetar a los españoles, a quienes dieron sus hijas emparentándose con ellos.

            El 10 de enero de 1540 se reglamentó el culto. El primer capellán fue el padre Francisco de Andrada, natural de Sevilla, que ya había iniciado la doctrina en noviembre de 1539. Su paga anual era de 20 fanegas de maíz, 10 de frijoles, 30 pollos y 50 panacus de raíz de mandioca. También se nombró a otro capellán, el padre Gabriel Lezcano, y se "asalarió" a un sacristán. La total despoblación de Buenos Aires tuvo lugar los primeros días de junio, más adelante tal vez, pues consta que el gobernador Irala todavía se encontraba allí el 30 de mayo de 1541. Todo quedó abandonado "a la discreción de los naturales" y se soltaron cinco yeguas y dos caballos que al poco tiempo crecieron en número. El 2 de setiembre del mismo año llegaron al fuerte de Asunción dos naves que traían de Buenos Aires 11 pieles de nutria y venadillo, 131 cueros de venado y 15 arrobas y 2 azumbres de manteca de pescado, lo que habla de la abundancia de la caza y la pesca en aquella región.

            Asunción quedó como "puerto de salvamento" . Los conquistadores optaron por la lejana tierra de los carios debido a la economía agrícola de los mismos y a la "alianza" pactada con ellos después de aquel frustrado complot de 1540.

 

 

 

LA COLONIA

MARGARITA DURÁN ESTRAGÓ

LA HISTORIA DEL PARAGUAY - ABC COLOR

FASCÍCULO Nº 5

Asunción – Paraguay

2012

 

 

 

            FUNDACIÓN DEL CABILDO DE ASUNCIÓN

 

            Asunción, la única base de operaciones de la empresa conquistadora, se había fortalecido con los hombres que llegaron de Buenos Aires. Días después de este suceso, el gobernador Domingo Martínez de Irala instituyó el Cabildo, el 16 de setiembre de 1541. A partir de entonces, aquel modesto caserío dejó de ser un fuerte militar para convertirse en una entidad jurídica, en una ciudad con un gobierno propio, liberada del régimen militar.

            Desde el punto de vista edilicio, Asunción siguió siendo la misma ranchería y aunque llegó a ocupar más de una legua de oeste a este y más de un tercio de legua de norte a sur, no presentaba ninguna ordenación por cuadras y solares iguales, sino calles anchas y angostas que salían y cruzaban a las principales "como algunos lugares de Castilla", al decir de Ruy Díaz de Guzmán. Y estas, antes que calles, eran surcos abiertos por los raudales.

            Volviendo al tema de la fundación del Cabildo de Asunción, se debe destacar que la misma tuvo lugar en la Iglesia Mayor de la ciudad; allí se reunieron el teniente gobernador Domingo Martínez de Irala, los oficiales Alonso Cabrera, Garcí Venegas y Carlos Dubrín, y en presencia del escribano Juan de Valdez y Palenzuela acordaron la creación del mismo.

            El acta de fundación recogida por Aguirre en su libro "Diario del Capitán de Fragata D. Juan Francisco Aguirre". Tomo II - Primera Parte - Documento Cuarto, expresa en su prolegómeno que los reyes han dispuesto que todos los pueblos sean regidos y gobernados por consejo y ayuntamiento de regidores, y: "Vista que aquí hay mucha necesidad de haber los oficiales dichos para que entiendan en las cosas tocantes a la buena gobernación de este pueblo e puerto, los cuales hagan e puedan hacer las ordenanzas o estatutos que sean necesarios... los pesos y medidas y de las carnicerías y pescaderías y las otros mantenimientos... para que los vecinos e pobladores que residen o residieron en dicho puerto puedan criar mejor sus ganados... y tengan cuidado del reparto de las palizadas e cercas del dicho pueblo.... e visto que hasta agora no han aparecido ningunas personas que por su majestad estén proveídas por regidores...".

            Los arriba citados dispusieron cuanto sigue: "Haya e residan en dicho pueblo cinco regidores los cuales se junten en Cabildo con la justicia en los días que por ellos fuese acordado para que entiendan en todas las cosas concernientes a la buena gobernación de esta ciudad de la Asunción, los cuales hayan y puedan hacer las ordenanzas municipales que cerca de las cosas susodichas las pareciese ser más convenientes...".

            Entre las principales funciones del Cabildo se hallaban las de dictar ordenanzas municipales "con fuerza y vigor de ley" y establecer penas para los transgresores. Integraron el primer Cabildo el capitán Juan de Ortega, alguacil mayor; Pedro Díaz del Valle, alcalde mayor; Juan de Salazar de Espinoza, alcalde de primer voto; Alonso Cabrera y Garcí Venegas, regidores.

            Los cabildantes se reunían en la Iglesia Mayor, "como era de costumbre" y los acuerdos entre Irala y los oficiales reales se celebraban todos los lunes "en las casas moradas del gobernador".

            También acordaron el procedimiento de elección que debía hacerse "limpia y sanamente". El primero de enero de 1542 debían ser llamados "por voz y son de campanas" los vecinos, conquistadores y pobladores. Ellos escogerían a dos electores, "los más idóneos y suficientes", para ejercer el oficio de regidores. Estos, a su vez, elegirían a diez personas cuyos nombres se escribirían en unos papeles que se meterían en un cántaro. Un niño "sin malicia" sacaría cinco papeletas y aquellos cuyos nombres salieran serían los nuevos regidores. El Cabildo electo debía durar hasta setiembre de 1543 y para cumplir con su cometido se le adjudicaron las multas por la transgresión de las ordenanzas.

            Entre las primeras medidas adoptadas se halla la emisión de monedas. Como no había oro ni plata en la provincia, "ni otras cosas en la tierra para poder contratar", se fijaron los siguientes valores:

Un anzuelo de malla = 1 maravedí;

un anzuelo de rescate = 5 maravedís;

un escoplo = 16 maravedís;

un cuchillo = 25 maravedís;

una cuña = 50 maravedís;

una cuña de yunque = 100 maravedís.

            Esta gestión del Cabildo dio sus frutos, pues demostró que se podía mantener y desarrollar la provincia sin la circulación de monedas selladas. Fue así como el Cabildo comenzó a intervenir en la vida ciudadana -con aciertos y errores- durante toda la época colonial y parte de la independiente.

            Las municipalidades de hoy tuvieron su origen en dicha institución, lo mismo que la jerarquización de Asunción al elevarse a la categoría de ciudad.

            La Comuna capitalina ha resuelto instituir el 16 de setiembre como el Día de la Civilidad, en coincidencia con la fundación del Cabildo de Asunción.

 

 

 

            EXPANSIÓN COLONIAL

            PARAGUAY: PROVINCIA GIGANTE DE LAS INDIAS

 

            El rey Carlos V no se imaginó la inmensa extensión de tierra que había cedido a los primeros adelantados y gobernadores del Paraguay y del Río de la Plata a partir de 1534. La provincia tenía como límites al norte la región amazónica y al sur las tierras de Magallanes. Al este, la línea de Tordesillas, y al oeste, doscientas leguas de costa sobre el Pacífico.

            El Paraguay abrazaba en el momento de su nacimiento más de la mitad del continente sudamericano. Con la división de la Provincia Gigante llevada a efecto en 1620, se puso fin al periodo de conquista de la cuenta del Plata y significó para el Paraguay el comienzo de la época colonial y la pérdida de las ciudades de Buenos Aires, Santa Fe, Corrientes y Concepción del Bermejo. Debido a la ausencia de oro y plata, el fenómeno del mestizaje se fue manifestando como una realidad social. Este hecho hizo que dejaran de llegar más españoles al Paraguay y que los conquistadores de Asunción se vieran librados a sus propias fuerzas y que a falta de mujeres españolas, profundizaran el proceso de mestizaje con las indias guaraníes. A veces entablaban amistad con los naturales y en muchas ocasiones los sometían por la fuerza. Asunción y sus comarcas se fueron convirtiendo en centros de reclutamiento de mujeres guaraníes sometidas a la prostitución y al trabajo forzado. Al cabo de una generación, no había en Asunción más que 280 españoles, casi todos ancianos, mientras que los mestizos sumaban a más de 10.000, según manifestaciones del padre Martín González en 1775.

 

            ASUNCIÓN: MADRE DE CIUDADES

 

            Fueron los mancebos de la tierra los principales protagonistas de la expansión colonial. El tesorero Montalvo admiraba las aptitudes de los mismos, aunque criticaba la falta de respeto a sus padres, a la justicia y a sus mayores: "Son muy curiosos en las armas, grandes arcabuceros y diestros a pie y a caballo, son para el trabajo y amigos de guerra", por lo cual y para tenerlos "corregidos y sujetos", proponía que con ellos se fundaran "muchos pueblos en las partes y lugares que más convinieren al servicio de Nuestro Señor y de Vuestra Real Majestad".

            Los mancebos de la tierra comenzaron a fundar ciudades a todo lo largo y ancho de la dilatada provincia del Río de la Plata. Los españoles supieron asentar con firmeza la ciudad de Asunción, pero la expansión territorial fue obra de la primera generación de mestizos. Se habían abandonado Buenos Aires, Corpus Christi, San Francisco del Mbiazá, pero después de 20 años de iniciada la conquista, Asunción comenzaría a constituirse en centro de la conquista y madre de ciudades. En 1554 se funda Ontiveros y tres años después, Ciudad Real; en 1561, Santa Cruz de la Sierra sobre el Guapay y en 1570 Villa Rica del Espíritu Santo, en el Guaira. Cuando el gobernador Martín Suárez de Toledo lanzó un bando en 1572 llamando a todos los vecinos y moradores para poblar un puerto río abajo, solo se presentaron nueve españoles, en tanto que los mancebos sumaron ochenta. Fueron estos mestizos los que, comandados por Juan de Garay, fundaron Santa Fe en 1573. El factor Dorantes dudó del resultado que pudiera alcanzar dicha empresa y pidió auxilio a España, y dijo: "Como son mozos y saben poco de trabajo, temo que desmayen". Pero no desmayaron, dice Efraím Cardozo. Con ayuda de sus parientes indígenas, los mancebos de la tierra llevaron consigo semillas, ganado, herramientas, víveres y maderas, y echaron las bases de Santa Fe. Nuevamente Juan de Garay se apoyó en ellos cuando en 1580 fundó la segunda Buenos Aires. También en esa ocasión Asunción se desprendió de sus hijos, abrió sus graneros y socorrió con todo lo necesario para la creación de aquella futura gran urbe.

            Con respecto a la fundación de Buenos, así escribió el tesorero Montalvo al Rey en 1580: "Toda esa gente que va abajo a poblar aquel puerto de Buenos Aires, van todos ellos a su costa y misión de caballos, ganados, armas, pólvora, plomo y comida y servicio de indios y todo lo demás necesario para el sustento de aquel puerto y de cada uno de ellos... así lo han hecho siempre y hace toda la gente que de estas provincias ha salido así a entradas de noticias como de poblaciones que se hayan hecho y hacen sin darles ayuda de cosa ninguna sino siempre a su costa y misión y de las pobres viudas y huérfanas".

            Hasta las mujeres se desprendían de sus galas para ayudar a las fundaciones, "especialmente algunas mujeres que para los dichos socorros han vendido sus vestidos y ropas, mantos y otros géneros", decía una probanza de 1605.

 

Plano del pueblo de indios de San Francisco de Atyrá

 

 

            HERNANDARIAS: PRIMER GOBERNADOR CRIOLLO

 

            Los "soberbios e inquietos mozos criollos y mestizos" no solo expandieron los dominios territoriales mediante la fundación de ciudades, sino que consagraron y apoyaron, al decir de Efraím Cardozo, "al más grande de los gobernantes del Paraguay hispano-guaraní y uno de los más ilustres que España tuvo en América". Hernando Arias de Saavedra, criollo asunceno, hijo de padre y madre españoles, vivió desde su más tierna infancia según los usos, lengua y costumbres de los mancebos de la tierra, lo cual le valió gran ascendencia.

            Acerca de sus orígenes, el obispo del Paraguay fray Reginaldo Lizárraga OP escribió en 1608: "Como nació en estos reinos habla la lengua como los mismos naturales, sabe sus costumbres y casi conoce sus pensamientos: témenle y obedecen al pensamiento". Fueron sus padres Martín Suárez de Toledo, quien accedió al poder mediante el voto de los mestizos; y María de Sanabria, madre a su vez, de fray Hernando de Trejo y Sanabria, franciscano paraguayo, fundador de la Universidad de Córdoba del Tucumán. Hernandarias llegó al poder mediante el voto popular en julio de 1592, a raíz de la deposición del último adelantado Juan Torres de Vera y Aragón. Por primera vez un hijo de América llegaba a tan alta distinción, pero los viejos temores y desconfianzas que sobre el Paraguay y su gente pesaban propiciaran que el Virrey del Perú designara gobernador a don Fernando de Zárate, desconociendo la elección de Hernandarias.

            Debido a su avanzada edad, Zárate se vio obligado a abdicar, dejando la provincia "en poder de los mozos locos y sin juicio ni entendimiento", en referencia hecha a los mestizos, partidarios de Hernandarias. Para remplazar a Zarate fue nombrado Juan Ramírez y Velazco, quien se hallaba en Potosí. Debido a la fama de Hernandarias, que ya había cruzado las fronteras, aquel no titubeó en enviarle poderes para que gobernara en su nombre mientras viajaba al Paraguay. Ya en Asunción, el gobernador Ramírez y Velazco nombró a Hernandarias teniente gobernador y capitán general, en julio de 1597. Poco después murió el gobernador y Hernandarias quedó al frente del gobierno, por tercera vez.

            El virrey, que ya había superado la desconfianza que pesaba sobre los hijos del Paraguay, lo confirmó en el gobierno ese mismo año de 1597. Las celebraciones de la confirmación virreinal fueron de las más lucidas de Asunción; hasta su hermano obispo acudió a las solemnidades en honor del gobernador criollo. Durante su gobierno se llevó a cabo en Asunción el sínodo diocesano, en 1603, y se dictaron las famosas ordenanzas de Hernandarias, que establecieron leyes protectoras de los indígenas y estructuraron las relaciones de los españoles con aquellos. También se delimitaron las jurisdicciones territoriales y Asunción, como centro del Río de la Plata, se adjudicó un radio de cien leguas a la redonda.

            Después de la clausura del puerto de Buenos Aires, el Rey nombró gobernador del Paraguay a Diego Rodríguez Valdez de la Banda, quien murió a poco de arribar al Paraguay.

            Nuevamente Hernandarias interinó el gobierno, asumiéndolo por cuarta vez el 15 de agosto de 1602. Simultáneamente llegaron a la Corona varios memoriales en los que se peticionaba el nombramiento en propiedad de Hernandarias. Los pedidos provenían del Río de la Plata y también del Perú.

            El Consejo de Indias propuso al Rey que se accediera a las peticiones a favor de Hernandarias a fin de lograr "pacificar y componer la gente de las poblaciones que allí hay, que es muy inquieta".

            Contraria a todas las tradiciones, la Corona designó al criollo Hernandarias gobernador de su propia patria. El Rey de España refrendó su nombramiento el 6 de noviembre de 1601.

            "Era el primer americano que llegaba al gobierno ungido por la Corona y era un paraguayo" -escribe Efraím Cardozo- a quien el Rey encargaba su representación en el más vasto de sus dominios, como único modo de mantener en quietud a sus levantiscos compatriotas".

           

Paraguari, principal estancia jesuítica fuera de las Misiones

 

 

            DIVISIÓN DE LA PROVINCIA DEL PARAGUAY

 

 

            Así como el cierre del puerto de Buenos Aires sacudió fuertemente a la economía paraguaya a fines del siglo XVI, la división de la Provincia del Paraguay produjo un grave desequilibrio político justamente durante el gobierno de Hernandarias. A medida en que los mancebos de la tierra iban fundando ciudades en la dilatada provincia del Paraguay, algunos conquistadores sintieron temor de no poder regirse con un solo gobierno.

            Ya en 1579 el tesorero Montalvo había propuesto a la Corona la formación de tres gobernaciones en la Provincia Gigante de las Indias. Esta sugerencia reflejaba el sentir de los paraguayos, que no estaban dispuestos a sacrificar su vasto dominio. Sin embargo, gran parte de la dilatada provincia no podía ser atendida con prontitud ante pedidos de auxilio, como acontecía con Villa Rica del Espíritu Santo, asediada insistentemente por los bandeirantes o paulistas.

            Hernandarias comunicó al Rey aquella situación y en 1607 propuso la creación de un gobierno aparte en el Guairá con las ciudades de Villa Rica del Espíritu Santo, Ciudad Real y Santiago de Xerez.

            Aunque la idea no prosperó, el Rey pidió informes al Virrey del Perú, marqués de Montes Claros.

            Muy tardíamente, el Rey apoyó la propuesta de Hernandarias y sugirió que, a la provincia del Guaira, se le sumase la ciudad de Asunción. "Es mi parecer", decía Montes Claro, que se le agregase también la ciudad de la Asunción donde hoy está la Catedral de Paraguay y tiene la misma o poco menos dificultad de ser visitada desde Buenos Aires". El Virrey no conocía personalmente la provincia del Paraguay y como Hernandarias le había escrito desde Buenos Aires, creyó que esta era cabeza de la gobernación.

            El gobernador Diego Marín de Negron, quien sucedió a Hernandarias en 1609, insistió sobre el pedido de su antecesor, pero tampoco tuvo eco favorable. Durante el sexto gobierno de Hernandarias, y ante la incesante invasión de los paulistas, éste insistió en la formación de un gobierno aparte en el Guairá, en los mismos términos del proyecto de 1607. Finalmente, el Consejo de Indias se propuso estudiar el caso, pero lamentablemente el único dictamen analizado fue el de Montes Claros. Por lo que el 16 de diciembre de 1616, el Rey estampó su firma al pie de la Cédula que decretaba la división de la provincia. Mas no como los que conocían el territorio: Hernandarias, Marín de Negrón o Alfaro lo habían propuesto, sino basados en la irresponsable sugerencia del virrey Montes Claros.

            La nueva provincia del Guaira quedó integrada por Villa Rica del Espíritu Santo, Ciudad Real, Santiago de Xerez y nada menos que Asunción, capital de la antigua Provincia Gigante de las Indias.

            La Provincia del Río de la Plata mantuvo Buenos Aires, Santa Fe, Corrientes y Concepción del Bermejo. La división quedó conformada en la manera que jamás la había pensado ni querido Hernandarias para la antigua provincia. El Paraguay perdió el mar y tuvo que vivir de cara al río, confinado en sus selvas milenarias. Apesadumbrado por esta fatalidad, Hernandarias nunca más volvió a su patria y vivió en Santa Fe hasta su muerte en 1631.

            Cuando España se convenció de que el Paraguay no poseía oro ni plata, esta provincia quedó librada a su propia suerte. Su prestigio cayó tan bajo en los puertos de España, dice el padre Martín González, "que en mentándola escupen". Sin embargo, contaba con una economía agrícola tan rica que gracias a ella el Paraguay se convirtió en el centro de la conquista en el Río de la Plata; y Asunción, en madre de ciudades.

 

Ex Colegio Militar. Detrás de esta fachada se encontraban

las instalaciones del Real Estanco del Tabaco.

 

            ECONOMÍA COLONIAL: LA YERBA MATE

 

            De la selva paraguaya surgió la yerba o "ka’a", infusión medicinal de los guaraní que de pronto, cobró tanto prestigio que se convirtió en bebida y alimento indispensables para los habitantes del Río de la Plata y el Perú. En 1618 Hernandarias pudo comprobar con sorpresa que de un tiempo a esa parte la yerba se había impuesto de tal modo que se prohibió el uso de dicha bebida, que hacía a los hombres "viciosos y haraganes". Impuso castigo a los mercaderes y peones yerbateros, e incluso llegó a quemársela. El provincial de la Compañía de Jesús, el padre Diego de Torres Bolla, acusó su uso ante el Santo Oficio de la Inquisición como una "superstición diabólica que acarrea muchas daños".

            La Corona desoyó las condenas de Hernandarias y los jesuitas contra el uso y comercio de la yerba porque vio en ella una futura fuente de recursos para la Real Hacienda. Pronto los ríos se cubrieron de embarcaciones cargadas de yerba y las caravanas de carretas partieron hacia todas las direcciones. No se hicieron esperar los impuestos de las oficinas receptoras y el "oro verde paraguayo" benefició a la voracidad fiscal antes que a la castigada economía paraguaya.

            En 1680 comenzó la carrera de los impuestos a fin de proteger la ciudad de Buenos Aires, amenazada por los piratas ingleses. Dicho impuesto se pagaba en Santa Fe y consistía en medio peso sobre cada arroba de yerba introducida y un peso por la que iba al Perú y Tucumán. En 1701 se duplicó el impuesto para las fortificaciones de Santa Fe y Tucumán.

            El Paraguay levantaba su voz de protesta, pero los impuestos seguían aumentando. La yerba llegó a soportar impuestos mayores que cualquier producto de América. Mientras el oro no pagaba sino el quinto de su valor, en 1778 la yerba rendía a la Real Hacienda diez veces más de su valor.

 

"Canchando" yerba mate.

Imagen reproducida del álbum Gráfico del Paraguay

Edic. de Arsenio López Decoud

 

 

            EL ESTANCO DEL TABACO

 

            Recién en el siglo XVIII se descubrió que el tabaco o "pety" podía llegar a ser otra fuente más de beneficios fiscales. En 1779 la Real Hacienda monopolizó su compra y su comercialización, estableciendo el estanco de tabaco. El tabaco en rama era vendido a 12 pesos y medio por el Estado, que lo compraba de los agricultores paraguayos a un peso y cuatro reales. Era grande el margen de ganancia para el Estado; aun así, su cultivo llegó a constituirse en uno de los principales rubros de la economía paraguaya. Los altos impuestos no fueron los únicos despojos que sufrió el campesino paraguayo; también las compras fraudulentas de los proveedores lo perjudicaron grandemente: "El modo de proveerse la factoría -dice un documento de la época- era el siguiente: los cosecheros traían en sus carretas todo el tabaco que recogían; se reconocía y el que se daba por no bueno se devolvía el elegido se pagaba a dos pesos la arroba, que la renta vendía a 9 pesos 3 reales. El precio de 2 arrobas no aumentaba por malo que hubiera sido el año. Los factores tenían comisionados que disimuladamente salían a comprar el tabaco desechado. El pobre labrador que se veía obligado a volver a su domicilio con las carretas cargadas, estando éste distante 10, 20 o más leguas, se veía en la necesidad de vender su tabaco por la mitad o menos de su valor; y este mismo tabaco volvía a la factoría y se cargaba a la renta por el precio ordinario de 2 pesos por arroba, lucrando los factores en menos de lo que el comisionado lo había comprado".

            Al igual que la yerba, el tabaco tampoco trajo alivio al productor paraguayo, porque, al decir de Efraím Cardozo, "la economía no era el cimiento de historia".

 

Iglesia de La Encarnación, en la Loma Cabará,

restos del Antiguo Convento de Santo Domingo. Grabado de Demarsay

 

 

            EL PUERTO PRECISO

 

            A más de los impuestos a los productos paraguayos, otro flagelo cayó sobre su castigada economía. Fue el "puerto preciso" en Santa Fe, impuesto al Paraguay por Cédula Real del 31 de diciembre de 1662. Una medida preventiva solicitada por el Paraguay a fin de que los nativos que tripulaban las embarcaciones no quedaran en Buenos Aires dio pie para imponer a las naos paraguayas que descargaran sus mercaderías en Santa Fe. Las embarcaciones con su tripulación completa iban vacías hasta Buenos Aires. Esta dura realidad provocó así la reacción del visitador franciscano Fray Pedro José de Parras: "purísima cosa es que un pobre se haya de venir con su embarcación vacía desde Santa Fe a Buenos Aires, y que, desamparando su hacienda, sobre pagar nuevas gabelas y costos de almacén, le precisen a costear su hacienda por tierra". El puerto preciso se impuso al Paraguay para dar vida al comercio de Santa Fe, una de las tantas fundaciones paraguayas. Esta medida, por demás arbitraria, duró más de un siglo, y cuando fue abolida por Cédula Real del 9 de junio de 1779, ya era tarde. Buenos Aires había adquirido tanta importancia por su privilegiada posición geográfica como capital del nuevo Virreinato del Río de la Plata que en la práctica sucedió a Santa Fe como puerto preciso del Paraguay.

 

 

 

 

            ESCLAVOS NEGROS

 

            Es creencia generalizada que en el Paraguay fueron pocos los esclavos de origen africano. Sin embargo, a fines del siglo XVII ya constituían el 12% de la población de Asunción y sus alrededores. Desde la época del gobernador Hernandarias hubo esclavos negros en el Paraguay. Estos provenían de Guinea, Nigeria y Congo. En África eran cazados como animales y una vez engrillados los metían en las bodegas de los barcos, viajaban apiñados en pisos superpuestos donde solo podían estar sentados o acostados todo el tiempo. Al llegar al puerto de Buenos Aires se los marcaba en el rostro o en la espalda como se marca el ganado.

            Un esclavo podía ser vendido, donado, hipotecado o dado en préstamo al igual que cualquier objeto de valor. Se denominaba cabeza de negro o cabeza de esclavo a todo individuo de cualquier edad, género o condición proveniente de los barcos negreros. A los esclavos robustos, con todos los dientes, sin taras ni defectos y en edad productiva se los llamaban piezas de Indias; es decir, piezas de exportación.

            El recién llegado del África era conocido como negro bozal. Lo denominaban muleque al negro bozal de siete a diez años, y mulecón al de diez a dieciocho años. La reproducción, principalmente de mujeres, acrecentaba la fortuna de su propietario, ya que el hijo seguía la condición jurídica de la madre. Fue por eso que los negros preferían a las indígenas antes que a las negras para evitar que sus hijos nacieran esclavos.

            De la unión del blanco con una negra salió el mulato o mulata, y de ésta con el blanco, el pardo, hasta extinguirse definitivamente del Paraguay los negros africanos. Con frecuencia los niños que nacían esclavos eran vendidos por su amo, y este se quedaba con el dominio de la madre. En caso de herencia, los esclavos y esclavas entraban como bienes de familia y los herederos se repartían entre ellos o entregaban a sus acreedores como pago. Muchos donaban sus esclavos a los conventos o iglesias y lo hacían en calidad de limosnas. Las familias pudientes de Asunción y Villa Rica contaban con esclavos domésticos. Las mujeres negras hacían de damas de compañía de las señoras y jovencitas de la alta sociedad colonial.

            Las órdenes religiosas también contaban con gran cantidad de esclavos negros. En la estancia de Paraguarí los jesuitas llegaron a poseer 600 esclavos. Otro tanto tenían los dominicos en su estancia de Tabapy (Roque González de Santa Cruz) y los mercedarios en Areguá. Los esclavos negros de esas tres estancias fueron la base poblacional de los pueblos allí surgidos. No todos los negros eran esclavos, ya que algunos pudieron comprar su libertad y otros fueron libres por voluntad de sus antiguos amos.

            En 1714 las autoridades coloniales reclutaron a todos los negros y mulatos libres que vivían por el campo, "vagos y mal entretenidos" y los destinaron a la nueva fundación de Villeta. También había negros en Emboscada, donde hasta hoy se conservan restos del folclore afro-colonial.

            Durante la Guerra contra la Triple Alianza, en 1866, se reclutaron 6.000 esclavos negros. Tres años más tarde se abolió la esclavitud en el Paraguay, pero aquel logro solo favoreció a 450 esclavos; el resto había quedado en el campo de batalla.

 

            VAGOS Y MAL ENTRETENIDOS

 

            Durante toda la época colonial y gran parte de la independiente, las autoridades locales ejercieron un estricto control sobre los pobladores de sus respectivas jurisdicciones. Los castigos físicos, destierros, reclusiones y confinamientos eran prácticas comunes en aquel tiempo. Para viajar de un pueblo a otro había que contar con el consentimiento de la autoridad competente, previa solicitud escrita en donde se especificaban los motivos del viaje y los días que se estaría fuera.

            Como el número de habitantes era escaso, todos se conocían, lo que hacía posible y fácil el control. Cada trimestre se enviaba a la capital un informe pormenorizado del comportamiento del vecindario de cada villa, capilla y valle del Paraguay. A los esclavos que se fugaban se le aplicaban 50 azotes junto al rollo, además de enviarlos de vuelta a la casa de su dueño. A los indígenas que salían de sus pueblos y andaban errantes por el vecindario se los retornaban a sus caciques, previo azote.

            Un indígena desobediente a sus padres, recibía 25 azotes de parte de la autoridad local. Se castigaba severamente a los vagos y mal entretenidos que traían malestar al vecindario. Al ladrón, cómplice y encubridor de algún robo menor se lo castigaba con azotes públicos.

            Los padres que descuidaban la educación de sus hijos perdían el derecho sobre los mismos y se les sacaba de la casa a los menores para entregarlos a personas que podían educarlos, cuidarlos y mantenerlos. Los gobernadores daban orden expresa a las autoridades locales de perseguir a los intrusos, vagos, amancebados públicos, ladrones y todo mal entretenido, sean ellos hombres o mujeres. También se prohibían durante la noche gritos y ruidos molestos. Para seguridad del vecindario, se hacían rondas nocturnas a caballo.

 

            EL ROLLO

 

            Este era el símbolo de la justicia y consistía en un poste alto colocado en la plaza. El mismo tenía dos ganchos en la parte superior. Allí sujetaban al culpable de algún delito que merecía escarmiento público. A los varones se les azotaba en las espaldas y según la ley de entonces, las mujeres debían recibirlos en las nalgas y en privado. Esto casi nunca fue así, porque las leyes se acataban, pero no se cumplían.

 

 

            EL PEÓN YERBATERO

 

            Como en el Paraguay no había oro ni plata, los españoles lo consideraron pobre y se desentendieron del mismo. Con el tiempo se conoció la yerba mate, planta silvestre que crecía en las regiones del Mbaracayu, Concepción y el Guairá. Esta yerba era muy apreciada y los comerciantes se enriquecieron con ella, no así el peón yerbatero, que vivía una vida de esclavo, sin recibir recompensa por su trabajo. Con el comercio de la yerba el Paraguay volvió a ser noticia. Dice el obispo Manuel Antonio de la Torre, en 1761, al referirse a los peones yerbateros: "A estos trabajadores les sucede lo que a las ovejas y las abejas, porque las primeras crían lana para su abrigo y al final otros las cortan y se benefician con ella. Sucede lo mismo con las abejas que fabrican dulces panales pero se aprovechan otros de su miel, quedándose unas sin las utilidades de la lana y las otras sin la recompensa de la miel". En ese tiempo, contaba el obispo De la Torre, salían cada día del Paraguay 800 a 100 arrobas de yerba, unos mil kilos, que los peones yerbateros traían sobre sus espaldas desde Curuguaty hasta Asunción.

            Los peones entraban en los montes con mulas alquiladas a cuenta de la yerba que iban a buscar. Aquellos andaban desnudos porque tenían que cruzar los ríos a nado con la carga flotando sobre bolsas de cuero infladas que llamaban pelotas. Había pantanos, precipicios, víboras, insectos y el peligro de los indios monteses que defendían su territorio invadido. Por el camino comían carne de toro flaco o frutas silvestres, y así pasaban de diciembre a agosto, en que volvían a la ciudad cada vez más pobres y endeudados.

            Si alguna mula alquilada moría por el camino, el peón debía pagar por ella desde el mes que la contrató hasta que acabara su deuda mensual, que a veces llegaba a dos años o más. Los que se enriquecían con el trabajo de los peones y yerbateros eran los vendedores de ropas que venían de Buenos Aires. Estos les hacían fiar, les daban a crédito, para así "engancharlos" para el trabajo de la yerba, y así trabajaban para pagar sus deudas. Los comerciantes, según el obispo De la Torre, ganaban con sus géneros trescientas y hasta quinientas veces más que su valor, mientras que la arroba de yerba costaba dos pesos.

            Esta situación continuó durante toda la colonia: indígenas, mestizos, esclavos y paraguayos morían abandonados en la espesura de los montes. El mensú o peón de las compañías yerbateras de comienzos del siglo XX siguió sufriendo la misma esclavitud que antes.

 

BIBLIOGRAFÍA

LA CONQUISTA

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LA COLONIA

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MORA MERIDA, José Luis - "Historia social del Paraguay 1600/1650" - Esc. de Est, Hispano-americanos de Sevilla. Sevilla

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RIVAROLA, Juan Bautista - "La ciudad de la Asunción y la Cédula Real del 12 de setiembre de 1537"- Imprenta Militar. Asunción, 1952

RIVAROLA PAOLI, Juan B. - "La Economía Colonial", Tomo I. Asunción, 1968

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ZUBIZARRETA, Carlos        - "Cien vidas paraguayas" - Araverá. Asunción, 1985

ZUBIZARRETA, Carlos        - "Historia de mi ciudad" - Emsa. Asunción, 1964

 

 

 

 

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Registro: Agosto del 2012

 

 

 

 

 

 

HISTORIA DE LA CONQUISTA DEL PARAGUAY RÍO DE LA PLATA Y TUCUMÁN

Por el Padre PEDRO LOZANO

Ilustrada con noticias del Autor y con notas y suplementos

Por ANDRÉS LAMAS

BUENOS AIRES

Casa Editora IMPRENTA POPULAR

1873 - 1875

Edición digital: BIBLIOTECA NACIONAL DE ESPAÑA

 

 

TOMO PRIMERO - ENLACE INTERNO

 

CAPÍTULO I - Noticia en común de la Jesuítica Provincia del Paraguay y dase principio a la Descripción de la Gobernación del Río de la Plata.

CAPÍTULO II - Descríbase la gobernación del Río de la Plata desde el cabo de Santa María hasta su junta con el Río Paraguay.

CAPÍTULO III - Dase individual noticia de los países que riegan el gran Río Paraná y otros que le van tributando sus aguas en su vasta extensión desde la ciudad de las Corrientes hasta la junta con el Paraguay.

CAPÍTULO IV - Descríbase el caudaloso Río Paraguay con los países que baña por la costa Oriental, y los ríos que le enriquecen con sus crístalinos caudales hasta el famoso Lago de los Xarayés.

CAPÍTULO V - Continúa la descripción por la costa occidental del Río Paraguay, y expresa lo demás a él perteneciente.

CAPÍTULO VI - Dase fin a la descripción del Río de la Plata costeando sus márgenes austral y occidental desde la boca del Río Paraguay hasta Cabo Blanco, donde se sepulta en el Oceano.

CAPÍTULO VII - Noticia de la tierra que tiene la Gobernación del Río de la Plata, hasta el estrecho de Maagallanes, y descripción de la Provincia de Tucumán.

CAPÍTULO IX - Noticia de los muchos árboles que pueblan estas provincias, y se dicen muchas de sus virtudes.

CAPÍTULO X - Variedad de árboles y plantan que producen estas provincias, con grandes virtudes.

CAPÍTULO XI - Multitud varia de animales que se crian en estas provincias.

CAPÍTULO XII - Prosigue la misma materia.

CAPÍTULO XIII - De las serpientes de estas regiones.

CAPÍTULO XIV - De algunas aves y pescados que pueblan los aires y ríos de estas provincias.

CAPÍTULO XV - Si estuvo poblada la América antes del Diluvio y después de él, quines fueron los primeros pobladores, de quienes descienden los indios.

CAPÍTULO XVI - Continua la misma materia.

CAPÍTULO XVII - Naciones de las tres provincias del Río de la Plata, Tucumán y Paraguay, sus genios, ritos, ceremonias, leyes y costumbres.

CAPÍTULO XVIII - Ritos, costumbres, o genios particulares de otras naciones bárbaras.

CAPÍTULO XIX - Dase noticias de otras naciones de estas provincias y de sus usos, genios y costumbres.

CAPÍTULO XX - Alguno de los Apóstoles predicó el evangelio en la América y señales que han quedado de haber sido Santo THOMÉ el Apostol de estas provincias.

 

 

TOMO SEGUNDO - ENLACE INTERNO

 

CAPÍTULO I - Descubre JUAN DÍAZ DE SOLIS el gran Río de la Plata a que entonces dió el nombre de SOLÍS, y muerto en sus márgenes con otros españoles por los bárbaros charruas, se vuelven sus compañeros s España, de donde once años después sale DIEGO GARCÍA a proseguir el mismo descubrimiento; pero precisado a parar con su armada en el Brasil, entra en el interín en el Río Solís, la armada de SEBASTIÁN GABOTO, que iba al Maluco, y este capitán funda en sus costas dos fortalezas, y registra parte del Río Paraguay, hasta donde halló mucha plata, de que se dá razón como había llegado a aquel sitio, no habiendo este metal en todo aquel país.

CAPÍTULO II - Llega DIEGO GARCÍA al Río de la Plata, y después de algunas contiendas, se incorpora su gente y naves con las de Sebastián Gaboto. Despacha este sus procuradores con las primeras preseas de plata que pasaron de América a Europa para el Emperador, quien habiendo solicitado sin efecto socorriesen los armadores de Sevilla a Gaboto, se vuelve este a España y en su ausencia abandonan la fortaleza de Santi Spiritus por una desgracia, pasándose al Brasil.

CAPÍTULO III - Pasa Don PEDRO DE MENDOZA por Adelantado del Río de la Plata, para continuar su conquista debajo de varias condiciones que se refieren: sucesos de su lúcida armada en el discurso de su prolija navegación, hasta tomar tierra y fundar la ciudad de Buenos Aires.

CAPÍTULO IV - Trabajos excesivos de los españoles en Buenos Aires y otras partes del Río de la Plata, y los demás sucesos del Adelantado Don Pedro de Mendoza, hasta su muerte.

CAPÍTULO V - Parte JUAN DE AYOLAS a descubrir por el Río Paraguay: sucesos de su viaje arribar al Puerto de la Candelaria, desde donde entra por tierra en demanda del Perú. Puebla Gonzalo de Mendoza en la Asunción y corre gran riesgo la Fortaleza de Corpus Cristi, donde consiguen las armas españolas, auxiliadas del cielo, una insigne victoria - pero se despuebla por los nuestros dicha fortaleza.

CAPÍTULO VI - Trae socorro al Río de la Plata el veedor Alonso de Cabrera. Intentan los Payaguas una traición contra los españoles después de haber muerto sobre seguro al General JUAN DE AYOLAS y sus compañeros, pero son vencidos valerosamente por el capitán DOMINGO MARTÍNEZ DE IRALA, quien es elegido Gobernador del Río de la Plata por acuerdo de los conquistadores.

CAPÍTULO VII - Despuéblase la ciudad de Buenos Aires, retirándose a la Asunción todos los españoles de esta conquista, contra quien maquinan una sublevación general los guaraníes; pero descubierto su designio, se castigan las cabezas principales con muerte y los demás, se reconcilian con los españoles.

CAPÍTULO VIII - Viene el Adelantado ALVAR NÚÑEZ CABEZA DE VACA al Río de la Plata por Gobernador: camina felizmente entre bárbaras naciones desde la Isla de Santa Catalina hasta la Asunción.

CAPÍTULO IX - Solicita el Adelantado Alvar Núñez la conversión de los naturales por medio de los predicadores evangélicos. Pretende descubrir camino para el comercio del Río de la Plata con los reinos del Perú. Asienta la paz con la orgullosa nación de los Agases. Castiga la rebelión de la provincia del Ipané, y vence a los indómitos Guaycuruces.

CAPÍTULO X - Ajusta paces el Adelantado Alvar Núñez con los Guaycuruces y otras naciones, e intenta poblar de nuevo la ciudad de Buenos Aires, pero sin efecto.Vuelve Domingo Martínez de Irala a descubrir el Río Paraguay, y después repite el Adelantado la misma diligencia personalmente, venciendo las contradicciones de los oficiales reales, que tiraban a desvanecer esta empresa, y en el camino castiga a los pérfidos Payaguás.

CAPÍTULO XI - Dáse noticia de los otros sucesos de este descubrimiento hasta volverse los castellanos a la Asunción

CAPÍTULO XII - Amotinan los oficiales reales del Río de la Plata a la ciudad de la Asunción contra el adelantado Alvar Núñez, a quien ponen en dura y estrecha prisión hasta despacharle a España, donde es declarado inocente, y eligen por Capitán General a D. Domingo Martínez de Irala, que permite varios insultos por mantenerse en aquel Gobierno.

CAPÍTULO XIII - Por la división que reinaba entre los conquistadores del Río de la Plata, se rebelan de nuevo los indios, a quines vence y sujeta el General Domingo Martínez de Irala. Entra este por tierra de los Mbayás hasta los confines del Perú. Castiga a los Paranás. Pacífica por medio de Nuflo de Chaves a los Tupíes, reparte encomiendas de Indios contra las Ordenanzas Reales. Permite grande licencia a los soldados, y otras trazas de que se valía para asegurarse en el Gobierno.

CAPÍTULO XIV - Nueva jornada del general Domingo Martínez de Irala hasta los términos del Perú, desde donde se ofrece con su ejército al presidente La Gasca para sosegar los tumultos ocasionados con el alzamiento de Gonzalo Pizarro. Niégale su gente la obedencia por no querer dar vuelta al Paraguay, donde en su ausencia es degollado su teniente D. Francisco de Mendoza, y elegido Diego de Abreu por Gobernador. reeligen de nuevo en su empleo a Irala quien vuelve a la Asunción y expulsa de ella a Abreu.

CAPÍTULO XV - Mantiénese Domingo Martínez de Irala en el gobierno del Río de la Plata por muerte de dos gobernadores que estuvieron nombrados para dicha provincia. Es muerto Diego de Abreu, cabeza de los leales, y desbaratado su partido. Fundan los castellanos la ciudad de San Francisco; pero forzados de la hambre la despueblan al año, y se retiran a la ciudad de la Asunción...

 

 

TOMO TERCERO - ENLACE INTERNO

 

CAPÍTULO I -  Nuevas poblaciones de Españoles que se fundaron. Erección del obispado del Río de la Plata a donde viene el primer obispo, que es recibido con universal aplauso y al mismo tiempo Domingo Martínez de Irala es por S.M. nombrado Gobernador en propiedad de dicha provincia.

CAPÍTULO II - Muere el Gobernador Domingo Martínez de Irala. Puéblase la Ciudad Real del Gyayrá, y el Capitán Nuflo de Chaves, después de castigar a los tupies del Brasil, pasa a los xarayés y en la provincia de los Chiquitos funda la ciudad de Santa Cruz de la Sierra que se constituye capital de nueva gobernación separada de la del Río de la Plata.

CAPÍTULO III - Es elegido por Gobernador del Río de la Plata el capitán Francisco Ortiz de Vergara, en cuyo tiempo se rebelan los guaraníes; pero los resiste valerosamente hasta reducirlos con las armas a la sujeción del Rey de España a quien rinden de nuevo la obediencia.

CAPÍTULO IV - Sale al Perú con muchos indios y españoles el Obispo y el nuevo gobernador del Río de la Plata. Es este capitulado en la Real Audiencia de Charcas que le suspende de su empleo, el cual confiere el gobernador del Perú a Juan Ortiz de Zárate. Nombra este por su lugar teniente al contador Felipe de Cáceres, que vuelve con el Obispo al Paraguay, padeciendo y venciendo grandes peligros.

CAPÍTULO V - Diferencias que hubo entre el Obispo y el Teniente Gobernador del Río de la Plata. Persigue este sin piedad al Obispo, cuyos parciales le prenden y despachan al Consejo acompañándole el mismo Obispo que muere en la jornada con opinión de prelado santo.

CAPÍTULO VI - Funda el General Juan de Garay la ciudad de Santa Fé, defiende sus términos las pretensiones de los pobladores de Córdoba y después de grandes calamidades, arriba a San Gabriel el nuevo adelantado del Río de la Plata Juan Ortiz de Zárate.

CAPÍTULO VII - hacen sangriento estrago los charrúas en la gente de la armada que forzada de sus contínuos asaltos, se pasa a la Isla de Martín García donde padece hambre rigurosa y excesivos trabajos. Sitian los bárbaros a Santa Fé de donde son repelidos con valor por el Capitán Juan de Garay, viene este a socorrer la armada pero padece naufragio en el Río Uruguay, del cual libre, derrota en tierra a los charrúas, confederados con otras naciones bárbaras.

CAPÍTULO VIII - Funda el Adelantado Juan Ortiz de Zárate la ciudad de San Salvador sobre el río de este nombre y padecen en ella los españoles estrema miseria. Súbese el Adelantado a la Asunción donde malquisto en su gobierno, le fenece brevemente con su muerte por cuya causa sale el capitán Juan de Garay al Perú de donde vuelve nombrado teniente general del Río de la Plata por el nuevo Adelantado de dicha provincia.

CAPÍTULO IX - Gobierna en interín la provincia del Río de la Plata DIEGO DE MENDIETA, cuyos abominables excesos le grajean la aversión de todos. Oblíganle por fuerza a renunciar el cargo y le despachan preso a España. Intenta con el fomento de los portugueses del Brasil, restituirse al gobierno, pero arribando de vuelta al Mbiaza, es muerto y comido de aquellos indios. Entra el Capitán Juan de Garay a gobernar el Río de la Plata. Funda Ruy Diaz Melgarejo por su órden la Villa-Rica del Espíritu Santo y despuebla la ciudad de San Salvador...

CAPÍTULO X - Nueva rebelión de los indios guaraníes que inducidos del apóstata Oberá, ponen a riesgo la provincia. Véncelos en batalla el teniente Juan de Garay, que habiéndolos pacificado, manda fundar la ciudad de Santiago de Jerez en el territorio de los nuarás.

CAPÍTULO XI - Puebla el general Juan de Garay la ciudad de Buenos Aires y sujeta el orgullo de los infieles comarcanos. Rebélanse mestizos en Santa-Fé y elígen por su general a Cristóbal de Arévalo, el cual corta las cabezas a los autores de la rebelión y restituye al Rey de la ciudad.

CAPÍTULO XII - Matan a los bárbaros a traición al General Juan Garay e intentan destruir a Buenos Aires, pero son felizmente vencidos por los españoles, quienes fundan las dos ciudades de la Concepción del río Bermejo y de San Juan de Vera de las Siete Corrientes.

CAPÍTULO XIII - Dáse noticia de los gobernadores que ha tenido la provincia del Paraguay y de los sucesos más notables que hubo en cada gobierno.

CAPÍTULO XIV - Del Gobierno de Don Alonso Sarmiento y rebelión de Arecayá, por la cual se vió a peligro perderse la gobernación del Paraguay, y se libró felizmente por el valor y conducta de dicho Gobernador.

CAPÍTULO XV - Noticia de los demás gobernadores que hasta el tiempo presente ha tenido la provincia del Paraguay.

CAPÍTULO XVI - Gobernadores que ha tenido la provincia del Río de la Plata, y las acciones principales del Gobierno de cada uno.

CAPÍTULO XVII - Acábase de dar noticia de los gobernadores del Río de la Plata o Buenos Aires.

CAPÍTULO XVIII - Catálogo de los señores obispos que desde la muerte del primero han gobernado las dos iglesias del Paraguay y Río de la Plata.

CAPÍTULO XIX - Obispos que ha tenido la Santa Iglesia del Paraguay después que se dividió de la del Río de la Plata.

CAPÍTULO XX - Prelados que ha tenido la Santa Iglesia del Río de la Plata o de Buenos Aires desde su creación.

 

 

TOMO CUARTO - ENLACE INTERNO

 

CAPÍTULO I - Primer descubrimiento de la provincia del Tucumán por la parte del Río de la Plata, y entrada que hizo a ella desde el Perú Diego de Rojas hasta la muerte de este prudente y valeroso capitán.

CAPÍTULO II - Francisco de Mendoza, prende a Felipe Gutiérrez y despachándole con otros al Perú, donde fue muerto por leal al Rey, prosigue la jornada hasta descubrir el gran Río de la Plata, por cuyas costas, intenta con efecto subir al Paraguay, y retrocediendo a la Provincia de los comechingones, es muerto alevosamente por los parciales de Nicolás Heredia quien entra en su lugar a gobernar la jornada.

CAPÍTULO III - Otros sucesos de los soldados de la entrada al Tucumán hasta que por fín se volvieron al Perú, donde siguieron fidelísimamente el partido del Rey contra Gonzalo Pizarro.

CAPÍTULO IV - El licenciado Pedro de García, encarga al General Juan Nuñez de Prado la conquista del Tucumán en la cual dando principio es forzado sujetarla al reino de Chile, renunciando sus títulos, pero revocada la violenta renuncia, y publicados los primeros títulos, prosigue la empresa con felices sucesos y funda en diferentes parajes la primera ciudad de esta provincia.

CAPÍTULO V - Viene de Chile Francisco de Aguirre a gobernar el Tucumán, depone al general Juan Nuñez de Prado y funda la ciudad de Santiago del Estero, capital de la gobernación que por su ausencia se ve a peligro de despoblarse; pero se conserva por la heróica resolución de los soldados de la entrada de Rojas, y después se libra de otros peligros.

CAPÍTULO VI - Viene de Chile el general Juan Pérez de Zurita a gobernar la provincia de Tucumán, la cual manda se llame la Nueva Inglaterra y adelanta la conquista, fundando las tres ciudades de Lóndres, Cañete y Córdoba a cuyos pobladores reparte encomiendas, y mantienen muy sujetos a los indios; mereciendo por sus servicios que el Virrey del Perú le declare gobernador independiente de Chile.

CAPÍTULO VII - Despachado por el gobernador de Chile, entra a gobernar Gregorio de Castañeda, prendiendo y haciendo vejaciones a su antecesor hasta echarle de la provincia, a que mudado el nombre, empieza a llamar al Nuevo Estremo. Funda la ciudad de Nieva en el valle de Jujuy y rebélanse los calchaquíes con varios sucesos, hasta que por sus hostilidades, se despuebla la ciudad de Córdoba, cuyos moradores al retirarse, perecen casi todos a manos de los bárbaros.

CAPÍTULO VIII - Varios sucesos del tiempo que gobernó Gregorio de Castañeda quien después de despoblar las tres ciudades de Lóndres, Cañeta y Jujuy, se sale de la provincia y entra a gobernarla Francisco de Aguirre, con título de gobernador independiente de Chile, y con prósperos sucesos.

CAPÍTULO IX - Fúndase la ciudad de San Miguel de Tucumán y es depuesto el gobernador Francisco de Aguirre en una rebelión a cuyos autores castiga el valeroso Gaspar de Medina. Gobierna la provincia el general Diego Pacheco y se funda la ciudad de Nuestra Señora de Talavera de Esteco. Vuelve a gobernar Francisco de Aguirre a quien por sus excesos sacan preso a Lima. Muerte desgraciada del conquistador Juan Gregorio Bazán y error de varios escritores acerca del tiempo de la creación del obispado de Tucumán.

CAPÍTULO X - Entra a gobernar la provincia de Tucumán, don Jerónimo Luis de Cabrera, quien conquistando el pais de los comechigones, funda en él la ciudad de Córdoba, y descubre las tierras hasta el Río de la Plata y otras provincias con diversos sucesos.

CAPÍTULO XI - Viene por gobernador de Tucumán Gonzalo de Abreu quien persigue hasta quitar la vida a su antecesor gon Jerónimo Luis de Cabrera cuya fama se vindica contra la autoridad de un grave escritor, y se dá noticia de la fundación de la villa de Tarija.

CAPÍTULO XII - Peligro de ruina en que se ve la ciudad de Córdoba; puéblase y despuéblase de nuevo la ciudad de Jujuy. Empréndese el descubrimiento de los Césares de que se dá noticia; sale de gran peligro el Gobernador y su gente, manteniendo batalla por cinco días con varias naciones infieles coaligadas, y librase la ciudad de San Miguel de ser destruida de los bárbaros apareciendo en su defensa los Santos Simón y Judas con otros sucesos del gobierno de Gonzalo de Abreu.

CAPÍTULO XIII - Viene por gobernador del Tucumán el licenciado Hernando de Lerma; prende a Gonzalo de Abreu y le da tan riguroso tormento, que le causa la muerte. Comete muchos desafueros aún contra loe eclesiásticos que temerosos de sus vejaciones se aumentan a las provincias cercanas. Funda la ciudad de San Felipe de Lerma en el valle de Salta. Es llevado a Madrid en cuya Cárcel de Corte muere pobrísimo, ántes de darse la última sentencia en su causa; y la ciudad de Córdoba de Tucumán se ve en gran peligro de su ruina por la rebelión de los bárbaros de su distrito que pacifica felizmente el capitán Tristan de Tejada.

CAPÍTULO XIV - Viene por gobernador del Tucumán Juan Ramírez de Velasco, en cuyo gobierno entran a esta provincia San Francisco Solano y la Compañía de Jesús, y a cuyos ministerios apostólicos en beneficio de los bárbaros, da gran fomento el Gobernador. Reduce los calchaquíes a salir a servir en San Miguel y en Salta a los españoles. Junta un cuantioso donativo para socorrer las necesidades de la monarquía. Funda las ciudades de Todos los Santos de la Rioja y de San Salvador de Jujuy, y la villa de Madrid de las Juntas, y son castigados y sujetos los indios de los Algarrobales que se rebelaron en la jurisdicción de Córdoba.

CAPÍTULO XV - Dáse noticia de los gobiernos de siete gobernadores del Tucumán, y de los sucesos principales que en su tiempo acaecieron.

CAPÍTULO XVI - Entra a gobernar la provincia de Tucumán don Felipe de Albonoz, de quien un yerro motiva la alteración de los calchaquíes, con quienes se confederan otras parcialidades y mantienen pertinaces la guerra por casi diez años con variedad de sucesos en ambos partidos de españoles y rebeldes hasta ajustarse la paz.

CAPÍTULO XV - Dáse noticia de otros gobernadores de la provincia de Tucumán.

 

 

TOMO QUINTO - ENLACE INTERNO

 

CAPÍTULO I -  Entra a gobernar la provincia de Tucumán don Alonso Mercado y Villacorta, cuya credulidad pone a riesgo de perderse esta gobernación por los artificiosos engaños del insigne embaydor don Pedro Bohorquez, antes Pedro Chamijo, de cuya vida y embustes se da noticia hasta que fugitivo del reino de Chile, entró en la provincia de Tucumán.

CAPÍTULO II - Huido de Chile don Pedro Bohorquez viene a la provincia de Tucuman, donde con artificio consigue ser reconocido por descendientes de los Ingas en el Valle de Calchaquí y propone al Gobernador de Tucumán le reconozca por tal, y para ese efecto sale de Calchaquí con grande comitiva a la ciudad de Lóndes.

CAPÍTULO III - Después de algunas deligencias hace el Gobernador de Tucumán capitulaciones con don Pedro Bohorquez, y le permite use el título de Inga; recelos con que el Gobernador queda de este permiso; y juicio que hacen de esta acción el Obispo de Tucumán y el Padre provincial de la Compañía de Jesús del Paraguay, quien da acerca de ella una instrucción a los misioneros jesuítas de Calchaquí.

CAPÍTULO IV - Manda el Virrey del Perú sacar de Calchaquí a don Pedro Bohorquez, quien para granjear la voluntad de los indios, comete enormes maldades; pero avistándose en el pueblo de Tafí con el Gobernador de Tucumán, le engaña de nuevo con fingidas satisfacciones, y subleva los indios de famatina y Lóndres, dando diferentes órdenes para tener mayor séquito en su traición.

CAPÍTULO V - Frustadas varias trazas de que se valió el Gobernador de Tucumán, para prender o matar a Don Pedro Bohorquez, despone este, los ánimos de los calchaquíes con varios razonamientos, a la rebelión contra los españoles, y rompe la guerra, expulsando del Valle a los misioneros jesuitas, y destruyento las misiones de San Carlos y de Santa María de Yocavil.

CAPÍTULO VI - Por instigaciones de don Pedro Bohorquez, cometen muchas hostilidades los calchaquíes rebeldes, y el Obispo de Tucumán escribe al Tirano para que se reduzca, pero sin fruto. El Cabildo Eclesiástico informa y pide socorro al Presidente de la Real Audiencia de la Plata, y por el patrocinio de María Santísima consigne el Gobernador y pocos españoles una insigne victoria de los bárbaros, con que se libra la ciudad de Salta del peligro de la ruina.

CAPÍTULO VII - Hace don Pedro Bohorquez con los españoles treguas, que no observa, y conseguido del virrey indulto de sus delitos, sale del valle del Calchaquí, y se entrega en manos de un oidor de la Real Audiencia de la Plata, por cuya órden es llevado a Lima, desde cuya cárcel de córte intenta nuevo levantamiento de los calchaquíes para alcanzar libertad, y descubierto el designio de un hijo suyo, que despachaba a esta diligencia, es este justificado en Salta, y don Pedro, su padre, paga por fin en Lima, sus enormes y repetidos delitos, con muerte infame.

CAPÍTULO VIII - Consiguen los vecinos de la Rioja con su prontitud, que muchos pueblos de su jurisdicción no se declaren por los rebeldes; entran las armas españolas por dos partes del valle de Calchaquí, y rendidos los naturales en sangrientas batallas traen a nuestra amistad las parcialidades poderosas de tolombenes y pacciocas, con cuya ayuda conquistan hasta la raya de los quilmes, y se determina la salida del Valle, sacando las parcialidades rendidas a poblarse en la comarca de las ciudades de la provincia para tenerlas mejor sujetas.

CAPÍTULO IX - Vencidos los hualfines al retirarse el ejército del valle de Calchaquí, salen desnaturalizados muchos de sus naturales, y dadas algunas providencias para defensa de las fronteras, parte don Alonso Mercado a su gobierno del Río de la Plata, y le sucede en el de Tucumán don Jerónimo Luis de Cabrera, de quien se dice lo que obró, como tambien otros dos sucesores suyos, hasta que el mismo Mercado, volvió segunda vez a gobernar esta provincia.

CAPÍTULO X - Hallándose don Alonso Mercado muy apretado en la residencia del gobierno de Buenos Aires, recibe órden de S.M. para volver a gobernar la provincia de Tucumán, y finalizar la conquista de la nación Calchaquí, que consigue felizmente, desnaturalizando once mil almas de su Valle, las cuales reparte en varias ciudades, en cuyos distritos se pueblan, y las parcialidades de quilmes y acalianes se llevan a formar una reducción en el Puerto de Buenos Aires. Empiezan los mocovies a infestar las fronteras de la ciudad de Esteco, y sin obrar en su castigo cosa memorable, concluye don Alonso su gobierno.

CAPÍTULO XI - Dáse noticia del gobierno de don Ángelo de Peredo, y de los sucesos más principales de su vida.

CAPÍTULO XII - Memoria de los demás gobernadores, que ha tenido la provincia de Tucumán hasta el tiempo presente.

CAPÍTULO XIII - Catálogo de los señores obispos que dese su erección ha tenido el obispado de Tucumán.

CAPÍTULO XIV - Conclúyese la materia del pasado.

 

 

 

 

 




 

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